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Juan Pablo Espinosa Arce. Hace varios días venía pensando en el tema de ofrecer algunas ideas en
torno a la figura espacial de la ventana. El porqué, en realidad, se entiende en razón que el lugar
desde el cual trabajo, preparo mis clases, pienso y escribo estas reflexiones está acompañado por
un ventanal que me regala una vista privilegiada de la Plaza de Armas de mi ciudad, Rancagua. La
ventana, se ha transformado para muchos de nosotros en esa vía de contacto con el exterior, con
ese “afuera” que está en la distancia y del cual “escapamos” para evitar contagiarnos. Las
ventanas son espacios que permiten la entrada de la luz y el intercambio de oxígeno. Así, me di
cuenta de que hablo desde mí lugar y sobre mí lugar.
Leonardo Boff en su obra El águila y la gallina afirma que todo punto de vista es la visión de un
punto. Hablo y escribo estas intuiciones desde mi mesa de trabajo, al lado de mi ventana. Ella se
ubica a mi mano izquierda. La ventana de mi pieza-escritorio me es familiar, es parte de mi habitar
cotidiano. Miro la cuarentena y la pandemia desde mi ventana. Desde ella vivo la experiencia de la
incertidumbre, muy característica en esta época, y desde aquí, desde este lugar pienso y vivo parte
de mi fe. Otro autor, José Santos Herceg en su libro Conflictos de representaciones: América Latina
como lugar para la Filosofía indica que “no da lo mismo el lugar” desde donde surge la reflexión.
Hablamos situadamente, especialmente. Escribo al lado de mi ventana. Y mientras escribo miro
por ella como buscando qué decir. El lugar, dice Santos Herceg, es fundamental para la
enunciación.
Las ventanas tienen la particularidad de poseer una especial vitalidad. El cantautor Manuel
García así la describe: “Tu ventana, que es una lámpara, una espada; una bandera que alzó el
corazón, con chocolate y olor a limón se hizo una estrella”. La ventana tiene aromas y colores. Las
ventanas están vivas y dan vida. Y, al revés, qué deshumanizada es una vida y una casa sin
ventanas, por ejemplo, las de las cárceles.
La palabra “ventana” proviene del latín y está emparentada con el ventus, con el viento. Es el lugar
por donde pasa el viento. Es un espacio de apertura. Juan XXIII al comienzo del Concilio Vaticano
II indicó que era necesario abrir las ventanas para oxigenar o renovar la Iglesia.
En la época de la pandemia hemos asumido el ritual del ventanear, de mirar por la ventana.
Cuando ejecutamos este rito se hace presente la añoranza, aparece el sentimiento de una
carencia, de la esperanza de que aquello que ahora miramos a la distancia lo podamos volver a
sentir físicamente.
¿Y hoy? ¿Cómo habitamos nuestras ventanas?, ¿qué colores tiene?, ¿hacia dónde mira?, ¿hemos
asumido el rito de mirar a través de ella?, ¿estamos agudizando el oído, la vista, el corazón para
captar el paso de Dios a través de la ventana-vida? La ventana nos acompaña en cuarentena, en la
época de la pandemia. Ella es la salida que nos hace mantener el contacto con el incierto exterior.
Quizás los versos del poeta eterno Víctor Jara nos ayuden también a mirar este espacio de vientos
y luces: