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Sería oportuno que esta reflexión no se tomara como un asunto académico o gremial —
como hasta ahora ocurre con el Consejo—, sino como un "problema social", debido a que
la opción por una u otra alternativa educativa en la enseñanza de la arquitectura puede
llegar a tener significativas repercusiones en toda la comunidad. La labor del arquitecto
nunca es socialmente neutra: desde el momento en que construye un edifico, traza una
calle o cuelga una farola, tanto el funcionamiento como la percepción de un lugar se
transforman inevitablemente, a menudo por generaciones. Para nada es socialmente
equivalente que se formen arquitectos comprometidos con la problemática social y
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Profesor del Departamento de Arquitectura de la Universidad de Alacalá de Henares. España.
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ecológica de la urbe que despiadados especuladores inmobiliarios. La ciudad que uno u
otro arquitecto construirá será totalmente distinta, pero en ambos casos afectará a todos
los ciudadanos.
Al buscar las causas de esta situación, es común que los arquitectos, en cuanto
encargados de la formalización del espacio habitable, aparezcan como candidatos al
paredón. Sin duda sería una exageración responsabilizar del caos urbano a un sólo gremio
(la ciudad es producto de un largo proceso de planeación, construcción y administración
en el que intervienen múltiples agentes sociales, económicos y profesionales) y
considerar que los arquitectos sólo cumplen con los deseos de sus clientes sin ninguna
responsabilidad en la actual degradación del espacio construido. De uno u otro modo es
posible pensar que éstos no están cumpliendo adecuadamente la labor encomendada,
por lo que resulta coherente y no es extraña su paulatina marginación de los procesos de
toma de decisión sobre muchos aspectos de la configuración, construcción y gestión del
espacio que tradicionalmente les han competido. Otros profesionales se preocupan hoy
de estas cuestiones, convirtiendo y reduciendo la función del arquitecto a la apariencia
formal de los objetos (edificios, plazas, calles) sobre los que no tiene decisiones
substanciales.
Ante este poco alentador panorama social (crítica continua a la falta de habitabilidad del
entorno construido) y gremial (pérdida de competencias profesionales, con la
consecuente disminución de ingresos y prestigio), se observa un movimiento profesional
y académico que está demandando una revisión de la formación de los arquitectos. Su
objetivo es delinear programas universitarios que formen profesionales capaces de
satisfacer adecuadamente los requerimientos que la sociedad les plantea. En este
contexto se enmarcan, por ejemplo, los trabajos de la COMAEA antes mencionados.
Al contrario del criterio asumido por la COMAEA, que considera que la definición de las
características que deberían tener los estudios de arquitectura es un asunto que compete
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principalmente a la universidad, consideramos que existen una serie de factores extra-
académicos que escapan a la competencia exclusiva de los arquitectos y que pueden
llegar a condicionar tanto el perfil del profesional que se desea formar como la
orientación y evaluación de los estudios. La lista de éstos es larga: va desde el papel social
asignado a la enseñanza universitaria hasta las demandas del mercado de trabajo,
tomando en cuenta las peculiaridades geográficas, socioeconómicas y culturales del
medio. La consideración de dichos factores en la revisión de la enseñanza de la
arquitectura implica comenzar por una adecuada clarificación de los principios y
condiciones generales en los que ésta se sustenta, antes de sentarse a discutir sobre
cuántas horas más o menos tendrá tal o cual asignatura. Resulta sintomático que esta
reflexión previa esté ausente en las actas de las discusiones de la COMAEA, a las que se
puede tener acceso, pese a que es fundamental para poder trazar con propiedad el perfil
profesional del arquitecto que se quiere formar y, por consiguiente, para poder precisar
razonadamente la orientación de los estudios, el perfil del personal académico y las
instalaciones necesarias para educarlo.
La opción por una u otra alternativa (o por una intermedia) no es un problema técnico ni
algo establecido por la tradición, sino una decisión que depende de una postura
ideológica respecto a la función que la sociedad considera que debería cumplir la
universidad en un momento histórico determinado. Las preguntas subyacentes son
muchas: ¿Qué es o debería ser hoy una universidad? ¿Qué responsabilidades tiene en la
sociedad y en el desarrollo del conocimiento? ¿Quién debe financiarla y qué incidencia
debe tener el que paga sobre los programas de estudios? ¿Cuál es su función política y
económica? ¿Cuál es su vinculación óptima con las manifestaciones culturales y los
saberes no universitarios?
En las últimas décadas, preocupados por los malos resultados urbanos y arquitectónicos
obtenidos por los arquitectos formados en este sistema de enseñanza, se ha replanteado
el papel que deben tener los aspectos teóricos y artísticos en la formación y quehacer de
estos profesionistas; mirada retrospectiva que ha tenido como consecuencia visible la
aparición de una serie de corrientes arquitectónicas que intentan recuperar y revalorizar
los principios teóricos y estéticos de la disciplina: posmodernismo, deconstructivismo,
minimalismo y otros ismos. Pero frente a esta recuperación disciplinar, los nuevos
procedimientos de configuración, materialización y gestión del espacio físico no están
demandando arquitectos teóricos o refinados estetas, sino técnicos con los
conocimientos necesarios para responder adecuadamente a una práctica profesional
cada vez más especializada.
Aunque entre estas posiciones extremas es posible optar por una gama intermedia de
combinaciones de conocimientos teóricos y prácticos, con la esperanza de formar un
profesional competente en ambas facetas de la disciplina, lo que nos interesa aquí no es
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matizar estas alternativas sino constatar que existe una relación directa entre cómo se
entiende la arquitectura y las alternativas que tiene la universidad para decidir qué
relación establece entre la enseñanza que imparte y la práctica profesional a la que se
incorporarán sus egresados. La necesidad de definir esta relación es ineludible porque
cada alternativa implica la formación de modelos específicos de arquitecto dentro de
escenarios académicos también particulares.
1.2 Perfiles académicos y profesionales.
Es importante recalcar que esta postura no implica una negación del quehacer
constructivo sino, como afirmaba Hans Poelzig, su supeditación a la dimensión artística y
cultural de la arquitectura: "Cualquier consideración puramente técnica es para el artista,
desde el principio, una abominación. Y aun cuando sabe que lo puramente técnico no
puede ser eludido, que sus exigencias deben ser cumplidas, sabe también y siente en lo
más hondo que lo técnico desempeña en la vida actual un papel demasiado grande, y
emprenderá una y otra vez la lucha contra el dominio de la técnica" (en Behne, 1994: 44).
1.2.2 Escenario académico profesional.
Esta lista de posibles orientaciones que pudiera adquirir la formación de los arquitectos a
partir de la práctica profesional a la que se quiera responder es sin duda ampliable,
aunque parece suficiente para mostrar que, para definir qué tipo de enseñanza de la
arquitectura se busca impartir, no basta con decidir que se quiere dar una orientación
práctica a los estudios. Es indispensable ir más allá y precisar en cuál de las múltiples
alternativas profesionales se centrará la educación o, más bien, si podrá incorporar a
troncos comunes una multiplicidad de salidas laterales de especialización, porque la
creciente complejidad de los procesos de proyección, construcción y gestión del espacio
hace imposible mantener por más tiempo la quimérica formación arquitectónica actual,
que pretende formar profesionales capaces de actuar en todos los campos de la
disciplina. No hay que olvidar que, tras algunos años de estudio, los arquitectos actuales
están legalmente capacitados para diseñar desde un jardín hasta un complejo industrial o
un aeropuerto.
Ante esta situación, a las escuelas de arquitectura se les presentan dos alternativas
generales mutuamente excluyentes:
La opción por una u otra alternativa no es sencilla y las implicaciones, tanto para el campo
profesional como para el modo de configurar el espacio, son múltiples y complejas. Pero,
por sobre todo, se trata de una decisión que lleva involucrada la propia conceptualización
de la arquitectura, pues, como advierte José Manuel Sanz (1997: 65), la necesaria y cada
vez más frecuente concurrencia de especialistas diversos en el proceso de configuración y
materialización de la obra arquitectónica "podría atentar contra el principio indisoluble de
la arquitectura como hecho unitario".
1.3.1 Normativa: acreditación de títulos académicos.
Aunque las actuales democracias postulan y respetan la libertad de cátedra, resulta
imprescindible regular la formación de los profesionales que tienen responsabilidad sobre
la vida de las personas, definiendo los conocimientos mínimos que deberían tener para
poder actuar como tales. Esta regulación asegura a la comunidad que el técnico
contratado tiene la preparación requerida para desarrollar debidamente los encargos que
se le solicitan.
En resumen, se pueden establecer dos grandes líneas para acreditar los estudios de
arquitectura:
Para el tema que nos ocupa, independientemente de cuál sea la propuesta definitiva, el
contenido y forma del sistema de acreditación profesional se presenta como de vital
importancia para la enseñanza futura de la arquitectura en México y el resto de los países
donde se emplea o se intenta aplicar. Porque, desde el momento en que "acreditarse" es
imprescindible para ejercer la profesión, de uno u otro modo las escuelas de arquitectura
deberán adaptar sus programas para que sus egresados puedan superar la acreditación.
Cabría apuntar que algunas de las personas que están trabajando en el tema comentan
con preocupación que la indiscutible dificultad que tiene evaluar los aspectos artísticos y
teóricos de la arquitectura puede llevar a centrar la acreditación en los aspectos técnicos
de la disciplina. Los colegios profesionales, el Estado y las empresas inmobiliarias
favorecen esta opción porque facilita el acceso de los arquitectos al mercado de trabajo.
Sin embargo, como señala Sanz (Ibid.), esto puede tener efectos negativos para el
desarrollo unitario del fenómeno arquitectónico: "El modelo económico predominante en
la sociedad, que favorece una formación de nuestros escolares desde un excesivo
pragmatismo, dificulta la captación de los valores estéticos y creativos".
Los recursos humanos y físicos disponibles son también factores decisivos al momento de
definir la enseñanza universitaria. Sintomáticamente, a menudo no se les presta la
atención debida, considerando que el plan de estudio es una especie de ungüento mágico
que por sí sólo formará excelentes profesionales. Tener un buen programa académico es
sin duda necesario, pero fracasará si no se cuenta con los recursos necesarios para llevarlo
a cabo. Aquí no valen las utopías. Es preferible evaluar y manejar adecuadamente los
medios disponibles a las elucubraciones megalómanas que se quedan en meras
intenciones.
b) Juzgar, en cambio, que Internet ofrece una oportunidad inédita que se debe de
potenciar acentuando el papel de la autoformación en la enseñanza de la
arquitectura, preparando así profesionales con capacidad para producir sus
propias respuestas a los problemas que se les presentan a partir de una
información cada vez más global y sin censuras.
2. A modo de conclusión
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS