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Los usos del agua en la agricultura

Joan Corominas Masip es Ingeniero Agrónomo,


especialista en Hidrogeología, Regadíos y Planificación
Hidrológica.Su vida profesional se ha desarrollado en
Andalucía en la Administración, tanto estatal como
andaluza, en temas relacionados con el agua, los
regadíos, las infraestructuras, la gestión de los recursos
naturales y el medioambiente, a lo largo de 40 años. Ha
sido Director-Gerente de la Agencia Andaluza del Agua,
desde su creación en 2005 hasta mayo de 2008. Desde
el año 2000 hasta el 2005 fue Secretario General de
Aguas, habiendo impulsado la gestión del agua,
especialmente en el ámbito urbano, la prevención de avenidas e inundaciones en el
marco de la ordenación territorial, y la participación social y difusión de una Nueva
Cultura del Agua, acorde con los principios de sostenibilidad. Pertenece al Observatorio
Territorial de Andalucía y al Observatorio Ambiental de Andalucía. Es promotor de la
Fundación para la Nueva Cultura del Agua.
Los cultivos necesarios para nuestra dieta media conllevan el consumo de más de
5m3/día y habitante: un 60% por los cultivos de secano, y un 40% por los regadíos.
En España, se riegan 3,7 millones de hectáreas, un 18% de la superficie cultivada.
Utilizan 23.000 hm3/año, un 77% del total de los usos consuntivos del agua, generando
una presión excesiva sobre los recursos hídricos, siendo responsables de que muchas
masas de agua no puedan alcanzar el buen estado en el Horizonte 2015, tal como
obliga la Directiva Marco de Agua.
En la última década se han modernizado un tercio de nuestros regadíos, con el objetivo
principal de ahorrar agua. Existen dudas sobre la eficiencia de estas políticas en la
disminución de la presión sobre los recursos hídricos, puesto que en muchas zonas
han aumentado las superficies dedicadas al regadío.
La agricultura actual es muy consumidora de fertilizantes y pesticidas, cuyos lixiviados
son causantes de una parte muy importante de la contaminación difusa, una de las
principales causas de deterioro de nuestros ecosistemas hídricos.
La agricultura española tiene condicionado su futuro a la reforma de la Política Agraria
Común 2014-2020, que impulsará una producción alimentaria viable, en un marco de
gestión sostenible de los recursos naturales y de acción por el clima, y promoverá un
desarrollo territorial equilibrado.
Caracterización del regadío en España
Necesidad de adaptarse a los mercados,
contribuir al desarrollo rural y limitar su
presión sobre los recursos hídricos
El riego ha tenido históricamente un gran reconocimiento social. El crecimiento
descontrolado de los regadíos en las últimas décadas, la presión excesiva sobre los
recursos hídricos y la contaminación difusa por nitratos han disminuido esta apreciación
social. Es tarea conjunta de las Administraciones y de los regantes introducir nuevos
paradigmas del regadío que permitan renovar el apoyo claro de la sociedad a su
trabajo.
El regadío español en la actualidad
La transformación de secanos en regadío se convirtió en una gran ilusión y esperanza
colectiva en la España de principios del siglo XX, en la que casi dos terceras partes de
la población activa eran agricultores. El impulso, la financiación y la ejecución pública, o
el apoyo a la privada, han permitido pasar desde el millón de has tradicionales de
regadío hasta los 3,7 millones de hectáreas actuales.

Desde nuestra incorporación a la Comunidad Económica Europea, en 1986, se ha


producido un proceso
acelerado de modernización
de las estructuras agrarias
españolas en el que el
regadío ha tenido un auge
importante por su capacidad
de producción intensiva y de
diversificación productiva. El
aumento de la superficie
regada ha sido de unas
700.000 de hectáreas, lo
que representa un 22% de
incremento desde 1986 al
2009.
El regadío español
consume unos 24.500 hm3
de agua al año, del orden
de dos terceras partes
procedentes de aguas
superficiales y una tercera
parte de aguas
subterráneas; son muy
escasos, aún, los recursos
no convencionales como las
aguas residuales
regeneradas o las aguas
desaladas.

La presión del regadío sobre los recursos hídricos es excesiva en gran parte de la
España central y mediterránea y debe limitarse rígidamente la implantación de nuevos
regadíos, y utilizar menos agua mejorando la eficiencia de las infraestructuras y
sistemas de riego. Es una exigencia para cumplir los objetivos ambientales de la DMA,
y a su vez para disminuir los actuales efectos de las sequías en la disponibilidad de
agua.
Al estar agotados los recursos superficiales regulados han aumentado mucho los
regadíos con aguas subterráneas. Estos, en general, se dedican a cultivos más
intensivos que los que utilizan aguas superficiales y son más eficientes en el uso del
agua y más productivos; las causas pueden deberse a una conjunción de factores:
predominio de la iniciativa privada en su captación y transformación en regadío,
muchas zonas con recursos subterráneos tienen condiciones climatológicas favorables
para los regadíos intensivos, es más cara que la de origen superficial por el mayor
coste energético y por los gastos de mantenimiento y gestión de las instalaciones, y
que para rentabilizar la explotación de regadío con aguas subterráneas el agricultor ha
tenido que utilizar la estrategia de dedicarse a cultivos más intensivos, con mayor
margen económico para poder hacer frente a los mayores costes del agua.
La apertura a los mercados europeos y posteriormente los efectos de la globalización
han acelerado la especialización productiva española en aquellos cultivos en los que
teníamos más ventajas comparativas: hortalizas, frutales y cítricos, olivar y viña. La
orientación de los nuevos regadíos ha ido en esta dirección en los últimos 25 años: un
aumento del 86% de la superficie regada de cultivos leñosos, lo que ha producido que
se rieguen casi el 26% del total de estos cultivos, la gran mayoría tradicionalmente de
secano, como el olivo, la viña o el almendro.
Así, en 2010, se regó en España el 33% del viñedo y el 28% del olivar, con porcentajes
superiores en las regiones más especializadas en estos cultivos: el 41% del viñedo en
Castilla La Mancha y el 37% del olivar en Andalucía.
Esta especialización de los nuevos regadíos, notablemente en la última década,
comporta una menor demanda unitaria de agua al ser las necesidades del olivo y la
viña, típicamente de secano, del orden de la tercera parte de las de los cultivos
herbáceos típicos del regadío español. Pero al mismo tiempo exigen más garantía de
agua, por su carácter de cultivos permanentes, lo que les hace más vulnerables a los
años con escasez de recursos hídricos.
Los regadíos andaluces, los más extensos y productivos de España obtienen una
productividad bruta del agua utilizada de 1,79 €/m3, siendo muy diversa en función de
los grupos de cultivos, (desde 0,66 €/m 3 para los cereales y cultivos industriales, hasta
los 5,47 €/m3 para los cultivos hortícolas, la fresa y los invernaderos), y presenta una
correlación inversa con el nivel de ayudas directas de la Política Agraria Común (PAC),
lo que pone de manifiesto que los cultivos más extensivos tendrán un futuro muy
incierto si disminuyen, en el período 2014-2020, las ayudas para los mismos, al tender
a una mayor equidad entre todas las superficies agrícolas. Estos datos pueden ser
extensibles, con matices, a toda España.
La política hidráulica del siglo XX ha tenido como finalidad más importante la
construcción de embalses que posibilitaban la transformación de secanos en regadíos."
Los regadíos con aguas superficiales pagan a los Organismos de Cuenca por el uso de
las infraestructuras de regulación y transporte del agua entre 1 y 4 centimos de euro
cada m3, una cantidad muy subvencionada.
Existen muchos tipos de regadíos y de regantes, con muy distintos impactos
económicos, sociales, medioambientales y territoriales: es preciso aplicar políticas
públicas diferenciadas de apoyo a cada tipo de riego.
La reforma de la PAC para el período 2014-2020 y la aplicación flexible del principio de
recuperación de costes de los servicios del agua, deberían contribuir a un apoyo
diferenciado a los diversos regadíos.
La Política Agraria Comunitaria:
pasado presente y futuro
En pleno rediseño de la Política Agraria Común (PAC) más allá de 2013, España tiene
mucho que ganar si apuesta por un cambio de modelo. El actual, basado en el apoyo
mayoritario a las producciones más intensivas, está en entredicho por sus importantes
impactos sociales y ambientales. Reorientar las ayudas hacia aquellos agricultores y
ganaderos que producen alimentos sanos y de calidad, generando empleo en el medio
rural a la vez que conservan el medio ambiente permitirá legitimar la política de mayor
presupuesto de la Unión Europea frente a una sociedad cada vez más exigente y
concienciada.
De dónde venimos
La Política Agraria Común (PAC) nació hace 50 años con el objetivo de satisfacer la
demanda de alimentos de los ciudadanos de la Unión Europea (UE) a precios
asequibles y asegurar una renta y condiciones de vida dignas a los productores.
Durante su andadura ha sufrido numerosos cambios encaminados, entre otros, a
incorporar nuevos objetivos como los ambientales y de cohesión territorial para las
zonas rurales. Así, los pagos se han desvinculado del nivel de producción, para evitar
la sobreproducción de excedentes y sus impactos ambientales y sociales asociados; se
han introducido la llamada condicionalidad, que incluye los requisitos legales de gestión
y las buenas prácticas agrarias y ambientales que tienen que cumplir los beneficiarios
de la mayor parte de ayudas de la PAC, y se ha ido dando un mayor peso –al menos
en teoría- a las medidas de desarrollo rural. Sin embargo, queda aún camino por
recorrer para que los nuevos objetivos se alcancen.
Nos enfrentamos a un nuevo proceso de reforma de la PAC que, bien aprovechado,
supone una oportunidad única para lograr un modelo productivo inteligente, integrador
y sostenible, acorde con las demandas de los ciudadanos europeos.
Dónde estamos: razones para el cambio
La PAC sigue siendo en la actualidad una de las políticas más relevantes de la UE, en
especial para España. En primer lugar por su considerable presupuesto—el 39% del
total europeo—del que somos según país beneficiario, con unos 7.000 millones de
euros/año; pero también porque condiciona la forma en que se producen los alimentos
que comemos y, con ello, la gestión del 80% de nuestro territorio. El buen estado de
ríos y acuíferos, conseguir frenar la pérdida de biodiversidad o adaptarnos a los efectos
del cambio climático, dependen en gran medida de cómo se diseñen las ayudas
agrarias más allá de 2013.
En la actualidad, el 75% del presupuesto agrario se dirige hacia el llamado primer pilar
de la PAC, destinado a ayudas directas y de mercado. Queda así tan sólo un 25% para
las medidas de desarrollo rural o segundo pilar de la PAC, destinado a mejorar la
competitividad y el comportamiento ambiental del sector agrario y forestal, así como la
calidad de vida en las zonas rurales. Además, la mayor parte de las ayudas se
distribuyen entre un pequeño número de explotaciones, de gran tamaño y/o de carácter
intensivo. De esta forma, el 18% de los beneficiarios acaparan el 85% de los fondos,
estando además muchos de ellos afincados en grandes capitales de provincia, con lo
que se pierde el supuesto enfoque territorial de esta política. La PAC, se ve incapaz de
frenar el abandono del medio rural y tampoco consigue asegurar la renta de los
productores, que sigue siendo al menos un 10% inferior a la media de la UE.
A esta falta de consecución de los objetivos socioeconómicos para los que estaba
diseñada, hay que sumarle las cuestiones ambientales. Gran parte de las ayudas
contribuyen a promover modelos de producción con impactos considerables sobre el
medio ambiente. Así, las explotaciones de regadío—sector que consume más del 75%
del agua en nuestro país—reciben de media el triple de pagos que las de secano
(WWF y SEO/BirdLife 2010). Existe, además, una clara conexión entre mayores niveles
de pago y sobreexplotación de acuíferos o contaminación de las aguas por nitratos de
origen agrario, lo que directamente pone en jaque a la actividad agraria, pero también
complica el abastecimiento de agua a poblaciones en ciertas comarcas.
Mientras, agricultores y ganaderos en la Red Natura 2000 -la iniciativa más importante
para conservar la biodiversidad europea- o aquellos que con sus buenas prácticas
contribuyen a preservar el buen estado de los recursos naturales, quedan
prácticamente al margen de la PAC. Ello a pesar de que es precisamente ésta la
agricultura que modela paisajes únicos, preserva cultivos y razas en extinción, atesora
la cultura de nuestros pueblos y favorece la creación de otros empleos, como los
vinculados al turismo rural o de la naturaleza. Todo ello en una clara muestra de
descoordinación entre los objetivos ambientales de la UE, en especial en materia de
aguas y biodiversidad, y la actual PAC.
A dónde vamos: una apuesta valiente, pero necesaria
Con la intención de resolver estos retos pendientes, la Comisión Europea presentó en
2011 una propuesta para la PAC 2014–2020. Entre las novedades en materia
ambiental figura la posibilidad de considerar a la Directiva Marco de Agua como
normativa a incluir en la condicionalidad de las ayudas. En lo que respecta al primer
pilar, se propone la transición hacia un pago básico para todos los productores, que
abandone las referencias históricas del actual, e incluye una nueva línea de pagos
verdes (greening). Éstos irían destinados a fomentar la diversificación de cultivos en las
explotaciones, el mantenimiento de superficies de interés ecológico (barbechos, franjas
tampón, etc.) en las mismas y proteger los pastos permanentes. En cuanto al segundo
pilar, se busca su uso coordinado con el de otros fondos europeos (Fondo de
Cohesión, Pesca, etc.) y se organiza en torno a seis prioridades, dos de las cuales son
de carácter ambiental: restauración, conservación y mejora de los ecosistemas y
eficiencia de los recursos y economía baja en carbono.
Si bien estos avances son necesarios, la propuesta de la Comisión incluye
posibilidades de mejora. Éstas se basan en la premisa de que sólo con sólo con una
PAC más verde no sólo estaríamos asegurando el futuro de la agricultura, al preservar
el buen estado de los recursos naturales en los que se basa esta actividad, sino del
medio rural en su conjunto. Además, una reorientación de la PAC (Bird Life et al. 2011)
hacia actividades respetuosas con el medio ambiente aumentaría por tres su potencial
para crear empleo. Para ello, el nuevo modelo debería hacer valer los principios de
“dinero público para bienes públicos” y “quien contamina, paga”. Sería a su vez
necesario un reequilibrio presupuestario entre pilares, destinando el 50% de los fondos
a cada uno de ellos, un seguimiento y evaluación adecuados de todas las medidas y la
participación de todos los interesados en esta reforma.
España, con especies singulares que dependen de la actividad agrícola y ganadera
extensiva, como buitres y avutardas, y con una extensa tipología de sistemas agrarios
de alto valor natural, como las dehesas, tiene más que ganar defendiendo este nuevo
modelo. Con nuestro clima no se puede competir en el mercado global en cantidad,
pero sí en lo referente calidad y valores ambientales asociados a modelos de
producción respetuosos con el medio ambiente. Pero para ello es necesaria esta nueva
PAC, que apoye a los agricultores y ganaderos que ya están en esta línea y a aquellos
que quieren cambiar, puesto que los beneficios que generan no son reconocidos ni
recompensados en el precio final de sus productos en el mercado.
Todos son argumentos a favor de una nueva PAC. Sólo con un nuevo modelo, que
apoye a los que realmente producen alimentos sanos, sostenibles y de calidad
alcanzaremos los objetivos ambientales a los que estamos comprometidos, a la vez
que se crea empleo y se lucha contra la despoblación de las zonas rurales.
La modernización de regadíos
¡Algo más que cambiar canales por
tuberías!
La modernización de regadíos puede ser una oportunidad para asegurar la rentabilidad
del regadío si ayuda al agricultor a incorporar en su explotación los objetivos de la
Política Agraria Común y la Directiva Marco de Agua: producir alimentos de calidad,
que demande el mercado, y utilizando el agua y demás recursos con el menor impacto
sobre el medioambiente.
Desde el final de la sequía de los años 1992-1995, el sector del regadío percibió
claramente que se había producido, y que continuaría, un desfase entre los ritmos de
crecimiento de la demanda de agua para riego y las posibilidades de aumentar la oferta
de recursos hídricos. Al mismo tiempo la competencia de otros sectores productivos
por el agua y sobre todo la necesidad de asegurar reservas plurianuales para el
abastecimiento de la población que evitarán el injusto y bochornoso espectáculo de que
una parte importante de la población española hubiera sufrido restricciones en esos
años, aumentaba la sensación de precariedad de muchos de los regadíos españoles.
El Plan Nacional de Regadíos horizonte 2008 preveía modernizar 1.135 miles de
hectáreas al final de este horizonte y otra cantidad igual para el siguiente, con una
inversión del orden de los 3000 € por hectárea, que ha sido cofinanciada en un 65%
con fondos públicos, en gran parte europeos, consiguiéndose un ahorro de agua del
orden del 22% de la que consumían inicialmente. El apoyo público y la iniciativa de los
regantes han dado muy buenos resultados, acercándose las realizaciones a los
objetivos programados en el Plan Nacional de Regadíos.
Las actuaciones de modernización de regadíos comportan en muchos casos la
introducción de sistemas de riego más eficientes, con ventajas claras para el agricultor
en los años de escasez de agua y que disminuyen, al estar automatizados muchos de
ellos, las necesidades de mano de obra. El ahorro de agua en parcela puede ser
bastante elevado, pero no tanto a nivel de cuenca al disminuir notablemente los
retornos por desagüe del exceso de agua que se aplicaba anteriormente.
Los datos disponibles muestran que en el período 2002-2011 ha disminuido en España
un 15% los riegos por gravedad o aspersión y han aumentado un 17% los riegos
localizados. Andalucía, Murcia y Canarias superan ya el 70% de sus riegos con
sistemas localizados. Por el contrario Navarra, Aragón y Cataluña mantienen más del
50% de sus riegos por el sistema de gravedad. Parece deducirse que la modernización
de los regadíos españoles avanza más por el Levante y el Sur, que por el Centro y el
Norte, en relación con la mayor productividad de las primeras frente a las segundas.

Los regantes que han modernizado sus fincas han comprobado de nuevo en la sequía
del 2004 al 2008 que con la mejor eficiencia en el uso del agua conseguida han podido
gestionar mejor la escasa agua disponible.
En Andalucía se han modernizado 352 miles de hectáreas y se ha estimado el ahorro
neto de agua en unos 1.250 m 3/ha., una vez descontada la minoración de los retornos,
o lo que es lo mismo, un volumen anual de 435 hm 3. Pero en el mismo tiempo han
aumentado los regadíos en 290 mil hectáreas, la mayoría de olivar, con lo que
realmente se ha producido un incremento del consumo total de los regadíos de un 2%
respecto a 1998.
Se produce un debate en la actualidad sobre la eficiencia de las políticas de
modernización de regadíos y si han conseguido disminuir la amenaza de restricciones
de agua en años de sequía y al mismo tiempo aminorar la presión sobre los recursos
hídricos, mejorando el estado ecológico de las masas de agua, puesto que en muchas
zonas, no solamente en Andalucía, han aumentado, al mismo tiempo, las superficies
dedicadas al regadío. Asimismo, la modernización del regadío ha propiciado la
introducción de conducciones y sistemas de riego a presión, con lo cual ha aumentado
fuertemente el consumo energético, cuyo coste supera con creces el de las tarifas
públicas del agua que pagan los regantes.
Son dos las visiones que hay que hay que coordinar en materia de modernización de
regadíos: el regante busca la máxima viabilidad de su explotación, mientras que la
sociedad debe exigir la sostenibilidad en el uso del agua y el territorio.
Para los próximos años el apoyo público a las modernizaciones de regadíos deberá
atenerse al reglamento FEADER[1], cuyo último borrador prevé que únicamente se
considerarán subvencionables las inversiones que permitan reducir el consumo anterior
de agua en un 25% como mínimo, estableciendo un porcentaje único de contribución
del FEADER aplicable al 50% del gasto público subvencionable que podrá
incrementarse en un 20% en inversiones colectivas y proyectos integrados.
La modernización de regadíos viene siendo identificada -casi en exclusividad- con la
sustitución de canales y acequias por una red presurizada a la demanda. El riego por
gravedad ha sido descalificado frente a los sistemas de riego a presión, cuando
observamos que el ahorro de agua a nivel de cuenca es muy inferior al del nivel de
parcela, al existir la utilización en cascada de los retornos de riego. Por su parte,
recientes trabajos avalan la idoneidad del riego por turnos en determinados supuestos
(por ejemplo, las zonas de olivar regadas con aguas invernales). Los sistemas de riego
deberán ser diseñados en función de las características concretas de cada zona.
Hay que traspasar la frontera de la modernización de los sistemas de riego hacia la
modernización de las explotaciones de regadío: la eficiencia, la flexibilidad y el control
del uso del agua deben permitir avanzar en la reorientación hacia los cultivos con
mayor futuro en el marco de la PAC, con mayor demanda en los mercados, productos
de calidad, con mayor margen económico y que maximicen el empleo disponible. La
modernización de regadíos aumenta considerablemente el margen de maniobra del
agricultor para diversificar las estrategias productivas y adaptarse al mercado: este es
el camino a seguir.
La tradición heredada del regadío se visualiza a través del rico patrimonio hidráulico,
paisajístico y cultural de las zonas de riego, y el reconocimiento del agua como recurso
que racionalmente utilizado genera el bienestar colectivo. Los nuevos enfoques deben
reconocer y poner en valor este valioso patrimonio y legado cultural que representa el
rico repertorio de saberes, oficios y tradiciones de relevancia histórica incuestionable.
Es momento de revisar modelos y paradigmas de la agricultura de regadío
insertándolos en los enfoques de la eficiencia en el uso del agua, la minoración de la
contaminación difusa, la rentabilidad de las explotaciones, los productos de calidad y su
contribución al desarrollo rural. Se impone un cambio ético en la concepción del
regadío con criterios, prioridades y enfoques propios del siglo XXI.
Agricultura y medio ambiente, dos caras
de la misma moneda
La consecución de los objetivos ambientales de la Unión Europea, como el buen
estado de ríos y acuíferos, frenar la pérdida de biodiversidad o luchar contra el cambio
climático; dependen en gran medida del modelo agrícola y ganadero que promovamos.
Sólo con una agricultura sostenible tendrán futuro los ecosistemas, sólo con unos
ecosistemas sanos tendrá futuro la agricultura.
Durante siglos, agricultores y ganaderos extensivos han proporcionado alimentos a la
población, a la vez que modelado el paisaje y preservado cultivos, razas y especies
únicos, con prácticas acordes a la capacidad del medio. Sin embargo, el proceso de
intensificación agraria del último siglo ha traído consigo una serie de impactos
ambientales, e incluso sociales, de calado. La búsqueda de una mayor productividad,
en términos meramente económicos, ha llevado en ocasiones al límite a los
ecosistemas, manifestándose en una disminución de los servicios que la naturaleza
nos presta gratuitamente, como el control de las inundaciones o el almacenamiento de
carbono.
Mientras, el abandono de las prácticas extensivas también ha tenido efectos nocivos,
visibles en numerosos rincones del territorio. La pérdida del pastoreo en prados y
pastos o la desaparición de las rotaciones de cultivos y los barbechos, propios de la
agricultura mediterránea, ha supuesto una amenaza directa para la conservación de
especies únicas, como avutardas o alimoches. Sin olvidar, que este modelo de
agricultura en peligro atesora también una cultura y gastronomía propia del medio rural,
apreciada por el conjunto de la sociedad. Una agricultura que aunque no puede
competir en un mercado global en cuanto a cantidad, si lo puede hacer en lo que
referente a productos de calidad y valores ambientales asociados.
Es por tanto necesario lograr de nuevo el equilibrio entre agricultura, ganadería y medio
ambiente. De esto depende la gestión del 80% del territorio de la Unión Europea (UE)
y, con ello, la conservación de los recursos naturales, frenar la pérdida de biodiversidad
o disminuir los efectos del cambio climático.
¿Un futuro verde oscuro?
Uno de los retos ambientales más importantes derivados de la intensificación de la
agricultura es el relacionado con el agua. La apuesta masiva por el regadío como único
motor de desarrollo rural ha sobrepasando en numerosas zonas la capacidad de
abastecimiento de ríos y acuíferos, conllevando su sobreexplotación, salinización o
contaminación. A esto hay que sumarle los cada vez menores recursos hídricos
disponibles, por efecto del cambio del cambio climático. Sin olvidar el más de medio
millón de pozos ilegales que en nuestro país ejercen una competencia desleal a los
agricultores de secano y a los regantes legales, con impactos conocidos sobre lugares
emblemáticos, como el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel o el Espacio Natural
Doñana (WWF 2012).
Este modelo de producción también ha sido señalado por la propia UE como una de las
principales causas de la acuciante pérdida de biodiversidad que sufrimos. Así el 48%
de los hábitats y el 30% de las especies de la Unión se encuentran amenazados por la
actividad agrícola intensiva. A la vez, el 80% de los hábitats que dependen de la
agricultura extensiva se encuentran en un estado de conservación desfavorable (CE
COM 2009). Pero esta pérdida va más allá de la biodiversidad salvaje, afectando
también a la agrodiversidad. La práctica totalidad de las razas autóctonas españolas
están en riesgo de desaparición -al ser desplazadas por animales selectos,
teóricamente más productivos- y una situación similar sufren las variedades locales
cultivadas.
Otro de los aspectos que tiene que afrontar el sector es el de preservar la fertilidad del
suelo, principal patrimonio del agricultor. La mitad del territorio nacional está calificado
como en riesgo de desertificación medio-alto y con niveles de materia orgánica por
debajo de lo deseable para mantener su capacidad productiva.
Tampoco hay que olvidar el cambio climático, al que el sector agrario contribuye con
casi el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero. La mitigación y
adaptación a sus impactos es otra de los retos urgentes, pues nadie padece más
directamente que agricultores y ganaderos fenómenos climatológicos, como
inundaciones y sequías, cada vez más extremos.
La situación es tal que el informe sobre “La economía de los ecosistemas y la
biodiversidad” (TEEB 2009) alerta de que si no cambiamos la forma en que
gestionamos los recursos naturales, en 2050 el 11% de las zonas naturales existentes
en el 2000 desaparecerán por conversión de los terrenos para uso agrario, expansión
de las infraestructuras y el cambio climático. Y señala, además, que el 40% de la tierra
a nivel mundial actualmente gestionada mediante prácticas extensivas habrá pasado a
un uso intensivo, con el consiguiente impacto sobre el medio natural.
Mucho más que una actividad económica
Pero no todo son malas noticias. Al contrario, existe un modelo de agricultura y
ganadería, del que España puede considerarse un referente mundial en cuanto a su
alianza con la biodiversidad. Así, 10 millones de hectáreas de los 14 millones incluidas
en la Red Natura 2000 en nuestro país dependen del buen hacer de agricultores y
ganaderos, que con sus buenas prácticas proporcionan alimento y cobijo a especies
únicas en el mundo. A esto hay que añadirle la importante superficie y variedad de
Sistemas Agrarios de Alto Valor Natural existentes. Estos prados con ganadería
extensiva, dehesas o cultivos de secano en mosaico, entre otros, en los que abundan
importantes retazos de vegetación natural, son clave para detener la pérdida de las
especies.
También hay posibilidades de mejora en materia de aguas. Esto pasa por el apoyo
decidido a los cultivos tradicionales de secano con variedades locales, adaptadas a
nuestras condiciones agroclimáticas, y por el ahorro de agua en los de regadío. Para
esto último aún hay margen de maniobra. Se estima que un 25% del agua total extraída
en la UE para la agricultura podría ahorrarse a través de mejoras en las redes de
distribución de riego (EEA 2012). No obstante, es necesario recalcar que el potencial
de la modernización de regadíos (si es posible, enlace a la parte de modernización)
para asegurar un uso sostenible del agua en la agricultura dependerá del destino final
del agua ahorrada. Sólo si la misma se dedica a garantizar el buen estado de las
masas de agua, en cumplimiento de los objetivos de la Directiva Marco de Aguas
(DMA), podremos considerar que uso eficiente y sostenible van a la par.
Otras buenas prácticas cada vez más extendidas, como las contempladas por la
producción ecológica, destinadas a fomentar el uso de cubiertas vegetales o abonos
orgánicos, son clave para preservar la fertilidad natural del suelo o mejorar su
capacidad para retener agua y carbono. Sin olvidar otras actuaciones sencillas, que
cada agricultor o ganadero puede realizar en sus explotaciones -como mantener la
vegetación natural en las lindes, conservar árboles, setos y sotos, así como otros
elementos del paisaje, tipo muretes de piedra o terrazas-. Éstas aportan no sólo
beneficios ambientales, sino también agronómicos. Se mejora así la productividad de
las explotaciones, a la vez que su biodiversidad y el buen estado de los recursos
naturales. Mientras, aumenta la fortaleza de los ecosistemas frente a la sequía, a la vez
que se lucha contra el cambio climático y se diversifica el paisaje.
Agricultura y medio ambiente, caminando juntas
Existe un modelo agrario que camina de la mano con el medio ambiente. No en vano,
la agricultura ha sido señalada por al UE como un sector clave para frenar la pérdida de
biodiversidad en 2020 (CE COM 2011), a la vez que un sector estratégico para
alcanzar los objetivos de la DMA.
Es un modelo en el que agricultores y ganaderos producen alimentos sanos y de
calidad mientras cuidan los recursos naturales -suelo y agua- de los que depende su
propia actividad, respetan y protegen la biodiversidad y hacen frente a los impactos del
cambio climático.
Paradójicamente, estos bienes públicos no están valorados por un precio adecuado de
los productos en el mercado, ni tampoco suficientemente apoyados por las políticas
públicas. Afortunadamente estamos a tiempo de darle la vuelta, tanto con la nueva
Política Agraria Común (PAC), como consumidores, apoyando con nuestra opción de
compra los productos locales, ecológicos, de temporada y respetuosos con el medio
ambiente, y con esto a sus productores.
Esta es la agricultura que necesitamos, sin la que el medio ambiente y ni tan siquiera el
medio rural, tendría futuro. Y con un medio ambiente que se muestra a su vez como su
principal aliado, facilitando el control natural de plagas, proporcionando agua en
cantidad y calidad para las cosechas o insectos para la polinización de los cultivos.
Agricultura y medio ambiente de la mano, inseparables, en alianza.
Referencias
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