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En el año 1986, uno de los sucesos criminales más trágicos de la historia colombiana, la

masacre del restaurante Pozzetto, manchaba de rojo sangre las páginas de crónicas del país
y convertía en celebridad terrible al ex-soldado del Vietnam Campo Elías Delgado, autor de la
matanza. Basándose en estos hechos, Mario Mendoza escribió la novela "Satanás" en la que,
con una estructura de vidas cruzadas, se tomaba como base el crimen de Pozzetto para
presentar una galería de vidas a punto de despeñarse por el abismo que conduce al mal
inherente en todo ser humano.

La adaptación de la novela corre a cargo de un principiante del que Paul Haggis, por ejemplo,
podría aprender varias cosas. Baiz inicia la narración con un prólogo absolutamente
espeluznante que ya avisa del carácter perturbador de lo que vamos a contemplar desde el
principio. Las historias enlazadas de tres personajes -una chica que ayuda a estafar a
hombres ricos, un cura atormentado por su sexualidad y el trasunto ficticio de Campo Elías
Delgado, aquí llamado Elíseo- están contadas con una transparencia absoluta y una decidida
apuesta por evitar maniqueísmos, tan difíciles de soslayar en una historia de esta índole.
Aunque presentimos desde el inicio el ominoso latido de la desgracia, no hay una progresión
descendente obvia (salvo quizás, en el caso del asesino): los personajes son gente corriente
que se ven abocados a ciertas acciones que podríamos considerar malvadas sino fuera
porque son tan vulnerables a ellas como lo podríamos ser nosotros en determinados
momentos de nuestras vidas.

Es muy de agradecer la sutileza del cauce narrativo, carente de estridencias, golpes de efecto
o concesiones a la lacrimogenia. También admirable la inteligencia que reside en multitud de
detalles, como las conversaciones entre Eliseo y su madre, las partidas de ajedrez, las visitas
del cura a la cárcel o la soledad punteada con pegatinas de Paola.

El director acierta al dar la palabra a unos personajes marcados por el azar, la culpa y la
miseria, de modo que se tiene la impresión de que los hechos fluyen naturalmente, sin forzar
su sucesión, a pesar de la crudeza de lo que se está contando. Perfecta banda sonora -un
piano minimalista que nunca ocupa el primer plano de la acción-, una fotografía correcta y un
guión realmente bien adaptado hacen el resto. A destacar el descomunal talento de Damián
Alcázar, que logra la proeza de hacer comprensible a su personaje sin pretender justificarlo.

Muy recomendable para gente con inquietudes cinéfilas, pero no para pasar un rato
entretenido: provoca una notable incomodidad moral y conduce a reflexiones post-película
poco o nada agradables.

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