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CAPÍTULO VI.

ÉTICA

El estudio de las leyes que gobiernan la actividad libre del hombre surge cuando
éste, quien es el artista de su propia belleza determina las pautas de
comportamiento que tiene que seguir para alcanzar la perfección a la cual está
inclinado por su espiritualidad; sin embargo, no solo se tiene a su cargo a sí mismo,
sino también la naturaleza que lo rodea por ser él superior a ésta en cuanto a que
está dotado de razón.

6.1 la Ley.

Se le llama ley a la regla o medida de los actos, sin embargo, el angélico maestro
dirá más completamente que ‘la ley es la ordenación de la razón al bien común,
promulgada por aquel que tiene a su cargo la comunidad’. La ley es pues la que
organiza los actos humanos y tal no puede partir más que de la razón, por tanto
deben ser las leyes un ordenamiento razonable.

En este escrito se distinguen tres clases de leyes por la cual se modera el


comportamiento humano encaminado hacia el sumo bien y la belleza plena. La
primera es la ley natural, que se entiende como “la ley impuesta al hombre cuando
le fue dada su naturaleza racional,”1 pero tal ley no se concibe si se niega la
existencia de Dios, pues es propiamente esta ley como lo dice santo Tomás:
‘participación de la ley eterna en la criatura racional.’

La segunda es la ley positiva, que se entiende como la ley humana, y tiene dos
funciones de las cuales una es confirmar las exigencias de la ley divina y la otra,

1
Conferencia Episcopal de Colombia. Compromiso moral de cristiano. Bogotá: S.P.E.C. 1985. Pág.
65.
sacar de ella consecuencias para la vida práctica; sin embargo, no siempre son
éstas verdaderas leyes, pues para que lo sean deben: 1) estar de acuerdo con la
ley divina. 2) ser justas y equivalentes. 3) estar en pro del bien común. 4) ser
posibles de cumplir.

Y la tercera es la ley Divina, que se entiende como la ley dada por Dios de forma
directa a los hombres. Esta ley está contenida en las sagradas escrituras y “pueden
referirse al orden natural o al orden sobrenatural o de la gracia,”2 Y es
necesariamente recibida pues algunas veces está por encima de la razón humana.

6.2 Entendimiento, Voluntad y Libertad.

La voluntad y el entendimiento, conocidas como las facultades del alma, ocupan un


lugar muy importante dentro de la moral. En primer lugar la voluntad se ha tratado
“en relación con los problemas de la intención y con las cuestiones concernientes a
las condiciones requeridas para alcanzar el bien,”3 y en segundo lugar el
entendimiento que se puede comprender también como la entera facultad
intelectual. Tales facultades previamente mencionadas pueden entenderse en
cuanto que, la voluntad mueve al entendimiento y a todas las potencialidades del
alma.

La libertad por otra parte es “la racionalidad misma de la voluntad, como facultad
espiritual que es, en su tendencia necesaria hacia el bien, objeto propio de su
amor.”4 De esta manera se afirma que un acto es verdaderamente humano cuando
es verdaderamente libre, y así, “descubre el hombre la esencia de la libertad al
sentirse solicitado por el bien moral […]. La libertad no está en la ‘necesidad’ física

2
Ibíd. Pág. 65.
3
Ferrater Mora. J. Óp. Cit. Diccionario de filosofía, 4. Pág. 3455.
4
Arboleda E. Apuntes exclusivos para clases de Ética. 2011. Pág. 10.
de hacer el bien, sino en el ‘deber’ moral de practicarlo. No está en ‘dejarse arrastrar’
violentamente por el mal, sino en ‘sentirse tentado por él’.”5

Tal concepción de libertad previamente dicha, al negarse ‘El Bien’ como lo que
perfecciona éste acto y a lo cual tiende, dejando de lado una libertad humana
participativa, por una libertad humana absoluta, en donde “la libertad no es ya un
acto realizado por una facultad de la naturaleza humana, sino que es la esencia
humana misma”6, cae en quedar sola y sin referencias, convirtiéndose en el principio
eficiente y formal de la acción moral. Ésta conclusión es nefasta, pues se suprime
el orden y se cae en la anarquía moral, desperfeccionando al hombre mismo,
concibiendo la libertad como elección de bien o mal y no como opción de elegir entre
bien y mal el bien que perfecciona.

Ciertamente, tales pensamientos carecen de un sentido práctico positivo y expresan


solo la necesidad de negar a Dios para afirmar al hombre, sin embargo, hacerlo de
esta manera sugiere poner en el lugar de Dios algo que determine un orden de los
comportamientos de la misma forma que Dios lo hace, pues para el bien vivir del
hombre no es admisible una anarquía, sino por el contrario un orden de actos que
lo perfeccionen y a los cuales pueda acceder libremente; luego, si ese algo tiene la
mismas características de Dios debe ser Dios y necesariamente el hombre participa
de su libertad divina.

6.3 Virtud.

La virtud puede entenderse en el desarrollo de las potencialidades del hombre en


orden a la voluntad como cualidades propias de las personas que las perfeccionan
realmente, haciéndolas propiamente buenas, de esta manera san Agustín definió la

5
Conferencia Episcopal de Colombia. Óp. Cit. Pág. 59.
6
Lucas Lucas R. Horizonte Vertical. Madrid: BAC. 2010. Pág. 39.
virtud como “una buena cualidad de la mente, por la cual se vive con rectitud, de la
cual nadie hace mal uso.”7

La virtud es considerada como una inclinación al bien, por lo cual nadie puede usar
la virtud para obrar mal a menos que no obre virtuosamente; sin embargo, las
virtudes deben practicarse teniendo en cuenta que convengan sus actos a la
naturaleza individual en la que actúa, pues lo que a uno puede ser conveniente a
otro puede ser malo. Además “el acto virtuoso tiene un doble principio: el principio
activo, que es la razón en cuanto mueve la voluntad presentándole el objeto que
satisface la tendencia al bien, o sea el amor; y la voluntad que es el principio pasivo
que tiende al bien presentado por la razón y mueve las demás facultades para
alcanzar el bien o valor conocido por la razón.”8 Pero no es suficiente con realizar
un acto bueno tan solo una vez o unas cuantas veces, sino que es necesario que
se forme la voluntad en la constancia para que después tienda al bien naturalmente.
Así, la virtud es el hábito operativo que perfecciona la voluntad, determinándola a
realizar actos humanos moralmente buenos.

La virtud como se insinuó anteriormente, perfecciona a la naturaleza individual, por


lo cual no puede ser practicada de la misma forma por todos, sino cada uno según
su capacidad y siempre evitando excesos y defectos. En conclusión, “las virtudes
perfeccionan la razón, la voluntad, y las tendencias sensitivas: la razón por la
prudencia; la voluntad por la justicia; y las pasiones, por la fortaleza y la templanza.
Es estas cuatro virtudes se fundamentan las demás virtudes morales.”9

6.4 Ética Cristiana.

7
Ibíd. Pág. 34.
8
Ibíd. Pág. 35.
9
Ibíd. Pág. 36.
La ética cristiana se desarrolla dentro de una dinámica de iglesia, en la cual se vive
en comunión y participación con los demás, con la mira siempre puesta en el Reino
de Dios. Gracias a que es el Espíritu en quien mora la ética cristiana, ésta siempre
está en una búsqueda continua de la vida en comunión, cuya base fundamental
puede decirse que es la caridad, siguiendo lo expuesto por Jesús: “Ama a tu prójimo
como a ti mismo.”

Además, la ética cristiana vive en la esperanza por la promesa hecha por Dios
primero a su pueblo elegido, Israel, y después al resto de la humanidad. “Cristo se
presenta como el heraldo y gestor del Reino de Dios, mostrando sus verdaderos
valores de amor, justicia, paz, verdad y santidad. Para recibir el Reino, Cristo exige
la actitud fundamental de la conversión y un comportamiento consecuente con el
Reino,”10 a lo cual se puede llamar también: ‘moral del Reino de Dios.

Uno de los aspectos que se suma a la ética cristiana es la acción sacramental, pues
en ésta se expresa y manifiesta en sentido de pertenencia a la Iglesia. “El
sacramento es, pues, encuentro, diálogo, culto y santificación por Cristo en la
Iglesia. Los sacramentos ocupan un lugar vital en la Iglesia; la Iglesia tiene una vida
intrínsecamente sacramental.”11 Así la ética o moral cristiana es moral eclesial, y
ésta a su vez es moral sacramental.

Finalmente, la ética cristiana es de orden escatológico, pues está orientada a recibir


los beneficios plenos de las buenas acciones de la vida más allá de la misma, así,
la vida temporal adquiere una dimensión de eternidad; lo material, asumido y
ofrecido, se trona en proyección de lo infinito y lo absoluto.

10
Conferencia Episcopal de Colombia. Óp. Cit. Pág. 118.
11
Ibíd. Pág. 121.

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