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20 / Cuentos Arequipeños

20 / Cuentos Arequipeños

Compilador

Willard Díaz

Editorial
Apóstrofe
20 / Cuentos Arequipeños
Compilador: Willard Díaz

© Willard Díaz

Primera edición: enero de 2016


Para Santiago
Diseño de portada:
Diagramación: Taller 1900

Tiraje: 1000 ejemplares

Hecho el depósito legal


en la Biblioteca Nacional del Perú
ÍNDICE

Presentación
Prólogo

El rapto de Miz-Miz
Juan Manuel Polar

El ganadero
Augusto Aguirre Morales

Tragedia Yanky
Alberto Hidalgo

Tic-Tac
Gastón Aguirre Morales

El contrabando
Isaac Torres Oliva

Los chacales
Raúl Figueroa

Cosas que se dicen en cualquier parte


Edmundo de los Ríos

Un blues en la noche
Yuri Vásquez
A Day in the Life La felicidad está en un lugar
Miguel Barreda del mundo que se llama Micaela
Orlando Mazeyra
Esplendor y caída de Mister X
Oswaldo Chanove Mal olor
Percy Prado
Fuera de ruta
Fernando Rivera

Apaga la luz
Dino Jurado

Centauro
César Delgado Díaz del Olmo

El día más feliz de la vida


Fátima Carrasco

Polvo enamorado
Carlos Herrera

Detrás de la calle Toledo


Teresa Ruiz Rosas

Sábado por la tarde


Rosa Núñez

Chakwa
César Sánchez
PRESENTACIÓN

Toda colección de cuentos de diferentes autores es


una selección de cuentos, si bien, hay dos tipos de
selección: la canónica y la histórica.
Cuando se selecciona para crear un canon se
forma una antología, una colección de relatos reu-
nidos por su calidad; el antologador se atribuye la
potencia de decir cuáles son los mejores del género.
En cambio, cuando se hace una selección al hilo de
la historia lo que importa es el proceso lógico y cro-
nológico por el cual los cuentos elegidos van trans-
formando el ejercicio de la escritura en un país o una
región.
“20” no es una antología. Lo que me propongo
es rastrear en la vasta producción de los narradores
arequipeños de casi un siglo ciertos cambios y mo-
dulaciones, en especial formales, que den cuenta de
la aparición, desaparición y duración de modos de
contar, de mundos observados, de usos del idioma y
de la técnica narrativa. Además, en el terreno históri-
co formal no pretendo que el cuento va de peor a me-
jor; contra la moda comercial que privilegia a lo último,
creo que la literatura no progresa sino que cambia, lo
cual significa que no hay un proceso de ascenso del
cuento sino solo un conjunto de rasgos que se hacen
dominantes y consistentes durante un tiempo.

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En las páginas del prólogo a continuación esbo- PRÓLOGO
zo breves sugerencias que espero permitan delinear
un marco para la lectura. No pretenden ser un estu-
dio sistemático —al cual habría que dedicar un tomo
aparte— sino una ayuda memoria y algunas caracte-
rísticas básicas. En los casos en que los autores han
fallecido ofrezco una pequeña biografía; he entrevis-
tado al resto para que el lector sepa de ellos y de sus Francisco Ibáñez Delgado (1827-1899) es probable-
problemas técnicos en el texto elegido. Espero que mente el primer narrador de cuentos con un libro
eso ayude, pero confío sobre todo en la inteligencia publicado en Arequipa. A la muerte de su padre, que
y la sensibilidad del receptor para procurarse placer fabricó la primera imprenta de la ciudad a inicios del
en la lectura. siglo XIX, heredó, con su hermano Valentín, las má-
quinas y el oficio; entre 1874 y 1884 Francisco Ibá-
ñez recopiló y transcribió relatos orales de la región,
recreó algunos de origen extranjero ambientándolos
en Arequipa y probablemente imaginó los propios;
colección que reúne en dos volúmenes, “Tradiciones
de mi tierra” y “Cuentos de mi tierra”. Ricardo Pal-
ma había publicado por esos años algunos relatos de
tradición arequipeña, sueltos, que sin duda sirvieron
de inspiración a Francisco Ibáñez para sus libros.
Las tradiciones de Ibáñez son todavía deudoras
de la narración oral de la región; sus historias son
edificantes o humorísticas o costumbristas, conclu-
yen todas con una décima moralizante; y no son ni
pretenden ser cuentos modernos. Simón Martínez
Izquierdo explica en el prólogo de “Tradiciones de mi
tierra” que Ibáñez tiene tres propósitos: “Conservar
los hechos para que no se pierdan en la memoria.
Consignar los puntos históricos y algunas de las fe-
chas que con ellos están consignados. Presentarlos
como ejemplos para sacar de ellos deducciones apli-
Prólogo cables a la enseñanza moral”.

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“Cuentos de mi tierra” sería en cambio la prime- Cura y el Gobernador; “La pérdida no le causó gran
ra publicación arequipeña que elige el género como pena porque tenía la certeza de sacar cuanto qui-
tal y que sin alejarse demasiado de las “Tradicio- siera de su inagotable tesoro”. En efecto, vuelve a la
nes…” propone al menos la cuestión de su ficcionali- casa de su “protector” y saca más oro, mientras pro-
dad. Son presentados como una “Colección dedicada mete volver de visita. Luego viene un resumen en el
a los chicos y chicas, y a los que no lo son, en cuya cual el narrador nos dice que el joven se metió en po-
lectura se quedarán más de una vez boquiabiertos lítica, fue elegido diputado, viajó al extranjero donde
y con un palmo de narices”. Encontramos en ella los asuntos administrativos lo ocuparon varios años.
cuentos humorísticos sobre camanejos (a quienes Cuando vuelve “lo primero que pensó fue en ir a su
se llamaba “ñañitos”) caracterizados desde entonces provincia para seguir explotando el oro que su gene-
por su ingenuidad; cuentos de terror, de fantasmas roso protector le había obsequiado”, pero todo cam-
y aparecidos ambientados algunos en conventos o bió, “probablemente el anciano había muerto” y el
iglesias. caballero “nunca más pudo dar con el lugar donde
Uno de los “Cuentos de mi tierra” llama la aten- estaba su tesoro escondido”. El narrador concluye:
ción. Lleva el alegórico título de “El tesoro perdido” y “¡Qué ganga si lo pudiéramos encontrar ahora!”. Es
cuenta la historia de un joven “no rico, pero tampoco posible ver una representación imaginaria protoindi-
pobre, es decir lo que llamamos acomodado”, bien genista en esta historia de tesoros incas mal usados
educado e informado, que viaja por “el interior” del y finalmente perdidos, historia de generosidad, des-
departamento de Puno. Una noche pide alojamiento pilfarro y olvido.
“en la choza que le pareció de mejor aspecto” y lo Los cuentos de Francisco Ibáñez son de narra-
recibe un indio, anciano y de aspecto grave que lo dor externo omnisciente caracterizado por su bon-
trata de “viracocha” pues “así llamaban los indios dad, su sentido del humor simple y su afán didácti-
a los caballeros”. El anciano queda fascinado por el co. Lejanos aún de aquello que llamamos el cuento
visitante, a quien cobró cariño. Lo lleva a un rincón moderno. Cabe recordar, a fin de ubicarnos, que
de la choza y debajo de un cuero de vaca le mues- para la época ya habían publicado sus obras Poe,
tra el ingreso a un subterráneo; le dice “Todo lo que Turgénev, Maupassant, Echevarría. Las historias de
encuentres en el interior es tuyo”. Lo que halla el ca- Ibáñez le deben más a Palma que al cuento literario
ballero es un montón de oro, en pepitas. Toma todo mundial.
lo que puede en los bolsillos, en un pañuelo y luego
en sus alforjas. El anciano le dice “Querido joven, En 1908 Francisco Mostajo editó la primera
todo eso es tuyo, saca cuanto puedas ahora y cuan- antología moderna del cuento arequipeño. Mostajo
do vuelvas y te dé la gana”. Parte el joven, pero en era un historiador positivista formado en la escuela
el pueblo inmediato pierde el tesoro jugando con el del explorador de archivos, conocía detalladamente

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la literatura publicada en Arequipa en los diarios y vadurismo católico arequipeño; un librero, para evi-
revistas de la época y estaba en inmejorable posición tar el escándalo, optó por cercenar ese cuento en la
para hacer esa antología, de modo que podemos con- mayoría de ejemplares y, según el gusto del compra-
fiar en su investigación si no en sus criterios. dor, ofrecía “¿Con El Loro o sin El Loro?”. Solo hace
Resulta curioso que en las “Palabras de anun- algunos años el cuento censurado ha reaparecido en
cio” de “Pliegos al viento” advierta a los lectores que una Antología de textos de Mostajo publicada por la
ninguno de sus elegidos es realmente bueno. Es- Compañía Cervecera del Sur. En estos tiempos des-
cribe: “Me he interrogado a mí mismo ¿Cuál es (de pués de Bukovski y sus imitadores arequipeños “El
estas) la personalidad literaria de enérgico relieve? Loro” causa ningún efecto.
Y me he contestado: ninguna”. Dentro de los pa- De “Pliegos al viento” son los dos primeros cuen-
rámetros Modernistas con que juzgaba a la Litera- tos aquí publicados: “El rapto de Miz-Miz”, una fábula
tura y que constan en su Tesis de Bachillerato “El de amor gatuno, de Juan Manuel Polar; y “El ganade-
Modernismo y el Americanismo”, por supuesto que ro” de Augusto Aguirre Morales.
ninguno de los cuentos arequipeños hasta 1918 se Los narradores que hallamos en esa antología
parece a los de Gutiérrez Nájera o los de Darío. Sin son casi todos heterodiegéticos y omniscientes, si
embargo, vistos desde el siglo XXI podemos decir que bien en algunos se advierten ya los primeros rasgos
varios incluidos en “Pliegos al viento” presentan ya de omnisciencia limitada. Pocos son relatos con na-
aquello que la modernidad demanda del cuento: una rrador-personaje; el primero de Modesto Málaga, “En
estructura narrativa efectiva por sí misma, cierta el cadalso”, soliloquio de un condenado a muerte por
unidad de acción y alguna significación simbólica. luchar a favor de “la libertad” en una historia apenas
El voluminoso libro de Mostajo contiene setenta esbozada, que incluye sus últimas palabras; luego
y ocho textos más el prólogo. No todos son cuen- tenemos un texto del propio Mostajo, “Falordia noc-
tos, como se apresura a señalar el propio Mostajo, turnal”, otro soliloquio meditativo que por momentos
hay artículos periodísticos y de costumbres porque asume la forma de un diálogo entre el sentido común
“a veces son más valiosos”. Encontramos veintisiete y la pasión, sobre el tema erótico-marital, sobre la
autores en “Pliegos al viento”. Ibáñez no figura entre metafísica de la vida; que es menos que un cuento,
ellos. Mostajo, sí. Hay tres cuentos suyos que en la una meditación insomne. Similares son las páginas
mayoría de ejemplares de la edición original han sido de Gustavo Cornejo tituladas “Mi último poema”.
cortados con navaja. Según el historiador Héctor Ba- En suma, hasta las primeras décadas del siglo
llón los tonos naturalistas con que se narra la histo- XX en nuestra narrativa local no aparece todavía el
ria de “El Loro”, un maleante que huye de la cárcel relato contado por su protagonista, primer rasgo de
de la Plaza San Francisco para buscar y matar a su la individuación literaria moderna.
amante prostituta, eran demasiado para el conser- Alberto Hidalgo escribió casi toda su obra en

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Argentina, pero lo tomamos para nuestra colección “El fantasma del Callejón de la Catedral” de Enri-
dado que figura en las historias de la literatura pe- que Portugal, “La muerte de Sarrasqueta” de Julio
ruana como autor arequipeño. Se trata de un acto C. Vizcarra, “Los amores que no duran” de Olivares
de apropiación identitaria, sin duda, pero tan váli- del Huerto, y el notable “Tic-Tac” de Gastón Aguirre
do como cualquier otro. Sus cuentos publicados en Morales.
“Los sapos y otras personas” (1927) solo en 2005 La principal diferencia entre las dos primeras
han sido reeditados junto a otros, por Álvaro Sarco colecciones de cuentos arequipeños, la de Mostajo
y Juan Cuenca. de 1918 y la de Bermejo de 1958, está en los crite-
Hidalgo, debido a su cosmopolitismo conocía rios de la selección. Mostajo se guío por su vocación
mejor la literatura de su tiempo y las nuevas técni- de historiador y registró cuanto pudo rescatar entre
cas del cuento. Formado en la vanguardia de Buenos artículos, ensayos y cuentos; trabajó en extensión.
Aires, recibió junto a Borges y Arlt la influencia de Bermejo en cambio puso el énfasis en las cualidades
los años 20 europeos y escribió una poesía inflama- estéticas de los seleccionados, suprimió todo lo que
da de futurismo, unos panfletos furibundos y algu- no seguía las normas del género por entonces vigen-
nos pocos cuentos en la revista “Caras y Caretas”, la tes, prefirió la calidad de la prosa y fue muy estricto.
mayoría de ellos experimentales y fantásticos. El que Como sabemos, hasta la mitad del siglo XX ya
en este libro hemos incluido es el único de tipo rea- han sido explorados varios tipos de cuentos: el de
lista, que destaca por su perfección y expresividad. enigmas y soluciones y el de terror con Poe, Qui-
roga y Clemente Palma; el de color local con Mark
Debieron transcurrir cuarenta años hasta que Twain, Francis Bret Harte, Juan Rulfo, Abraham
llegara la nueva cosecha de cuentos locales. En 1958 Valdelomar, Ventura García Calderón y otros; el psi-
el profesor Vladimiro Bermejo aprovechó el entusias- cológico de Henry James y Edith Warthon; el cuento
mo del gobierno municipal de entonces y propuso fantástico de Franz Kafka, Marcel Schwob y Borges:
una antología, a la que llamó solamente “El cuen- el epifánico de Chejov, Joyce, Katherine Mansfield
to arequipeño”, pequeño tomo que editó Mejía Baca y Sherwood Anderson; el cuento del dato oculto de
como parte del “Primer Festival del Libro Arequipe- Hemingway y el metafísico barroco a la manera de
ño”. En esa edición figuran quince cuentos, ocho de Faulkner. Poco de este desarrollo se encuentra en
los cuales ya estaban en la colección de Mostajo. nuestra literatura de la época, más atenta probable-
Son, entonces, solo siete los cuentos nuevos; poco, mente al entorno literario nacional que al internacio-
para cuatro décadas; entre ellos están “El último gol” nal. Hay que reconocer, sin embargo, que no fue el
de César Guillermo Corzo, el costumbrista “El Rude- cuento, de hecho, el género de la primera mitad del
cindo y la Tomasa” de Juan Manuel Cuadros, el más siglo, sino la poesía. Nada comparable a la brillante
experimental “Alma de pólvora” de Alfredo Arispe, promoción de Aquelarre y la Pacpaquería se encuen-

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tra entre los prosistas mistianos, si debemos con- gas Llosa, Edmundo de los Ríos, Tomás Álvarez, no
fiar en la selección hecha por Bermejo con ayuda de formaron un grupo consistente ni una corriente lite-
Alberto Ballón Landa y César Atahualpa Rodríguez. raria local pero mostraron que en la ciudad la novela
Apenas destaca “Tic-Tac”, el macabro relato de Gas- podía ser un objeto de perfección y belleza compa-
tón Aguirre Morales aquí incluido, que utiliza las téc- rable a la poesía. Sus temas fueron los de la época,
nicas del cuento contemporáneo de modo magistral. sociales, pero los personajes ya mostraban indicios
de una vida interna compleja e intensa, como en las
Solo en la segunda mitad del siglo pasado los novelas de Edmundo de los Ríos, por ejemplo. “Al
narradores arequipeños empezarían a explorar en el avanzar la narración literaria hacia la novela seria,
género del relato corto con mayor energía e imagina- con el tiempo dirige el foco de atención más hacia las
ción. A partir de los años 60 Arequipa crece debido a crisis internas, apartándolo de las meramente exte-
la migración, al programa de industrialización de la riores”, según el especialista en oralidad Walter J.
burguesía local y a los fenómenos naturales críticos Ong.
de esos años: los terremotos y las sequías. De ser
una ciudad de 271 000 habitantes según el censo de Una antología más se publicó en Arequipa
1940 pasó a tener 738 000 cuarenta años después. antes que concluyera el siglo XX. La preparada
Siempre ha sido una ciudad atenta a la innovación y por Max Neira González, el editor de la revista li-
al desarrollo; gracias a su ubicación geográfica privi- teraria más importante de mediados del siglo, “Jor-
legiada, próxima a Cusco, Puno, Moquegua y Tacna, nada Poética”. En 1972 reunió en el libro “Nueva
más que a Lima, Arequipa fue el centro comercial Imagen del Cuento Surperuano” veintiocho relatos,
y cultural moderno de todo el sur del país. En los veinte de ellos pertenecientes a escritores arequipe-
años 50 un intenso programa de industrialización ños. Sorprende que en catorce años, desde la anto-
llevó a la ciudad a nuevas formas de pensamiento, logía de Bermejo, la literatura arequipeña cambiara
hábitos de trabajo, visión del mundo, del arte y la con rapidez de las formas románticas de finales del
cultura que se expresaron en adelante a través de siglo XIX y comienzos del XX a una literatura experi-
una nueva manera de escribir y de narrar. Si bien mental; pasó de las historias naturalistas y de color
los poetas persistieron en su labor, con algunos li- local a los juegos de narradores múltiples, saltos en
bros notables, ya no fueron la principal fuente de el tiempo, soliloquios y monólogos interiores. Otra
la creación local, hasta los años 80 en que apareció novedad fue la elección de un nuevo espacio litera-
otro grupo importante. rio; Raúl Figueroa, Oswaldo Reynoso, César Vega
A partir de los sesenta empezaron su trabajo los y Edmundo de los Ríos ambientan sus cuentos en
novelistas: Vladimiro Bermejo, Agüero Bueno, César Lima. La modernización de la ciudad y las sequías
Atahualpa Rodríguez, Oswaldo Reynoso, Mario Var- en los Andes atrajeron hacia Arequipa a las migra-

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ciones del sur en los años 50; del mismo modo que Otra innovación, la más importante tal vez, es
el centralismo urbanista de Lima atrajo a las élites que por fin los narradores-personajes adquieren
intelectuales de provincias a partir de 1965. Posi- una vida interior que muestran; no de la que hablan
blemente, ambientar sus relatos en la capital debió como aquellos de los cuentistas románticos anterio-
obedecer también a la necesidad de los autores de res (y posteriores). Cuando el narrador dice “En eso
un escenario más amplio y complejo para los temas entró su mujer y la miró por el espejo ocupando el
elegidos. dintel de la puerta. Sintió pena por ella, por su ba-
En el último cuarto del siglo XX revistas y diarios rriga abultada y sus brazos rellenos” en el cuento
locales, municipalidades y juegos florales propiciaron “El milagro”, de Gastón Aguirre Morales, ese “sintió
concursos de cuentos que estimularon la escritura pena” deja muy poco a la imaginación del lector, la
como nunca antes ni después, dieron a conocer a los emoción figura en el texto. Dino Jurado, años des-
nuevos prosistas y favorecieron su publicación. En pués, nos muestra una situación similar en su cuen-
veinte años los autores de cuentos fueron legión: Max to “Apaga la luz”, aquí incluido, con la diferencia que
Neira, Óscar Silva, Noé Pérez, Félix Loayza Góngora, el autor mollendino amplía los sentidos posibles al
Marco Carreón, César Vega, Marove, Alfredo Corne- suprimir la expresión directa de los sentimientos del
jo Chávez, Óscar Valdivia, Alberto Martorell, Tito protagonista y en lugar de ellos crear una ambienta-
Cáceres, Freddy Vilca, Fernando Mayca, Efraín ción de suyo sugerente.
Astete, Raúl Figueroa, José Luis Ramos, Roxana
Mendoza, Carlos Herrera, Yuri Vásquez, Marcelo La primera antología del siglo XXI la publica en
Oquiche, José Ricketts, Hugo Ramos, Xavier de 2007 Efraín Astete bajo el título genérico de “Litera-
Taboada, Edmundo Motta, César Augusto Álvarez, tura Arequipeña”. La mitad del libro está dedicada
Fátima Carrasco, Oswaldo Chanove, César Delga- a la poesía; va desde Lorenzo de las Llamosas, José
do, Dino Jurado, Teresa Ruiz Rosas, Julia Barreda, María Corbacho y Mariano Melgar, hasta Rosa Ele-
Mary Ann Ricketts, Willard Díaz, Helbert López, Juan na Maldonado, Oswaldo Chanove y Mercedes Busta-
Pablo Heredia, Goyo Torres, Fernando Rivera, Mi- mante. La segunda parte contiene veintiún cuentos
guel Barreda, Jesús Aldo Díaz y muchos más. Al- casi todos escritos en el siglo XX. El antologador pa-
gunos, en mi opinión, lograron textos perdurables. rece privilegiar los relatos del orden social y la ac-
Varias transformaciones se producen en el arte ción, por sobre la vida privada y el mundo interior
de narrar durante estos años. Bajo el influjo de las que ya habían, para esa época, hecho su aparición
obras de Hemingway o la novela polical los párrafos en nuestras letras. En efecto, la generación que pu-
se hacen más cortos, las oraciones son simples, el blicó entre los años 80 y 90 sus mejores páginas
estilo más realista; con lo cual la lectura se vuelve empleó un lenguaje y unas técnicas adecuadas a la
rápida y amena. introspección, a la duda y la angustia, a los celos, al

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pulso de las sutiles cuerdas del mundo interior. Va- esperar el paso de los años y confiar, como Marx, en
rios de sus cuentos son parte de este libro. La guerra la crítica de las ratas. Lo que quede en pie será, en
interna y los problemas sociales del país, que no se el futuro quizá remoto, lo que valió la pena. El mer-
vivieron en esta región en los turbulentos años de cado y la industria cultural nos ciegan hoy más que
García y Fujimori, solo años más tarde aparecieron nunca; pero no siempre será así; llegará el tiempo en
en nuestra prosa, al vaivén comercial marcado por que las sencillas lecciones de Kant volverán a servir
Lima y la industria editorial. de tamiz, y la paja se separe del trigo. Importantes
nombres de hoy pasarán al olvido; premios, lisonjas
A partir del año 2000, sobre todo bajo el influjo mutuas y vanaglorias provincianas se irán al depósi-
de la Escuela de Literatura de la Universidad Nacio- to. Espero que entonces estos veinte cuentos rindan
nal de San Agustín, se ha multiplicado varias veces un nuevo examen y les deseo suerte.
la población de escritores de relatos cortos. La apa-
rición de nuevas editoriales regionales facilita la au-
topublicación y la distribución de libros, algunos de
cuyos autores han ganado prestigio nacional. Los te-
mas se han diversificado, pero la corriente principal
se dedica al relato histórico y al social. Junto a ellos
una nueva estética posmoderna de adolescentes,
violencia urbana y consumo de drogas practica sus
artes; habrá que esperar los resultados. Entretanto
aquí he optado, entre los últimos, por los seguros,
aquellos pocos que a mi parecer siguen esforzados
por lograr la corrección idiomática, las imágenes su-
gerentes y el gusto por la sutileza propios de la mo-
dernidad.

Arequipa es una ciudad de poetas y narradores,


pero también lo son Cusco, Puno, Moquegua, Tacna,
Lampa, Puquio y Cotahuasi; y Trujillo, Chimbote,
Caraz, Huaraz; muchos lugares del suelo patrio son
tierra de poetas y narradores; solo hay que pregun-
tar. Para la validación de dichas aspiraciones, im-
portantes por identitarias, todas por igual, hay que

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EL RAPTO DE MIZ-MIZ
Juan Manuel Polar

La granja está situada en una rinconada del valle.


En la granja vive Miz-Miz, la princesita de raso y de
ojos hermosamente azules.
¿Sabéis quién es Miz-Miz? Es una joven gatita
muy mona y muy relamida. En toda la comarca es la
única dama de su raza, y si las crónicas no mienten,
algún mago cabalista la tiene encantada en aquellas
soledades. Lo que sí está fuera de duda, es que Miz-
Miz procede de noble abolengo: así lo denunciaba
su pelo blanco como el armiño, su carita desdeñosa,
sus escogidos modales y la elegancia de sus felinos
contornos. Viéndola tan rubia, tan espiritual, y tan
pulcra, cualquiera creería que es una Miss de las
aristocracias.
Da gusto observarla en las tardes cuando baja
el sol, cómo, arrellanada en una de las ventanas de
la granja, mira a un lado y a otro entornando los ojos
entre aburrida y melancólica. Como es tan modosa,
se pasa de cuando en cuando la manecita enguan-
tada por la cara y se relame con singular gracejo. El
vuelo de alguna golondrina suele intrigarla: levan-
ta con vivo movimiento la cabeza, sigue con mirada
perspicaz a la simpática Santa Rosita, se despere-
za, pero acaba por fin por bostezar y arrellanarse de
nuevo. Es que se aburre.

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A veces enarca el lomo, estira la blanquísima encarecimientos que se hacían de la noble castella-
cola y, con voluptuosidad de exquisita elegancia, na.
ronroneando sus displicencias, va a sobarse el lomo Era el tal Zapirón un gato de ilustre linaje, dado
entre las piernas del amo. a las aventuras, arriesgado como el primero y ena-
Todos quieren a Miz-Miz, todos la acariñan, la morado en demasía. Es cosa no averiguada el origen
sientan sobre sus rodillas y le pasan la mano por el del reinado de Zapirón en los bosques de la comarca
lomo; singular caricia con que ella se recrea; pero aquella; pero seguramente veníale por estirpe la po-
sin devolver estos halagos, y mostrando siempre el sesión de aquellos dominios, donde imperaba celoso
mismo desdén de princesa mimosa que se fastidia. de sus fueros, como dueño y señor de vidas y ha-
Hasta los perros, los tres altivos guardianes de ciendas. A usanza de los antiguos feudales, entrete-
la granja, respetan a Miz-Miz y la atienden con doble nía sus ocios, Zapirón, con aventuras galantes, caza
galantería. Ninguno se acerca su plato, se contentan arriesgada y de allá en cuando un desafío a garra
con mirarla desde lejos cuando ella come lentamen- limpia, con maleante caballero de su raza que en
te, gustando sus sabrosos manjares; y si por casua- mala hora se atrevía a cruzar sus dominios.
lidad alguno pasa demasiado cerca de ella, gruñe, Cuanto a su figura, se dice que era apuesto el
levanta la manita y deja caer un rasguño sobre el mancebo: distinguíase su cuerpo por lo vigoroso y
impertinente, que se retira humillado. bien musculado; la cabeza era enorme, pero altanera
Aunque rodeada de tantas consideraciones y ceñuda; centellantes ojos; recio bigote y gallarda la
y solícitos cuidados, abúrrese Miz-Miz sin hallar apostura. Gastaba traje atigrado de esos que llaman
los esparcimientos propios de sus juveniles años; romanos, y tenía por armas agudos dientes y garras
y dada a las imaginaciones, al mucho soñar y al del más fino acero.
mal dormir, languidece la joven dama, sintiendo Gozaba, pues, Zapirón de grande nombradía
las congojosas perturbaciones del llamado mal del como caballero blasonado y señor de horca y cuchi-
siglo, en moderno lenguaje. llo; respetábanle los distantes feudales sus congéne-
En el entretanto, la fama y nombradía de Miz- res, jamás conoció rival en la comarca y era el terror
Miz traspasó los linderos granjeriles, y allá en los de conejos malandrines y de pájaros follones.
mentes, en el tupido bosque de las orillas del río sú- En su calidad de enamorado y aventurero, hol-
pose que existía la princesita encantada sobre la que gábase Zapirón escuchando las ponderaciones de
corrían variadas y no pocas amenas historias. Por no la nunca bien ponderada Miz-Miz, y huroneando
sé qué chismografía de conejos silvestres, que siem- las noticias y recogiendo con disimulo los datos que
pre andan en cuentos, los de esta raza, llegaron las era menester para el éxito de su empresa pasó dos
noticias a oídos de Zapirón el Montés, que escuchó, días, que a su amorosa impaciencia se le antojaron
relamiéndose con mal disimulado entusiasmo, los siglos.

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No era el noble Montés persona de aquellas brujas y de aparecidos, atribuyendo al felino ciertas
que ponen tiempo y desvelos entre el pensar y el comparserías con espíritus maléficos. No viose nun-
resolver, y así que tuvo precisos datos de la casa ca más atento auditorio: arrebujábanse los chicos
solariega donde habitaba la señora de sus pensa- amedrentados en las faldas de sus madres, hacíanse
mientos, decidióse a dar principio a tan deseada cruces las mujeres, y mozos y viejos permanecían
conquista. Así pues, una de aquellas noches en que colgados de los labios de la narradora, que se holga-
la oscuridad invitaba a las aventuras galantes, ba en todo extremo viéndose tan acatada y bien oída.
con discreta cautela, pero sin temores, que en su Entre preocupada y burlona atendía Miz-Miz
noble pecho nunca tuvo aposento la bajeza del a todos los relatos, sin darles al parecer gran im-
miedo, dirigióse el enamorado caballero a rondar portancia; pero allá para su sayo, bien comprendía
el castillo de su dama, para requerirla con cariñoso a quién se dirigían las nocturnas visitas; y aunque
reclamo. mucho se recreaba su femenil vanidad, sentíase
Cuéntase que en aquella noche los mozos de la amedrentada y temblorosa por la siniestra fama, los
granja vieron brillar en los cercados matorrales dos relucientes ojos y la formidable apostura del Tenorio,
ojos que parecían ascuas encendidas, que los masti- cuya silueta tenía ya bien conocida, por cierto.
nes lanzaron voces de alarma, que se asomó Miz-Miz, Tan variadas y nunca sentidas impresiones,
entre curiosa y sobresaltada, para informarse de tan traían a Miz-Miz nerviosa y sobresaltada.
inusitada algarabía, que se escuchó en las sombras Espeluznábase toda ella, enarcaba el lomo, salta-
un maullido prolongado y que los tres perros se pre- ba sin motivo, escurríase con nerviosos movimientos,
cipitaron en la oscuridad, vociferando con manifiesta lanzaba prolongados maullidos y quedábase largos
indignación. ratos con los ojos entornados, en actitud meditabun-
Ocurrieron muchas y muy comentadas escenas da, como persona preocupada y congojosa. Cualquier
como la anteriormente descrita: con lo cual demás moderno observador de esos que tanto abundan en
es decir que las gentes de la granja traían alborota- sustanciosos análisis, habría visto a las claras en la
do el cotarro. Los más juiciosos y discretos eran de dama de nuestra historia, el desarrollo de eso que
parecer que el Montés, no era tal Montés, sino algu- han dado en llamar el proceso psicológico o fisiológico
na otra fiera bravía y mal intencionada. Los mozos, (pues en eso no están conformes los autores) de una
dándose de bravucones, limpiaban la vieja escopeta pasión amorosa; y tal proceso había y era tan cierta
con airado ceño y resueltos a habérselas con cual- la pasión amorosa, que Miz-Miz, lejos de huir del pe-
quiera; pero ningún comentario era más curioso que ligro, seguía asomándose a la ventana, y esperando
aquel que se hacía por las noches, después de la al nocturno visitante; con lo cual, sea dicho de paso,
cena, alrededor del humeante candil, cuando algu- iba adelgazando la noble dama y empezaba a sentir
na vieja trasnochada, sacaba a relucir cuentos de los síntomas de esa enfermedad que dicen llamarse

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histerismo, y que es peculiar de naturalezas finas y rada del Montés no acertaba a distinguir si esta-
delicadas. ba allí la señora de sus pensamientos. La amorosa
En tanto el caballero Montés andaba por el bos- impaciencia lo había hecho adelantar seguramente
que, preocupado, intranquilo y ansioso de poner la hora de las cuotidianas visitas; pero era tal su
término a tan prolongados desvelos. Lo que en un anhelo que, sin poder contenerse, llamó a Miz-Miz
principio fue aventura galante convirtióse con los con blanda y apasionada voz. Pasaron pocos mo-
obstáculos y con la singular belleza de Miz-Miz en mentos, y como evocado sueño o poética fantasía,
ardiente llama que atormentaba su valeroso pecho. apareció silenciosamente la dama con su simbólico
Era lo más grave del caso que a semejanza de no traje blanco propio de amorosa cita. Es cosa averi-
pocos guerreros y de muchos y de muy denodados guada que, hasta entonces, el galán, por timidez o
personajes, sentíase Zapirón ante su dama lleno de por decoro, no osó aproximarse a ella; pero en seme-
timidez invencible, turbado y confuso por tan nunca jante ocasión resolvióse a correr todo riesgo y avan-
sentida emoción; como Hércules, iba a caer vencido zó pocos pasos. Asustada la dama, retrocedió ante
a los pies de Onfala. aquel formidable enamorado de cuerpo hercúleo y
Las ansias amorosas del felino Romeo, no po- de cabeza de tigre. Detúvose Zapirón conteniendo el
dían sufrir muy larga espera, dado su pasional y aliento, y todo azorado, en ademán de acecho, fijos
nervioso temperamento; y una de aquellas noches los ojos en la entornada ventana por donde Miz-Miz
en que el cielo mostrábase encapotado y el valle desapareciera, quedóse en guardia, batiendo la lar-
oscuro como el fondo de un pozo, dirigióse a bus- ga cola con nervioso movimiento. Asomóse de nuevo
car a su adorado tormento, con el ánimo de poner Miz-Miz venciendo su natural timidez la amorosa cu-
término a los desvelos y congojas de su hasta en- riosidad que intrigado tenía su juvenil corazón. Vióla
tonces malaventurada pasión. Centelleante la febril el Montés, desahogó con un suspiro de satisfacción
mirada, tensos los músculos, erizado el regio pelaje su acongojado pecho, y con despacioso andar fue
y azotándose los flancos con la larga cola, avanza- acercándose a la dama, mostrando en sus actitudes
ba el héroe por entre los árboles con movimientos la más fina galantería y el mayor recato, al mismo
elásticos, tranquilidad felina y ademán resuelto. tiempo que ponía en sus glaucos ojos la más tier-
Confundíanse sus pisadas con el ruido que hacía el na y humilde súplica. Cohibida y medrosa recogíase
viento al arrancar las hojas secas de la viñas y sem- Miz-Miz; y cuando el galán ya cerca, muy cerca com-
brados y escurriéndose por los estrechos bordes, prendió que era el momento decisivo, dio un rápido
introdújose al fin en la granja, que yacía entregada salto, cogióla por el cuello, y antes que ella pudiera
al tranquilo reposo nocturno. darse cuenta de la sorpresa, con ligero movimiento
Los mastines, con culpable descuido, dormían de la cabeza, echola sobre la espalda y emprendió
tendidos cual largos eran, pero la escrutadora mi- la fuga. La aterrada Miz-Miz prorrumpe en un agu-

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do grito, pero el raptor no se detiene. Ella intenta léricos mastines; el Montesco en presencia de los
desasirse y lanza las voces de “¡Socorro... A mí... odiados Capuletos. Encorvado el lomo, erizadas las
socorro...!”. Saltan frenéticos los mastines; pero greñas, desenvainadas las cortantes garras recóge-
el bravo Montés con indescriptible ligereza, salva se sobre sí mismo, y rápido como el rayo, cae de un
charcos y zarzales, apareciendo en la oscuridad de salto sobre el más próximo de sus enemigos, y lo re-
la noche como fantástico Plutón que arrebatara a cibe con recia dentellada. El combate es sangriento:
la desmayada Proserpina. Erguida la noble cabeza, de una parte la agilidad y la audacia manejando los
erizados los agudos bigotes, jadeante, intrépido, los agudos puñales de la garra; de otra el noble valor
glaucos ojos despidiendo centellas, huye en desen- y los afilados dientes; ya el zarpazo cortante o el
frenada carrera con agilidad vertiginosa; pero los sangriento mordisco y acompañando el fragor de la
nobles mastines van ya a darle alcance. Sus formi- lucha, grande vocerío de indignación y rápidas y
dables ladridos resuenan en el silencio de la noche, enérgicas interjecciones del raptor.
a modo de airados apóstrofes o de gritos de reto Miz-Miz vuelta en sí de su desmayo apercibióse
lanzados contra tan indigno raptor. Como en el arte de la riña, y así que pudo tomar aliento, llena de es-
de la guerra no son novicios, divídense con movi- tupor, confusa y desmelenada, huyó hacia la granja,
miento envolvente; quédase un de ellos a retaguar- deslizándose por entre los viñedos y volviendo a cada
dia hostigando al Montés mientras los otros dos paso la cabeza como persona que huye de pavoroso
trazando estratégico semicírculo, logran cruzarlo espectro.
y, ya de frente, lánzanse con toda la energía de su Los mozos de la granja, despertados por tan rui-
imponente cólera. En tanto Miz-Miz ha sufrido un doso escándalo, presididos por el mayordomo y ar-
desmayo y en el arrebato de tan grande torbellino mados de sendos garrotes y de veteranas escopetas,
permanece como muerta. dirigiéronse al lugar de la lucha. Zapirón distinguió
Zapirón, como leal caballero y quijotesco ena- en la oscuridad sus siluetas que avanzaban en son
morado, resuelto está a defender su conquista. de ataque, volvió la vista y no encontró a Miz-Miz;
Quiere retroceder pero se ve acosado; comprende comprendió que no le quedaba más recurso que la
que la lucha se impone, y acepta la lucha. Detié- fuga, y con supremo esfuerzo, repartiendo mando-
nese pues en posición ventajosa; deja caer sobre bles con las garras, dando saltos de tigre y formida-
el césped con gentil delicadeza su amorosa carga, bles embestidas, abrióse paso y fue a perderse en la
y entonces se verifica en él singular transforma- tupida sombra del bosque impenetrable. Los mas-
ción: el galante y sentimental enamorado truécase tines le persiguieron desesperadamente y quedaron
en formidable corsario avezado en los horrores de en acecho largo rato, olfateando aquí, gruñendo allá
la lucha, vencedor en infinitas aventuras, poseído y siempre en guardia; pero ya en la madrugada, con-
por la legendaria enemistad de razas contra los co- vencidos de la inútil espera, volviéronse a la granja

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conversando entre ellos del extraño caso, no poco Miz-Miz, escuchaba sin hacer comentarios a todas
orgullosos de haber salvado a la noble dama, y sin las versiones, disimulando el natural rubor que el
preocuparse de las sangrientas heridas recibidas en famoso suceso le causara; y aunque al día siguiente
la lucha, como avezados guerreros que tenían en agasajábanla todos con mil demostraciones y le ser-
poco perder la vida cuando el honor anda por medio. vían en el desayuno las más jugosas migas, mostrá-
¡Qué decir de los comentarios que en la comarca base ella toda cohibida y espeluznada, como ocurre
se hacían sobre tan nunca visto suceso! El presti- siempre a las jóvenes en casos semejantes. Allá para
gio del caballero Montés era motivo de leyendas y de su sayo, sentíase Miz-Miz llena de temor y de cierto
cuentos maravillosos. Referíanse raptos semejantes, júbilo, al mismo tiempo; y por más que pensaba y
hablábase de temerarias aventuras, llegando a ser por mucho que discurría, no acertaba a explicarse
Zapirón, según el ir y venir de fábulas y comentarios, esta curiosa contradicción propia de enamoramiento
algo así como un Galaor o un Amadís felino. de doncella recatada.
Cuanto a la fama granjeril, era el caso de aque- Pasáronse varios días llenos de intranquilidad
llos que hacen época. Las señoras gallinas escucha- previsora, tentativas arriesgadas, rondas nocturnas
ron la noticia del rapto con cacareos de alarma: en- y no pocas peripecias; y cierta noche sobre cuya fe-
fadose el gallo, y sacudiendo las alas con no poca cha hay dudosas opiniones, después de haber ar-
baladronada en medio del harem, lanzó reiteradas mado la gran bronca, entre vocerío y tumulto, el
veces el do de pecho de su voz de tenor. Los cone- porfiado Zapirón salió al fin airoso en la aventura;
jos temerosos de su seguridad personal, celebraron arrebatando a Miz-Miz a despecho de caballerescos
acuerdo para no hacer nuevas correrías por los pra- mastines y de mozos deslamados.
dos donde acostumbraban solazarse. Los pacientes Ha sabídose después en la granja, por referen-
borricos, meditabundos, en su carácter de filósofos, cias de cierto pájaro parlero, que, en la madrugada
atribuían el rapto a naturales devaneos juveniles, del siguiente día, las primeras luces del alba vieron
discurriendo con indulgencia sesuda al sustentar el al nuevo Hércules rendido a los pies de Onfala: la
matutino pienso. Los corderos, las caballerías y has- blanca manecita de la princesa acariciaba con ju-
ta la cabra, trataron el punto por más de ocho días; guetona coquetería el nervudo rostro del valeroso
pero nadie en la granja andaba más preocupado que caballero.
los mastines: reconocíanse obligados a defender los
fueros de la vieja propiedad y a custodiar a la noble
dama encomendada a su caballerosa hidalguía. Tal
era su preocupación, que no se atrevían a descabe-
zar un mal sueño, y pasaban la noche en vela, el día
en acecho y tarde y mañana en guardia. Solo ella,

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Juan Manuel Polar Además fue Secretario de la Junta Departamen-
tal de Arequipa, miembro del Directorio del Tranvía
Juan Manuel Polar Vargas nació en 1868, su padre Eléctrico, Secretario de la Sociedad Eléctrica de Are-
fue el doctor y diplomático Juan Manuel Polar y Ca- quipa y Asesor de la Cámara de Comercio de Are-
rasas. Se sabe poco de su infancia y primera juven- quipa en la Conferencia Económica de la Región del
tud. La segunda mitad de su vida la pasó dedicado Sur, de 1932.
a la enseñanza, primero en colegios particulares y Entre sus obras la más conocida es sin duda
desde 1902 en el Colegio Nacional de la Independen- “Don Quijote en Yanquilandia” (1925), una crítica de
cia donde se le reconoce como uno de los profesores los tempranos males de la civilización norteameri-
más queridos. cana. Su cuento navideño “El Tanka” fue muy cele-
Federico More lo recordaba así: “Nosotros, en brado es su tiempo. Al final de su vida escribió sobre
el colegio, no lo conocíamos sino por don Juan Ma- temas filosóficos, sociales y económicos en “Al Mar-
nuel. Lo comparábamos con los profesores severos gen” y “Comentarios”. Aguirre Morales lo llamará “el
y con los inspectores inexorables; sabía olvidarse de primer prosador de relieve después de largos años de
cuándo no sabíamos dar la lección”. Hombre tímido, esterilidad”.
según Mostajo, formó no obstante en su casa una Falleció en 1936, a los 68 años. El gobierno de-
peña intelectual llamada “Pacpaquería”. Un habitúe cretó duelo en Arequipa.
escribió: “Era siempre en la tarde, en esa casona ya A poco de su fallecimiento un grupo de sus
histórica de la calle Santa Catalina. Allí, desde hacía alumnos le erigieron en el Colegio de la Independen-
tal vez mas de 30 años, se reunían los varones des- cia Americana un busto en bronce cuya placa recor-
tacados de ese pueblo, quienes constituían la origi- datoria dice: “¡Al más querido maestro de todos los
nal sociedad llamada de los ‘pac-pacos’. Diríase que tiempos!”.
don Juan Manuel oficiaba de Gran Maestro por obra
y gracia de sus títulos imponderables. En ese aco-
gedor ambiente, sin protocolos molestos, se hacía
deliciosa tertulia hasta sonadas las 9, hora en que
el concurso abandonaba ese rincón amado e inolvi-
dable, henchidas las almas de ternura y las mentes
tonificadas con tanto bueno que prodigaba siempre
aquel cerebro de oro que fuera don Juan Manuel”.
Al mismo tiempo fue catedrático de Literatura
en la Universidad de San Agustín, donde obtuvo el
grado de Doctor Honoris Causa.

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EL GANADERO
Augusto Aguirre Morales

Un viento de tristeza y desolación pasaba sobre los


campos y las ciudades dormidas al pie de la cordi-
llera.
Los árboles no florecían, la mies había sido tala-
da, y por doquiera se encontraban res-tos de vivacs
acusando la marcha de las guerrillas en campaña:
charcos de sangre marcando las últimas escaramu-
zas; y en los reducidos caseríos de aquella región,
pálidos hombres de rostros cadavéricos y macilen-
tos, los heridos y enfermos dejados allí por las ban-
das destructoras. Por todas partes los signos de la
devastación producida por los pelotones revolucio-
narios. Algo así como un ambiente de duelo cubría la
región por sobre la que parecía resonar aún el toque
del clarín y el redoble triunfal de los tambores.

Una noche, mientras la aldea dormía, con el tran-


quilo y confiado reposo de los pueblos indígenas, las
guerrillas revolucionarias cayeron sobre ella como
un alud. La fuerza gobiernista trató de defender-
se; pero fue arrollada, deshecha, exterminada por
la superioridad numérica; y el pelotón vandálico,
luego de tomado el pueblo, comenzó su obra de pi-

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llaje y carnicería, toda la rabia y desesperación de Tras la puerta, inmóvil y rígido como una es-
esa montonera perseguida constantemente y aco- tatua, el anciano oía aproximarse la tem-pestad sin
rralada como una manada de lobos por las tropas que un solo músculo de su cara se contrajese. De
gobiernistas, se desencadenaron incontenibles y pronto se sintió un terrible culatazo sobre la puerta
fieras; y el desbordamiento de todas las pasiones y tras éste, otro, después las débiles tablas saltaron
hizo explosión en aquella noche memorable. por completo. El resplandor de las antorchas iluminó
Era aquel un trágico espectáculo: el pequeño súbitamente la choza; entonces el viejo pudo contem-
pueblo iluminado por el rojo resplandor de los incen- plar a los asaltantes: eran diez o quince a lo sumo.
dios que alumbraban los cadáveres sembrados por Ellos vacilaron un momento al ver la actitud amena-
las calles y los hombres que, rifle en mano, trataban zadora del indígena; pero luego el más atrevido avan-
de forzar las puertas, tras las cuales las familias in- zó y lo siguieron todos. El viejo dio un paso hacia de-
dígenas medrosamente acurrucadas aguardaban el lante, cerrando con su cuerpo la entrada de la choza:
sacrificio. —¿Qué quieren ustedes aquí? —gritó con voz
colérica, tratando de dominar ese con-cierto de au-
La puerta de la choza del tío Tomás, el viejo gana- llidos y blasfemias.
dero, estaba herméticamente cerrada; y tras ella se —Contigo, nada —respondió el que parecía ca-
había colocado el robusto viejo que, hacha en mano, pitanear a los demás—. ¡A ver muchachos!, acaben
esperaba con aparente tranquilidad a los revolucio- ustedes con este cholo—, dijo, y se escurrió ligera-
narios, pronto a defender su hogar hasta el último mente hacia el grupo formado por las dos mujeres.
trance. Sereno, altivo, el indígena se terció el pon- El anciano quiso seguirle pero se vio súbitamente ro-
cho. Nada denotaba su impaciencia, apenas si su deado por una docena de hombres que le acosaban
boca ligeramente entreabierta, dejaba escapar su a culatazos. Entonces blandió el hacha con energía
ansiosa respiración. salvaje y poderosa; y mientras esas fierecillas esmi-
A espaldas del viejo y en el fondo de la habita- rriadas trataban de acabar con él a golpes, él co-
ción, la esposa y la hija acurrucadas, formaban un menzó a hender cráneos con hercúlea fuerza. Pare-
grupo. Llenas de espanto, no gemían ya. Con los ojos cía como que el instrumento estuviera animado, en
terriblemente abiertos, escuchaban el grito salvaje y sus manos, de una fuerza increíble, sobrehumana,
continuado de la horda que se acercaba... salvaje, poderosa. Subía y bajaba vertiginosamente,
El rumor fue haciéndose más próximo, mas dis- describiendo molinetes inverosímiles, brillaba como
tinto. Las teas comenzaron a iluminar las calles; más serpiente de fuego, a la luz de las teas: caía, luego,
luego las pisadas y el ruido de los sables se sintieron; sobre un cráneo, produciendo ruido seco de hue-
y por último el estruendo enorme de puertas desasti- sos triturados: se escurría de la herida sangrienta
lladas, de imprecaciones y de tiros inundó la vía. y volvía a levantarse para volver a caer con increíble

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rapidez, era una máquina devoradora de vidas; un Reinaba una quietud de muerte: un silencio de
monstruo en cólera, una fiera implacable y sangrien- tumba, por sobre la que vibraban los sones de la
ta, segando, exterminando, triturando, rompiendo... oración de la tarde, tocados por las campanas de la
Poco a poco el soberbio brazo fue cediendo, de- iglesia parroquial.
bilitándose. Las fuerzas le abandonaban; y el hacha, Las estrechas callejuelas estaban ya desiertas.
como una bestia en agonía, se revolvía aún tratando Al extremo de una de las más apartadas, como
de herir a sus adversarios, pero se levantaba ya con en otro tiempo, se levantaba la choza del tío Tomás,
lentitud, y caía débilmente. el viejo ganadero; una casucha pequeña con su te-
El viejo sintió aproximarse el final de aquella lu- cho de paja puna y su puerta pequeñita, a través de
cha; y comprendió que pronto caería sobre los cuer- la cual habría que agacharse demasiado para pasar.
pos de sus adversarios. Volvió la vista entonces. El En el interior de la casa reinaba oscuridad profun-
que primero entró arrastraba a la muchacha que se da y un calor insoportable, conservado por el techo,
defendía tenazmente; y entretanto, al otro extremo caldeado durante el día por el sol. Muy cerca de la
de la choza, la vieja, con los ojos terriblemente abier- puerta se cocinaba algo en un brasero hecho de sun-
tos y la faz desencajada, no se movía, no temblaba chos y del que se desprendía un olor a quemado que
siquiera; tenía la actitud de una momia con la boca llenaba el recinto.
entreabierta y los ojos vidriosos. —¡Eh! —refunfuñó de pronto la voz del viejo,
Toda la magnitud de la catástrofe pasó por la desde el extremo de la choza—, ¿me has oído?
mente del viejo con la rapidez del relám-pago; y ha- Esta noche ha de ser, no de balde nos hemos pa-
ciendo un último supremo esfuerzo dio un paso va- sado el tiempo aguardando este momento para
cilante hacia su hija, levantó el brazo; y el hacha, perderlo luego. Crees acaso que el bandido per-
como si todas las últimas energías del viejo se hu- manecerá mucho tiempo aquí y bueno sería que
bieran concentrado en ella, bajó rápida y brillante, después de tanto esperar, lo dejáramos irse como
hendiéndose hasta el mango en el cráneo de la mu- unos brutos, como si no nos acordáramos que
chacha. En seguida el brazo se descolgó con pesadez él fue de los que mataron a nuestras mujeres e
y el anciano cayó, es-truendosamente, sobre el pavi- incendiaron chozas; ¿te acuerdas? Hace ya ocho
mento, salpicando la sangre de la charca. meses y todavía me siento mal; ¡ah!, los bandidos
me maltrataron alguna entraña; porque, a pesar
II de habérseme cerrado las heridas, comprendo que
me marcho sin remedio; pero lo que es él, no se me
Era la sombra del crepúsculo. escapa, no se me escapa; te lo juro; por el santo
Las sombras, próxima ya la noche, se extendían patrón, no se me escapa. ¿No te acuerdas que nos
por sobre el pueblo acurrucado al pie de los Andes. debe la vida de nuestra hija?

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Y el anciano escupió con rabia. jan ver el interior, en el cual duerme tranquilamente
Por toda respuesta se oyó la tos seca y cascada un hombre, echado sobre un jergón, teniendo por
de la vieja en el ángulo próximo de la choza. almohada un haz de pajas. Su vestido es una extra-
—¿Estamos? —volvió a gruñir el ganadero. — ña indumentaria amalgama de militar y de paisano.
Dime, ¿qué melindres son esos? Has pasado el día, Lleva casaca de soldado y grandes botas de montar,
desde que te anuncié que la cosa sería esta noche, todo en extremo estado de vejez; y a su lado des-
como si te disgusta-se vengar a nuestra pobre Maria- cansa un sombrero huachano. Un retazo de vela de
cha—. Callóse un momento, más como oyera sollo- sebo pegada a la pared y que sin duda se olvidó de
zar a la vieja, pateó el suelo con disgusto. —¡Cómo! apagar antes de dormir, le ilumina muy débilmen-
—gritó, —¿llorar?... maldita vieja. No pareces de mi te el rostro: un tostado rostro de cholo con algunas
misma raza. Es que te queda conmiseración para el cicatrices que le desfiguran y sobre el que caen los
cholo que hizo ma-tar a nuestra hija, para el que in- abundosos y crecidos cabellos.
cendió nuestra choza y nuestra paja… ¡ah, puerca, La calma y el silencio reinan en el exterior y la
cochina! —rugió poniéndose de pie. luna alumbra el paisaje, llenándolo de beatitud.
La pobre vieja se arrastró hasta él y agarrándo- De pronto, tras un recodo del cerro surgen dos
se de su brazo: sombras, como a cincuenta pasos de la choza. La
—Oye —le dijo, con voz seca y nasal que pare- una, más alta, parece como si sostuviera a la otra:
cía salir del fondo de una caja, mientras de sus ojos andan con lentitud. Acer-cándose más se les reco-
arrugados se desprendían abundantes lágrimas—, noce: son el viejo ganadero y su mujer. La pobre vie-
oye Tomás, ¿sabes?... es él… del que te hablaba… ja seca y apergaminada como un cartón, no anda,
él, mi hijo— y se dejó caer de rodillas. se arrastra llevada por su marido. Cubierta por un
—¿Él?, ¿tu hijo? —rugió el viejo pegando un poncho de vicuña, lleva a la cabeza al aire; y a los ra-
puntapié a ese informe montón de huesos que se yos de la luna se observan sus flotantes cabellos. La
revolvía a sus pies—, ¿tu hijo?— continuó con la fie- mandíbula le tiembla convulsivamente y marcha con
reza de la raza indígena—. Le matarás tú, maldita los ojos casi cerrados; parece que salmodiara una
—dijo, y terciándose el poncho sobre la espalda salió oración. Sus gruesas ojotas producen, al arrastrarse
de la choza. sobre las breñas, un sonido hueco y desagradable.
Todo reposa en silencio en la aldea. —Con que ¿tu hijo? —murmuraba maquinal-
La noche es clara, iluminada por una luna es- mente el viejo, como si no tuviera cons-ciencia de lo
pléndida. que decía—, pues serás tú, tú…—, y seguía arras-
En las afueras y pegada a la falda del cerro hay trando a su pareja.
una chocita hecha de cantos y pajas. Las piedras de Al llegar junto a la choza, paseó el viejo una mi-
las paredes, superpuestas sin cohesión ninguna, de- rada a su alrededor y desprendiese de los brazos de

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su mujer, la que cayó de rodillas sobre el suelo; se mente, acercándose a la puerta, la cerró por dentro;
acercó a la puerta de la choza que estaba entrea- y después de apagar la luz despertó con un leve em-
bierta y observó el interior: el hombre continuaba pujón a su hijo:
durmiendo tranquilamente. Un relámpago de alegría —¡Huye! —le dijo—, te persiguen.
fulguró en sus ojos y de puntillas para no hacer rui- El hombre, acostumbrado a esa vida de sobre-
do, se acercó al lugar donde la infeliz había caído. saltos, no preguntó de dónde venía el aviso y toman-
Y tomándola de los sobacos la hizo recorrer el do su sombrero se precipitó hacia la puerta.
camino que la separaba de la puerta de la choza. —¡No! —grutó la anciana deteniéndolo—, por
Sacó luego un cuchillo de montero, lo depositó en la ahí no. Toma —añadió, entregándole el cuchillo—.
mano de la pobre vieja que temblaba de espanto; y Salta por ahí—, y señalaba el techo por el lado del
dándole un leve empujón la obligó a penetrar en la cerro.
choza. Cerró la puerta por fuera y miró por un agu- Entretanto el ganadero, sin luz para ver lo que
jero de la pared. pasaba en el interior de la choza, había sentido el
La anciana, impotente para sostenerse de pie, cuchicheo; y desorientado, se acercó a la puerta que
había caído a pocos pasos del dormidor; y le miraba empujó con fuerza; pero la puerta resistió, iba ya a
con ansiedad infinita. Se oía el castañeteo de sus echar abajo las paredes, cuando, a la luz de la luna,
dientes y en su mano brillaba el cuchillo que tembla- divisó un hombre que ágilmente huía entre las bre-
ba precipitadamente. A los pocos momentos volvió ñas del cerro.
la vista y miró, con espanto el ojo amenazador de su Un grito salvaje y poderoso se escapó de la gar-
marido que por tras la pared le miraba imperiosa- ganta del viejo que, impotente ya para alcanzar su
mente y la sugestión de aquella mirada brillante y presa, quedose mudo, alelado, temblando de rabia
ordenadora la hizo avanzar hacia su hijo. Levantó el y con los ojos fijos en su enemigo que se perdía tras
cuchillo, que luego dejó caer con desaliento; enton- los picos. Luego, volvió la vista y contemplando la
ces una lucha horrible se entabló en su alma. El ojo choza rugió entre dientes desesperado, lanzose al
sugestivo, autoritario, el terrible ojo no dejaba de se- cerro, hacia el lado por donde su enemigo había es-
guir sus movimientos; y dominada por él, avanzaba capado, cogió la paja del techo y la desmenuzó entre
a veces sobre su hijo, para retirarse inmediatamente sus manos febriles y la hundió dentro de la choza,
temblando de espanto, bajo la subyugación del cari- junto con las vigas que la sostenían, la hundió con
ño a aquel retazo de sus entrañas. precipitación salvaje, y cuando no quedaba ya ni un
De pronto una idea salvadora cruzó por la men- madero que echar adentro, sacó una caja de fósfo-
te de la vieja; y sus ojillos antes muertos brillaron ros, le prendió fuego y se alejó…
ahora siniestramente; y como si ese pensamiento le A los pocos momentos se elevó una gran llama
hubiera devuelto las fuer-zas, se levantó, penosa- rojiza y a su siniestro resplandor se destacó la pode-

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rosa silueta del ganadero que descendía lentamente, Augusto Aguirre Morales
por la ruta de la aldea.
Periodista, poeta, novelista. Estudia Derecho pero
(1907) abandona los cursos para dedicarse a la adminis-
tración. Fue preceptor en una Escuela Fiscal y ama-
nuense de la Corte de Justicia. Fue profesor de Arte
Incaico en la Escuela de Bellas Artes y Director de
un Instituto Pedagógico de varones, en Lima. Traba-
jó como Interventor de Correos en Cusco y Secretario
de la División de Aguas e Irrigación en Lima.
Amigo cercano de Abraham Valdelomar, partici-
pó en la revista Colónida. Allí empezó su vocación por
el pasado incaico y su grandeza, pero a diferencia de
sus amigos que veían el tema desde su lado román-
tico, Augusto Aguirre Morales creía en la necesidad
de hacer investigación histórica y aún arqueológica
para documentar de modo realista sus historias.
Entre sus obras destacan “Flor de ensueño” (No-
vela) 1906, “La medusa”, Lima 1916. Y en especial “El
pueblo del sol”, 1924. Proyecto de largo aliento que pri-
mero se llamó “La justicia de Huayna Cápac”, a la que
Aguirre la llamó "una luminosa leyenda que esperaba
dormida a quien se sintiera capaz de despertarla", y
que completó recién en 1928. Sobre ella Luis Alberto
Sánchez, en “La literatura peruana” (1975) ha escrito:
“Trató de llevar a cabo una empresa como la de Flau-
bert, brindando al Perú una Salambó incaica.
Otro aspecto de su vida fue el periodismo, co-
laboró con “La Bolsa”, “El Pueblo” y “Noticias”, en
Arequipa; con “El siglo”, de Puno; y “Variedades”,
“Mundial” y “La crónica”. En 1949 recibió el Premio
Nacional de Periodismo.
Falleció en Lima, en 1957.

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TRAGEDIA YANQUI
Alberto Hidalgo

La noche le sorprendía subiendo y bajando siempre


en los ascensores. De uno pasaba a otro. Algunas
veces hacía nuevo viaje, so pretexto de haber olvida-
do un paquete en el piso tantos, o suspendido una
entrevista prematuramente. Tenía preferencia por
las casas en que no hay ascensorista, porque eso le
deparaba un grato placer; ir solo en la cabina. Cuan-
do en los pisos intermedios era detenido por pasa-
jeros que no querían esperar a que el ascensor se
desocupase, malhumorábase y abría la puerta casi
a regañadientes.
En su casa no había ascensor; ni para qué. Te-
nía un solo piso; lo que se llama “planta baja”. Su vi-
vir allí contaba una insistencia de diez años. Ya esta-
ba familiarizado con sus paredes, con sus rincones,
con su ambiente. Y la casa, a su vez, estaba familia-
rizada con él. Su llegada era como para las novias
la llegada del novio. Parecía que la casa se alegraba
de verlo entrar, todavía tocado, todavía rechoncho
dentro del gabán de anchos pliegues. Él compren-
día ese afecto de la casa para con su persona, y lo
pagaba con sonrisas perfumadas de agradecimiento.
Pero como la casa no tenía ascensor, ni había espe-
ranza de mandarlo a poner, a no ser que fuese para
subir a la azotea, concibió el amargo pensamiento de

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mudarse. Y lo que concibió lo hizo. ¡Qué tristeza la —¡Por menos de cinco mil, no me cambio!
de la despedida! El día trágico, el día que los carre- —¡Trato hecho!
teros desalojaron las habitaciones y se llevaron los Un día después, al tomar posesión de su nueva
muebles en enormes carros, tuvo un gesto de hom- morada, untó al ascensorista con mucha vaselina.
bre que abandona a su amante para marcharse con “Vaselina” llamaba él al dinero. Con vaselina las má-
otra. ¡Qué pena! ¡Tener que irse, queriéndola! quinas caminan mejor. Con vaselina las durezas se
Se fue a vivir a un rascacielos. Alquiló un pe- ablandan. El ascensorista, docilizado por la sucu-
queño departamento en el piso 45, a fin de elevarse lenta propina, hízole cien reverencias y mil puche-
más alto y descender más hondo. ¡El trabajo que le ros. La cosa iba bien.
costó! Estaban desocupados los pisos 14 y 27. Se le Usaba, pues, el ascensor cada minuto. ¿Cómo
antojó poco. Mas en el momento de antojárselo, fue lo usaba? Con una conciencia inaudita. Cuando su-
visitado su cerebro por una idea maravillosa. Llamó bía, iba pensando en que subía; cuando bajaba, iba
a la puerta del último piso, y pidió de hablar con el pensando en que bajaba. Le molestaba la indiferen-
propietario. cia de los demás. Suben y bajan sin darse cuenta.
—Tengo interés —le dijo—, tengo sumo interés Creen que el ascensor es un vehículo, y no un fin.
en alquilar este departamento. Motivos de salud. Los Bellacos. ¡No comprender la grandeza del ascensor!
especialistas me han recetado que viva lo más alto Él, sí. Para él el ascensor era un símbolo. El
posible. Mis pulmones necesitan ozono... símbolo de la vida. La vida es así, un subir y bajar;
—¿Y? un volver a subir y otro volver a bajar. Nadie se que-
—No me interrumpa, se lo ruego. En esta casa da donde está. El que sube, aun a desgano, termina
están desocupados los pisos 27 y 14. Podríamos, por bajar. Y a la inversa. La propia naturaleza da la
como buenos americanos, realizar un negocio. pauta. Los vivos ocupan lo alto: la superficie. Cuan-
—¡Vamos a ver! ¿Qué es lo que quiere, señor? do mueren van a lo bajo: los entierran.
—Muy sencillo. Me cede este piso, y se traslada Cierto día, una pequeña idea le incendió todo
al 27 o al 14. Yo, en cambio, le obsequiaría unos mil el cerebro, que ya se le quedó iluminado, como un
dólares... domingo de pueblo. Empezó a creer que el ascen-
El locatario, modesto empleado de comercio, sor, para ser cabal símbolo de la vida, necesitaba
padre de seis chicos, pocas pretensiones y muchas tener escollos. No los había. El ascensor subía siem-
necesidades, abrió tamaños ojos, lo que le permitió pre fácilmente y bajaba lo mismo. Nunca se detenía.
percatarse mejor del aspecto de su curioso propo- Verdad que algunas veces dejaba de funcionar; pero
nente. Aventuró: eso; por estar descompuesto. También los hombres
—Mil dólares es poco... abandonan sus tareas, si enferman. “Sin embargo,
—¿Cuánto quiere? se dijo, los inconvenientes de la vida le son extran-

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jeros, no están en ella; son de afuera para adentro, pensó hacerlo él mismo. En efecto, varios días es-
como los malos versos. Así, a los ascensores hay que tuvo a punto de meter el dedo. Mas, un escalofrío,
crearles enemigos, ponerles piedras en el camino. un extraño temor le acobardaba. Alguna vez, por fin,
Por ejemplo, si yo metiera el dedo a través de la ca- avanzó la primera falange del índice. No más. Y re-
bina, hasta atravesar la malla metálica de la porte- tiró la mano asustado. “Soy un cobarde”, sentenció.
zuela exterior, el ascensor quedaría paralizado. Pero “Ahora lo hago”, prometióse un día, no bien sa-
también podría ser que yo perdiera el dedo”. lió de visitar a un amigo en el quinto piso. Apretó
Salió a la calle. Llamó a un vendedor de diarios, el botón de llamada. El ascensor no obedeció. Vol-
chiquillo de unos ocho años, haraposo, famélico, vió a llamar, y el ascensor a no obedecer. Insistió
triste. Propuso: más aún. Nada. O estaba descompuesto, o habían
—¿Quieres ganarte un dólar con poco trabajo? dejado una puerta mal cerrada. Lo primero lo supu-
—¡Oh! ¡Sí! so imposible. El aparato era nuevo, y estaba sujeto
Buscó una casa sin ascensorista, y penetró se- de continuo, según había observado en varias otras
guido del muchacho. Una vez en marcha el aparato, ocasiones, a minucioso examen y mejor limpieza.
insinuó. Debía ser lo segundo. Se encaramó en la defensa de
—¡Mete el dedo! la escalera, para avisar hacia la planta baja, donde
Y como el diarero no lo hacía, extrajo un billete estaba el portero, que revisase las puertas. Sacó la
de diez dólares y se lo pasó por los ojos. cabeza y gritó:
—¡Si metes el dedo, te doy este billete, y dos y —¡Portero! La puert...
tres y cinco más, iguales a éste! En ese mismo momento, el ascensor, que esta-
El pobre chico miró el billete, atónito. ¡Qué lin- ba arriba y no abajo como él supuso, descendía. No
do! Se le iban los ojos. La boca se le hacía agua, como tuvo tiempo para retirarse, para pedir auxilio, para
si tuviera ante él una golosina. Escrutó el lugar por nada. El ascensor, continuando impasible, lo deca-
donde tenía que meter el dedo, y rompió a llorar. Su pitó, como el cuchillo de una guillotina. El tronco
acompañante abrió la puerta en un piso cualquiera, quedó separado de la cabeza, que fue a estrellarse
y se escurrió. El chico seguía llorando. en el fondo. Del cuello manaba sangre a borbotones,
—¡Un loco! ¡Un loco! cual una catarata. Brazos y piernas se movían toda-
Pasaron unos días. No intentó proponer el ne- vía, con contorsiones de aspas de molino.
gocio a nadie. No fueran a creerle loco. No lo era.
Comía bien. Dormía bien. Administraba bien su for-
tuna. Frecuentaba el trato de gente sana, inteligen-
te. Nadie le hubiera encontrado el menor síntoma de
enajenación mental. Pero si no lo propuso a nadie,

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Alberto Hidalgo Hidalgo fue conocido por su ideología de izquierda
y su carácter polémico y combativo. Siempre, a la
distancia, guardó relación con el Perú, que se expre-
Nació en Arequipa, en 1897. Muy joven viaja a Lima sa en “Carta al Perú”, “Poesía Completa” y “Patria
para estudiar Medicina en la Universidad Nacional inexpugnable”.
de San Marcos, pero abandonó los estudios para de- Además de poesía Hidalgo escribió cuentos,
dicarse a la literatura. obras de teatro, artículos de crítica y libelos, como
Formó parte de la revista “Colónida”, a los die- “Diario de mi sentimiento” (1938),
cinueve años. Fue muy amigo de Abraham Valdelo- Se le considera en Argentina un difusor tempra-
mar. A los veinte años publicó sus primeros poemas no de la obra de Sigmund Freud. Falleció en Buenos
en “Panoplia Lírica” (1917), y luego en “Las voces de Aires el 12 de noviembre de 1967, poco después de
colores” (1918) y “Joyería” (1919), en la que ya se recibir el Gran Premio de Honor de la Fundación Ar-
advierte su carácter innovador e inconformista. gentina para la Poesía.
En 1919 viajó a Buenos Aires, en donde viviría
el resto de su vida. Allí se integró a la vanguardia
literaria del país, colaboró con la revista “Martín Fie-
rro” y fue editor de la “Revista Oral”.
Durante esos años experimentales propuso el
“Simplismo”, versión criolla del futurismo y el crea-
cionismo, que consistía en el uso extremo de la me-
táfora y la autonomía de cada verso. Empleó en al-
gunas de sus obras nuevos recursos del lenguaje
poético y técnicas europeas como el caligrama. De
ésta época son “Química del espíritu” (1923), poe-
mario considerado junto con “Trilce” texto fundacio-
nal de la vanguardia poética peruana, “Simplismo”
(1925) y “Descripción del cielo” (1928).
Obras posteriores fueron “Actitud de los años”
(1933), “Dimensión del hombre” (1938) y “Edad del
corazón” (1940). Luego viene su obra de madurez:
“Poesía de cámara” (1948), “Anivegral” (1952) y “Es-
paciotiempo” (1956), caracterizadas por una me-
táfora más rica y de gran belleza, según la crítica.

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TIC-TAC
Gastón Aguirre Morales

El hombre enderezó el espinazo y tiró la cabeza hacia


atrás, al mismo tiempo que respiraba fuerte, dilatan-
do las aletas de la nariz. De su ojo derecho se des-
prendió la lente que usaba en su oficio de relojero y
chocó con ruido seco sobre la mesa.
—Andrés…
De la habitación contigua llegó el llamado en-
vuelto en timidez. Era una vocecita chillona. Andrés
volvió a encorvarse y cerró los ojos. Desde las pare-
des, desde el cajón de la mesa de trabajo, desde los
ganchos colocados ante él, los tic-tac de los relojes
salían como escupidos contra el silencio, chocaban
y caían al suelo.
—Andrés...
El relojero se levantó con lentitud para acudir al
llamado, pero luego volvió a sentarse, irritado, sintien-
do que a sus dientes llegaba el rencor.
—¿No puedes estar callada? —respondió, agre-
gando—: Estoy apurado, no molestes.
Volvió a sentarse y con gesto habitual colocó en
su órbita el artefacto óptico, lo aseguró bien y conti-
nuó su labor en un relojillo con la cuerda rota.
La habitación parecía una bolsa repleta con el
monótono sonido de los relojes, cuyos tic-tac se mez-
claban hormigueantes, mientras el largo péndulo de

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un reloj de pared terminado en un disco dorado se escote hacia adelante para amamantar con facilidad
balanceaba señorial en la vitri-na, con dignidad cho- a su crío. Sus pechos abombaban ligeramente la tela
cante. y caían con flaccidez, secos de leche.
Nuevamente la mujer volvió a llamar, con más —Leche, leche, plata y plata, es todo lo que pi-
urgencia. des. ¿Quién te mandó tener un hijo?
—Andrés, el bebe está con hambre y no tengo Ella levantó la mirada, ahuecando sus ojos el
leche. Corre a la esquina a comprar. asombro. No entendió bien, pero tuvo la sensación
Andrés se levantó como un resorte escapado y de que las palabras de su marido eran redondas,
de cuatro trancos ingresó al dormitorio, donde ella como bolas que rebotaban en el suelo. Se inclinó so-
reposaba sentada sobre la cama, con las piernas bre el espaldar del catre y paladeó la saliva.
abiertas y encogidas, sosteniendo en su regazo a la Desde fuera, en el breve silencio, llegaron los
criatura acunada entre sus brazos. tic-tac de los relojes, como un torrente de agua cho-
—Tiene hambre, Andresito. cando contra menudos guijarros.
El diminutivo le exasperó. Miró a la mujer, cu- Él pensó: “Este pedazo de mujer es mío hace
yos cabellos lamidos sobre el cráneo caían en dos tres años. Tres años que se mueve arrastrando sus
trenzas hacia la espalda, y apretó los dientes. Una chancletas por la casa, oliendo a comida y acurru-
lamparilla colocada sobre una repisa alumbraba a cándose a mí para calentarse. Tiene las piernas fla-
un santo y su tenue luz iluminaba mortecinamen- cas y los labios delgados. Y su hijo con hambre”.
te la habitación. El oscilar de la llama hacía danzar Una tufarada de pañales mojados y leche agria
las sombras y hundía las mejillas de la mujer, som- se levantó de la cama, al mo-verse ella para sacar un
breando profundamente las cuencas de sus ojos. La pecho que colocó en la boquita de la criatura que se
criatura se estiró y lanzó breve gemido, moviendo agitó buscando el alimento.
desacompasadamente sus bracitos. —¿Ves? No tengo ni gota de leche.
—El bebe está mal, ya ni puede llorar —La voz Andrés se sobó la barbilla y la boca y tragó sali-
de ella se suavizó, mientras una de sus manos so- va. Le nacieron deseos de insultar y decir groserías,
baba con dulzura la cabeza del niño. Andrés, parado de gritarle a su mujer que no servía para nada, que
al borde de la cama, miró impasible, en tanto que era peor que un animal, más inútil que un animal,
su sombra se proyectaba gigan-tesca sobre la pared, que al fin y al cabo ellos tienen repletas las mamas
moviéndose con el parpadear de la llama. De pronto, para alimentar a sus hijos. Pero se refrenó ante la
se inclinó hacia la madre, con violencia, agitando sus vista del pecho largo de la mujer que se estiraba ha-
brazos agresivos; pero se contuvo y volvió a erguirse. lado por la inútil succión del pequeñuelo.
Ella tenía su cuerpo flaco cubierto con una camisola Cuando abrió la puerta para salir a la calle, el
que había cosido poco antes, dejándole amplísimo silencio martilleado por los relojes cayó como una

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cortina pesada tras el dintel; y el primer paso de An- llora porque tiene hambre, es la más absurda com-
drés hacia la acera fue cauto, como si temiera ha- binación del hombre y del reloj. Es como si al nacer
cer ruido y que este rompiera la inmovilidad de la empezara su mecanismo a contar los segundos y a
amarillentaluz que se desprendía de los focos. La marcar un tiempo animal en su carne y en sus hue-
calle estaba vacía y fría, y de las paredes pendían sos. Leche... yo buscando leche… a mi edad, cuan-
las sombras enganchadas en invisibles clavos. En do debería bastarme apretar los pechos de mi mujer
la esquina, una sábana de luz salida de la puerta de para arrancarle chorros de vida y dárselos al hijo.
una tienda se extendía sobre la calzada, y hacia ella Dios, por ejemplo, no es tiempo, ni distancia, lo que
avanzó Andrés, metidas las manos en los bolsillos. en el fondo viene a ser lo mismo, pues la distancia se
Pero al llegar no se detuvo, sino que siguió adelante cubre con tiempo.
y alzó los hombros, como cuando pequeño osaba con »Mi padre era estupendo. Se reía del tiempo y de
ese ademán resistirse a las órdenes de su madre. sus problemas y quiso que yo fuera médico o aboga-
Sus labios murmuraron: do, cualquier cosa. Claro que pude serlo y en vez de
—¡Que se pudran…! —Al avanzar, ese pensa- manejar punzones y desarmadores pude manipular
miento le envolvió por completo y no existieron en- bisturíes y recetas, de esas que tienen en un ángulo
tonces para él sino su sombra y el suelo de cemento las letras R. P. Qué risa, R. P. debe significar “re-
que sostenía a la noche. quiescate in pace”. Si yo fuera médico curaría a mi
»Es estúpido que a mis años esté buscando le- mujer y le haría dar harta leche, por todos los poros
che en las esquinas. Soy hombre hecho y derecho, y su hijo sería un gordo tremendo».
no un chiquillo a quien una mujer manda porque su Andrés se detuvo un instante para rascarse el
hijo llora. Su hijo, no el mío, que ella lo hizo dentro cuello que le escocía, y encendió un cigarrillo, chu-
de su cuerpo. Total, a mí qué me importa. Leche... yo pando intensamente. Luego decidió regresar y des-
buscando leche, cuando en mis manos tengo el tiem- anduvo el camino hasta que llegó a la puerta de su
po que encierran los relojes, que miden los relojes. casa, donde se arrimó, perdida la mirada en el cie-
Porque el tiempo sólo existe cuando se le mide y el lo estrellado, que a ratos nublaban las bocanadas
día en que se acaben los relojes se acabará también de humo que expelía ahuecando los labios. Justo al
la vida. No habrá más la una ni las dos de la madru- arrojar el pucho, el reloj de péndulo dorado comenzó
gada, ni siquiera el pensamiento, que es una forma a dar la hora y Andrés inició la cuenta sincronizada-
del tiempo, porque pensar es desarrollar la cuerda mente hasta que sonó la última campanada, que le
que tenemos dentro, hasta que se rompe y morimos. dejó pendiente, esperando una más que no se pro-
Un muerto, por ejemplo, no tiene tiempo. Y la muer- dujo.
te es la máxima expresión de lo absoluto. En cambio, —Son las once, murmuró.
ese chico que llora en mi cama junto a su madre, que —¿Eres tú, Andresito? ¿Por qué no entras? —La

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voz de ella tenía la virtud de exasperarlo hacía al- pir su sueño, creyéndole dormido. “Andresito, An-
gún tiempo; podía decir que desde que nació su hijo. dresito, creo que esta noche se me viene, no aguanto
Antes, cuando no indiferente, solía agradarle, pare- más”. Él fingió no haber escuchado y le volvió la es-
ciéndole un gato con el lomo enarcado que se soba- palda, acurrucándose con las frazadas, con el oído
ba contra sus piernas; porque tenía la sensación de atento a los quejidos cada vez más frecuentes. Me-
que la voz de su mujer se deslizaba por el suelo, se ses antes, ella, en la tibieza de la cama, solía cogerle
prendía de sus piernas y trepaba a los oídos. Largo la mano para colocársela sobre el vientre y hacerle
tiempo duró eso, casi tanto como la ilusión de los pe- sentir los movimientos del hijo que engendraba. Al
chos de ella, duros y mórbidos, por los que se había comienzo, Andrés la dejó hacer, pero después extra-
enamorado, hasta que fueron perdiendo turgencia y ño impulso lo obligaba a retirarla con violencia. Una
se malograron. noche rompió definitivamente la costumbre y con
Él se lamentaba de no haber asistido conscien- frases gruesas la obligó a renunciar, porque sentía
temente a esa transformación, y pensando en ello se que la mano le quemaba al contacto con la piel tersa
miraba los dedos, como si fueran culpables. Jamás y que su corazón se apretaba al decirle ella: “Pon tu
supo qué día y a qué hora se dio cuenta de que había mano aquí, aquí, debe ser su piececito... no, no, es
ocurrido aquel decaimiento de la carne; pero estaba su cabeza, es grande… seguro que va a nacer cabe-
convencido de que a partir de entonces ella adquirió zón, como su padre”. Y sonreía con expresión inefa-
calidad de objeto sin importancia en su vida. Sólo su ble y leal. En cambio, Andrés pensaba que la barriga
voz tenía acento vigente y le hacía vibrar las fibras de ella era como una redoma, como un lago, donde
del resentimiento, sacando de quicio a su pacien- el hijo nadaba cual si fuera un pez, chocando contra
cia. Lo peor vino cuando nació el hijo, la noche en las paredes sin luz. En los últimos meses la mujer
que ella comenzó a sentir dolores y a retorcerse en se desplazaba con pesadez, hinchadas las piernas y
la cama, pero sin pronunciar quejido ni animándose la cara, en tanto que él se engolfaba cada vez más en la
a despertarle. Desde temprano Andrés había adivi- compostura de los relojes, trabajando hasta altas ho-
nado que durante la noche iba a ser padre, pero se ras de la noche, huyendo, acaso inconscientemente, al
afanó en disimularlo, tornándose locuaz, decidido a contacto con el cuerpo que había perdido toda gracia.
que ella no hablara de sus cuitas, aturullándola bajo Cuando por fin, en la noche del alumbramiento,
un torrente de palabrería vana. Así logró que ella se no pudo simular más que dormía, dio un manotazo y
concretara a sobarse el vientre abultado, mientras le se sentó en el borde de la cama, con los ojos cerrados.
miraba con ojos bobos y expresión exangüe. Recor- —¡Corre a buscar a la partera, Andresito; no re-
daba con frecuencia que la cosa sucedió a las dos de sisto más!
la madrugada, cuando el reloj de péndulo dio su se- Sin decir palabra, salió. Ya en la calle, se repro-
gunda campanada y su mujer se atrevió a interrum- chó que quizás hubiera sido bueno que la consolara

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con frases amables, que le hubiera dicho que ya le manos dentro de los bolsillos y comenzó a pasear por
iba a pasar, que todo dolor termina y que en la ma- el dormitorio, como si efectivamente estuviera preo-
ñana estaría tranquila junto a su hijo dormido. Pero cupado. Se sentía dueño de la situación y en capaci-
el rencor sordo le cerró los labios y el portazo que dad de aplastar a la madre. Luego, se quitó el saco y
dio al salir le separó del mundo interior de su casa, se tendió atravesado a los pies de la cama, con la ca-
donde el pececillo pugnaba por salir de la redoma sin beza colgando a medias en el borde y sostenida con
luz. Pensando al respecto, Andrés solía sentir angus- las manos entrelazadas. Silbó una canción de moda
tia, como si una mano grande le cubriera la boca y mirando al techo y cuando terminó volvió la cabeza
la nariz para no dejarle respirar, mientras sentía que hacia ella y alargó un brazo cogién-dole uno de los
sus pulmones manoteaban sin aire contra su cuello. pechos que hizo juguetear entre sus dedos.
Así llegó el hijo, en tanto la comadrona se desplaza- —¿Ves? —dijo, con calma— ¿Para qué sirve
ba en el dormitorio y Andrés contemplaba los relojes, esto? Fofo —apretó el pezón os-curo entre el pulgar
incapaz de moverse y sintiendo lejanos los ayes do- y el índice, y rio.
lorosos y la gruesa voz de la partera que reclamaba —Deja, Andrés, me haces doler.
valentía y esfuerzo. —Es peor que carne muerta, sin vida, sin leche.
—¡No hay leche en ninguna parte! Le falta cuerda. Mira como cae solito.
—Pero Andresito… el bebe… Sus dedos impulsaron hacia arriba el pecho que
—Te he dicho que no hay ¿De dónde quieres luego cayó tembloroso, golpeando con ruido seco
que la saque? uno de los brazos del niño.
Como no tuviera respuesta, el relojero se violen- —Estás vieja. Las mujeres siempre envejecen
tó, deseoso de pelear con su mujer, de hacerle sentir más que los hombres; por eso uno debe casarse con
el peso de su inutilidad. Por ello le espetó: chiquillas, para que le duren, para que siempre ten-
—¡Si se muere, tú tendrás la culpa. No sirves ni gan leche, no como tú, que la pides enlatada. Si el
para tener un hijo! chico se muere tú tendrás la culpa.
Era agradable hablarle así, golpeando las pala- No lo decía con voz acusadora, sino como una
bras y alzándose sobre el pedestal de su superiori- sentencia fatal, convertido en juez frío e inexorable:
dad, para hacerla sentirse pequeña y culpable. En- “Tú tendrás la culpa”.
valentonado, levantó más la voz, dándole un tono La noche iba avanzando, aunque ambos no lo
profético: sentían, cubiertos por el ruido de los relojes, que se
—¡Si se muere tú serás la culpable! filtraba como un hormigueo. Él renunció a seguir
La frase cayó como un peso sobre los hombros hablando, ante la mudez de su mujer, que no había
de la mujer, que agachó la cabeza y estrechó más el cambiado de postura, acurrucando a su hijo que dor-
cuerpo de su hijo contra el pecho. Andrés metió las mía plácidamente vencido el hambre por el sueño. La

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luz de la lamparilla comenzó a agonizar y un últi- aire que no existía en el vientre de su madre donde,
mo parpadeo precedió a la oscuridad que envolvió a pesar de ello, vivía, porque yo le sentía latir como
el dormitorio. Andrés se fue retrepando hasta que si nadara allí dentro”.
colocó la cabeza sobre la almohada y sintió la ti- Andrés cambió de postura y a sus oídos llegó el
bieza del cuerpo de ella y la respiración tenue de la rumor de la maquinaria del reloj de péndulo que pre-
criatura. cedía al toque de las campanadas horarias. Y jun-
—Óyeme, ¿duermes? —llamó a la mujer. to con él, el acecido de su hijo, rápido, angustiante,
—No tengo sueño. Tengo miedo por el hijo. Pa- más angustiante por la oscuridad impenetrable den-
rece con fiebre. No quiero que se muera. tro de la cual se sintió como cogido por una sustan-
El relojero abrió los ojos para descubrir las pa- cia pegajosa que anulaba el movimiento; y es que no
redes, pero la oscuridad era tan intensa, que no valía la pena moverse, ni hacer girar los ojos en las
miraba nada, por más que se afanaba en arañarla órbitas, ni cerrar los dedos, ni sacar la lengua.
con las pupilas. Sabía que frente a él estaba el ro- Interrumpió sus pensamientos la voz de la mujer,
pero con el gran espejo rajado que ahora no refleja- quebradiza como siempre, pero que en la soledad noc-
ba nada. “Es curioso —pensó— cómo la oscuridad turna alcanzó insospechada vitalidad:
lo mata todo; cómo desaparece la vida de los ojos, —¿Qué hacemos de leche, Andresito?
y los hombres y las mujeres se vuelven sombras, Él supo que la pregunta no le iba dirigida, por-
hasta el silencio. Las palabras son como fantasmas que la voz llenó todo el dormitorio, a pesar de su fra-
que salen de los rincones, vibran un instante y se gilidad. La voz de siempre, calmada, sin inflexiones,
esfuman. ¿A dónde van?... Tal vez exista un cemen- como aceite. Era, más que todo, una interrogación
terio de palabras, donde ellas saltan como peces en a la vida de ambos; pero no a la vida de ese instan-
tierra haciendo ruido ensordecedor, porque no es te, sino a la pasada, a la futura, como una telaraña
lógico que mueran apenas pronunciadas. No obs- dentro de la que se sintió enredado. ¿Qué hacemos
tante, hay cosas que desaparecen, que se deslizan de leche? Leche era vivir, respirar, comer, transitar
hacia la nada sin que uno se dé cuenta. El amor, por las calles, amar, llorar. Era verbo en todas sus
por ejemplo. Yo quería a mi mujer, pero ¿dónde la formas en la boca de su mujer flaca y metida dentro
quería? ¿En qué parte de mi cuerpo estaba el amor? de un camisón desbocado.
No en el sexo, ni en los ojos, ni en la boca, ni en Lentamente fue volteándose hacia ella y con
las manos. La quería posiblemente en la garganta, presión firme la obligó a estirar las piernas y a des-
porque allí sentía el amor y la angustia, como una lizarse hasta que quedó echada a su altura, con la
marejada, que ahora ha descendido tanto que no criatura separándolos. Su mano corrió sobre el cuer-
la experimento. El hijo vino de noche, apareció de po femenino desde las piernas, subió por las cade-
repente de su cuerpo, buscando aire, respirando el ras, hundiéndose brevemente en la cintura y llegó

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a la axila. Ella dejó hacer, abandonada, tristemente los brazos se aflojaron, sin fuerzas y por la nariz de
alegre por la caricia inoportuna. Andrés salió con fuerza un chorro de aire caliente
—¿Qué haces, Andresito? que agitó los cabellos del niño que yacía inerte.
—Nada, deja...
Andrés se estrechó más contra ella y metió el
otro brazo bajo el cuerpo del niño y de su madre.
En su pecho sintió el aliento cálido de la criatura
aprisionada, y a su boca llegó la respiración femeni-
na, húmeda. Adivinó las facciones, la naricilla lige-
ramente respingona, el lunar sobre el labio, los ojos
pardos, el cabello lacio. Luego comenzó a apretar,
estrechando el abrazo.
—Le vas a hacer daño al bebe. Espérate, lo cam-
biaré de sitio.
Pero Andrés siguió ajustando. Sus oídos se agu-
dizaron, percibiendo el latir de los tres corazones que
hacían tic-tac como tres relojes con las cuerdas tensas.
—Andresito, ¿qué te pasa? ¡Andresito, el bebe…!
No escuchaba, poseído por una tremenda fuerza
que le impulsaba a cerrar más los brazos, aplastan-
do entre ambos cuerpos el de la criatura indefensa.
Padre y madre acezaban, sudoroso él, con las man-
díbulas rígidas, y fría ella, con los ojos enormemente
abiertos en la oscuridad que no le permitía distinguir
nada, descubriendo empavorecida que el niño se as-
fixiaba en medio de ese abrazo tremendo que no era
de cariño.
Los tic-tac de los relojes parecieron acentuar su
sonido, llegados desde la otra habitación; pero sobre
ellos se levantaban con mayor intensidad los tres la-
tidos humanos, pecho contra pecho, cada vez más
juntos, hasta que uno de ellos, el más frágil, se apa-
gó sin dulzura, como comido por la noche. Después,

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Gastón Aguirre Morales
EL CONTRABANDO
Es poco lo que se sabe de este autor, hijo de Isaac Torres Oliva
Augusto Aguirre Morales. Nació en Arequipa pero se
fue a Lima con su familia, donde su padre trabajaba
de periodista.
Fue redactor y luego Jefe de Redacción de “La
Crónica”, en la época en que Vargas Llosa empezó
como periodista. Vargas Llosa lo recuerda en “El pez
en el agua” como “un hombre alto, delgado, amable Aquella mañana el sol amaneció con su ropaje do-
y extremadamente cortés”. En “Conversación en La minguero. Iluminó las casuchas porteñas y se des-
Catedral” lo recrea como “Arispe”. perezó sobre la anchura tremenda del mar. Así de
Gastón Aguirre publico el cuento “El hombre temprano, las viejucas, con sus pasos menuditos
que perdió su sombra” en La Crónica y “Para todos” como confeti de carnaval, iban a misa, llevando en-
una revista, en 1947. tre sus manos descarnadas el breviario hinchado de
Fue el primer Secretario de Organización de la estampitas de todos los santos del cielo. Las cholas,
Federación de Periodistas del Perú, en 1950. gruesas y tostadas por la sal marina, equilibrando
Al presentar la Antología “Cuentos Arequipe- sobre sus caderas redondas la canasta del recado,
ños”, en 1958 Vladimiro Bermejo dice de él: “Se re- volvían de hacer su agosto con los cholos badula-
vela como el exponente más legítimo y valioso entre ques de la recova. Algunos estibadores y lancheros
los nuevos cuentistas de Arequipa”. sentados en los bancos del Malecón, incansables de
ver el mar, su tierra, incrustaban sus miradas de ave
marina en el horizonte. ¿Horizonte? ¿Tiene acaso la
gente del puerto horizonte? ¿Tiene lontananza? Ellos
no tienen noción de la distancia. Tampoco la tienen
del tiempo. Tiempo y distancia son una misma cosa
para el filósofo y el marino. Y, como ellos saben que a
tantas millas marinas y a tantas fracciones del día o
de la noche aquella línea que cautiva la imaginación
se esfuma y desaparece y va más allá, así también
saben que la distancia y el tiempo van más allá de
lo que sabemos y, por ello, son indefinidos e inexis-
tentes.

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Por los pasillos de la Aduana, todavía embufan- cautivarnos y que la grandeza de nuestra educación
dado, el Capitán del Resguardo, Alejo Tapia, y algu- consistía solo en agradarle a ella, en adquirir sus
nos rondines, se calentaban al primer sol, reflejando frutas sabrosas, en darle nuestras últimas monedas,
en sus rostros tanto la pesadez de la mala noche en tocar sus manos morenas y olorosas, en verle los
como el dulce placer de haber terminado la jornada ojos dormidos y tristucos.
para ir a descansar. Sobre todo estaban bien con- Todos los días, quienes salíamos del colegio y
tentos pues nada había ocurrido aquella noche tan los que ya trabajaban nos sentábamos en alguno de
terrible. Las lanchas patrulleras habían cumplido su los bancos de la plazoleta a tomar los débiles rayos
misión. Se había rebuscado minuciosamente todas del sol invernizo. Media hora después nos retirába-
las caletas de sur a norte y no hubo ni siquiera in- mos a nuestros hogares haciendo escala forzosa en
dicios de contrabando. Sobre todo, el Sonso Tomás el Mercado. Allí le decíamos nuestras galanterías y
durante varias semanas no se hacía a la mar, mag- ella sonreía, como una diosa marina en medio del
nífico pretexto que usaba para ponerse en contac- oro de sus frutas. Nos hacía bolsitas con plátanos
to con los grandes contrabandistas del sur, elegir de Guayaquil, duraznos arequipeños, uvas de Ma-
la mercadería y la caleta más adecuada en la que jes, pedazos de coco chileno, etc., o nos poníamos al
habrían de abracar los faluchos, irremediablemente, hombro una sandía o un atado de cañas del rico y
días después. cercano valle de Tambo.
El Sonso Tomás y el Capitán Tapia, pese a haber Poco a poco fuimos olvidando esa querencia. La
sido amigos desde el colegio se tenían un odio mor- Elena iba abriendo surcos en su corazón para aque-
tal: cuestión de faldas. En el Mercado vendía fruta la llos de su pelaje. Nosotros éramos niños bien. Usá-
Elena, una chiquilla de diecisiete años tan dulce y bamos corbata y nuestros padres nos obligaban a
jugosa como las golosinas que ofrecía. Era verdade- sentarnos en la platea, por más que nuestra vida pa-
ramente rica. Tenía unos ojazos prietos y dormidos lomillosa estuviera cerca de las cazuelas. Solo que-
como una media noche marina; la narizuca levanta- daron dos prendados de la fruterita: Alejo Tapia y
da y los labios frescos como los amaneceres a la ori- el Sonso Tomás, para quienes reservó un rinconcito
lla del océano; cuerpo grácil como el contorno de los en su corazón indeciso y con quienes jugaba, como
faluchos juguetones, y dos senitos cual dos polluelos la princesa Eulalia, hasta que el destino la ató al
temblorosos de amor. Sobre ellos, como dos negras primero por medio de un retoño, fuerte y carantón
víboras, se columpiaban a cada vuelta sus largas como su padre, y rico y moreno como ella.
trenzas azabaches. Todos los muchachos de aquella Cuando después de muchos años regresé al
hornada comprábamos fruta para nuestras casas. puerto volvimos a hacer la cuerda de amigos. No
Éramos la mejor juventud de treinta años atrás. Pero perdí la fisonomía de ninguno, pese a que los diez
todos se daban cuenta de que la Elena había sabido años de ausencia aventados por todos los caminos

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del mundo nos habían desdibujado algunos rostros es sucio. Al tiro saca navaja. En cambio el Alejo es
porteños y algunos hechos y anécdotas de nuestra limpio.
infancia y juventud. Y el charlerío continuó, recordando, recordan-
—¿Y qué es del Sonso Tomás Cueva?— pre- do.
gunté. Pocos días después el Sonso de hacía a la mar en
—Te va a dar mucha pena si lo ves —me contes- su bote pescador. Dentro de la panza recia iba el bra-
tó uno de la cuerda. cero todavía apagado, para calentar el fiambre y poner
—¿Por qué? el té; la botella de alcohol o cañazo para preparar el
—Se ha dedicado a la mala vida. chíngaro tonificante; la red, minuciosamente acon-
—¿Mala vida? ¿Qué hace? dicionada; la lata mohosa para achicar el agua; y en
—Se ha metido con una serie de contrabandis- un rinconcito, escondida, el arma espuria del pesca-
tas y a cada rato lo cogen, lo encarcelan, lo procesan. dor: la dinamita.
—Y se ha vuelto un desalmado terrible —terció Al colocar los remos a los costados del bote, el
otro de los del grupo—. El otro día botó un marinero Sonso prendió un cigarrillo y, con su temible sonrisa
a la poza, porque le impidió ir a bordo. de Neptuno criollo, se despidió de la gente levantan-
—Sí— dije recodando. Era fuerte como un toro. do su brazo izquierdo. De cada remada el bote avan-
¿Y Tapia? ¿Cómo se llamaba Tapia? zaba hasta veinte metros, cortando en dos grandes
—Alejo— me contestó Pedro Ríos. moles de encrespadas olas que penetraban retum-
Y por mi mente pasó la tremenda paliza que me bando en la poza del muelle. Aun de lejos se notaban
diera cierto día en la quebrada por no sé qué broma sus brazos atléticos y su tórax hermoso de remador
que le hice. Y esto que yo era mayor y más grande olímpico, batiendo a compás los remos impulsores.
que él. Lo vimos perderse en la distancia, diluirse como las
Parece que todos recordaron lo mismo, pero na- aves marinas en el vaho mortecino del atardecer. Nos
die dijo una sola palabra, aunque sus miradas, quie- gustaba el hombre: si era de nuestra tierra; mejor
ras o no, se treparon a mi cara. En ese momento, dicho, de nuestro mar. Por eso todos anhelábamos
instintivamente, me toqué la cicatriz que me dejó en volverlo a ver. El único, tal vez que no lo quisiera, era
el pómulo. el Alejo Tapia, el Capitán del Resguardo, su compa-
—Era guapazo— le dije. ñero de aulas, separado de él, como los remos, por el
—Actualmente no hay quien le pegue. corazón femenino de la Elena.
—¿Y el Sonso?— pregunté, aprovechando la Cada vez que el Sonso se hacía a la mar regre-
afirmación y como buscándole coteja que pudiera saba con su bote plateado de corvinas, bonitos, ga-
vengar mi horrible chirlo. vinzas, cabrillas, qué se yo; y él en medio de tanto
—No— me replicaron a un tiempo—. El Sonso pescado, como un ídolo que emergiera de pleno mar.

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Mas, con su arribo llegaba también el contrabando. y arrojaban a los gallinazos gorreros el saldo de las
No se sabía cómo, pero esa misma noche o días des- vísceras inservibles. Muchos de estos volaban sobre
pués entraban al puerto, por algunos de los recove- las cabezas humanas, cogían su ración a picotazo
cos, casimires, relojes, perfumería, cigarrillos y miles limpio y se la engullían en los islotes vecinos. Des-
de cosas que llenaban las tiendas de los turcos apa- pués volvían por más, insaciables, glotones. Todo
ñadores. Por más que la policía marina se ponía en el mundo se pleiteaba la corvina recién llegadita; al
movimiento, por más que toda la noche vigilaban las cálculo, se vendían las piezas a diez o doce soles.
caletas aledañas, por más que las lanchas patrulle- Su precio se elevaba sobre el del mercado, pero el
ras recorrían el mar en todas direcciones, el mar se gusto era llevarla a casa del mismo varadero, fresca
hacía cada vez más ancho, sumamente grande, y el y cristalina.
bote contrabandista cada vez más pequeño, minús- Esa misma noche ya se sentía el run run del
culo. Todos sabían que él era el autor, pero nadie contrabando: se oían frases incoherentes, se veía
lograba cogerlo con las manos en la masa. Mientras inquietas a las autoridades y policías marítimas; la
el contrabando se repartía en el puerto a las gentes gente de mar se guiñaba el ojo, se olía a pescado o
que habían dado el dinero, o se acondicionaba en ca- a sangre.
miones para llevarlo a Arequipa, el Sonso, a la vista Alejo Tapia, como Capitán del Resguardo, sa-
de todos, repartía su pescado o fumaba su cigarrillo lió a dirigir personalmente la búsqueda: unos a pie
americano estirado en alguno de los bancos del ma- deberían vigilar las caletas tramposas del norte y la
lecón que mira al mar, contemplando, poéticamente, carretera que entraba al puerto; otros, revólver en
cómo se ahogaba el sol en la infinita vastedad, entre mano, en sitios estratégicos esperarían el atraque
un capricho de nubes de colores y un lento cortejo de los faluchos contrabandistas, y él, como un cam-
de aves tristonas. peón, con sus mejores hombres vendrían, en forma
Una mañana, cuando aún no había salido el sol, de abanico, en las lanchas patrulleras, cerrando la
el Sonso, remando su bote bicolor entraba al muelle, fuga por mar al más diestro de los marineros. Ni un
en alto su mano izquierda, como un pendón. Desde pez escaparía a ese círculo tramado por el cumpli-
lejos lo vimos, alta la vela, arremetiendo al puerto. miento del deber, y de la venganza.
La fuerza del viento, tocándolo de barlovento, lo im- Sería la una de la madrugada cuando la noticia,
pulsaba como una exhalación. Después empezó a como una ola, llegó al puerto: en La Sorda, una ca-
llenar el producto de su pesca en sacos que eran iza- leta intrincada, habían cogido a los contrabandistas.
dos por gruesos hombres desde el embarcadero, y de Corrimos hacia allá, presas de la curiosidad. Efecti-
allí, llevados en hombros al varadero. Acá, mujeres vamente, por medio camino los policías del Resguardo
especializadas, con finos cuchillos, cogían los ani- traían a varios hombres esposados. Reconocimos a al-
males, les abrían el vientre, separaban las hueveras gunos: Marfil, Jaiba, Aracanto, etcétera., pero el Sonso

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no estaba entre ellos. Habría costado mucho trabajo energúmeno, dando mil patadas, como si esa hoja fue-
reducirlos, así lo mostraban los rostros sanguinolentos ra el mismo cuerpo que odiaba tanto—. ¡Traigan ese
y las ropas deshechas de vencedores y vencidos. tronco —ordenó enseguida viendo que todo era impo-
—Rodearemos la casa del Sonso— ordenó Ta- sible—. ¡La echaremos abajo!
pia—. Le haré otro círculo sin escapatoria. Dispuso a Iban a lanzar el primer empellón, cuando se le
su gente en las esquinas y techos vecinos—. Yo mismo ocurrió una idea mejor. Hizo acercar a uno de los
entraré con García. Ven, hermanón. detenidos y le ordenó que lo convenciera.
Todos los curiosos pudimos ver en los ojos de —Tomás, sal nomá. No hemos podido defender-
Tapia cómo brillaba la fruición del triunfo. te. Estamos heridos.
Empujó suavemente la puerta del conventillo. En —¡Que la trampa se los cargue, maricones! —
uno de los cuartos vivía solo el Sonso Tomás. Atravesó, maldijo el hombre desde dentro—. ¡Primero muerto
con la oreja y la mirada atentas, el callejón, y de un sal- me sacarán de aquí!
to se puso al otro lado de la puerta. Pararon el oído, y No sabía qué hacer. De un empujón saltó la
con un movimiento de la mano indicaron que la presa puerta. Adentro era una boca de lobo. Mejor para
estaba allí. De los techos de las casas vecinas se le- ambos. Alejo Tapia, arrimado a una de las paredes,
vantaron unos hombres y cautelosamente fueron for- con la bala presta, sigiloso como un arponero tenía
mando un anillo alrededor de la habitación señalada. los cinco sentidos puestos en todo. Desde afuera ilu-
—¡Sonso, date por vencido! —le gritó Tapia, es- minaban la habitación con una linterna. Él corría la
perando temerosamente la respuesta. Todavía le te- mirada recelosa pero firme junto a la luz. No había
nía respeto. Nadie contestó. nadie.
—Estás pedido. Hemos rodeado la casa y la De pronto, como un rayo, saltó hacia el ropero y
manzana. abriéndolo ordenó:
El silencio era lo único que se oía en aquel —¡Sal!
instante. La luz solo le mostró unas ropas inanimadas,
—¡Sal, mierda!— gritó desesperado, pensando meciéndose como monigotes. De pura ira disparó
quizá que hasta en el momento del triunfo el Sonso contra una casaca, a la altura del corazón. Así de-
se burlaba de él—. ¡Sí, está ahí! —le gritó a su gen- bería ser el tiro que había ensayado tanto. Su pulso
te—, rompamos la puerta. estaba bien. Eso lo hizo tomar confianza. De otro
Dio un empellón feroz, capaz de voltear a un salto se tiró bajo la cama, disparando, pero nada.
buque, pero aquella frágil portezuela apenas se me- Entonces fue sintiendo el desesperante vacío de la
ció hacia adentro lanzando un débil chirriar de sus habitación, la proximidad de su derrota.
bisagras mohosas. Todos comenzamos a dudar. Tal vez lo fatigo-
—¡La echaremos abajo!— volvió a gritar, hecho un so de la jornada nos había alucinado. Pero, ¿no

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hubo ruidos dentro de ese antro? ¡¿Y no habían —No señor, no. Esto es mío, propio. Me perte-
escuchado todos la misma maldición?! Se mira- nece.
ron unos a otros estupefactos. Volvieron a exami- —¡Traiga acá eso!— le ordenó.
narlo todo. Sobre la mesa de noche un papel es- —No, señor —imploró Alejo Tapia. Entregando
crito los invitaba a leer. Tapia lo cogió y leyó para la caja cayó al suelo, presa de intento dolor.
sí: “Alejo, sobre el ropero está el contrabando que —El administrador abrió la caja, examinó su
buscas. Guárdalo y no lo entregues a nadie. Es contenido y se la devolvió.
tuyo. Tomás”. —Efectivamente —dijo—, es de Tapia. Son joyas
Alejo Tapia tomó de encima del ropero una caji- que le han robado. Llévenselo.
ta de metal, la abrió, y varias fotografías y esquelas El capitán, como un borracho, tomó el camino
le hicieron abrir los ojos desmesuradamente. Un su- de los acantilados en cuyos filos se rompe en mil
dor frío le cubrió la frente y un rictus cadavérico se chispas la furia del mar.
dibujó en sus facciones de hombre engañado. Cerró Por acá el espectáculo es maravilloso: las olas
la caja, la apretó fuertemente contra su pecho, miró a trepan las alturas queriendo ganar las lomadas, y en
todos y luego bajó los ojos, descorazonado. Luego, al la hermosa caída de las tardes el sol se hace añicos
ver su revólver inútil, ocioso, disparó contra la prime- en los colores del iris, y el agua lanza un eterno de-
ra sombra que vio. El plomo irresponsable abrió un safío a la terca agresividad del granito, o, en los días
hueco en la pared, por donde entró la luz de la calle. calmos, susurra una oración que sube por las que-
Peor aún parecía uno de los ojos burlones de Cueva. bradas hacia las nieves eternas de las cordilleras,
—Perdón —dijo—, no sé lo que hago. para hacer allí el connubio en donde ha de nacer el
Lentamente enderezó el arma contra su sien, mar.
pero no pudo. El brazo flácido, como una vela sin Al día siguiente hallaron el cadáver de Alejo Ta-
aire, se le cayó. Miró extrañadamente a sus hombres pia, varado en la caleta en donde habían cogido el
y les dijo: contrabando.
—Esto es mío, me lo llevo. Solamente cuando se abrió el proceso para in-
Y abriéndose paso entre el gentío, bamboleante, vestigar las causas de la muerte del capitán Tapia
apretando la caja contra su pecho, corrió calle arri- se hizo público, pudimos saber todos que el Sonso
ba, hacia el lado del mar. había huido por un forado que tenía bajo su cama, y
—¿Qué es esto, hombre? ¿A dónde va?— lo de- que en aquella caja de metal había un retrato de Ele-
tuvo el Administrador de Aduanas. na y una esquela rosada que decía: “Querido Tomás.
—Esto es mío, señor— contestó suplicante. Te espero a las 10. Mi marido estará de ronda toda la
—¿Cómo suyo? ¿Un hombre como usted apro- noche, buscándote. Siempre tuya, Elena”.
piándose…?

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ISAAC TORRES OLIVA
LOS CHACALES
Nació en Mollendo en 1911. Al concluir el colegio la Raúl Figueroa
familia lo envió a Arequipa a estudiar Educación. De
inmediato, culminados los estudios, ingresó como
profesor de Lenguaje y Literatura en el Colegio Mili-
tar Francisco Bolognesi, donde formó a varias gene-
raciones.
Por razones de salud tuvo que volver al puerto,
y allí ingresó como profesor en el Colegio Deán Val- Ninguno imaginó que “eso” pudiera suceder, hasta
divia. Fue colaborador de diarios y revistas en Are- que el hecho, ya consumado, les enteró de la posi-
quipa y en Mollendo, donde publicó algunos cuentos bilidad. Fue como si una feroz quemadura les mos-
dispersos. En 2013 la Universidad de La Salle le edi- trara recién que, sin saberlo, habían estado jugando
tó un libro de memorias titulado “Anacronas”. con fuego.
Apareció un sábado por la noche. De dónde, na-
die lo supo, ni entonces ni después. Nunca lo habían
visto, pero les contó que ya vivía en el barrio. No les
dijo su nombre y, en cambio, pidió que lo llamaran
Locumba. Tampoco le vieron el rostro completo, pues
se lo escudaba tras un par de gafas, que nunca se
quitó, nunca, salvo esa noche, tres meses después,
unos minutos antes de caer, como si hubiera queri-
do ver la muerte sin veladuras. Se detuvo junto a la
banca y apoyó la mano en el kiosko cercano, con el
ademán resuelto de quien ha de quedarse. Los miró
de uno en uno, nadie supo qué expresión cobraban
sus ojos al hacerlo, y recién dijo: “Quiero ser cha-
cal”. Había algo imperativo en su voz, como si no for-
mulara un pedido, sino más bien diera una orden o
comunicara una decisión. Los sorprendió sin duda,
pues nadie habló en el primer momento, ni siquiera
Omar, el jefe, que debió hacerlo. Ni el Chino, tal vez
porque en ese instante del encuentro inicial aún no

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surgiera la mutua rivalidad. Un pesado silencio los Él no les obligó a recibirle, pero supo acompañar
aquietó, inmovilizándolos en la postura que tenían el pedido, la orden o lo que fue, con un ofrecimiento
a llegar él. Omar se quedó mirándolo, el cigarrillo irrechazable: la muchacha. Les dijo: “No es la pri-
entre los dedos, sin pitarlo, insulsamente clavado en mera vez que pido ingresar a una pandilla y conozco
la boca. Flautín, al escuchar el vozarrón, se atoró los requisitos de admisión. Por eso vine preparado.
con el humo de una seca no concluida. El palito de Tengo una gila y está a vuestra disposición”. Sí, ha-
fósforo, eterno bailador, se detuvo en la mandíbula bló así, con un dejo burocrático, que ellos no se pu-
de Leodán, como si a él o a su dueño los momificara dieron explicar de momento, sino algunas semanas
la perplejidad. Volvió a mirarlos, otra vez sucesiva- después, cuando descubrieron que antes de llegar a
mente, repitió su frase, con el mismo tono, pero ya San Sebastián, Locumba había sido obrero de una
más fuerte, y recién el Chino respondió algo. Lo que tipografía que imprimía boletines para algún minis-
dijo —que ninguno recordó sino hasta el momento terio. Se quedaron estupefactos al escuchar la ofer-
de observar, con estúpida incredulidad, ese cadáver ta. Si él no se los adelanta no le habrían puesto esa
sangrante, inmóvil sobre el polvo—, cualquier cosa condición. La pandilla, desde su fundación, siempre
que haya sido, tal vez algo como “¡Zafa, zafa!”, así, fue de ocho y nunca enfrentaron el problema de re-
con sarcasmo y hostilidad, fue la semilla cuya lenta cibir a un advenedizo; por ello, no tenían normas
maduración, ignorada por todos mientras se olvidó establecidas al respecto. Sin embargo, Omar, como
ese primer conato de beligerancia, habría de precipi- jefe que era, tomó una decisión inmediata y le dijo:
tar los sucesos, tres meses adelante. “De acuerdo, mañana la traes y serás chacal”.
Lo pudieron rechazar, pero fue aceptado. Lo aceptaron y, luego, por turno, de acuerdo a
Ochenta y seis días más tarde, cuando “eso” liquidó sus prioridades, desde el jefe hasta el último chacal,
a la pandilla, despedazándola en un cadáver y ocho le hicieron el amor a la muchacha, usufructuando
adolescentes sin inocencia, cada uno de éstos se los dividendos que la admisión les reportaba, pre-
preguntaría con desesperada insistencia, por qué re- cio que Locumba les había votado por delante, igual
cibieron al cadáver. Pero, al formular sus interroga- que cuando se compra, arrojando un poco de sen-
ciones, no exigían esa respuesta que fue obvia para cillo a la ventanilla, el paso a una función cinema-
ellos desde el comienzo. Tampoco pedían la explica- tográfica. “¿Qué, quién era ella?” —se preguntaban.
ción verdadera, esa clave subyacente a las aparien- No podía ser una enamorada que Locumba sacrifi-
cias. Expresaban más bien el furioso deseo de hacer caba; de serlo, aún ellos, lo hubieran despreciado.
retroceder al tiempo, en busca de ese instante que Era simplemente una muchacha a quien le gustaba
fue el error primario, como si lo quisieran capturar el placer, que se prostituía por nada y por deporte,
para rectificarlo, aunque supieran asimismo que su que había tomado a Locumba como su promotor y a
deseo era una quimera. ellos como sus instrumentos. Después, se esfumó,

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desapareció. A Locumba no le gustaba que hablaran Cuando llegó la hora fijada se reunieron en la
de ella y una vez que Pepe hizo una alusión, se le plazuela, antes de ir al escenario de la pelea. El Chi-
acercó furioso y le prohibió que volviera a mencio- no llegó en el primer grupo, con Leodán, Flautín y
narla; lo dijo muy alto, casi en forma impersonal, y Pepe. Pretendía mostrarse sereno, pero sus ojos es-
los demás comprendieron que también la adverten- taban más rasgados y obscuros que de costumbre,
cia iba para ellos. Desde entonces, Dora se convirtió era un par fiero de ranuras oblicuas. Hablaba poco
en un recuerdo que nadie mencionaba aunque todos y, cuando lo hacía, expulsaba el humo de su ciga-
recordaran. Su memoria corrió la suerte de la del rrillo junto con las palabras, en una mezcla atrope-
Carmen, el homosexual que pasó como un torbellino llada. Mientras esperaban sonó el reloj del templo.
por la vida de la pandilla, pervirtiéndolos, si no lo Las campanadas rebotaron entre las fachadas que
estaban ya. Era generoso, prestaba su auto para las cerraban la plazuela, hasta que, poco a poco, se di-
correrías de pandilla y les amobló un departamen- luyeron, tras encontrar por cielo y bocacalles aber-
to. Pero un día confesó: “No soy feliz aquí” y se fue, turas de fuga hacia el silencio. Sólo entonces llegó
transformándose en un recuerdo que a los chacales otro grupo, y un momento después Omar y Locumba
no les gustaba resucitar, porque los retrotraía a un completaban la pandilla. Luego, sin casi cruzar pa-
tiempo increíble, a ese período espléndido en el que labras, no porque estuvieran en tensión, sino para
llegaron hasta los límites de su aventura. evitar que la neblina se les introdujera por la boca,
El instinto no le engañó al Chino cuando, al se dirigieron a la avenida y, de allí, hacia el puente.
surgir Locumba frente a ellos, le hizo decir eso que La niebla destruía líneas y contornos y, con fi-
ya nadie recordaba, como expresión de antipatía in- nísimos bisturíes tasajeaba los rostros. Arriba, bajo
mediata contra quien se convertiría a lo largo de esos un cielo lechoso, ensartados por un alambre invisi-
tres meses, en su rival por la jefatura. Ambos lleva- ble, pendían los fluorescentes, navegando alineados
ron las cosas con una especie de cordial hostilidad en el espacio, con apariencia de erizos cuyas agu-
sólo porque el plazo para la elección de nuevo jefe jas de luz, inofensivas, no consiguieran perforar el
estaba cercano; esto Locumba lo supo después, al opresivo manto de bruma. La cinta de asfalto cru-
irse empapando de las normas que recibían a la pan- zaba el punto, obedeciendo su curvatura, y luego se
dilla. Comprendió que podía aspirar a la jefatura, hundía en la suave depresión de la orilla opuesta.
pero no alteró su conducta, no se esforzó en alcanzar Los vehículos, recorriéndola, le dejaban en la super-
la prestancia exigida para jefe, tal vez simplemente ficie espejeante huellas paralelas, mientras hacían
porque ya la traía. Y esta indiferencia tornaba insul- danzar a ras del suelo sus fugaces lucecillas. Vein-
sa —ante los demás—, casi ridícula, la hostilidad del te metros abajo, el río, hablador, murmuraba entre
Chino. Era como si sólo él viera motivo de disputa las piedras. Los chacales descendieron por el declive
donde nadie más lo encontraba. adosado al punto, hasta el descampado ideal, bajo

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la plataforma, entre la orilla del río y los machones de Locumba huellas violáceas, imperceptibles para el
del puente, que sería el escenario de la pelea. Todos, resto, por la nube de tierra y la penumbra. La última
aunque ninguno lo dijo, ya sabían quién triunfaría. imagen que alguno pudo capturar, antes de “eso”, fue
Entre ellos había un nuevo chacal, que no necesitó la doble silueta de los rivales, ligeramente agazapados,
tres meses sino diez minutos de ese tiempo, para midiéndose con odio, acezantes por el esfuerzo, para-
demostrarles la fuerza de sus puños y la destreza y lizados un instante en mutuo estudio antes de volver
precisión de sus patadas. Locumba sería el nuevo a unirse para caer en medio de la nube, siempre tren-
jefe y la pelea era una simple formalidad, una con- zados, como un monstruo debatiéndose con sus ocho
cesión hecha por la pandilla a la dignidad del Chino, miembros al aire, retorciéndose en el polvo, hasta que,
que —sí lo creían— sucumbiría a sabiendas, sólo por al disminuir la vehemencia de sus movimientos, ya
orgullo y amor propio, para no demostrar que temía Locumba apareció encima. Los chacales vieron luego
a su rival, por no declararse vencido antes de pelear. como pegaba, medido y calculando, mientras el Chino,
Los demás formaron un ruedo amplio, informal, la espalda contra el suelo, era ya un cuerpo vencido,
para observar un acto de rutina, esa costumbre se- que a intervalos ensayaba un convulsivo intento de li-
mestral de la pandilla, que ahora ofrecía menos ex- beración. Locumba dejó de pegar, y estaba por erguir-
pectativa aún, pues el pronóstico del resultado era se cuando el brazo del Chino, escapando a la opresión,
unánime. Miraban con esa curiosidad y falta de cu- se introdujo al blujean y emergió con algo fulgurante
riosidad que se guarda para los sucesos sin impor- entre los dedos: una navaja, que hirió la noche con un
tancia, cuyo recuerdo no es necesario conservar. Los maligno resplandor, antes de hundirse hasta el mango
dos rivales se posesionaron del escenario, ya las, ca- en el vientre de Locumba.
sacas afuera, en camiseta, uno más alto y musculo- Ninguno imaginó que eso pudiera ocurrir, hasta
so que el otro, Locumba mucho más tranquilo que el que el hecho ya consumado —arrojándoles un ca-
Chino, pero, ya en ese momento, ambos igualmente dáver— les reveló que habían estado jugando a la
serios. Recién entonces Locumba se quitó las gafas violencia, con las energías de una rebeldía mal en-
y fue como si ese ademán insólito en él comenzara a caminada.
desgranar hechos inéditos, porque la pelea no tomó
desde el comienzo el cariz previsto. Muy ágil y es-
curridizo, el Chino esquivaba los amagos, bailando
siempre alrededor de su rival, que no podía forzar
una pelea franca y directa. Ya se habían trabado una
o dos veces, pero el Chino, tras un confuso intercam-
bio de golpes, sabía desprenderse y salir bien librado;
producto de su constante hostigar, dejaba en el rostro

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Raúl Figueroa pondió. “Te habla Willard Díaz”. “Hola Willard”
me dijo como si nos hubiéramos visto la sema-
Todo empezó con el Tomo 10 de la colección de na pasada. Nos citamos luego en un café de las
la Biblioteca Juvenil Arequipa. Por segunda vez Galerías Gamesa.
el nombre de Raúl Figueroa apareció en una Una semana más tarde conversamos de
antología de cuentos arequipeños, y con pleno nuevo después de treinta años. Él, callado, me
derecho. “La pensión escolar” y “Los chacales” oyó contarle mi pesquisa, hablar de sus cuen-
están entre lo mejor que han escrito los narra- tos, del libro que quiero publicar con la historia
dores de estas tierras durante el siglo XX; y sin del cuento arequipeño. Cuando se me acabó el
embargo, su autor era inhallable en el pequeño aliento, su voz de tonos bajos habló. Durante
mundo literario arequipeño. Ni los editores de la una hora rescató para mí una vida de estudios
antología ni los mejor enterados pudieron dar- en Lima, de familia, esposa e hijos, de lectu-
me señas de él. ras del boom, de sus placenteros días de profe-
Yo lo conocí hace muchos años. Su nombre sor de Matemáticas, de trabajos de arquitecto y
me recordaba ciertas lides de izquierda univer- consultor; y de jubilación: “Ahora tengo otra vez
sitaria. Poco a poco a lo largo de varios meses tiempo para leer y para escribir”, me dijo.
fui rescatando de los fondos de mi gastada me- Quise saber de su obra, aquellos cuentos
moria ecos de su voz rotunda de fumador. Su que ganaron los Juegos Florales de la UNSA
figura pequeña e inquieta y su mirada franca se cuatro años seguidos a finales de los años 60.
fueron rehaciendo en mí, y me propuse encon- No los tiene, los ha perdido en los muchos cam-
trarlo. bios de casa, en ese “andar de gitano” del que
Pero no sabía dónde. No figura en la guía me habla. No importa, le digo; voy a buscarlos,
telefónica y en el Google apenas hay un par de estarán en las revistas universitarias.
datos imprecisos. Pero tiene una novela en progreso, me
Hasta que por fin alguien me dio un nom- cuenta entusiasmado. Es la historia de una vie-
bre, ubiqué a su hermana, quien me dio otro ja familia arequipeña de Polobaya. La historia
dato; y fui llamando a uno y otro teléfono, hasta de un agricultor cuya capacidad de trabajo sin
que una mañana me respondió Raúl Figueroa desmayo lo sacó de ese pueblo y lo llevó a otro,
Mujica. De pronto no supe qué preguntarle, re- a La Joya, donde ahora es un gran propietario.
petí incrédulo “¿Eres Raúl Figueroa?” “Sí”, res- “La gente dice que su fortuna se la halló en un

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tapado, pero no sabe que el tapado es su mujer: Suena el teléfono, me necesitan en el traba-
una matriarca poderosa que lo siguió, lo empu- jo. “Encontrémonos la semana próxima” le pido.
jó y le hizo la vida feliz”. Raúl habla como escri- Dice que sí. Y sin embargo, mientras me ale-
tor, me alegra oírlo. Generalmente nos volvemos jo de aquel café voy pensando si Raúl Figueroa
unos seres patéticos, con los años; discurseros, volverá. Si acaso existe.
chochos, anacrónicos.
Raúl pide disculpas, no quiere fama, no quie- (Entrevista de Willard Díaz, tomada del dia-
re, porque nunca ha querido, círculo, amigos lite- rio El Pueblo))
rarios ni cómplices de juerga. Me explica por qué
desapareció: cree que fue infiel a la Literatura.
“No creo que esos cuentos valgan la pena”,
me dice, “son cosas de juventud”. Replico que
esos cuentos que no valen la pena están ahora
en dieciocho mil bibliotecas de la Región, le ase-
guro que son de los mejores, que cambiaron el
rumbo de la prosa en Arequipa: “Hasta los se-
senta éramos coloristas, lonccos, izquierdistas
en el mejor de los casos; y apareces tú contando
con el mayor realismo, con una técnica moder-
na, por fin, notables historias de adolescentes.
Inauguraste nuestra narrativa urbana claseme-
diera contemporánea, ¿qué tal?”, le digo.
Duda. Su duda parece sincera. “La verdad,
Willard, yo no quería verte. Y sí quería, quise ir
a verte el día que presentaste el libro de Barne-
chea pero no pude. Por eso cuando me llamaste
acepté esta conversación. Ahora me siento en-
tusiasmado, tengo ganas de volver a escribir y
acabar esa novela. Eso es bueno o es malo. No
sé”, dijo.

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LAS COSAS QUE SE DICEN
EN CUALQUIER PARTE
Edmundo de los Ríos

—Que no dije nada—, dije.


“Cómo que no dijo nada”, resopló y sus ojos, que
no eran de loco, parecieron asombrarse de mis ojos,
mientras yo no podía explicar y balbucí: “Pero qué
dije... si yo...”. Y así comenzó.
A duras penas logré trepar al tranvía, y luego,
codazo adelante, codazo atrás, llegué al lado del hom-
bre rechoncho que impedía cualquier posibilidad de
avanzar. Era muy poco lo que el tranvía adelantaba
por el tráfico aglutinado; de pronto se zarandeaba
todo el carro y de un tirón se deslizaba sobre los rie-
les cuatro o cinco metros. Yo esperaba que al termi-
nar esta estrecha calle, el tranvía agarrara velocidad
frente al Palacio de Justicia y luego por la avenida
Brasil ya no habría nadie que lo parara hasta el Ma-
lecón de la Costanera. Mientras, era casi imposible
respirar por el calor y la apretura. El hombre bajo y
extremadamente gordo que me impidió a mitad del
tranvía avanzar un poco más, suda tranquilamente,
como complacido, y lee y relee el anuncio pegado en-
cima de la ventanilla que recomienda un efectivísimo
dentífrico, y mira disimuladamente las piernas de la
que suda sentada a mi lado, con el maquillaje ya in-
definido y agrietado por canales de sudor.

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El verano, época de verano, cuando a la salida dice: “Ahora yo lo defiendo, limítese a decir lo que
de la oficina algo se pega en el cuerpo, y el aire ca- dijo y ambos responderemos”. Yo, entonces, le digo
liente y pesado atolondra un poco, y no se piensa en a mi voluntario defensor: “Pero escuche usted, yo
más que tomar un tranvía no muy lleno. Por la tarde no dije nada”. Y una vieja, y las viejas, según dicen,
no tendría trabajo, y ya no habría hasta el lunes las casi siempre tienen razón y hasta la última palabra,
prisas de los ómnibus ni de los tranvías ni las llega- alzó su desportillada voz desde mi espalda para de-
das tarde o llegadas justo a tiempo a la oficina. Fue cir gritando: “Diga de una vez y no haga entuertos”.
exactamente cuando me pasaba el pañuelo por la Volteo, suplicante: “Señora...”, pero la anciana con
frente. Entonces oigo: “Diga lo que dijo”. Es el hom- unas chinchillas descosidas en el cuello y recupera-
bre rechoncho y lúbrico que agita los labios mos- da del primer grito que vació sus pulmones, ataca,
trando dientes carcomidos. Lo miro, y sí, es él quién furibunda: “Nada, qué señora ni niño muerto; diga
habla y repite: “Diga lo que dijo, no se haga, ¿qué y se acabó”. Fue fulminante, y hasta los pellejos de
dijo?”. No podía decirle a nadie más lo que estaba di- las chinchillas se agitaron en su cuello transparente.
ciendo: era a mí a quien interrogaba y queriendo no “¡Que diga!, ¡que diga!, ¡que diga!”, gritan enardeci-
extrañarme mucho le dije: “Qué quiere que le diga si dos y jubilosos todos los pasajeros que ocupan las
no dije nada”; pero él seguía en sus trece, bien meti- dos terceras partes del tranvía, y muchos levantan
da en su cabeza la terquedad de que yo dijera lo que los brazos y con índices me señalaban por encima
dije sin entender que yo no dije nada. Para remate de las cabezas.
un señor de anteojos y de sonriente mirada, con aire Sin fuerzas, la cabeza dándome miles de vueltas
de inmensa bondad, que interrumpió la lectura de miro al de sonriente mirada y ofrecido defensor mío
su periódico, me dice: “No tema, amigo, diga lo que y que en un principio dijo que dijera lo que dije para
dijo para que así crean que no dijo lo que dijo”. Pro- que así creyeran que no dije lo que dije (que no dije),
nuncié “¡Qué!, ¿qué dije yo? si… yo...”. Me interrum- y le pregunto como si él pudiera tener una solución
pió el señor de sonriente mirada: “No, no, no tiene para todo esto: “¿Qué hago?”. Y él, que entre tanto
que negarse, diga lo que dijo”. Y el que primero dijo parece haber perdido la sonrisa de la mirada, me
que dijera lo que dije (que no dije) le dice al que dijo contesta: “Diga lo que dijo, nada más”. Lo miro a tra-
que dijera lo que dije para que así no creyeran que vés de sus anteojos empañados por el sudor y digo:
dije lo que dije (que no dije), con voz que no permitirá “Pero si…”’, no continúo porque no sé cómo decir
ninguna actitud de clemencia: “Usted no se meta, que no dije nada y porque una vocecilla que al final
mi querido metecuchara, que él no es mudo para no es un estruendo me increpa: “No venga con esca-
decir lo que dijo”. Pero el otro, sin desprenderse de patorias y mentiritas que no estamos para domingo
su mirada sonriente, hace como que no escucha al siete, diga lo que dijo, diga de una vez sin tanto re-
que le ha nombrado por querido metecuchara, y me truécano”; sus últimas palabras han sido gritos con

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ráfagas de saliva y el esfuerzo ha dejado al pequeño quiere decir lo que dijo”, contestaban solícitos los
hombrecillo que carga paquetes en los brazos con el que iban sentados en el tranvía y cuya posición ha-
rostro colorado y con la lengua como atorada en el cía fácil la comunicación con la gente de la calle. Los
cogote. peatones respondían indistintamente, sabiendo que
Miro al hombrecito de rostro congestionado y el problema estaba en buenas manos, y después de
cada vez más rojo: “¿Qué dijo?”, le pregunto, pero escuchar las palabras terminantes del conductor,
él, a pesar de su rostro que comienza a amoratar- exclamaban: “¡Qué barbaridad!”, o, como una señora
se por la furia, grita nuevamente: “Que diga de una que concluyó: “Si se ve cada cosa en este mundo...
vez lo que dijo”. “¿Y qué dije?”, pregunto queriendo ¡Qué diga! No lo dejen con su capricho”.
tranquilizarme y pensando que debo mostrar que no Al parecer, al fondo del tranvía la cosa adqui-
me altero. “Para tontos hay más de cuarenta mil y ría caracteres que bien pueden ser calificados como
medio, y sin más tonterillas, usted tiene que decir lo de color de hormiga. Y los gritos fueron continuos:
que dijo, llana y simplemente”. “¡Que diga, que diga!”, pedían los del fondo y los de
“Vaya, que ahora no quiere decir lo que dijo”, adelante también.
dice la mujer a quien el hombre rechoncho que me Yo traté de que ahora sí me escucharan: “Mi-
impidió el paso a mitad del tranvía le miraba las ren ustedes”, decía yo secando mi sudor y de paso
piernas y que tenía el maquillaje agrietado por cana- el rostro perlado de una mujer negra que sudaba
les de sudor y que en este momento es ya una masa a chorros en el lugar donde antes había estado la
informe y multicolor que chorrea por su cara pálida. vieja que gritó como endemoniada, y seguí diciendo:
“¿Qué pasa?”, preguntó a voz en cuello el conductor “Yo ni siquiera dije a”. “Cómo que ni siquiera dijo
del tranvía y muchos escucharon su voz en tono de a”, gritó enérgicamente el conductor, “si yo mismo lo
autoridad, dada su calidad de conductor. “Que uno escuché con todititas sus letras”. La negra, fastidia-
no quiere decir lo que dijo”, contestaron tres a coro. da por mi supuesta terquedad, me había arrebata-
Contra lo que pudo haberse esperado el conductor do el pañuelo y secaba entre sus senos voluminosos
se golpeó la frente con la palma de la mano y a voz en por donde el sudor agarró cauce. Afuera, rodeando
cuello exclamó: “¡Qué tal vaina!”. Agregó: “Que diga el tranvía, la gente seguía amontonándose y los que
lo que dijo porque si no, no sigo”. Yo quise gritar pero recién llegaban preguntaban: “¿Qué ocurre?”, y los
mi voz apenas era audible y nadie quería escuchar- de más adelante y más cerca del tranvía y que toda-
me. “Qué puedo decir si no dije nada, es la verdad”. vía no se enteraban cabalmente, preguntaban a los
Para este momento la gente que iba por la calle que preguntaron por primera vez “qué ocurre” y que
se detuvo y por las ventanillas preguntaban prime- permanecían inamovibles inmediatamente frente a
ro “¿Qué ocurre, ah?”, y luego querían más detalles, las ventanillas del tranvía, y ellos contestaban a los
y más minuciosos, sobre lo ocurrido. “Que uno no que todavía no se enteraban cabalmente: “Uno que

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no quiere decir lo que dijo”, y estos gritaban a los que tarde”, dijo la negra sin devolverme el pañuelo que
recién llegaban y querían ponerse al tanto de la si- se lo había anudado alrededor del cuello. “Aquí hay
tuación: “Uno que dijo micho y que no quiere repetir unos periodistas”, gritaron desde afuera, y otros pre-
lo que dijo”; y todos protestaban en coro, gritaban: guntaban con redoblada insistencia “¿ya dijo lo que
“Que diga ese uno lo que dijo”. dijo?”; “todavía no”, contestaron los del tranvía.
A mi lado el que dijo que dijera lo que dije por- Finalmente un grito general y algunos aplausos
que él iba a defenderme, me decía: “Sí, diga de una y vivas que no alcanzaron resonancia dado el carác-
vez antes de que me caliente y no lo defienda como ter inquisitorial del momento: “Llegó la policía”.
se debe”. Era el colmo; hubiera querido decirle que Escuché que ordenaban bajar al que no dice lo
se fuera al diablo, pero solo atiné a decir: que dijo. Bajé del tranvía entre personas hostiles y
“Usted está loco”, y dije además: “Yo me bajo”. agresivas y otras muchas que me observaban con
“¿Qué dice?”, preguntaban los de la calle; “que se lástima. “Ya es tiempo de saber lo que dijo”, profirió
baja”, contestaban los del tranvía, y los de más atrás uno de los policías y probablemente jefe de la patru-
“¿qué dice?”, y los que anteriormente preguntaron lla. Ante mí, los policías se limitaron a afirmar pre-
“¿qué dice?” y que ya se enteraron aunque no cabal- guntando: “Así que se niega a decir lo que dijo ¿no?,
mente dicen a gritos: “Que se baja porque no quiere ¿ah?”. Queriendo ser compasivo, agregó uno: “Eso
decir lo que dijo”. Yo repetía: “Yo no dije nada, me será peor para usted”. Alguien gritó “subversión”,
bajo”. Hubo una risa y el conductor comenzó a decir: otro “atentado”, alguien más “vías de comunicación
“No, no, no, de ningún modo, mi amigo, si hasta me y lábaro patrio”. En tanto, los del tranvía que ya no
hace reír, mire”. Luego sin reír dijo “ja, ja, ja”, como se enteraban de lo que se hablaba en la calle, pre-
si ja, ja, ja significara que se reía: “Usted qué se ha guntaban: “¿ya dijo lo que dijo?”, y los de afuera con-
creído, que se dice y todo queda como si nada, no, testaban: “Se niega, es terco como una cabra verde,
no, no, mire, estoy riendo” y otra vez su voz simulan- pero ya lo tiene la policía”. Ahora cierta certeza me
do risa “ja, ja, ja”. El conductor estaba frente a mí y confirmaba que todo se aclararía. Me dirigí a quien
muy seguro de que no me bajaría aunque quisiera parecía el jefe de la patrulla, dije: “Mire usted, oficial,
bajarme; entonces le dije: “Yo no dije nada, yo estoy yo no dije nada y aunque quisiera decir lo que no dije
solo, no dije nada porque no tenía a nadie a quien no sé qué decir”. Era un imbécil; sonrió con sorna,
decirle algo, ¿no comprenden?, comprendan, por fa- agradado porque mi vida estaba como estaba en sus
vor”. Era imposible. Dos o tres pasajeros me dijeron manos, y dijo con tono que expresa estás frito: “De
uno tras otro que era demasiado tarde y el conductor nada le vale terquear, ceda... pero allá usted”, y con
recalcó: “Lo que ocurre es que tarde viene el arre- la mano hizo un ademán. “A la jefatura”, dijo un po-
pentimiento y ahora quiere sacar el cuerpo. Tarde, licía interpretando el ademán de su jefe, y a empello-
muy tarde”. “¿Cómo que tarde?”, dije. “Sí, demasiado nes, seguros ya de mi culpabilidad, me metieron al

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patrullero. Los del tranvía, cada vez más relegados, Edmundo de los Ríos
preguntaban: “¿Qué pasa ahora?”, y los de la calle
preguntaban a los policías y sin muchas ganas res-
pondían: “Es culpable, no quiere decir lo que dijo, va Nació en Arequipa en 1944. Vecino de Vallecito y
preso”, y los de la calle avisaban a los del tranvía “ya alumno del Colegio San Francisco, Edmundo de los
confesó, pero todavía no repite lo que dijo y que es lo Ríos empezó a escribir muy joven. Se fue a Lima don-
más grave que se puede decir”. El patrullero partió. de a los diecisiete año ingresó como periodista a “La
Y aquí me tienes. Por eso no pude llegar a tiem- Prensa”. A los veintitrés años se fue a Méjico a trabajar
po para ir a la playa el domingo por la mañana, para como periodista y allí logró una beca del Centro Meji-
casarnos el lunes como tú querías. Han sido diez cano de Escritores, donde recibió enseñanzas de Juan
años de cárcel pero te amo mucho más que aquel José Arreola, Francisco Monterde y Juan Rulfo. Fruto
día. de su estudio fue la novela “Los juegos verdaderos”,
—No digas nada. Bésame. que ganó una mención honrosa en el Concurso Casa
  de las Américas y luego otro premio en Méjico.
Rulfo dijo que era “La novela que inicia la lite-
ratura de la Revolución en Latinoamericana”. De in-
mediato Emmanuel Carballo, director de la editorial
Diógenes, la publicó, dedicándole este comentario:
“Arte comprometido, pero no de consigna, recons-
truye en tres tiempos, la infancia, la adolescencia y
la edad de las primeras decisiones impostergables,
la vida de un hombre que prefiere la muerte a la
indignidad”.
Pero algo perturbó el inestable ánimo de De los
Ríos, que de pronto abandonó su auspiciosa carrera
de escritor y periodista en Méjico y volvió intempesti-
vamente al Perú. Trabajó un tiempo en Lima y luego
regresó a Arequipa.
Su segunda novela, “Los locos caballos colora-
dos”, fue finalista en el Premio de Novela José María
Arguedas, en 1972. Algo que no le gustó, al parecer,
pues un día lanzó desde la azotea de su casa en Va-
llecito los originales al viento.

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Finalmente volvió junto a su esposa a Lima, fue
recibido en la revista “Caretas” para la cual redac-
UN BLUES EN LA NOCHE
taba unos perfiles muy bien logrados de personajes Yuri Vásquez
limeños. Publicó un par de cuentos más antes de
retirarse del mundo de las letras y de esta vida.
El poeta Oswaldo Chanove escribió en esa oca-
sión: “Edmundo de los Ríos fue uno de esos enigmá-
ticos escritores con una obra excesivamente secreta.
Tal vez eso tiñó su destino. Tal vez su terca pesquisa I
por la palabra exacta que atajaría a los demonios A las once empezó a sentirse inquieto; por eso varias
tuvo un costo demasiado alto”. veces miró furtivamente el reloj. Tania, que no ad-
vertía nada de lo que sucedía en él, se incorporó de
pronto del sofá y se llevó las tazas de té a la cocina.
Don Ismael y doña Celia permanecieron inmutables,
amodorrados, frente a la televisión. Igual que todos
los días, después de atender en su consultorio mé-
dico, había llegado a las siete a la casa de su novia.
A la hora de la cena se prosiguió la conversación de
los días anteriores: los preparativos de la boda lle-
gaban a la fase final, y sólo faltaban cuidar algu-
nos detalles. Se conocían desde la niñez; la amis-
tad entre los progenitores había sido el puente de
unión entre ellos. Desde el enamoramiento, apenas
cumplida la mayoría de edad, recibieron la bendi-
ción de sus respectivos padres. Ahora que estaban
por iniciar una nueva vida, ambos se sentían feli-
ces; sin embargo, desde hacía tres meses sucedían
cosas raras en torno a Fernando. Por eso los vier-
nes –como ahora– a pesar de la apariencia sosegada
que presentaba se encontraba inquieto, intranquilo.
Quería de una vez marcharse de la casa de Tania.
–Es un poco tarde –dijo ansioso, aprove-
chando el retorno de la novia–. Ya debo irme.

110 111
Tendió afectuosamente las manos a los futuros sue- de la casa de Tania, y cuando atravesó el umbral de
gros, y todavía estuvo un rato más en el vestíbulo la sala se percató de que alguien –una mujer– había
de la casa, a ruego de ella. Luego de recordar que permanecido en su departamento. Primero se sobre-
al día siguiente se encontrarían para elegir el juego cogió porque pensó lo peor; sin embargo, tras breve
de muebles, se dieron el beso de las buenas noches. revista comprobó que no faltaba un solo alfiler. Así,
Tomó un taxi y en un cuarto de hora llegó al piso consideró que lo que había sucedido era simplemen-
donde vivía. Subió con gran prisa, y cuando estu- te que alguien –una mujer; el perfume lavanda cons-
vo frente a la puerta, sintió que la emoción lo des- tituía evidencia insoslayable– se había encontrado
bordaba. Cruzó el umbral y sintió su presencia. en el departamento antes que él regresara. Como no
Era ella; había estado nuevamente, igual que todos faltaba nada estimó el hecho sin importancia, y a
los fines de semana, en el apartamento. Caminó aparte de indagar entre sus vecinos si habían visto a
hasta el centro de la sala y aspiró profundamente alguien esa noche en los pasillos y escuchar de ellos
la atmósfera. Sus pulmones, entonces, se llena- respuestas negativas, no se preocupó más del asunto.
ron del delicioso perfume lavanda que flotaba en el Sólo se limitó, cada vez que salía, a cerrar con doble
aire del mismo modo que fuera la emanación enig- llave la cerradura. Sin embargo, el próximo viernes
mática de una piel infinita, permanente, tangible. al retornar de la casa de Tania, advirtió nuevamente
Se sintió feliz y a la vez aliviado. Tomó asien- el perfume lavanda navegando en el aire de la sala.
to en un sillón; a un lado descansaba una me- Transcurrió la semana, y también el siguiente vier-
sita. En el centro había un cenicero en forma de nes sucedió lo mismo. Decidió poner término a la
ave, del cual todavía se desprendían vagas volutas situación. Así, quiso saber de una vez y por todas
de humo. Cogió una colilla y se lo llevó a la boca. de quién se trataba la visita. El otro viernes aguardó
Aspiró intensamente y exhaló poco a poco la últi- oculto, furtivo, insospechable, en los pasillos del de-
ma bocanada de humo. Sintió, como cada vez que partamento. Pero durante toda la noche nadie apa-
lo hacía, el sabor aromado del rouge en sus la- reció. El viernes sucesivo también aplicó la misma
bios. Era como besarla, como sentirla más cerca y estrategia –aún con mayor rigor– sin obtener resulta-
tangible que las demás cosas que percibía de ella. do alguno. Cansado y vencido, el posterior fin de se-
mana no puso en marcha ninguna estrategia y salió
II como de costumbre a la casa de Tania. Al regresar, el
suave y delicioso perfume lavanda ya estaba flotando
Se sintió aliviado. Y es que a veces temía que ella no en el aire semejante a ingrávidas burbujas de cristal.
volviera más a su vida, y desapareciese de la misma Se acostumbró al perfume lavanda todos los vier-
manera que había aparecido. Ocurrió repentinamen- nes por la noche. Al comienzo para él sólo se tra-
te. Fue un viernes por la noche como ahora. Volvía tó de un perfume, pero después comprendió que

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en realidad se trataba de una presencia inexorable rizada, ojos dulces, pero al mismo tiempo sensuales.
y encantadora; ciertamente abstracta, pero poco a Solía imaginársela bailando suavemente un blues al
poco, y al fin y al cabo, palpable. En efecto, luego compás de la orquesta de Tommy Dorsey, Artie Shaw
de que él adoptara ciertas formas de íntima com- o Count Basie. Cuando terminó de imaginársela,
plicidad –los viernes no volvía por ningún motivo a quiso ponerle un nombre. Estuvo cerca de dos sema-
su departamento entre las siete y once la noche– la nas buscando uno apropiado. Tuvo varias opciones,
visita desplegó, además del perfume, otros actos hasta que se quedó con dos: Érika y Lorena. Final-
de presencia que la hacían más concreta y visible. mente se decidió por Lorena. Le pareció más com-
Estos actos eran como estelas dejadas sobre la plejo que el primero. Sonaba al mismo tiempo dulce
mar. De ellas se la podía columbrar. Muchas veces y sensual, abstracto y concreto, exótico y familiar.
en la videograbadora se olvidaba películas como La complicidad de la primera época generó después
“Cumbres Borrascosas”, de William Wyler; “Cyra- un conjunto de sentimientos. Así, apenas llegaba al
no de Bergerac”, de Michael Gordon o “Gilda”, de departamento buscaba la colilla de cigarrillos deja-
Charles Vidor. Asimismo, otras veces, cuando re- dos por ella. Le gustaba saborear el rouge impregna-
gresaba al departamento, todavía se oía en el viejo do por sus labios. Por eso también le dejaba, sobre
tocadiscos canciones como “Summertime”, de Ella la mesita de la sala, antes de marcharse a la casa de
Fitzgerald; “I’m a Fool To Want You”, de Frank Si- Tania, rosas y claveles que no encontraba cuando
natra o el “Over The Rainbow”, de Sarah Vaughan. volvía. Esos mismos sentimientos muchas veces le
Nunca fue adepto al cine ni al jazz; pero empezó a instaron que la fantasía e imaginación fuese desen-
ver y escuchar –incluso a coleccionar por su cuenta– trañada por la realidad. Era necesario saber quién
las películas y la música que la visita veía y escucha- era Lorena; era necesario verla y tocarla. Así, nueva-
ba mientras parecía esperarlo, y que quizá olvidaba mente volvió a la estrategia del acecho. Sin embargo,
adrede. Así, el cine y el jazz lo condujeron lenta e in- tal como temió y como sucediera antes, no obtuvo
eluctablemente a desentrañar su esencia y forma. De resultados favorables. Entonces, desesperado, sin
esta manera supo –por la música– que su alma debía saber ya cómo proceder, comenzó a dejarle notas
ser sutil y sensible; y por las películas se la imaginó en las que le rogaba que se hiciera ver por él. Pero
como una figura llevando sombrero de fieltro, traje ella no apareció y sólo le dio en respuesta un libro
de noche y abrigo de pieles, rodeada por la aureo- de Pablo Neruda con cien sonetos de amor que dejó
la de los años cuarenta o cincuenta. Debía ser una abierto sobre la mesita en que reposaban las notas.
mujer –ahora ya no era sólo un perfume o una pre- Comprendió el mensaje. Lorena quería que entre ellos
sencia—, e imaginaba a Lauren Bacall en “To Have no existieran ni acechos ni estrategias. Por temor a
and Have Not”, de Howard Hawsk; o a Jane Greer, perderla, a que no volviera más a su vida, aceptó esa
en “Out of the Past”, de Jacques Tourneur– de pelo especie de condición que sabía no provenía sino de

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una voluntad sutil, que quería que la relación oscila- quilar otro departamento donde pudiera visitarlo,
ra dulce y dolorosamente entre lo real y lo irreal, entre como ahora, todos los viernes por la noche. Adivi-
lo concreto y abstracto, entre la presencia y ausencia. naba su carácter, su forma de pensar; ella era una
mujer de sentimientos profundos; por eso sabía que
III jamás lo dejaría; por eso sabía también que nun-
ca aparecería ante él. Su alma era a la vez travie-
Puso la colilla en el cenicero y se incorporó del sillón. sa y alegre, intensa y grave. Así transcurrirían los
Fue hasta el viejo tocadiscos y apagó el tema musi- años. Tania engordaría, empezaría a ponerse rule-
cal que ella había olvidado esa noche. El piano de ros y a usar gafas de carey; los niños por supues-
Thelonious Monk, con “Round Midnight”, dejó de es- to crecerían. Pero ella, Lorena, seguiría visitándolo
cucharse en el departamento. Miró el reloj; era poco en el departamento, y a pesar de los años siempre
más de las doce. Se dirigió a su habitación. Una vez seguiría igual: bella y profunda, dulce e infinita.
dentro ingresó al baño contiguo. Allí estaba el jacuzzi A través de la ventana también podía verse la ciu-
vacío, sin ella; pero repleto de espuma llena de su olor dad. ¿Dónde estaría ella?, ¿quién sería? En verdad
de mujer. Lorena acostumbraba bañarse antes de no importaba; porque ella, Lorena, estaba a su lado.
marcharse. Estuvo un rato contemplando la espuma Se había bañado y tendido –antes de marcharse–
como si a través de las pompas de jabón pudiera ver- desnuda, espléndida. Por eso aún estaba tibia la sá-
la. Consultó nuevamente la hora. El tiempo transcu- bana y quizá por eso recién acababa de irse. Justo
rría incontenible. Era tarde, y al día siguiente tenía en eso, escuchó pasos suaves y sigilosos en la sala;
que encontrarse con Tania para salir de compras. alguien ponía en el equipo de sonidos el saxo alto
Se dispuso a acostarse. Apagó el velador y se metió de Lou Donaldson con “The Shadow of your smi-
a su cama. Con el rostro hacia la ventana –mientras le”. Era ella, pensó, quizá había olvidado algo y de
aguardaba el sueño– se puso a pensar su vida. En paso ponía su canción. Quiso incorporarse; ahora
un par de meses más se casaría con Tania. Forma- podría verla, tocarla, saber quién era, pero se de-
ría con ella un hogar; tendría hijos, trabajaría du- tuvo. Un temor inusitado le envolvió el alma. Ella
ramente para ella y los niños. Asimismo, la respe- podía disgustarse, y él no quería que Lorena se mar-
taría y la querría como su esposa y la madre de sus chara de su vida para siempre. Entonces, lo único
hijos. La cortina de la ventana estaba corrida, y a que hizo fue encender un cigarrillo y contemplar,
través del cristal podía verse la noche. Había luna sentado sobre la cama, cómo la luz de la luna tre-
llena, y el cielo lucía tatuado de estrellas. Se casa- paba la pared de la habitación y cubría lentamen-
ría con Tania; sí, así sería. La conocía desde niña, te su rostro igual que el ojo de un corcel blanco.
se había acostumbrado a ella; pero Lorena, Lorena,
lo sabía bien, lo seguiría buscando. Tendría que al-

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YURI VÁSQUEZ Sin embargo, al final pareció surgir una salida que podía satisfacer
al derecho y la literatura. Renunciaría a escribir novelas y en cam-
¿Recuerdas tus primeras lecturas? bio me dedicaría a escribir cuentos, que suponían menos tiempo
Fueron en mi niñez, cuando apenas aprendí a leer. Se que la novela. En ese periodo de mi vida fue concebido “Cortome-
trataba de los cómics e historietas que despertaban la imagina- traje”. Con el tiempo, y con mucho esfuerzo, imaginación y sacri-
ción de todos los niños de finales de los 60, y que convivían ficio, y afortunadamente también con la bendición de los dioses,
con las calcomanías del Che Guevara y las noticias del gobier- he podido desarrollarme en ambos campos, incluso he escrito no-
no militar de Velasco. Más tarde, las lecturas en serio empeza- velas. Esto, en todo caso, ha sido una experiencia muy dura y muy
ron a los 13 o 14, a partir de los libros de Stevenson, Defoe y personal, y que no significa en modo alguno una regla para todos.
Poe que mi padre me regaló y que resultaron para mí verdaderas
cajas mágicas de donde brotaban palabras convertidas en hori- ¿Qué relación hay entre tu afición por la música y la estructura
zontes resplandecientes, colmados de aventura, horror y fantasía. de tus cuentos?
Es una relación vital. Desde mi infancia he escucha-
¿Y cuándo se te ocurrió la idea de hacerte escritor? do música de todo tipo y me ha gustado apreciarla. En el
Fue luego de un largo proceso en mi infancia que estuvo do- caso de mis cuentos de “Cortometraje”, me ha servido de ins-
minada por la soledad y cierta imaginación que se desataba piración el jazz. La mayoría de los relatos lleva el título de un
fácilmente con cualquier cosa. Podía crear historias, por ejem- tema musical. Debo decir que todo el tiempo mientras escri-
plo a partir de una simple sombra en el espejo o en el techo. bía un cuento escuchaba cien veces el tema para acabar de de-
Antes de terminar la secundaria y con los libros leídos hasta finirlo. Fue una experiencia en la que busqué denodadamen-
entonces, supe que la única forma de conducir a algo concreto te establecer una especie de fusión entre música y literatura.
esa imaginación era encerrándola en libros y que estaba con-
denado a hacerme escritor. El descubrimiento me lo guarde ¿Cómo escribiste “Un blues en la noche”?
por un tiempo, como un secreto inconfesable y muy íntimo. El cuento forma parte de “Cortometraje”. El libro desarro-
lla cuentos en los que la ficción se funde con el contexto de los
El Derecho y la pluma parecen no llevarse bien. Hemos años 80 y 90. Las historias y los personajes siempre están rodeadas
visto muchos casos de escritores jóvenes promisorios que han per- por circunstancias relacionadas al poder, la violencia y la evasión.
dido el aliento entre los expedientes. ¿Cómo hace para evitar “Un blues en la noche” es quizá el cuento más abstracto de
los lugares comunes de los narradores y los poetas jurisperitos? todos. En él quise describir, como una especie de contrape-
Al terminar la Universidad y a poco de mi graduación atra- so, no la evasión traumática que refiere por ejemplo “Sobre-
vesé una crisis muy grave. Durante mis años universitarios me viviente a Medianoche”, sino una evasión íntima y dulce que
entregué a escribir una novela y un par de libros de cuentos, pero envuelve al personaje principal mediante la construcción de
graduarme y trabajar como profesional suponía dejar la Litera- una presencia femenina, que no es otra cosa que el sueño eva-
tura para siempre. Se me presentó una disyuntiva existencial. sivo ante la realidad que debe enfrentar con su boda próxima.

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A DAY IN THE LIFE
Miguel Barreda

N.N. despertó sobresaltado. Había dormido mal y


poco. El ruido del despertador le lastimó los tímpa-
nos y, como las ventanas de su habitación no tenían
cortinas, el resplandor del sol le hizo daño en los ojos.
Pestañeó y echó un vistazo al reloj. Se incorporó en la
cama y apoyó la cabeza en las manos. Se desperezó y
bostezó varias veces, abriendo mucho la boca. Tenía
dos muelas cariadas y el comienzo de una leve paro-
dontosis.
Acostumbrado a la luz, echó una mirada circular
a la habitación. Sus ojos pasaron del ropero que él
mismo había pintado de negro a la pared con el em-
papelado de flores rosadas; de la puerta que siempre
dejaba entornada, en cuya manivela estaba colgada
una camisa, a la mesita sobre la que habían unas
revistas, una botella de vino y otra de agua mineral;
de los tubos de calefacción, sobre los que estaban do-
bladas unas sábanas, a las ventanas y, finalmente,
a la silla, junto a su cama, sobre la que estaban el
despertador, una lámpara y, en el respaldar, su ropa.
Estaba sin la camisa de pijama. La vio tirada en
el suelo. Pero no sentía frío. Aunque solía apagar la
calefacción antes de acostarse, esta vez no lo hizo.
Sintió un escozor en la axila izquierda y se rascó.
En ese mismo instante, en una calle de Jerusalén,

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un soldado israelita le dio una patada en los testí- nó. Dio otro gran bostezo y se restregó los ojos. Termi-
culos a un joven palestino que andaba con un gru- nó de orinar, carraspeó y se puso de pie. Se subió
po de manifestantes, y lo dejó tirado en el suelo, los pantalones, tiró la cadena y salió. Fue a la coci-
inconsciente. na, que también era pequeña, pero se podía entrar
Alguien le había prestado un juego de sábanas, de frente. Abrió el grifo del lavaplatos, se lavó las
por que él solo tenía uno y lo había lavado, y parecía manos, se lavó la cara y mojó los cabellos y luego se
que entre las sábanas ajenas hubieran llegado un secó. Puso a calentar agua para hacer un café. Del re-
par de pulgas, porque también empezó a sentir un frigerador sacó una botella de leche y bebió un trago.
escozor en la rodilla y el tobillo derechos, pero no se Mientras hervía el agua se vistió. Olió los calce-
rascó. tines que se había puesto el día anterior y, como no
Se quedó un momento contemplando los pies apestaban, se los puso. Lo mismo hizo con la ropa
de la cama, los barrotes del catre. Era un viejo catre interior. Sacó un pantalón gris del ropero, cogió la
de fierro que había comprado de segunda mano. Se camisa azul de la manivela de la puerta y se los puso.
destapó y quiso salir de la cama de un salto, pero Recogió la camisa del pijama y la tiró sobre la cama.
se quedó sentado en el borde, los pies sobre la pe- Percibió que el vecino de arriba había encendido la
queña alfombra de lana. Se miró el tobillo derecho radio y que iba de un lado a otro en su departamen-
y comprobó que realmente tenía una picadura, mas to. Se rascó la axila izquierda. Se acercó a la cama,
no se la tocó. Se puso de pie bruscamente y, por un quitó las sábanas, las dobló y las puso en el suelo.
instante, se le nubló la vista. Su colchón tenía unas manchas oscuras.
Se acercó a la ventana y se puso la mano en la Sonó el pitido del calentador. En ese preciso
frente para protegerse del brillo solar. Abajo, la calle instante, en un burdel del barrio de St. Pauli, en
estaba llena de autos y, en la casa de enfrente, al- Hamburgo, una prostituta notó que a su cliente de
gunas personas se asomaban por las ventanas. Vio sesenta años se la había roto el preservativo que le
que pasaba el camión recolector de la basura. Vio un exigió usar.
automóvil al que se le había apagado el motor en el Fue a la cocina y se preparó café. Regresó con
momento en que el semáforo cambió a verde y escu- una taza caliente entre las manos, se sentó en el
chó los bocinazos de los autos que estaban detrás. sillón y puso la taza sobre la mesita. Ya no sentía
Se dio vuelta y se quedó parado un momento con los caminar al vecino de arriba, pero sí la radio. Entre
brazos cruzados. Se rascó entre las piernas y fue al las páginas de una revista buscó una carta de su
baño, lentamente. hermano que había recibido hacía unas semanas
El baño era pequeñísimo; solo se podía entrar de y que pensaba contestar cuanto antes. Quiso leer-
perfil porque la puerta no abría completamente. Se la una vez más. Observó el sobre, en el que había
bajó el pantalón del pijama, se sentó en el wáter y ori- hecho algunos garabatos, sacó la carta, la desdobló

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y comenzó a leerla. Mecánicamente, cogió la taza y con su hijo, quien le había comunicado su intención
sorbió algo de café, se quemó los labios, maldijo y de retirarse del partido.
carraspeó. N.N. encendió un cigarrillo y le dio un par de
Siguió bebiendo lentamente, concentrado en la pitadas. En eso llegó el metro. Arrojó el cigarrillo al
lectura de la carta. Había una palabra que no podía suelo y subió al último vagón, porque allí no solían
entender y que resultaba decisiva para darle sentido subir a controlar. Se paró cerca de la puerta delan-
a la frase. Comparó la caligrafía con las otras pala- tera, de espaldas a la dirección en que iba el metro.
bras y luego de algunos intentos pudo descifrarla. Frente a él estaba parado un muchacho con la mú-
Sonrió. sica de todo volumen en los auriculares. N.N. seguía
Terminó de leer la carta y la puso sobre las re- el rumor metálico de la percusión, pero no podía re-
vistas. Descubrió una mancha en su pantalón y la conocer la melodía. Miró a las personas que leían
limpió con el dedo humedecido en saliva. Permane- el periódico, o un libro, y a las que oteaban en las
ció un rato más sentado, y, mientras bebía el último bolsas con víveres que tenían al lado. En una esta-
trago de café, a cinco kilómetros en línea recta de ción subió una muchacha con un perro negro que le
su casa, en Berlín Oriental, un peluquero moría a olisqueó los pies.
causa de un paro cardíaco, desplomándose sobre la Tuvo que hacer un trasbordo. Bajó rápido y se
mujer a la que estaba atendiendo. dio prisa para llegar al otro andén. No tuvo que espe-
La calle estaba mojada y el aire húmedo. Aun- rar mucho. Subió y se sentó cerca de la puerta trasera
que no hacía frío, se había puesto el abrigo gris de del vagón. A su lado, alguien leía BZ. Atisbó, pero no
lana porque le gustaba caminar con las manos meti- pudo distinguir sino unos fragmentos de los titulares;
das en sus bolsillos. Fue a la estación del metro. Se sintió una gran curiosidad por enterarse de lo que
cruzó con la dueña de casa y quiso saludarla, pero decían las noticias. Se inclinó un poco, pero en ese
esta no lo reconoció y siguió de largo. momento, la mujer que leía el periódico lo dobló y lo
Al bajar las escaleras en la estación del metro guardó en su bolso. N.N. se rascó la axila izquierda.
una corriente de aire lo hizo estremecer. No había Al bajar del metro, pasó junto a un quiosco y
mucha gente. Fue al quiosco a comprar cigarrillos. vio el cartel de publicidad del BZ con la noticia del
Un niño le pedía a gritos a su madre que le comprara día y se detuvo de golpe para leerla, pero alguien tro-
un chupete, pero ella se negaba. Cuando la mujer pezó con él por detrás. El hombre pasó a su lado, lo
que atendía el quiosco le entregó el paquete de ci- miró con disgusto, él se disculpó y siguió caminan-
garrillos y el cambio, a unos dos mil kilómetros de do. Cuando salió a la calle, el resplandor le dio en los
allí, en Moscú, un alto funcionario del Kremlin entró ojos y tuvo que cerrarlos un instante.
al baño, a cagar, y mientras lo hacía pensaba en la Definitivamente, no hacía frío. N.N. se desabro-
grave discusión que había tenido la noche anterior chó el abrigo y siguió andando así hasta llegar a la

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agencia de empleos. Saludó al portero y, en el mo- en el metro o aquí, mientras espero. ¿Ya consiguió
mento en que cerraba la puerta del ascensor, en una algo?
de las calles céntricas de Frankfurt, un tranvía atro- —No, todavía —dijo N.N.—, es la segunda vez
pellaba a una colegiala turca de nueve años ante la que vengo. La vez pasada me dijeron que había lle-
vista de su padre. gado muy tarde, así que solo archivaron mis datos y
La sala de espera estaba llena de gente y de me dijeron que regrese.
humo. N.N. le dio su nombre a la recepcionista y —A mí, francamente, no me hace falta trabajar,
esta le entregó una ficha con un número. Fue hacia ¿sabe? —dijo el viejo—. Soy jubilado del correo y con
la pizarra en la que se exhibían las listas con em- la pensión que recibo me alcanza para vivir, pues
pleos, no encontró ninguno que le conviniera. Hubo no tengo familia; pero en casa me aburro mucho, no
uno que por un momento le atrajo, era solo por tres tengo nada que hacer, así que vengo aquí de vez en
días, para sustituir a un jardinero. Había otro de re- cuando para ver qué se puede encontrar, para pasar
partidor de diarios, pero exigía movilidad propia. El el rato, ¿sabe? La inactividad no me gusta y yo estoy
trabajo mejor pagado lo ofrecían en una construc- acostumbrado a trabajar. El otro día me dieron un
ción, N.N. no se sentía capaz de hacerlo. puesto de portero en un edificio, además querían que
Por el altavoz llamaron a alguien que fuese au- barriera y fregara el vestíbulo, y como no puedo hacer
xiliar de enfermería y un joven se puso de pie y acu- mucho esfuerzo por mi reumatismo, lo dejé. Me gus-
dió donde la recepcionista. N.N. se sentó en la silla taría hacer algo en que no tenga que moverme mu-
que aquel dejara libre junto a un viejo gordo y cano- cho, y que me brinde la satisfacción de ver la obra
so. La mayoría de los que estaban allí eran hombres. terminada, ¿se da cuenta? Quiero decir, una cosa es
Solo había unas cuantas mujeres sentadas en grupo ver un piso limpio y brillante, otra es hacer cuentas
y otra sentada en una esquina con una lata de cerve- al final de la jornada y constatar que todo está en
za en la mano. Dos hombres jugaban ajedrez en un orden, ¿me entiende?
tablero portátil, alguien gritaba en portugués. —Sí —dijo N.N rascándose la axila.
La mirada de N.N. viajó por el conjunto y se de- —Y usted, ¿qué hace?, ¿o qué hacía?, mejor
tuvo en su vecino, que lo estaba contemplando con dicho.
gesto risueño. Notó que el hombre tenía un ejemplar —¿Yo? Y, cualquier cosa —respondió N.N.
de BZ en el bolsillo de la chaqueta. Se miraron a los —Quiero decir, ¿se ha especializado usted en
ojos. algo? —preguntó el viejo.
—¿Es el de hoy? —preguntó N.N. —Una vez aprendí inglés comercial en la Escuela
—No, es el de ayer —respondió el viejo—. En Superior Popular de mi distrito y me dieron un diploma.
realidad solo lo compro de vez en cuando y, como —Inglés comercial, ah —dijo el viejo y se quedó
ayer no terminé de leerlo, lo traje para no aburrirme callado un momento—. ¿Dónde dice que aprendió?

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¿En la ESP, en Schöneberg? ¿Vive usted en Schöne- cerca de Viena y luego fui trasladado a Berlín, a tra-
berg? bajar en la administración.
—Mmm. —¿Estuvo usted en el partido?
—Tengo una sobrina que vive en Schöneberg, —¿Yo? No, no. Bueno, en aquellos tiempos, us-
¿sabe?, la hija de mi hermano; tiene veintidós años, ted sabe, como suboficial del ejército recibía órdenes
estudia historia del arte. Yo vivo en Steglitz. Mis pa- de gente del partido, porque el ejército dependía del
dres llegaron a Berlín terminada la guerra, en el die- partido, ¿sabe?,…
ciocho y se instalaron allí. En la segunda guerra su —¿Estuvo en las juventudes hitlerianas?
casa quedó muy averiada pero la refaccionamos tra- —¿Yo? No, bueno, en la escuela recibíamos una
bajando duro, ¿sabe? Antes de morir, la vendieron, educación… definitivamente nacionalsocialista, por
yo conservé unas habitaciones y me quedé a vivir allí. así decirlo; aunque mi padre insistió en hacerme
Sí, mi sobrina es muy simpática, seguro le agradaría inscribir, mi madre se opuso.
conocerla. —¿Y su hermano?
La voz de la recepcionista anunció un par de —¿Mi hermano? No, él nació en el treinta y du-
empleos a disposición y, en algunos casos, los núme- rante su infancia fue muy débil y enfermizo, fíjese
ros de los postulantes que podrían ser privilegiados que hasta tuvo que faltar durante un año a la escue-
según sus conocimientos. Mientras lo hacía, todo el la, así que no estaba para esas cosas.
mundo callaba en la sala de espera, solo se oían in- —¿Y de los campos de concentración y de las
terjecciones en voz baja o algunos suspiros. Al des- cámaras de gas, tampoco supo nada, usted?
conectarse el altavoz, el rumor volvió. N.N. sacó la —Le voy a decir una cosa. Es algo que su gene-
cajetilla y le ofreció un cigarrillo al viejo. ración no puede entender porque no lo vivió, ¿sabe?
—¿Fuma? Pero créame, ni yo, siendo suboficial y trabajando en
—Oh, sí, gra…, pero no, tabaco negro no, lo una oficina del ejército, supe nada de aquello. Sabía
siento, gracias. Nunca me ha gustado el tabaco ne- que existían cárceles en las que tenían prisioneros
gro, ¿sabe? Ni en la guerra, cuando era a veces lo a los comunistas y a los judíos; de que se los exter-
único que se podía fumar. minara de aquel modo no me enteré sino después,
N.N. lo miró entrecerrando los ojos. cuando todo terminó. ¿Me da un cigarrillo?
—¿Estuvo usted en el frente? —¿Pero no me acaba de decir que el tabaco negro?
—1943. Stalingrado. Solo unos días. Me hirie- —Es verdad, de pronto me han dado ganas de
ron en la pierna derecha y me llevaron de regreso a fumar, aunque sea uno de esos que usted me ofrece.
casa. En realidad la herida no fue tan grave, ¿sabe?, Rara vez fumo, ¿sabe?, y cuando lo hago, solo rubios
pero mi familia tenía cierta influencia en el ejército, con filtro.
así que lograron que me internaran en un hospital N.N. le acercó la cajetilla. El viejo tomó uno y se

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lo llevó a los labios. N.N. le dio fuego y el viejo fumó —Venga, yo le invito. A todo esto, ¿cuál es su
sin aspirar el humo. nombre? —N.N. se lo dijo—. Encantado —repuso el
—Aquello con los judíos me pareció una exage- viejo y le dio el suyo.
ración, ¿sabe? No creo que hubiera sido necesario. El viejo salió tras N.N. No hablaron en el ascen-
De chico compraba caramelos en la tienda de un ju- sor. Al salir a la calle, el viejo se quedó un momento
dío; una vez perdí el dinero y me permitió que le pa- inmóvil. N.N. sintió calor y se quitó el abrigo, lo dobló
gara al día siguiente. No sé qué sería de él. y se lo puso en el antebrazo.
El altavoz anunció un trabajo como ayudante —Dígame, ¿no le gustaría también comer algo?
de cocina y dijo un número. Un joven de aspecto me- La verdad es que tengo hambre, ¿sabe? Algo ligero,
diterráneo se puso de pie y se acercó sonriente a la cualquier cosa.
recepcionista, quien lo envió a una oficina contigua. —La verdad es que yo también —dijo N.N.
N.N. se rascó la axila izquierda. Su mirada tras- —Allí —el viejo señaló un quiosco en el que ven-
pasó el ventanal de la sala de espera y rebotó en dían salchichas y papas fritas. Se acercaron. El viejo
postes, grúas, chimeneas. En ese preciso instante, saludó al vendedor, que se le parecía, y pidió una
en una calle del barrio de Trastevere, en Roma, una porción de papas fritas con kétchup.
pareja de jóvenes discutía porque ella quería quedar- —Para mí también —dijo N.N.—, sin kétchup.
se con un casete que él se negaba a darle arguyendo —¿No le gusta el kétchup? —preguntó el viejo.
que era una copia insustituible y que debería devol- —La verdad es que no —respondió N.N.
vérselo a su propietario esa misma noche, forcejea- Esperaron un rato y les sirvieron sendas racio-
ron y la cinta cayó dentro de una alcantarilla que nes de papas fritas en platos de cartón.
estaba abierta. —Que le aproveche —dijo el viejo, cogiendo una
—¿Por qué no vamos a tomar algo aquí a la es- papa con los dedos.
quina? —Propuso el viejo—. El diálogo me ha dado —Gracias —dijo N.N. y, en el momento en que
sed, ¿sabe? hincaba con el tenedorcillo de plástico una papa hu-
N.N. lo miró sorprendido. El viejo le sonreía meante, en el Congreso del Perú un diputado que
mientras pisoteaba el cigarrillo que había fumado se disponía a hablar en nombre de su fracción, tuvo
hasta la mitad. que hacer un esfuerzo para recordar la frase inicial
—Vamos, ¿qué dice? Solo un rato y volvemos. de su discurso, pues se le había ido de la memoria al
N.N. miró el reloj de pared de la sala de espera pensar fugazmente en el carburador de su automó-
y accedió. vil, que se había descompuesto.
—Bueno, por qué no. El viejo comió vorazmente. N.N. dejó un tercio
El viejo sonrió efusivamente y le dio una palma- de la porción en el plato.
da en el hombro mientras se ponían de pie. —¿No le gustan?

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—Sí, pero ya no quiero más, ya no tengo apetito. percatarse de ellos. Cuando esta se volteó a mirar-
—Bueno, como diga —el viejo lo miró de pies a los, le pidió dos cervezas casi gritando.
cabeza, mientras se limpiaba la boca—. Usted tiene —¿Chicas o grandes?
algo raro, ¿sabe? —Para mí chica —dijo N.N.
—¿Cómo así? —preguntó N.N., abriendo mucho —¡Dos chicas! —gritó el viejo.
los ojos. N.N. apagó el cigarrillo en el cenicero que ha-
—No sé, su manera de hablar, por ejemplo. bía sobre la mesa. Echó un vistazo al local. Paredes
—¿Mi manera de hablar? No sé qué puede ha- enchapadas en madera, vitrales, platos de cerámica
ber de raro en mi manera de hablar. y de plata apoyados sobre un armario repleto de va-
—Usted no es de aquí, ¿verdad? sos, un cartel con extractos de la “ley de protección
—Soy de Hamburgo, pero… del menor en lugares públicos”.
—Pero no se le nota acento hamburgués, es otra Esperaron a que les trajeran las cervezas sin de-
cosa; bueno, es tan solo una impresión mía, a lo me- cirse nada.
jor exagero, no lo tome a mal. —¿Puedo cobrar ahora mismo? —preguntó la
N.N. sacó un cigarrillo y le ofreció otro al viejo. camarera—. Es que ya terminó mi turno.
—No, gracias. Usted fuma mucho, ¿no? —Sí, como no —dijo el viejo, sacando su bille-
—Más o menos. tera.
Fueron a un bar que había en la esquina. Es- La camarera se retiró, fue a la barra y le dijo
taba casi lleno, sin embargo encontraron una mesa algo al barman al oído. El viejo acercó su vaso al de
libre. El viejo se quitó la chaqueta y la puso en el es- N.N.
paldar de la silla. El ejemplar del BZ estaba a punto —Salud —le dijo, haciendo chocar los vasos.
de salirse del bolsillo. N.N. lo percibió, no dijo nada. —Salud.
—Bueno, ¿qué bebemos?, ya sabe que yo le in- N.N. bebió un largo trago. En el momento en que
vito. sus labios se separaron del vaso, la recepcionista de
N.N. tardó unos segundos en decidirse. Al en- la agencia de empleos anunció que había disponible
trar, el aroma del café recién pasado le estimuló el un puesto como traductor-intérprete de inglés du-
olfato y la visión de unos vasos de cerveza al pie del rante veinte días en una empresa que vendía perfiles
surtidor fue agradable para su vista. de aluminio y a continuación dijo un número, como
—Una cerveza. nadie se presentó, volvió a anunciar el trabajo para
—¿Cerveza? —preguntó el viejo como si no hu- “cualquier interesado” y un hombre alto, de cabellos
biera entendido. castaños y quijada pronunciada se acercó rápida-
—Bueno, por qué no, sí, una cerveza. mente a la recepción. Lo hicieron pasar a la oficina.
Llamó a la camarera, que pasó a su lado sin Habló del trabajo que había tenido en el correo,

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contó algunas anécdotas, pasó a hablar del tiempo, —Sí, también me gustaría ir; te llamo y te aviso.
de lo corto que le había parecido el invierno y de las —Pero hazlo, ¿eh? No vaya a ser como el otro día
temperaturas tan poco usuales para esos días, tan que nos dejaste plantados con la cena hecha.
altas. Al terminar la segunda ronda de cerveza, que —No, no, es que esa vez…
él también había pagado, N.N. quiso pedir una ronda —Está bien, hombre, no tienes por qué discul-
más, esta vez a su cuenta. En eso se les acercó un parte. ¡Ah! ¡Hola! Bueno, los dejo, hasta la vista.
hombre de unos cuarenta años, alto, fornido, cabe- —Adiós, saludos por casa.
llos rubios y anchas gafas negras de carey. Saludó —Gracias, hasta la vista. Hasta la vista, señor…
al viejo. N.N. le repitió su nombre.
—¡Hombre! ¿Qué haces por aquí? —Sí, hasta la vista.
—¿Qué tal? —el viejo lo saludó por su nom- El de las gafas se dirigió hacia una mujer que
bre—. ¿Cómo estás? ¿No quieres sentarte a tomar acababa de entrar. Llevaba un vestido rojo y un pa-
una cerveza con nosotros? Aquí, te presento a un ñuelo azul atado al cuello. Como él, también tenía
amigo. gafas negras. Le dio un beso en la mejilla, le dijo algo
—Mucho gusto. y ambos salieron.
—Mucho gusto. N.N. levantó su vaso unos centímetros.
—Aceptaría encantado, pero tengo una cita. —Salud —dijo el viejo y bebió—. Ese mucha-
—Pero, ¿no fuiste hoy a trabajar, o estás de va- cho trabajaba conmigo, ¿sabe? Comenzó como
caciones? cartero, después le otorgaron un puesto en la ofi-
—No, pedí la tarde libre. Pero qué casualidad cina, en una ventanilla contigua a la mía. Ahí nos
encontrarte. Tenía ganas de llamarte uno de estos conocimos y nos hicimos amigos.
días. ¿Cómo te va? Se te ve bien. N.N. trató de ver la hora del reloj de pulsera del
—No me puedo quejar. ¿Cómo andan las cosas viejo. En ese preciso instante, a dos cuadras de allí,
por el correo? Hace tiempo que no paso por allí. en el quinto piso de un edificio de departamentos,
—Como siempre, no han cambiado mucho des- una niña de once años se sorprendió al ver unas
de que te fuiste. manchas de sangre en su ropa interior y, asustada,
N.N. llamó al camarero, un muchacho flaco y llamó a su madre.
bizco que anteriormente los había atendido con des- N.N. bebía con cierta rapidez y fumaba un ciga-
gano. rrillo tras otro. El viejo le pidió uno. N.N. se lo encen-
—Dos cervezas, por favor. dió y el viejo aspiró profundamente, haciendo una
—¿Por qué no te das una vuelta por casa una mueca porque le produjo ardor en la garganta; pero
tarde de estas? Mi esposa y yo nos alegraríamos de continuó fumando, echando espesas bocanadas de
recibirte. humo.

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N.N. terminó su cerveza y miró el vaso del viejo, ca pudo poner en práctica lo que aprendió? Digo,
en el que aún quedaba un poco. ¿nunca trabajó en una empresa o algo así?
—¿No le parece que podríamos volver a la agen- —Una vez le di clases particulares a un conoci-
cia, a echar una mirada? do que se fue a Australia, donde un pariente suyo le
—¿Cómo dijo? había conseguido trabajo en una granja.
—Que si no cree que ya podríamos irnos. —¿En una granja? Qué gracioso.
El viejo no dijo ni sí ni no. N.N. pidió la cuen- —¿Qué tiene de gracioso?
ta y pagó dos cervezas y el viejo las otras dos. N.N. —No sé; para alguien que ha crecido y se ha
contó el dinero que le quedaba: le alcanzaría para vuelto viejo en la ciudad la idea de vivir en el campo
comer algo más tarde, pero no para otro paquete de le parece rara, ¿sabe?, hasta incluso diría… exótica.
cigarrillos. Cuando regresaron a la agencia la sala —Puede ser, pero ese no es motivo para encon-
de espera estaba casi despoblada. Solo quedaban los trarlo gracioso.
jugadores de ajedrez, la mujer sentada en una esqui- —Sí, claro, no me malinterprete —el viejo trató
na y unos cuantos hombres dispersos en la sala, de de sonreír.
pie. Aunque no estaba oscuro, ya habían encendido —Lo que quiero decir es que aquí, entre tantos
los fluorescentes suspendidos del techo. edificios, avenidas, fábricas, autos, trenes, el imaginar-
—Esto ya va a cerrar —dijo el viejo—. Yo creo se viviendo en medio de vacas, cabras, gallinas, olor a
que podemos volver mañana. estiércol, es algo que me hace reír porque me veo como
N.N. se acercó a la pizarra, pero su mirada se en un lugar de juguete, de fantasía, ¿se da cuenta?
encontró con una serie de números y letras cuyo sig- —Sí, me doy cuenta —dijo N.N. mientras baja-
nificado no pudo descifrar. ban por la escalera mecánica, que no funcionaba y,
—Deme su ficha —le dijo el viejo—, para devol- en ese momento, un hombre que vivía en la casa de
verla en la recepción. enfrente echó una mirada a la habitación de N.N.,
N.N. la buscó en el bolsillo de su abrigo, se la cuyas ventanas no tenían cortinas.
entregó al viejo y se puso el abrigo sin dejar de mirar El viejo le dijo que ambos podrían ir juntos has-
la pizarra con las listas impresas en papel de com- ta Berliner Strasse, ya que allí también tendría que
putadora. hacer un trasbordo.
No usaron el ascensor. Cuando salieron a la ca- —¿No sigue de largo rumbo a Steglitz? —le pre-
lle, había más tráfico que antes. guntó N.N.
—¿Toma usted el metro? —preguntó el viejo. —Si fuera a mi casa, sí; se me acaba de ocurrir
—Sí. que puedo visitar a un amigo que tengo en Wilmers-
Caminaron juntos hacia la estación. dorf, así que en Berliner Strasse tomo la 7 en direc-
—Así que inglés comercial. Y dígame, ¿nun- ción a Rudow.

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—Sí, claro, lo sé. la cabeza y ahí estaba el viejo. Se quedaron parados
N.N. buscó un cigarrillo, era el penúltimo. No lo un rato viendo un afiche de publicidad que anun-
encendió. Parados en el andén, se miraron a los ojos ciaba viajes a Indonesia a precios módicos. Llegó el
un instante. metro a Spandau.
—¿Por qué no me visita un día? —le propuso el —Bueno, ha sido un gusto —dijo el viejo—. Yo
viejo. —Incluso podría invitar a mi sobrina, ¿sabe? volveré mañana a la agencia, a lo mejor nos vemos
Ella nunca viene por su cuenta, pero si se lo pido allí, si no, le deseo que consiga un buen empleo; un
es posible que se dé una vuelta por mi casa, ¿qué le buen empleo es importante en la vida. Hasta la vis-
parece? ta —le estrechó la mano. El viejo subió al vagón y
—A lo mejor nos volvemos a ver en la agencia — desde allí le hizo adiós mientras el metro se ponía
dijo N.N. buscando el ejemplar de BZ en la chaqueta en marcha. N.N. le hizo adiós con una mano y con
del viejo, que se había caído en algún momento sin la otra arrugó el papel que el viejo le había dado y lo
que se dieran cuenta. metió en el bolsillo de su abrigo. Su metro llegó unos
—Sí, también es posible, de todos modos le voy minutos después.
a dar mi dirección; ¿tiene algo con qué escribirla? Antes de entrar a su departamento miró en el
—No. buzón, no había cartas. En el camino había compra-
El metro llegó y el ruido que se produjo no dejó do medio pollo asado; lo desenvolvió en la cocina y lo
escuchar algo que dijo el viejo. Subieron al antepe- puso en un plato. Sacó unos cubiertos del armario y
núltimo vagón, N.N. mirando a izquierda y derecha. fue a comer sentado en el sillón. Al quitarse el abrigo
Se pararon cerca de la puerta trasera… El metro encontró la dirección del viejo en el bolsillo. Sacó el
partió y el viejo le preguntó a un pasajero si tenía papel arrugado y, sin leerlo, lo puso junto a la carta
una hoja de papel. El hombre sacó una agenda del de su hermano.
bolsillo y, con un gesto de fastidio, arrancó una hoja Después de comer se puso a hojear unas revis-
y se la entregó al viejo. Pese al movimiento, pudo tas. Fumó y bebió algo de vino, de la botella. Bostezó.
escribir apoyando la hoja en la palma de la mano. Se puso de pie y tendió la cama con las sábanas, que
—Aquí tiene. ya estaban secas. Apagó la calefacción, se desnudó,
—¿Cómo dijo? Ah, sí. se puso el pijama y se acostó. Antes de apagar la luz
—Ya sabe, si algún día… se rascó la axila izquierda y, en el momento en que
Un horrible chillido de las ruedas del metro so- empezaba a pensar en el contenido de la carta que le
bre los rieles. Al bajarse, N.N. seguía con la hoja en escribiría a su hermano, se quedó dormido.
la mano. Bajaron las esclares hacia el andén de la
línea 7. Había mucha gente. Por un momento, el
viejo perdió de vista a N.N. En el andén, este volteó

138 139
Miguel Barreda Para ser sinceros, no. Cuando quería ser escri-
tor, ignoraba el enorme grado de responsabilidad y
disciplina que ello implica. De hecho, creo que cual-
Si toda autobiografía no es más que una versión del quier manifestación artística implica un cierto nivel
pasado, ¿cómo imaginas el momento en que ingresas- de responsabilidad social y política. No en el sentido
te, probablemente sin saberlo, al extra-ordinario mun- del trabajo de un funcionario público, sino como los
do de la Literatura? de alguien que manifiesta su postura y actitud ante
En mi caso, la relación entre autobiografía y Li- las cosas que lo rodean y en las que interviene direc-
teratura no ha sido tan consciente ni premeditada. ta o indirectamente. Cuando me dí cuenta de que no
Cuando tenía dieciseis años, sentí que la maquinaria tenía la disciplina suficiente para escribir, sufrí una
de mi mente funcionaba de manera diferente a la crisis que me llevó a juzgar de manera muy severa
de la mayoría de mis coetáneos, amigos y parientes. lo que había escrito hasta entonces, de manera que
Veía cosas que otros no veían o que no les importa- lo destruí todo. Por otra parte, sentí que dedicándo-
ba. Escribí un poema, por llamarlo de algún modo. me únicamente a la literatura me faltaba la acción,
Gracias al verso libre, muchos acoplamientos de quería que las palabras no solo significaran algo sino
ideas ordenadas con cierto ritmo pueden llamarse que fueran la parte teórica de algo práctico. Por eso
poemas. Se lo mostré a gente que sabía del asunto. encontré en lo audiovisual el vehículo que más se
Me dijeron que era poesía. En el poema hablaba de acercaba a lo que realmente quería hacer.
las cosas que me dolían utilizando imágenes, metáfo-
ras y símiles. Aquello que llamamos el estilo propio no pa-
Después seguí escribiendo, manifestando más rece más que una digestión y asimilación de va-
versiones de esas cosas que me hacían doler o lan- riados alimentos que vamos leyendo, husmeando,
zando provocaciones verbales que yo suponía pon- admirando, e incluso despreciando, o dejando sin
drían a pensar a otras personas. Así, poco a poco, fui leer. ¿Qué autores te han alimentado? ¿Qué libros
haciendo reseñas y semblanzas de sucesos interio- que has leído quisieras haber escrito tú?
res en la forma de poemas en prosa o cuentos cortos. Kafka, Rulfo, Kafka, Borges, Kafka, Cortázar,
Nunca me preocupé por analizar mis paltas o siste- Kafka, Pessoa, Kafka, Carver... La lista puede con-
matizarlas. Escribía al estilo Pasmarote, y creo que tinuar, depende de los momentos. Hay autores que
eso le gustaba a gente que yo respetaba y admiraba. con una obra me dejaron temblando pero a quienes
Y llegué a creer que servía para eso. desprecié por la siguiente. Los que he nombrado son
una constante, a los que siempre retorno. Aunque
¿Alguna vez te has puesto a pensar en lo que en realidad son más bien obras aisladas las que más
sería tu vida hoy sin ese azaroso momento? han influido y marcado mis gustos. “El Quijote”, por

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ejemplo. He tratado de leer otras cosas de Cervan- ¿Qué te llevó a insertar saltos de espacio y
tes, pero ninguna me ha enganchado de esa manera. anécdotas ajenas al hilo central de la fábula?
Me hubiera gustado escribir “On the Road”, de Jack Supongo que la influencia del relato cinema-
Kerouak, así como una versión de “Conversación en tográfico, así como la posibilidad y la tentación de
la Catedral” ambientada en los años 90, y las letras unir, en un solo texto, situaciones asociadas libre-
de las canciones de Velvet Undergorund, y varios mente y pertenecientes a diferentes niveles de tiem-
cuentos de Bukowski, y “El almuerzo desnudo”, y po y espacio. Me pareció que podría incluir hechos
poemas de Gottfried Benn, y “El hombre sin atribu- que no tenían nada que ver con ese “hilo central”,
tos” de Robert Musil, y “Hamlet”, ambientado en las como en el “montaje paralelo” en una película, lo
canteras de Añashuayco, por eso lo estoy haciendo cual resultaría sugerente para los lectores. Me pa-
como guión. reció interesante ilustrar ese “universo ajeno” a la
trama principal que se suele dejar de lado, y que
¿Qué te hizo pensar en que podrías escribir tus en este caso es invitado a formar parte del contex-
propios textos? to.
La vanidad. La sensación de que tenía algo que
decir que le podría interesar a otras personas. El cuento recuerda en algo al “Ulises” de Joyce
¿Cómo escribiste "A day in life”? y a la canción de los Beatles, ¿alguna relación?
En el apartamento de 37 metros cuadrados con La estructura del “Ulises” es algo que me ha
baño en el pasillo, sin ducha y con calefacción a car- impactado desde la primera vez que lo leí y de he-
bón en el que vivía en Berlín, en una máquina de cho, es un recurso que he vuelto a utilizar en un
escribir eléctrica que me había regalado una amiga cortometraje que filmé en 2003 –y que también se
y que hacía un zumbido ronco y penetrante. Por lo titula “A day in life”. La imagen de un día como
general tomaba algunos apuntes, a mano, pero no resumen de toda una vida, o de un ciclo de vida,
para definir la estructura sino para juntar y orga- siempre me ha resultado atractiva y muy sugeren-
nizar algunas ideas. También recurrí a apuntes del te. Veinticuatro horas es un lapso de tiempo que,
diario que llevaba frenéticamente en aquel entonces. como narrador, uno puede controlar sin demasia-
Después de la primera versión, leía, releía y corregía do despliegue de recursos, y en el que, sin embar-
a mano con lapicero rojo. También repasé el texto go, puede integrar una cantidad impresionante de
una vez en voz alta. No recuerdo cómo envié la ver- información.
sión final a la redacción que lo publicó, si por correo En cuanto a la canción de Lennon y Mc Cart-
o por fax. En cualquier caso, supongo que lo deben ney (compuesta el año en que yo nací), el simple
haber copiado de nuevo, palabra por palabra. y bello título ha sido obviamente traspasado de la
canción al cuento con el mayor descaro y el menor

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prejuicio. Y ciertamente hallé también una especie
de guía en dicha canción (una de mis preferidas de
Esplendor y agonía de Míster X
los Beatles), puesto que el texto se refiere a un su- Oswaldo Chanove
jeto que describe su rutina y que se conmueve por
algo que ha leído en los periódicos, por un suceso
que no tiene que ver con él directamente pero que
es parte del mismo mundo que él habita.

La multiplicación cancerosa del yo no es el


origen,
sino el resultado de la pérdida
de la imagen del mundo.
Octavio Paz

Every dog has his day,


And a good dog
Just might have two days.
Johnny Copeland

¿Qué puedo decir? Yo era un tipo que vivía en una


pequeña ciudad de Suramérica. Uno de esos que se
pasan la vida chupando limón. Uno de esos que cur-
van hacia abajo las comisuras de sus labios. Nací
en el seno de un hogar tradicional y tempranamente
fui impulsado a ganar los puntos suficientes para
disfrutar de un suministro de nutrientes tipo X53.
Mi educación fue esmerada. Mis padres sacrificaron
sus vidas (en horribles empleos) para contratar al
ingeniero que diseñó el acelerador cerebral persona-
lizado. Gracias a eso me convertí en un serial killer
verbal. Me brillaban los ojos. Vencía en los grupos
de estudio que se juntaban en el piso 102 del edificio
Yanahuara. Triunfaba en los juegos florales de las
llamadas células de alto impacto distrital. Y, cuando

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finalmente llegó la hora de abandonar la actividad un momento sacaban la pistola antes que nadie, se
deportiva —los locos escarceos del ciclo pubescen- convertirían inmediatamente en una referencia para
te—, yo exhibía una sonrisa de dientes esmaltados decenas de imberbes (que ya practicaban disparan-
(de blancura enceguecedora). Los reportes indicaban do contra botellas de whisky, contra comanches,
que, si las matemáticas son precisas, se podía espe- contra la estrella plateada del sheriff de Pecos). Eso
rar de mí el puntaje necesario. Y al cumplir los trein- me atormentaba. Eso me jodía la vida. Y yo, sin ha-
ta podría sumarme al Grupo. ¡Al Grupo! ber recibido jamás ninguna medalla olímpica, estaba
siendo carcomido por el desasosiego. Si uno es lo su-
Quién sabe si hasta sería canonizado en algún solea- ficientemente diestro como para albergar algún deli-
do día del futuro. Me sentía tan vivo como alguna vez rio de grandeza, la medida de las cosas se altera de
se sintió el primer elemento orgánico sobre la faz de una manera insensata. Uno empieza a subir la ba-
la tierra. Pero no era feliz. Tendría que haber entrado rra. Un milésimo de segundo más. Eso es el principio
a los Malls saboreando los estremecimientos de todo del fin. Y entonces comprendí que estás destinado a
lo palpitante. Pero no. ¿Es que es posible ser feliz en perder, a ser humillado, siempre. No somos dioses.
alguna parte? La felicidad siempre ha sido sólo el No. ¿Puedes meterte eso en la cabeza?
espectro irreal que surge insólito de los materiales Y entonces acaeció lo funesto.
pesados de la realidad. Y lo que ocurría es que yo, Aquella soleada mañana, mientras avanza-
como cualquier sujeto normal, a veces advertía la ba hacia el Hospital General de la Pampilla para el
presencia de lo erróneo (acechando). Entonces apre- examen de rutina, me divertía fantaseando en que
taba los dientes. Entonces intachables ciudadanos después de todo siempre podía fundar un hogar (y
eran abruptamente intervenidos a mi alrededor. Gi- contribuir con un granito de arena al futuro de mi
raban y caían contra el duro asfalto. Porque el flujo patria). Era una mañana hermosa como cualquier
de información en mis circuitos cerebrales era des- mañana hermosa. El maldito sol calentaba al maldi-
medido. Y yo encontraba placer en ejercitarme, en to planeta tierra. Crecían los marlos de choclo y las
expandirme. Y tropezaba con damas que alzaban ondas de radio atravesaban el éter. Los cómicos ha-
sus largos cuellos entonando cánticos. Y todo crista- cían reír y los románticos pensaban en cosas román-
lizaba en euforia. Quizá algunos gramos de plenitud. ticas. Era un día calcado de cualquier otro. Pero no
Y puedo decir que, en general, mi posición me per- completamente. Mientras me sumergía en lo hondo
mitía considerarme afortunado. Pero en el fondo de del gran cilindro de resonancia magnética tuve una
todo yo sabía que (siempre) hay alguien más fuerte premonición. Una gota de sudor quiso brillar en mi
o más rápido o más grande (o más feliz). Siempre. frente.
Algunos aseguran que los pistoleros del viejo oes- Al salir, pocas horas después, vi que el cielo
te eran gente melancólica porque sabían que si en era intensamente negro, y los árboles eran negros, y

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todo lo demás eran figuras levemente fosforescentes. gado sesiones para optimizar la conectividad. Pero
Algo parecido a formas unicelulares flotando en la era un tipo que cada dos o tres meses se sometía a
gran sopa. Nunca había esperado que Eso pudiese una rutina brutal en campamentos ilegales. Algunos
ocurrirme. A mí. Porque aquel día descubrí que yo decían que era bueno para el dolor. Que le gusta-
era un condenado. Y al decir esto no apelo a una fi- ba el dolor. ¡Maldito pervertido! Siempre he creído
gura literaria. Estaba condenado porque, sin motivo que aquellos con gran tolerancia al castigo merecen
aparente, había resbalado (había tropezado) hasta ser castigados. Pero no puedo negar, sin embargo,
caer estrepitosamente al canchón de lo malogrado, que a la hora de medir fuerzas, esos hijos de perra
de lo roto, de lo siniestrado. ¡Estaba aquejado por pueden ser realmente contundentes. Y especialmen-
dolencias! ¡Sufría de disfunción! El delicado meca- te ese. Ya eran varias las oportunidades en que me
nismo que sirve de soporte a mis afanes terrenales había obligado a ceder algunos puntos. ¡El muy hijo
había colapsado. Estaba mal. Asustado. Estaba en- de la gran puta! Y cuando advirtió mi presencia cru-
fermo. El diagnóstico no sugería cuestiones de una zó velozmente dispuesto a hacerme morder el polvo,
u otra manera remediables (como un soplo al cora- a sacarme para siempre del cuadro de honor. Y yo
zón o leucemia o ulcera sangrante). Mi problema era sentí por primera vez en mi vida que tal vez me ha-
un tumor en el cerebro. Un tumor cuya intervención bía sobrestimado, que quizá tendría que arreglar al-
(¿gracias a Dios?) seguramente podría ser atendida gunas reuniones con los consultores de autoayuda,
en el pabellón de cirugía del cercano Hospital Goye- husmear en los grupos de apoyo. Ecuaciones. Cifras
neche. Y los galenos aseguraban que tenía 97% de a corregir. Todo eso significaría considerar el senti-
posibilidades de volver a abrir los ojos. Pero (pero) do profundo de la resignación como un tool, como
los efectos secundarios serían impredecibles. Tal vez una medida apropiada para “centrarse en lo verda-
mi dedo índice no iba a ser tan implacable. Acaso deramente importante”, para encaminarme hacia el
iba a parpadear a la hora de la traducción instan- dharma. El equilibrio. La armonía y toda esa mierda.
tánea de un código urbano. ¿Y quién quiere seguir Ya lo sabía yo. O sea bajar la cabeza y dejarla ahí
viviendo sin el 101% de sus facultades? Es posible para siempre. Ser sólo un hombre normal que dis-
comprender entonces que yo no estuviese con el me- fruta mirando partidos del Melgar FBC. Ser sólo un
jor de los ánimos aquella hermosa mañana soleada. ansioso bebedor de cerveza de fin de semana. Un feliz
Es más, me encontraba casi violento, con ganas de ciudadano que odia a los tiranos pero que siempre se
patear el tablero. Y para colmo, en ese momento, al inclina por el líder autoritario. Eso me tocaba. Eso.
escrutar entre el flujo de ciudadanos que circulaban Pero algo ocurrió cuando llegó la hora infame
hacia la boca del Metro La Merced-Umacollo, divisé de “no tienes nada que perder porque ya lo perdiste
a mi Némesis. Uno de mis enemigos mortales. Tal todo”. Algo saltó dentro mí. Una fuerza salvaje impo-
vez el peor. Era un sujeto que también había pa- sible de reconocer. Una fuerza que no estaba anota-

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da en la oficina de Recursos Humanos. Una fuerza mas extendidas. Finalmente lo único que se escuchó
rara que nadie conocía. Y entonces ocurrió. Con leve fue un ruido sordo.
movimiento hice contacto visual con mi enemigo. Di un paso distraído hacia él y observé aten-
Algo se precipitó con milagrosa naturalidad. El es- tamente los pelos erizados de sus cejas. Empezó a
tallido. El evento. El suceso que marca toda una exis- ladear su gran anatomía. Izquierda. Derecha. Y que-
tencia. Algo dio un salto y estableció un empalme con dó allí. Ni siquiera fue necesario darle un golpe de
otra dimensión. Algo cambió sutil pero definitivamen- gracia. Un finado más de esos que tienen una cruz
te la configuración del universo. Las líneas del cua- sobre su cabeza. Sí. Más que muerto. En el sitio don-
derno cuadriculado del cosmos dejaron de ser rectas de solían crecer sus ideas ahora florecían archivos
y paralelas y pintadas con tinta azul. Ocurrió así: ejecutables de mi cosecha. ¡Ja! Y sólo quedó dar una
1) Aquel terrible enemigo enfrentó mi mirada vuelta olímpica en torno a la Plaza de Armas. Un sal-
burlona con su rostro de mármol de siempre. to en el Portal de Flores. Y aquel día empezó mi ruta
2) Yo pude ver con inusitada claridad los tríceps hacia el centro de las cosas. Hacia el núcleo incan-
de su mente. descente. Hacia el lugar donde todo es insondable.
3) Sin saber cómo, envié una punzada (solo un ¿En qué pensaba en ese momento?
pulso) contra su portentosa demostración de fuerza. ¿En qué pensaba un imbécil como yo?
4) Hubo un flash. Por primera vez empecé a sentirme bien. Su-
5) Contemplé el espectáculo: ¡Panic attack! ¡Al pongo que era feliz porque sentía que el universo era
tipo le estaba dando un ataque de pánico! de mi equipo. Que las rocas estériles de las cordi-
En ese preciso momento supe que estaba ha- lleras me amaban. Que los grandes témpanos de la
ciendo algo que nunca antes se había ensayado. Algo antártica me amaban. Que los trozos de hierro que
que tendría increíbles consecuencias. La conciencia recorrían el espacio a la velocidad de la luz eran ami-
de lo realizado hizo un signo apresurado (en algún gos míos. Entrañables formas inorgánicas querían
tablero), pero las acciones se sucedieron abruman- alzar jarras de pisco con coca cola a mi salud. En
do a la conciencia. Sin embargo, el instante quedó mi mesa. Y con ellos los crisantemos, las rosas, los
registrado. Entonces comprendí lo que acababa de geranios y los claveles. Los pájaros y toda esa mier-
hacer con claridad. Sentí (puedo recordarlo) el mo- da que hay sobre el mundo. Y hasta la gente. Los
mento de su resistencia luego del primer intervalo de productos de la gente. La civilización. Las torres de
sorpresa. Sentí como la ferocidad en mí se alzaba en petróleo. Los puertos y las ensenadas.
todo su esplendor antes de lanzarse hacia adelante Y lo primero que hice fue buscar a Margarita
para romperlo todo. Más tarde, al repasar los he- Cervantes. Margarita era una dama que tenía la be-
chos, mi sistema mental lo sintetizó en una imagen lleza de un ave que se remonta por encima de los
donde el maldito intentaba protegerse con las pal- rascacielos que emergen de las aguas contaminadas.

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Pero Margarita usualmente no quería chupar la es- Y yo entré. Entré para quedarme.
puma del vaso de mi cerveza. Pero Margarita prefería ¿Debo decir que después de todo ese ajetreo
no tragar el humo de mis cigarrillos. Margarita era tuve que tomarme unos minutos de descanso? Ha-
una perra. Era una de esas perras a las que se bía demasiada felicidad en los bidones de mi ser. Sin
ama cada día de la vida y al final uno muere sin embargo, eso no impidió que mi viejo cerebro se de-
haber logrado cánticos ni himnos ni nada. Y aun- jase llevar por sus rutinas formulando interrogantes:
que siempre supe que ella era lo que yo debería ¿Por qué de pronto he alcanzado las metas elevadas
poseer, siempre supe también que el password ade- que atormentaban mi vida cotidiana? (¿Qué mierda
cuado para entrar en su alma (en su corazón y en pasa aquí?). Algunos exámenes me dieron la res-
sus carnes) me era extrañamente inaccesible. Hasta puesta. Era el tumor. El nefasto trozo extraño en mi
que llegó el día de mi suerte. Y como una flecha cru- cerebro había producido un efecto insospechado. No
cé la ciudad. Y con el índice pulsé el intercom. iba a caer postrado. No. Tenía un poder. De pronto,
¿Quién?, balbuceó. yo era un maldito superhéroe. Y empecé a reír (con
No acepté ninguna de sus mentiras. Le dije que esa exasperante risa diabólica).
era imperativa una pequeña conferencia.
¿Cómo?, vaciló. Algunos científicos lanzaron la teoría de que los
Le dije que claro, que sólo un segundo. Menos estados nerviosos permanentes habían exaltado una
de un segundo, en realidad. agresiva facultad de inducción hipnótica. De esa ma-
Y subí. Y llegué. Y ella me observó por el ojo nera podía abrir una brecha en la línea de flotación
mágico durante un espacio de tiempo mayor que el de la personalidad de mis eventuales contrincantes.
necesario. Y finalmente abrió la puerta. Y con saña sin igual aprovechaba el instante de con-
Entonces hice contacto visual. ¡Le clavé los ojos! fusión ajena para invadir con “mi presencia”. Para
Margarita era (siempre) distante como la Vía arremeter, para clavar una bandera, para desatar
Láctea. Misteriosa como el génesis. Y al verla pen- un genocidio espiritual. Simplemente abrumaba a
sé una vez más que era inabarcable. Pero entonces todo el que se me cruzaba por delante. Y todo gracias
todas las bolas de fuego cruzaron el espacio entre a un tumor maligno. ¡Carajo!
sus ojos y mis ojos. Y luego scratch. Fundido total. Los siguientes días los ocupé en vagar por las
Scratch. Scratch. Y cuando las formas surgieron calles haciendo contacto visual a diestra y siniestra.
otra vez, con sus curvas y sus perfiles y sus tablas Miré hacia la derecha y hacia la izquierda. Miré ha-
de color correctamente ecualizadas, ella me invitó a cia lo alto y hacia lo bajo. Y cuando entraba a algún
pasar. Me dijo: ¿Gustas un delicioso potaje? ¿Te sir- lugar nadie podía apartar la mirada de mi humilde
ves una copita de vino? ¿Puedo ofrecerte un rocotito persona. Me había convertido en un tipo carismáti-
relleno? ¿Probarías un trocito de tiramisú? co, debo decirlo. Y me fue bien. Claro que yo debería

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haber sabido que ese tipo de milagros siempre oculta y con partes verdes. Los teoremas son metálicos. El
una trampa funesta. Lo que Dios da con una mano álgebra fluye con ornamental regularidad. Las líneas
lo quita con la otra. El contacto visual tenía una con- de la geometría responden mansamente al punto
secuencia que yo no había previsto. Un terrorífico que las guía. Y el centro neurálgico brilla insopor-
efecto que me condujo a la triste situación en la que tablemente en medio de la radiante castidad de las
me encuentro. En el instante en que un mensaje de indicaciones viales, al filo de las ventanas abiertas,
mi mente reconfiguraba el espíritu de cualquier otra sobre la masa de los monumentos. Arriba está el cie-
persona, esa instrucción se grababa y se reprodu- lo, abajo está el suelo. Arriba mi cabeza, abajo mi
cía, transmitiéndose ferozmente a las siguientes per- espinilla. Por fin lo he entendido todo.
sonas mediante el contacto visual. Como un virus. Pregunta: ¿Qué debo hacer?
Exactamente. Y pronto me di cuenta que el mundo Reset. Reset.
se estaba transformando. Que el mundo estaba po- Encorvado sobre el tablero como un estudiante
blado de personas con la mirada fija en mí. Sólo en enloquecido.
mí. Nada más que en mí. Y que el espacio adquiría Y rezar para que no falle ninguno de los dígitos.
la forma de mi mirada. Empecé a sentir entonces Ahora.
que mis pies se helaban. Y que todos los movimien- Provocar una gran chispa. Incitar al colapso
tos del universo eran los movimientos de mi alma. constante y progresivo. Arrojar puñados de esperma.
El infinito en el eco del infinito. Blanco sobre blanco Inventar un lugar para ellos y para ellas. Para los pe-
sobre blanco. rros con su misteriosa simpatía por el género huma-
Pregunta: ¿Qué es lo que tengo que hacer? no. Para los generales que aman cubrir con ejércitos
los continentes. Para los músicos que investigan for-
Ojalá hubiese alguien en las inmediaciones mas melódicas de emitir energía. Para los enamora-
(aunque sólo sea el más apático de los personajes, el dos que ansiosamente procuran cumplir sus citas
más imbécil, el menos dotado de la estirpe humana). de pecado. Quiero todo eso de nuevo. Quiero que me
Pero sólo estoy yo repitiendo (en todos los rincones) devuelvan mi inexactitud. Quiero mis temores. Quie-
la misma pregunta. ¿Qué debo hacer? ¿Corregir el ro los instantes en que soy el más desdichado. Esos
error? Pero no hay error. Todo ajusta perfectamente gloriosos momentos en que me siento definitivamen-
a sí mismo. La piel, ese límite donde se encuentran te perdido (justo antes de alzar la nariz).
la sustancia y la ausencia, se ajusta perfectamente Pregunta: ¿Lo lograré? ¿Lograré salvar al plane-
a los seres y a las cosas. La Venus de Milo no tiene ta Tierra?
un pedazo sobrante. Diez conejos más siete gallos
igual 10 conejos más 7 gallos. Los árboles crecen en
la pradera. El mar y las ballenas son grises o azules

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Oswaldo Chanove Las historias inventadas nos absorbían y podía-
mos pasar, inmóviles, el día y parte de la noche con
¿Cómo, dónde, cuándo te encontraste con la Litera- ese asunto, pero desde siempre yo sospeché que ha-
tura? bía algo más. En los libros había gente mucho más
Cuando yo aún no sabía leer mi padre compró avezada que jugaba al mismo juego que nosotros.
una colección de libros y cada noche nos leía algu- Escribir siempre fue para mí algo equivalente a
nas páginas. Quedamos tan enganchados con esas jugar. Lo primero que escribí fue una novela llamada
historias que mostraban el universo mágico que es- “El capitán Tormenta”. Tendría unos diez años. Qui-
condía la vida ordinaria que nos resistíamos a dor- zá nueve. Todo ocurría en Burdeos. Por desgracia yo
mir, y exigíamos más y más. Cuando finalmente mi no sabía nada de los territorios más allá de Tingo,
agotado padre nos impuso una cantidad demasiado así es que invertí todos mis ahorros (más algún ca-
precisa de páginas, no me quedó otra alternativa que pital a futuro) en la adquisición de un hermoso ma-
solucionar el problema. Y así fue como busqué un pamundi. Me dediqué también a indagar un poco en
rincón tranquilo y me dediqué a inspeccionar minu- enciclopedias, pero no encontré la información que
ciosamente aquellos fascinantes objetos. necesitaba. Y fue así como decidí visitar la Biblioteca
Municipal. Recuerdo que me informaron que en mi
¿Qué fue lo primero que escribiste sabiendo que calidad de primarioso tenía los derechos restringi-
hacías literatura? dos, y que era mejor esperar unos cuantos años. La
Mi primer contacto con los libros me reveló se- cosa es que mis investigaciones no avanzaban al rit-
guramente que la imaginación no simplemente fan- mo deseado, y las páginas que iba redactando en un
taseaba, sino que revelaba un territorio mucho más cuaderno cuadriculado no parecían demasiado me-
amplio que el que aparentemente nos toca vivir. Y ritorias. Fue entonces, en medio de la tormenta crea-
como en aquellos tiempos no tenía a la mano una tiva, cuando llegó mi tío Juan, el hermano mayor de
fuente demasiado grande de historias, empecé a im- mi padre. El, un caballero que me trataba siempre
provisar. Con mi hermano decidimos que en vez de como si yo también fuese un caballero, me dijo que
jugar a la guerra o a las coboyadas, lo mejor era re- se había enterado de mis afanes y que le encantaría
mitirnos a las esencias, y así, sentados en las gradas tener acceso a mi obra. Yo dudé un poco, lo recuerdo
de la casa de la Merced, nos dedicamos a “desarro- bien, pero al final accedí. El resultado fue una so-
llar” las aventuras de diversos personajes. El creaba lemne reunión familiar (en plena sala de visitas) en
un protagonista y yo proponía las diversas situacio- la que se me interrogo exhaustivamente. Yo me sentí
nes a las que tendría que enfrentarse. Estaban “el embriagado por el éxito. Pero siempre he sido un tipo
joven” y “la chica” y, claro, el villano. También había asquerosamente volátil y desde ese día, y durante
perros y caballos muy leales. años, no volví a tocar la pluma. Es que para mí la

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Literatura es un juego, y cuando deja de ser un juego Jim” estaban desfigurados por todas las marcas y
¿qué resulta? Nada. Un trabajo como cualquier otro. subrayados. Y luego se me metió en la cabeza Joyce.
Si no hay pasión no vale la pena escribir. No sé por qué. Recuerdo que saqué de la biblioteca
de la universidad un libro titulado “El hombre que
Todo escritor, se dice, parte de algún punto de la escribió el Ulises”, de Herbert Gorman. Esa biografía
tradición literaria que lo circunda. ¿Cómo te insertaste me fascinó. Y me volví una especie de coleccionista
tú en ella? ¿Qué leías por esos tiempos? de todo Joyce. Recuerdo que demoré un mes en leer
A veces pienso que hubiese preferido nacer en el “Ulises”. De la mañana a la noche mi ocupación
el siglo XXI. Lo que pasa es que en los años seten- era ese libro y nada más que ese libro. Recuerdo que
ta, cuando abrí seriamente los ojos al mundo que al principio lo leía con extremada reverencia, con la
me rodeaba, había mucho entusiasmo, pero no era convicción de que era algo que implicaba todos mis
nada fácil conseguir libros interesantes y novedosos. recursos mentales. Luego me di con la sorpresa de
A través de los suplementos dominicales de algunos que el tipo tenía un gran sentido del humor. Que en
periódicos yo escuchaba el barullo de los poetas tra- realidad me estaba tomando el pelo. Mis carcajadas
tando de imponer su estilo callejero. En verdad fue se empezaron a escuchar en la pequeña casa de Me-
liberador leer luego cosas de los poetas del momen- jía. Fue en uno de esos retiros durante los que un
to. Me sorprendió mucho darme cuenta de las cosas grupo de escritores nos imponíamos una implacable
increíbles que se podía escribir dándole la espalda al rutina de trabajo literario.
“lenguaje literario”. Gracias a la generosa biblioteca
de don Pepe Ruiz Rosas, todos mis compinches y ¿Cuál crees que es el leit motiv de tu literatura?
yo, pudimos finalmente meterle diente a libros de El asombro ante la experiencia de ser, de exis-
autores imprescindibles. tir. El universo, la realidad, es un misterio apabu-
llante. Pero la singularidad es el verdadero misterio.
Algunas de esas lecturas se quedan atrapadas Un misterio inquietante. Incluso desquiciante. En
entre los pliegues de tu inconsciente y se mezclan con alguna parte he escrito eso de que solo somos un
otras y en conjunto forman ese protoplasma que lla- accidente de la nada. Hemos inventado a Dios para
mamos "las influencias". ¿Logras reconocer las fuen- poder esquivar esta terrible verdad.
tes de tu estilo?
Es curioso pero mi poesía fue muy influida por Me parece que “Esplendor y caída..” habla de un
mis apasionadas lecturas de novelas. Novelas po- ego voraz...
liciales, de ciencia ficción, de aventuras. Raymond Los seres humanos somos una especie de pri-
Chandler, Dashiell Hammett. mates depredadores. La historia demuestra que si
Mis ejemplares de “La isla del tesoro” y de “Lord alguien dispone de la libertad y el poder suficiente,

158 159
trata de reducir la complejidad del mundo para ajus-
tarlo a las pretensiones de su ego. El poder y la liber-
FUERA DE RUTA
tad excesiva producen monstruos. Lo extraordinario Fernando Rivera
de los monstruos es que experimentan su singula-
ridad de una manera violenta. Eso inevitablemente
los obliga a percibir el estruendoso eco de la soledad.

Entró a la tienda acomodándose el nudo de la corba-


ta, mientras la mujer atendía a un cliente. Colocó su
maletín de vendedor encima de la ennegrecida mesa
del fondo, y se sentó en uno de los bancos reclinando
la espalda contra la pared. Se le veía cansado. Esti-
ró las piernas moviéndolas para relajarlas, y junto
a una pata de la mesa descubrió un imperturbable
desfile de hormigas.
Al poco rato el cliente se fue.
—Y, María, ¿cómo va el negocio? —preguntó el
hombre.
—De cuándo acá te apareces —ignoró ella la
pregunta—. Tu detergente ya no se vende —desa-
probó con malicia.
Salió de atrás del mostrador y el hombre le res-
baló la mirada por todo el cuerpo. Le hizo un guiño
y ella se ruborizó un poco, pero finalmente sonrió.
—Tu hermano está adentro —dijo—. ¡Ciri, el
Fico ha venido! —gritó al interior de la casa.
—Oye —dijo el hombre, adoptando un aire pro-
fesional—, ¿cuánto me vas a comprar?
—Ja —rio María—, ¿ya no te dije que tu deter-
gente no se vende? —Señaló unas bolsitas amarillas
en el estante.

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Afuera el sol caía implacable sobre la vereda y el cogió una botella y se la llevó junto con un vaso. La
asfalto, contrastando con la oscuridad de la tienda. destapó delante de él y la chapa cayó justo en medio
Fico observó nuevamente la hilera de hormigas que del desfile de hormigas. Fico observó cómo estas da-
bullía sin apartarse del mismo rumbo. ban un rodeo a la chapa y continuaban su camino.
Ciri vino de adentro secándose las manos en el —¿Dónde está mi chibolo? —preguntó de pronto.
pantalón. —En el colegio, ¿no sabes? —respondió María y
—Y, esclavo, qué dicen tus amos —saludó. se calló. Al rato prosiguió—: No hables así, te puede
—Hola, haragán, te está creciendo la guata. oír alguien.
—Es la mala vida y la poca vergüenza. Fico bebió un vaso de cerveza e hizo el ademán
Fico emitió una risa extraña. Contempló a su de servirle a María, pero ella se negó.
hermano tras una cortina invisible, sin intentar —Oye —dijo Fico—, cómo lo han arruinado con
acercársele. ese nombre.
—¿Cómo está la vieja? —preguntó Ciri. —¿A quién?
—Ahí, quejándose del reuma y de los precios. —Al chibolo, ¿de quién estamos hablando?
—La saludas. —Pero… ¡si es de tu hermano su nombre!
—Ya. —Si es el nombre de tu hermano, serranita —
María había regresado detrás del mostrador y corrigió Fico divertido.
su silueta se recortaba sobre un fondo atiborrado de A María le brillaron los ojos.
botellas, cajas, dulces y bolsas de productos alimen- —Sí, ¡serranita! —remedó—, pero como te gusta
ticios, encaramados sobre una vieja estantería. esto —y se palmeó una de las nalgas.
—Ciri —dijo levantando la voz—, ¿no tenías que Fico se levantó. María dio media vuelta para irse
cobrarle al Juan de la cerveza? adentro, pero él la alcanzó y la abrazó por detrás,
—Ya, vaya pisado —apoyó Fico. encajando su cuerpo con el de ella y cruzando sus
Durante unos instantes Ciri permaneció des- brazos por los senos.
concertado, miró a María en son de queja, pero ella —Sabes lo que tienes, ¿no? —le murmuró Fico
ni se inmutó. al oído—… ¿Vamos al cuarto?
—Está bien —dijo—. Fico, saludas a la vieja — —¡No! Ahorita viene el Ciri, si ha ido aquí a la
añadió antes de salir. vuelta —se deshizo del abrazo y se refugió detrás del
Fico volvió a mirar intensamente a María. Luego mostrador.
bajó la vista encontrándose con las hormigas incan- Fico regresó al banco y observó que ahora las
sables. hormigas subían por la chapa y continuaban su ca-
—María, dame una cerveza —pidió. mino.
—¿Qué, no estás trabajando? —dijo María, pero Ciri apareció en la puerta.

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—¿Qué, esclavo, todavía aquí?, ¿no tienes que Fernando Rivera
recorrer toda la zona?, ¡y tomando cerveza como
bueno! Vas a tener que llorarle a tus amos para que ¿Cuándo empezaste a leer literatura?
no te despidan. Para evitar construir una biografía digamos lo
—Ya, zángano —replicó Fico. siguiente: el libro más antiguo que recuerdo haber
Ciri se ubicó en otro banco y se llenó el vaso de leído es Miguel Strogoff de Julio Verne, un libro mu-
cerveza hasta el borde. Sacó un paquete de cigarri- tilado, sin final y sin cubierta, del cual me acuerdo
llos del bolsillo de la camisa y le invitó uno a Fico, dos cosas: la palabra balalaika y una muchacha de
luego se lo encendió. apariencia gitana bailando en un campamento tárta-
—Oye, Ciri —dijo Fico y chupó hondamente el ro o cosaco, pero aquí la ilustración que acompaña-
cigarrillo—, cómo lo han fregado a mi… —y se frenó. ba al texto es más fuerte que el texto mismo, todavía
Alarmada, María le lanzó una mirada de reproche, puedo ver a esta muchacha hermosa con los brazos
mientras Ciri esperaba atento—… a mi sobrino — en alto agitando unos pañuelos. Como ves, la prime-
concluyó. ra experiencia de lectura todavía continúa.
—¿Por qué? Con la escritura es más impreciso aún, uno
—¡Carajo, ese nombre: Cirilo! siempre está contando historias o escribiéndolas de
Ciri quedó mudo. Sin comprender miró a María, alguna manera, y de pronto te enteras que contaste
pero ella miraba largamente a Fico. Apenas si se es- algo o escribiste algo o de que eres capaz de escri-
cuchaba un rumor lejano de motores y nadie cruzó bir algo, algo como un relato de los que aparecen
por delante de la puerta. en los libros y que hacen los escritores, y este mo-
Fico volvió a mirar las hormigas y soltó una bo- mento de revelación o de simple descubrimiento me
canada de humo. parece que es eso que se puede llamar la primera
—María —dijo con voz ronca—, tráeme dos más. experiencia. Digamos que en mi caso ocurrió como a
—Esto no es bar —repuso ella, pero ya iba por los veintiuno o veintidós años, después de leer deci-
las dos. didamente a Borges y los torrentes de Dostoievsky y
Fico se aflojó el nudo de la corbata e ignorando Tolstoi, en que se me ocurrieron algunas ideas para
a Ciri replicó: “¡Apura y deja de joder!”. Luego, de un escribir algo. Antes, durante la secundaria escribí
pisotón, moviendo el pie para destrozarlas mejor, in- un cuento, pero esa que fue una experiencia excep-
terrumpió el imperturbable desfile de hormigas. cional para mí que no sé si llamarla literaria, fue una
experiencia de escritura simple y plenamente. Como
sabes, la literatura es una institución más que otra
cosa y no es eso lo que uno, al menos en mi caso,
primero experimenta. Hasta los veintidós años, si

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exceptuamos las tareas escolares, no escribí nada “DÁrtagnan” y otras, y de paso una buena dotación
más que ese cuento y una carta a un amigo que se de vino.
fue al Uruguay. Por otro lado, siento que mi “tiempo” todavía
sigue, si te refieres con tiempo a la etapa de apren-
¿Y cuándo y cómo decidiste ser escritor? dizaje y afinidades electivas. En ese sentido en los
Cada vez que intento un nuevo proyecto de últimos años he leído con entusiasmo a Saer, Piglia,
escritura como un relato o una novela, surge una al paradigmático Sebald, y al sorprendente Bolaño,
voluntad de escribir y hasta cierto punto un deseo como verás, todos ellos profundamente borgeanos,
de ser escritor. Aunque esto último nunca está muy a su manera, claro, lo cual me está llevando nueva-
claro para mí. En todo caso, mucho más que la preo- mente a leer y releer a Borges.
cupación de ser escritor, está la de escribir. También me gustaría mencionar cierta tradi-
ción o más bien cierta actitud en y de la escritura
Todo escritor se inserta en una tradición que lo que me llama la atención, la que se puede encon-
antecede y en cierto modo lo forma. ¿Cuál fue esa trar en obras como las de Arguedas y Mariátegui,
tradición para ti? ¿Qué autores eran "literarios" en tu pero también en la de muchos otros escritores como
tiempo? Primo Levi o Sebald, una actitud que no es política,
La tradición dominante en la narrativa peruana sino fundamentalmente ética. Eso, y además ahora
es el realismo, y claro también está la fuerza arrolla- en estos tiempos de globalización forzada y necesa-
dora del boom que todavía se leía con pasión hasta ria, aplaudida y rechazada, me interesa, intento co-
comienzo de los noventa en Arequipa. Y esa era la nectarme de alguna manera con el cosmopolitismo
herencia que recibía todo escritor. de Mariátegui y de Eielson, por supuesto no para ser
Pero más que de tradiciones me gustaría ha- cosmopolita que eso me parece una ingenuidad hoy
blar de escritores o de tradiciones en el sentido en en día, sino para ver como se puede enfrentar con la
el que habla Borges en “Kafka y sus precursores”. escritura el presente.
Particularmente a mí me atrajeron desde el princi-
pio las novelas de Henry Miller, Cortázar y Onetti; ¿Cómo escribiste “Fuera de ruta”?
luego vinieron Calvino y la Duras, y siempre durante Lo escribí poco después de haber trabajado
toda mi adolescencia el comic argentino, el de los unos meses en la Inca Kola como pre-ventista. Ha-
setenta y los ochenta, pero no Mafalda, ocurre que bían dividido la ciudad en varias zonas y a los pre-
un tío que vive en Argentina y que viene todos los ventistas nos enviaban todos los días a una. Como
años desde hace treinta años a pasar la navidad en yo era nuevo me enviaban siempre a las zonas más
Arequipa, traía cada vez un cargamento de cuaren- alejadas. A veces tenía que transitar por calles de
ta o cincuenta revistas como “El Tony”, “Magnun”, tierra y los perros administraban el paso.

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APAGA LA LUZ
Dino Jurado

Se la pasó leyendo las primeras dos horas del viaje.


Iba sentado al lado de la ventanilla y el sol le daba
en la cara, en las manos y en el libro. Pero cuando
la pista cruzaba un cerro partiéndolo en dos, parecía
como si de golpe se hubieran metido en un túnel,
como si el sol se hubiera ocultado allá arriba. Un
momento después el torrente de luz amarilla volvía a
caer sobre la página.
Esos cambios exteriores lo distrajeron a ratos
de su lectura, hasta que comenzaron a trepar una
cuesta muy empinada y peligrosa. Ascendieron bor-
deando quebradas cada vez más profundas. Luego
el ómnibus dio vuelta en u, trepó un trecho más y
llegó a una cima. Recién entonces ingresaron a su-
perficies amplias y onduladas, los cerros de alrede-
dor se hicieron más pequeños y lejanos, se volvie-
ron azules, y el viento entró silbando por las pocas
ventanillas abiertas, de modo que el viaje comenzó a
volverse más placentero.
El hombre se dirigía a visitar a su esposa. Hacía
dos meses que no la veía, desde que él consiguiera
su nuevo trabajo; ahora había encontrado un fin de
semana lo suficiente largo para realizar el viaje: el
de la Semana Santa. Pasaría algunos días con ella,

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bien atendido y sin hacer nada, salvo ver televisión, todo caso algo anormal y enigmático que le hizo pen-
leer un poco y hacer el amor, si el embarazo de ella sar en una pelota de ping-pong camuflada bajo la
aún lo permitía. piel.
El avance rápido sobre la pista llena de curvas Al tipo la bola no le causaba ningún problema,
inclinaba los cuerpos de los pasajeros a un lado y a por lo visto. Con esa misma mano cogió el boleto que
otro. Era como estar sentado en el fondo de un bote, le entregaban, le arrancó un pedazo con la otra y
en medio del mar. Al hombre, a veces, se le cerra- devolvió el resto. Repitió la operación con las seño-
ba el libro y se dormía. Pero en algún momento del ras de adelante y luego fue avanzando de asiento en
viaje dos pasajeros se levantaron de sus asientos y asiento hasta el fondo. Cuando acabó su tarea re-
avanzaron en dirección a la puerta, y eso lo despertó gresó a la primera fila y se puso a contar los boletos
del todo. Levantó la vista y cerró el libro, dejando el recogidos.
marcador entre las páginas. El hombre cambió de posición en el asiento y se
Un grupo bullicioso de vendedoras rodeó el óm- metió el libro entre las piernas. ¿Cómo podía existir
nibus apenas se detuvo en el cruce de carreteras, algo así, una bola de carne creciendo bajo la piel?
delante del puesto policial. Dando pequeños saltitos, Era para no tomárselo en serio. Tiró disimuladamen-
las viejas mujeres comenzaron a ofrecer por las ven- te de la manga de la camisa hasta ocultar su reloj,
tanillas sus paquetes de alfajores y bolsas de frutas y preguntó:
cosechadas en los valles de los alrededores. Entrega- —¿Qué hora tiene?
ban el producto, recibían el dinero y daban el vuel- El controlador interrumpió su conteo. Se acercó
to, todo por las ventanillas. La empresa les había la mano a los ojos y observó la esfera sin percatarse
prohibido subir, y el controlador ya estaba ahí para de nada. La correa del reloj le ceñía la muñeca al
impedirlo: atravesó el cerco de mujeres, subió al borde de la bola.
ómnibus de un salto y cerró tras de sí la puerta. —Las diez y cinco —dijo.
—Sus boletos, por favor —dijo a todos. —Gracias —dijo el hombre y, suspirando, se
Mientras las señoras de la primera fila hurga- hundió en el asiento.
ban en sus bolsos, el controlador señaló al hombre; Y eso fue todo. Habiendo concluido su labor, el
y fue entonces que él vio eso. controlador se dio media vuelta y bajó a tierra.
Se puso a buscar a tientas en el bolsillo de la ca- Algunas vendedoras aún deambulaban por ahí
misa mientras el otro seguía con la mano extendida, afuera, pero ninguna vendía nada. En la puerta del
esperando pacientemente. Y allí estaba esa mano. puesto policial, el chofer y otro hombre rodeaban al
En el dorso, entre el pulgar y el índice, le crecía una policía, que se rascaba la cabeza. No estaban discu-
bola. No era una hinchazón, parecía más bien una tiendo. Solo conversaban. Amigablemente.
excrecencia de carne o grasa, tal vez un tumor. En

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II de la boda. Parecían estar hechos de plata auténtica,
aunque obviamente se trataba de otro metal desco-
El hombre se trasladó en taxi desde el terminal te- nocido para ella. Luego fue a la cocina por los platos
rrestre hasta la casa de su esposa, un segundo piso de comida y los colocó en la mesa, uno frente al otro,
recientemente alquilado. Subió las gradas y la sa- con gran cuidado.
ludó en la puerta con el abrazo y beso de siempre. —Ya está —dijo entonces y se quitó el mandil—.
Era pasado el mediodía, entre la una y las dos de la Ven —dijo—, siéntate.
tarde, y la mujer dijo que tenía el almuerzo casi listo, El hombre acabó de un trago lo que tenía en el
así que él dejó el maletín a un lado de la puerta y vaso y buscó en la radio un poco de música criolla. No
salió en busca de vino. encontró nada; todas las emisoras difundían música
En la misma tienda donde hizo la compra tuvo instrumental o clásica por la Semana Santa. Llevó la
que beber dos vasos casi llenos porque el litro no jarra de vino a la mesa y se sentó. Recién entonces,
entraba completo en la jarra, aunque se la habían cuando estuvo cómodamente sentado frente al plato
llenado hasta el borde. Al beber esa primera vez re- humeante de comida, se dio cuenta que tenía ham-
conoció el brebaje, se dio cuenta; sabía a mezcla de bre, hambre de verdad. Ni siquiera había desayu-
chicha, alcohol y agua. No era un mal sabor, pero nado por salir corriendo a tomar el primer ómnibus
tampoco sabía a vino. Al menos no completamente. de la mañana. De modo que se puso a almorzar con
Llegando a casa, se lo contó a su esposa. convicción, masticando lenta y poderosamente y sa-
—Prueba esto —le dijo, sirviéndole un poco—, a boreando cada bocado con minuciosidad. En algún
ver qué te parece. momento llegó a sospechar que al guiso le faltaba
La mujer dejó el plato que estaba secando. Co- una pizca de sal, pero el sabor agrio del falso vino no
gió el vaso, y luego de paladear despacio y hacer ges- lo dejó convencerse.
tos dijo: Más tarde solo le quedaba una pequeña presa
—Parece que le hubieran echado bicarbonato, en el centro del plato. Era un ala. Le quedaba en
¿no?, para que no se siga picando. el plato esa solitaria ala, media rodaja de papa y
Como buena lugareña sabía de vinos; era evi- algo de salsa de tomate, pero se le había acabado
dente que también sabía de cocina pues algo ahí olía el arroz y se levantó a buscarlo.
muy bien. Ya lo tenía todo en su punto, así que dejó A través de la ventana de la cocina vio la terraza
a su marido husmeando por la casa y se dedicó a posterior iluminada por el sol. Los segundos pisos de
poner la mesa. Limpió el mantel de hule con un paño las casas vecinas y los árboles más altos del parque.
húmedo y puso en el centro la jarra de limonada y la Destapó la olla. Raspó suavemente con el tenedor
panera con los panes integrales. Trajo los cubiertos hasta desprender un poco de arroz de la masa y se
aún nuevos y brillantes, uno de los mejores regalos sirvió tres cucharadas.

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Cuando volvió al comedor, su mujer ya había mano abierta sobre su estómago y esperó. Le pareció
terminado de comer y se limpiaba la boca con una que sentía algo. Eran movimientos lejanos. Como si
servilleta de papel. El hombre se ofreció a servirle un hubiera colocado la palma de la mano sobre un glo-
poco más, pero ella se negó. bo lleno de agua con un pez adentro.
—Estoy llena —dijo—, he comido mucho. —¿Sientes? —preguntó ella, emocionada.
—Tienes que alimentarte bien —aconsejó él. —Sí —contestó él—. Parece como si empujara
Dijo que una buena alimentación era lo más impor- —dijo.
tante en ese momento—. ¿En qué mes estás? —Va a ser hombre —afirmó la mujer—. Solo los
—En el séptimo ya, casi entrando al octavo. — hombres se mueven así. Toca.
Con mayor razón —insistió, esperando convencerla. El hombre volvió a poner la mano. La abrió
Pero la mujer volvió a negarse. Estaba realmente toda con los dedos extendidos y hundió un poco las
llena. Había comido fruta toda la mañana, mientras yemas, pero esta vez no sintió nada. Sencillamen-
cocinaba. Peras y plátanos. En todo caso prefería de- te nada. Aceptó que era una situación extraña y se
jarlo para más tarde, para cuando tuviera ganas. encogió de hombros. En seguida comenzó a tambo-
—La fruta está bien —dijo el hombre—. Por las rilear con los dedos en la superficie inflada. No tenía
vitaminas. ganas de jugar y no estaba jugando, simplemente no
Y se sentó. Con el tenedor aplastó enérgicamen- se le ocurría hacer otra cosa en ese momento. Siguió
te el pedazo de papa hasta hacerlo puré. Mezcló el tamborileando rítmicamente y llevando el compás
puré con la salsa de tomate, las rajas de zanahoria hasta que ella se volvió con brusquedad contra la
y el arroz, y se lo comió todo. Dejó la descarnada ala pared, acomodó de la mejor manera su crecido estó-
para el final. mago y se durmió.

III IV

—¡Se está moviendo! ¡Se está moviendo! —gritó la A media tarde, al regresar de la tienda con la segun-
mujer. da jarra de vino en la mano, el hombre decidió salir
El hombre se levantó de golpe del sillón. Atrave- a la terraza. Desde allí se obtenía una vista pano-
só la sala rápidamente y se asomó al dormitorio. Su rámica del barrio. En la casa de la izquierda había
esposa estaba echada de espaldas en el centro de la un patio grande donde crecían enormes y frondosos
cama de dos plazas. El embarazo había convertido paltos, aunque sin una miserable palta a la vista.
ae está moviendo —repitió con suavidad esta vez. En general, árboles de todas las clases crecían muy
El hombre se sentó en el borde de la cama y altos en los patios posteriores de todas las casas.
examinó el cuerpo de la mujer con la mirada. Puso la Más allá se elevaba la vegetación del parque, de la

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que podían verse algunas ramas, y por encima de se incrustaron entre las ramas, quedando converti-
todo, brillando muy débilmente, ya de salida, el sol dos los paltos en un piar millonario.
correspondiente a comienzos de abril. Sin moverse de los sillones ellos espectaron, so-
El hombre se puso a mirar el disco del sol direc- brecogidos. Observaron el revuelo y escucharon el
tamente y sin parpadear. Se estaba volviendo cada murmullo mientras cada ave buscaba a su pareja
vez más rojo y redondo y, de hecho, ya no calentaba. y cada pareja su nido. Hasta que, una tras otra, se
Por el contrario, un viento ligeramente fresco comen- fueron callando acogidas por la vecindad de la no-
zaba a agitar las hojas de los árboles haciéndolas che. Entonces, desde la penumbra en la que estaban
sonar. Sin embargo, no hacía frío de verdad, así que sumidos, ella habló.
entró en la casa, arrastró los dos sillones de mimbre —Tengo frío —fue lo que dijo.
hasta afuera y los colocó de cara al poniente. Volvió El hombre dejó de mordisquear el plátano. Se sir-
a entrar para coger un plátano maduro de la mesa vió medio vaso de vino y puso la jarra en el suelo.
de la cocina, despertó a su esposa y la convenció —Ven aquí —dijo.
para que saliera a acompañarlo un rato a contem- La mujer abandonó su sillón y fue a sentarse
plar el crepúsculo. sobre las piernas del hombre. Le pasó un brazo por
Se quedaron sentados cada uno en su sillón el detrás del cuello y apoyó la mejilla en su frente. De-
resto de la tarde. Estaban en paz con el mundo y el seó quedarse sentada allí por mucho, mucho tiempo,
mundo estaba en paz con ellos. Gozaron de la com- y la convicción de ese deseo le hizo cerrar los ojos.
pañía del silencio hasta el momento en que ella se Pero el embarazo no la dejaba estar quieta en un solo
estiró en su asiento, como si despertara de una sies- sitio, y no duró mucho tiempo en aquella posición.
ta, y se puso a hablar bajo y con ternura. Dijo que el
atardecer era siempre hermoso visto desde allí y que V
pronto comenzaría el alboroto de los pájaros, cuan-
do el sol se ocultara completamente. Vendrían a los Finalmente había llegado el descontento como siem-
paltos de todos los lados y harían una gran bulla al pre que se emborrachaba solo dentro de su casa.
acomodarse para dormir. Más bien tenía ganas de estar en una discoteca be-
—Ocurrirá muy pronto —aseveró—. El sol está biendo cerveza muy helada y bailando salsa. Aquí,
a punto de irse. Mira, si quieres. en cambio, solo tenía el falso vino que le había cau-
Las ramas más altas estaban teñidas de rojo, sado acidez en la boca del estómago y lo estaba ha-
pero ese color iba desapareciendo sensiblemente. ciendo eructar a cada rato unos eructos que olían
Minutos más tarde, cuando los árboles se cubrieron a estofado de pollo y a vinagre malogrado. Pero no
todos de sombra, los pájaros comenzaron a apare- había posibilidad de baile alguno esa noche ni de
cer. Llegaron a toda velocidad como balas perdidas y cerveza ni de nada. Su esposa estaba metida en el

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dormitorio viendo por televisión las aburridas pelí- tancia de lo que decía hablando de esa manera, di-
culas de Semana Santa. A ratos llegaban hasta la ciendo varias cosas a la vez y arreglándose el cabello
sala fragmentos de música que él intentaba recono- con una mano, como si temiera que la interpretaran
cer, pero la música religiosa nunca le había hecho mal. Vio que su esposo estaba casi desnudo, sólo
sentir nada en especial. Y no le hacía sentir nada llevaba encima el viejo calzoncillo blanco, y agregó:
ahora. Todo lo demás le hacía pensar en Cristo car- —Te vas a resfriar, oye, ponte algo.
gando la cruz. Podía verlo sudando la gota gorda con —Estoy bien así, tengo calor —contestó él.
los enormes maderos a cuestas. Trastabillaba en el —Ya —dijo ella.
camino de tierra pero luego se recuperaba. Lo veía Se levantó y caminó lánguidamente hacia la
en lo alto de la cruz, clavado, sangrando y al borde gran ventana que daba a la calle, cogiéndose el enor-
del desmayo, e inmediatamente después volando al me vientre por debajo con las dos manos como si
cielo seguido de una turbamulta de pájaros piantes. temiera que se le fuera a caer. Corrió las cortinas y
Todo esto era impactante como escena, pero sentía abrió la ventana. Luego dio media vuelta y se acercó
que se perdía el fondo de la historia, el significado si a su esposo por detrás.
lo había. —¿Cómo puedes beber eso? —le preguntó en un
Abandonó el estrecho sillón y se echó a todo lo susurro—. Te va a hacer mal. Mañana te dolerá la
largo del sofá de mimbre, con la nuca apoyada en un cabeza —le dijo, tironeándole los cabellos breve pero
cojín y los pies colgando hacia el suelo. Así, desde firmemente, con la energía oculta de quien recrimina
esa posición horizontal, trató de beber un trago, tal en público a un alumno descarriado.
vez el último. Inclinó el vaso hacia la boca y un cho- —No te preocupes, ya terminé —fue todo lo que
rro de vino le resbaló por las comisuras y las mejillas dijo él.
hasta mojarle el cuello. Dejó el vaso en el suelo y se Enderezó el cuerpo y quedó sentado en el sofá.
pasó la mano abierta por la cara como queriendo bo- Levantó los pies del suelo y los puso en el borde del
rrar algo. Las hebras resecas de mimbre le punzaban asiento, y a pesar del ardor en los talones se man-
la piel de la espalda y los codos y todo él se sentía tuvo así un buen rato. La mujer volvió a su sillón
incómodo. lejano y se sentó dando un suspiro. Estiró las pier-
Estaba terminando de limpiarse los labios nas hinchadas y cerró los ojos. Pareció que meditaba
cuando su esposa apareció por allí, caminando con decisiones definitivas. O tal vez se estuviera pregun-
pasos sigilosos y dubitativos, como si no supiera a tando tan sólo qué podía hacer una mujer en su es-
dónde iba. tado en una situación como esa. Más tarde abrió los
—¿Qué haces? ¿Sigues bebiendo? ¡Qué silencio! — ojos para preguntar:
dijo de golpe y se sentó en el sillón más lejano. —¿Prendo la luz?
Dio la impresión de querer disminuir la impor- Se levantó con total parsimonia y cuidado esfor-

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zándose como nunca, acaso el parto llegara en cual- Dino Jurado
quier momento, y dio unos pasos hacia el interrup-
tor más cercano.
—Prendo —volvió a decir y esta vez no era una ¿Cómo fue tu descubrimiento del mundo de la Litera-
pregunta. tura?
Esperó otro poco. Luego, por fin, accionó el in- Mi primer contacto con la literatura se produce
terruptor. Uno de los focos del techo se puso a bri- en el colegio. En cuarto de secundaria el profesor
llar. No era nada, solo luz. Fue hacia la otra pared y Ribera recitaba de memoria los grandes poemas del
accionó el segundo interruptor. Más luz. Entonces, Renacimiento y Siglo de Oro español, los cuales nos
sintiéndose, por fin, confiada y dueña de la situa- obligaba a memorizarlos: gracias a él sigo disfrutan-
ción, accionó el resto de interruptores, cuatro en to- do hasta hoy de las coplas de Jorge Manrique, las
tal. églogas de Garcilaso y las odas de Fray Luis de León.
Ahora la sala estaba como nunca, plenamente Y en quinto el profesor Montoya se encaramaba en
iluminada, rebosante de luz. Era una verdadera ma- una carpeta de la primera fila, acción por demás in-
ravilla. Parecía la sala de emergencias de un hospital usitada, y hacía que nos acercáramos con las nues-
moderno con esas luces y esas paredes tan limpias y tras a rastras para formar un semicírculo. Con ese
tan blancas. En cualquier caso un pequeño reman- pequeño y escandaloso gesto había creado un am-
so de paz y tranquilidad. Y el hombre ya no estaba biente de complicidad. Luego simplemente abría un
en condiciones de estropear aquello. Con las piernas libro y nos leía en voz alta narraciones de Julio Ra-
dobladas, los brazos cruzados sobre el regazo y la món Ribeyro o Vargas Llosa. Nosotros, sobrecogidos,
cabeza echada hacia atrás, dormía incómodamente. solo atinábamos a escuchar y a mirarlo.
Del todo convencida, la mujer comenzó a ale- Me mostró de una vez y para siempre que la re-
jarse del lugar. Paso a paso, así como siempre había lación con la literatura debía ser secreta, pues algo
madurado las grandes decisiones de su vida, llegó tenía de fruto prohibido. Es probable que alguna de
hasta la puerta de su dormitorio y volvió la cabeza esas clases influyeran en mis amigos: uno de ellos
para mirarlo todo por última vez. Allí quedaban la dijo un día que estaba leyendo “Madame Bovary” y
jarra vacía, el vaso en el suelo, el borracho en el sofá. había empezado a escribir, él mismo, una novela. Te-
Dio otro paso y finalmente desapareció en el interior. níamos quince años.
Las luces se quedaron encendidas toda la no- Lo que sí me influyó en la escritura literaria
che. fue la presencia de cierto personaje, bastante mayor
que todos nosotros, en nuestro grupo. Aunque era
mollendino, vivía en Lima, donde estaba estudiando
medicina en la Universidad San Marcos. Aficionado

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a la poesía, leía a Pablo Neruda y nos prestó algu- torias deberían acabar en algún momento, y pare-
nos de sus libros: el infaltable “Veinte poemas”, pero cía que la mía podía continuar indefinidamente, de
también “Los versos del capitán” y “Cien sonetos de modo que su última frase no era un verdadero final.
amor”. Este tipo de poesía me sirvió para expresar, Después de todo, un cuento debía dar respuesta a
yo también, mis sentimientos amorosos a cierta ado- las preguntas implícitas. ¿Qué pasaba con esa pare-
lescente púber con vocación de musa. ja? ¿Qué es lo que realmente ocurría en esa historia?
Con estas lecturas y habiendo ya escrito algu- Durante un par de años seguí haciendo pe-
nos poemas es que llego a Arequipa en el año 75 queñas correcciones sin importancia. Hasta que un
para estudiar en la Universidad. Abandono, pues, el buen día descubrí o me inventé la frase final defini-
calor uterino de mi ciudad natal y me instalo en una tiva: “Las luces se quedaron encendidas toda la no-
fría ciudad del mundo moderno. Cambian mis amis- che”. No agregaba más información ni prolongaba la
tades y también mis lecturas. Pero el primer contac- escena. Pero para mi gusto venía a resumir el espí-
to ya había ocurrido. El veneno del bicho ya estaba ritu del cuento. Equivalía a los puntos suspensivos
dentro. que la eternidad pone a nuestras vidas cuando no
sabemos qué hacer con ellas. Era lo que estaba bus-
¿Cómo elegiste el tema de “Apaga la luz”? ¿Cuál cando y por fin lo di por acabado. Desde entonces no
ha sido el mayor problema que te dio su escritura? le he cambiado ni una coma.
Escribí la primera versión de este cuento en ¿Has recibido comentarios sobre este cuento?
1990. Tenía en la cabeza una serie de imágenes o fo- He escuchado comentarios de dos tipos. El pri-
tografías de una relación de pareja en la que un gran mero, que está muy bien, a lo cual no tengo nada
vacío entre hombre y mujer parecía haberse atenua- que añadir. El segundo, que no es un cuento. Pero
do con serenidad o resignación. Y la escribí de un como ahora no me preocupa encasillar mis historias
tirón, sin planificar nada, solo poniendo en orden las en un género conocido, me da igual. Algún día lo
diferentes escenas sobre la marcha. será, supongo. Los géneros cambian, los hacen cam-
Con las primeras correcciones intenté precisar biar las historias que se inventan los escritores.
cada gesto de los personajes, sobre todo los del pro- Será por esta última razón que ya no intento
tagonista, porque me parecían significativos. Como escribir cuentos: solo intento escribir. Lo que salga.
si él fuera extremadamente consciente de lo que ha- Si se ajusta a alguna forma conocida, bien. Y si no,
cía, pero no de lo que pensaba o sentía: hacer le evi- también.
taba sentir.
El otro problema que le veía al cuento era el fi-
nal. Desde su primera versión siempre tuve dudas
al respecto. Dudaba porque creía que todas las his-

182 183
CENTAURO
César Delgado Díaz del Olmo

Un mes atrás Guillermo zozobraba en la Otra Banda,


con los alumnos de la escuela nocturna, a quienes
había estado aleccionando en la tienda sobre los de-
beres del cristiano en Semana Santa.
—Eso es aquí muy fácil —les explicaba—. Dime,
Agapito, ¿hace cuánto tiempo que no comes carne?
—Desde que se aventó la vaca de Don Iquira,
que yo le ayudé a carnear.
—Y de eso, ¿qué tiempo hace?
—¡Uf! Casi dos meses, porque fue por carnaval.
—Ves, ya tienes cumplida la primera abstención,
la de no comer carne, porque casi no se cuentan los
pedacitos de charqui que a veces se encuentran na-
dando en el chupe. Veamos ahora la segunda. Dime,
¿se ve por aquí lo que se llama mujeres?
—Ni para remedio.
—¿Y Gloria? —tercia la Vieja.
—¡Ajá!, Vieja —lo interpela el profesor—. Esto es
una confesión. Dime, ¿cómo andas tú de mujeres?
—Nada, profe.
—¿Y tú, Eusebio?
—Tampoco, maestro.
—Bien —concluye Guillermo—. Si no hay mu-
jeres, entonces ya tienen realizada la segunda abs-
tinencia. Aquí la necesidad nos hace virtuosos. Pero

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a falta de coñazo tenemos el cañazo. Es lo único —Eso es para chicos —replica Eusebión—. Yo
que nos queda, el alcohol del diablo, porque si no tomo cañazo, trago de hombres.
de quién va a ser. El pecado diabohólico, en el que —Está bien —acepta la Vieja—, nos vamos a to-
ahora y siempre incurrimos. Vieja, te toca poner tu mar entonces un chimbangocañazo. ¿Te parece?
ronda. —Más de uno, me parece.
—Ya puse, profe. Le falta al Eusebio. —Que el profe sea el juez.
—Yo también he puesto, pero voy a pedir otro —Que sea.
cuarto de cañazo para el maestro, que es buena gen- —Bien, muchachos —dice Guillermo—. Vamos a
te. Ya le he dicho que me enseñe matemáticas, por- conocer la famosa guarida de doña Pechina.
que quiero ser vendedor ambulante y para eso ne- Provistos de cañazo para el camino, el profesor
cesito saber hacer bien mis cuentas. Estoy cansado y su banda se dirigen al temible bar Simia, antiguo
de trabajar como jornalero en la chacra, sin ningún escenario de las hazañas del Lobo Trinio. Al cruzar
porvenir, así que me voy a ir a la ciudad. el río por un tronco tambaleante tienen un primer
—¡Ven! —exclama el profesor—. Eusebio sabe percance, cuando la Vieja resbala y cae al agua. La
lo que quiere. Pero tú Vieja, ¿qué vas a hacer de tu ley seca por Semana Santa es el siguiente.
vida? —Pero si recién estamos jueves —alega Guiller-
—Yo vengo de la ciudad, donde igual te explo- mo.
tan y encima todo es más difícil, mientras que acá —No sé yo —responde doña Pechina—, orden
en el campo la vida es más tranquila. del juez de paz. Pero tratándose de usted, puedo
—¿Y tú, Agapón? venderle una jarra de chimbango o lo que quiera,
—A mí también, maestro, me gusta más vivir en pero para llevar.
el campo. —Venga ese chimbango —resuelve Guillermo—,
—No me refiero a eso, sino al trago. ¿Dicen que tenemos que decidir una apuesta entre estos jóve-
tomas un montón? nes. El que pierde paga.
—Así, nomás. Como cualquiera. —Eso no puede ser —adelanta la dueña—. Tie-
—¿Como la Vieja? nen que pagarme por adelantado. Yo los conozco a
—¡Qué va a poder como yo! Agapito, chupa un todos ellos, pero es mejor que me paguen ahora, por-
poquito. que si no después es un problema para cobrarles.
—¿Y tú, Eusebión? —Paga, Vieja —ordena el profesor.
—Nadie puede conmigo. —¿Por qué yo?, que pague el Eusebio. Él va a
—Eso dices —salta la Vieja—. Veamos quién perder de todas maneras.
puede más. Pero no aquí, sino donde la tía Pechina. —Tú más bien —dice Eusebio—. Estás tem-
Allí nos vamos a medir con chimbango. blando como perro mojado.

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—Justamente, lo que necesito es un buen trago Señala luego al sol en su ocaso y exclama con
para entrar en calor. gesto teatral:
—Y me han traído tan lejos —clama Guiller- —Troya ha sido destruida y arde por sus cuatro
mo— para escucharlos decir que nadie puede pagar costados. El piadoso Eusebión se echa a su viejo a
este miserable trago. la espalda y huye de la ciudad maldita. ¡Vamos, Eu-
—Por mi parte disculpe, maestro —dice Euse- sebión comienza a correr, que te alcanzan los bravos
bio—. Como era una apuesta no podía adelantarme Danaos!
a pagar; pero para no hacer más problemas ahora A la décima vuelta Eusebio suelta el fardo de-
mismo le voy a cancelar su cuenta a la doña. lante del profesor. La Vieja, que ya no puede tenerse
En una era abandonada, al lado del camino, en pie, declara que en lugar de estar torneando en la
mezclan el chimbango y el cañazo. Al primer trago, era, sería mejor que fuese la jarra la que diese vuel-
la Vieja comienza a correr como caballo de trilla y tas en el círculo de los presentes.
tras él Eusebio, haciendo restallar la correa de su —Está bien —acepta Guillermo—, pero para
pantalón gritando: ¡uakale, uakale! Confusamente, continuar con la competencia, ahora va a contar
Guillermo recuerda la escena de la Eneida en la que cada uno su peor maldad. Vamos, tú comienzas,
Eneas persigue por el campo de batalla a Turno, que Agapito, cuéntanos un pecadito.
corre espantado como la Vieja. Esta evocación clásica —Yo no entro, maestro. Que cuente la Vieja.
le sugiere al profesor la segunda prueba, que consiste —Está bien, les voy a contar un pecadito. El del
en dar vueltas a la era cargando al contrincante en los pollito. Casi nada. Una vez vi un pollito chiquito y se
hombros, de la manera como lleva Eneas a su padre, me paró. ¿Un poco raro, no? ¿Nunca les ha pasado a
Anquises, después del incendio de Troya. ustedes? Un pollito, me lo quería comer, y el pollo vi-
—Esto se llama cargar al padre por la era —ter- vía dentro de mi casa. Ahora que si quieren les cuen-
mina de explicar, luego ordena—: Eusebión, tú co- to lo del caballo. Pasé por ahí delante de un caballo y
mienzas. vi que se le estiró la pieza. ¡Chucha!, dije, ¿por qué,
—¿Qué tengo que hacer? carajo, dónde hay burra, dónde hay yegua? Y no ha-
—Primero echarte al buche un buen trago de bía nada. Estas cosas suceden en la chacra.
este brebaje, luego apacharte a la Vieja en la espalda —Ya, Vieja —lo corta Guillermo—, corre a lavar-
y comenzar a correr. El que dé más vueltas por la era te el hocico al río si quieres seguir conversando con
gana la apuesta. nosotros. Y ten cuidado con los caballos, no te vayan
—¿El que va a la espalda también toma? —pre- a pisar.
gunta la Vieja. —Profe, usted dijo que así era la competencia, y
—Si quieres puedes fumar también, pero cuida- yo sólo les he contado unos pecaditos.
do con vomitar sobre Eusebión —advierte el profesor. —¿A esas cochinadas llamas pecaditos?

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—Bueno, puedo contar otros. —¿Cómo es eso? —pregunta Julián.
—No vale con animales. ¡A ver tú, Eusebión, —No importa, sigue.
cuéntanos algo decente! —Antes me había enamorado de una casada
—Con el perdón de usted, sólo por que es una de cuarenta años, con cinco hijos. Hay señoras de
apuesta le voy a contar algo. cuarenta muy apetitosas, pero esta era feísima. No
—Déjate de aspavientos. No creo que haya nada la deseaba, la amaba. Es jodido enamorarse de una
peor que lo que ha contado la Vieja. casada. Si la deseas no hay problema, la consigues
—Está bien, yo he visto a la señorita Gloria en la y listo; pero si la amas quieres estar con ella, la bus-
noche desvistiéndose para acostarse. cas. Ahora tengo mi enamorada, es de Aruma. Ahí
—¡Maldito, eso has hecho! Tú pierdes la apues- conocí a un viejito que le gustaba mucho el trago,
ta. hasta que vio la muerte cara a cara y ha dejado de
—No importa, pago el trago; pero que la Vieja no tomar. Él me decía: "Oye, cáele, cáele, aunque sea
vaya creer por eso que me ha ganado. Yo chupo más para comer". Hasta que un día me sentí arrecho y
que cualquiera. le caí y me aceptó al tiro. Y desde entonces estoy
—Está bien —dice el profesor—. Ahora que Aga- con ella, para qué voy a terminar. Tiene veinticin-
pito nos cuente su pecadito. co años. ¿Pero cómo son las hembras? Parece que
—Nada, maestro, yo también he visto a la se- tienen buen cuerpo, pero tú les quitas la ropa y
ñorita, qué señorita, he visto a la Gloria bañándose. se disminuyen, se ponen flaquitas. Ella es gorda,
—¡La muy zorra! ¡Conque todos la han visto! feísima, cierro los ojos nomás.
¿Tú también, Vieja? —Lo que a mí me parece —concluye Guiller-
—Ese sólo ve pollitos —exclama con desprecio mo— es que tú estás medio loco.
Eusebio. —¿Y la Gloria, maestro —pregunta Agapito—,
—Yo tengo mi enamorada, para que sepas —re- qué le parece?
plica Julián—. No soy caballo de puna. —No sé —responde Guillermo—. ¿Y a ustedes,
—¿Cómo es eso? —pregunta el profesor. perros, que la han visto?
—Que son pura paja —responde Julián riéndo- —No es fea —declara Eusebión—, como la chola
se de su chiste. gorda de la Vieja.
—Y lo de tu enamorada —insiste Guillermo. —¡Qué va a ser! —confirma Agapitón.
—Es una cholita de Aruma —confiesa remiso —Bien, el trago se ha terminado —anuncia Gui-
Julián—. No sé por qué todas las hembras que he llermo poniéndose de pie tambaleante—, habrá que
tenido no han sido vírgenes, siempre he sido el se- comprar algo para la travesía que nos espera. Agapi-
gundo o el tercero. to, tú encárgate. Pero antes aclárame algo, ¿aquí se
—O el enésimo —completa Guillermo. bañan las sirenas desnudas en el río?

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—Yo no he dicho en el río, fue en la acequia, se —O las profundidades, o la Gloria —dice miran-
estaba lavando las piernas. do el horizonte. Y como si el confín se lo insinuara,
—Agapillo —exclama Guillermo soltando una propone, incorregible, un nuevo brindis. Dan cuenta
carcajada—, ese es un pecadillo. En la ciudad las del chimbango, y fieles a la luna le hacen sus recla-
pollitas como Gloria andan así por la calle, con las mos.
piernas ceñidas de viento. Si no pregúntale a la po- —Sirenas del charco, ¿dónde están? —clama el
drida Vieja cómo se ve caminando por la calle tanto Bastardo—Mar, ¿por qué te fuiste?
bestia, con la nariz enfilada hacia la grupa de las Herido en el talón de los recuerdos, este pobre
potrancas. Aquiles cae redondo en tierra extraña. Pero el piado-
Encaramándose sobre una piedra, Guillermo el so Eusebión levanta el cadáver y lo arrastra hasta
Bastardo comienza a recitar a voz en grito: su cubil.
—Canta, oh musa, la historia de estos gallos, que
ahítos de chimbango, enrumban a las Islas del Sur.
Ebrios y desplumados, ya en el bajel, navegan
por las inquietas aguas.
—Apúrense, carajo —grita desde la proa—. Me pa-
rece que están aún muy jóvenes para remar tan poco.
Las gaviotas hunden su pico anaranjado en el
brillante cuerpo de los peces menores. Pulpos y ti-
burones al acecho. Y en el fondo del mar, como si
derramada de sus ojos, una auténtica perla.
—¡Apuren, mierdas!
Pero el viento furioso, en desigual combate, les
arrebata el frágil equilibrio. Y un monte de agua he-
lada arroja la perdida navecilla a las negras entrañas
del Pacífico. Los pobres, entre cojos, hirsutos y do-
lientes, son varados en la blanda orilla.
—Valor, hijos de puta —arenga el Aquiles bar-
bado—. Los mástiles quebrados mas las vergas en-
hiestas.
¿Pero qué pueden esperar estos corazones soli-
tarios en medio del océano? ¿Qué señas, qué desig-
nios figuran en las líneas de sus ajadas manos?

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César Delgado Díaz del Olmo y ensayo, cuando lo mismo podía hacer, por ejemplo,
Víctor Hugo metiendo todo en un solo formato. Esta
unidad es la que aseguró el inmenso prestigio de la
Pocos saben de tu vocación literaria en ficción, pero novela en su época de oro.
al menos te conozco tres cuentos y sé del proyecto de
una novela. Al leer tus ensayos la crítica ha anotado ¿Qué papel jugo en tu vocación La casa de Rolo y
la excelente calidad de tu prosa, aparte de la innova- la generación del 80 en Arequipa?
ción de tus métodos y tus propuestas. ¿Qué te hizo un Supongo que ninguno, la llamada Casa de Rolo
hombre de letras?, ¿en qué momento notaste que lo no era nada. En cuanto a la generación del 80, creo
tuyo era la escritura? que eso sólo funciona para clasificar los poetas, que
Empecé queriendo ser novelista, pero terminé en Arequipa abundan. Ahora, si se trata de influen-
haciendo ensayos que tienen algo de novela. Hace cias, anotaría la del existencialismo, Sartre y Camus.
tiempo publiqué en revistitas mimeografiadas unos Y el paradigma literario me parece que era “El extran-
malos cuentos con pseudónimo. Quería quizá hacer jero”, una novela que justamente ilustra una tesis.
una clase diferente de novela, por eso me pasé con
armas y bagajes al ensayo. Creo que tenía la idea de En el campo literario, se advierte que tienes un
que la literatura debe no sólo entretener sino princi- trasfondo de lecturas clásicas. En el cuento que aquí
palmente enseñar, como en la “Odisea” y el “Quijote”. incluimos esto es evidente. ¿Cuáles son tus autores?
Son los grandes libros que forman una nación, y de Estas son las cosas que uno no deja de lamen-
los que tenemos algunos ejemplos cercanos, como tar, la infidelidad a las pasiones originarias, en mi
“Martín Fierro”, el libro nacional de los argentinos, y caso la literatura griega. Nunca he vuelto a releer
otro que está ante nuestros propios ojos, y es la no- “Edipo Rey”, pero ya lo conocía cuando leí la inter-
vela “Jorge, el hijo del pueblo”, que puede llamarse pretación de Freud. Es lo que podría llamarse una
el libro nacional de los arequipeños. La decadencia obra literaria con mensaje universal. Recuerdo lec-
de la novela tiene que ver me parece con esta pérdida turas diversas que me impresionaron, como Anába-
de mensaje, que incluso la literatura folletinesca no sis de Jenofonte, “La guerra del Peloponeso” de Tu-
dejó de trasmitir y que la telenovela ha heredado. Si cídides, además de “La Ilíada” y “La Odisea”, desde
se trata de entretener, el cine y la televisión le llevan luego. En el cuento que aquí se incluye hay una leja-
ventaja a la literatura, entonces lo que queda es redi- na evocación a “La Eneida”.
mir a la escritura y devolverle su carácter de instru-
mento del pensamiento. El problema está en escin- ¿Cómo escribiste “Centauro”?, ¿cuándo?, ¿dónde?
dir la capacidad creadora en dos campos de acción, Fue por los tiempos de la malhadada Casa de
como hace digamos Vargas Llosa que escribe novela Rolo. Todo estaba muy bien, letras y trago en can-

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tidades inmoderadas, sobre todo lo último; pero ha-
bía que trabajar, así que me constituí en el valle de
EL DÍA MÁS FELIZ DE LA VIDA
Siguas como profesor de la escuela unidocente nº Fátima Carrasco
40119, en un miserable pago llamado Quilcapalpa,
según recuerdo. Durante cinco años intenté hacer
una novela que relatara mis desventuras, aunque
siempre con la idea de que estas tuvieran un sentido
trascendente, ya que lo que quería hacer era jus-
tamente una novela de aprendizaje, como el “Gui- Elena casi llega tarde a la despedida de soltera, no
llermo Meister” de Goethe. Al final todo quedó en encontraba la dirección. Todas las invitadas eran
borradores, solo se salvó este fragmento que muy mucho más jóvenes que ella. Sin embargo, Sonia,
generosamente se puede calificar de cuento. la organizadora, había insistido: “No puedes faltar,
vamos a ir todas las de la oficina”.
A Elena le faltaba poco para jubilarse, después
de tantos años en el Ministerio.
Entre brindis y regalos, alguien bromeaba sobre
el día más feliz de su vida. “¿De la mía? Será de la
tuya”, etc. Una tras otra fueron contando por qué el
llamado día más feliz no había sido tal. O sí.
—Falta la voz de la experiencia, nomás —dijo
Sonia llenando el vaso de Elena sin que ella se lo
pidiera. Elena se pasó la servilleta por los labios, ya
medio despintados y, pensando en la corta duración
del maquillaje en general, se reclinó en el sillón.
—Yo era más joven de lo que ustedes son ahora.
Una vez, en un baile con orquesta (no habían disco-
tecas, eran otros tiempos) fui al baño y detrás entra-
ron dos conocidas mías, mayores que yo, que casi
no se conocían entre ellas. Me quedé de lo más sor-
prendida cuando de repente se pusieron a conversar
como si pertenecieran a una especie de fraternidad
secreta o algo así, diciendo yo lo hice dos veces, a mí
me pasó tres veces. Era como si se confesaran en-

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tre ellas y yo estaba allí excluida, parecía que ni me la botica. Era un equivalente. Pero nada, le dije repi-
veían. Para la época ellas tenían buenos trabajos, no tiéndole las fechas más o menos, como buenamente
crean, una de ellas especialmente era una buscavi- me acordaba.
das, las cosas le salían bien. Pero seguro que jamás »—Entonces está claro, si sigue sin tener la re-
habrían hablado de eso, así, en una reunión como gla después de tomar las pastillas, es porque está
esta. “Qué descuidadas, qué dejadas. Yo, ni loca, ni usted embarazada, señora. La felicito —dijo sin pes-
borracha en carnavales”, pensaba cuando las oía. tañear, cruzando las manos. No quiso cobrar nada.
» Hasta que me pasó lo mismo. »Salí hundida, impotente, anonadada, esa es
»¿Cómo pude confiar en alguien que repartía la palabra. El vendeautos dijo que no me había en-
tarjetas con su nombre y oficio —vendedor de au- gañado, que creía realmente que era estéril porque
tos— hasta a sus amistades personales? nunca, a ninguna de sus ex, le había pasado algo
»Aunque yo miraba el almanaque nomás por co- semejante. Cómo me vería de furiosa, calculen uste-
sas del trabajo, estaba medio preocupada. Supe de des, que dio media vuelta y regresamos al consulto-
repente lo que pasaba, un viernes como a eso de las rio. El médico ni se inmutó, me dio una receta y sólo
diez de la mañana. Estaba buscando unos archivos dijo: “Dos inyecciones, con intervalo de ocho horas.
y pensé en aceitunas con chocolate. Me asaltó la ne- Que le vaya bien”. No cobró nada. Compré el medi-
cesidad imperiosa, como suele decirse. No sé si eso camento y me fui a la casa, ya estaba oscureciendo.
de los antojos es o no científico, dicen que no, pero es En esa época yo vivía con mi hermana y mi cuñado.
verídico: chocolate y aceitunas. Casi me caigo. El fin No tenía hambre, aunque no había comido nada en
del mundo. Me fui al baño y nada, claro. Busqué en todo el día.
mi cartera la tarjeta del vendeautos, felizmente no la »Al día siguiente, sábado, a media mañana, el
había botado y lo cité para esa tarde. vendeautos me llevó a una botica, donde otro de sus
»Dijo que serían figuraciones mías, que no po- conocidos. Habló con un viejo de pelo teñido, con
día ser. Yo estaba tan furiosa, que me llevó volando patillas, que despachaba. Los dos tenían el bigote
donde uno de su montón de conocidos. La sala de cortado igualito. Dijo que volviéramos a la una. Es-
espera del consultorio estaba vacía, era medio así, peramos por ahí cerca, había sol, pero yo estaba he-
cualquier cosa. El médico me hizo pasar, tenía voz lada. Volvimos y el viejo me llevó a un cuarto tras el
como de locutor de radio, patillas, bien afeitado y mostrador, lleno de cajas y con una mesa de mármol
peinado, medio sinvergüenza me pareció. Pero no, más helada que yo. Un poco borracho todavía, su
se portó bien. Le dije que siempre había sido muy bata blanca medio sucia estaba, le temblaban las
irregular, pero no tanto. Que hacía unos días había manos. Total, me puso una inyección. Y esa mis-
tomado un par de pastillas. Ya ni me acuerdo del ma tarde, la segunda. Y para mayor seguridad se
nombre. En esa época no existía test de embarazo en ofreció a ponerme otra, distinta, al día siguiente,

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domingo, a eso de las doce. Nos dijo que tocára- FÁTIMA CARRASCO
mos la puerta, que aunque estuviera cerrada esta-
ría adentro. No quiso cobrar nada. Yo comí apenas,
cualquier cosa, me sentía rara. ¿Cómo llegó el mundo de la ficción literaria a tu vida?
»El domingo el viejo seguía resacoso y me puso A los cinco años mi abuela, profesora, me alfabe-
la tercera, que me sentó muy mal, me pasó un algo- tizó con el libro Farolito. Desde entonces leí compul-
dón con alcohol por la frente y la nariz, ahí me fijé siva y simultáneamente cuentos infantiles, a autores
en sus uñas sucias. Me quedé un rato así, apoyada latinoamericanos, clásicos españoles, rusos, france-
en la mesa helada, antes de irme. Dijo que el medi- ses, Zweig, Faulkner. Alternaba “Conversación en La
camento y la inyección eran gratis, obsequio suyo. Catedral” con “El gato con botas”, “Mujercitas” con
»Felizmente mi hermana y mi cuñado no esta- “El proceso”, o el infantil “Un mundo para Julius”
ban. Siempre había tensión entre ellos, mal ambien- con “Guerra y paz”.
te. Yo estaba pésima, me eché en la cama, destem- Cuando tenía nueve años “Los ríos profundos”,
plada. En la televisión daban una serie sobre Gloria “La noche de los Sprunkos”, y “Una transformación”
Vanderbilt. Sentía como si me jalaran con unos ali- —mal traducida entonces como “La Metamorfosis”—,
cates por dentro, así toda la noche, no me pasaba ni me dejaron el ánima traspuesta. Se me fundieron los
el agua. Todo ese dolor físico era el precio que estaba fusibles, por así decirlo. Y a los catorce años, “Cri-
pagando, pensaba enojada. No sé cómo me levanté y men y castigo” y “La náusea”.
llegué puntual al Ministerio, estaba peor. Me senté Un libro no cambia el mundo, pero imprime ca-
tratando de no moverme apenas, mientras las compa- rácter al lector. Somos lo que leemos, de algún modo.
ñeras ajetreadas ni cuenta se daban. A media mañana
estaba ya en las últimas, pensé meterme en el baño ¿Recuerdas cómo era el ambiente literario de
para no llamar la atención. Ocupado. Me apoyé en la Arequipa en aquella época?
pared un ratazo, hasta que salió una chica, Beatriz Creo que habían más poetas que narradores,
se llamaba, buena gente, ustedes no la conocieron, muchos publicaban poemas y tenían novelas y
qué sería de ella. Tuve una hemorragia con grumos, cuentos en preparación, había curiosidad, creativi-
coágulos. Me quedé mirando un rato y jalé la cadena. dad y mucha generosidad —libros de lectura reco-
Hice una especie de pañal con papel higiénico, me mendada, críticas benévolas, al menos con princi-
puse a trabajar, estaba contentísima, me dio hambre. piantes quinceañeros como yo.
»Ese fue el día más feliz de mi vida. Cuando es-
toy deprimida o con problemas acordarme de eso me ¿Y cómo la vez ahora?
reconforta siempre. Estupenda, vital y creativa, con personalidad
propia en su diversidad. Es un aliciente y una ale-

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gría que se mantenga así a pesar de las dificultades muy claro desde el principio cuál era el tono y el
para desarrollarse de todo narrador independiente. mensaje. Decidí escribirlo en primera persona para
que el/la lector/a pudiese empatizar con la historia
¿Cuáles fueron tus lecturas formativas? personal de la protagonista y sus circunstancias.
No sé en qué medida mi predilección por ellos No sé si el tema tratado ha sido lo suficiente
puede servir de base: sobre todo George Orwell, ex- y debidamente representado en la literatura. Hay
cepto su utilitaria “Rebelión en la granja”. Me impre- siempre la perspectiva anacrónica-machista y/o pa-
sionó “Cuando ella era buena”, de Philip Roth, y la triarcal, en léxico de mujeres empoderadas y eman-
elegante Edith Wharton de “La casa de la alegría”. cipadas —de la vergüenza, la culpa, el drama—, pero
“Pedro Páramo”, “El libro del desasosiego”, de creo que falta la otra mirada: la de quien no se arre-
Pessoa, y “Austerlitz”, de W. G. Sebald, son tres piente de su decisión porque fue la más acertada. Y
grandes obras que todo narrador quisiera ser capaz esta otra perspectiva creo que ha existido siempre,
de haber escrito. entre una minoría silenciosa, que habla del asunto a
media voz, como las mujeres a las que la protagonis-
¿Cómo eliges tus temas? ta escucha hablando en un baño público.
Mis temas y personajes me eligen, me asaltan Detrás de todo esto se evidencia el menosprecio
—y sobresaltan, incluso—. al libre albedrío femenino en lo relativo a la repro-
Escribo el primer borrador solo cuando gran ducción, que debiera ser una opción y nunca jamás
parte del libro está ya pensado. Lo desarrollo y co- una obligación que condicione su salud y bienestar.
rrijo en el segundo borrador. En el tercero sintetizo, Aunque no pretendo ponerme mitinera, simplemente
corrijo otra vez, leo en voz alta. En la cuarta y defi- escribo sobre temas que me gustaría ver publicados.
nitiva versión las frases deben ser agudas y directas, Es uno de mis cuentos favoritos, por eso me ale-
como una flecha, el ritmo y la ironía son relevantes. gra sobremanera que haya sido seleccionado para
El mismo proceso tiene distinta duración en cada li- esta colección.
bro —un par de años en el caso del primero, algunos
meses, en los posteriores.
Hay un único tema de fondo: el desarraigo en
sus distintas formas.

¿Cómo escribiste “El día más feliz de la vida”?,


¿qué problemas de técnica te dio?
El día más feliz de la vida fue uno de los cuentos
que con más facilidad y naturalidad he escrito. Tuve

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POLVO ENAMORADO
Carlos Herrera

Cuando Marcos despertó en medio de la noche, con


el trueno de la resaca en la cabeza, la camisa tinta
en vómito y la boca pesada con un acre tufo de ver-
güenza, ella estaba al lado.
Tardó algunos segundos en recuperar plena
conciencia. Luego, los rezagos de la borrachera se
borraron de golpe ante lo insólito de la situación; ha-
bía una mujer en su cama. Más precisamente, los
ojos desorbitados, la boca entreabierta, agarrotadas
las manos, lívida la piel, el cadáver de una mujer.
Una muerta.
Marcos saltó, enredándose en las sábanas, tras-
tabillando, casi cayendo, hasta encontrar finalmente
apoyo en la pared. Desde allí, con incontenibles es-
calofríos y la piel erizada como si quisiera partir para
purificarse del contagio, volvió a observar el cuerpo
al lado del cual había yacido hasta hace poco.
Conformó que la mujer le era totalmente desco-
nocida. Confirmó luego, pasado el primer momento
de pavor, que estaba realmente muerta. Tendría una
treintena de años, bien vividos seguramente dadas
las sólidas y acogedoras proporciones de su cuerpo.
El rostro, rigor mortis abstraído, revelaba rasgos re-
gulares y hasta agradables. Vestido y calzado eran

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más bien ordinarios, pero sin dejar de tener una sen- aprensiones, aunque con delicadeza, no parecía ha-
cilla elegancia. ber recibido golpe alguno. Envenenamiento, quizás,
Marcos, siempre adosado a la pared, fue des- se dijo Marcos mientras pasaba una mano por el ab-
lizándose hasta tocar el suelo con la punta de sus domen, como para percibir efluvios deletéreos a tra-
huesudas nalgas y, tomándose la cabeza entre las vés de la piel y del vestido. Y estaba pensando en el
manos, comenzó a especular sobre la manera como puñal cuando descubrió a su propia mano palpando
había podido llegar ese cadáver a su lecho de soltero el nacimiento de los senos. Dio un paso atrás, rojo
cuarentón, solitario y triste. de vergüenza.
Los últimos recuerdos que tenía eran vagos. A Carajo, Marcos, serenidad.
la salida del colegio, en día de pago, Marcos había Pensó que un buen método para tranquilizarse
ido al bar de la esquina, como siempre, a beber los era elaborar hipótesis sobre la presencia de esa mu-
amargos conchos de la mediocridad. Recordaba que jer en su cuarto. Así que volvió a sentarse, esta vez
había ingerido ya una buena cantidad de vino barato sobre el único y desvencijado sillón que ornaba su
cuando entró otro profesor amigo. Luego, más vino pieza y que le servía habitualmente para depositar,
y, poco a poco, los grandes y trajinados temas: el al acostarse, el raído terno marrón que le merecía las
Colegio, el Gobierno, el Fútbol, la Mujer. En algún burlas de sus alumnos, y se puso a reflexionar.
momento Marcos se había apasionado algo, porque La primera posibilidad era, a todas luces, que
el otro le había sacado en cara su nulo éxito con en medio de su borrachera él, Marcos Garmendia,
las hembras. Separados antes de que el conato de hubiera encontrado una mujer que, ganada por su
pelea se desarrollara, Marcos había terminado por labia o su dinero, habría accedido a sus deseos de
irse, bamboleándose, según creía, directamente a su venir a compartir su humilde catre; y que una vez en
casa. Nada fuera de lo acostumbrado, pues. ¿Dónde este, luego de una noche de desenfreno, le hubiera
entraba esa mujer? sobrevenido la muerte de una manera absolutamen-
Se aproximó nuevamente, con cierta cautela, al te natural.
cuerpo yacente. Volvió a constatar que no le decían Posibilidad halagadora, Marcos. Pero falsa.
nada la fina nariz, las grandes pestañas, el collar de En primer lugar, ¿cuál era la razón que pudie-
perlas —falsas, seguramente—. Venciendo el temor, ra haber impulsado a esa mujer a seguirlo? No sin
le tomó el pulso. amargura, Marcos recordó que en sus cuarenta y
Muerta. Pero ¿de qué? tantos años de vida jamás había conseguido ganar
Revisó con más atención el cadáver. Ninguna el corazón —y el cuerpo— de una mujer gracias a
huella aparente de violencia. El cuello, casi carente su apostura, su palabra o sus virtudes. Sus amo-
de las estrías de la edad, no había sido tocado. La res no habían pasado nunca de ser tristes episodios
cabeza, que Marcos palpó ya con un poco menos de burdelescos, y cabía pensar que no existían razones

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para que este caso fuera diferente, sobre todo si no Alejó nuevamente pensamientos más persona-
quedaba traza alguna en su memoria. les para concentrarse en el problema actual. Des-
Pero la posibilidad de que el presente fuera tam- pués de todo, reflexionó, no dejaba de ser una no-
bién asunto de cariños venales no resistía el menor vedad en su monótona vida: una preocupación real
análisis. Ni el vestido de la muerta, sin ningún detalle por un suceso que lo ameritaba. Esbozó una sonri-
provocador, ni la serena dignidad de sus facciones, sa por esa capacidad —que comenzaba a descubrir-
despojadas de los estragos de la noche, autorizaban se, sorprendido— de darle la vuelta a una situación
a identificarla como una prostituta. Una colega, a lo para encontrarle un lado positivo. Se vio a sí mismo,
sumo. Pero incluso con más clase. sereno y equilibrado como nunca, encontrando ven-
A empezar de nuevo, pues, Marcos. Segunda hi- tajas en un evento que a cualquier hombre hubiera
pótesis: la broma pesada. podido desesperar. No eres tan malo, Marcos.
No sería la primera vez que pasaba. En anterio- Pero entonces le apareció la tercera hipótesis
res borracheras había ya amanecido con las uñas con toda su fuerza, y la confianza se le ahogó en una
pintadas y los ojos maquillados abrazado a un va- marea de miedo: ¿Y si era realmente él el victimario?
gabundo borracho al lado de un tacho de basura El asesino Marcos Garmendia. Helo aquí, cap-
o calato en la puerta de su casa ante la indignada turado cuando iba a sumar al homicidio el nefando
mirada de su vecina, vieja de mierda. El humor de crimen de la necrofilia.
sus amigos, por llamarlos de algún modo, era más Se volvió a encoger contra la pared, como si esta
bien grueso. Capaz de esperar —y acaso inducir— el sospecha fuera a levantar a la pretendida víctima del
sueño de la víctima para ubicar delicadamente a su lecho para señalarlo al oprobio público con su dedo
costado un cadáver sustraído de la cercana facultad acusatorio y la vacía mirada de los condenados.
con el único fin de distraerse un rato y hacerlo un Mirando nuevamente al piso, para no tropezar
poco más infeliz. con la visión de espanto que su desbocada imagina-
Pero había que rechazar también esta segunda ción le sugería, Marcos volvió a sumirse desespera-
posibilidad: hasta las crueles bromas de sus colegas damente en sus recuerdos. Pero no encontró ningu-
tenían sus límites. Por otro lado, la mujer no pre- na traza de haber hecho conocencia de esta mujer, ni
sentaba el aspecto tumefacto y curtido de un cuerpo mucho menos de haber tenido razones para matarla.
inmerso largo tiempo en formol. Esto, además del Jodido asunto, Marcos, pensaba en el baño,
anotado carácter discreto, pero no miserable, de sus mojándose la cara para intentar despertar. Más
vestidos. Y los habitantes de la morgue son, como se fresco, sentado en el wáter y, por ende, habiendo
sabe, más bien pobres desgraciados, sin familia ni establecido las distancias necesarias con el cuer-
medios para nada más que para caerse muerto. po yacente, siguió reflexionando. Y llegó a esta fría
Como tú, Marcos Garmendia. conclusión: Finalmente, fuere cual fuere la causal

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de la muerte, él, Marcos Garmendia, sería respon- guna medida, con ese simple acto de nombrar, Mar-
sabilizado por ella. Ergo, había que desaparecer las cos estaba creando una mujer singular. Y descubría,
pruebas. El cadáver. por primera vez, los placeres de una relación singular.
Repentinamente sintió casi una sensación de Porque, ¿acaso no era él lo único que le quedaba en el
alivio, confundida con un poco de orgullo por esta mundo a esa mujer? Y lo inverso, según Marcos, sin
capacidad de recuperar la razón, el análisis, la ac- proponérselo, estaba descubriendo, ¿no era también
ción. Ya tenía un objetivo, factor primordial para cierto?
encontrar el equilibrio. Lo demás era, simplemente, Agitado con estas reflexiones, Marcos decidió
cuestión de método. que lo mejor era salir un rato, refrescarse, tomar
Excitado, casi orondo, sintió las fuerzas suficientes distancias. Y comprar, de paso, un trago. Cubrió,
para volver a su cuarto y sentarse al lado del cadáver. pues, piadosamente a María, casi excusándose por
El cadáver. Había que comenzar por cambiarle el estado de la frazada, y cerrando cuidadosamente
de nombre, ¿no, Marcos? Estas angustias nocturnas la habitación se dirigió a la bodega de la esquina.
crean familiaridades. Hay, pues, que presentarse. Tuvo que aporrear un buen rato la puerta antes
Por el cuello largo y libre podía llamarse Sofía, de que el desconfiado ojo del Chino se insinuara por
pero los cabellos negros, cortos y ondulados le ha- la mirilla. El pedido de una botella de ron a seme-
cían pensar más bien en Ana o Isabel. Las manos jantes horas de la noche (¿qué hora será, Marcos?)
largas y curiosamente cuidadas le sugerían algo ameritó solo una glacial “no hay” y la inapelable ce-
más exótico, e incluso aristocrático, como Estefanía; rradura de la mirilla. Chino conchetumadre, pensó
mientras que la rotundidad de los pechos y las nal- Marcos, nuevamente desorientado en medio de la
gas evocaban el nombre de Carmen. Ante tamañas noche.
contradicciones, se decidió por algo más neutro y Con la sensación de que regresar con las manos
universal como María. vacías a su habitación sería poco menos que la con-
Había, entonces, que desaparecer a María. E fesión de un nuevo fracaso, decidió dilatar su retor-
inmediatamente se dio cuenta de su error. Podía no, pretextándose para ello la expedición por el licor.
desprenderse con cierta facilidad del cadáver de una Se encaminó, entonces, hacia el bar donde había to-
mujer, pero no podía hacer lo mismo con María. mado los vinos previos a su lúgubre encuentro, sa-
Intentó olvidar la elección, cargar al hombro a la bedor de que no cerraba hasta la madrugada. Pensó
muerta y tirarla por ahí, sin más. Pero había tenido que, incluso, si quedaban algunos de sus conocidos,
esta cojuda idea de darle un nombre, y ya la cosa no estos podrían hacerle alguna referencia a la pesada
podía ser tan fría. broma, y entonces todo volvería a la normalidad.
Desconcertado, buscó respuesta en su fúnebre En el bar restaban solo los borrachos habitua-
compañera. ¿Cómo dejarte? ¿Dónde dejarte? En al- les de las cuatro de la mañana, lo que dio a Marcos

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un indicio más o menos confiable de la hora. Entre Trastornado con la idea, Marcos salió sin termi-
ellos, dormido sobre la mesa, estaba el amigo con el nar su pisco, emprendiendo lentamente el retorno a
cual estuviera a punto de batirse horas antes. su cuarto.
Luego de pedir, en el mostrador, una mulita de En el camino iba pensando, curiosamente, en
pisco, Marcos se sentó frente al interfecto, cuidan- sus padres: en la silenciosa relación que los unía; en
do de no humedecerse las mangas del saco con los la abnegación de mamá, pese a los eventuales exce-
múltiples líquidos que inundaban la mesa. Al cabo sos de papá; en la compañía, en fin, que ellos supie-
de una breve reflexión, sacudió el hombro del indi- ron darse durante tanto tiempo. Compañía, Marcos.
viduo. Tuvo que renovar la operación varias veces, No amor, ni siquiera un suave cariño. Bastaba la
hasta que este levantó la cabeza protestando entre presencia.
dientes. Se encontró así frente a su propia puerta, sa-
Cuadrando los enturbiados ojos, reconoció a biendo que algo había cambiado. Alguien lo espera-
Marcos. Y luego, con una sonrisa cargada de alcohol ba. Su cuarto, habitado ahora, era más soportable.
y desprecio, le soltó: “¿Qué quieres, huevón?”. En Sentado al lado de la cama, acariciando el cabe-
ese momento pareció descubrir que la denominación llo negro, a Marcos le asomó una triste sonrisa a la
era sumamente divertida, así que, ahogándose de boca. Vamos, María, había que devolverte.
risa, repitió en voz alta: “Marcos Garmendia es un Su viejo gabán sirvió para cubrirla. Luego, como
huevón”. un niño, como a una niña, Marcos la levantó en los
Los otros borrachos apenas le hicieron caso, su- brazos y salió a la incierta luz de la madrugada.
mergidos en sus propias discusiones. Ello no impi- El puente quedaba a pocos pasos. El río era,
dió que Marcos sintiera la vívida vergüenza que años evidentemente, el camino más sencillo.
de humillaciones no habían logrado extinguir. Pero Llegó hasta allí, con andar un poco bambolean-
viendo la cabeza del amigo doblarse y caer sobre la te pero la cabeza erguida. Apoyó suavemente a María
mesa, con seco impacto, invadida nuevamente por contra el pretil del puente, parándola sobre sus pro-
los vapores etílicos, Marcos sintió también desprecio pios pies para verla por última vez, con una mayor
por el otro. ilusión de la vida.
En ese momento se dio cuenta de que esa era Estaba observando casi con ternura las delica-
una sensación nueva. Él también era capaz de des- das facciones cuando entrevió al policía que se acer-
preciar. Ergo, eso significaba que podía sentirse su- caba por el otro extremo del puente. Casi sin pen-
perior a su enemigo. Por tercera vez en esa noche, sarlo, entonces, estrechó a María contra su propio
algo semejante al orgullo lo invadió. cuerpo.
De pronto, Marcos se dio cuenta. Todo eso, ¿se- El policía pasó al lado de los enamorados que
ría porque había una mujer en su cama? se besaban. Masculló algo entre dientes, pero siguió

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su camino hasta perderse por el otro extremo y con- Carlos Herrera
tinuar calle arriba. No escuchó, probablemente, el
ruido. ¿Qué te llevó al mundo de las letras?
Naturalmente, la lectura. Aprendí a leer muy
temprano, antes de ir al colegio, y leía de una mane-
ra omnívora, desde cómics hasta el Apocalipsis, pa-
sando por las páginas deportivas de los periódicos.
En algún momento te asalta la tentación de pasar
al otro lado del espejo: la escritura. En mi caso, el
primer producto de relativa seriedad fue un cuento
protagonizado por un perro, que ganó unos juegos
florales en el colegio, en tercero de media. En quinto
gané otro concurso, esta vez interescolar, con el mis-
mo perro pero con estilo distinto. En la universidad
comenzó el contacto y la amistad con otros proyec-
tos de escribas, las discusiones, las colaboraciones
en revistas, etc. El primer cuento publicado en un
medio de alcance nacional fue “Sumidero”, en el su-
plemento cultural del diario “La Crónica”, en 1981 si
no me equivoco. Pero quizás el impulso definitivo fue
el haber sido finalista del premio Copé de Cuento de
1983, con “Morgana”.

¿Recuerdas tus primeras lecturas literarias?


Mi primera lectura seria fue “La Odisea”, cuan-
do tenía seis años. Luego, el “Quijote” —en una ver-
sión escolar—, “Moby Dick” y Edgar Allan Poe. Y des-
pués una avalancha, con un destacado lugar para
novelas policíacas —sobre todo Agatha Christie— y
cuentos de horror.

De ellas, ¿cuáles sientes que se han quedado a


formar parte de tu estilo literario?

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El estilo se fue creando más tarde, al influjo de Quevedo. Por otro lado, “Las musas y los muertos” —
otros maestros. De aquellas lecturas iniciales que- libro en el que fue publicado el cuento— dedicaba un
dan los grandes temas. Y la necesidad de contar, cuento a cada una de las nueve musas, o más bien
bien, una historia. a cada arte que ellas presidían, implicando en todos
los casos una muerte real o figurada. Para Erato,
¿Cómo ves después de años y desde lejos el musa de la poesía erótica, había que vincular, pues,
campo de letras de Arequipa? amor y muerte.
Lamento no estar en capacidad de contestar
apropiadamente esta pregunta. Salí de Arequipa ¿Qué aspecto de la técnica crees que es el más
a comienzos del 81, y mis regresos episódicos son logrado de este cuento?
esencialmente por motivos familiares. En todo caso, No sé. Quizás la elipsis final. En todo caso, el
tuve la suerte de disfrutar, en mis años universita- juicio corresponde al lector.
rios arequipeños, de una movida dinámica e intere-
sante, con la gente de “Omnibus” y la de “Eclosión”,
revista en cuya creación participé, como único pro-
sista, o casi, en un grupo de poetas.

Escribes por igual cuentos y novelas. ¿Cómo ha-


ces la elección del género a la hora de abordar una
historia nueva?
El género se impone como una evidencia cuan-
do surge la idea. Por ejemplo, estaba trabajando un
libro de cuentos cuando me asaltó —creo que es la
palabra apropiada— Ulises García y su rara vida,
que sólo podía ser adecuadamente contada en una
novela. A veces sale un género inclasificable, como
las “Crónicas del Argonauta Ciego”, presentado
como novela por la editorial, aunque cada texto es
una unidad perfectamente autónoma.

¿Cuál fue el punto de partida de “Polvo enamorado”?


No lo recuerdo hoy a ciencia cierta. Supongo que
fue el deseo de hacer algo con el maravilloso verso de

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redes van cambiando de matiz en el transcurso del
DETRÁS DE LA CALLE TOLEDO día, hasta las cinco, esa hora de la tarde en que la
Teresa Ruiz Rosas luz tiene mucho de azul en Arequipa y perturba. Mu-
cho de contraste con la blancura y la consistencia
porosa del sillar y sus vecinos se detienen un ins-
tante a contemplarla, donde estén: a congraciarse
-refunfuñones que suelen andar, con la nevada a
menudo desde que amanece- a congraciarse, pertur-
Para Livia Ruiz Rosas y José Enrique Chirinos bados, por la tremenda suerte de vivir acá. Y por sus
mentes se cruzan como azotes las estrofas del ama-
Desde que lo restauraron para convertirlo en la do vals: Blanca ciudad / eterno cielo azul / puro sol
atracción principal de la ciudad, trabajo aquí a tiem- / montañas de mi lar
po completo y cuanto hago gira en torno del Monas- Me he recorrido el Patio de los Naranjos y la Ca-
terio. Le conozco cada ángulo, cada rugosidad del lle Granada varios miles de veces en estos ocho años
suelo, distingo por la edad a las madreselvas. Me porque en ello consiste mi tarea. Otras tantas he ex-
complazco a veces en acariciar sus muros ásperos, plicado a los turistas las reformas que introdujo la
que se me antojan llenos de secretos, como una cró- Madre San Román de la Vega en el siglo antepasado.
nica silenciosa de siglos. Podrían vendarme los ojos Otras tantas, valga decir, he mirado su retrato del
en cualquier parte del laberinto de callejas, plazue- lecho de muerte, que ahora descifro con facilidad a
las y celdas y yo encontraría el camino sin tropie- pesar de la penumbra: el hábito de superiora, los
zos. Lejos de estar harta, me pregunto cómo va a párpados chorreados como trapos, las manos contri-
ser vivir sin ellas a partir del primero de mayo en tas una encima de la otra.
que voy a tomarme las vacaciones definitivas. No lo He gozado de la singular acústica de la Pinaco-
diré, desde luego, y hasta el primero de junio que teca en los conciertos esporádicos, he podido asistir
tampoco aparezca, creerán que vuelvo. a los grandes banquetes ocasionales en el antiguo
Este convento me es más familiar que la casu- refectorio y el Patio de las Tres Cruces y he apren-
cha de la infancia en mi pueblo mísero de cordillera dido a gozar de las campanadas de las horas, que
adentro y que las dos piezas de alquiler en Cortade- resuenan mejor por los recovecos de la Calle Sevilla
ras: mi vivienda a partir de aquel triunfo que fue para y que antes me habían atormentado como una queja
mí separarme de mi madrina Eloísa habiéndole de- rota, un estrépito de náusea.
vuelto hasta el último céntimo. Libre como el viento. Hace tiempo que ha dejado de preocuparme si
Me sé de memoria cuántas tinajas servían de sería perverso aquello de pasarse la vida entre mura-
lavadero a las criadas de las monjas y cómo las pa- llas y rezos por voluntad propia, sin hombre ni gen-

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tío, o eso de encerrar también a las sirvientas, o de Y «juntos» es otro decir, pero vayamos por par-
venirse caminando con una cruz gigante y pesada al tes. Desde que me escabullí del dominio de mi madri-
hombro, desde Bolivia, y morir aquí. Más me he in- na Eloísa y de sus planes de destinarme al servicio do-
teresado en descubrir las ventajas de vivir sola y sin méstico, había aprendido idiomas con enorme esfuerzo,
volver a pisar mi pueblo, de vestirme como citadina, tesón, y mayor sacrificio para conseguir este contrato
de perder el dejo que delata a las serranas y cultivar indefinido que más de una guía profesional codicia; me
mi lenguaje y de no expresar demasiado mi contento había esmerado mucho en conocer y entender las res-
por las propinas gruesas de algunos turistas. Y, so- pectivas culturas y mentalidades para contarles mejor
bre todo, de no reconciliarme con mi madrina Eloísa: (a ellos, los turistas) todo lo relativo al Monasterio. Me
de carecer de vínculos. pareció, entonces, un poco cursi que mi novio se lla-
Puntual, cumplida, orgullosa, no he faltado un mara Steve, no por llevar yo una combinación tan so-
solo día a mi centro de trabajo y he recomendado a nora de nombres latino y vasco como es Laura Zárra-
medio mundo la crema de pétalos de rosa para bo- ga, sino por ser él habanero de nacimiento. Por mucho
rrar cicatrices y los dulces de mazapán y naranja y Miami que hubiese de por medio.
me he habituado a lavar mi cuerpo con el jabón de Aunque, a estas alturas, vaya una a saber si lo
perejil que también siguen preparando las monjas de Miami era cierto. Y cuánto habría de Cuba, para
en su clausura y vendiendo, diligentes, a través del mí que sólo el acento.
torno de la calle Bolívar o de la boutique del Monas- Steve Cordero, para remate.
terio. Stif. Me daba cosa pronunciarlo. Esteban Cor-
Y porque me lo piden, he tomado con ellos (los dero suena mucho mejor, decidí. Y punto. Se lo dije
turistas) incontables jugos de tumbo y mates de coca cuando volvió:
en el viejo granero hecho Cafetería. Y cuántas veces, —Steve no me parece. Te llamaré Esteban.
después, los he alentado a subir hasta las azoteas —Qué tú crees, que eso a mí me afecta, mi amor.
para observar la perfección de las bóvedas y poder Tú llámame como quieras, como a ti más te guste.
contemplar el perfil de indio dormido del Pichu Pi- «Mi novio» es otro decir, pues el drama empieza
chu, la serenidad del Misti, la magnificencia del Cha- justamente cuando descubro que Esteban, que Ste-
chani bañado a discreción por su nieve perpetua: ve Corder, para ser exacta. Y no hacía ni un mes que
eterno cielo azul / puro sol / montañas de mi lar. me había dicho, a propósito de que el instinto me
No podría haber elegido, entonces, otro lugar hizo tocar el tema:
para matar a Esteban. —Pero Laura, por qué tú te pones nerviosa, mi
amor. Si te he dicho que nos vamos a casar, nos ca-
«Esteban» es un decir, es el nombre que le puse yo al samos. Sólo hay que tener paciencia. Cómo tú pue-
cabo de algunos meses de estar juntos. des desconfiar, chica.

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Era un apoyo moral para mi barriga que se ha- hecho un imán, se apodera del organismo. Una no
bía puesto a crecer después de tres años de amoríos se explica de dónde tanta fuerza, se registra ante
turbulentos y, en lo que a mí respecta, exclusivos y el espejo. Una tiene veintiocho años y los últimos
primerizos. Se lo dije en el tono de la dicha, radian- tres respira a merced de las visitas arbitrarias del
te, rozando el cielo con los párpados. Tratando de hombre que ama. No, el mes que viene no puedo,
apaciguar aquel torrente de escenas felices que me no tengo ningún grupo qué guiar, pero el siguiente
inundaba el ánimo. sí, mi amor, ahí nos vemos, no te adoro, acaso. Una
Pero un montón de caricias, besos se me queda- se queda mirando el auricular y no lo rompe porque
ron bailando ridículamente en los labios. A Esteban no es bruta. En fin, no pretendo armar un guión de
le había cambiado la cara de golpe, una palidez de telenovela. Yo lo único que necesito es quitarme este
lápida había caído sobre aquel bronceado de dolce horrible peso de encima.
vita. Al cabo de solemnes minutos habló, de mejor Esto de callarse de por vida, no poder escuchar
talante, aunque sin poder ocultar su desacuerdo: jamás un «hiciste bien, Laura, se lo tenía merecido».
—Pero chica, Laura, por qué tú exageras, mi Me escurriré de esta celda del Noviciado, cuya
amor. Ese asunto mejor postergarlo. Para cuando restauración aún no termina, segura de poder guar-
estemos bien instalados, ¿no te parece? Ahora anda- dar silencio absoluto a cualquier precio. Lo he leído
mos a salto de mata. Y yo quiero tenerte como una tantas veces al entrar a los claustros, y lo tendré que
princesa. seguir leyendo hasta fin de mes, esculpido en la pa-
—He juntado algún dinero, ahorros, si es eso lo red espesa, como un abanico: S I L E N C I O.
que te asusta. No hace falta que tú, quiero decir que
yo también podría... Y en absoluto silencio y a la escasa luz de una lin-
—No, no, precipitarse trae mala suerte, chica, terna, vuelvo a examinar el retrato de la Madre San
todo en su momento, en su sitio, acaso vamos a per- Román de la Vega que tengo en frente. Quién sabe
dernos de vista. si hubiera preferido que no la pinten de muerta: no-
Se las agenció para cambiar de tema con la voz nagenaria, sin expresión en el rostro ni siquiera ya
que me hacía tilín y el desparpajo de quien se sabe de recogimiento; lleno, sí, de lunares borrosos, como
querido, venerado por encima de cualquier obstáculo. un mapa con señas marcadas al azar después de
Cambió de tema convencido de haber liquidado un cataclismo. Me ha costado trabajo descolgar el
el asunto. retrato de la Madre San Román de la Vega, he teni-
do que empujarlo con una esquina del reclinatorio,
Otra cosa es llevar el asunto en las entrañas. Move- trepada como un equilibrista sobre la tarima de su
dizo, ensanchando caderas, pechos. Se trama una alcoba. Me ha dado asco enredarme la muñeca con
complicidad de hierro entre las células. El instinto, telarañas. Pero me hacía falta su compañía, una pre-

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sencia que me diera valor para sobrellevar el abismo. de la mañana. Recorremos el Monasterio en hora y
Algo tangible y banal como las pesadas bolsas de sus media, dos horas, en inglés, o francés, o italiano, y
ojos o su nariz de ornitorrinco, que me transmitiera en la Calle Granada no me detengo más de lo indis-
desprecio por el cuerpo humano, por la esclavitud pensable ni se me pasa por la cabeza dar la vuelta
de su belleza, remitiéndome a las causas nobles del y toparme con el lugar de los hechos. Sé que a nin-
espíritu. Algo, por último, que me ayudara a familia- guna guía se le va a ocurrir en semanas, quizá en
rizarme con las dimensiones del silencio sepulcral años. Y a fin de mes, que me tocan vacaciones, que
que me espera. empezará a notárseme el embarazo que ellas jamás
sospecharían, me voy con mis ahorros al extranje-
No he pegado ojo en toda la noche, demás está decir- ro. Desaparezco del mapa sin decirle a nadie que es
lo, no he dejado de sentir las culebrillas correteando para no volver y que somos casi dos que nos vamos
por mi panza como si mi panza fuera un paraíso de lejísimos. A quién le importa, en el fondo, en esta
travesuras. Pero estoy preparada: en unos minutos, ciudad que tampoco es la mía.
apenas despunte el día, me dirijo a la amplia celda El Monasterio contratará una experta titulada,
de la Madre San Román de la Vega, en la Calle Sego- de las tantas que pululan en lista de espera. Forza-
via, y devuelvo el retrato a su sitio mientras la miro rán la puerta de mis dos piezas de Cortaderas, can-
a toda luz: bigotuda por excelencia y sin color la tez. sados de tocar, apenas detecten que debo un mes
Regreso a mi escondite del Noviciado colmada de arriendo. No hallarán ninguna pista suponiendo
de oxígeno, algo repuesta y, cuando las mujeres de que quisieran cobrárselas. Lo he previsto todo: tra-
la limpieza hayan terminado de pasar escobas y plu- mité el pasaporte la semana pasada, viajaré en tren
meros y el portón y la boletería ya estén abiertos al a Puno, seguiré en ómnibus hasta La Paz y de allí
público, a las nueve, camino con tranquilidad, recién volaré a Bélgica. De las innumerables direcciones
maquillada y soberana de mi lengua, a la Cafetería. que me dejan los turistas, y a deducir por las pos-
Como si no estuviera desfalleciendo y espanta- tales y fotos que algunos me envían —son así—, por
da de Laura Zárraga. Como si acabara de llegar de su insistencia cordial en que no deje de visitarlos,
Cortaderas y me apeteciese desayunar rico, simple- creo que aquella pareja de psicólogos, matrimonio
mente. Un jugo de papaya, salteñas, una leche vi- sin hijos, afincados en Amberes, que acompañé a
nagre con miel de chancaca. Como si jamás hubiese comprar chocolates de “La Ibérica” y comer picantes
matado a Esteban. en “Los tres sillares” podrán cobijarme hasta que me
Luego me siento en la glorieta junto a la bolete- establezca. Porque una vez fuera del país, poco me
ría, escucho y celebro las anécdotas de la víspera y importa que en la fumigación anual de octubre, a
los pormenores de sus vidas íntimas que mis colegas más tardar, descubran el cadáver. No me enteraré
comentan hasta que se me designa el primer grupo siquiera. O en una de esas, tampoco, tampoco lo en-

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cuentran. Pasa tan desapercibido el pasaje detrás de de los Deseos. Yo, que siempre me había mantenido
la Calle Toledo... al margen y había criticado en silencio los romances
Sea como fuere, para entonces estaré de siete fortuitos de mis colegas con extranjeros. Yo que no
meses y pico, muy ocupada con el ajuar de mi niño sabía bien qué hacer con la lengua. Lo que sigue, has-
y practicando natación a diario. Y es que no ser me- ta que Esteban tomó el avión de regreso a Lima, para
nos vil ni menos ruin que Esteban me reconforta. Me continuar supuestamente a los Estados Unidos, no
da la seguridad de haber obrado con justicia y sin creo que sea demasiado original a pesar de mi don-
tener que comprar el silencio relativo y engorroso de cellez y la asiduidad con que echamos mano del ron
terceros. Con el corazón hecho tripas, pero el vientre y de las sábanas. Así nomás habían sabido ser estas
a salvo y la cabeza en su sitio. Con la convicción de cosas, me dije, engolosinada, en algún instante en
que el resto es secundario. que intenté reflexionar sobre cuanto hacía.
E inmune, con las manos limpias. Con aquel Tampoco creo que fueran demasiado originales
tipo de desprecio que suele traducirse en elegancia sus visitas cada tres, cinco, ocho semanas con distintas
y refinamiento a la hora de diseñar punto por punto clases de turistas. Decir que me enamoré hasta el tué-
un plan nefasto. Pero justo. tano es una confesión incompleta. Que me puse a sus
Porque a mí nadie me quita del cerebro que pies tampoco describe con exactitud mi espectacular y
aquella boda ha sido sólo por el billete y las cam- paciente entrega. En todo caso, me di sin temores, sin
panillas. Por darse a la buena vida. El imbécil de prejuicios, sin secretos. Sin una sola mentira. Y me
Esteban me quería. creí su leyenda de pe a pa porque oírlo hablar era una
Y supo sacarles el jugo a mis encantos. Y el fruto. delicia.
Como música. Siempre con un puro encendido
Él apareció por aquí, la primera vez, cuando hacía va- y ese coqueteo de quien se desentiende de las co-
rios años que el Monasterio de Santa Catalina estaba sas aburridas. Me parodiaba las extravagancias de
abierto al público y atraía la atención del mundo por sus amigos, me describía detalles insólitos de Flo-
la belleza singular de su arquitectura. La misión de rida, me canturreaba boleros de la guardia vieja, y,
Steve era guiar a un grupo de granjeros de Arizona, tarde o temprano, acababa exponiendo de manera
bastante toscos y poco versados en los usos de clau- hilvanada y plausible un futuro común, nuestro, de
sura. Nos miró a todas en la glorieta y me eligió a mí novelita de Corín Tellado que colecciona mi madrina
para conducir por el Convento a sus gringos y a él. Y Eloísa. Entre cuento y cuento, como música tam-
la misión del destino, al parecer, era que nos besá- bién, me poseía. Ahora pienso que era una buena
ramos esa tarde, perturbados, eterno cielo azul, con receta culinaria, cuyos ingredientes no se aventura
prisas en una de las azoteas mientras los granjeros se uno a cambiar para evitarse sorpresas.
divertían lanzando sus centavos de dólar a la Pileta

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Si al menos hubiera evitado la foto en semejante re- no ha de saber nada de mí, la viuda Ana Rosa, qué
vista. Con tamaña cara de triunfo. Qué creería, que pueden preocuparme sus pesquisas.
una pobre self made guía turística de provincia, em- Yo no lo hice venir para pedirle explicaciones.
peñosa en superarse, con poco tiempo y enorme He nacido en un pueblo áspero, donde la gente habla
desprecio para la lectura de revistuchas frívolas no poco, actúa. Ha sido criada para trabajar como las
las iba a curiosear igual en la consulta del médico, mulas. Y anda bastante resentida.
por ejemplo. —Los Zárraga, hija —alcanzó a decirme mi ma-
Y al médico fui, vaya ironía, por el «asunto». dre antes de morir, tísica—, somos pobres como ra-
Falta saber si el feliz novio, en su derroche de tas de convento, por bastardos, para que lo sepas.
alegría, se percató de que posaba para la prensa del Pero has de ser orgullosa hasta la médula. Has de
corazón y no simplemente para el álbum de la fami- esforzarte y salir de la inmundicia y la miseria.
lia. Falta saber qué versión se tragaría la familia y Yo era muy chica para entender sus palabras.
qué versión se venía tragando la flamante señora de La miré con cara de pregunta. Ella añadió:
Corder, ex viuda de Santisteban. —No te dejes pisotear por lo que más quieras.
Quiero decir, la flamante viuda de Corder, ex Defiéndete sobre todo de los hombres, todavía hay
viuda de Santisteban. Al ver que su cónyuge segun- mucho canalla suelto. Y cómo mienten, cómo se las
do no asoma el pelo, empezará a ponerse celosa y ingenian para repetir el plato. Cuídate mucho, hijita.
a dudar de él. Días después comenzará a odiarlo,
examinará las razones de su boda, consultará con Ni siquiera lo hice venir para chantajearlo, como me
sus abogados. Dará órdenes de que lo busquen por habría aconsejado, con seguridad, mi madrina Eloí-
todo Lima y se lo traigan de inmediato, en cualquier sa.
estado. La próxima semana renegará de su edad y Cuando fui a recibirlo al aeropuerto no estaba
del color falso de su pelo. Y desesperada, deshe- segura de que llegaría. Me había telefoneado des-
cha, sin pizca de fe en su siquiatra, le costará una pués de cinco semanas de silencio para anunciar-
fortuna al cabo de un mes, o dos, constatar que me que estaba en Lima y trataría de organizar una
es en vano, no está su marido, tan eficiente en la visita hacia finales de mes, quizás, con un grupo de
cama, tan buenmozo, todo parece indicar que se lo jubilados de Oregón; que hasta junio que empezaba
tragó la tierra. la temporada alta no estaba nada fácil la cosa. Que
Que tampoco se diferencia tanto de la piedra él había aprovechado para estudiar mucho. No hizo
porosa de lava volcánica, capaz de guardar hasta ninguna pregunta sobre mi estado. Yo tenía aún, a
el hedor a cadáver como un secreto. la vista, aquella página de “Lima linda” que arran-
Ignoro con qué triquiñuelas se escaparía Steve del cara, un par de semanas atrás, en la consulta del
palacete de Monterrico para venir a verme. Y como médico. La tenía todo el tiempo, envenenándome la

228 229
vida y el sueño. Pero le dije, como un ultimátum y abundantes, azulinos, mis cabriolas en el lecho que
con un resabio de cariño cierto y falso: aprendí a su antojo lo sacaban de quicio. Se alegró
—Esteban, me prometiste que una vez vendrías tanto de verme, que ni averiguó la causa de mi ur-
solo, sin turistas, por mí. Ahora lo necesito. gencia. Me compró un ramo de claveles y me estre-
—Pero, chica, acabo de decirte chó, creo, con más ternura que otras veces. Pero co-
—Que sea miércoles, mejor, que tengo el día metió el error de no interesarse por mi vientre ni en
libre, iré a esperarte. un sentido ni en otro. Aquello podría haberme desar-
Y colgué, y corrí a prenderle fuego al recorte de mado. Y cometió también el desatino, fatal, de seguir
prensa y salí a caminar por la avenida Bolognesi, a ocultándome sus enredos. Pensaría que cada noticia
mirar el río. en su círculo, o que ya no es como antes, o qué pen-
saría, pero no se había preocupado de que una boda
Es más, mientras veía aterrizar al avión este medio- por todo lo alto sigue siendo un suceso periodístico.
día, sólo deseaba que no viniera como los dos miér-
coles anteriores. Yo había desconectado el teléfono Me estremece pensar en su lenta agonía. Lo maté por
desde su última llamada; había vuelto de mi paseo principio, no para mi regocijo. De qué sirve la masa
con una decisión firme. sin espacio, pensé al verlo ahí embutido, como metal
Pero se bajó el primero, grande y con los rizos vaciado en un molde previsto.
castaños más crecidos y la piel más dorada y un Confieso que hubiera preferido una muerte ins-
tabaco a punto entre los dedos. Se bajó sonriendo. tantánea, sin esa eternidad inútil que habrá sido
Sus ropas eran nuevas, más finas, noté que no lle- para él ir perdiendo el aire y la mala fe por gusto,
vaba zapatillas sino mocasines y maletín de cuero cuando es demasiado tarde, cuando se apaga hecho
en lugar de mochila. Que el par de quilos que había una amalgama compacta su fornido cuerpo en un
subido lo favorecían. Noté cuán habituada estaba a hueco cerrado y no más grande que él, tan a su me-
sentir el llamado de su cuerpo. dida que no le permite ningún movimiento fructífero.
Pero yo tenía que cumplir conmigo. Sabía que Apenas unos rasguños en la puerta astillosa, que no
era la única forma de hacer justicia y me había cos- habrán conseguido sino hacerle sangrar, en vano,
tado mucho decidirme. Yo lo había hecho venir para las yemas de los dedos. Y toda su fuerza concentra-
matarlo. da en empujar la puerta con hombros y rodillas y el
perfil entero, incluso la cabeza, negándose a creer
Y él, bueno, él era demasiado vanidoso y pagado de que aquellas moles centenarias y aquellas bisagras
su suerte como para imaginárselo. de hierro resisten la presión de toneladas.
Se alegró mucho de verme, como siempre. Sé Me estremece pensar en su lenta agonía, repito,
que mis rasgos mestizos y delicados, mis cabellos pero yo no podía correr un solo riesgo.

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Del aeropuerto tomamos un taxi a Cortaderas y, des- poco escribir, ya me conoces, hombre de números.
pués de unas intimidades silenciosas, angustiadas Prefiero llamarte por teléfono.
de mi parte, mas no por ello menos satisfactorias y Y la brújula que determina la dirección de los senti-
motivo de júbilo para él, sugerí que fuéramos a pie mientos no me ha hecho detestar a la viuda Marte-
al centro. lada, no aparatosamente fea aunque algo desabrida
Me parecía tan grotesco caminar con él del bra- a pesar del tono cobrizo de su pelo muy cuidado. Ni
zo, cruzar la avenida Bolognesi, el puente Grau dete- más de diez o doce años mayor que Esteban...
niéndome a mirar el río como busca uno en el espejo La brújula que determina la dirección de los
la cara del otro, la prueba de que aún no se ha ido. sentimientos hizo que concentrara mi obsesión de
Me parecía grotesco, sí, dejarme tomar de la cintu- castigo en él.
ra como si no hicieran siete semanas y pico que la Y qué sabía yo de aquel Esteban cuyo nombre,
viuda Ana Rosa Martelada, hija de los dueños de la a fin de cuentas, me había inventado. Qué llegué a
conocida cadena de supermercados que han invadido saber en tres años de amoríos. Que vivía en el esta-
el país en batalla frontal con la informalidad, hubie- do de Florida. Que me adoraba. Que traía grupos de
se contraído matrimonio con el apuesto «promotor de turistas al Perú cuando se presentaba la posibilidad
ventas» norteamericano Steve Corder «afincado des- para así costear sus estudios de posgrado. Que sólo
de hace algunos años en nuestra capital. La madre conmigo gozaba y siempre estaba extrañándome y
del novio, portorriqueña, llegó especialmente de San me era fiel como un perro. Que le faltaba poco para
Juan para la ceremonia. Los padres de la novia ofre- examinarse y entonces iríamos a vivir allí, casán-
cieron un exquisito banquete en el Hotel Crillón a los donos, qué tú crees, allí donde le dieran un puesto
quinientos invitados. La feliz pareja partió de luna de fijo... Que me adoraba cada vez más por ser buena
miel a Buenos Aires, Asunción y Río de Janeiro. A su y linda y trabajadora y fiel. Que sus padres ya lo sa-
regreso, estrenarán residencia en Monterrico»... Vaya bían, lo felicitaban por su suerte, chicas así y sanas
si tengo buena memoria para algunos textos... ya no hay, me mandaban saludos. Que me adora-
Y yo que había echado, de camino al médico, ba para toda la vida, pero por ahora debía concen-
como cada jueves o viernes, una carta para él a un trarse mucho en los estudios, eran endemoniadas
apartado de Lima, de la agencia de viajes «El Cama- de aprender las cosas que exigían los gringos para
león» que nunca se me ocurrió, por cierto, averiguar darle a uno un PhD. Pero él lo conseguiría antes de
si existía. cumplir los treinta porque me adoraba, cuestión de
—Mejor que tú me escribas siempre a Lima, tener un poco de calma, eran unos cuantos meses,
mi amor —me había dicho desde el principio—, del un semestre más y ya. Lo más importante de todo,
Camaleón mandan todo a Miami por courier y así que no se me olvidase, era que a mí, él me adora-
puedo saber antes de ti. Yo más bien soy persona de ba...

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Y yo era del género de las personas crédulas, cinco. Yo sudaba y esperaba cualquier milagro que
por naturaleza. De aquellas que no piden documen- nos obligara a huir despavoridos, un terremoto, una
tos, que no se empeñan en ir al lugar de los hechos, alarma de incendio.
que aceptan reglas desventajosas en los juegos ver- Mirábamos los cuadros de la Escuela Cusqueña
daderos. Y, también por naturaleza, de aquellas que como si no los conociésemos. Estuvimos a punto de
escriben más cartas de las recibidas y no les hace firmar en el libro de visitantes, pero le tiré suave-
ninguna falta poner los cuernos. Que se consagran mente de la manga y, en lugar de salir por la reja
a uno, con vehemencia, viva donde viva. Aparezca giratoria que da a la glorieta, lo conduje a los con-
cuando aparezca. fesonarios junto al zaguán añil del Patio de las Tres
Cruces.
Ayer la tarde brillaba mucho. Él mismo me lo dijo: —Siéntate ahí —le dije—, estarás molido. O de
—Qué pasa con tu ciudad, chica, parece que se repente es hora de largar tus pecados.
engalana para nosotros. Una jugarreta de último minuto de mi subcons-
No entendió mi amenaza: ciente. Una metáfora abierta, una súplica de que me
—No es mía —le dije—. Y no te fíes mucho, no contara todo con pelos y señales, con razones por
vayas a quedarte pegado en esta ciudad como una rastreras que fuesen: un deseo morboso y enorme de
lapa. perdonarlo y perdonarlo, de envolverlo para siempre
No tenía por qué entenderla, pero soltó una car- con mi perdón: de que se quedara conmigo.
cajada hueca de cortesía. Cruzamos el parque San O de fugarnos a donde él quisiera. Juntos.
Francisco. Aquellas flores de jacarandá regadas por No se dio por aludido. Su actitud de ave de paso
el suelo contribuían a agitar mi espíritu. Lo había desentendida era la misma a la que tan bien acos-
hecho venir para matarlo, pero yo no creo que nadie tumbrada me tenía. Su plaza para mañana en el vue-
haya nacido asesino. Al torcer por la esquina de Zela lo de las once, confirmada. Acaso se había quedado,
a Santa Catalina, en dirección a la Plaza de Armas, alguna vez, más de veinticuatro horas en Arequipa
le insinué que entráramos al Convento, por una vez, con los dichosos turistas.
solos. Al lugar donde nos conocimos. —Qué ocurrencias tú tienes, chica —me dijo—,
Su mala conciencia le impedía negarse a cual- qué caprichos, y qué complejo de cura confesor te ha
quier pedido mío. Hicimos, en asombroso silencio, salido de pronto, mira que son morbosos los curicas.
un recorrido obvio, tácito: los tornos, la luz radiante Sólo falta que me tomes una foto ahí sentado.
a través de las piedras de Huamanga, las azoteas. Ocurrencias, caprichos, complejos. Eran las
La celda diminuta de la monja mártir que se vino a cinco y cuarenta y no quedaba un alma en el área tu-
pie desde Bolivia. Cruzamos el Claustro Mayor para rística del Monasterio, dividida de la actual residen-
entrar a la Pinacoteca, cuando acababan de dar las cia de las monjas por un muro de sillar y una zona

234 235
en ruinas. De sobra sabía yo que el viejo Hermene- En la única trampa que caen los hombres, pensé
gildo cerraba las rejas y el gran portón a las cinco aterrada, es en la del desafío.
y media en punto y se iba a invitarle una copita de Esteban dijo:
anís a su amigo el zapatero de la esquina de Ugarte. —Qué tú crees, chica, que porque soy gran-
De sobra sabía que las últimas hordas de visitantes dulón no me puedo yo doblar como un muñeco de
abandonaban el único convento del mundo con ciu- goma, faltaría más. Soy muy flexible, Laurica, con
dadela a las cinco y veinticinco como máximo. Que mayor razón si tú me lo pides.
de la boletería colgaba un candado desde las cinco Y esas han sido, paradójicamente, sus últimas
menos cuarto. palabras.
Dimos la vuelta a la Calle Toledo y fuimos a dar Fui veloz. Velocísima.
a aquel pasaje que las guías omitimos sistemática- Los largos muslos lo forzaron a una posición fe-
mente de los recorridos porque sólo tiene un par de tal, las rodillas parecían frenarle los latidos del co-
cámaras para hacer la penitencia, idénticas a las razón. Había encogido también los brazos y —como
que están en el zaguán contiguo a la Calle Sevilla, parodiando mi mandato— había colocado las manos
más que suficientes estas últimas para ilustrar o es- una encima de la otra, en actitud contrita como la
pantar a los turistas. Madre San Román de la Vega en su lecho de muerte.
Aún quise besarlo para olvidar, aún quedarme Antes de caer en la tentación de perdonarlo a su
con sus retazos de vida falsa que sí me pertenecían, mirada parda, de caramelo, al bamboleo de sus ri-
acaso no estaba ahora conmigo, acaso no y muerto zos, di un empujón certero a la vieja puerta astillosa
de ganas de llegar a mi pieza y volver a colmarme de y, con una destreza que ignoraba yo misma, giré esa
su sed y su gala. llave centenaria dos veces.
Aún quise apretar sus cejas tupidas para leer Sabía muy bien que aquel escondrijo de la en-
más adentro. Gritarle que me daban igual sus fá- mienda era hermético y que, en épocas tenebrosas
bulas o estafas con tal de que quisiera al niño, le que ya pasaron a la Historia, las monjas catalinas de
diera presencia, apellido. Quise decirle eso, y más, un metro cuarenta se sentaban ahí no más de me-
y borrón y cuenta nueva. Pero sólo llevaba odio en el dia hora y se encerraban ellas mismas por dentro a
cuerpo. Lo sentía en las venas, bullir; en la crispación sudar la gota gorda del arrepentimiento. Por eso las
de las clavículas; en mis músculos tiesos. Me intro- llaves estaban siempre listas en sus cerraduras, del
duje, en cambio, en aquel agujero, lo miré un rato, lado de afuera. Lo había relatado a los turistas en
salí y, con una voz muy contundente que me sonó mejores términos al mostrarles las cámaras del za-
ajena, le dije: guán junto a la Calle Sevilla. Sabía también que Es-
—A que no eres capaz de meterte tú en seme- teban sufría de claustrofobia aunque jamás hubiera
jante cubículo, apostaría. hecho aspavientos de ello en público. Sabía que la

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voz no le daba para mucho por fumar tanto. de Esteban incrustado para siempre en aquel espa-
Sabía que había analizado, incluso, media doce- cio, viéndolo bien, a su medida.
na de imprevistos remotos. Y cada vez que pase por la Calle Toledo, hasta el
treinta de este mes, habré de recordarlo encorvado
Como un juego minucioso. Él ahí, encajado hacien- y sumiso y de perfil. Habré de maldecirlo por estúpi-
do de última pieza de un rompecabezas. O como una do, por no haberse tomado la molestia, al menos, de
obra maestra. Él ahí, impregnando de un sudor he- cuidar que yo jamás me enterara de sus asuntos. A
lado los entresijos de una muralla histórica, conver- mi niño, en todo caso, lo llamaré Esteban y le dejaré
tido en patrimonio de la humanidad, vamos. crecer los rizos hasta la nuca. Y cuando empiece a
Él ahí, dejando que la piedra blanca atrape aun preguntar, le contaré que su padre murió de pulmo-
su olor, lo esparza entre sus poros con una discre- nía en un viaje muy raro que hizo, muy desatinado,
ción cómplice. en pésima época y sin consultarlo conmigo.

Por temor a ceder y que todo se transformase en una (Friburgo de Brisgovia, 1993)
broma pesada, por evitar caer en la vergüenza de
una escena de lástima, caminé sigilosa hasta la Pla-
za Córdoba. La luz de la tarde bañaba las paredes de
la antigua cocina de tres alas y los arcos ocres de la
Calle Sevilla.
Sudaba a chorros, eso sí, y la llave medio oxida-
da me ardía en la mano. La miré con cierto respeto.
Era igual a las llaves que dibujaban en los métodos
de idiomas, no como las que se usan ahora. Del mo-
delo de llaves por excelencia, tal como puede imagi-
narse la gente menuda que será cada llave de San
Pedro: grande, sólida, negra, pesada.
Me asombré de mi falta de piedad, de mi maña,
de mi éxito, y no tardé en arrojar la llave a la Pileta
de los Deseos. De espaldas, como es el rito. Pidiendo
con toda mi alma que jamás se me escape el secreto.
El ruido que provocó al caer fue quedo, y le seguí
la pista hasta saberla, por fin, ahogada entre cientos
de monedas de los turistas. Ahogada como los gritos

238 239
Teresa Ruiz Rosas ¿Sientes que formas parte de la tradición litera-
ria arequipeña? ¿Cómo la ves desde fuera?
En una casa de poetas y libros no sería raro descubrir Creo que me falta conocerla a fondo, mi forma-
la literatura, ¿recuerdas el momento? ción literaria, en general, es muy desigual y anár-
De niña, mi madre me leía cuentos de Oscar quica, en ese sentido también muy libre. Por eso in-
Wilde antes de dormir, y mi padre me despertaba terrumpí mis estudios de teoría literaria, porque no
con poemas de García Lorca y Darío. Luego él mismo soy muy amiga de leer por imposición. Desde luego
me enseñó a leer, antes de entrar al colegio, y como me gustaría llegar a escribir algún día una novela
precisamente en esa época fundaron ellos la Libre- del extraordinario nivel de “La casa verde”, por ejem-
ría Trilce, mi mayor diversión era la lectura. Ahí fue plo, cuyo autor es arequipeño.
que descubrí el placer de leer lo que me apeteciese,
y como felizmente no pedía siquiera libros “malos” ¿Qué te motivó la historia del asesinato en el Mo-
(que los hay, y tanto) nunca hubo censura. nasterio?
Vivía a dos cuadras del Monasterio cuando se
¿Qué escritores crees que han dejado su huella abrió al público y la visión de esas celdas para hacer
en tu estilo y tu visión del mundo? penitencia me pareció terrorífica, cada vez que iba
Lo de las huellas en el estilo me cuesta mucho llevando amigos o familiares que llegaban de visita,
verlo, creo que eso pueden verlo mejor los lectores. me quedaba pensando en esa práctica que me resul-
De hecho me ha ocurrido que críticos muy buenos taba bastante inhumana. Muchos años más tarde,
han comparado alguna obra mía con otra de algún viviendo en Friburgo de Brisgovia, me pidieron un
autor que yo no había leído. Eso me encanta porque cuento para una antología de género negro de auto-
me hace sentir que no escribo tan mal... Natural- ras latinoamericanas, tenía que ser un relato en que
mente corro a leer aquello. Por el Colegio Peruano- una mujer fuese la asesina, la víctima o la detecti-
Alemán me acostumbré a leer desde chiquilla tam- ve. Tenía el asunto pendiente, cuando una editorial
bién en otras lenguas, y creo que eso no ha dejado de Barcelona rechazó mi manuscrito de “El copista”.
poca huella. De hecho, cuando termino de leer una Entonces me acordé de aquel encargo y pensé: una
novela, una pieza de teatro que me conmueven, mujer va a ser la asesina y me senté a escribirlo.
pienso cuánto me gustaría escribir así.
Lo de la visión del mundo es algo más tangi- ¿Cómo lo trabajaste?
ble. Primero Dostoievski, después Dürrenmatt, Böll, Lo escribí, excepcionalmente, muy rápido, en
Thomas Bernhard, Rulfo, Donoso, Sábato y después dos semanas y media. Digo esto porque, en gene-
Sebald, Bolaño y Vila-Matas mucho antes de que es- ral, me demoro siglos en terminar un texto. Recordé
tuvieran de moda. Y seguramente muchos más. tres casos que conocía de muy cerca, de mujeres que

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habían sido objeto de vil engaño, y fusioné las tres
historias en una. Quería proponer, metafóricamen-
SÁBADO POR LA TARDE
te, una respuesta radical a un hecho que se acepta Rosa Núñez
con demasiada resignación o con inútil vergüenza.
Por otra parte, me interesaba la idea de un crimen
perfecto —será porque juego ajedrez, quizá— y sin
derramamiento de sangre, ni una gota.

Caminaron todo San Francisco sin decir palabra al-


guna. Al llegar a la Plaza de Armas él se detuvo a
comprar unos cigarrillos. “¿Quieres uno?”, le pre-
guntó a su mujer. Melania movió afirmativamente la
cabeza, dejando que un flequillo de su cabellera cu-
briera parte de la frente. Luego siguieron caminando
hasta entrar en un café. A menudo lo hacían, sobre
todo cuando descubrieron que los sábados por la
tarde resultaban terriblemente tediosos. Al menos,
los domingos ella iba a visitar a su madre, y de lunes
a viernes cada quien hacía lo suyo.
Escogieron la mesa más cercana a los portales,
desde donde se podía ver la plaza. El vuelo conjunto
de las palomas de la catedral hacia la fuente central
y el grito de los niños que intentaban atraparlas arre-
bataban la tranquilidad del lugar. Ella recordaba muy
bien cuando era niña, y su padre, después de misa, la
dejaba correr tras las aves. Algunas veces había logra-
do cogerlas, les acariciaba su plumaje gris o les daba el
triguillo directamente a sus picos; otras tenía que con-
tentarse con verlas desde el auto, sin poderlas tocar.
“Iremos donde Joaquina, ¿no?”, preguntó ella
sin dejar de ver a los niños. Álvaro fingió no escu-
char y se dejó llevar por la suave melodía que so-
naba en los parlantes. Melania no insistió. Tomó el

242 243
café y continuó viendo la plaza. Había partes en que una esquina y ella subió tres cuadras más por la ca-
parecía alfombrada por esos cuerpecillos grises. “Si lle Mercaderes. Tenía el tiempo suficiente para bus-
quieres, ve tú”, dijo Álvaro después de un larguísi- car algo que realmente la contentara, después iría
mo rato, cuando ya Melania se había olvidado de la directamente donde sus compadres.
invitación. “Preguntarán por ti. Después de todo es
nuestra ahijada”, contestó ella. Álvaro pensó en sus Entró en una tienda, en cuyas vitrinas se exhibían
compadres, siempre tan solícitos y atentos, mostrán- juguetes. No era época navideña, sin embargo, había
dole, cada vez que podían las fotografía de Joaquina: muchos niños que entraban y salían con sus padres
su nacimiento, los primeros dientes, los primeros y con paquetes de distintos tamaños. Al ingresar vio
pasos, el primer año y entonces el bautizo. Melania que una turba bulliciosa rodeó a un simpático ar-
y él aparecían en varias fotos con la bebé en brazos. lequín. Le llamó la atención aquel cuerpo delgado
Ella lucía feliz, radiante; él siempre con la misma cubierto de malla roja que se contorsionaba gracio-
expresión ausente. Álvaro se turbó al recordar lo in- samente sobre el piso, haciendo reír a la gente. El
quieta que era la pequeña. Aquello confirmaba su hombrecillo después repartió dulces y se fue a otro
idea de no tener hijos. “Ya inventarás algo”, agregó él sector. Los pequeños se dispersaron inmediatamen-
con un aire de desenfado. Esa respuesta seca ya no te, excepto una niña que corriendo fue donde Melania
provocaba en ella ningún resentimiento como antes. y le tomó la mano: “¡Vamos, mamá!”. Ella se quedó
Se había acostumbrado a lo largo de esos años a la perpleja, pero se dejó llevar por esa mano suavecita
parquedad de su marido que se acentuaba más du- y tibia que la conducía por los pasillos de los pelu-
rante los fines de semana. ches. Sólo después de un momento una jovencita se
Continuaron en silencio un buen rato. En la acercó donde la niña y le preguntó: “¿Dónde andas,
pared del fondo el reloj marcaba las cinco y media. te estaba buscando?”. La pequeña no quiso soltarse
Ella, cogió su bolso y extrajo un pequeño espejo: ya de Melania, pero al final se fue con su mamá.
no tenía el rostro lozano. “Iré a comprarle un regalo, Melania salió de la juguetería sin comprar nada
¿me acompañas?, le preguntó mientras se contem- y de pronto se vio caminando entre las palomas. Pen-
plaba. “¿Otro más?, inquirió Álvaro. “Recuerda que só en Álvaro. El tiempo había pasado entre tantas
es su cumpleaños, y a mí me encanta la carita que peleas, pero, al fin y al cabo, la negativa persistía,
pone cuando abre los regalos”, agregó ella. “Bueno, más aún después que el médico le había advertido
pero tendrás que regresarte en taxi, yo voy a ver el de ciertos riesgos de un posible embarazo. Un hijo
partido”, respondió Álvaro mientras llamaba con un quizá hubiera llenado el vacío que sentía.
ademán al mozo para pagar la cuenta. Luego am-
bos salieron del café, cruzaron la plaza. Las palomas Cuando Álvaro sintió que un auto estacionó frente
estaban cobijadas en la catedral. Se despidieron en a su casa, se levantó y vio a través de la cortina: era

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Melania, que bajaba de un taxi. Le abrió la puerta. Rosa Núñez Pacheco
“Llegas temprano, ni siquiera ha empezado el parti-
do”. Ella dijo que estaba cansada y que mejor se iría
dormir. En su cama se ovilló lo más que pudo. Cerró ¿Recuerdas cuándo y cómo tuviste tu primera impre-
los ojos y no quiso pensar en nada. Aquella noche sión con la Literatura?
soñó con las palomas. Desde mi niñez presentí que había una vida pa-
ralela a la que vivía. El lugar donde crecí se presta-
ba mucho a la imaginación. Se llamaba Toquepala.
Era un campamento minero en medio de unos ce-
rros inmensos, con un tren que atravesaba un tú-
nel llevándose el mineral día y noche, con hermosas
puestas de sol que nunca más he vuelto a ver, con
personas venidas de distintos puntos del país que
siempre andaban contando historias. Con el tiempo
descubrí que ese mundo era como el Macondo de
García Márquez, y sentí la necesidad de escribirlo,
eso es algo que tengo pendiente porque recupera mi
memoria feliz.

¿Cuáles fueron tus primeras lecturas? ¿Y ahora


cuáles son tus autores favoritos?
En la biblioteca familiar había varios tomos de
libros de Electricidad, por la profesión de mi padre,
y unas pocas novelas que heredamos de un tío que
era escritor, entre ellas “El Quijote”, que no leí com-
pleto hasta la universidad. En cambio, las novelas
de Vargas Llosa que llegaron a mis manos gracias
a una compañera del colegio, porque su padre tenía
suscripción en la editorial, hicieron que me inclinara
más por la literatura. Nada de ello se compara a lo
que encontré en la Biblioteca de Humanidades en
mi primer año de Literatura, para mí era todo un
descubrimiento. Leí con fervor a Arguedas y el boom

246 247
latinoamericano. Después mis lecturas se especia- en la Universidad. Sin proponérmelo, me di cuenta
lizaron, me concentré más en los cuentos. Las otras que había una voz femenina que hacía referencia a
bibliotecas de la ciudad y las bibliotecas personales un mundo emocional muy complejo, que a veces me
de los nuevos amigos me enriquecieron bastante. desbordaba, por eso en algunos de ellos como “Ja-
En los últimos años, he disfrutado mucho con que mate” o “Killer Queen” recurrí al ajedrez con el
las obras de Enrique Vila-Matas, Laurent Binet, Ri- fin de darle cierta racionalidad emocional a las his-
cardo Piglia, Juan Villoro, Fernando Iwasaki, y etcé- torias. Salvo “Reencuentro”, el resto son pequeñas
tera. tragedias cotidianas.
Mi escritura ahora pretende contagiarse de la
¿Y cómo te animaste a embarcarte en esa trave- risa carnavalesca. El humor y la ironía son asuntos
sía y escribir tu propio material? serios que quiero trabajar.
Si bien en el colegio tenía un cuaderno de poe-
mas y esbozos de historias, el haber optado por es- ¿Podrías contar cómo escribiste “Sábado por la
tudiar Literatura en la UNSA fue algo importante, tarde”?
me ayudó a canalizar mi vocación por la literatura, La abundancia de palomas grises en la Plaza de
sobre todo por los talleres literarios que se impulsa- Armas de la ciudad y el tedio de una tarde de sábado
ron a fines de los años noventa, y por el grupo de fueron el punto de partida para contar una histo-
escritores jóvenes que iban surgiendo. ria sobre la incomunicación en una pareja de espo-
En la ciudad aparecieron revistas de creación sos. También quería que en mi cuento aparezcan la
literaria y suplementos que animaban mucho la vida ciudad con sus calles, sus monumentos, su gente y
cultural, y junto a ello se iba forjando el nacimiento todo lo que nos acompaña cotidianamente, y cómo
de algunas editoriales que cumplieron un rol impor- estos elementos se apropian de nosotros. Por eso al
tante en la literatura arequipeña, por ejemplo, Lago final del relato la protagonista incluso sueña con las
Sagrado Editores, que publicó mi libro de cuentos palomas. En otros cuentos, lo mismo pasa con los
“Objetos de mi tocador”, el cual me abrió las puertas volcanes, por ejemplo, a mí me persiguen hasta en
para viajes literarios internacionales. los sueños.

¿Cómo trabajaste tu primer libro? ¿Cómo elegiste ¿Cuál ha sido el mayor problema técnico que has
las historias, por ejemplo? pasado al escribirlo?
La mayoría de cuentos incluidos en “Objetos de Creo que fue la caracterización de los dos per-
mi tocador” fueron escritos cuando aún era estu- sonajes y la creación de diálogos que expresen la
diante y también en los primeros años como profe- locuacidad contenida de una mujer debido a la par-
sora de Literatura en un Instituto Pedagógico y luego quedad de su marido. Provocar el diálogo en medio

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de esa incomunicación no era sencillo. Quizá logré
una infelicidad lingüística entre los personajes, en
CHAQWA
términos pragmáticos. Recuerdo que en esos años César Félix Sánchez Martínez
sentía mucha admiración por el estilo objetivo de
Hemingway y algunos cuentos de García Márquez,
cuyos diálogos eran fríos y precisos.

¿Has escrito más cuentos después de “Objetos


de mi tocador”? 1
Sí, pero pocos, algunos he publicado en revistas y
otros los tengo archivados en mi ordenador. Era por la octava de los Difuntos.
En los últimos años, por mi labor docente más Bajábamos de las chacras porque ya empezaba
me he dedicado a escribir ensayos, artículos, cróni- la nochecita.
cas y tesis, que espero algún día convertir en nove- Ahí fue cuando llegó el Comandante.
las. Lo más probable es que mi prosa termine en una Un hombre grande, el Comandante. Su cara era
mezcla de centauros, ornitorrincos y otras especies grande y pálida, como una t'anta guagua cruda, de
fabulosas. esas que se cuecen mal y se botan para los perritos.
Pero era bueno el Comandante.
Venía con gente vestida de verde. Cercó el pue-
blo y se llevó al Filomeno, el hijo de Filomeno Man-
rique, que había venido con cosas raras desde que
bajó a la ciudad a aprender electricidad.
No sabemos por qué quería aprender electrici-
dad.
En ese momento el Comandante no habló nada
y se fue rápido con su gente. No lo pudimos conocer
todavía.
Sólo era una t'anta guagua.
Otro día, unas semanitas después, regresó el
Comandante con su gente: esta vez era de mañana.
Se llevó a Filomeno Manrique y a un evangélico.
En el pueblo sólo había dos evangélicos. Ahora que-
daba uno no más.

250 251
La tercera vez que subió el Comandante al pue- afiladas, pero fuera de eso, se parecían bastante a
blo ya habló más. Nos agradeció por nuestra coope- las antiguas.
ración y patriotismo. Su gente nos repartió rollos de El Comandante no iba a revisarlas todas. Ade-
papel del baño. más, a lo mejor ni se acuerda cómo eran las que nos
El Comandante ya no era sólo una t'anta gua- entregó.
gua. Era ahora un Amigo. Lo cierto es que poco tiempo después nos dimos
Nos contó que había otra gente. Gente que cuenta de que la gente no vestida de verde ya estaba
no estaba vestida de verde y que rondaba por los muy cerca.
valles de abajo. Y que cada vez subía más. No se- En medio del campo habían decapitado al evan-
ría raro que en los días siguientes se les vea por los gélico. Le habían colgado un cartelito que decía Ene-
alrededores. También había otra gente que tam- migo del Pueblo.
poco estaba vestida de verde, que andaba subien- No estamos de acuerdo con eso de matar evan-
do por el otro lado, por la montaña. Teníamos gélicos. Son zonzos: no van a las fiestas. Pero fuera
que tener mucho cuidado, porque esa gente era de eso, son buenos vecinos, muy honrados y hablan
mala. ceremoniosamente.
Una vez estuvimos por la montaña. Hacía mu- Eso es bueno.
cho calor. Algunos murieron. Cuando el Comandante nos entregó el papel y
las estacas, el evangélico fue quien agradeció cere-
El Comandante nos dijo que teníamos que organi- moniosamente en nombre del pueblo.
zamos. Nos entregó veinte estacas y nos dijo que si Ahora, cuando nos regalen otras cosas ¿quién
venía gente de los valles, teníamos que defendernos. va a agradecer?
Si venía gente de la montaña, teníamos que defender- Una noche después, la gente que no estaba ves-
nos también. A partir de ahora, él vendría a visitarnos tida de verde entró al pueblo. Algunos estaban ves-
sólo en helicóptero. tidos con ponchos, pero la mayoría estaba vestida
A partir de ahora, la gente buena vendría sólo como quería, un poco como la gente de los valles.
en helicóptero. Vimos a algunos con esa ropa de fútbol que tiene
El helicóptero es como un avión, pero tiene las números en la espalda.
aspas arriba. Llevaban candelas y se formaron en círculo en
Las estacas nos sirvieron como ccapo en la Fies- la plaza. Hicieron que todo el pueblo salga. Salieron
ta de Reyes. algunos. Otros nos escondimos. Con nuestras esta-
Eran muy delgaditas. Así, que en caso de que cas.
viniese el Comandante y se ponga triste porque ya Uno empezó a hablar. Dijo que se llamaba algo
no había sus estacas, hicimos otras. Más gruesas y así como Carnada.

252 253
Era bajo y gordito. Su cara era redonda y lleva- Pero más nos confundió que nos digan: Ahora
ba unos bigotes debajo de su nariz que era como la los vamos a colgar.
racacha, oscura y llena de brotes. Trajeron bastantes sogas. Eran azules y pare-
Habló de que el Partido asumía la responsabili- cían muy finas.
dad de la muerte del Enemigo del Pueblo. Y que sa- Se formaron en parejas. Pero en eso, el Doctor,
bía muy bien —porque el Partido se lo había dicho y que era el que los mandaba, dijo:
el Partido sabía mucho— que había otros Enemigos —Caramba, acá no hay árboles.
del Pueblo en el pueblo. Es más: que la gran mayoría Y es cierto, acá no hay árboles.
del pueblo era Enemigo del Pueblo. Ahora empezaría Nos llevaron a la capilla abandonada.
un juicio popular. En ese momento, Carnada dejó de Nos subieron a la torre.
hablar, casi sin aliento. Antes de colgar a cada uno el Doctor decía: Me
Más que a la Camada se parece a la Mamá de defraudaste, hijito.
los Chanchitos, pensamos; y salimos de nuestro es- Después nos amarraban la soga y nos lanzaban
condite con las estacas. para abajo.
Como estaban muy ocupados echándole kerose- Ya casi damos la vuelta a la torre, todos los col-
ne a don Filomeno, el papá de Filomeno Manrique, no gados.
se dieron cuenta que veníamos hasta que estuvimos Nos hubiera gustado advertirles algo, pero esta-
muy cerca. Empezamos a pegarles y a picarlos con las ban tan afanados colgándonos que nos dio un poco
estacas. Se asustaron y empezaron a correr. Dejaron de cosa.
rezagado a El Carnada, así que lo capturamos.
Le pegamos y picamos hasta el amanecer. Al 3
principio se puso malcriado, hasta con nuestras
abuelas se metió. Después lloró y pidió disculpas. Ahora estamos colgados.
Después sólo lloró. Ya oímos los sonidos, los murmullos como de
lluvia fina.
2 Luego vendrá el resquebrajamiento, como de
una rama seca que se rompe. Después los ruidos
Ahora nos están colgando. serán muy fuertes.
Es que nadie nos advirtió de la gente de negro. Pero todavía estamos colgados y desde aquí
La gente de negro vino de los valles y de la mon- arriba se ven nuestras sementeras y nuestros ani-
taña. Y también en helicóptero. Así que no sabíamos males dispersos.
muy bien qué hacer. Va a caer la tarde.
Estábamos confundidos.

254 255
César Félix Sánchez Martínez cuentos. Quería historia. Y así pasé mis noches de
infante imaginándome en el vivac sanmartiniano o
¿Cuáles fueron tus primeras percepciones del mundo bolivariano o en Farsalia o en Austerlitz. Recuerdo
de la literatura? con especial horror el asesinato de Calígula, que mi
Es una pregunta muy interesante, porque in- madre me leyó en una versión ad usum delphini que
volucra dos mundos aparentemente opuestos: el sacó de la manga; pero que de todas formas traslucía
ámbito de lo sensible, signado por lo accidental y la demencia terrorífica de la dinastía Julio-Claudia.
aparente, y el mundo de lo inteligible, al que, como Luego empecé a ir al colegio, al kínder para ser
arte liberal o especulativa, supuestamente pertenece específico. Mis padres recuerdan todavía mi amar-
la literatura. gura al retornar el primer día: no me habían enseña-
Mi contacto con la literatura, tanto en la dimen- do a leer ni a escribir y, junto con un grupo de extra-
sión lectora como, especialmente, en la escritora, es ños de mirada bovina, había sido obligado a cantar,
previo a mi alfabetización. Recuerdo que con cerca jugar y pintar cosas nada interesantes.
de cuatro años vi en Frecuencia Dos una película de
la Segunda Guerra Mundial y quedé tan impactado ¿Que autores leías en tu adolescencia y primera
que inmediatamente “requisé” a mi papá como escri- juventud?
ba y utilizando un fino cuaderno de papel mate que En segundo de primaria leí mi primer libro de
le había regalado un alumno: pretendía dictarle una ficción. Fue “La Guerra de los Mundos”, de H. G.
especie de novela donde se reflejasen aquellas imá- Wells. Quedé, como siempre, aterrado-fascinado-
genes que me habían fascinado. Yo sería el ilustra- espantado. Luego, por la misma época, “La Isla del
dor. No avanzamos mucho en el texto, pero el cua- tesoro”, de Stevenson. Desde los tiempos de mi pri-
derno quedó arruinado con abundantes explosiones mera comunión hasta sexto de primaria imperaron
y otros garabatos de batalla. en mi gusto literario Verne, Salgari, Conan Doyle.
Otras primeras sensaciones que recuerdo son Sin embargo, en este periodo había tenido mi pri-
los sonidos ásperos y hermosos de la poesía de Va- mer acercamiento con una figura que sería funda-
llejo. Mi papá era –y es– aficionado a la poesía. Le mental para mí: Franz Kafka. Durante los prime-
gustaban particularmente Chocano y Vallejo. Y algo ros años de la secundaria, y junto con las usuales
de eso quedó, aunque, por espíritu diferenciador, re- lecturas o seudolecturas existenciales de Schopen-
cién redescubrí la poesía “por mi propia cuenta” a hauer, Nietzsche, Sartre y Kierkegaard, profundicé
los veinte años. en Kafka, que sigue acompañándome hasta ahora,
Mi mamá, por su lado, gustaba de leerme libros como una suerte de Pepe Grillo judaico y a veces
antes de dormir, en acto heroico por el que siem- perverso, pero luminoso. En la Nochevieja de 1998,
pre le estaré agradecido. Yo no quería que me lea leí “El Extranjero” de Albert Camus, recibiendo una

256 257
impresión tan violenta que hice una especie de com- tiano, respectivamente. Waugh, Chesterton y los
promiso –permanentemente violado luego- de dedi- otros escritores católicos
carme a la literatura.
En el año 2000 —año de agitaciones políticas en ¿Cómo era el entorno literario en Literatura du-
el Perú y de agitaciones quinceañeras en mi maravi- rante tus años de estudiante?
lloso mundo interior— descubro a Borges, a Cervan- Interesante pregunta: mitad nostálgica y mitad
tes y Dostoievski. La erudición helenístico-gnóstico- arqueológica. Mi primera impresión del entorno li-
romántico-porteña del primero me pareció extraña y terario en la UNSA era el programa “Apóstrofe” en
a la vez familiar, como una recordación del mundo TV UNSA y el ámbito sacral y amplio de la vieja LI-
de las ideas; Cervantes, por su parte, me sumergió BUNSA –no la recortada actual-. Me parecía que mi
en un mundo tradicional, lleno de chistes que to- colegio, burgués y moderno, no era un ámbito para
davía tenían sentido, pero a la vez transido de una nada auténtico, y que en la Escuela de Literatura
melancolía suave, que acaba, en las últimas pági- encontraría espacio para satisfacer mis inquietudes
nas de la cordura del Quijote y la locura de Sancho, supuestamente profundas y culturosas.
siendo verdaderamente desconsoladora. Dostoievski Mi segunda impresión fue ciertamente diver-
fue y seguirá siendo para mí el arquetipo del nove- sa. Imágenes de personas probablemente humanas
lista cristiano. Ayuda, como pocos, a comprender atestando una clase deteriorada, de baños cerrados
el Misterio de la Conversión. También recuerdo ha- o, a veces, demasiado abiertos y una especie de huay-
ber leído a Vargas Llosa, casi toda su novelística, co de carros humeantes e inmisericordes circulando
en ese año. El pobre fujimorato caricaturesco era más allá de la puerta. Llegué a mi casa proclamando
imaginado por mí, en medio de mi mundo pequeño- solemnemente: «¡No volveré mañana!». «¿Ah? ¿Que
burgués, como una versión de la clásica dictadura no vas a volver?», dijo mi madre con su usual sabi-
latinoamericana, ante la que valían “indignacio- duría práctica, «¡vas a ver si no vas a volver!». Yo dije
nes”, “mentiras verdaderas” y demás “compromisos que quizás volvería al día siguiente pero que luego,
de escribidor”. En esa época, cabe recordar, el Es- no regresaba ni a cañones. Algo parecido ocurrió un
cribidor no era el personaje errático pero pomposo día después. Llegué a decir el lunes siguiente: «Bue-
de hojas de ruta y revistas del corazón, sino una no, como hoy será mi última semana en la UNSA la
especie de Emile Zola criollo, con aura de semiper- haré bien, pero el próximo lunes no regreso». Y mi
seguido y conciencia moral de la nación ante la por- madre decía: «¿Ah? ¿Que no vas a volver? ¡Vas a ver
nocracia chicha del Chino. si no vas a volver!». Y así todas las semanas, hasta
En el último año del colegio (2001 - 2002), des- que acabé la Universidad, con honores y excelentes
cubrí también a Dante Alighieri y a Thomas Mann, notas. Lo cierto es que a partir de segundo año el
esplendor y crepúsculo del Occidente clásico y cris- ambiente mejoró notablemente. Mi promoción era

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muy reducida y, por la providencia de Dios, nos tocó ginable degradación facilista de la generación de los
una «ventana generacional»: en las promociones an- smartphones, parece medieval.
teriores existieron dos grupos destacados: “Orgios”,
esteticista y decadentista, y “Cara de Camión”, urba- ¿Qué te animó a concursar en Caretas el 2008?
no-marginal alla Bukowski. Hacia abajo estaba “Dra- Hay que recordar cómo era el mundo antes de
gostea”: literatura de «género», entre juvenil, light, la tiranía del Internet y especialmente de las redes
carnal e hipster. Era la prefiguración de algo que sociales, que recién llegaría a expandirse absolu-
ahora impera: la literatura de chic@s deslumbrad@s tamente a partir de mediados de esa década. Reci-
por fenómenos como la internet, la pornografía, la bíamos las noticias literarias (premios, aparición de
música gringa, el consumo sofisticado y toda clase nuevos escritores, polémicas entre críticos) en bá-
de superficialidades, pero con el pretexto ideológico sicamente tres medios: “El Dominical” (que decayó
de la «subversión» de los roles sexuales tradicionales mucho a inicios de la década del 2000), “Somos”
y demás mitos progres posmodernos, entre frívolos e (que hasta fines de los 90s tenía una buena sección
incomprensibles, pero que les daban no solo la bue- crítica) y “Caretas”. Entre las efemérides tradicio-
na conciencia sino el aura aparente de «compromiso nales del calendario de los aficionados nacionales a
y profundidad». Logré alcanzar también algo de la la literatura estaba el famoso Concurso de las 1000
tradicional agitación marxista y maoísta, incluso, en palabras.
la UNSA. Si bien es cierto que un concurso es una es-
Recuerdo la Facultad tomada festivamente por pecie de lotería y que muchos cuentos buenos no
una especie de multitudinario Corpus Christi en resultan premiados, ganar un premio significa que
honor del ultramaoísta José Franklin Winston Lora alguien que no es tu mejor amigo o tu enamorada o
Cam, que recién había llegado de su exilio en Méxi- tu profe de secundaria reconoce que lo que escribes
co. En mi promoción no había movimientos litera- tiene alguna calidad. Y eso ayuda mucho. En Arequi-
rios ni sacamos ninguna revista ni nada por el estilo: pa, con el boom económico, la información «chorrea»
éramos un escritor de relatos de ciencia ficción, un desordenadamente y cualquiera puede publicar, sea
amable cristiano evangélico y yo. Así la cosa pudo en físico o en digital. Los elogios ya no son de alqui-
ser más que llevadera. Nos tocó otra «ventana» pro- ler, ahora se regalan. Y más que nunca, la literatura
videncial: tuvimos la suerte de contar con un ex- parece ser un ejercicio donde no hay parangón ni
cepcional número de cursos dictados por profesores mesura: cualquier cosa es cualquier cosa y, como en
buenos. Nos acostumbramos al rigor —especialmen- el tango, la Biblia está al lado del calefón. Por eso,
te en los cursos de Teoría Literaria— y a la lectura de los buenos concursos sirven para dar ciertas pautas
volúmenes abstractos y extensos en plazos relativa- que, por la ausencia de crítica literaria y de mercado
mente cortos, cosa que ahora, en medio de la inima- lector real, serían de otro modo inexistentes.

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¿Cómo escribiste "Chaqwa"? ¿Qué fue lo más di- LA FELICIDAD ESTÁ EN
fícil en términos de técnica?
Intenté invocar en el cuento los manes del ALGÚN LUGARDEL MUNDO
maestro Juan Rulfo, con un estilo pausado y una QUE SE LLAMA MICAELA
voz colectiva, porque el cuento está escrito en la pri-
mera persona del plural. La ingenuidad del narra-
Orlando Mazeyra
dor era un recurso de “extrañamiento”, para utilizar
la expresión del formalista ruso Víctor Shklovski,
es decir, expresar o describir una situación o cosa
Cogitar. La palabra la escuchaste por primera vez en
como si fuera vista por primera vez. Traté de hacer
alguna película española.
uso de eso que Katherine Mansfield llama la “difícil
Cogitar: eso es lo único que sabes hacer (o que
sencillez” como una manera de exorcizar mis natu-
crees saber hacer, que en tu caso vendría a ser lo
rales tendencias barroconas a la hora de escribir. Al
mismo): reflexionar mirando al viejo tren de Enafer
parecer rindió frutos.
estremecer esas líneas férreas que atraviesan toda la
Villa Hermosa; meditar mientras, trepada en el techo,
buscas el último avión que despega de la ciudad.
Desde que aprendiste a odiar a tu familia, in-
tentaste correr a través de la línea del tren, correr
con todas tus fuerzas hasta quedarte sin piernas,
correr hasta perderte en el horizonte... o despegar de
cara al viento emulando a esas aeronaves que nunca
pisaste..., pero —lo juras— pisarás porque «la feli-
cidad está en algún lugar del mundo que se llama
Micaela».
Ayer viste por nosecuantésima vez La flor de mi
secreto. Chavela Vargas te volvió a agarrar despreve-
nida. Repetiste esa escena como cinco veces. «En el
último trago» vendría a ser algo así como tu melodía
de cabecera: porque nada te han enseñado los años,
y porque siempre caes en los mismos errores... ¿Qué
te queda, Micaela? Otra vez brindar con extraños y
llorar por los mismos dolores.

262 263
De todas las que conozco, tú eres la única mu- —César.
jer que se atreve a beber en la mesa más solitaria de Te cuenta que es camionero. Hace servicio in-
ese bar atestado de machotes arrechos y gorilas mal- terprovincial trasladando maquinaria pesada. Se-
hablados. Y sé que cuando los más desagradables cundaria completa, una conviviente a la que no ve
empiezan a acercarse a tu mesa, para meterte letra, hace un par de meses y un vocabulario por demás
muestras esa sonrisa hipócrita que ayuda a lidiar precario.
con las presencias poco gratas: —Me gusta este bar —te dice a manera de con-
—No, gracias —con suma cortesía—. Estoy es- fesión—. Hay de todo: algunos con pinta de choros,
perando a una amiga. universitarios relajados, alguna que otra mancha
—¿A quién? ¿A quién? —con insistencia—. Si con alguna chica bonita..., viejos borrachos hay to-
siempre paras sola, flaquita. dos los días..., pero nunca he visto a nadie más raro
—A alguien que sabe que estoy aquí, pero que que tú, amiga.
no quiere venir. —Cesítar, ya te dije que me llamo Micaela. Y no
—No te quiero ofender, amiga, pero... —prepara soy rara... ¿Para ti qué es ser raro?
las palabras con temor; el temor de la falsa afabili- —La gente que hace cosas raras, pues, la gente
dad—. Acá, he apostado con mis patas que eres les- que toma sola, por ejemplo.
bi. Eres machona, ¿no? —Tú nunca has tomado solo.
—¿Te parezco machona? —sin perder la com- —No. Se toma con los amigos, con los vecinos,
postura. o con la familia. Eso de tomar solito es de alcohóli-
—En verdad, sí. cos, de gente con problemas, y yo soy una persona
—Y si te dejo sentarte en mi mesa y tomo conti- sana. No tengo vicios ni excesos.
go un par de tragos, ¿dejaré de parecerte lesbiana? —Mira tu barriga, César —le dices señalando
—Habría que ver... con desdén su vientre—. ¿Cómo puedes decirme que
Te paras de la mesa y haces tronar los dedos: no tienes excesos?
—Jaime, tráete otro par de cervezas heladas. —Los camioneros comemos mucho, más de la
El tipo se queda de pie, callado y vagamente in- cuenta. Pero es que nuestro trabajo es de machos, ago-
deciso. tador... Ya te quisiera ver a ti, amiga, manejando un
—Siéntate, pues, ¿o te gusta conversar de pie? — día entero a través de la pampa... No sabes, pues, el sol
le dices señalando una silla—. Vamos a tomar un trago. es insoportable, no conoces. ¿Alguna vez has viajado?
—Gracias, amiga. —No —respondes con un relente de vergüen-
—Me llamo Micaela y no soy lesbiana, pero cada za—. Nunca he salido de la ciudad.
vez que veo a hombres como tú desearía serlo. ¿Tú —¿Ves? Ahí está tu problema. Tienes que viajar,
cómo te llamas? sobre todo tú que tienes pinta de aventurera.

264 265
*** —No, César —corriges presurosa—. No fue por
No fue en tren ni tampoco en avión. Por fin te fuiste un hombre.
de la ciudad trepada en el camión de César. Eres —¿Entonces? —te pregunta mientras empieza a
una mujer muy impulsiva, no piensas las cosas dos morder una manzana.
veces. En tu mochila llevas un bluyín, un par de po- —De hombre no tenía nada. Era un simple maricón.
los, zapatillas y una polera gris. Además hay unos Uno de esos que te encuentras en cada esquina.
cinco DVD piratas: todas son películas de Almodó- César se queda callado. Prefiere pensar en el sa-
var; y en tu radio portátil un disco compacto con lo bor de la manzana que en lo que acaba de escuchar.
mejor de Los Rodríguez. Le resultas rara, estrafalaria, bastante alocada; pero
—Apaga tu radio, César, ahora vas a escuchar hoy no viaja solo como de costumbre y eso lo hace
algo realmente bueno. disfrutar el viaje.
El camionero te sonríe y apaga de buena gana —César: mi vida es como una película de Almo-
la radio. Tú pones las melodías de Los Rodríguez y dóvar...
le explicas que el tipo que las canta se llama Andrés —¿De quién?
Calamaro: —No me digas que no sabes quién es Pedro Al-
—Es argentino —le dices buscando toda su modóvar porque me bajo de tu camión.
atención—. Y ojo que a mí no me caen los argentinos —Ja, ja, ja —sonríe nerviosamente y pisa el ace-
porque son muy atorrantes, presuntuosos. Pero An- lerador al final de la curva—. Yo nunca he ido al
drés es distinto: no parece argentino. Una vez en la cine, amiga. Sufro de claustrosfobias, me dan miedo
tina de mi casa me las corté —agregas mostrándole las salas cerradas y oscuras... Claustrosfobias, pues.
las muñecas de tus manos; las cicatrices asustan —Claustrofobia, César. Se dice claustrofobia.
a César—. Me intenté suicidar escuchando esta: se Repite conmigo: claustrofobia.
llama «Algún lugar encontraré». —Claustrofobia. ¡Eso es lo que quería decir! Pero
—No lo vayas a tomar a mal, pero tú estás me- he visto películas en mi casa, varias veces. Lo que pasa
dia loquita, ¿no, Micaela? es que a mí me gusta el fútbol, soy hincha del Melgar;
—Sí —con un leve suspiro—. Todos los hombres las películas me aburren igual que las telenovelas.
que me dejan dicen que soy una loca, una enferma. —Bueno, César, te voy avisando que el cine es-
Siempre utilizan las mismas palabras... Todos me pañol es lo mejor que le ha podido pasar a mi vida:
dejan, yo nunca pude darme el lujo de dejar a nadie, Buñuel, Berlanga, Amenábar, pero sobre todo Almo-
¿tú sabes lo que es sentir eso? Pero ahora, y gracias dóvar, porque nadie debe morir sin haber visto alguna
a ti, yo dejo todo y a todos: algún lugar encontraré. película de Almodóvar. Eso es un pecado, un delito.
—Ah, ya las paro. Te quisiste suicidar por culpa —¡Qué exagerada, amiga, te pasas! Si el tal
de un hombre. Almodóvar te escuchara, fácil te regala un camión

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como el mío. Te apuesto que apenas lleguemos a —Almodóvar dice que todas las mujeres somos
Lima lo vas a ir a buscar. gilipollas —le dices apurando un vaso de gaseosa.
—No, mi amigo, ¿acaso no escuchas lo que te César come muy deprisa, casi se atora. Se lim-
digo? Almodóvar es español. Y hasta España, por lo pia la boca con una servilleta grasienta:
menos ahora, no llego... —¿Gilipollas?
—Mira al fondo, ¡mira al fondo, Micaela! —te —Cojudas, pues. Las mujeres somos muy coju-
dice señalando con una mano—. Es el mar, ya esta- das, yo puedo dar fe de ello. Por eso sufrimos: nos
mos llegando a Camaná. desvelamos por querer comprender a los hombres y
Un estático todo azulino se confundía con el ho- no nos damos cuenta de que cualquier intento siem-
rizonte. Están llegando a La Punta, Camaná, y, por pre será vano, ridículo. Si quieres comprender a un
primera vez, Micaela contempla asombrada el mar: hombre, vas a terminar cortándote las venas... O es-
—No se mueve, está muerto. ¿En dónde están capando de la ciudad, como yo.
las olas? —A mí me pareces una chica buena, agradable.
—No, pues, lo que ves desde acá es mar aden- Contigo no me aburro en el viaje. Eres entretenida,
tro; cuando pasemos por La Punta vas a ver las pla- siempre tienes algo que decir..., pero tienes un pro-
yas, las olas y la arena. Espera unos diez minutos y blema...
lo verás. —¿Cuál?
—¡Mar adentro! —suspiras emocionada y, con —Has visto muchas películas. Deja de ver tan-
la complicidad de tu memoria, logras ver a Javier tas películas y haz tu vida. Yo sé que soy medio ig-
Bardem interpretando a Ramón Sampedro—: «Su norante y con las justas he aprendido a manejar ca-
mirada y mi mirada, como un eco repitiendo, sin pa- miones, pero me doy cuenta, Micaela. Me doy cuenta
labras: más adentro, más adentro, hasta el más allá de que el problema es que tú huyes de ti misma.
del todo, por la sangre y por los huesos. Pero me des- Huyes, pues, te confundes, no te hallas... Muchas
pierto siempre y siempre quiero estar muerto, para películas, pues...
seguir con mi boca enredada en sus cabellos». Lo miras admirada. Cogitas. Ahora no tienes
—¡Qué bonito! ¿De dónde sacaste eso? a la mano los rieles del tren ni los aviones que se
—Del mar, César, del mar... pierden en la inmensidad del cielo. Estás en la pam-
pa terminando un plato de tallarines. Cogitas: ¿tan
*** determinantes habían sido las películas en tu vida?
Paran en un restaurante que hay al lado de un grifo. ¿No había algo de enfermizo en el hecho de ver una y
Piden dos platos del menú del día: tallarín verde con otra vez la misma película para encontrarte en ella?
pollo, una cerveza negra y una Inca Kola helada de ¿Qué habías ganado volviendo con obstinación a
un litro. esas películas que, descarnadamente, te mostraban

268 269
ecos edulcorados de tu experiencia vital? —¿Un cine?
—Nada —piensas en voz alta y la carretera te —Sí, por favor —asientes resoluta, sintiendo
parece una película que nunca termina. un ligero estremecimiento que se apodera de tus
—¿Nada qué? —te pregunta César enjugándose ovarios; y pensando que Lima, ese monstruo des-
la frente con la misma servilleta con la que se había comunal que empezabas a descubrir, de pronto se
limpiado la boca. convertía en Micaela: una promesa latente—. César,
—El cine es una pérdida de tiempo. déjame cerca de un cine, ¿puedes?
—Sí —asiente con complacencia—. No sirve.
—Y los hombres tampoco...
—Vamos, Micaela, ya es hora de volver a la ruta.

***
—Ya estamos llegando a Lima, Micaela —te despier-
ta el camionero. Son casi las siete de la mañana—.
Yo me voy para La Victoria; no sé en dónde quieres
que te deje.
Te desperezas y tratas de acomodar tus cabe-
llos. Piensas rápido. Estás con cien soles en los bol-
sillos y no tienes familiares en la gran ciudad. Estás
sola, no tienes nada ni a nadie.
—¿Quieres que te lleve a mi casa mientras en-
cuentras algún lugar en donde quedarte?
—No, César. No quiero abusar de tu generosi-
dad. Me has traído hasta Lima y no me has cobrado
nada. Te lo agradezco.
—¿Qué piensas hacer, entonces?
—No lo sé, pero no voy a volver, te lo juro, ami-
go: ¡no voy a volver!
—Bueno, entonces me avisas cuando te quieras
bajar.
—Ya —y cierto rubor, que no puedes reprimir,
se apodera de ti antes de proseguir—, pero trata de
pasar por algún cine.

270 271
Orlando Mazeyra convertirse en una boa en plena digestión de un ele-
fante. “Cartas desde la selva” de Horacio Quiroga fue
una lectura cautivante.
¿Cómo encontraste el mundo de la Literatura? ¿A qué
edad? ¿Cuándo y cómo ideaste la posibilidad de hacer-
Cuando era niño mi madre no me leía cuentos te escritor?
infantiles clásicos como “Pinocho” o “Blancanieves”. Pensé en serio en la posibilidad de ser escritor
Ella misma los inventaba. No solo para mí, sino tam- profesional en la universidad, mientras estudiaba
bién para mis otros tres hermanos. Esas historias Ingeniería, cuando me aproximé a narradores que
de sobremesa marcaron con fuego nuestra vida. No me cambiaron la vida: Oswaldo Reynoso, Vargas Llo-
exagero: mi primera mascota fue bautizada con el sa, Ribeyro, García Márquez, Cortázar, Borges, Ca-
nombre de uno de los personajes más memorables mus, Onetti, Hemingway, Carver, entre otros.
que mi madre elucubró: “Solosín”. Algunos escrito- Siempre vuelvo a “Los inocentes” para recordar-
res suelen bautizar a sus perros o gatos con nombres me por qué amo la literatura. Debo mencionar tam-
de sus autores preferidos o los de los personajes que bién “El pez en el agua”, grata presencia si las hubo
estos inventaron. Yo, sin embargo, me quedé pren- en mi vida. Leyendo estas memorias algo me pasó,
dado, desde muy chico y para siempre, con el que quizá una vuelta de tuerca, o eso que algunos bus-
fabuló la mujer más importante de mi vida (tanto así can con linterna y lupa: la epifanía. Vargas Llosa, a
que me robé ese personaje y lo hice aparecer en mi través de su autobiografía, me dijo: “Ven, yo sé del
último libro). Ella me hizo conocer la —su— litera- dolor y, aunque no lo creas, también del fracaso, así
tura. Mamá es maestra y fue mi primera maestra. que dame la mano para enseñarte a perder”. Y me
enseñó lo que obviaron los amigos más entrañables,
¿Qué lecturas te impresionaron? mis maestros más recordados y mis familiares más
Durante mi etapa escolar yo soñaba con ser fut- sensibles: que todos aquellos que nos arruinaron la
bolista y, como es casi obvio, mis primeras lectu- existencia deben comparecer ante la hoja en blanco
ras tenían que ver con el fútbol: “El Gráfico”, una para rendir cuentas ante nosotros, los escribidores,
revista deportiva argentina que llegaba los viernes supremos objetores, quienes, saturados de realidad
por la tarde a un puesto de periódicos de la calle y alimentados por demonios de toda índole, reedifi-
Mercaderes y en donde leí por primera vez “El pe- camos nuestro estadio vital a imagen y semejanza de
nal más largo del mundo”, aquel inolvidable cuento nuestros deseos, temores, carencias, pesquisas, con-
de Osvaldo Soriano. Y conocí la obra de Sábato. De tradicciones y urgencias. Solo con una condición: re-
aquellos años recuerdo “El principito”: en aquel libro chazar el destino que nos tocó en suerte.
un dibujo que parecía ser un simple sombrero podía

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Eres un escritor autodidacta, ¿por qué no estu- dré Gide, Jorge Luis Borges, Patrick Modiano, Piglia,
diaste Literatura en la Universidad? Bolaño, Fuguet, entre otros.
Con mi escasa experiencia como narrador me
he animado a dictar talleres de escritura creativa y ¿Por qué muchos de tus narradores son escritores?
siempre advierto que nos pueden enseñar a leer y Creo que la historia de cualquier escritor es la de
escribir, pero nadie puede enseñar a otro a crear. una lucha, de nadar contracorriente, de gestar una
No hace falta estudiar Literatura para escribir ficcio- obra enfrentando las adversidades a pesar de que
nes. Los tres requisitos para escribir narrativa son siempre fracasará y su victoria solo será simbólica.
aquellos que siempre menciona el maestro Oswaldo Desde mi primer libro yo me estaba preparando
Reynoso: Leer, leer y leer; escribir, escribir y escribir; para contar, a través de narraciones breves, la his-
vivir intensamente. toria de la lucha de un escritor que se enfrenta a su
Hace algunos años, luego de la aparición de mi familia y trata de salir airoso. Quería contar la his-
segundo libro de relatos, un destacado exalumno de toria de cómo uno se convierte en escritor. No sé si
la Escuela de Literatura de la Unsa que actualmente lo conseguí, pero mi estilo suele ser autorreferencial,
es profesor en Dartmouth College (EEUU), Raúl Bue- y por eso en muchas de mis historias el personaje
no Chávez, me hizo llegar un comentario muy favo- principal se parece mucho al autor. Piglia reflexiona
rable del libro. Así pudimos conversar una tarde y yo en sus diarios sobre cómo uno se convierte en escri-
le confesé que a veces pensaba que estudiar Litera- tor. Él dice que no se trata de una vocación, tampoco
tura me podría ayudar a crecer como narrador. Raúl de una decisión: “se parece más a una manía, un
Bueno me dijo algo que yo ya intuía (pero necesitaba hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente
que un experto como él me lo ratificara): “tu estilo peor”. Mis personajes suelen ser escritores porque
es tan espontáneo que quizá estudiar Literatura te quiero dar cuenta de mi(s) adiccion(es).
mate la vocación”. Fue un acto de honestidad brutal
que siempre le agradeceré. ¿Sientes que formas parte de una nueva genera-
ción de narradores arequipeños?
¿Cuáles son ahora tus autores favoritos? No lo sé. Creo que hay que dejar esa tarea a los
Vargas Llosa, Oswaldo Reynoso, Octavio Paz, críticos. Mi trabajo siempre ha sido insular. Y recién
César Vallejo, Rubem Fonseca, Javier Marías, Na- empecé a conocer a los escritores locales cuando
bokov, Ernesto Sábato, Truman Capote, Alessandro aparecieron mis primeros libros. Borges dijo que el
Baricco, Philip Roth, Richard Ford, John Maxwell tiempo es el mejor antólogo, mientras tanto segui-
Coetzee, Michael Cunningham, Ribeyro, Saramago, ré escribiendo. Digo mejor: seguiremos escribiendo,
Onetti, Cortázar, Carver, Fitzgerald, García Már- pues en Arequipa habemos varios narradores que te-
quez, Henry Miller, Charles Bukowski, Flaubert, An- nemos mucho que contar.

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¿Cuál fue el proceso por el que imaginaste y Mal olor
construiste este relato? ¿Cuál fue tu mayor reto téc-
nico en él? Percy Prado
Lo interesante de esta historia es que la escribí
pensando en una persona que todavía no formaba
parte de mi vida: la imaginé antes de conocerla. Era
una nostalgia de lo que no había ocurrido pero –no
sabía cómo ni cuándo– estaba por ocurrir. Y ocurrió.
Me interesan las historias que hacen metaficción
como el caso del formidable cuento “Continuidad de Unas cuadras antes de llegar, mientras el taxi se de-
los parques” de Cortázar, “La rosa púrpura del Cai- tuvo por el tráfico, recién dijo algo:
ro” de Woody Allen y, claro está, mucha de la filmo- –No es necesario que vayamos. Además, yo
grafía de Almodóvar. nunca lo conocí.
Micaela de alguna manera estaba cansada de –Álex, ya conversamos sobre eso –traté de ser
huir sólo a través de la ficción y quería hacerlo en la amorosa.
vida real. ¿Podrá? No lo sé. Construí el relato dando Lo miré asentir, luego volteó hacia la ventanilla
cuenta de lo importante que es el cine y la músi- y con gesto de fastidio preguntó:
ca (los demonios culturales) que uno consume en la –¿Por qué huele así?
gestación de una historia. Ese personaje se quedó –Es el terminal pesquero –señalé.
para siempre: se alojó en una persona de carne y En ese momento el auto gruñó al tomar la curva
hueso, una mujer que me hizo feliz y luego se fue que desemboca en la Av. Alcides Carrión. Le dije al
para siempre. Dejándome con otra Micaela: la Fic- chofer que se detuviera un momento, pero apenas se
ción. Micaela ahora es la Ficción (con mayúsculas). estacionó dijo “son tres soles, señora”.
Siempre fue la Ficción. –Un rato por favor –arreglé la corbata de Álex,
le acaricié el mentón y le dije que era un muchacho
guapo.
–Mejor bajemos –dijo.
–Está bien –total, solo estábamos a una cuadra.
Le puse mala cara al taxista y le extendí tres
monedas. Al descender observamos frente al lugar
a donde íbamos a una joven que intentaba parar un
taxi. Tendría un par de años más que Álex. Cami-
namos hacia allí, él caminaba despacio. El sol nos

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daba directamente al rostro, eran casi las once de –Pues no, no quiero.
la mañana, a esa hora el sol de Arequipa es inso- El lugar ya se miraba repleto, un tipo gordo es-
portable. Unas pequeñas gotas de sudor brillaban taba junto a Álex. La gente iba mucho al baño, y
en su frente, saqué un poco de papel higiénico de la los que permanecían sentados se llevaban la mano
cartera y se lo di. a la nariz dándose aire. Todos parecían conversar
–Huele feo, ¿verdad? –dijo. del mismo tema. El mozo encendió una varita de in-
–Sí, así huele siempre. cienso, pero la situación no cambió. Álex no podía
En la puerta del local había una corona de flo- acomodarse en el asiento y bufaba a cada rato.
res y a su costado, un trípode que sostenía un car- En ese momento llegaron la esposa y las hijas.
telito donde estaba escrito un nombre largo. Álex se El nombre de la mayor es Antonella, la otra debe ser
detuvo a leerlo. Antes de continuar hizo un gesto que menor que Álex, no me había enterado que tuvo otra
me recordó mucho a su padre. hija. Fueron a sentarse en un mueble del fondo. La
En la entrada hay un par de asientos y una me- niña lloraba en el hombro de su mamá, Antonella
sita con un florero. Es un hall que hacia la derecha triste acariciaba el vidrio del ataúd. La señora no me
se comunica con un amplio salón rodeado de mue- había visto, hasta ahora no sabía cómo iba a reac-
bles y, por el otro lado, con una sala pequeña, tam- cionar.
bién rodeada de asientos. Ingresamos a la derecha, ¡Por qué, papá, papito, por qué! Antonella per-
saludamos a media voz a las personas que estaban dió la compostura y lloraba. Se aferró de tal manera
cerca y atravesamos el salón para sentarnos en un al cajón que lo hizo tambalear, la niña también largó
mueble vacío. No pensé que habría tan poca gente. el llanto. Dos mujeres intentaron apartar a la mu-
Nadie que conozca. chacha: ¡Por qué, papá! ¡No, papito, no! En ese mo-
Al fondo estaba el féretro, lo rodeaban cuatro mento, Álex se paró, intenté cogerlo, pero tiró el codo
lámparas y algunas coronas florales. Un mozo nos con fuerza, salió corriendo y en la puerta tropezó
ofreció café, yo tomé uno de la bandeja, Álex no qui- con el mozo haciéndole caer las tazas que traía en la
so. Poco a poco se fueron llenando los asientos va- bandeja. Fui detrás de él sin mirar para ningún lado.
cíos, pero no reconocía a nadie. Frente a nosotros, ¡Álex! ¡Álex! Por la avenida pasaban autos a mucha
del otro lado del salón, una señora de edad se acercó velocidad, llegué a verlo cruzar hasta la berma cen-
al mozo, quien luego de asentir, salió apurado. Al tral, donde no pudo más y se agachó a vomitar.
rato volvió con un tubo de ambientador y lo roció por Adentro se había formado un barullo y algunas
todo el salón. personas habían salido detrás de mí. Volteé para ver
–¿Álex, cariño, no quieres verlo? quiénes eran, no estaba la señora, pero alguien pa-
–Dijiste que no me lo pedirías. reció reconocerme. No dije nada, esperé a que haya
–No te lo estoy pidiendo, solo te he consultado. pocos autos y crucé la pista. Le alcancé papel higié-

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nico y sobándole la espalda le dije: Está bien, ya está Percy Prado
bien, tranquilo, vámonos.

¿De qué manera te llegó la noticia de que existía un


mundo diferente al de todos los días, un mundo lite-
rario ficcional?
A los seis años, mi madre me hizo aprender una
poesía. Ella fue la primera crítica literaria a la que
seguí. Me dio a conocer a Vallejo y a Neruda. Para mí
la literatura fue primero poesía. Por otra parte, mi
padre es profesor, en casa nunca hubo una nutrida
biblioteca, pero no faltaban los textos escolares y las
enciclopedias. Una vez trajo un par de cuentos ilus-
trados, uno de ellos se llamaba “Las tres sidras”, me
gustó mucho esa historia. Por ese tiempo leí también
un relato sobre las hormigas. El primer texto que
quise escribir en mi vida fue, justamente, un cuento
sobre una revolución de estos bichos; tendría nueve
años.

¿Qué leíste lo primero de motu propio?


Siempre estaba leyendo, leer era entonces como
lo es hoy estar pegado al Play Stastion o al móvil. El
primer libro que recuerdo es una colección popular
cuyo título era “Poemas de ayer, hoy y siempre”, en
tres volúmenes, lo leía para aprenderme poesías. En
la adolescencia pasé de ser un niño amiguero y pata
de perro a ser un muchacho solitario y vergonzoso.
De modo que empezaron las lecturas mayores. La
primera novela que leí se titulaba “Tunga, enigma de
Nasca”. Era corta y de lectura inconfesable, pero fue
la primera novela que leí. Luego hallé en el reposte-
ro que papá usaba para los libros un volumen un

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tanto comido por la polilla. Pasta roja con letras do- mejor que pudo pasar. Dejé de ir a presentaciones
radas. “África”, Julio Verne. Quinientas páginas de de revistas, libros, instalaciones, etc., y busqué la
aventuras. Después una versión ilustrada del Qui- conversación inteligente lejos del mundillo literario.
jote. La revolución llegó cuando mi tía Maruja, que Sin embargo, siempre estuve atento a las publicacio-
es enfermera, regresó de Puno y trajo su biblioteca. nes arequipeñas que causaban cierto interés. Hasta
Allí leí la novela que cambió todo: “La costa de los el año pasado he leído la mayoría de libros a los que
mosquitos”, de Paul Theroux. Y descubrí los cuentos animosos estudiantes y unos cuantos que fungen
literarios. Me envicié –en el sentido de afición– de los de críticos les colgaban la etiqueta de “geniales”. Por
relatos de Jack London y me envicié –en el sentido supuesto, en ninguno de ellos apareció el genio, solo
de corrupción– con “La mirada inocente” de Georges la botella. Precisamente este es un tema que cunde
Simenon. La literatura podía ser desde entonces un entre los nuevos escritores arequipeños. El licor, las
arma contra el sistema deshumanizante o un jugue- juergas, los amores fugaces, la violencia. Algunos
te de morbo y expiación. salvan estos tópicos porque entremezclan problemas
familiares o de pareja.
¿Por qué abandonaste los estudios de ingeniería Lo que siempre me ha parecido raro es que los
para irte a Literatura? cambios que se han suscitado con tanto apuro en
Quisiera tener una bonita respuesta para esta Arequipa no asomen. Me refiero a la nueva geogra-
pregunta, pero no la tengo. Solo lo hice buscando fía urbana, por ejemplo. Los conos, las invasiones
hacer algo que me gustara más. hacen su entrada de manera esporádica. Pero los
grandes espacios públicos y comerciales casi ni se
¿Cómo fueron esos años de estudiante? ¿Qué re- tocan. Si uno lee la narrativa de medio siglo hecha
lación había entre lo que se escribía en la Escuela y la por limeños, hallará los cines, las grandes plazas,
vida literaria arequipeña ajena a la academia? las zonas marginales. En Arequipa solo encuentras
Al inicio formé parte de un grupo. Sacamos pla- los nombres de las calles y la descripción de algunos
quetas, revistas, trípticos, esas cosas de cuando se parques. En muchos de ellos no veo a Arequipa.
es joven e impetuoso. Todos los colectivos de enton-
ces estaban atravesados por la frivolidad. No fuimos ¿Qué crees que le aportó la Escuela al desarrollo
la excepción, lástima. En el poco tiempo que estuvi- de la literatura arequipeña?
mos agrupados cometimos varios escándalos, entre Pocos reparan en que de la escuela de Literatu-
ellos unas reuniones de lectura con un nombre que ra y Lingüística de la UNSA han salido los mejores
aún sigue vigente. Luego renegué de él. Cuatro de los teóricos y críticos del país de los últimos tiempos.
integrantes se alejaron tempranamente, tres de ellos A estas alturas se puede decir que en el siglo XX
a otras carreras y una se alineó a otro grupo. Fue lo San Marcos produjo los escritores más destacados,

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Arguedas, Vargas Llosa, Bryce, por ejemplo; y San promover ese coloquio. Antes se debe dejar de lado,
Agustín, los mejores críticos. Nombres como Antonio sobre todo por parte del batallón de escritores, la
Cornejo Polar, Raúl Bueno Chávez, Enrique Ballón conversa bombástica y el elogio gratuito.
Aguirre son reconocidos a nivel continental. Una ge-
neración extraordinaria y, como van las cosas, irre- ¿Cuáles son ahora tus autores favoritos?
petible. Ahora, decir que la UNSA los produjo es una Quevedo, sin duda; lo fue siempre. Hemingway,
injusticia contra su esfuerzo individual. Esos maes- lo releo mucho. Los dos son indiscutibles, luego vie-
tros son fruto de la dedicación personal y de la in- nen los autores de deslumbramiento juvenil. Jack
fluencia de otras universidades. London, por ejemplo, con sus cuentos de nieve, so-
Si pensamos en qué le aportaron estos críticos a bre los que me gusta decir que los leí en uno de los
la literatura arequipeña en exclusividad, caemos en veranos más tórridos de mi vida y casi muero de frío.
la cuenta de que sus reflexiones van por otro rumbo García Márquez, que es como un tío que se metió a
y la mayoría habla desde otro lugar. En este aspecto escritor para contar lo de la familia.
es bueno resaltar los aportes de Jorge Cornejo Polar,
de Tito Cáceres, que tienen varios libros sobre el tema ¿Cómo elegiste el tema de "Mal olor"?, ¿qué te
y que hicieron de Arequipa su lugar de enunciación. resultó lo más difícil, en términos técnicos?
Una observación que constata la falta de continui- La idea se me ocurrió un día en que pasé cerca
dad y organicidad de la UNSA en la formación de del lugar que se describe. Fui cambiando la historia
sus pensadores es que el último gran libro de crítica en mi mente hasta que finalmente me senté a escri-
literaria escrito por un arequipeño desde Arequipa birla. Oculté todo lo que pude un dato trascendental,
pertenezca a alguien ajeno a la facultad de Humani- pero dejé rastros para que el lector lo complete. Eso
dades. Esto va a sonar a herejía, pero yo reclamo a fue lo más entretenido de escribirlo, pero también
“El diálogo de los mundos”, de César Delgado, para fue un reto, el de “mostrar y no decir”.
el corpus de la crítica arequipeña, a sabiendas de
que es un texto multifacético.
En cuanto a los autores, la escuela de Litera-
tura y Lingüística de la UNSA ha producido un ba-
tallón de poetas y narradores. Pero la literatura no
debe ser autista, no debe dialogar solo consigo mis-
ma. Aún veo esfuerzos tímidos por ofrecer un diálo-
go serio con las demás disciplinas y sobre todo con
la sociedad. Como críticos del discurso, los egresa-
dos de literatura de San Agustín están llamados a

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AGRADECIMIENTOS

Editar esta colección de cuentos arequipeños


me ha tomado varios años. El viejo temor a herir sin
querer la autoestima de los artistas arequipeños, y
las dudas que cada semana cambiaban el panorama
frente a mis ojos fueron postergando la publicación.
Debo gratitud a quienes me acuciaron: en primer
lugar a mi amada esposa Pamela Cáceres, y a mis
amigos más jóvenes e impacientes.
Agradezco en especial a la decena de escritores
y colegas que me acompañaron en la selección y en
las correcciones; no voy a escribir sus nombres para
no comprometerlos en una aventura que en lo gene-
ral es solo mía, pero ellos saben quiénes son.
Todos los autores vivos me cedieron el derecho
de publicar sus obras. Con un par tuve problemas
y no los incluyo, fácil es imaginar quiénes. A los de-
más, les estoy agradecido. Y también por la gentileza
que tuvieron de responder a mis cuestionarios.
Agradezco a la Dirección Desconcentrada del
Ministerio de Cultura de Arequipa por esta edición
no venal.

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