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Pérez Flores, Edwin Guillermo

Literatura Iberoamericana IV
Una escritura liberadora: Rubem Fonseca
¿Cuál es la relación de estos cuentos con el resto de la narrativa vista en clase?
Quizá esté en el grado de explicitud de la violencia física y psicológica, el cual, en los cuentos de
Fonseca, alcanza el punto álgido. Uno de los autores más cercano a esta poética inundada de
sangre es Juan José Saer, con la diferencia de que, a pesar de que ambos vislumbran una belleza
oculta en acto de crear y narrar un asesinato, los homicidios perpetrados por Lautret (pues, a parte
de incrementar la brutalidad de los crímenes, sin duda fue la mejor hipótesis sobre el posible
geriatricida) se comenten con sutileza, digamos, con una técnica premeditada con la que a
primera vista la escena del crimen parecía un caos cualquiera, pero, después de una mirada
analítica, hacían mirar patrones, símbolos, coherencia entre los elementos, en comparación con
los del Cobrador, en específico, aquél en el que intentó degollar a un “fifí” con un machete de un
solo tajo, y con los realizados por el protagonista de “Paseo Nocturno”, quien, si bien se ceñían a
una rutina nocturna obligatoria, aquél actuaba más por azar, por superar un “día terrible en la
oficina” (como la Raba de Boquitas Pintadas, quien no pudo soportar que Pancho se acostara
descaradamente con Mabel, mas ella lo hizo por una arrebato de ira, no por placer) que por una
conciencia grotescamente lúcida. El otro escritor es sin duda García Márquez, pero aquí, la
distinción radica en que, aunque hubo un único doble desmembramiento del cuerpo de Santiago
Nasar en el que realmente toda una población participó al no evitarlo, las muertes en los relatos
de Rubem son continuas, obsesivas, hechas por un sólo personaje (“Paseo…”) o hasta dos (“El
cobrador”) cada una igual o peor que el anterior, pues cada uno provocaba esa tensión que haría
“el alivio era mayor”.
No obstante, por si fuera poco la violación llevada a cabo por el cobrador-fontanero,
Rubem no nos decepciona y nos cuenta, casi como una confesión (para la cual no es gratuito la
referencia directa a Crimen y Castigo, en la que Raskolnikov justifica su futuro crimen, y a
Mann, quien en su Muerte en Venecia también narra otro caso de pedofilia atenuado
asquerosamente con la belleza y la teoría de las ideas platónicas), el abuso del "Pierrot de la
caverna" a una niña de 12 años. En este punto, la violencia descrita y denunciada por las
personajes de la Última Niebla, quienes sólo podían vivir en la ensoñación (morir
“correctamente”) o tener un amante (“morir incorrectamente” como Regina) o las de Lispector,
quienes, después de experimentar aquellas epifanías regaladas por su cotidianidad, sabían qué
eran más que una Esposa o una Madre, que tenían una identidad propia que rebasaba cualquier
estereotipo, es simplemente indescriptible, por ello es que en ese cuento parece que todo sucede
en la mente del criminal, como si fuera, por su continuidad y longitud saereniana, una sola
oración interminable. Este grado de inenarrabilidad hace alejarse del silencio de los cuentos de Di
Benedetto, pues los de Rubem son una algarabía de voces que encuentran en la muerte un poco
alivio, de los cuentos fantásticos en que la violencia hacia el lector parece un chiste, de los
absurdos de Levrero y de Peri Rossi que realmente aquí servirían como buenas lecturas para salir
de las impresionantes atrocidades en que nos encarcela Fonseca con sus letras. Sin duda, el mejor
adjetivo para calificar a este escritor brasileño sería el de liberadoramente inquietante.

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