Está en la página 1de 5

EL SUJETO: ENTRE LA IDENTIDAD Y LA ENAGENACION

“la mayoría de los hombres busca el placer con tal apresuramiento, que pasa
de largo por su lado”

(SOREN KIERKEGAARD)

El hombre como un ser persona y ser en el mundo, está inmerso en una sociedad
que se organizan por consenso en torno al establecimiento de unas costumbres,
lengua, ritos y otros elementos que confluyen en lo que se llama cultura, que en
palabras de Dora Fried “se forma en un ecosistema determinado, a partir de
procesos de producción y de adaptación desarrollados por el grupo, y del lenguaje
y del conjunto de creencias que articulan la tradición cultural”, dentro de ella está
el sujeto como componente esencial y dinamizador de los procesos que se
presentan en dicho contexto. Este no solo es la parte de un todo, él es el todo,
integralidad, y dentro de ella está la identidad como un fundamento de su
existencia en relación con los otros que le permite establecer las diferencias que
se presentan en todo su entorno y le permite discernir que la búsqueda de su
identidad como ser, unidad y relación no necesariamente implica que busque una
uniformidad sin razón ni causa; somos iguales pero diferentes, y estos es lo que
edifica la riqueza de toda cultura y sociedad y por ende al sujeto.

En la búsqueda de esa identidad hay unos elementos que la configuran y que es


esencial darle una mirada acerca de cómo ella conforma los procesos de
constitución del yo, permite establecer –como ya se dijo- las diferencias ante un
grupo étnico y permite la adscripción en un plano abstracto a un centro de
autoridad, entendida en el mejor sentido de la palabra, ya que es justamente en
este ultimo elemento donde se desvirtúan toda clase de intentos por dignificar al
hombre; bajo la bandera de una pretendida cualificación de vida entran a jugar un
papel definitivo la técnica y el estado como una cristalización del hombre en tanto
individuo a favor de unos intereses de dominio y autoridad que alcanza su más
alta eficacia en la figura del estado, alienado y entorpeciendo al sujeto con toda
clase de artimañas que confundan y desdibujen su proyecto identitario, velando
sus ojos ante la importancia de su propia historia y la edificación de una sólida
esencia en términos de su ser, que bellamente expresa Hermann Hesse cuando
dice: “mi historia es más importante que a cualquier poeta la suya, pues es la mía
propia y es la historia de un hombre – no la de un hombre inventado, posible e
inexistente en cualquier forma, sino la de un hombre real, único y vivo- Hoy se
sabe menos que nunca que es eso, lo que es un hombre realmente vivo, y se lleva
a morir bajo el fuego a millares de hombres, cada uno de los cuales es un ensayo
único y precioso de la naturaleza” .

Una enajenación desvelada en la más profunda pretensión de homogenización de


una sociedad compuesta por seres humanos con rasgos que los hacen diferentes
a todos los demás, como un ensayo único y maravilloso de la naturaleza, negando
toda posibilidad de expresión de particularidad, que naturalmente no es un
particularismo solipsista, una dimensión que queda subsumida y en un alto grado
negada por este nivel abstracto que propicia el estado y que le llama
equivocadamente identidad, permitiéndole en su pretensión de universalización el
encubrimiento de una escisión de la relación del hombre con la naturaleza.

Se hace, pues, urgente que reivindiquemos al hombre como tal y no se permita


que la técnica lo desplace, reemplazando procesos que le conciernen justamente
a él, que se exija el retorno a la patria manifestada en el establecimiento de una
sana relación de reciprocidad, donde no se tenga demasiada ausencia del otro en
nosotros y que el componente alteridad ayude a edificar lo que la modernidad
hostigada del racionalismo exagerado nos arrebató: la posibilidad de establecer
comunidad ya que la técnica moderna nos aísla y nos convierte en los feos ogros
del pantano donde la magnificencia es la soledad en términos de una producción,
producto y comercialización del mismo ser, convirtiendo en espectáculo la miseria
del hombre.

Vidas desperdiciadas por un sistema económico que lo que exige es una sociedad
del espectáculo donde el que más muestre una belleza sin la más mínima noción
de estética es el que más vale, y que en palabras de Vicente Verdú terminamos
convirtiéndonos en sobjetos, es decir, sujetos y objetos de lujo donde exhibimos y
se nos ostenta como cosa de una exagera demanda de la burguesía por aparentar
un porvenir de seres humanos que se decide en un sistema de extroversión que
es la cultura de consumo, de la conversación, de la conversión y la traducción;
de una época sin prestigio porque le fue arrebatado al ser humano la capacidad de
sentirse a gusto consigo mismo y con lo que verdaderamente se es.

El reto está puesto, no podemos dejar expulsarnos de nosotros mismo, no


podemos permitir ser desterrados de nuestra patria llamada identidad y debemos
exigir que nos dejen echar raíces en nuestra cultura donde se trabaje
conjuntamente con la economía, la técnica y los medios de comunicación no como
una posibilidad de subyugar al hombre sino como una posibilidad de hacer
comunidad de religación donde no sigamos en la misma tónica donde todos se
quejan de todo pero nadie hace nada para la transformación de su contexto y
donde “la autentica patria del hombre no tiene perfiles y fronteras uniformes. El
sueño cosmopolita, la imagen de una patria universal y homogénea es un
espejismo destructivo. La verdadera patria es la imagen de las diferencias
humanas, la diversidad de sentimientos, lenguajes y culturas. Los itinerarios que
trazamos en nuestro incesante caminar hacia la patria” porque la vida es un
peregrinar constante a lo que llamamos felicidad.

Otro de los peligros a los que se enfrenta el ser humano en la construcción de su


identidad es la amnesia social equivalente a lo que José Saramago en su novela
ensayo sobre la ceguera llama agnosia que es la incapacidad de reconocer
objetos familiares, que develan una ignorancia, una falta de fe. La destrucción de
la memoria como una obstrucción de la identidad, una memoria signo de ausencia,
donde se encuentra un sujeto que clama por hacerse visible y que se pregunta, ¿a
que se debe la desmemoria social generalizada?

La amnesia que hace que el sujeto se confunda entre la masa y borre de él todo
rastro de individualidad o lo que le es propio y que le hace diferente de los demás,
confusión que no permite discernir ni clarear acerca de lo que hace al hombre lo
que es y entrar en relación con esa circularidad necesaria de el si mismo, los
otros, el entorno o lo otro y la trascendencia que es lo que construyen identidad
en la persona. Un embrollo que en medio de la ceguera hace que el ser humano
pierda su identidad y la haga uno con la colectividad olvidando sus fundamentos y
actuando bajo la mirada uniforme de una comunidad que busca un supuesto bien
común asfixiando al sujeto en su particularidad y su ser individual.

Del presupuesto anterior se puede deducir que la persona al diluirse en la


colectividad busca una identidad fija y definitiva en esta, cuando por el contrario el
concepto de ella es dinámica y no fosilizada ni estático sino que precisamente
permite el devenir de ciertas cosas que la enriquecen sin dejar nunca de lado
aquello que le es esencial; siendo al contrario, esto se convertiría en un caos y
prolongación de la alineación de la identidad en el sujeto, es decir, “esta búsqueda
es contraproducente, dado a que tiende hacia un concepto alienado de cosa y no
de persona que vive y se desarrolla” promoviendo así la cosificación e
invisibilización del sujeto que – como ya se planteo anteriormente- clama por
hacerse visible en una sociedad que lo oculta hasta lo mas hondo haciéndolo ese
objeto mágico deseado que se saca a la luz para sorprender y provocar una
adulación de aquellos espectadores indiferentes que lo único que les interesa es la
belleza, fineza y calidad de ese producto de la evolución pero que su subjetividad
queda relegada y castigada a la insufrible soledad del rechazo.

Queda por reflexionar en qué lugar estamos cimentando nuestra identidad, si es


en lo colectivo, seguimos en la tónica de aferrarnos a los viejos ídolos y antiguos
mitos que pretenden a un hombre que funcione deacuerdo a unas directrices
planteadas por este colectivo que lo que busca es el reconocimiento y la
exaltación de su ego popular o, si por el contrario, estamos procurando una sana
edificación en el yo, “puro surgimiento del sujeto”, yoeidad, hecha acto en el ser,
su “mi” la objetivación del sujeto que lo coloca en frente de otro yo confrontándolo
con la diferencia y haciéndolo adquirir una identidad, su “si” la identidad corporal
del sujeto que le permite relacionarse con esos otros en un contexto determinado
que se llama cultura ayudándole a realizar un constructo en torno a la totalidad de
su persona, en resumidas cuentas, son todos estos componentes que confluyen y
hacen que el sujeto pueda formularse la afirmación del “yo soy mí mismo” como
totalidad donde no cabe la posibilidad de la fragmentación y su reconocimiento
como ser es en torno a su mismidad que lo constituye ser en el mundo y en
relación con los otros yo, ayudando a que, lo que llamamos circularidad necesaria,
sea efectiva y afectiva en pro de la realización de un ser humano integro que en la
discrepancia dialogue con la locura, desate sus pasiones, ensombrezca e ilumine
su existencia y lo congregue en un mundo donde hay diferencia que es el placer
que el hombre, en la lentitud, debe buscar y no dejarlo pasar de largo para que no
se convierta así en aquel placido mártir, hasta donde pueda ser placido el martirio,
que se acuesta al lado de su verdugo, el anonimato.

También podría gustarte