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REGIONES Y PROVINCIAS

Nunca se cansa uno de admirar la sabiduría y la previsión con las que nuestros dirigentes
del siglo pasado ordenaron la distribución del territorio nacional, ordenamiento que no se
sabe por qué razón fue interrumpido en este siglo. Quizá el centralismo devorador impuesto
desde 1910 tuvo mucha culpa en ello. Lo cierto es que en el siglo XX se desvertebró el
ordenamiento territorial de Colombia, motivo por el cual nuestro país ha llegado a una
situación incontrolable, al grado de que en algunos departamentos hay brotes de
separatismo. Si bien la propuesta separatista es absurda para no decir antipatriótica, los
motivos que la generan son justos. Los departamentos alegan ser víctimas de la absoluta
desatención del Gobierno Nacional, y esta desatención, que es patente, tiene como causa el
desordenamiento absoluto del territorio colombiano.

La organización territorial del siglo pasado parece hecha para ser retomada a finales de este
siglo y aplicada en el próximo. Los estados, primero, y después los departamentos, estaban
divididos en provincias, cada una de las cuales operaba con su capital, y en torno a esta
giraban los municipios aledaños. La Regeneración, un régimen centralista, no tocó este
ordenamiento. Antes bien, lo reforzó con oportunas medidas económicas, pues, como decía
Núñez, la centralización administrativa del país no significa arruinar las secciones, sino,
todo lo contrario, fortalecerlas .

Veamos, como un ejemplo claro, la forma en que estaba dividida Cundinamarca. En 1890,
en plena Regeneración, el departamento se componía de nueve provincias, cada una con su
capital, así: provincia de Bogotá, capital Bogotá; provincia de Chocontá, capital Chocontá;
provincia de Facatativá, capital Facatativá; provincia de Guaduas, capital Guaduas;
provincia de Guatavita, capital Guatavita; provincia de Oriente, capital Cáqueza; provincia
de Tequendama, capital La Mesa; provincia de Ubaté, capital Ubaté, y provincia de
Zipaquirá, capital Zipaquirá. En la reforma constitucional de 1905 y 1907 se amplió el
número de las provincias, pero no varió el sistema de ordenamiento.

Esta división en territorios o provincias, con sus capitales y sus municipios, permitiría un
ordenamiento de la economía nacional en torno a las regiones, una completa interactividad
para un mundo en el que se asegura que va a predominar la vida urbana. De lo que se trata
es de que las grandes ciudades no se devoren a las pequeñas, ni a los municipios
adyacentes, como ya vemos que ocurre con Bogotá y sus vecinos, los municipios de la
Sabana. La idea es facilitar el crecimiento de numerosas ciudades intermedias las capitales
de las provincias, que evitarán el desborde incontrolado de las grandes ciudades las
capitales de los departamentos y al mismo tiempo conjurarán la ruina de los municipios y le
darán una vida nueva al sector rural, mediante el intercambio planificado de los productos
de cada región y el establecimiento de las regiones industriales en las provincias aptas para
ello, verbigracia.

Debe repicarse día y noche que, sin ordenamiento territorial, el país no saldrá del pantano
en que hoy se encuentra, y que la actual Ley de Ordenamiento ha planteado más perplejidad
que entusiasmo. Quizá ya es tiempo de nombrar una comisión nacional del POT, presidida
por los que más saben del tema e integrada por representantes de las regiones y las
provincias, el medio ambiente, la industria y el comercio, etc., que sesione de continuo
hasta que el POT sea una realidad colombiana.
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