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Abrazar con los ojos a Eduardo Galeano

Eduardo Galeano nos mostró, desde la firmeza de su palabra, la necesidad de


que el mimoso gesto se convirtiera en arma solidaria para desterrar del planeta
la faz de un capitalismo que asfixia y mata

Por estos días en que, paradójicamente, los abrazos podrían hacernos daño,
se recuerda a aquel autor que les dedicó un libro y, no bastándole con ello, nos
mostró, desde la firmeza de su palabra, la necesidad de que el mimoso gesto
se convirtiera en arma solidaria para desterrar del planeta la faz de un
capitalismo que asfixia y mata.
Si –como se sabe– recordar es una invitación a volver a pasar por el corazón,
regresemos hoy a aquel que, desde su pluma efusiva y profunda, nos enseñara
simples modos de querernos; ese que, aunque vive entre nosotros, hace cinco
años emprendió un viaje definitivo. 
No hay título suyo del que, habiéndose abordado, no se haya salido
sólidamente comprometido con el bando justo del mundo.  Leer a Eduardo
Galeano nos junta con los «nadies», nos provoca pulsaciones que enaltecen la
condición humana. Da igual si lo hacemos desde Las venas abiertas de
América Latina –escrito con apenas 30 años–, con verdades tan contundentes
que, si bien contribuyó a abrir «espacios de libertad», fue prohibido por los
dictadores del sur del continente. Da igual si lo escuchamos desde la voz
testimonial de Días y noches de amor y de guerra, donde las verdades
descritas sacuden la paz imperturbable hasta de los que no se involucran, o  si
el acercamiento es a Patas arriba, la escuela del mundo al revés, publicado a
las puertas del 2000, donde se eternizan, desde la escritura, bochornosas
realidades que sacuden a los más escépticos y cimientan las conciencias. 
Si bien ante cualesquiera de estas y otras no citadas obras suyas el lector no
solo sucumbe, sino que se alista y define, seducido por la narración histórica, la
afluencia de datos, la anécdota que desemboca en aparentes simplezas, o las
curiosidades que exaltan, el convite de estas líneas es hoy a reencontrarnos
con Espejos, una historia casi universal, el libro de más de 400 páginas que
presentara en su última visita a la Casa de las Américas, institución que
galardonara el título con el Premio de narrativa José María Arguedas en 2011.
 En la Casa, Galeano leyó entonces varios de los más de 600 relatos que
conforman este libro singular, donde desfilan actores principalísimos y
secundarios de esa gran «novela» que pinta a la civilización humana, casi
cronológicamente, desde su génesis hasta nuestros días. 
Entre las primeras páginas, unas preguntas piden cuentas. ¿No habremos sido
capaces de sobrevivir, cuando sobrevivir era imposible, porque supimos
defendernos juntos y compartir la comida? Esta humanidad de ahora, esta
civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, ¿habría durado algo
más que un ratito en el mundo? (¿Cómo pudimos?).
Muy avanzada la lectura, cuando ya no es posible apartarse de los textos,
Humanitos no puede menos que avergonzarnos:
(…) Ya no sabemos si somos obras maestras de Dios o chistes malos del
Diablo. Nosotros, los humanitos: / los exterminadores de todo, / los cazadores
del prójimo, / los creadores de la bomba atómica, la bomba de hidrógeno y la
bomba de neutrones, que es la más saludable de todas porque liquida a las
personas pero deja intactas las cosas, / los únicos animales que inventan
máquinas, / los únicos que viven al servicio de las máquinas que inventan, / los
únicos que devoran su casa, / los únicos que envenenan el agua que les da de
beber y la tierra que les da de comer, / los únicos capaces de alquilarse o
venderse y de alquilar o vender a sus semejantes, / los únicos que matan por
placer, / los únicos que torturan, / los únicos que violan. / Y también / los únicos
que ríen, / los únicos que sueñan despiertos, / los que hacen seda de la baba
del gusano, / los que convierten la basura en hermosura, / los que descubren
colores que el arcoiris no conoce, / los que dan nuevas músicas a las voces del
mundo / y crean palabras, para que no sean mudas / la realidad ni su memoria.
Para revisitar al autor de los abrazos, el que apostó por la esperanza y la
perpetua batalla, nunca mejor que ahora, cuando el miedo colectivo y el
desafío por la luz de la vida nos exigen que los nuevos capítulos de la historia
tengan, para la humanidad entera, un final menos espeluznante.

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