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parte 3: "la preparación"

Enrique Castillo Rincón, la historia verídica, de un hombre contactado

Colombia, 1973:

A las cuatro en punto llegó Karen. Como si me hubiera conocido de siempre, se acercó y con fuerte abrazo, nos
saludó. Le presenté a Alfonso, y juntos, los tres, entramos a la heladería.

Sin perder tiempo enfiló su conversación al tema de los “platillos volares”, Por cortesía y por consideración, no
interrumpí la fantástica historia que brotaba de sus labios.

Habló de unos maestros “marcianos”, que le habían dado mi dirección y teléfono, de unos cursos tomados a
través de una señora mexicana, llamada Marla. De cómo había abandonado su carrera de cantante operática,
para difundir las enseñanzas de sus maestros.

No entendí mayor cosa, pero mi agudo interés por todo lo que estuviera relacionado con ovnis me impidió
cortarle de raíz su charla.

Karen llegó a Colombia, con el único propósito de dictar cursos y ponerme al tanto de los asuntos cósmicos.

Para ello se reunió con grupo de personas y les enseñó sus técnicas especiales de comunicación con los
“extraterrestres”.

Gracias a algunas gestiones logramos encontrar la sala de conferencia localizadas en el Colegio Nacional
“Camilo Torres”.

Durante tres días narró sus experiencias con los “marcianos” y las condiciones de vida en aquel planeta.

Todos sin excepción mirábamos desconcertarnos al conferencista. Los segundos transcurrían y el interés
aumentaba. El grupo de personas muy selecto, profesionales en diferentes especialidades, se abstuvieron de dar
un veredicto definitivo, porque carecieron de elementos de juicio suficientes para juzgar su historia.

Karen se robó la atención de público. Ni un murmullo se oyó mientras hablaba. Anunció para la semana
siguiente un curso con nombre bastante atractivo: “Introducción a la Ciencia Cósmica”.

Para alguien cuya vida ha sido enmarcada en los limites de lo racial, cuyos patrones andinos perfectamente
delineados por la sociedad, para los que la vida misma es una rutina absurda, en el fondo sienten la
necesidad de romper este estilo de concebir las cosas.

Claman por una liberación, pero están fuertemente


atados a sus costumbres, a su pasado.

La voz de la mujer convencida de sus ideas, causo el impacto que se esperaba. Sutilmente caló en las
mentes de los oyentes y quebró el ayer en mil pedazos.

La ciencia y la religión, afirmaron por muchas


centurias la soledad del hombre en el Universo.

Karen hablaba de los “marcianos” como si se refiera a un asiático o a un europeo.

No pude negarlo, también caí yo. Habló del “amor universal” y de la necesidad de la comunicación
interplanetaria en beneficio del género humano.

Finalizada la charla, un arquitecto ofreció un pequeño salón en su casa y allí se dictaron las primeras clases
de “Ciencia Cósmica”.

La admiración por Karen aumentó. Reunió un grupo de personas conciertas capacidades paranormales y
les enseño las técnicas de comunicación con los “maestros del Cosmos”.Había videntes, médium, telépatas.

Toda una corte de seres dotados por la naturaleza para mirar a lugares donde otros eran ciegos.

En este grupo una mujer decía comunicarse con un medico muerto hace muchos años. Graciela Torres,
mejor conocida como Chela, era el puente del Dr. Jose Gregorio Hernández Cisneros, medico venezolano
que muerto en 1919. A través de Chela realizaba sus milagrosas curaciones.

Decidieron sentar su base de operaciones en casa de un señor, profundo conocedor de las ciencias ocultas y
esotéricas. Este señor, Richard Deeb (finalizo su vida física en el mes de septiembre de 1990 a la edad de
83 años), con el correr de los años se convertiría en uno de mis grandes amigos.

Yo no participaba activamente en estas reuniones. Chela por sus dotes mediumnicas, fue la encargada de dirigir
las primeras concentraciones y meditaciones.

El primer grupo estaba integrado por varias personas, todas ellas conectadas a través de las charlas con Karen.

En una de sus comunicaciones, el nombre de Enrique Castillo sugerido por supuestos extraterrestres que
procedían de Andrómeda.

Karen sin perder tiempo, me buscó para ponerme al tanto de los mensajes. Casi me obligo a asistir a las
reuniones. Acepté de buena gana, pero con curiosidad.

Por lo general estas se realizaban dos veces por semana. A través de Chela se lograron las primeras
comunicaciones con “seres” de Andrómeda.

Recibía los mensajes, algunas veces en escritura, otras en forma parlante, en la que considere podría ser una
especie de mediumnidad consciente.
Karen por su parte, vigilaba celosamente para que las técnicas de relajación se cumplieran al pie de la letra. A
su vez, hacia énfasis en la necesidad de contactar primero con lo que ella denominaba “Yo superior”.

Logramos cierta rutina en la celebración de estas reuniones. Dos veces por semana, íbamos ya fuera de la casa
de Richard o a la de Chela. Siempre nos colocábamos en la misma posición, en los mismos puestos.

Chela al Centro, Karen aun lado y yo al otro. Al comenzar las sesiones se pagaban las luces principales,
quedando encendida una pequeña lámpara.

Armados de papel y lápiz esperábamos los mensajes.


Un día la comunicación se centró en la complacencia de los visitantes de Andrómeda por la participación
mía en los ejercicios. Según ellos, tres naves sobrevolaban la ciudad, esperando lograr el contacto físico con
tres miembros de nuestro grupo elegidos previamente.

Transcurrían los meses de junio y Julio de 1973


En términos generales, la mayoría de los mensajes estaba relacionada con advertencias mesiánicas,
recalcando en nuestros patrones de conducta yalentandonos a mejorar nuestras actitudes frente a la vida.

El interés por las reuniones se acrecentó de tal forma, que ninguna persona faltaba a las mismas. Chela con la
facilidad de quienes han nacido específicamente para cumplir una determinada función, entraba
rápidamente en comunicación.

Los días pasaron y los ejercicios de preparación se sucedieron unos tras otros hasta que nos informaron la fecha
de nuestro primer contacto físico con ellos: 11 de octubre de 1973.

Nos miramos desconcertados: al fin la tan ansiada visita.

El día fijado, a las 10 de la noche, partimos en grupo para la casa de Chela. Íbamos 16, pero solo tres
tendrían la oportunidad de subir a las naves. El lugar de reunión, seria en un sitio al norte de Bogota, mejor
conocido como “La Calera”.

Detuvimos los autos en el kilómetro 8, nos bajamos rápidamente. La noche fría, el viento soplaba fuerte y
una molesta llovizna pronto empapó nuestras ropas.

A través de un camino bastante difícil, debíamos llegar


a una loma distante algunos metros. A la media hora arribamos al pequeño monte.

Momentos antes una agria disputa surgió a raíz de la compañía de cuatro extraños que no habían sido invitados,
sin embargo, estas personas, decididas y casi agresivas, se resistieron a volver a Bogota, ellos sabían del
“contacto con extraterrestres” a realizarse esa noche.

No quise intervenir, y mi amigo Alfonso Blanco a la postre evadió también la riña. Por fin los dejamos venir
con nosotros. Ya en la cumbre, preparamos el contacto. Primero habría una comunicación telepática y luego los
“seres de “Andrómeda” darían los nombres de las personas que subirían al “platillo”.

Formamos un círculo, nos tomamos de las manos. Todos estábamos nerviosos, inseguros. Yo bromeaba
con el Dr. Cosme Mejida, uno de los integrantes del grupo.

Cosme confundía cada estrella, cada nube, con los “platillos voladores” y me divertía esta actitud. Yo estaba
muy escéptico sobre los resultados de esa noche.

Chela recibió el primer mensaje


-Ya estamos aquí hermanos. En 10 minutos daremos los nombres de los “contactos”.

Todos giramos nuestras cabezas, buscando huellas que evidenciaran la presencia de los aparatos. Cada uno
de nosotros pensó en llegar a ser el favorecido, pero no vimos nada y las comunicaciones continuaron
interrumpidas. La llovizna se hizo intensa y el frío penetro los huesos.

Como en mensajes anteriores mi nombre había sido tenido en cuenta por los extraterrestres, pensé formaría
parte del grupo de los elegidos.

Uno de mis compañeros lanzó un grito, señalando unas luces entre las nubes, pero otro después de mirar
detenidamente, dedujo que eran faros de algún automóvil próximo.

La tensión creció y los nervios casi nos traicionaban.


La médium rompió el silencio; habían pasado 20 minutos desde las últimas indicaciones.

-Ya estamos aquí hermanos. Hemos decidido que serán 5 elegidos. Esperen unos minutos.

Pero pasaron ya no los minutos, sino media hora sin que se registraran los avistamientos esperados.

Los reflejos en las nubes producidos por los autos continuaban. Estaba satisfecho de la explicación dada a
este fenómeno luminoso, pero algo me llevo a observarlos con más cuidado.

Antes de las doce de la noche, una voz rompió el silencio de la contactación. Rápida y con gran
desesperación Chela transmitió:

-Hermanos, Operación Andrómeda ha sido cancelada.

Váyanse a sus casas y mañana al medio día nos


comunicaremos con cada uno de vosotros. El Mensaje terminó.

Una ola de protesta se levanto alrededor mió. Yo participe en ella. Me sentí terriblemente molesto y
desilusionado, de que los “extraterrestres” nos tomaran el pelo.

Hacernos ir para nada. Todos estábamos propensos a una pulmonía y los seres de Andrómeda decidían
postergar para otro día la cita.

¡Esto es el Colmo! ¿Como era posible que entidades muy evolucionadas nos gastaran bromas tan pesadas?

Richard y Karen terciaron en mi protesta con la voz calmada trataron de serenar los ánimos.
- Son las pruebas de los “Maestros”, dijeron.

Yo no me quede muy convencido de la explicación.

Sin oír los consejos de los otros, con mi humor desbaratado, maldiciendo a diestra y siniestra baje
rápidamente al lugar donde se encontraban los automóviles.

“Poncho”, así llamábamos a Alfonso Blanco,


me siguió animándome a reconsiderar mi posición.

¡Que extraterrestres, ni que ocho cuartos ¡ me sentí el centro de la estupidez mejor organizada en toda la
historia de la humanidad.

Caminando un poco desligado de la realidad, aun maldiciendo, sumergido en mis pensamientos, sentí de
pronto una orden terminante:

-¡Alto ahí!

Levante la cara, una fuerte luz iluminó mis ojos, cegándolos por un instante. Alcance a notar una
imponente metralleta corta, que apuntaba justo a mí cuerpo.

“Poncho” se detuvo y a lo lejos observé que los otros miembros del grupo se habían detenido inmediatamente.

De entre la maleza, los arboles y la oscuridad, surgieron sombras uniformadas. No eran extraterrestres, ¡era
miembros del ejército y de la Policía de Colombia!

Un oficial nos pregunto la razón de nuestra presencia en la zona.

Se encontraban allí por una llamada hecha a la estación 100 de Policía, por parte de unos campesinos que
informaron haber visto un extraño helicóptero volado bajo por los campos.

Pensaron que podría ser un contrabando, y sin perdida de tiempo alertaron a las autoridades.

Inmediatamente asocié las extrañas luces que nosotros asegurábamos pertenecían al reflejo de los
automóviles, con los “platillos voladores”.

No había duda, los campesinos habían observado lo mismo que nosotros.

No eran automóviles, eran……..

Richard Deeb, el de mayor edad se adelantó al oficial que dirigía la patrulla y se identificó.

Coincidentalmente llevaba una tarjeta de un amigo, General de la Republica, y por tal fue confundido.

Al mirar la tarjeta, el rostro del oficial enmudeció, cuadrándose al momento para presentarle sus respetos al
improvisado General.

Richard explico nuestra presencia en el lugar, como parte de las prácticas de meditación y la vida
contemplativa que el grupo realizaba en ese campo abierto a menudo.

El oficial quedó satisfecho, y después de observar el rostro de cada uno de nosotros, nos dejo ir.

Respiramos complacidos, habíamos olvidado por un momento el motivo que nos había llevado a La Calera.

Varios campesinos alrededor de los soldados, nos miraban intrigados. Se le hacia raro ver gentes paradas a
la doce de la noche en un lugar inhóspito.

Bajamos al estacionamiento de nuestros vehículos sin decir palabra alguna.

Ya dentro de los carros, quedamos en cumplir fielmente las indicaciones de los “seres de Andrómeda”. Todos
en nuestras casa, a las 12 del día siguiente, esperaríamos los mensajes, y a las 8 de la noche nos reuniríamos en
la casa de Richard Deeb, para comparar la información de cada uno.

Con esta aclaración nos fuimos a nuestros respectivos hogares..

Llegué muy tarde aquella noche. Mi esposa no me preguntó cosa alguna. Supuso, regresaba de lo uno de
mis habituales turnos de trabajo en la empresa, tal vez instalando un conmutador o atendiendo un
importante negocio.

Ignoraba lo que estaba haciendo. El 12 de octubre, “Día de la Raza”, se celebra en Colombia con algunos actos
especiales, “El Descubrimiento de América”.

Minutos antes de las 12 del medio día, persuadía mi mujer y a mis hijos para que se fueran de la casa y me
dejaran tranquilo por dos horas.

Yo vivía en el barrio Santa Isabel de Bogota, al sur de la ciudad. Este barrio es muy conocido porque allí
residían los famosos traficantes de las esmeraldas colombianas.

Mi esposa protestó airadamente y en un momento de cólera, me enfrentó con una frase:

-Enrique, pro andar metido con esos “marcianos” te vas ha volver loco!

Me tiró la puerta. Mi perro Dingo fue el más contento por mi decisión y batiendo la cola se alejó velozmente.

Estaba solo por fin. Desconecté el timbre de la puerta y me retiré a la alcoba.

Aliste papel y lápiz. Me senté en la cama dispuesto a realizar mis ejercicios de relajación y concentración.

No sin antes quitarme el reloj de la mano izquierda; marcaba algunos minutos antes de los doce. El tiempo
transcurrió rápidamente y no sucedió nada.
Pensé que no era uno de los elegidos y por eso decidí terminar la concentración. Me levanté y dirigí mis pasos a
la ventana.

Miré a los cielos y me pregunté… Como era posible que un “platillo volador”, llegara hasta mi casa, a las
doce del día, un día feriado y con todas esas gentes en las calles?...!Absurdo!

No acabe de pensar en lo ridículo, cuando al instante oí una voz.

-Enrique, ¡Escribe!

Me voltee automáticamente y algo sorprendido fui a la puerta del cuarto. La abrí y recorrí con mis ojos la
sala. Nadie estaba en ella.

-¡Enrique, ¡Escribe!, dijo de nuevo una voz.

Tan rápido como pude, tome el lápiz y papel. Miraba a todos lados, tratando de descubrir el origen de
aquella orden.

De ahí en adelante, sentí la más rara sensación que haya experimentado nunca en mi vida.

Unos zumbidos fuertes y constantes, como el de un enjambre de abeja, golpeó mis oídos. El pánico se
apodero de mí. La voz seguía insistiendo para que yo escribiera.

En el centro de mi cerebro retumbaba un tambor, mi respiración se agito anormalmente. Apoyé el cuaderno


sobre mis piernas y empecé a escribir lo que aquella voz me dictaba.

Las doce y veinticinco del día viernes del 12 de Octubre de 1973.

Por varios minutos escribí. Fue mi primera comunicación con seres extraterrestres.

Gruesas lágrimas, o tal vez sudor, caían sobre las hojas. Una tras otra iba llenando con la rapidez que mis
dedos permitían.

Un fuerte temblor agitó mi cuerpo, y una extraña fuerza se apoderó de mi voluntad. La emoción fue tal que
no pude pensar.

Aquellas notas estaban relacionadas con la “tercera guerra mundial”.

Terminaron diciéndome:

-No habrá contacto esta noche, pero otros “hermanos” procedentes del cosmos, están aquí ya. Sigan en el
grupo, ellos se comunicaran con ustedes.- ¡Adiós!

Hicieron énfasis en el comportamiento de la noche anterior, cuando se rompieron normas elementales de


conducta, al discutir furiosamente por los hechos que narré anteriormente. Según ellos, esa actitud no
favorecía al grupo.

Me estremecí al leer esta observación.

La comunicación termino. Me levante y dirigí al baño.

Abrí la llave del lavamanos y observe en el e espejo mis ojos están inyectados. Los brazos y piernas me
temblaban.

No era sudor lo que había caído sobre las hojas de papel cuando escribía. Eran lagrimas, que habían escapado
sin poderlas evitar. No pude explicar el porqué.

Alrededor de mi nariz y apareció una línea morada. En todo el cuerpo sentí un hormigueo. Bañé mi cara y
volví al cuarto.

Descansé un momento. Recogí y ordené las hojas que había escrito; las leí detenidamente, me causaron
honda impresión. Las doble y guarde en el bolsillo.

Me recosté a un lado de la cama y reposé un instante.


Mucho más calmado, regresé al espejo del baño y pude notar que las manchas moradas habían
desaparecido.

Vertí agua sobre mi cara y me sentí fortificado. Ordené mi ropa y un poco descompuesta, conecté el timbre,
abrí la puerta de la casa. Silbé a uno de mis hijos que jugaba fútbol a unos 50 metros en la calle.

Mi familia regresó. Beatriz sin poder controlar el genio, me preguntó el por que de mi palidez y nuevamente
critico mis actividades con los ovnis. El almuerzo se había estropeado.

En ese momento llego mi hermano Roberto y sin pensarlo dos veces le mostré las hojas.

-Enrique de donde sacaste esto?

No le explique nada y continué.

Yo se que la guerra mundial la están deteniendo, pero de que llega, llega, y no dijo mas.

Volví las hojas a su lugar en el bolsillo y Salí de la casa a encontrarme con una amiga, a quien quería
contarle lo que me había pasado.

La invité al cine, y ya en el teatro le narré la experiencia. Me miraba extrañada. Cortó repentinamente mi


monólogo con una advertencia a la clasificó de producto de la mente o de espiritismo barato.

No quise continuar mi improvisado informe.

Esa noche entre pesadillas y pensamientos locos, apenas pude dormir. “Platillos” llegando a mi casa,
puertas golpeando su marcos, ruidos de pisadas.
Al día siguiente, sábado, llegue tarde a la oficina. El reloj marcaba las nueve. Me estaban esperando cuatro
personas del grupo. Uno de ellos improvisando su vocero, tomo la palabra:

-Enrique, Karen esta furiosa. ¿Por qué no fuiste a la reunión?

Varios miembros recibieron mensajes, ordenando ir a tal o cual lugar. Estuvimos en Fontibon, fuimos al Rosal,
a la Calera, a Choachi. Esperamos en vano hasta las tres de la mañana. Nadie apareció.

Lo escuché sin pronunciar palabra alguna. Le respondí calmadamente que la razón de mi ausencia se debía
al mensaje recibido el día anterior en el cual los seres de Andrómeda me decían que esa noche no habría
contacto.

Mis amigos se miraron entre si, Les entregue las hojas dobladas y las leyeron ávidamente. Una idea cruzó por
mi cabeza. Advertí a los cuatro inesperados visitantes del grupo que mantuvieran el secreto bien
guardado hasta la reunión de la noche.

Yo quería encontrar la verdad (y la verdad se revelaría esa noche).

Pero el secreto se hizo público, y al momento de leer los textos dados a cada uno, por los extraterrestres,
como por arte de magia, ninguno sacó su correspondiente mensaje.

Todos concluyeron que yo había sido el favorecido, luego yo tenía la razón. Con este imprevisto resultado,
leí en voz alta el contenido de las hojas.

Ninguno discutió la verdad de mi informe, era demasiado claro. Tampoco quisieron habla mucho del
asunto, la reunión empezó como otras veces.

Dispuestos en nuestros lugares, a las ocho y cuarto del sábado 14 de octubre de 1973, no relajamos.

Me senté de espaldas a una ventana quedaba a la calle. Vestía aquella noche deportivamente con una
camisa azul, bufanda y chaqueta de cuero.

Todas las miradas se centraron en Chela. Pasaron de 10 a 15 minutos y no hubo comunicación. De un


momento a otro sentí aquel zumbido del día anterior.

Una voz esta vez muy fina dijo:

-Enrique, ¡Escribe!

Pensando que había sido Karen quien hablaba, la interrogué. Ella negó silenciosamente mi pregunta. Cerré lo
ojos y de nuevo la voz se manifestó.

- Enrique, ¡escribe!

El mensaje comenzó de la siguiente forma:

-Somos emisarios de las Pléyades, los mismos que les dimos instrucciones y conocimientos a los incas y
otras razas.

Me estremecí con incomodidad, casi asfixiado rompí la camisa y lance la bufanda que cayó en el regazo de
Marjorie de Hollman.

Esta vez la comunicación era de seres del las Pléyades, ya no de los de Andrómeda.

Caí en una especie de mediumnidad, la lengua se me trabó. Todos mis compañeros se dieron cuenta de mi
estado, frotaron sus manos y las colocaron sobre mi cabeza.

Empezó el mensaje y allí perdí toda noción del tiempo, y lugar. No recordé nada. Pasada media hora abrí los
ojos.

Marjorie y Maria Teresa, limpiaban con servilletas el sudor de mi cara. Karen tenía entre sus manos mi
cabeza y sin pensarlo le pregunte:

- Karen, ¿Qué paso?

Ella respondió en forma terminante:

- Hijito estabas muy lejos de aquí.

Rezaba el texto del mensaje, que yo era el escogido por los extraterrestres en Colombia para tener contacto
físico y directo en una fecha que ellos pronto iban a dar.

Hasta ese momento era la única persona en el país


que tendría ese tipo de encuentro.

Paulina, la esposa de Richard me trajo una taza de leche caliente con brandy. Me levanté con la misma
sensación de adormecimiento del día anterior.

Marjorie y Jorge Eduardo, estimulaban la circulación


frotando vigorosamente mis brazos.

Me acostaron en una cama. Conté con suerte; en el grupo se encontraba un médico, Rafael Contreras,
después de auscultarme unos minutos, dijo, que fuera de tener, las pulsaciones aceleradas, por lo demás, me
encontraba en perfectas condiciones.

Se quejó amargamente de no tener una filmadora pare registrar el momento en que dibuje unos extraños
símbolos en el aire con mis manos.

Mucha de la información dada, hacia referencia a un disco de oro que habita en el Perú escondido en un
templo, a unos papiros, y a unos manuscritos.

Todo se había reproducido fielmente en una grabadora, y de esta manera acabamos una pequeña discusión
sobre algunas de las palabras mal interpretadas.

Nos reuniríamos el Martes siguiente.

Un profundo dolor de cabeza me mortificaba cada vez que recibía los mensajes. Porque ya no fue Chela la
portadora de las noticias, fui yo el que debía soportar las consecuencias de las comunicaciones.

El dolor era fuerte y deje de ir dos días seguidos a la oficina.

Por dos veces me negué a recibir mensaje de los extraterrestres: ellos me advirtieron que en 2 o 3
comunicaciones más y el dolor desaparecería.

Alguna vez oí, que efectuaban mediciones en mi cerebro.

Alcanzaron a dar una cifra. Según ellos, las vibraciones de mi cerebro eran de 829 “valios”.

Pensé, que podría ser el voltaje, la emisión o la frecuencia de mi cabeza. No me aclararon esa incógnita.

Es difícil expresar en palabras todo el contenido de mi experiencia, puesto que la mayoría de las veces se
combinaba, con todas sus reacciones y en consecuencia, hechos internos, ajenos un poco, a los ojos de los
demás personas del grupo.

No podía aprecia claramente el papel de Karen. Fue ella la que me inicio, pero una vez cumplida su misión,
el brillo de su “aura”, para mi había desaparecido.

Karen insistía en el deber de fomentar mis lazos con el


“Yo Superior”.

Realizaba paso a paso sus técnicas de contactación, pero me sentí frustrado, carecía de las facultades
paranormales de los otros, y por momentos atribuí ese extraño fenómeno al subconsciente.

No conocía las fuerzas que nos dominaban. A pesar de todo, nuestro grupo se conformo en un principio con 17
personas, grupo, al que más tarde se sumarian otras para llegar a 27.

Por la importancia de los sucesos que se fueron ligando secuencialmente, citare nombres de los primeros:
Richard Deeb, Paulina de Deeb, Marjorie de HOllman, Maria Teresa Paladino, Graciela Torres (Chela),
Alfonso Blanco Rodriguez, Cosme Mejia, Heberto Cediel, Rafael Contreras, Pedro Ávila, Gloria y Alba
(hijas de Pedro Ávila). Víctor Rodriguez, Fernando Márquez, Jorge Eduardo Silva, Adriana Turner
(Karen)y yo, Enrique Castillo Rincón.

Algunas veces el grupo crecía por invitaciones hechas a los amigo de algunos de los integrantes.

También, ocurrió el caso contrario. Varios se marginaron con la firme creencia para unos, de que lo
realizado allí era fraudulento, o manifestación de locos o espiritistas, y otros porque no encontraron la
espectacularidad esperada desde un principio.

Nosotros nos reunimos regularmente lo establecido, dos veces a la semana: martes y viernes a la 8:00 p.m.

En otra de las comunicaciones se nos informo, sobre la existencia de un Templo oculto en ruinas en el Perú.

Allí permanecía el verdadero conocimiento de la historia de la humanidad. Pero según explicaron, no solo
en un templo peruano había información. También en diferentes sitios del centro, y sur América, ciudades
perdidas en la soledad de las milenarias cordilleras andinas, contenían riquezas traducidas en conocimiento
e información.

Una vez reunidas las partes del rompecabezas de datos, encontrados en templos y pirámides, ruinas y
ciudades olvidadas, la humanidad ya no dudaría de la verdad de los nuevos conocimientos, bastante
diferentes a como se había enseñado en nuestros estudios del pasado y del planeta.

Para nosotros esto era novedoso. Nos sentíamos estimulados con la posibilidad de ser los primeros en recibir
esta información.

En cierta forma éramos un grupo privilegiado.


Por momento, y a pesar de tener evidencia en nuestras manos, dudábamos.

A finales de octubre de ese mismo año 1973, los “emisarios de las Pléyades anunciaron la fecha del
contacto físico con “ellos”.

Había llegado el momento y nosotros estábamos preparados.

Oliver Mora.
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