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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACION CIVIL Y AGRARIA

Magistrado Ponente: Dr. Manuel Ardila Velásquez

Santafé de Bogotá, D. C., doce (12) de octubre de mil


novecientos noventa y nueve (1999).-

Referencia: Expediente No. 5253

Decídese el recurso de casación interpuesto por el


demandante contra la sentencia de 12 de septiembre de 1994, proferida por el
Tribunal Superior del Distrito Judicial de Manizales en el proceso ordinario de
Walter Vallejo Valencia contra Industria Licorera de Caldas.

I.- Antecedentes

1. Tal proceso se abrió con el libelo en que el actor pidió


que a la demandada se la declare civilmente responsable de los perjuicios que le
causó José Uriel Marín Isaza, empleado de la misma.

2. Fundó sus pretensiones en que el 29 de agosto de 1990,


encontrándose en el andén de la avenida 28 entre calles 24 y 25 de Manizales,
frente a la ferretería donde laboraba, fue atropellado con el espejo retrovisor de
la camioneta Chevrolet Luv, modelo 1988, placas OU 28-03, perteneciente a
la empresa demandada y conducida a la sazón por su empleado José Uriel Marín
Isaza, con tan mala suerte que, tras caerse, las ruedas traseras del vehículo
pasaron sobre sus piernas, las que resultaron fracturadas, amén de que sufrió
desviación del tabique nasal, produciéndole incapacidad permanente y
definitiva, pues no pudo volver a su actividad acostumbrada. El accidente
ocurrió porque el automotor se desplazaba a excesiva velocidad y muy recostado
sobre el andén.

3. Contestó la demandada con expresa oposición a las


pretensiones. Dijo que el automotor marchaba a una velocidad normal y sobre
la zona destinada al tráfico vehicular; negó asimismo que con el retrovisor
hubiese atropellado al actor.

Excepcionó así:

a) Inexistencia de responsabilidad y culpabilidad civiles,


dado que en la investigación penal iniciada por tales hechos, se decretó la
cesación de todo procedimiento en favor del conductor sindicado, por haberse
encontrado probada "una causal excluyente de responsabilidad". Decisión que,
ejecutoriada, produce efectos de cosa juzgada erga omnes.

b) Carencia de acción, en vista de que además de lo


anterior, Walter se constituyó allí en parte civil, y, por lo tanto, ya quedó
cerrada la posibilidad de discusión en materia indemnizatoria.
c) Ausencia de culpa, porque el accidente obedeció a
circunstancias ajenas al conductor, puesto que el actor ocupó el espacio y la vía
destinados al tránsito de los vehículos automotores. Hubo culpa exclusiva de la
víctima pues se encontraba muy a la orilla del andén y de espaldas a la calle; y
posiblemente estaba jugando o peleando con uno o más de sus compañeros,
perdió el equilibrio y cayó a la vía, con el infortunio de ser recibido por el
vehículo, lo que genera una causa extraña.

4. El 12 de abril de 1994 se clausuró la primera instancia,


mediante fallo desestimatorio que profirió el juzgado cuarto civil del circuito de
Manizales, el cual, apelado que fue por el demandante, confirmó el Tribunal
Superior de Manizales en el suyo de 12 de septiembre del mismo año.

5. Visto quedó que el del tribunal fue recurrido en casación


por la misma parte.

II. La sentencia del tribunal

Tras el relato litigioso, al ocuparse de la eficacia de la cosa


juzgada destacó que la que se produce en materia penal, a diferencia de la civil,
genera efectos erga omnes. Apuntó también que las causales que en tal caso
determinan la "improcedibilidad de la acción civil" no son taxativas, teniendo
cabida, por tanto, otras no mencionadas en el artículo 55 del decreto 50 de
1987, norma aplicable a esta controversia.
Así, "cuando la resolución o decisión absolutoria proferida
por el juzgador en lo criminal se fundamenta o apoya, en tratándose de
responsabilidad civil extracontractual por culpa probada, (art. 2341 C. C.), en
que no existió dolo ni culpa del autor del menoscabo, o, en que el accidente
generador del perjuicio ocasionado durante el ejercicio de actividades
peligrosas, (art. 2356 ibídem), es el resultado de una causa extraña, la
determinación exculpatoria pronunciada por el juez Punitivo produce efectos
frente a todo el mundo, así en el artículo 55 del Decreto 50 de 1.987, no se
hubiera contemplado estos eventos como uno de aquellos que constituyen cosa
juzgada penal".

Hizo ver que la no taxatividad en el punto fue decidida por


la Corte Suprema al analizar el art. 30 del decreto 409 de 1971 (de alcance
idéntico al 55 precitado), pues que en fallo de 29 de agosto de 1979 indicó que
si la justicia penal, por ejemplo, sobresee definitivamente porque llega a la
conclusión de que el hecho se debió a culpa exclusiva de la víctima, "debe
acatarse la cosa juzgada penal, esto es, no puede ponerse en duda cuál fue la
verdadera y única causa del fallecimiento (o de las lesiones) de la víctima ... Es
imperativo lógico que la verdad es una y que no puede ser objeto de
apreciaciones y decisiones antagónicas por parte de la justicia ordinaria, tales
como que en lo penal se dijera que un mismo hecho perjudicial no fue obra del
sindicado y en lo civil se afirmase lo contrario".

De manera que si en este caso los jueces penales hallaron


que el accidente obedeció a una causa extraña no imputable al conductor del
vehículo, y por ello ordenaron cesar todo procedimiento en contra de Uriel
Marín Isaza, no cabe deducir la responsabilidad civil endilgada en la demanda,
en razón precisamente de los efectos de la cosa juzgada penal absolutoria. De
ahí que confirmara el fallo que reconoció la excepción de cosa juzgada.

III. La demanda de casación

De los cuatro cargos formulados al amparo de la primera


causal de casación, sólo fueron admitidos los tres primeros, de los cuales se
despacharán conjuntamente, por la razón que en su lugar se dirá, los reseñados
como primero y tercero.

Cargo primero

Denuncia la violación directa de los artículos 2341 del


Código Civil (por falta de aplicación) y 332 del de Procedimiento Civil (por
aplicación indebida).

El primero de ellos viene al caso porque el daño está


"suficientemente probado", ya que "en ninguna parte del proceso se pone en
duda la ocurrencia del hecho"; el segundo, en cambio, es impertinente,
porque no se da la triple identidad de objeto, causa y partes.

Cargo tercero
Acusa la vulneración indirecta de los artículos 2341, 2347,
2349 y 2350 del Código Civil, 187 y 332 del de Procedimiento Civil y el 56 del
de Procedimiento Penal, a consecuencia de error de derecho en la apreciación
de las pruebas.

El impugnador acepta que hubo cesación del procedimiento


penal por hallarse probado el hecho de un tercero, lo que constituye un
verdadero caso fortuito; pero, dice, en el campo civil es diferente, por cuanto
en tal evento es menester que se determine la persona del tercero, según
jurisprudencia de la misma Corte.

Y resulta que en la presente controversia los juzgadores de


instancia "no apreciaron que la empresa demandada, ni en la contestación de la
demanda ni con el testimonio rendido por la señora FANERY LIBREROS
determinan quien o quienes fueron los terceros que afirman ellos lanzó a Walter
Vallejo sobre la calzada (...); es más, ni siquiera se encuentran seguros de si la
víctima se encontraba a orillas del andén, ni tampoco saben a ciencia cierta si
fue empujado o no", en orden a cuya comprobación transcribe el recurrente los
pasajes testificales que a su juicio vienen al caso.

"Esta falta de apreciación probatoria por error de derecho"


condujo a la violación de aquellas normas sustanciales. El tribunal, entonces,
no ha debido conformarse con la simple afirmación de que un tercero empujó al
demandante, "sino que ha debido exigir la prueba plena de tal hecho y la
identificación de la persona que lo cometió".
Consideraciones

Estúdianse globalmente porque igual adolecen de fallas


técnicas que impiden auscultar el mérito de los mismos.

De todos es sabido que el derecho de impugnación en


general implica una confrontación de pareceres entre el recurrente y el juzgador,
que es lo que precisamente genera la inconformidad del primero. La quinta
esencia de todo recurso, pues, consiste en refutar, combatir, opugnar.
Característica que sube de punto en tratándose de un recurso de linaje
extraordinario, como el de casación, en donde es deber insoslayable del
impugnador mostrar señaladamente a la Corte cuál es el contraste jurídico; sólo
así podrá evidenciar que de su lado está la razón.

Por ello extraña echar de menos en la acusación de los


cargos primero y tercero tal planteamiento contrastante, por supuesto que es lo
mínimo que por antonomasia reclama toda impugnación. El recurrente, en
general, limitóse a exponer el punto de vista suyo, sin mencionar siquiera en
qué puede diferenciarse con el del tribunal. El escueto enunciado de los cargos
lo evidencian tanto que sobra cualquier comentario. El tercer cargo, que
parecería exento de esta objeción, plantea que cuando en punto de
responsabilidad se prueba el hecho de un tercero, es menester que se determine
éste; sinembargo, es refulgente que de eso solo nadie podría extraer si fue que
el sentenciador ad quem dijo lo contrario sobre el particular.

Tanto, que el primer cargo da a entender que el tribunal


hubiese en verdad aplicado el artículo 332 del Código de Procedimiento Civil,
en lo que constituye una inexactitud. La sentencia, en efecto, no sólo dijo
expresamente aplicar el 55 del decreto 50 de 1987, regulador de la cosa juzgada
en materia penal, sino que elucidó que no se trataba de la cosa juzgada en lo
civil, disciplinada por el artículo 332 precitado, que apenas sí tiene efectos
relativos. Esto pone de manifiesto, al paso, que la norma a acusar era aquélla
y no ésta.

Además, el tercero de los cargos perdió de vista la capital


diferencia existente entre error de hecho y de derecho, como que sinembargo de
denunciar éste trajo un planteamiento propio del otro; ciertamente, al endilgar
a los juzgadores que "no apreciaron" que ni en la contestación de la demanda ni
en el dicho del testigo se determinó la persona del tercero causante del hecho
dañoso, lo que a juicio suyo constituye, según lo señaló más adelante, una "falta
de apreciación probatoria", alude al aspecto puramente objetivo de las pruebas,
cosa que es característica del error de facto, por oposición a la contemplación
jurídica que relieva el de derecho; es evidente, pues, "que cada uno de los dos
errores, el de hecho y el de derecho, asume una entidad específica propia, en
cuya virtud no pueden confundirse ni hacerse derivar el uno del otro" (Sentencia
de casación civil de 5 de septiembre de 1967).

En suma, estos cargos han sido formulados inidóneamente,


lo cual determina su necesaria improsperidad.

Cargo segundo
Pone de presente el quebrantamiento del artículo 55 del
decreto 50 de 1987, por errónea interpretación, al otorgársele "unos efectos y
alcances de que carece".

A vuelta de enumerar y clasificar las hipótesis que


contempla tal disposición, enfatiza que como "no aparece en autos que el
sindicado hubiera obrado en cualquiera de los eventos mencionados, el tribunal
dio un alcance a la norma que realmente no tiene".

Consideraciones

Como para desestimar las pretensiones se atuvo el tribunal


a la absolución que en favor del conductor profirió la justicia penal, pues
consideró que al caso hacen los efectos de la cosa juzgada de que trataba el
artículo 55 del Decreto 050 de 1987, así esta disposición no contemple a su
juicio este preciso caso, el asunto reclama las precisiones siguientes.

Bajo la premisa de que un mismo hecho puede generar


diversas proyecciones en el ámbito jurídico en general, y particularmente en
los campos penal y civil, el primero de los cuales sería llamado a establecer la
infracción de la ley punitiva y el segundo a examinar el aspecto resarcitorio de
la misma conducta, ello sólo avista la eventualidad, inconveniente como la
que más, de que haya sentencias excluyentes, siendo que, por imperio de la
lógica, la verdad no pudo ser sino una sola. Muy grave se antoja, por cierto,
que en tanto la justicia penal proclame libre de culpa al sindicado, la civil,
antes bien, lo condenase al abono de perjuicios.
Puesta en guardia ante tamaño despropósito, la legislación
ha pretendido establecer algunos diques para impedirlo, entre los cuales
destaca el secular principio de la cosa juzgada penal absolutoria, consagrado
positivamente en el ordenamiento patrio; así, el artículo 55 del Decreto 050
de 1987, en vigencia para la época en que sucedieron los hechos aquí
litigados, dispuso al respecto que “la acción civil no podrá iniciarse ni
proseguirse cuando se haya declarado, por providencia en firme, que el
hecho causante del perjuicio no se realizó o que el sindicado no lo cometió o
que obró en estricto cumplimiento de un deber legal o en legítima defensa”.
Quiérese garantizar así una dosis mínima de coherencia del sistema jurídico,
y que, por lo mismo, el tráfico social no se resienta de manera palmaria.

La justificación de tan terminante mandamiento legislativo,


se da por adelantado. Pronunciamientos penales semejantes se imponen por
igual a toda la sociedad; son decisiones que por tocar el honor y la libertad de
los hombres, deben quedar a salvo de cualquier sospecha de error, y no
pueden por lo tanto ser desconocidos por absolutamente nadie, pues como lo
expresa esta Corporación, así como en el ordenamiento jurídico el interés
individual cede al público o general, “la cosa juzgada lleva impreso el mismo
principio, de donde resulta, como lo afirma Lalou, que el orden público se
opone a que se rechace en interés privado lo que se ha juzgado en interés
social” (LXX, Nos. 2048, 2049).

Así las cosas, es entendible que el primeramente llamado a


respetar decisión semejante sea el propio Estado a través de todas sus
autoridades, incluidas como es obvio las jurisdiccionales; por suerte que la
jurisdicción, así sea de otra especialidad, debe corearla a una, y vedada se
encuentra por tanto para tocar de nuevo el preciso punto que así ha sido
definido, pues ya es cosa juzgada, con efectos universales.

Un análisis riguroso refleja que en verdad lo que consagra


la norma transcrita no es propiamente la supremacía de una determinada
jurisdicción sobre otra, sino que más bien propende es por la unidad de
jurisdicción, entendiendo cabalmente que ésta es una sola, y que si admite
clasificaciones es con el único objeto de dar cabida al cada vez más actuante
postulado de la especialización. Es una intención que a ojos vistas amerita el
mejor de los cuidados, toda vez que, amén de precaver decisiones
incoherentes y hasta contradictorias que tanto envilecen la confianza y la
seguridad que los asociados deben descubrir en la justicia, rinde soberano
homenaje a la sindéresis desde que parte de la premisa incontestable de que un
mismo hecho no puede ser y no ser al mismo tiempo. La verdad es única, “y
no puede ser objeto de apreciaciones y decisiones antagónicas por parte de la
justicia ordinaria, tales como que en lo penal se dijera que un mismo hecho
perjudicial no fue obra del sindicado y en lo civil se afirmase lo contrario”
(Cas. Civ. de 29 de agosto de 1979).

Tanto es así, que la influencia de lo penal sobre lo civil no es cuestión que se


imponga a toda costa, puesto que sólo opera, en lo cual se reconocen fronteras
que la delimitan, en tanto que el juez civil no haya definido el punto con
anterioridad; porque si este ya se hubiere pronunciado, su decisión se mostrará
imperturbable, así y todo sea distinta a la que haya de tomar el juez penal, y
aunque entonces se frustre en definitiva la unidad de jurisdicción que en
principio procura evitar el “escándalo jurídico” de pronunciamientos
divergentes.

Mas, ha de verse que una norma de corte tal, con esa


singular y perentoria orden, traducido en que en dichos eventos los jueces
civiles no pueden ensayar siquiera la ponderación de la conducta del sindicado
absuelto por la justicia penal, deja al descubierto que su hermenéutica
necesariamente debe estar guiada por un criterio de derecho estricto, cuyo
significado, bien conocido por cierto, es el de que impedido está el intérprete
para presionar sus límites y hacer que en ella quepan más hipótesis de las que
precisamente contempla, porque como desde antaño y frente a normas
análogas que rigieron en el pasado viene diciendo la jurisprudencia, el juez
civil a la hora de aplicarlas “debe indagar previamente si se contempla alguno
de los casos limitativamente previstos en dicha disposición” (Subraya
deliberada de la Corte) [Cas. Civ. de 17 de junio de 1948, G.J. LXIV, p. 450].

Y es muy de notar que la taxatividad de la norma se


impone con criterio lógico, habida cuenta que el efecto inmediato que genera
es tan contundente como excepcional, pues impide, per sé, que la acción
civil pueda “iniciarse”, o que, estando en curso, pueda “proseguirse”. Efecto
de tal naturaleza, que traduce acallar sin más al juez civil, no es común en el
ordenamiento jurídico. Significa esto -tiene que significar-, que las causas
provistas de tal virtud no son sino las que la propia ley mencione
expresamente, y que, por ende, aparte de ellas no puede haber ninguna otra.
Es que son causas que enervan de tal manera la acción civil, que cuando el
juez penal habla así, de inmediato enmudece al juez civil y lo veda para que
ni intente “iniciar” pesquisa alguna orientada al reexamen de la conducta
juzgada, ni siquiera pretextando que lo haría no más que en el campo
resarcitorio; y si ya estuviere iniciada, paraliza la actuación, porque entonces
ya no podrá “proseguirse”; en tales casos, pues, el examen del juez civil
apenas sí sería para comprobar que el pronunciamiento penal encaja en uno
cualquiera de los eventos contemplados en la disposición, situación que no
debe llenar de asombro si es que se fija la vista en que la evidencia que ellos
ponen de resalto son tan concluyentes que sobra cualquier otra elucubración:
en efecto, determinarse que el hecho de la infracción penal no existió, o que
existiendo no lo cometió el sindicado, o que, en fin, éste obró en
cumplimiento estricto de un deber o en legítima defensa, es algo que de suyo
elimina cualquier duda; y si ya no puede contradecirla ninguna autoridad,
caeríase en una lamentable prodigalidad si alguien exigiera que a ultranza
deba adelantarse y ultimarse un juicio completo para concluir exactamente en
lo mismo.

Recapitulando lo dicho, tiénese que la cosa juzgada de lo penal con efectos en


lo civil, requiere ante todo que la decisión civil no se haya proferido con
anterioridad; y que su plena operancia tiene cabida sólo en los casos en que la
acción civil aún pende de decisión, bien porque no se haya iniciado, ora
porque apenas está en circulación, caso este último en el que la decisión penal
posee la virtud de suscitar su parálisis, pues es lo que lisa y llanamente
dispone la ley al estatuir que la acción civil no puede “proseguirse”; aquí se
genera, entonces, una causa más de las que se consideran como terminación
anormal del proceso, como que este morirá por factor distinto de la sentencia
que le pusiere fin. Cosa distinta es que la práctica muestre cómo, aun frente a
dichos casos, el proceso civil, en un quehacer innecesario no sólo se inicie o
prosiga sino que llegue hasta su fin, para luego examinar dicha
fenomenología en la sentencia misma.

Obviamente que para que el supradicho alcance normativo


sea de recibo, requiérese que de la decisión penal brote inequívocamente que
la absolución descansa en una cualquiera de las causas ya descritas; porque es
natural pensar que la preceptiva en cita, atendidos sus peculiares efectos,
rechaza su aplicación en aquellos eventos en que, como ocurre a menudo, el
pronunciamiento penal se ofrece oscuro, ambiguo y hasta contradictorio. No
puede olvidarse, a este propósito, los rasgos prominentes que orientan tan
delicado problema, empezando por tener siempre presente que la autoridad de
la cosa juzgada penal absolutoria sobre lo civil, no se presenta frente a una
decisión cualquiera, pues es forzoso que, con arreglo a un principio admitido
por todos, el pronunciamiento penal, amén de necesario, sea cierto, aspecto
este último sobre el que aquí se está llamando la atención con el objeto de
indicar que tal connotación exige que ese pronunciamiento no puede estar
afectado de dubitación o confusión algunas.

El principio se hace actuante sólo en los casos en que la decisión penal sea
unívoca; tan palmaria que no se preste a interpretaciones diversas. Porque si
para ello se requieren elucubraciones más o menos intensas a fin de
desentrañar cuál fue el verdadero motivo de absolución, eso mismo descarta la
aplicación del postulado. De ahí que sea de desear que los fallos penales sean
refulgentes acerca de estos puntos.

Hipótesis diferentes a las que mencionó el susodicho


artículo 55 del Código de Procedimiento Penal, las cuales, dicho al paso, son
las mismas que hoy incluye el código actual en su artículo 57 (modificado por
el 8 de la ley 81 de 1993), ya no tienen el singular efecto analizado; está
puesto en razón sostener que el juez civil estará entonces facultado para que
dentro de la órbita de su competencia y en desarrollo del juicio propio previsto
en la ley, evalúe la conducta del sindicado a efectos de auscultar la
responsabilidad que dentro del marco puramente civil le pueda caber; será él
quien, ya pudiendo hablar, adelante el correspondiente análisis a objeto de
determinar si la absolución penal por causa diversa de aquellas de las que
expresamente se ocupa el legislador, ha de tener acatamiento o no, todo de
conformidad con las peculiaridades propias de casa caso, y sin perder de vista
el riguroso estudio que imponen la dificultad y complejidad del tema con el
fin de superar los incontables escollos con que la doctrina y la jurisprudencia
han tropezado. Lo cierto es que ya el proveído penal no ata, con la fatalidad
vista, al juez civil.

El caso es que, y para retomar el punto de partida, los


motivos de absolución que la ley decidió calificar de antemano como
impermeables, no son más que esos, y sólo frente a ellos es de recibo
semejante predicado, vale decir, que la acción civil no puede iniciarse ni
proseguirse. Nadie puede siquiera ponerlos en tela de juicio para intentar
rebatirlos; sencillamente el legislador los puso a cubierto de todo desacato.
Su carácter limitativo, pues, no se hace esperar, como atrás quedó puesto de
presente.

Cumple decir ahora que mal pudo el tribunal ad quem


afirmar que en el fallo de 29 de agosto de 1979 optó la Corte por la no
taxatividad de la norma en cita, habida cuenta que allí, antes bien, a vuelta
de resaltarse adrede, entre las diversas hipótesis de la cosa juzgada penal
absolutoria, la que se funda en que “el demandado no lo cometió”, concluyó
la Corporación que esto mismo se configuraba en el caso que a la sazón
juzgaba, toda vez que la justicia penal había absuelto al sindicado al encontrar
que la muerte investigada obedeció a “culpa exclusiva de la víctima”; y por
ahí derecho afirmó sin ambages que es “imperativo lógico que la verdad es
una y que no puede ser objeto de apreciaciones y decisiones antagónicas por
parte de la justicia ordinaria, tales como que en lo penal se dijera que un
mismo hecho perjudicial no fue obra del sindicado y en lo civil se afirmase lo
contrario” (Subraya ajena al texto). Otro tanto ha de decirse, y con mayor
fuerza aún, si se quiere, de cara al fallo de 14 de agosto de 1961, también
citado por el tribunal, en el que expresamente se puntualizó que si fue “la
culpa de la víctima” lo que condujo a la absolución penal, eso equivale a decir
que “el procesado no cometió el hecho”.

Establecida la taxatividad en el punto, conviene enseguida


memorar los eventos que tienen la virtualidad de silenciar al juez civil.
Tradicionalmente se ha hablado de proveído absolutorio que halla su fuente en
que el hecho investigado no existió, o que el sindicado no lo cometió, o que
éste obró en riguroso cumplimiento de un deber o en legítima defensa. Tanto
el primero como el tercer caso son tan coruscantes que relevan al intérprete de
cualquier comentario y su comprobación se convierte en una tarea bastante
hacedera. Acaso el segundo reclama puntualizar, pues en él se anidan
muchas equivocaciones, de lo cual es muestra patente el caso que de
momento ocupa la atención de la Corte, que necesariamente abarca todas las
hipótesis en que la absolución penal se debió al reconocimiento de un hecho
que rompe el nexo causal indispensable para la configuración de la
responsabilidad civil; en reducidas cuentas, quedan comprendidas allí todas
las hipótesis que caen bajo el denominador común de “causa extraña”.
Evidentemente, llegarse a la absolución porque se estima que medió el caso
fortuito o la fuerza mayor, o el hecho de un tercero, o la culpa de la víctima,
es tanto como asegurar que el hecho generador de la responsabilidad que se
imputa al procesado no lo cometió éste. Obsérvese bien que la ley, al
referirse al hecho, no habla a secas, como para que entonces no pudiera
hablarse más que de una participación física o material del sindicado, sino
que alude es al hecho “causante” del perjuicio, para aludir así al hecho
jurídicamente relevante en la producción del daño.

Quizá no está de más rememorar aquí con mayor énfasis el celo con que el
juez civil se aplicará a verificar una cualquiera de tales causas, fijando su
atención especialmente en el aspecto intrínseco del pronunciamiento penal,
antes que en nomenclaturas que fácilmente lo puedan distorsionar. En esto
quiere ser insistente la Corte: si la decisión penal no es lo suficientemente
puntual al respecto, la norma comentada rehusa su aplicación.

Para descender al caso litigado, es necesario evocar lo


verdaderamente acontecido en él. El conductor del vehículo fue sindicado de
ser el responsable del accidente en que resultó lesionado el actor y la justicia
penal lo absolvió porque encontró que la víctima fue lanzada a la vía por otra
persona. Esto fuerza a admitir, entonces, que el juez penal estimó que el
hecho “causante” del perjuicio cuya reparación se implora, no lo cometió el
sindicado, produciéndose la cosa juzgada de lo penal sobre lo civil de que
habló el artículo 55 del Decreto 050 de 1887. De modo que no se trata de un
motivo que esté por fuera de la mencionada norma, como erradamente lo
entendió el tribunal, sino que, repítese, es una causa extraña arropada por el
criterio taxativo de la disposición.

El colofón de lo expuesto es que no era desconociendo el


carácter taxativo de la norma analizada como cabía admitir en este caso la
configuración del fenómeno de la cosa juzgada penal sobre lo civil, pues la
causa extraña que encontró la justicia penal encuadra perfectamente, como ya
se vio, en la causal, allí enlistada, atinente a que el hecho “causante” del daño
no lo cometió el sindicado, quedando así, pues, rectificada la doctrina que en
sentido contrario expresó el tribunal en el fallo acusado.

Mas como el resultado es a la postre el mismo, esto es, que


aunque errada la motivación del ad-quem de todos modos sí había lugar a
reconocer dicha cosa juzgada, el cargo no puede prosperar, debiéndose
exonerar sí al recurrente de costas en el recurso extraordinario, dada la
rectificación doctrinaria que así se deja plasmada.

IV. Decisión

En plena concordancia con lo que se deja referido, la Corte


Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil y Agraria, administrando justicia
en nombre de la República y por autoridad de la ley, no casa la sentencia que
en este asunto profirió el Tribunal Superior de Manizales, calendada el 12 de
septiembre de 1994, materia del recurso extraordinario.

Sin costas en casación.


Notifíquese y devuélvase tempestivamente al tribunal de
procedencia.

JORGE ANTONIO CASTILLO RUGELES

MANUEL ARDILA VELASQUEZ

NICOLAS BECHARA SIMANCAS

CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO


JOSE FERNANDO RAMIREZ GOMEZ

JORGE SANTOS BALLESTEROS

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