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Mario Emilio Germán Cuello ID: 1097872 Grupo C

Texto 1.

Así es como ellos iban llenando a “La Felicidad” por las carreteras de Haití, como el que cosecha
yuca o maíz. Los muchachos montaban, comenzaban a tocar los juguetes, se llenaban la boca de
caramelos, y enseguida se quedaban dormidos, como cachorros, porque les ponían adormidera,
para que luego no se echasen atrás. Y cuando la cosecha era magra, pues la gente empezó a
murmurar y sospechar, y los chicos se hicieron más desconfiados y ariscos, y también los policías y
gendarmes de la frontera comenzaron a cobrar más de la cuenta por mirar a otro lado, Entonces
cambiaron la táctica, y dirigieron la propaganda a los padres, abuelos, padrastros y madrastas,
convirtiendo el secuestro en una operación “legal” de compra-venta. Fue así que la decoración
interior de “La Felicidad” cambió, (a los) señores oficiales, convirtiéndose en una bodega
ambulante, y al cambio solo escaparon el viejo gramófono de la RCA Víctor y los alegres sones de
Los Matamoros. Ahora, sobre los asientos, en el fondo y los pasillos, se apilaron cajas con latas de
mermelada, sacos de azúcar, sal y víveres. Del techo colgaron ristras de tocino, embutidos y
pencas de bacalao noruego. Y así, lo mismo la Sra. Octa Charles que los otros, cuando llegaban a
algún caserío perdido, parqueaban y salían con un gramófono de feria a invitar a los hambreados
pobladores a disfrutar de un refrigerio, que iba por la casa, a degustar unos jarros de ron clerén,
que también iba por la casa, y a hablar de negocios. Y así se cerraron muchos de los tratos que
trajeron a “La Gran Calle” a decenas de 270 | LA ERA muchachos, traicionados por su misma
sangre, traficados como pollos. Pasar la frontera con aquella carga jamás fue un problema. Si se
pagaba de ambos lados, los niños se volvían invisibles. Y tanto la Sra. Octa Charles, como Abadía y
Simó, pagaban, religiosamente, porque el negocio daba, y daba bastante. Tanto los sobornos,
como los gastos fijos que ocasionaba la compra de las baratijas que se usaban para soliviantar
voluntades, o pescar muchachos con anzuelos de caramelo, no eran obstáculo para que las
ganancias creciesen. Cientos de niños pasaron, de esta manera, directamente de sus familias a
esta especie de inmundo barracón de esclavos que, como ustedes pueden ver, es la casa de la Sra.
Octa Charles, aquí en el central Romana, en este otro país a donde nos trajeron para ser usados
como mano de obra barata en las plantaciones. Porque el verdadero negocio de la Sra. Octa
Charles, bruja y borracha, que dice ser nuestra madre, es el arriendo de nuestras escasas fuerzas a
quienes les paguen, lo mismo en la zafra, que en labores de conucos, acarreando agua, cuidando
animales, levantando cercas, o chapeando los cultivos. Nos mata de hambre y estamos casi
desnudos, sin los zapatos prometidos. Ella se queda con los salarios que recibimos, porque, una
vez yo escuché que le pagaban 25 centavos diarios por cada uno de nosotros, o sea, siete pesos,
que es bastante dinero, y solo nos da unos centavos, cada quince días.

SINTEXIS DEL TEXTO 1


Los muchachos comenzaban a tocar los juguetes, se llenaban la boca de caramelos y
enseguida se quedaban dormidos. La gente empezó a murmurar y a sospechar; los chicos
más desconfiados y ariscos, los policías de la frontera comenzaron a cobrar más de la
cuenta por mirar a otro lado. Entonces dirigieron la propaganda a los padres, abuelos,
padrastros, madrastras, convirtiendo el secuestro en una operación legal de compra y venta.
“La Era Muchachos”, traicionados por su misma sangre, traficados como pollos. Pasar la
frontera con aquella carga jamás fue un problema. Y tanto la Sra. Octa Charles como
Abadia y Simo pagaban religiosamente, porque el negocio daba bastante.
Cientos de niños pasaron de esta manera, directamente de sus familias a esta especie de
inmundo barracón de esclavos, en el Central Romana.

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