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EL SECUESTRO

POR MARÍA PAULA ARANGO

Los noventas fueron una época bastante difícil para Colombia, la delincuencia había
tomado fuerza en todo el país y familias, como los Arango, que se vieron afectadas por
esto. Fernando Arango y Amparo Ocampo de Arango fueron secuestrados el 15 de agosto
de 1996 donde sufrieron, pero no tanto como al momento que los rescato el GAULA y se
dieron cuenta que les habían quitado todo.

Los años ochenta, los años después de la fama y el desprestigio de Pablo Escobar; los años
en que Colombia dejo de ser un país pequeño para estar en los ojos del mundo por ser un
país de “narcos y coca”, suena mal pero no todo fue así. La economía del país había
logrado un crecimiento alto, se puede decir que el mejor de la década, pero después
llegaron los noventas donde todo se desplomo. El crecimiento anual de la economía se
derrumbo a mediados de la década; la guerra con los grupos armados había tenido a
recuperarse con “conversaciones de paz” que no llegaron a nada, y la guerra se escaló; el
país se descentralizo bajo el impulso de la nueva constitución; la presencia del narcotráfico
deterioro aun más las ya inestables instituciones nacionales; las autoridades monetarias
ganaron independencia frente al gobierno. En fin, todo esto llevo a que la crisis financiera
colombiana fuera la más profunda y costosa de todas las que tuvieron lugar durante el siglo
pasado, junto con la fuerza que ganaron los grupos armados y la mala fama generada por el
narcotráfico.
Para los colombianos fue un golpe bajo, el país entro en crisis y los desempleos aumentaron
lo que siempre lleva al aumento de delincuencia común que, además, gracias a la fuerza
que ya habían ganado los grupos armados, ellos tenían gran influencia sobre las acciones
tomadas por la delincuencia común en las ciudades principales.

Los Arango eran una familia numerosa y adinerada de la capital del Valle del Cauca, tenían
a su nombre propiedades en todo el departamento, además de que eran dueños de una de las
fabricas de enlatados de atún más importantes del país en ese tiempo, llamada Coltuna. La
familia estaba conformada por cuatro hijos: Luis Fernando, el mayor y más serio de todos,
y el gerente de la empresa, la mano derecha de su padre Fernando y mi progenitor; Julián
Alberto, el otro varón también dueño y gerente de todas las propiedades de su padre, pero el
más divertido para sus amigos y celoso con las mujeres de su familia; Ana Ximena, la
primera mujer en llegar a la familia, pero la más noble de todas; y Margarita María la
menor, la reina de belleza, como lo decían todos los que la llegaban a conocer, pero la del
temperamento más fuerte, como lo dice su madre Amparo. Ellos estaban viviendo “los años
dorados” como lo confirma mi padre, pues la empresa cada vez crecía más y la familia se
iba extendiendo con la llegada de mis hermanos y primos que traían solo felicidad a los
hogares. Todo fue así, hasta que la delincuencia tomo parte de la historia de la familia.
El 15 de agosto de 1996, a las dos de la tarde, Fernando salió con su esposa Amparo de la
casa de su madre, mi bisabuela Ana. Mi abuela desde hace un rato si había notado desde la
ventana que tres hombres estaban parados, misteriosamente, en las dos esquinas que
rodeaban la casa, pero no le presto mucha atención. Al momento en que se iban a montar al
carro que los estaba esperando, los tres hombres corrieron hacia mi abuelo y mi abuela, al
ver esto, entro en pánico y se devolvió hacia la casa a gritarle a su cuñada que por favor les
abrieran la puerta de la casa, pero al ver que los tres hombres lograron cogerlo y arrastrarlo
hacia un carro que tenían parqueado justo al frente de la casa, Amparo corrió hacia ellos y
trato de evitarlo, bloqueando con su cuerpo la puerta del auto para que no se lo llevaran,
pero al hacer esto los hombres la tomaron a ella también y se los llevaron a los dos. Durante
el camino los nervios y la ansiedad se apoderaban de ellos mientras lograban observar hacia
donde los estaban llevando. Amparo cuenta que era un apartamento dentro de la ciudad por
la avenida Pasoancho, que en ese tiempo no era muy habitada, muy bien dotado, hasta
parecía que alguien ya vivera en ese lugar. Al entrar a la vivienda los hicieron descalzar, les
quitaron los bolígrafos, los celulares y todos los demás accesorios que tenían con ellos;
luego los encerraron en una habitación pequeña, con una cama y un baño de la cual no
podían salir.
Los días fueron duros, eran todo un calvario, pero, como lo afirmo Amparo: “la fe mueve
montañas” y por eso al momento de ellos llegar lo primero que pidieron fue una biblia, y no
pararon de rezar hasta el momento en que fueron rescatados. Lo más peculiar de todo es
que, al pasar los días, hasta los mismos delincuentes le pedían a Dios junto con ellos.

Los primeros días encerrados en esa pequeña habitación, con solo una cama y un baño, no
entendían muy bien que era lo que estaba pasando, no les decían nada ni tenían contacto
con nadie. Hasta que un día se dieron cuenta que era una extorsión porque, los mismos
hombres que los tenían atrapados les decían que tenían contacto con sus hijos: sabían en
donde vivían, cuales eran los autos en los que se movilizaban y hasta en que colegio
estudiaban sus nietos; y les decían: “hasta que esos malparidos no suelten la plata de aquí
no se van.” El pánico aumento aun más cuando llevaron a un notario para que firmaran las
titulaciones y poder quitarles todas sus propiedades. Fernando en ese momento logró
entender que, tal vez, el secuestro había sido patrocinado por alguien muy cercano, no
había otra explicación, pues solo alguien muy intimo podría tener toda esa información
sobre ellos.
Para ellos las cosas no podían ponerse aun peor hasta que un día, después de quince en esa
habitación, con la misma ropa, bañados de miedo, sin dormir, con cuatro hombres situados
al pie de la cama día y noche vigilándolos. Se dieron cuenta de que algo raro estaba
pasando. Esa mañana no fue la mujer que iba todos los días hacer el aseo y prepararles las
lentejas con arroz que comían a diario, además de que los hombres estaban preparándose
como si fueran a salir, y les dijeron que esa noche los iban a sacar, pero que tenían que irse
por un callejón sin zapatos a la luz del día hasta que vinieran por ellos. Fue ahí cuando se
dieron cuenta que los habían tenido en ese apartamento hasta que fueran vendidos a los
grupos armados, la guerrilla.
Pero como, lo predijeron los dos, la fe mueve montañas y ese mismo día, el 30 de agosto de
1996, los vecinos de aquel establecimiento se dieron cuenta que algo no andaba bien, el
alboroto y los gritos de ayuda de mis abuelos los hicieron entrar en alerta y llamar a las
autoridades y horas después llego el GAULA (Los Grupos de Acción Unificada por la
Libertad Personal), fueron rescatados y todos los hombres involucrados capturados, sin
embargo, la historia no termina ahí, lo más triste fue lo que sucedió después.

Al ser liberados, fueron llevados a la estación de policía donde los interrogaron y todos los
demás involucrados lograron ser rastreados. Finalmente, después de unas horas, fueron
llevados a sus casas y, como cuenta mi madre, mi abuela al verlos a todos, quien sabe si por
la emoción o por el hecho de que ya toda esa tortura había llegado a un “final”, ella se
desmayó en los brazos de mi padre, mientras que mi abuelo no paraba de llorar como todos
los demás. Pero ese no era el final feliz tan esperado como todos se imaginaban, se dieron
cuenta que quedarse en la ciudad donde vivían y habían visto sus hijos crecer ya no era un
lugar seguro para ninguno. Les toco contratar a un jefe de seguridad para que los ayudara a
salir de la ciudad y, para algunos, hasta del país. Cada familia fue sacada en camionetas
diferentes para que no los lograran rastrear; los niños fueron sacados de sus colegios con
previo aviso de alerta porque ya, anteriormente, los habían estado buscando. “Nos tuvimos
que ir escondidos como si nosotros fuéramos los criminales. Fue algo humillante” cuenta
Luis Fernando, mi padre, que tuvo que irse a Medellín junto con mis hermanos y mi madre,
yo aun no había nacido; Julián Alberto se había ido con él pero como su hijo acababa de
nacer hace un par de semanas se tuvo que separar de sus dos hijos y su esposa, “a sido de
las cosas más duras que me ha tocado vivir” afirma mi tío; Ana Ximena y Margarita María,
las dos menores, decidieron irse para Estados Unidos buscando la anhelada tranquilidad
para ellas y sus hijos.

Mientras, ellos estaban secuestrados y el único contacto que tenían con sus padres era con
los hombres del secuestro, que los llamaban todos los días a extorsionarlos: “Vendimos lo
que pudimos para pagarles lo que nos pedían por el rescate, además de las propiedades que
decían que debíamos entregarles” cuenta el mayor de los cuatro hijos.
La familia se desborono, se quedaron sin nada. “Éramos una familia muy unida, todos
vivíamos en la misma urbanización y no faltaba el día en que no nos reuniéramos a pasar
tiempo de calidad, pero todos se fueron y ya nada nos volvió a unir porque cada uno hizo su
vida lejos” cuenta mi abuela, como también dice que, además de todo, al salir se quedaron
sin nada. Habían perdido todas las propiedades que eran la base de sus ingresos, e incluso la
gran empresa de atún se las arrebataron de las manos. Una empresa que había sido
construida con esfuerzo por cada uno de ellos ahora estaba en las manos de otro.
Después de un año de estar fuera de la ciudad, prácticamente escondidos, fuera de sus casas
gracias a las constantes amenazas que recibían a diario, lograron regresar y reunirse con el
resto de su familia, aunque quedaron grietas que nunca se pudieron arreglar, pues como
cuenta mi abuela, la familia ya nunca fue la misma, ya sus empresas les habían sido
arrebatadas, pero lo que más les dolió fue el hecho de que cada hijo se había ido hacer su
vida lejos de aquel lugar donde, con tanto amor, se había ido construyendo. Han pasado 24
años exactamente, los dolorosos recuerdos quedan, pero la tranquilidad poco a poca ha
vuelto, fueron todos esos años los que les tomo a toda a una familia recuperar lo perdido.
La paz y el amor de hogar.

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