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¿Educar sin autoridad?

Saúl Hernández Bolívar


El Tiempo - 24 de agosto de 2015

Un joven no se pule él solo, haciendo lo que le dé la gana. Pero hay algo peor a
que se manden solos, y es mandarlos mal.
Un estudiante del colegio Marco Fidel Suárez de Bogotá murió por consumir una
mezcla de sustancias enervantes y varios más resultaron intoxicados. Hubo
escándalo y las autoridades distritales y nacionales se rasgaron las vestiduras,
como si desconocieran en qué pasos andan los adolescentes de hoy: inhalan
hasta Frutiño.

Alguien decía en la radio que la ausencia de autoridad en los colegios y la falta de


control sobre los jóvenes son producto del Decreto 230 del 2002 (administración
Pastrana), conocido como ‘Ley de Promoción Automática’, mediante el cual se
reglamentó que solo el 5 por ciento de los estudiantes de cada establecimiento
podía perder el año, dándoles por aprobado el curso a los demás sin importar si
en realidad lo habían ganado o no.

Esa aberración llevó la educación colombiana al más bajo nivel, graduando a


miles de bachilleres a pesar de haber perdido muchos años que no repitieron
gracias a que no estaban entre el 5 por ciento de los más mal calificados. Toda
una generación de ignorantes que no tienen los conocimientos básicos para
formarse en una universidad y que carecen de aptitudes elementales para el
mundo laboral, pero que han arribado por cantidades industriales a ambos
entornos provocando una verdadera hecatombe. A cualquier profesor universitario
le consta el bajísimo nivel de los estudiantes de hoy y su escasa propensión al
estudio. Solo quieren que les regalen la nota.

Sin embargo, si bien ese decreto llevó a que se perdiera la exigencia académica,
la autoridad se había perdido antes, con la Constitución de 1991 y el cacareado
“libre desarrollo de la personalidad”. A partir de entonces se les arrebató toda la
autoridad a los docentes y hasta a los mismos padres de familia, trastrocando los
paradigmas de autoridad en un abrir y cerrar de ojos. Se llegó a que los
estudiantes no solo desobedecen olímpicamente a sus maestros, sino que incluso
los agreden sin recibir castigo alguno, algo impensable hace apenas un cuarto de
siglo. Y los padres dejaron de ser aliados de los docentes en la formación de sus
hijos para convertirse en alcahuetes que también suelen maltratar a los
profesores.

Hoy, todos se llenan la boca pidiendo y prometiendo educación de calidad.


Construir 30.000 aulas (más de 600 por mes en lo que queda de este Gobierno) e
incrementar el presupuesto para implementar la jornada única exigen grandes
esfuerzos. Se habla también del gran reto de conseguir profesores excelsos, de
que los mejores estudiantes no solo se interesen por la Medicina o las ingenierías,
sino que se inclinen por el magisterio, atraídos, entre otras razones, por una buena
paga. Todo eso se irá por el caño mientras nuestra juventud siga teniendo una
mentalidad deformada por tanto libertinaje.

A los jóvenes también los rige la segunda ley de la Termodinámica: tienden a la


dispersión, al caos, a la entropía. Un joven no se pule él solo, haciendo lo que le
dé la gana. Pero hay algo peor a que se manden solos, y es mandarlos mal,
convirtiéndolos en esclavos de distintos amos que pretenden doblegar a toda la
sociedad. El video viral de las jovencitas que le hacen caso a un desconocido que
las contacta por Facebook es una muestra de lo maleables que son los jóvenes.
Un ejercicio de autoridad mal enfocado puede hacer estragos, como el
adoctrinamiento al estilo cubano que traerá la ‘cátedra para la paz’.

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Por amenazas de Anncol-Farc, el historiador y profesor de la Universidad Nacional


(sede Medellín) Darío Acevedo Carmona dejó su columna de El Espectador. Sin
duda, nos quieren silenciar a todos los críticos del proceso de La Habana. Me
honran al incluirme en esa lista, entre tan notables colombianos.

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