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Friedrich Schiller

SOBRE LA GRACIA
Y LA DIGNIDAD

SOBRE POESÍA INGENUA


Y POESÍA SENTIMENTAL

y una polémica

KANT, SCHILLER, GOETHE y HEGEL

ICARIA
antrazyt


l
!
La versión castellana del ensayo Sobre poesía ingenua y
poes�a sentimental fue realizada/por Juan Probst y Raimun­
do Lida en 1 953. A pesar de suAntigüedad, esta traducción
sigue siendo excelente y difici Jffen e nte mejorable. Prueba de
ello es que, tras una paciente revisión, sólo se han detecta­
do tres pequeñas omisiones del texto original. La versión
castellana del ensayo Sobre la gracia y la dignidad también
se basa en la traducción de Juan Probst y Raimundo Lida, NOTA EDITORIAL
pero en este caso se han realizado m uchos cambios estilís­
ticos y varias correcciones de traducción. En cualquier
caso, la existencia misma de esta traducción ha sido una
base muy valiosa para la versión aquí presentada.
Las d os traducciones son p ropiedad del Instituto de Litera­
turas Anglo-germánicas de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires.
Las traducciones de los textos incluidos en la Addenda se
m encionan a pie de página en su lugar correspondiente.

El ensayo Sobre la gracia y la dignidad apareció por pri­


mera vez impreso en la revista «Neue Thalía» (3, pieza 2ª), en
1793. El editor de la revista (continuación de la «Rheinische
Thalía», fundada, en 1785, en Mannheim y de la «Thalía», que
empezó a salir, a partir de 1786, en Leipzig) era Schiller mismo
y el motivo inmediato de la redacción del ensayo fue la falta de
contribuciones para esta publicación periódica. Aún convale­
ciente de una ·grave enfermedad pulmonar, Schiller había em­
pezado a estudiar la filosofía de Kan t en los últimos meses de
Título original: 1792. La discusión sobre el concepto de belleza en la Crítica
Vber Anmut und Würde del juicio empezó a desarrollarse en la corresponderzcia que
Vber naive · und sentimentalische Dichlimg ··. . .
Schiller mantuvo con su amigo, Christian Gottfried Korner, a
© de esta edición: partir de diciembre de 1792, y en un p rincipio existía el plan
ICARIA Editorial, S. A, 1 985
C/. de la Torre, 1 4 / 08006 Barcelona de publicar las reflexi9nes sobre el concepto de belleza en fo r­
Primera edición: abril 1 985 ma de diálogo bajo el título «Kállias». En una carta a Korner
I.S.B.N: 84-7426-1 08-2
del 5 de mayo 1793 se refleja yd el hilo de la argumentación
Depósito legal: B. 1 3.066 - 1 985 definitiva con la inclusión del principio objetivo. de la libertad.
Imagen de la portada: Retrato de· Friedrich Schiller. Schiller redactó el ensayo en seis semanas y tras su conclusión
Litografía según el dibujo en tiza de comunicó a Korner, el 20 de junio 1793, que lo consideraba
Ludovike Simanowitz, 1 793 como «una especie de precursor de su teoría de lo beflo», que
Composición, impresión y encuade--��:.1.._, también anunció en el texto mismo bajo el nombre de «Analíti­
Industrias Gráficas Manuel Pareja ·

Montaña, 1 6 / 08026 Barcelona ca de lo bello>.,.. Sim embargo, las posteriores reflexiones sobre
1s�ema
,
el tema no hallaron una elaboración sistemática en forma ais­

1 11 ,,
Impreso en España
Printed in Spain lada.

5
El ensayo Sobre la poesía ingenua y la poesía sentimen­ la propugnaban también espíritus tan· lU.Cidos como Lessing y
tal fue publicado en tres entregas, en la revista, «Die Roren», Goethe- que Schiller asignaba al teatro, era a partir 4el arte
números 11 y 12 de 1795 y numero 1 de 1795. La revista, tam­ dramático que él desarrollo, en primer lugar, su teoría estéti­
bién publicada por Schiller, salió en la editorial Cotta de Tü­ ca, y no hay que olvidar que Hegel valora ría, en su Estética, el
bingen. El ensayo surgió como resultado del vivo intercam b io teatro mucho más allá de la función utilitarista que le había
de ideas entre Schillery Goethe, mantenido desde el verano de asignado la Ilustración, retomando no obstante, buena parte
1794. de los elementos de la reflexión schilleriana. Como contrapar­
Tanto Goethe com Hegel afirman que Schiller pone los fun­ tida del discurso sobre la «educación del pueblo» puede enten­
damentos para la teoría estética moderna (ver addenda). En derse el tipo de reflexión que caracteriza las «Cartas sobre la
los dos ensayos que ofrece este volumen, Schiller define, pri­ educación estética del hombre». En cierto modo, se pueden en­
mero, el concepto de belleza, proponiendo la libertad como tender como deudo ras de la vieja tradición de la literatura de
condición necesaria en oposición po lémica con la formulación «educación de príncipes» y el destinatario era, efectivamente,
kantiana. En la réplica de Kant, especialmente en el borrador el heredero del ducado de Schleswig-Holstein. En estas dos
(ver addenda) puede observarse, a pesar de la intransigencia fi­ vertientes de la función educado ra de la estética, es decir, para
nal, una fuerte impresión, casi una turbación. Schiller había ·gobernantes y ·gobernados, Schiller muestra u n ·gran optimis­
abierto una brecha de optimismo en el sistema Kantiano que mo respecto del poder h umanizador del arte. Este optimismo
él, por lo demás, admiraba profundamente. En el segundo en­ ha servido de pretexto para las interpretaciones de la obra
sayo, la discusión ·gira en torno a los dos modos fundamenta­ schilleriana más diametralmente opuestas, que reivindicaban,
les de la elaboración y expresión artísticas, la realista y la desde las ideología más diversas, una teoría que en y desde su
idealista. Lo que le importaba a Schiller era poder concebir un tiempo, no tenía ningún modelo ni simulacro de modelo que
arte que no negaba la abstracción y la reflexión s ino que las hubiese permitido intuir el lugar socio-cultural que, más en
volvía a unir poéticamente y que reconstituía el sentimiento adelante, ocuparía el arte y su teoría. Por eso, sólo allí donde
ingenuo, en cuanto a su contenido, pero bajo las condiciones la reflexión de Schiller supera el concepto aún utilitarista de
de la reflexión. Con el concepto de lo «sentimental» Schiller lo­ la Ilustración, allí donde el arte ya se define -aunque sin lugar
·� ró, por primera vez, establecer ul'!a categoría positiva para la preciso- como la máxima expresión del ideal humano de la
descripción del arte moderno. Los dos textos pueden conside­ época clásica alemana, puede localizarse el inicio de la teoría
rarse, pues, como u n conjunto que contempla forma y conteni­ estética como aquella interrogación y reflexión sobre sí misma
do de la expresión artística desde un punto de vista teórico y .de la esencia h umana que sigue siendo determinante en la es­
práctico a la vez y centrándose estríctamente en la relación en­ tética actual.
tre arte y artista. Existen varias otras contribuciones de Schiller
a la estética, pero en su mayoría, respoden más bien al espíritu
y a las exigencias de la época de la Ilustración, espíritu que se­
·guía alentando los sublimes esfuerzos de a utojustificación
-algo anacrónicos- de las aún feudales cortes de los muchos
estados soberanos en territorio .alemán. Los ensayos de Schi­
ller dedicados al teatro surgen en el contexto de la estética
como ideal de educación del pueblo. A pesar de esta función
demagógica -en el sentido más neut ral de la palabra, ya que

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SOBRE LA GRACIA
Y LA DIGNIDAD

Gracia

La fábula griega viste a la diosa de la belleza con un e


turón que tiene el poder de conceder gracia y el don de �
amado a quien lo lleva. Precisamente a esta deidad la aco
pañan las diosas de la dulzura o las Gracias.
Los griegos distinguían, por tanto, aun entre la graci;
las Gracias por un lado y la belleza por el otro, dado que
presaban aquéllas por medio de atributos que podían se
rarse de la diosa de la belleza. Toda gracia es bella, pare
el cinturón de los encantos es propiedad de la diosa de C
do; sin embargo, no todo lo bello es gracia puesto que ·

nus sigue siendo quien es aunque le falte ese cinturón.


De acuerdo con esta misma alegoría, únicamente la e
sa de la belleza es la que. lleva y va prestando el cinturón
los encantos. Juno, la suprema diosa del cielo, de be prim·
pedirle a Venus aquel cinturón cuando pretende sedud
Júpiter en e l Ida. La alteza, por tanto, incluso cuandc
adorne cierto grado de hermosura (que no se le niega
absoluto a la esposa de �úpiter), no· está segura de agra
sin gracia, porque la suprema reina de los dioses no esp
el triunfo sobre el corazón de Júpiter por sus propios
cantos sino del cinturón de Venus.
La diosa de la belleza puede, no obstante, desprendE
de su cinturón y dotar de su poder a un ser menos bello.
modo que la gracia no es ninguna prerrogativa exclusiv2
lo bello, sino que puede también ser transferida a lo menos to, tiene esa particularidad muy especial de otorgar a 1a
.
bello e mcluso a lo no bello, aunque siempre y sólo de la persona con él adornada la cualidad objetiva de la gracia, y
mano de lo bello. se diferencia así de cualquier otro adorno que no cambia a
·

Los propios griegos recomendaron a aquel que disponía la persona misma sino sólo, de manera subjetiva, la impre­
sión de ella en la representación de otro. El sentido explíci­
·

de todos los demás d9n'es del espíritu pero que carecía de


g�ada, del don de �gradar, que brindara ofrendas a las Gra­ to del mito griego es que la gracia se transforme en una
cia �. Aunque ellos se imaginaron a estas diosas como acom­ cualidad de la persona y que la portadora del cinturón sea
panantes del bello sexo, también las concebían de manera realmente amable y no sólo lo parezca.

que po ían tornarse propicias al hombre y que le eran im­ Un cinturón que no es más que un adorno accidental y
precmd1bles cuando éste pretendía agradar exteríor, no parece, ciertamente, una imagen adecuada para
.
¿Qué es pues la gracia, si, aun prefiriendo la unión con significar la cualidad personal de la gracia; pero una cuali­

l� b llº' si? embargo ella no mantenga ésta de modo exclu­ dad personal que, al mismo tiempo, es pensada como sepa­
sivo. e.Si · . ciertamente rable del sujeto no podía, tal vez, simbolizarse de distinta
proviene de lo bello pero manifiesta

su� efec os también en lo no bello? ¿s¡ la belleza bien puede
.
manera que en forma de un adorno accidental que permite
ex1�t!r sin ella pero sólo por mediación de ella inspirar incli­ ser separado de la persona sin alterarla.
nac1on? El cinturón de la gracia no ejerce, pues, un efecto natu­
f ral, porque no podría, en este caso, cambiar nada en la per­
El delicado sentir de los griegos diferenció, ya en tiem­
P?S m�y remotos, lo que la razón no era capaz de precisar
1
sona misma, sino que su efecto es mágico, lo que quiere de­
aun, Y en busca de una expresión, prestó de la fantasía imá­ cir que su poder sobrepasa todas las condiciones naturales.
genes, ya que el entendimiento todavía no podía ofrecerle Por medio de este recurso (que por supuesto no es más que
conce�tos. Por ello, aquel mito merece el respeto del filóso­ una escapatoda), se pretendía eliminar la contradicción en
fo, quien debe contentarse en cualquier caso con la averi­ que la facultad representativa, inevitablemente, se enreda,
guación de los conceptos correspondientes a las intuiciones siempre que busca en la naturaleza una expresión para
e� las que el mero sentido natural retiene sus descubri­ aquello que se halla fuera de la naturaleza, en el reino de la
mientos, o, en otras palabras, con explicar la escritura en libertad.
,
imágenes fijada por las sensaciones. Ahora bien, si el cinturón expresa una cualidad objetiva

.
i se despoja de su envoltura alegórica a esa idea de los que se puede separar de su sujeto sin que nada cambie en
gnegos , parece que no contenga otro sentido que el siguien­ la naturaleza de éste, no puede significar nada que no sea la
'
te: belleza de movimiento; porque el movimiento es la única
La gracia es una belleza en movimiento; es una belleza modificación que puede sufrir un objeto sin eliminar su
que puede surgir casualmente en su sujeto y cesar de igual identidad.
manera. Es en eso �n que se distingue de la belleza pe rma­ Belleza de movimiento es un concepto que satisface las
ne nte que, necesariamente, está dada junto con el sujeto dos exigencias que implica el mito mencionado. En primer
. lugar es objetiva y pertenece al objeto mismo, no sólo al
m1sm?. Venus puede quitarse el cinturón y cedérselo mo­
mentaneamente a J�no; su bell�za sólo la podría ceder jun­ modo cómo lo percibimos. En segundo lugar es algo acci­
. dental en el mismo, y el objeto permanece cuando lo pensa­
to con su persona. Sm su cmturon deja de ser la encantado­
ra Venus, sin be�leza deja de ser Venus. mos sin esta cualidad.
Este cinturón, como símbolo de la belleza en movimien- El cinturón de la gracia tampoco pierde su poder mági-

.10 11
co en lo menos bello ni en lo no bello; esto significa que lo
menos bello y lo no bello también pueden moverse bella­ 1 Y sin embargo es sólo en la huma nidad dond e el griego
da cabid a a toda belle za y perfección . La senso rialid ad nun­
mente. ca debe mani festársele sin alma, y para su senti r humano es
La gracia, dicf° el mito, es algo accidental en su sujeto; igual ment e impo sible separar la anim alidad bruta y la inte­
e
por lo tanto, sólo los movimientos accidentales pueden te­ ligen cia. Así como crea, para cada idea, inme diatament

ner esta cualidad. En un ideal de belleza, todos los movi­ una form a corpó rea y trata de corpo rizar tamb ién lo espir
mientos necesarios deben ser bellos, porque siendo necesa­ tual, así exige de cada acció n del instin to en el' homb re al
rios, pertenecen a su naturaleza; la belleza de estos movi­ mism o tiemp o una expre sión de su destin o moral. Para el
mientos ya está, pues, dada con el concepto de Venus; en griego la natur aleza nunca es sólo naturaleza: por ello no ha
cambio, la belleza de los accidentales es una ampliación de de sonrojarse al honra rla; para él la razón nunca es sólo ra­
este concepto. Existe una gracia de la voz pero no una gra­ zón: por eso t ampo co ha de temer el some terse a su norm a.
cia de la respiración. Natur aleza y moral , mate ria y espír itu, tierra y cielo con­
Pero ¿es gracia toda belleza de los movimientos acciden­ l fluyen con prodi giosa herm osura en sus obrás poéticas. La

t
tales? libert ad que sólo · habit a en el Olim po; tamb ién la introdujo
Huelga decir que la leyenda griega limita la gracia tan en las ocupa cione s de la senso rialid ad, y, a camb io, se le
sólo a la humanidad; incluso va más lejos y restringe tam­ perdo nará que haya trasp lanta do la senso rialid ad al Olim-
bién la belleza de la figura dentro de las fronteras del géne­
1
l
·Pº·
ro humano, en el que el griego comprende además, como se Este delica do sentid o de los griego s, que sólo tolera lo
sabe, a sus dioses. Ahora bien, si la gracia es sólo una pre­ mater ial en comp añía de lo espiri tual, no conoc e ningú n
rrogativa de la forma humana, no puede pretenderla ningu­ movim iento volun tario en el hombre que perte nezca única ­
no de aquellos movimientos que el hombre tiene en común ment e a la sensu alidad sin ser al mism o tiemp o expre sión
con lo que es mera nat uraleza. Porque si los bucles de una del espír itu dotad o de sentim iento mora l. Por ese motivo,
cabeza hermosa pudiesen moverse con gracia, ya no hubie­ para él la graci a no es otra cosa que una bella expre sión del
ra ninguna razón para que no pudiesen moverse igualmente alma en los movi mientos voluntarios . Dond e se prese nta,
con gracia las ramas de un árbol, las olas de un río, las espi­ pues, la gracia, allí el alma es el princ ipio moto r y en ella
gas de un trigal, las extremidades de los animales. Sin em­ está conte nida la causa de la belleza del movim iento . Y así
bargo, la diosa de Cnido representa sólo el género humano, se resue lve aque lla repre senta ción mitol ógica en el siguie n­
y en aquello en que el ser humano no es más que una cosa te pensa mient o: « Graci a es una belleza no dada por la natu-
nat� ral y un ser sensible, deja ella de tener relevancia para él. -raleza sino produ cida por el sujeto mismo.» · .

Unicamente a los movimientos voluntarios puede, por Hasta ahora me he limita do a desar rollar el conce pto de
tanto, corresponder gracia; mas, entre ellos, también sólo a gracia a partir de la fábul a griega y, como esper o, sin 'haber­
aquellos que son expresión de sentimientos morales. Movi­ la forza do. Perm ítasem e ahora que trate de ver lo que pue­
mientos que no tienen otro origen que la sensorialidad per­ de averi guars e al respe cto por el camin o del examen filosó ­
.tenecen, no obstante su carácter voluntario, únicamente a fico, y si tamb ién en este caso, como en tanto s otros, es ver­
la naturaleza, y ésta nunca se eleva por sí sola hasta la gra­ dad que la razón , al filoso.fa r, puede atribu irse el mérit o de
cia. Si el apetito pudiese mostrarse con encanto, el instinto pocos descu brim iento s que la sensi bilidad no haya adivina­
con gracia, entonces la gracia no sería ya capaz ni digna de do ya oscur�men te y que la poesí a no haya revelado.
servir de expresión a la humanidad. Venu s, sin su cintur ón y sin las G racias , repre senta para
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nosotros el ideal de la belleza tal como éste puede salir de formal de su unión. La capacidad intuitiva se atiene única y
las manos de. la mera naturaleza y ser producto de las fuer­ exclusivamente a la forma de la representación, sin. tener
zas plásticas, sin la influencia de un espíritu sensible. en cuenta en lo más mínimo la índole lógica de su objeto.
Me permito designar esta belleza, formada por la mera Aunque la belleza arquitectónica de la estructura humana
naturaleza según la ley de la necesidad, con el nombre de está condicionada por el concepto en que se basa y deter­
belleza de construcción (belleza arquitectónica), a diferencia minada por los fines que la naturaleza se propone con ella,
de la que se orienta en las premisas de la libertad. Lo que el juicio estético la aisla, no obstante, ppr completo de estos
quiero designar con este nombre es aquella parte de la be­ fines, y la representación de la belleza no asimila nada que
lleza bumana que no sólo ha sido realizada por fuerzas na­ no fuera, de manera inmediata, propio y peculiar al fenóme­
turales (lo que vale para todo fenómeno) sino también está no.
determinada únicamente por esas fuerzas naturales. No podemos decir, por consiguiente, que la dignidad hu­
Una .feliz proporción d.e los miembros,, contornos suaves, mana realce la belleza de la estructura humana. En nuestro
una tez delicada, una piel fina, un talle esbelto y airoso, una juicio sobre esta última puede muy bien influir la represen­
voz melodiosa, etc., son ventajas que sólo se deben a la na­ tación de la primera, pero entonces nuestro juicio, inmedia­
turaleza y a la suerte; a la naturaleza, porque es la que ofre­ tamente, deja de ser puramente estético. La técnica de la fi­
ció la disposición para ello y la desarrolló por sí misma; a la gura humana es indudablemente una expresión de su desti­
suerte porque es la que protegió el proceso de formación, no, y como tal puede y debe llenarnos de respeto. Pero esta
emprendido por la naturaleza, de toda influencia de fuerzas técnica no es una representación de la sensorialidad sino
adversas. del entendimiento; sólo puede ser pensada pero no puede
Esta Venus emerge ya perfecta de la espuma del mar; aparecer. La belleza arquitectónica, en cambio, nunca puede
perfecta puesto que es una obra acabada y exactamente me­ ser expresión del destino humano, puesto que se dirige a
surada por la necesidad, y como tal, incapaz de variación, una capacidad muy distinta de aquella que debe decidir so­
de ampliación alguna. Como, en efecto, no es otra cosa que bre ese destino.
una hermosa exposición de los fines que la naturaleza se ' Si es así que al hombre le ha sido conferida la belleza, con

1'
propone con el hombre, y por consiguiente cada una de sus preferencia frente a todas las demás formas técnicas de la na­
cualidades está plenamente determinada por el concepto turaleza, esto sólo es verdad en la medida en que él mani­
en que se basa, puede ser considerada -en cuanto a su dis­ fiesta ese privilegio ya en cuanto fenómeno, sin que para
posición- como algo completamente dado, aunque esta dis­
1
" ello sea preciso tener presente su condición humana. Y
posición sólo se irá desarrollando con las condiciones del ! como eso no podría realizarse sino por medio de un con­
tiempo. cepto, el juez competente para la belleza no sería la sensibi­
Hay que distinguir claramente entre la belleza arquitec­ lidad sino el entendimiento, lo cual implica una contradic­
tónica de la forma humana y su perfección técnica. Por esta ción. El hombre, por lo tanto, no puede tener en cuenta la
última debe entenderse el sistema mismo de los fines, tal dignidad de su destino moral ni hacer valer su privilegio
como se unen . entre sí para el supremo y último fin; por la , como ser inteligente cuando quiere sostener sus derechos
primera, en cambio, sólo una cualidad de la representación al premio de la belleza; aquí no es más que una cosa en el
de estos fines, tal como se revelan a la capacidad intuitiva espacio, nada más que un fenómeno entre otros fenómenos.
como fenómeno. Cuando se habla, pues, de la belleza, no se No se respeta, en el mundo sensible, la jerarquía que le co­
contempla ni el valor material de estos fines, ni el artificio rresponde en el mundo inteligible, y si ha de conservar en

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óm eno . La bel leza, en
aquél el primer puesto, sólo puede agradecerlo a aquello mu ndo sen sib le y s e con vie rta e n fen
de que no sól o es re­
que en él mismo es naturaleza. cambio tien e est a esp eci al pro pie dad
que ade má s t.ien e su
Pero, como sabemos, justamente ésta su naturaleza está pres·e n;ada en el mu ndo sen�ible , sin�
sol o la exp res a sm o qu �
deter�in�da por la idea de su humanidad; y así lo está, por origen en él, y que la naturaleza no
cua lidad de lo sen si­
tanto, indirectamente también su belleza arquitectónica. Si tambié n la cre a. Es, sin dud a, sól o una
po e rea lizarla sól� la
se distingue, pues, por su superior belleza, de todos los se­ ble , y tam bié n el art ista que se pro � e sosten er la ilu-
sigu
res sensibles que le rodean, lo debe, indiscutiblemente, a su pue de lograr en la me did a en que con
la que ha cre ado .
destino hu�ano Y. éste contiene la causa por la cual, en ge­ sión de que es la nat ura leza na
.
pre cis a­
nic a de la est ruc tur a hu ma
neral, se d1ferenc1a de alguna manera de los demás seres Para juzgar la téc
de los fine s a los que se
mos la ayu da de la rep res ent aci ón
a al juzgar la be}lez� de
sensibles. Pero la forma humana no es bella porque esto
fuera expresión de su destino superior; si fuera así, aquella aju sta ; est o no es néc esario par a nad
r sí mi_sm a es aqm e l Jue z
esa estruc tur a. La sen sib il idad po
ser l ? si el mu ndo sen s�­
misma forma dejaría de ser bella tan pronto como expresa­
ra un destino inferior, y también sería bello lo contrario de de ple na com pet enc ia y no pod ría
tuv ier a tod as las con di­
esta forma tan pronto como se pudiese suponer que expre­ ble (qu e es su úni co objeto) no con
no se bastara ple nam ent e
cio nes de la belleza y, por tan to,
la belleza de! hom bre se
sara un destino superior. Pero suponiendo que se pudiese
olvidar por completo, frente a una bella forma humana para su pro duc ció n. Est á cla ro que
de su hum ani dad por que
aquello que expresa, y que fuese posible infundirle el instin� bas a media tamente en el con cep to
fun dad a en est e con cep to;
toda su nat ura lez a sen sib le est á
sól o se atie ne a lo inme­
to bruto de un tigre sin alterarla en su apariencia, el juicio
d � los ojos seguiría siendo exactamente el mismo, y la sensi­ per o la sen sib ilid ad, como se sab e,
.
b1hdad proclamana , al tigre como la obra más bella del diato y para ella sería lo mi sm
o si la bel leza fue ra un efe cto
nat ura l por entero ind epe ndi ent e.
ece r ahora qu e la � e-
Creador.
El destino del hombre como ser inteligente participa, Por lo dic ho has ta aqu í, pod ría par
gún int eré s par a la razon,
pues, en la belleza de su estructura sólo en la medida en lleza no tuv iera abs olutam ent e nin
s nsi ble � se dir ige , asi ­
que su representación, es decir, su expresión en cuanto fe­ ya qu e nace ún ica me nte del mu ndo . � sen sib le Pue s, una
citi va
nómeno, coincide al mismo tiempo con las condiciones bajo mis mo , sól o a la cap aci dad cog nos com
:
o aje no, aqu e­
su con cep to hem os sep ara do,
las que se produce lo bello en el mundo sensible. Pues la vez que de
c;ilm ent e pue de abs ten er­
belleza misma debe seguir siendo en todo momento un li­ llo que la ide a de la perfecció n difí
sob re la bel leza, no par ece
bre efecto natural, y la idea racional que determinó la técni­ se de me zcl ar en nu est ro jui cio co vertir en obj eto
ca de la estructura humana nunca puede darle la belleza . per ma nec er nad a de ella que la pu die ra ?
te, es tan ind uda ble que lo
sino sólo permitírsela. de un agrado racion al. No obstan
es . ind isc u�ibl e q�e no s�
Podría objetarse que, en general, todo lo que se presenta bel lo agrada a la razón, com o
eto que la raz on por s1
como fenómeno es ejecutado por fuerzas naturales, y que apoya en nin gun a cualida d del ob)
esto no es, por tanto, una característica exclusiva de lo be­ sol a pu die ra descub rir .
apa ren te deb em os re-
llo. Es verdad, todas las formas técnicas son producidas por Para res olv er est a con tra dicció n
ible s para los fe? óm eno s
la naturaleza, pero no son técnicas por naturaleza; al menos cor dar que hay dos ma neras pos
ón y exp res ar ide as. No
no s7 l �s considera como tales. Sólo son técnicas por el en­ de con ver tirs e en obj eto s de la raz
ex traiga est as ide as de los
te� d1m1� nto, de modo que su perfección técnica ya tiene sie mp re es nec esario que la raz ón .
cirlas en ello s. En am bos
ex1stenc1a en el entendimiento antes de que trascienda al fen óm eno s; tam bié n pue de introdu
17
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casos el fenómeno se adecuará a un concepto racional, con Pero aunque, considerando el objeto m1�111v, '-'..:1 ...,....,_ª-·.-,

la sola. diferencia de que en el primer caso la razón lo e n­ tal que la razón enlace una de sus ideas a la repres � ntac10n
cuentre ya objetivamente en él, como si no ·hiciera más qu� de éste, para el sujeto que produce las represen�ac10ne_s es
recibirlo del objeto, dado qüe es preciso establecer el con­ necesario , en cambio, que conecte una determm ada idea
cepto para .explicar l a índole y a veces hasta la posibilidad con su represen tación. Esta idea y el rasgo sensible que le
del objeto; mientras que · en el segundo caso la razón con­ correspon de en el objeto tienen que estar entre sí. en una
yierte, por propia iniciativa, aquello en una expresión del relación tal que la razón esté obligada, por sus propias leyes
concepto que, independiente de éste, se d a como fenómeno, inmutable s, a realizar esta conexión. En la razón misma
con lo que ella trata como suprasensorial algo que es mera­ debe radicar, pues, la causa por la cual ella enlaza una cier­
mente sensorial. Allí, pues, la idea está ligada al objeto como ta idea a un determinado modo de manifesta rse las cosas; y,
objetivamente necesaria; aquí lo está, a lo swno, como subjeti­ por otra parte, en el objeto debe radicar la causa por la cual
vamente necesaria Huelga decir que entiendo el primer caso suscita precisame nte esa idea y ninguna otra. Pero qué cla­
como el . de la perfección y el segundo como el de la belleza se de idea sea la que la razón introduce en la belleza Y por
Puesto que en el segundo caso, para la, consideración del qué cualidad objetiva el objeto bello sea. capaz de .servi.r a
objeto sensible, es totalmente accidental que exista una ra­ esta idea como símbolo, ésta es una cuestión demasiado im­
zón que enlace una de sus ideas con l a representación del portante para dar aquí sólo al pasar una respuesta , de
objeto y que, por consiguiente, hay que considerar la índole modo que me reservo su discusión para una analítica de lo
objetiva del objeto como totalmente i ndependiente de esta bello.
idea, se procede correctamente si se limita lo bello objetiva­ La belleza arquitectónica del hombre es, pues, en la ma-
mente sólo a las condiciones naturales declarándolo un nera que acabo de señalar, la expresión sensorial de un con­
mero efecto del mundo sensible. Pero, como la razón, por cepto racional,; pero no lo es en ningún otro sentido ni con
otro lado, hace de este efecto del mero mundo sensible no mayor derecho que en general cualquier e�tructura bella de
obstante un uso trascendente y, al prestarle así un significa­ la naturaleza. Aunque supera, por su ·grado, a todas las otras
do superior, en cierto modo l e imprime su sello, también es bellezas, por su especie está en la misma serie que ellas, P ? r­
correcto el trasladar lo bello de una manera subjetiva al que tampoco revela de su sujeto nada que no sea sensorial,
mundo inteligible. De ahí que hemos d e considerar la belle­ y sólo en la representación recibe un significado suprasen­
za como ciudadana de dos mundos, a uno de los cuales per­ sorial. * Que la representación de los fines en el hombre
tenece por nacimiento y al otro por adopción; su existencia
la red.be en la naturaleza sensibl�, la ciudadanía la adquiere
Pues -para repetirlo una vez más- en la mera intuición se da to� o lo
en el mundo inteligible. Así se explica también de qué ma- ,
*

que es objetivo en la belleza. Pero como lo que da al hombre la preem.me � ­


nera el gusto, en cuanto facultad de juzgar lo bello, se sitúa cia sobre todos los demás seres sensibles no se encuen tra en la mera mtu�­
entre el espíritu y la sensorialidad y une e$tas dos naturale­ ción, una cualidad que se revela ya e n la 1!1era intuición �º. puede h �cer v1·
sible esa preeminenc ia. Su destino superior, que es lo umco q�e sirve de
zas, que se desprecian mutuamente, en una feliz armonía; base a tal privilegio, no e s expresado, pues, por su belleza, y l a idea de es�
cómo convence la razón para que respete lo material y destino nunca puede, por tanto, constitu ir un i ngrediente de. l.a bellez� m
ser admitido en el ·juicio estético. A la sensibilidad no se mamfiesta la idea
cómo gana la inclinación de los sentidos hacia lo racional misma, cuya expresión es la forma humana, sino sólo sus efectos e n lo fe·
cómo ennoblece intuiciones convirtié ndolas en ideas y noménico. La mera sensibilidad dista tanto d e e levarse a l a causa suprasen·
cómo transforma incluso el mundo sensible, en cierto sible de estos efectos, como (si se me permite e l eje mplo) d ista el h ? mbre
puramente sensorial dt; elevarse a la idea de la suprema causa universal
modo, en un reino de la libertad. cuando satisface sus instintos.

18 19
les. Es sabid o que todas las fuerzas motoras en ti 11u111
u1'"'
haya resultado más bella que en otras estructuras orgáni­ espí­
cas, debe considerarse como un favor que la razón, en cuan­ están cone ctada s entre s í, y así se comp rend e cómo el
n del mov i­
to legisladora de la estructura humana, ha concedido a la ritu -aunque se cons idere sólo com o· el orige
s de
naturaleza entendida como ejecutora de sus leyes. Cierta­ mien to volun tario- pued e trasm itir sus efect os a travé .
los instr ume ntos de
mente, la razón persigue sus fines, en la técnica del hombre, todo el siste ma de esas fuerz as. No sólo
con estricta necesidad; pero, felizmente, sus exigencias coin­ la volun tad, sino tamb ién aque llos sobr e los cuale s la volu .n­
ciden con la necesidad de la · naturaleza, de suerte que ésta tad, no mand a directamente, recibe n, al meno s indire cta­
cio­
ejecuta lo que aquélla le ha encargado, obrando sólo según ment e, su influj o. El espír itu los deter mina no sólo inten
selo,
su propia inclinación. nalm ente · cuan do obra, sino tamb ién, sin prop onér
Sin embargo, esto sólo puede tener validez para la belle­ cuando sient e.
La natu ralez a por sí sola no pued e preo
cuparse, como
za arquitectónica del hombre, donde la necesidad natural es za de aque ­
resul ta clara ment e de lo dicho , sino de la belle
apoyada por la necesidad de la causa teleológica que la de­ l i­
termina. Sólo aquí la belleza puede medirse a la misma esca­ llos fenóm enos que ella mism a tiene que determinar, sin
el li­
la que la técnica de la estructura, lo que ya no sucede, en mitación, confo rme a la l ey de la nece sidad . Pero con
el azar, y aunq ue
cambio, cuando la necesidad es sólo unilateral y cuando la bre albed río se intro duce en su creac ión
se pro­
causa suprasensorial que determina el fenómeno se modifi­ los camb ios que sufre bajo el régim en de la libertad
sus prop ias leyes , ya no
ca de modo accidental. De la belleza · arquitectónica del ducen únicame nte de acue rdo con
o aho­
hombre se cuida, pues, la naturaleza por sí sola, porque en se prod ucen , en cam bio, por causa de esás leyes . Com
sus ins­
esto, el entendimiento creador le ha confiado la ejecución, ra depe nde del espír itu el uso que quie re hace r de
sobr e aque lla
de una vez por todas y desde la primera disposición, de trum ento s, la naturaleza no pued e ya man dar
tiene ,
todo lo que necesita el hombre para el cumplimiento de sus parte de la belle za que depe nde de tal uso, y tamp oco
fines; así, la naturaleza no tiene que temer ninguna innova­ por cons iguie nte, resp onsa bilid ad ning una.
y así corr ería el hom bre el peligro de
hund irse com o fe-
ción en esta su obra orgánica. de su li­
El hombre es, sin embargo, al mismo tiempo una perso­ nóm eno, justa mente allí dond e se eleva por el uso
juici o del
na, es decir, un ente que puede, él mismo, ser causa -más bertad haci a las intel igencias pura s, y perd er en el
dest ino
aún, causa absolutamente última- de sus estados y ·q ue pue­ gusto lo que gana ante el tribu nal de la razón. El
' mplido por el hom bre al actuar, le harí a perd er un privi­
de transformarse según razones que halla en sí mismo. Su cu
ciado en
modo de manifestarse depende de su modo de sentir y que­ legio favo recid o por ese dest ino que sólo está anun
sólo sens orial , he­
rer, es decir, de estados que determina él mismo en su li­ su estru ctura ; y aunq ue este privi legio es
un sig­
bertad, y no la naturaleza según su necesidad. mos enco ntra do, sin emb argo , que la razó n le pres ta
orde, no
Si el hombre fuera un mero ser sensible, la naturaleza nific ado supe rior. La naturalez a, que ama lo conc
que en el rei­
d � ría las l�yes y a la vez determinaría los casos de la aplica­ incurre en una contradic ción tan grose ra, y lo
dis-
, de hecho, comparte el mando con la libertad, y a pesar
c10n; no de la razón es armónico no se mani festa rá por una
de que sus leyes siguen en vigencia, es, sin embargo, el espí­ cord ancia en el mun do sens ible.
en el
ritu quien decide sobre esos casos. Al asum ir, p ues, la pers ona, o el prin cipio libre
os, y
El dominio del espíritu se extiende hasta donde llega la hom bre, la tarea de dete rmin ar el jueg o de los fenó men
pode r de
naturaleza viviente y no termina sino donde la vida orgáni­ al quita r, con su intro misi ón, a la naturaleza el
se coloca,
ca se· pierde en la masa informe y cesan las fuerzas anima- proteger la belleza de su obra , el prin cipio l ibre
21
20
él mismo, en el lugar de la naturaleza y se hace cargo -si se
me permite la expresi ón-, a la vez que de sus derecho s, de Pero no todos los movimientos e n el hombre. son capa­
una parte de sus obligaciones. El espíritu , al compli car en ces de tener gracia. La gracia es siempre y sólo la belleza de
su destino a la sensibi lidad que le está subord inada y al ha­ la forma movida por la li�ertad, y los movimientos que per­
cerla depender de . sus estado s, . en cierto modo se convie rte tenezcan sólo a la naturaleza no pueden merecer nunca ese
a sí mismo en fenóme no, y se confies a sometid o a la ley que nombre. Cierto es que un espíritu vivaz acaba por adue �ar­
rige todos los fenóme nos. Por sí mismo se compro mete a se de casi todos los movimientos de su cuerpo, pero s1 se
dejar que la natural eza depend iente de él siga siendo natu­ vuelve muy larga la cadena con la cual se enlaza un rasgo
raleza también cuando está a su servicio , y a no tratarla bello a sentimientos morales, e l rasgo se convierte entonces
nunca contrariamente a sus obligac iones anterior es. Llamo en una cualidad de la estructura y apenas admite que se
a la belleza una obligación de los fenóme nos porque la nece­ atribuya a la gracia. Por último, el espírit� llega hasta � or­
sidad que le corresp onde en el sujeto está basada en la ra­ marse su cuerpo, y la estructura misma tiene que segmrle
zón misma y es, por consigu iente, general . y necesar ia. La en ese juego, de modo que la gracia, no rara vez, se transfor­
llamo una obligac ión anterior porque la sensibil idad ya ha ma en belleza arquitectónica.
juzgado antes que el entendi miento empiece su obra. Así como un espíritu hostil y desacorde consigo mismo
Así resulta ahora que la libertad rige a la belleza. La na­ echa a perder hasta la más sublime belleza de l a estruc�ura,
.
t�raléza ha dado la belleza de estructura; el alma da la be­ a tal punto que bajo las manos indignas de la l ibertad final­
.
lleza de juego. Y ahora sabemo s también qué se h'a de en­ mente ya no se puede rec�nocer la � arav1llosa obra m�e � ­
tra de la naturaleza, así vemos tamb1en , a veces que el am­
tender por gracia. Gracia es la belleza de la forma bajo la in­
fluencia de la libertad , es aquella belleza de los fenóme nos mo alegre y en sí armónico presta su ayuda a la técnica, ata­
que la persona determi na. La belleza arquitec tónica honra da por obstáculos, pone en libertad a la natu�aleza Y d e � ­
.
al Creador de la naturaleza; la gracia, a su poseedo r. Aqué­ pliega la forma hasta entonces trabada y encogida con d1v1:
.
lla es un don innato; ésta un mérito persona l. no resplandor. La naturaleza plástica del hombre tiene en s1
.
. La gracia sólo puede conveni r al movimie nto, pues un misma infinidad de recursos para compensar su descmdo Y
cambio en el ánimo sólo puede manifes tarse en el mundo corregir sus fallas, con tal que el espíritu moral la apo�e � n
su obra formativa, o también, a veces, con que solo, se hm1te
sensible como movimie nto. Esto no impide, sin embargo ,"
que también los rasgos firmes y distendi dos puedan mos­ a no perturbarla.
.
trar gracia. Esos rasgos firmes no fueron, originari amente, Como los movimientos consolidados -gestos convert1-
sino movimi entos, que, al repetirs e muy a menudo , acaba­
ron por hacerse habitual es y trazaron huellas permane n­ por consiguiente, en sentimientos bellos la perfección del ánimo. Pero
cuando el señor comentarista de la obra de Hom � c�ee � nmendar . al . autor
tes.* observando (ibid., pág. 459) que «la gracia no se l � mita solo a �ovimie�tos
voluntarios, que una persona que duerme no deJ? de ser g�a.c10sa» -<.por
qué?- « porque d . u rante ese estado se hacen. espec1alment� v1S1bl.es los mo­
Por consiguiente Home restringe demasiado el concepto de gracia, vimientos involuntarios, suaves y, por lo mismo, tanto mas gracioso�», e ?­
tonces anula por completo el concei;>t� de gr� cia, que �orne no hacia mas
*
al decir (Elementos de crítica 11, 39 última edición),1 que «cuando la perso­
na está en reposo y no se mueve ni habla, perdemos de vista la cualidad d e que limitar excesivamente. Los movimientos mv?luntanos durante el sue­
l a gracia, como el color e n l a oscuridad». No, n o l a perdemos de vista mien­ ño cuando no son repetición de otros voluntarios, no pueden nunca ser
tras percibimos en el durmiente los rasgos que ha formado un espíritu sua­ gr�ciosos, y menos aún serlo de preferencia; y si una p �rs�:ma que duerme
ve y benévolo; y justamente perdura la parte más estimable de la gracia: es graciosa, no lo es de nin �una man�ra. por los m <?vimientos que hace,
aquella que ha transformado los gestos afirmándolos en rasgos, y revela, sino por sus rasgos que atestiguan mov1m1entos anteriores.
1 [Henry Ho m'e of Kames ( 1 696- 1 7S2) Elements of Criticism ( 1 762)] .

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dos en rasgos- tampoco están excluídos de la gracia, podría que hablan con ella, al· mismo tiempo, sus mi�adas, sus ras­
parecer que, en general, también debiera incluirse en ella la gos faciales, sus manos y hasta a menudo su cuerpo entero,
belleza de los movimientos aparentes o imitados (las líneas y la parte mímica de la conversación se considera no pocas
flamígeras o serpenteadas), como en efecto sostiene Men­ veces como la más elocuente. Pero aun un movimiento deli­
delssohn. * Pero de esa manera el concepto de gracia se am­ berado puede considerarse, a la vez, como simpático, y es lo
pliaría hasta coincidir con el concepto de belleza en gene­ que ocurre cuando algo involuntario viene a mezclarse a lo
voluntario del movimiento.
·

ral, pues toda belleza, en última instancia, no es más que ·

una cualidad del movimiento, verdadero o aparente (objeti­ Porque el modo cómo se realiza un movimiento volunta­
vo o subjetivo), como espero demostrarlo en un análisis de rio no está determinado por su finalidad tan exactamente
lo bello. Pero los únicos movimientos que pueden mostrar que no haya varias maneras de poder ejecutarlo. Ahora
gracia son los que corresponden al mismo tiempo a un sen­ bien, lo que ha quedado indeterminado por la voluntad o
timiento. por la finalidad perseguida puede ser determinado simpáti­
La persona -ya se sabe a qué me refiero con esta pala­ camente por el estado afectivo de la persona y servir por
bra- prescribe al cuerpo los movimientos, o por su volun­ tanto como expresión de ese estado. Al extender mi brazo
. .
tad, si quiere realizar un efecto imaginado en el mundo sen­ para tomar un objeto, realizo una finalidad, y el movimien­
sible, y en este caso los movimientos se llaman voluntarios to que hago es prescrito por la intención que me guía al ha­
o deliberados; o bien los movimientos suceden sin la volun­ cerlo. Pero cuál sea la dirección que hago tomar a mi brazo
tad de la persona, según una ley de la necesidad, pero moti­ hacia el objeto, y la medida en que la hago seguir también
vados por una sensación; a estos movimientos los denomi­ por el resto de mi cuerpo, y la rapidez o lentitud y el mayor
no simpáticos. Aunque estos últimos son involuntarios y es­ o menor esfuerzo con que quiero llevar a cabo el movimien­
tán fundados en una sensación,. no de ben confundirse con to: todo esto, no me pongo a calcularlo exactamente en ese
los que son determinados por la facultad de afectividad sen:. instante; hay algo, pues, que queda confiado a la naturaleza
sorial y el instinto natural: pues el. instinto natural no es un en mí. Pero de alguna manera debe decidirse, sin embargo,
principio libre, y lo que é l lleva a cabo no es una acción de ' ese algo no determinado por la mera finalidad, y en est o
la persona. Bajo movimientos simpáticos, que son los que · ! puede ser decisivo mi modo de séntir y, por el tono que le
aquí tratamos, entiendo, pues, sólo aquellos que sirven de da, puede determinar el tipo de movimiento. Así, pues, la
acompañamiento al sentimiento moral o al sentido moral. participación que el estado afectivo de la persona tiene en
Surge entonces una cuestión: ¿cuál de estas dos clases un movimiento. voluntario es lo que en éste hay de involun­
de movimientos, fundados en la persona, es capaz de gra­ tario y es también aquello en que hay que buscar la gracia.
cia? Un movimiento voluntario, si no está a la vez enlazado a
Lo que al filosofar debe necesariamente separarse, no uno simpático o, con otras palabras, si no está mezclado
por eso está siempre separado también en la realidad. Así, con algo i nvoluntario que tenga su fundamento en el estado
rara vez se encuentran los movimientos deliberados sin los afectivo moral de la persona, nunca puede manifestar gra­
simpáticos, porque la voluntad, en cuanto causa de los pri­ cia, para la cual se requiere siempre como causa un estado
meros, se determina según sentimientos morales, de los de ánimo. El movirp.iento voluntario sigue a un acto aními­
co, el cual, por lo tanto, ha pasado ya cuando · se produce el
·

cuales surgen los segundos. Al hablar una persona, vemos


movimiento.
*
MOSES MENDELSSOHN ( 1 72 1 - 1 786), Philosophische Schriften, I,90. En cambio, el movimiento simpático acompaña al acto

24 25
anímico y a su estado afectivo, por el cual es movido a este Verdad es que un hombre puede, por arte y �studio, lle­
acto, y debe considerarse, pues, como paralelo a ambos. gar realmente hasta someter a su voluntad también los mo­
Queda con esto sentado que el primero, que no brota in­ vimientos acompañantes, y, como hábil juglar, proyectar so­
'mediatamente de los sentimientos de la persona, tampoco bre el espejo mímico de su alma la figura que desee. Pero
puede· ser representativo de ella. Pues entre el sentir y el en semejantes hombres todo es entonces mentira, y toda
movimiento mismo se interpone la resolución, que, consi­ naturaleza es devorada por el artificio. Por el contrario, la
derada en sí, es cosa del todo indiferente; el movimiento es gracia, en todo momento, debe ser naturaleza, es decir,
efecto de la decisión y de la finalidad, pero no de la persona debe ser involuntaria (o al menos parecerlo), y el sujeto
y del sentir. mismo no ha de dar nunca la impresión de que es conscien­
El movimiento voluntario está unido accidentalmente al te de su gracia.
sentir que le precede; en cambio el movimiento acompa­ De ahí se desprende, a la vez, cómo debemos considerar
ñante lo está necesariamente. El primero es al ánimo lo que la gracia imitada o aprendida (la que yo llamaría gracia tea­
el signo idiomático convencional es al pensamiento que ex­ tral y gracia de maestro de danzas). Es una digna contrapar­
presa; mientras que el simpático o acompañante es lo que tida de esa belleza que proviene del tocador, a fuerza de co­
el grito apasionado a la pasión. Aquél representa, pues, al lorete y albayalde, de rizos artificiales, de fausses ·gorges (pe­
espíritu, no por su naturaleza, sino sólo por su uso. No se chos falsos) y armazones de ballena, y es a la verdadera gra­
puede·, por lo tanto, decir en rigor que el espíritu se mani­ r cia ·poco más o menos lo que la belleza cosmética a la arqui­
fieste en un movimiento voluntario, pues éste sólo expresa 1 tectónica.* En un espíritu no ejercitado pueden ambas pro-
la materia de la voluntad (la finalidad), pero no su forma (el
sentir). Sobre esta última sólo puede instruirnos el movi­
1
miento acompañante.*
Por consiguiente, de las palabras de un hombre se podrá
1 *
Al hacer esta comparación, tan lejos estoy de negar al maestro de
danzas su mérito e n materia de verdadera gracia, como al actor sus dere­

inferir, sí, el concepto en que él quiera que lo tengamos;


' chos a ella. El maestro de danzas acude, indudablemente, en ayuda de la
verdadera gracia al proporcionar a la voluntad el dominio sobre sus ins �ru­
p�ro lo que él es de verdad, eso hay que tratar de adivinarlo mentos y al allanar los obstáculos que la masa y la grav�dad oponen al J ue­
go de las fuerws vivientes. Y esto no lo pue.de logr�r smo de acuerdo con
por la presentación mímica de sus palabras y por sus ges­ reglas que mantienen el cuerpo en un ad1estra�1�nto saluda? le y q':1� ·
tos, es decir, por movimientos involuntarios. Pero si nos da­ mientras la pereza opone resistencia, pueden ser ngidas, es � ecir, coerciti­
mos cuenta de que un hombre puede también dominar sus vas y pueden también parecerlo . Pero en cuanto da por terminada su e nse­
ña �za, la regla debe haber prestado ya en el aprendiz sus servic.i ?s, de suer­
rasgos faciales, en cuanto hacemos tal descubrimiento deja­ te que no tenga que acompañarlo en el mundo: en suma, la acc1on de la re-
mos de fiar en su semblante y ya no consideramos aquellos gla debe volverse naturaleza. . . .
El menosprecio con que hablo de la gracia teatral sólo vale para la ii:i1-
rasgos como expresión de los sentimientos. tada, que no vacilo en rechazar, tanto en la escena como en la vida. C ? n � e­
so que no me agrada el actor que, por muy bien que. �aya lograd.o .la imita­
*
Cuando se produce un hecho ante un público numeroso, puede su­ ción, ha estudiado su gracia en el tocador. Los requlSltos que exigimos del
ceder que cada uno de los presentes tenga su particular opinión acerca del actor son: 1.0 Verdad de la representación, y 2.0 Belleza de la representación.
sentir de las personas actuantes: tan accidentalmente están unidos los mo­ Ahora bien, afirmo que el actor, en lo que toca a la verdad de la representa­
vimientos voluntarios a su causa m oral. Por el contrario, si a uno de estos ción, debe producirlo todo por arte y nada por naturaleza, pues de lo co.n­
mismos circunstantes se . le apareciera inesperadamente un amigo muy trario no es de ningún modo artista; y lo admiraré si oigo y veo que el mis­
querido o un enemigo muy odiado, entonces la expresión inequívoca de su mo que desempeñ a magistralmente un papel de güelfo furioso es un � om­
rostro revelaría, con toda rapidez y claridad, los sentimientos de su cora­ bre de carácter apacible; sostengo, en cambio, que, e n cuanto a la gracia de
zón; y, probablemente, el juicio de la concurrencia entera sobre el estado la representación, nada tiene que deber al arte y todo ha de ser, en el ac�or,
afectivo actual de ese hombre sería del todo unánime; pues, en este caso, la libre acción de la naturaleza. Si en la naturalidad de su desempeño advier­
expresión está unida a su causa, en el ánimo, por necesidad natural. to que su carácter no le es apropiado, lo estimaré por ello tanto más; si e n

26 27
<lucir exactamente el mismo efecto que el original que imi­ ge gracia del discurso y del canto, del juego voluntario de
tan; y, si el arte es grande, puede a veces engañar también los ojos y de la boca, de los movimientos de las manos y de
al experto. Pero, no obstante, . por cualquier rasgo acaba por los brazos, siempre que sean usados libremente, del andar,
asomar lo forzado e intencional, y entonces la indiferencia, del porte y la actitud, de toda la manera de manifestarse un
cuando no hasta el desprecio y la repugnancia, es la conse­ hombre, en cuanto está en su poder. De aquellos movimien­
cuencia inevitable. Apenas nos damos cuenta de que la be­ tos que en el hombre ejecuta por cuenta propia el instinto
lleza arquitectónica es artificial, vemos disminuida la huma­ natural o un afecto que se ha vuelto dominante, movimien­
nidad (como fenómeno) precisamente en la medida en que tos que por consiguiente son sensibles también por su ori­
se le han agregado elementos de un dominio natural ajeno; gen, exigimos algo muy diferente de la gracia, como se ad­
y ¿cómo podríamos nosotros, que ni perdonamos el aban­ vertirá más adelante. Tales movimientos pertenecen a la
dono de una vent�ja accidental, mirar con placer, o siquiera naturaleza y no la persona, y únicamente de la persona
con indiferencia, un trueque por el cual se ha dado una par­ debe provenir toda gracia.
te de la humanidad a cambio de . la naturaleza común? Si la gracia es, pues, una cualidad que exigimos de los
¿cómo no habríamos de despreciar el fraude, aunque pu­ movimientos voluntarios, y, por otra parte, hay que deste­
diéramos perdonar el efecto logrado? En cuanto notamos rrar de la gracia misma todo lo voluntario, tendremos que
que la gracia es artificial, se nos cierra al punto el corazón y buscarla en aquello que en los movimientos deliberados no
se retrae el alma que había salido con entusiasmo a su en­ es deliberado, pero que al mismo tiempo corresponde a
cuentro. Vemos de repente que el espíritu se ha vuelto ma­ una causa moral en el ánimo.
teria, y la divina Juno un fantasma de nubes. Así se define, por lo demás, sólo la especie de movimien­
Pero aunque la gracia debe ser algo involuntario, o pare­ tos entre los cuales hay que buscar la gracia; pero un movi­
cerlo, sólo la buscamos en movimientos que en mayor o miento puede tener todas estas cualidades sin ser por ello
menor grado dependen de la voluntad. Es verdad que se gracioso. Sería, de esta manera, nada más que expresivo
atribuye gracia a cierto lenguaje de gestos, y que se habla (mímico).
de una sonrisa graciosa y de un rubor gracioso, a pesar de Expresiva (en el sentido más amplio) llamo yo cualquier
que ambos son movimientos simpáticos, sobre los cuales no manifestación que en el cuerpo acompaña a un estado afec­
decide la voluntad, sino el sentimiento. Pero aparte de que tivo y lo expresa. En este sentido son, pues, expresivos to­
tales exteriorizaciones están, no obstante, en nuestro poder, dos los movimientos simpáticos, aun aquellos que sirven de
y que puede aun dudarse si pertenecen en realidad a la gra­ acompañamiento a meras afecciones de la sensibilidad.
cia, la gran mayoría de los casos en que se manifiesta la gra­ También las formas animales hablan, en cuanto que su
cia son del dominio de los movimientos voluntarios. Se exi- aspecto externo manifiesta su interioridad. Pero aquí habla
sólo la naturaleza, nunca la libertad. En forma permanente
y en los firmes rasgos arquitectónicos del animal, la natura­
la belleza de su desempeño advierto que esos graciosos movimientos no le
son naturales, no podré menos de enfadarme con el hombre que ha tenido leza declara su finalidad; en los rasgos mímicos, la necesidad
que llamar al artista en su ayuda. La causa está en que la esencia de la gra­ despertada o satisfecha. La cadena de la necesidad pasa tan­
cia desaparece con su naturalidad y en que la gracia es, de todos modos,
una exigencia que nos creemos autorizados a hacer al hombre como tal.
to por el animal como por la planta, donde no hay persona­
Pero ¿qué responderé al artista mímico deseoso de saber cómo ha de llegar lidad que la interrumpa. La individualidad de · su existencia
a la gracia si no debe aprenderla? Mi opinión es que ha de procurar, ante es sólo la representación especial de un concepto natural
todo, que dentro de sí mismo madure la humanidad, y vaya luego, siempre
que tal sea su vocación, a representarla en escena. general; la peculiaridad de su estado actual es mero ejem-

28 29
plo de realización de la finalidad i-iatural bajo determinadas actual entre su estado y su destino no puede ser obra de
condiciones naturales. ella, sino que debe ser obra propia del hombre. La · expre­
Expresiva, en el sentido más estricto, lo es únicamente sión de esa relación en su aspecto exterior no corresponde,
la forma humana; y aun ésta, sólo en aquellas de sus mani­ pues, a la naturaleza, sino a él mismo; vale decir, es una ex­
festaciones· que acompañan · a su estado afectivo moral y le presión personal. Si conocemos, pues, por la parte arquitec­
sirven de expresión. tónica de su forma, la intención que la naturaleza ha tenido
Únicamente en estas manifestaciones: pues en todas las con él, por su parte mímica nos enteramos de lo que él mis­
otras el hombre está en la misma serie que los demás seres mo ha hecho para cumplir esa i ntención.
sensibles. En su figura permanente y en sus rasgos arquitec­ Cuando se trata de la figura humana no nos contenta­
tónicos es sólo la naturaleza la que nos manifiesta su inten­ mos, por consiguiente, con que nos ponga a la vista la mera
ción, como en el animal y en todos los seres orgánicos. Cier­ idea general de la humanidad o lo que la naturaleza haya
to es que la i ntención de la naturaleza para con el hombre realizado para el cumplimiento de esa idea en tal o cual in­
puede ir mucho más lejos que en los demás seres y la com­ dividuo, pues esto lo tendría de común con cualquier crea­
binación de los medios para lograrla puede ser más inge­ ción técnica. De su figura esperamos además que nos revele
niosa y complicada; todo esto ha de ponerse sólo en cuenta hasta qué punto el hombre, en su libertad, ha colaborado
de la naturaleza y no puede llegar a ser mérito alguno del

r
con la finalidad natural; es decir, que demuestre su carác-
,

hombre. .
ter. En el primer caso se ve ciertamente que la naturaleza
En . el animal y en la planta l� · naturaleza no sólo fija el se propuso hacer de él un hombre; pero sólo del segundo es
destino, sino que, además, lo ejecuta ella sola. Pero al hom- posible concluir que haya llegado a serlo realmente.

1
·

bre no hace sino señalarle su destino y le confía a él mismo El hombre realiza pues, la elaboración de su propia for­
su cumplimiento. Esto es lo único que le convierte en ma, sólo hasta dónde se trata de la componente mímica,
hombre. pero es más, en esta mímica, la forma es exclusivamente
Sólo el hombre, entre todos los seres conocidos, tiene, suya. Pues aun cuando estos rasgos mímicos, en su mayor
en cuanto persona, el privilegio de intervenir por voluntad parte y hasta en su totalidad, fueran simple expresión de l o
suya en el cerco de la necesidad, irr.o mpible para los seres sensorial y pudieran corresponderle, por l o tanto, como
meramente naturales, y hacer partir de sí m ismo una serie mero animal, el hombre estaba, sin embargo, destinado y
totalmente nueva de fenómenos. El acto por el cual lo lleva capaci tado para limitar la sensorialidad por su libertad. La
a cabo, se llama, preferentemente, una acción, y exclusiva­ presencia de tales rasgos demuestra, por consiguiente, el
mente aquellas de · SUS reali�aciones que resultan de una de . no-uso de esa capacidad y el incumplimiento de ese desti­
esas acciones, se llaman obras suyas. Así, pues, sólo por sus no, por lo cual es, sin duda, moralmente expresivo en l a
obras puede demostrar que es una persona. misma medida en que el abstenerse de una acción ordena­
La forma animal expresa no sólo la idea de su destino, da por el deber es también una acción.
sino también la relación entre su estado actual y ese desti­ De los rasgos expresivos que son siempre exterioriza­
no. Peto como en el animal la naturaleza, a la vez que da el ción del alma hay que distinguir los rasgos mudos que en la
destino, lo cumple, la forma animal no puede nunca expre­ forma humana dibuja la sola naturaleza plástica, en cuanto
sar otra cosa que la obra de la naturaleza. que actúa independientemente de todo influjo del alma.
Como la naturaleza, aunque fija al hombre su destino, Llamo a estos rasgos mudos porque, como i ncomprensibles
co;nfía a la voluntad humana su cumpl imiento, la relación signos de la naturaleza, nada dicen del carácter. Muestran

30 31
sólo la peculiaridad de la naturaleza en su presentación de Por el magru �o.10.1 1 v u. .... .. ... . .... ... . _ _ _ _ .J.

la especie, y llegan a menudo por sí solos a diferenciar al in­ de, el espíritu se vuelve su puntual administrador, y . toda su
dividuo, pero nunca pueden revelar nada de la persona . gloria es llevar en orden su libro. Se logrará, pues, todo lo
Para el fi sonomista estos rasgos mudos no carecen en modo que la organización es capaz de dar, y florecerá el negocio
alguno de importancia, porque él no sólo quiere saber lo de la nutrición y procreación. Un acuerdo tan feliz entre la
que el hombre mismo ha hecho de sí, sino también cómo la necesidad natural y la libertad no puede sino ser favorable
naturaleza ha procedido en favor o en contra del hombre. a la belleza arquitectónica, y aquí es también donde la po­
No es tan fácil trazar la frontera en que terminan los ras.,. demos observar en toda su pureza. Pero las fuerzas genera­
gos mudos y comienzan los expresivos. La fuerza creadora les de la naturaleza hacen, como se sabe, eterna guerra a las
que actúa uniformemente y la pasión sin ley se disputan el particulares u orgánicas, y la técnica más i ngeniosa acabará
dominio sin cesar, y lo que la naturaleza construyó con infa­ por ser vencida por la cohesión y la gravedad. Por eso, tam­
tigable y silenciosa actividad vuelve a menudo a ser derruí­ bién y la belleza de estructura, como mero producto natural,
do por la libertad, que se desborda como río en creciente. tiene sus períodos determinados de florecimiento,· madurez
Un espíritu vivaz consigue ejercer influjo sobre tbdos los y decadencia, que el juego puede ciertamente apresurar,
movimientos corpóreos y aun logra final mente, en forma pero nunca retardar; y por lo general resulta, en fin, que la
indirecta, transformar por el poder del juego simpático has­ masa somete gradualmente a la forma, y el vivo impulso
ta las sólidas formas de la naturaleza, inaccesibles a la vo­ creador se prepara, en la materia acumulada, su propia
luntad. En hombres semejantes, todo acaba por volverse tumba.*
rasgo de carácter, como lo podemos ver en tantas cabezas
profundamente modeladas por una larga vida, por destinos * Por eso encontraremos las más veces que tales bellezas de estructu­
extraordinarios y por un espíritu a�tivo. En estas formas, ra, ya en la edad mediana, se vuelven ·notablemente más toscas por la obe­
sidad; que en lugar de aquellos delicados dibujos de la piel, que apenas se
sólo lo genérico pertenece a la naturaleza plástica, pero insinuaban, se abren pozos y se levantan pliegues como de salchicha; que el
toda la individualidad en su ejecución correspond e a la per­ peso va adquiriendo imperceptiblemente influjo sobre la forma, y el juego
múltiple y gracioso de hermosas l íneas sobre la superficie se pierde en un
sona; de ahí que se diga, con mucha razón, que en figuras cojín de grasa uniformemente abultado. La naturaleza vuelve a tomar lo
como ésas todo es alma. que había dado.
En cambio, aquellos atildados pupilos de la regl a (que Advierto de paso que algo parecido suele ocurrir con el genio, que, en
general, tanto en su origen como en sus efectos, tiene mucho de común con
podrá serenar los sentidos, pero nunca despertar humani­ la belleza arquitectónica. Como ésta, también el genio es un mero producto
dad) en todas sus chatas e inexpresivas formas, no mues­ natural; y de acuerdo con el erróneo criterio de los hombres que precisa­
tran otra cosa que el dedo de la naturaleza. El alma ociosa mente estiman más que nada lo que no puede imitarse por ningún precep­
to ni alcanzarse por mérito alguno, se admira la belleza más que la gracia,·
es un humilde huésped en su cuerpo y un vecino callado y el genio más que la fuerza adquirida del espíritu. Ambos favoritos de la na­
pacífico de la fuerza creadora abandonada a sus propios turaleza, a pesar de todas sus informalidades (por las cuales no pocas veces
son objet«> de merecido desprecio), se consideran como una especie de no­
medios. Ningún pensamiento que requiera esfuerzo, ningu­ bleza de nacimiento, como una casta superior, porque sus privilegios de­
na pasión ·interrumpe el tranquilo compás de la vida física; penden de condiciones naturales y están en consecuencia por encima de
el juego nunca pone en peligro la estructura, ni la libertad toda elección. .
Pero lo mismo que le sucede a la belleza arquitectónica cuando no tiene
perturba su vida vegetativa. Puesto que d profundo reposo a tiempo el cuidado de procurarse en la gracia un apoyo y una reemplazan­
del espíritu no produce ningún gasto apreciable de fuerzas, te, le ocurre también al genio cuando deja de fortalecerse con principios,
las salidas nunca superarán los ingresos, sino que más bien con el buen gusto y la ciencia. Si todas sus dotes consistían en una fantasía
vivaz y floreciente (y la naturaleza acaso no pueda conceder otras ventajas
la economía animal tendrá siempre a su favor un superávit. que las sensoriales), que se preocupe con tiempo en asegurar este regalo

32 33
Por lo demás, aunque aisladamente ningún rasgo mudo ciencia de su destino moral, una forma expresi va; pero, a la
es expresión del espíritu, en cambio, tomada en el conjunto, vez, debe ser una forma que hable a su favor, es decir, que
tal forma muda es característica; y eso por la misma razón exprese una manera de sentir adecua da a su destino , una
por la cual lo es una forma sensorialmente expresiva. El es­ aptitud moral. Esto es lo que la razón requiere de la forma
píritu debe, en efecto , ser activo y sentir moralmente; por lo humana.
tanto, da testimonio de su culpa cuando su forma no mues­ Pero el hombre , como fenóme no, es al mismo tiempo
tra rastro alguno � e esas calidade�. Si bien la expresión objeto de los sentido s. Allí donde el sentimi ento moral halla
pura y bella de su destino en la disposición arquitectónica satisfac ción, el sentimi ento estético no quiere sufrir menos­
de su figura nos llena de agrado y de reverencia hacia la su­ cabo, y la concord ancia con una idea no de be costar ningún
prema razón -su causa-, ambos sentimientos se manten­ · sacrificio en el fenóme no. Por muy severam ente que la ra­
drán en su pureza sólo mientras veamos en ese espíritu un zón reclame una expresi ón de la moralid ad, no menos i ne- ·
mero producto natural. Pero si lo pensamos como persona xorable mente reclama n los ojos belleza. Como estas dos
moral, estamos autorizados a esperar una expresión de esa exigenci as se refieren al mismo objeto, aunque en distintas
persona en su figura y si tal esperanza falla,· 1a consecuencia instancia s del juicio, es necesar io también procurar satisfac­
inevitable será el desprecio. Los simples seres orgánicos no ción a ambas mediant e una misma causa. La disposic ión
son respetables como criaturas; pero el hombre sólo puede anímica del hombre que más que ninguna otra lo capacita
serl<? como creador (es decir como propio causante de su para cumplir su destino como persona moral, debe permitir
estado). No ha de limitarse a reflejar, como los demás seres una expresi ón tal, que le sea también la más ventajos a en
sensibles, los rayos de una razón ajena, aunque fuera la divi­ cuanto mero fenómen o. Con otras palabra s: su aptitud mo­
�·. na; sino que ha de brillar como un sol con su propia luz. ral debe manifes tarse por la gracia.
Se exige, pues, del hombre, . en cuanto se adquiere con- Aquí es, pues, donde se present a la gran dificulta d. Ya
del concept o de movimientos moralm ente expresiv os se
desprend e que deben tener una causa moral que está por
ambiguo m �� iante el ú � �co uso por el cual los dones naturales pueden vol­
verse posesion del espmtu: dan do �orma a la materia; pues el espíritu no·
encima del mundo sensible; así también del concepto de be­
.
puede reputar como cosa propia smo lo que es forma. No dominada por lleza resulta que no puede tener sino una causa sensoria l y
una fuerza de la razón que le sea equivalente, la exuberante fuerza natural debe ser un efecto natural perfecta mente . libre, o al menos
ci;e� ida con Í f!l petu salvaje, rebosará la libertad del e ntendimiento y la aho:
gara, de la misma manera que en la belleza arquitectónica la masa acaba parecerl o. Pero si la razón última de los movimie ntos mo­
por suprimir la forma. ralmente expresiv os está necesari amente fuera del mundo
La experiencia, pienso, lo comprueba ahundantemente ' en especial con sensible, ·y la razón última de la belleza está, con igual nece­
aquellos genios poéticos que alcanzan la fama antes de la mayoridad y e n
lo � cuales, como en más d e u n a belleza, a menudo no hay otro talento que sidad, dentro de ese mundo, parecería que la gracia, que
la Juventud. Pero una vez que la breve primavera ha pasado y preguntamos debe enlazar lo uno con lo otro, contuvie ra una manifiesta
por los frutos que nos había hecho esperar, nos encontramos con que son
unos engendros fofos y con frecuencia raquíticos, producto de un instinto
contrad icción.
creador ciego y mal dirigido. Justamente allí donde se hubiese podido es­ Para resolverla, habrá que admitir, pues, «que la causa
perar .que la materia se ennobleciera volviéndose forma y el espíritu crea­ moral que en el ánimo sirve de fundamento a la\gracia, pro­
dor fiJ �ra sus ideas en intuiciones, han c aído víctima de la materia, como duce de modo necesario, en la sensibilidad que depende de
cualquier otro producto natural, y los meteoros que tanto prometían se nos
aparecen como lucecillas vulgares -si es que llegan a tanto-. Pues a veces la ella, precisamente aquel estado que contiene en sí las con­
fantasía poetizadora vuelve a hundirse del todo en la materia de la cual se diciones naturales de lo bello». Pues lo bello supone, como
había librado, y no desdeña servir a la naturaleza en otra obra de creación
más sólida, si ya no logra éxito en la producción poética. todo lo sensible, ciertas condiciones, y, en la medida en que

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es bello, únicamente condiciones sensibles. Ahora bien: marlo así, tanto en el caso de que el espíritu se manitestara
como el espíritu (según una ley inescrutable para nosotros) , en lo sensorial forzadamente, como en el de que al libre
gracias al estado en que él mismo se encuentra, le señala a efecto de lo sensorial le faltara la expresión del espíritu.
la naturaleza acompañante el suyo, y como el estado de ap­ Porque en el primer caso no habría belleza alguna y en el
titud moral en él es justamente aquel por el cual se cum­ segundo no sería belleza de juego.
plen las condiciones sensibles de lo bello, hace posible lo Siempre es, pues, una causa suprasensorial en el ánimo
bello, y ésta es propiamente su acción. Pero que de ello re­ lo que hace expresiva la gracia, y siempre es una causa me­
sulte realmente belleza, es consecuencia de aquellas condi­ ramente sensorial en la naturaleza lo que la hace bella. Tan
ciones sensibles, es decir, el libre efecto natural. Mas como inexacto sería decir que el espíritu crea la belleza, como, en
la naturaleza, en los movimientos voluntarios, en que es tra­ el ejemplo mencionado, decir del gobernante que es él
tada como medio para lograr un fin, no puede llamarse en quien produce l ibertad. Porque la libertad sólo se le puede
realidad libre, y en los movimientos involuntarios, que ex­ '
dejar a uno, pero no darla.
presan lo moral, tampoco puede llamarse libre, la libertad Así como la razón por la cual un pueblo se siente libre, a
-con la cual ella se manifiesta, sin embargo, en su depen­ pesar de estar bajo el yugo de una voluntad ajena, radica en
dencia de la voluntad- es una concesión de parte del espíri­ buena parte, en la idiosincrasia del gobernante, y una ma­
tu. Podemos, por tanto, decir que la gracia es un favor que nera opuesta de pensar, en este último, no sería muy favo­
lo moral concede a 16 sensible, así como la belleza arquitec­ rable a tal libertad, así también debemos buscar la belleza
tónica puede considerarse como el consentimiento de la na­ de los movimientos libres en la disposición moral del espí­
turaleza a su forma técnica. ritu que los ordena. Y surge ahora la cuestión de qué consti­
Permítaseme ilustrar esto con el ejemplo de una imagen. tución personal sea la que permite a los instrumentos _sen­
Si un estado monárquico es administrado de tal manera soriales de la voluntad la mayor libertad y qué sentimientos
que, aunque todo se haga conforme a una voluntad única, morales se avienen mejor con la belleza en la expresión.
se llega a convencer a cada ciudadano de que vive según su Lo que parece evidente es que ni la voluntad en el movi­
propio sentir y sólo obedece a su inclinación, llamamos a miento intencional ni el afecto en el simpático deben com­
esto un gobierno liberal. Pero no se podría, sin grandes es- 1 portarse, frente a la naturaleza dependiente de ellos, como

1
crúpulos, darle ese nombre si el gobernante impone su vo- una fuerza coactiva, si es que la naturaleza ha de obedecer­
!untad contra la inclinación del ciudadano, o el ciudadano les con belleza. Ya el sentir general de los hombres toma la
impone su inclinación contra la voluntad del gobernante; · .! levedad como carácter principal de la gracia, y lo forzado
r
p ues en el primer caso e l gobierno no sería liberal, y en el no puede nunca manifestar levedad. Asimismo es evidente
segundo ni siquiera sería ·gobierno. · que la naturaleza, por su parte, no debe . comportarse frente
No es dificil aplicarlo a la formación humana bajo el ré­ al espíritu como una fuerza coactiva, si es que ha de resul­
gimen del espíritu. Cuando el espíritu, manifestándose en la tar una bella expresión moral; pues donde domina la simple
naturaleza sensible que depende de él, lo hace de tal mane­ naturaleza, debe desaparecer la humanidad.
ra que la naturaleza ejecuta su voluntad del modo más fiel y En conjunto son pensables tres relaciones en que puede
exterioriza sus sentimientos en la forma más expresiva, sin estar el hombre con respecto a sí m ismo, es decir, su parte
infringir, no obstante, los requisitos que la sensibilidad exi­ sensible con respecto a su parte racional. Entre ellas de he­
ge de los sentimientos en cuanto fenómenos, surgirá enton­ mos buscar la que mejor le cuadre en lo fenoménico y cuya
ces aquello que se llama gracia. Pero estaríamos lejos de Ila- representación sea la belleza.

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.El hombre, o reprime las exigencias de su naturaleza mente l a materia bruta, hasta entonces contenida por el
sensible para conducirse de acuerdo con las exigencias su­ equilibrio de las fuerzas activas y pasivas. Las fuerzas natu­
periores de l o racional; o, invirtiendo, subordina la parte ra­ rales lnanimadas empiezan a prevalecer sobre las vivientes
cional de su ser a la sensibie, y entonces sigue sólo el impul­ de la organización; la forma, a ser oprimida por la masa, y
so con .q ue la necesidad natural l o arrastra lo mismo que a la humanidad, por la naturaleza ordinaria. Los ojos, reflejo
los otros fenómenos; o bien sucede que l os impulsos de lo del alma, languidecen, o bien se salen de las órbitas, vidrio­
sensorial entran a concordar con las leyes de lo racional, y sos y hoscos; el fino carmín de las mejillas se espesa en una
el · hombre queda en armonía consigo mismo. burda y uniforme pintura; la boca se vuelve una simpl e
Cuando el hombre adquiere conciencia de su pura auto­ abertura pues s u forma y a n o e s qmsecuencia d e la acción
nomía, rechaza de sí todo lo que sea sensorial, y sólo gra­ de las fuerzas sino de su decaimiento; la voz y el suspiro no
cias· a este apartamiento de la materia alcanza el sentimien­ son más que resuellos, con los cuales quiere aliviarse el pe­
to de su libertad racional. Pero para ello se requiere de su cho apesumbrado y que ahora revelan sólo necesidad mecá­
parte, ya que la sensorialidad opone tenaz y vigorosa resis­ nica, no alma. En una palabra: tratándose de la libertad que
tencia, un notable esfuerzo y gran empeño, sin lo cual le se- la sensorialidad se toma por sí misma, no se puede pensar
. ría imposible tener alejado de sí el apetito y hacer callar la
en belleza alguna. La libertad de las formas, que la voluntad
insistente voz del instinto. El espíritu así dispuesto hace -Y moral no había hecho más que limitar, es sometida por la
I' , "! sentir a la naturaleza dependiente de él -tanto cuando la gruesa materia, que gana siempre tanto terreno cuanto le es
�.
naturaleza actúa al servicio de su voluntad como cuando se arrebatado a la voluntad.
adelanta a ella- que . él es su amo y señor. Bajo su severa Un hombre en ese estado no sólo ofende al sentimiento
disciplina aparecerá, pues, reprimida la sensorialidad, y la moral, que exige sin cesar la expresión de la humanidad,
resistencia· interior se descubrirá, desde fuera, en una acti- sino que ·también el sentimiento estético -que, no pudiendo
tud forzada. Semejante disposición de ánimo no puede ser aplacarse· con la sola materia, busca libre placer en la for­
por tanto favorable a la belleza, que la naturaleza produce ma- se apartará asqueado de semejante espectáculo, en el
sólo en libertad, y po� consiguiente, tampoco podrá ser por cual sólo la concupiscencia puede encontrar satisfacción.
la gracia como se manifieste la l ibertad moral en lucha con La primera de estas relaciones entre las dos naturalezas
la materia. en el hombre recuerda una monarquía donde la vigilancia
En cambio, cuando el hombre, subyugado por la necesi­ severa del gobernante mantiene frenada toda libre iniciati.­
dad, deja que le domine el impulso natl:lral sin ataduras, va; la segunda, una salvaje oclocracia donde el ciudadano,
también desaparece con su autonomía interior toda huell a negando obediencia a la autoridad legal, está tan lejos de
d e esa autonomía e n su figura. Sólo l a animal idad habla por volverse libre, como la formación del hombre está lejos de
sus ojos húmedos y apagados, por su boca l ascivamente en­ volverse bella por la supresión de la autoactividad moral, y
treabierta, por su voz ahogada y tremulosa, por su respira­ hasta es víctima del despotismo, aún más brutal, de la tur­
ción corta y rápida, por el temblor de los miembros, por ba, como la forma lo es aquí de la masa. Así como la liber­
todo ·s u físico relajado. Ha cedido toda resistencia de la tad está en e l punto medio entre l a presión l egal y la anar­
fuerza moral, y la naturaleza en é l ha sido puesta en plena quía, así encontraremos ahora la belleza entre la dignidad,
liber:tad. Pero justftmente este total abandono de la autono­ en cuanto expresión del espíritu dominante, y la voluptuosi­
mía, que suele producirse en el momento del deseo sensual, dad en cuanto expresión del instinto dominante.
y más aún en e l goce, pone también en libertad instantánea- Pues si no se aviene con la belleza de la expresión ni la

38 39
razón que domina a la sensorialidad ni tampoco la sensoria­ n'o hace sospechoso el aj:u ste de la voluntad al deber, por lo
lidad que domina a la raz6n, la condición bajo la cual se menos no está en condiciones de garantizarla. La expresión
produzca la belleza de juego será (y no cabe una cuarta al:. sensible de ese aplauso en la gracia nunca podrá dar testi­
ternativa) aquel estado qe ánimo en que armonicen la ra­ monio suficiente y valedero de la acción en que se la en­
zón y la sensorialidad , el deber y la inclinación. cuentre; ni se podrá saber, de la exposición hermosa de una
Para poder convertirse en objeto de inclinación, la obe­ forma de sentir o una acción, cuál es su valor moral.
diencia a la razón debe proporcionar un motivo de deleite, Hasta aquí creo estar en perfecto acuerdo con los rigo­
pues sólo por el placer y el dolor se pone en movimiento el ristas de la moral; pero espero no pasar por latitudinario si
instinto. En la experiencia común las cosas ocurren cierta­ trato de mantener en el terreno de lo fenoménico y en el
mente al revés, y el deleite es el motivo por el cual se obra ejercicio efectivo del deber moral las exigencias de la senso­
razonablemente. Que la moral misma haya dejado final­ rialidad, que han sido del todo rechazadas en el terreno de
mente de hablar ese lenguaje, debemos agradecérselo al in­ la razón pura y en la legislación moral.
mortal autor de la Crítica,* a quien corresponde la gloria de Con la misma certeza con que estoy convencido -y justa­
haber rehabilitado la sana razón en lugar de la razón filoso­ mente porque lo estoy- de que la participación de la incli­
fante. nación en un acto libre no prueba nada con respecto al sim­

..
·.

�- .
Pero tal como los principios de este sabio universal sue­
len ser expuestos por él mismo, y también por otros, la in­
clinación es una muy ambigua compañera del sentimiento
ple ajuste de esa acción al deber, así creo poder deducir
precisamente de ello que la perfección moral del hombre
puede sólo dilucidarse por ese participar de su inclinación
moral, y el placer una dudosa añadidura a las determinacio­ en su conducta moral. Porque el hombre no está destinado
nes morales. Aunque el impulso hacia la dicha no mantiene a ejecutar acciones morales aisladas, sino a ser un ente mo­
un dominio ciego sobre el hombre, querrá sin embargo ha­ ral. Lo que le está prescrito no son virtudes, sino la virtud, y
cer oír su voz en el acto de la elección moral y dañará así la la virtud no es otra cosa que « una inclinación al deber». Por
pureza de la voluntad, que debe obedecer siempre a la ley y más que en sentido objetivo se opongan las acciones por in­
nunca al impulso. Para tener, pues, plena seguridad de que clinación a las acciones por deber, no sucede lo mismo en
la inclinación no ha intervenido también, se prefiere verla en sentido subjetivo, y el hombre no sólo puede, sino que debe
guerra con la ley de la razón antes que en armonía con ella.. enlazar el placer al deber; debe obedecer alegremente a su
porque con demasiada facilidad podría ocurrir que su sola razón. Si a su naturaleza puramente espiritual le ha sido
intercesión procurara a la ley racional su poder sobre la vo­ añadida una naturaleza sensible, no es para arrojarla de sí
luntad. Porque como en la acción moral lo que importa no como una carga o para quitársela como una burda envoltu­
es el ajuste de los hechos a la ley, sino · exclusivamente el ra; no, sino para unirla hasta lo más íntimo con su yo supe­
ajuste de la disposición de ánimo al deber, no se atribuye, rior. La naturaleza, ya al hacerlo ente sensible y racional a
con razón, ningún valor a la consideración de que, para ese la vez, es decir, al hacerlo hombre, le impuso la obligación
ajuste a la ley, sea por lo general más ventajoso que la incli­ de no separar lo que ella había unido; de no desprenderse
nación se encuentre del lado del deber. Lo que parece, -aun en las más puras manifestaciones de su · parte divina­
p ues, seguro es que el aplauso de la sensorialidad, si bien de lo sensorial, y de no fundar el triunfo de la una en la
opresión de la otra. Sólo cuando su carácter moral brota de
su humanidad entera como efecto conjunto de ambos prin­
* Immanuel Kant. cipios y se ha hecho en él naturaleza, es cuando está asegu-
1
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) 41
rado; pues mientras el espíritu moral sigue empleando la
violencia, el instinto natural ha de tener aún una fuerza que
oponerle. El enemigo simplemente derribado puede volver
t•·
·.
sorialidad, tanto al lí donde con frente atrevida escarnece a l
sentimiento moral, como en la impotente envoltura de los
fines moralmente loables en que sabe ocultarla especial­
a erguirse; sólo el reconciliado queda de veras vencido. mente cierto entusiasta espíritu de comunidad. No tenía
En la filosofía moral de Kant la ideal del deber está pre­ que adoctrinar la ignorancia, sino que amonestar el error.
sentada con una dureza tal, que ahuyenta a las Gracias y po­ La cura exigía sacudimiento, no lisonja ni persuasión; y
dría tentar fácilmente a un entendimiento débil a buscar la cuanto mayor fuera el contraste entre el axiOma de l a ver­
perfección moral por el camino de un tenebroso y monacal dad y las normas dominantes, tanto más podía él esperar
ascetismo. Por más que el gran sabio universal trató de pre­ que movería a meditar al respecto. Fue el Dracón de su épo­
caverse contra esta falsa interpretación, que debía ser preci­ ca, porque consideró que no era aún digna de un Solón ni
samente la que más ofendiera a su espíritu l ibre y lumino- estaba en disposición de acogerlo. Del sagrario de la razón
so, él mismo le dio, rne parece, fuerte impulso (aunque ape- pura trajo la ley moral, extraña y sin embargo tan conocida;
nas evitable dentro de sus intenciones) al contraponer rigu­ la expuso en toda su santidad ante el sigló deshonrado, y
rosa y crudamente los dos principios que actúan sobre la poco se preocupó de si hay ojos que no pueden soportar su
voluntad del hombre. Sobre el fondo ·m ismo del asunto, resplandor.
después de las pruebas por él aducidas, no puede haber ya '==-' Pero ¿de qué se habían hecho culpables los hijos de l a
discusión entre cabezas pensantes que quieran dejarse con­ casa, para que él s e preocupara sólo de l o s siervos? Porque
vencer, y no sé cómo podría uno no preferir renunciar más a menudo impurísimas inclinaciones usurpen el nombre de
bien a su total humanidad antes que obtener de la razón, en la virtud, ¿debía hacerse también sospechoso el desintere­
este respecto, un resultado distinto. Pero cuanta fue la pu­ sado afecto en el pecho más noble? Porque los hombres de
reza de su procedimiento en la investigación de la verdad, floja moral se complazcan en dar a la ley de la razón una l a­
donde todo se explica por razone� exclusivamente objeti- xitud que la hace juguete de su conveniencia, ¿debía añadír­
vas, tanto parece haberle guiado, por el contrario, en la ex­ sele una rigidez que convierte la más vigorosa manifesta­
posición de la verdad descubierta, una norma más subjetiva, ción de l ibertad moral en una especie, apenas más elevada,
que creo no es difícil explicar por l as circunstancias de la de servidumbre? Pues el hombre verdaderamente moral
época. ltiene por ventura más l ibre elección entre la estimación de
Porque, así como tenía a la vista la moral de su tiempo, sí mismo y el desprecio de sí mismo que la que el esclavo
tanto en el sistema como en- la práctica, así, por una parte, de los sentidos tiene entre el p lacer y el dolor? lAcaso l a vo­
debió de ofenderle el grosero materialismo en los ·p rinci­ luntad pura está allí sujeta a menor coacción que aquí la co­
pios morales que la complacencia indigna de los filósofos · rrompida? ¿ Debía la ley moral por su forma imperativa acu­
había ofrecido como almohada al relajado carácter de la sar y humillar a la humanidad, y, a la vez, convertirse el do­
época; y, po� otra parte, debió excitar su atención un princi­ cumento más sublime de su grandeza en testimonio de su
pio de perfección no menos discutible, que, para realizar fragilidad ? ¿se podía acaso, en esa forma imperativa, evitar
una idea abstracta de perfección general. y universal, no te­ que un mandamiento que el hombre se da a sí mismo como
nía muchos escrúpulos en cuanto a la elección de los me­ ser racional, y que en consecuencia sólo a él le comprome­
dios. Dirigió, por lo tanto, la mayor fuerza de sus razones te, y es por eso mismo compatible con su sentimiento de l i­
hacia donde más declarado era el peligro y más urgente la bertad, adoptara la apariencia de una ley positiva y extraña
reforma, y se impuso como ley perseguir sin cuartel la sen- -apariencia que por la radical propensión del hombre a

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contravenida (como se le reprocha) difícilmente podría ate­ llo de la humanidad perfecta y que es lo que de9ip10s un
nuarse?. * · alma bella.
No es por cierto ventajoso para las verdades morales te­ Un alma se llama bella cuando el sentido moral ha llega­
ner en su contra sentimientos que el hombre puede confe­ do a asegurarse a tal punto de todos los sentimient'o s del
sarse sin sonrojo. Pero ¿cómo han de conciliarse los senti­ hombre, que puede abandonar sin temor la dirección de la
mientos de helleza y l ibertad con el austero espíritu de una voluntad al afecto y no corre nunca peligro de estar en con­
ley que dirige al hombre más por el temor que por la confian­ tradicción con sus decisiones. De ahí que en un alma bella
za, que trata de separar en él lo que la naturaleza había reu­ no sean en rigor morales las distintas acciones, sino el ca­
n ido y que no le asegura el dominio sobre una parte de su rácter todo. Tampoco puede considerarse como mérito
ser sino despertando su desconfianza hacia la otra? La natu­ suyo una sola de esas acciones, porque la satisfacción del
ral eza humana es en la realidad un todo más unido que instinto nunca puede llamarse meritoria. El alma bella no
como le es dado presentarla al filósofo sólo capaz de proce­ tiene otro mérito que el hecho de ser. Con una facilidad tal
der por análisis. Nunca puede la razón rechazar como indig­ que parecería que obrara sólo el instinto, cumple los más
nos de ella afectos que el corazón confiesa con regocijo, ni penosos deberes de la humanidad, y el más heroico sacrifi­
puede el hombre ganar su propia estimación cuando se ha cio que obtiene del instinto natural se presenta a nuestros
rebajado moralmente. Si la naturaleza sensible fuera siem­ ojos como un efecto voluntario precisamente de ese instin­
pre en lo moral la parte oprimida y nunca la colaboradora, to. Por eso, también, ella misma nunca sabe de la belleza de
¿cómo podría prestar todo el fuego de sus sentimientos a la su obrar, y ya no se le ocurre que se pueda obrar y sentir de
celebración de un triunfo sobre ella misma? ¿cómo podría otro modo; en cambio, un adepto de la regla moral que en
ser partícipe tan vivaz en la autoconciencia del espíritu todo momento la observe escrupulosamente, tal como lo
puro, si no pudiera en ú ltima instancia adherirse a él tan ín­ exige la palabra del maestro, estará siempre dispuesto a dar
timamente que aun el entendimiento analítico ya no puede las más estrechas cuentas de la relación entre sus acciones
separarla sin violencia? . y la ley. Su vida se parecerá a un dibujo en que se ven indi-.
La voluntad está de todos modos en conexión más inme­ cadas las normas con duros trazos y en el cual a lo sumo un
diata con la facultad de sentimiento que con la de conoci­ ' aprendiz podría adquirfr los principios del arte. ·Pero en
miento y, en muchos casos, malo sería que tuviera que em­ una vida bella todos esos contornos tajantes se han esfuma­
pezar por orientarse según la razón pura. No me predispo­ do, como en un cuadro del Ticiano, y sin embargo la figura
ne favorablemente el hombre tan incapaz de confiar en la íntegra resalta en forma tanto más verdadera, viva, armo­
voz del instinto que está obligado, en cada caso, a ajustarla niosa.
al diapasón del principio moral; en cambio, se le tiene en ·
Es, pues, en el alma bella donde armonizan la sensibili­
alta estima si se fía con cierta seguridad de esa VOZ, sin peli­ dad y l a razón, la inclinación y el deber, y la gracia es su ex­
gro de ser mal dirigido por ella. Pues así se comprueba que presión en lo fenoménico. Sólo al servicio de un alma bella
ambos principios han llegado en él a esa armonía que es se- puede la naturaleza poseer la libertad y al mismo tiempo
· conservar su forma, ya que pierde lo uno bajo la domina­
ción de un ánimo severo, y lo otro bajo la anarquía de la
* Véase la p rofesión de fe que el autor de la Crítica hace con respecto sensorialidad. Un alma bella derrama gracia irresistible aun
a la naturaleza humana en su último · escrito: Offenbarung in den Grenzen
der Vernu nft [La revelación dentro de los límites de la razón], capítulo prime­ sobre una forma que carezca de belleza arquitectónica, y . a
ro. menudo la vemos triunfar hasta de los defectos de la natu-

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..
'"

raleza. Todos los movimientos que provienen de ella serán lado de l a inclinación, aparecerá en lo fenoménico tal como
leves, suaves, y sin embargo animados. Alegres y l ibres bri­ si la inclinación estuviera del lado de la moralidad. La gra­
llarán los ojos, y el sentimiento resplandecerá en ellos. De cia será, pues, la expresión de l a virtud femenina y ha de
la dulzura del corazón recibirá la boca una gracia que nin­ faltar muy a menudo a la masculina.
guna imitación artificial logrará jamás. No se advertirá ten­
sión en las facciones, ni violencia en los movimientos volun­
tarios, puesto que el alma nada sabe de eso. La voz será mú­ Dignidad
sica y moverá el corazón con el puro raudal de sus modula- .
dones. La belleza arquitectónica puede suscitar agrado y Así como la gracia es l a expresión de un alma bella, la
admiración y hasta asombro, pero sólo la gracia nos arreba­ dignidad lo es de un carácter sublime.
tará. La belleza tiene devotos; sólo la gracia tiene amantes; Es verdad que al hombre le ha sido i,m puesto establecer
admiramos al Creador, en cambio amamos a los hombres. íntima armonía entre sus dos naturalezas, ser siempre un
En general, la gracia se encontrará más bien en el sexo todo armónico y obrar con su total y plena humanidad.
femenino (la belleza tal vez más en . el m asculino), y no hay Pero esta belleza de carácter, el fruto más maduro de su hu­
�· que buscar lejos la causa. Para l a gracia han de contribuir manidad, es sólo una idea a la que él puede con incesante
;
� Í. tanto la arquitectura del . cuerpo como el carácter: aquélla vigilancia procurar ajustarse, pero que a pesar de todos los
por su flexibilidad para recibir . impresiones y ser puesta en esfuerzos nunca logra alcanzar por entero.
juego; éste por la armonía moral de los sentimientos. En La razón de esa imposibilidad es la inmutable organiza­
ambas cosas la naturaleza ha sido más favorable a la mujer ción de su naturaleza. Son l as condiciones físicas de su exis­
tencia misma las que se lo impiden.
·

que al hombre.
La contextura femenina, más delicada, recibe con mayor Porque para asegurar su existencia en el mundo sensi­
rapidez cada impresión y la hace desaparecer también con ble, que depende de condiciones naturales, el hombre (que,
!-
· mayor rapidez. A las constituciones fornidas sólo l as pone en cuanto ser capaz de modificarse a su arbitrio, debe preo­
cuparse él mismo de su conservación) tuvo que ser capaci­
.-
en movimiento una tempestad; cuando los fuertes músculos
se contraen, no pueden mostrar esa l igereza que la gracia tado para realizar acciones mediante las cuales puedan
requiere. Lo que en un rostro femenino es todavía bella cumplirse aquellas condiciones físicas de su existencia y
sensibilidad, en uno masculino expresaría ya sufrimiento. restablecerse si han sido suprimidas. Pero aunque la natu­
La � elicada fibra de la mujer se inclina como tenue j unco raleza debió dejar a cuidado del hombre esa preocupación,
bajo el 'más leve soplo del afecto. En ondas ligeras y ama­ que ella tiene exclusivamente a su cargo en sus produccio­
bles el alma se desl iza sobre el semblante expresivo, que nes vegetativas, la satisfacción de una necesidad tan urgen­
pronto vuelve a alisarse en espejo sereno. te, en que está en juego su existencia misma y la de su géne­
También la contribución que el alma debe a la gracia será ro, no debió ser confiada a su incierto criterio. Este asunto,
más fácil de aportar en la mujer que en el hombre. Pocas ve­ que ya en cuanto al contenido le pertenece, la naturaleza lo
ces se elevará el carácter femenino a la idea suprema de la pu­ atrajo también a su dominio en cuanto a la forma al intro­
reza moral y pocas veces pasará de actuar por afecto. Re­ ducir la necesidad en las determinaciones de la arbitrarie­
sistirá a menudo a la sensorialidad con heroica pujanza, dad. Así se originó el instinto natural, que no es otra cosa
pero sólo mediante la sensorialidad misma. Ahora bien: que una necesidad natural que tiene por medio el senti­
puesto que la moralidad de la m ujer está habitualmente del miento.

46 47
El instinto natural embiste contra la afectividad median­ cir, debe optar por el fuero racional. No está atada a ningu­
te la doble fuerza del dolor y el placer: por el dolor, allí no, pero está unida a la ley de la razón. Por lo tanto, utiliza
donde exige satisfacción; por el placer, donde la encuentra. realment'e su libertad, aun cuando actúe contradiciendo a
Como a una necesidad natural no se le puede regatear la razón; pero la utiliza indignamente, porque a pesar de su
nada, el hombre debe también, a pesar de su libertad, sentir libertad sigue manteniéndose dentro de la naturaleza y no
lo que la naturaleza quiere que sienta, y, según el sentimien­ agrega realidad alguna en la operación del simple instinto;
to sea de dolor o de placer, debe de manera igualmente ine­ pues querer por apetito no es sino un apetecer más compli­
vitable reaccionar con la repugnancia o con el apetito. En cado. '-:
este punto el hombre es idéntico al animal, y el más esfor­ La legislación de la naturaleza por medio del instinto
zado estoico siente tan agudamente el hambre y la rechaza puede entrar en conflicto con la de la razón a base de prin­
tan vivamente como el gusano que se arrastra a sus pies. cipios, si el instinto exige para satisfacer una acción que
Pero aquí empieza la gran diferencia. En el animal la ac­ contraría al postulado moral. En este caso es deber incon­
ción sigue tan necesariamente al apetito o repugnancia movible para la voluntad posponer la exigencia de la natu­
como el apetito a la sensación y la sensación a la impresión raleza al dictado de la razón: pues las leyes naturales obli­
externa. Es una cadena continua y progresiva en que cada gan sólo condicionalmente, pero las de la razón, incondicio­
eslabón se enlaza necesariamente al otro. En el hombre hay nada y absolutamente.
una instancia más, la voluntad, que, como facultad supra­ No obstante, la naturaleza sostiene con energía sus dere­
' �-,
sensorial, no está tan sometida a la ley de la naturaleza ni a chos, y puesto que nunca exige arbitrariamente, tampoco
la de la razón como para que no le quede la posibilidad de retira, si no ha sido satisfecha, ninguna exigencia. Como
elegir con completa libertad entre orientarse de acuerdo -desde la C3:usa primera, por la que es puesta en movimien­
con una o con otra. El animal tiene que procurar librarse to, hasta la voluntad, donde cesa su legislación- todo es en
del dolor; el hombre puede decidirse a soportarlo. ella estrictamente determinado, no puede ceder volviéndo­
La voluntad del hombre es un concepto sublime, aun se atrás, sino que, avanzando, debe presionar contra la vo­
cuando no se considere su uso moral. Ya la mera voluntad luntad de la cual depende la satisfacción de su necesidad.
eleva al hombre sobre Ja animalidad; la voluntad moral lo Cierto es que a veces parecería que abreviara su camino y
eleva hasta la divinidad. Pero debe haberse desprendido de que, sin llevar previamente su demanda a la voluntad, dis­
la animalidad antes que pueda acercarse a la divinidad; de pusiera de una causalidad inmediata para la acción con que
ahí que sea un paso no despreciable hacia la libertad moral se pone remedio a su necesidad. En semejante caso, en que
de la voluntad el ejercer la mera voluntad quebrando en sí no sólo el hombre permiti era libre curso al instinto, sino
la necesidad natural, aun en cosas indiferentes. que el instinto se tomara por sí mismo este curso, el hom­
La legislación natural tiene vigencia .. hasta encontrarse bre no dejaría de ser un mero animal; pero es muy dudoso
con la voluntad, donde aquélla se traza su linde y comienza decidfr si esto puede alguna vez ocurrirle y si, supuesto el
la legislación racional. La voluntad se halla aquí entre am­ *
Léase sobre esta materia la teoría de la voluntad, digna de la mayor
bos fueros, y de ella depende, en absoluto, de cuál quiera atención, en la segunda parte de las cartas de Reinhold. [Karl Leonhard
recibir la ley; pero no está en la misma relación con respec­ Reinhold ( 1 758- 1 823) explicó, de 1 787 a 1 794, filosofía kantiana en la Uni­
to a los dos. Como fuerza natural, es tan libre con respecto versidad de Jena, convirtiéndola en centro de propagación del kantismo.
Sus cartas sobre la filosofía kantiana (Briefe über die Kantische PhilOsphie)
al uno como al otro; es decir, no está obligada a optar por se publicaron en dos volúmen�s (Leipzig, 1 790 y 1 792). Schiller de be a
n i nguno de ellos. Pero no es libre como fuerza moral, es de- Reinhold su iniciación en estos estudios.]

48 49
caso de que en verdad le ocurriera, esa fuerza ciega del ins­ dad han hablado ya, · las l eyes de la naturaleza. P_ues así
tinto no es un delito de su voluntad. como la razón pura, al l egislar moralmente, no toma para
La facultad apetitiva exige, pues, satisfacción, y l a volun­ nada en consideración cómo han de recibir los sentidos
tad es· instada a procurársela. Pero la voluntad debe recibir, sus decisiones, así la naturaleza, al legislar, tampoco tiene
de la razón .l os fundamentos de su determinación y decidir­ en cuenta si contentará o no a la razón pura. En cada una
se sólo de acuerdo con lo que ésta permite o prescribe. rige una necesidad distinta, pero que no sería tal si a la una
Ahora bien: si la voluntad acude realmente a la razón antes le estuviera permitido alterar arbitrariamente la otra. Por
de acceder a la solicitación del instinto, obra moralmente; eso aun el espíritu más valiente, por más resistencia que
mientras que si decide prescindiendo de esa instancia, obra oponga a la sensorialidad, no puede suprimir el sentimiento
sensorialmente."* mismo ni el apetito, sino sólo evitar que influyan en la de­
Así, cada_ vez que la naturaleza presenta una exigencia y terminación de la voluntad; por medios m orales puede de­
quiere sorprender a la voluntad por la fuerza ciega del afec­ sarmar al instinto, pero sólo por los naturales puede apla­
to, toca a la voluntad llamarla a sosiego hasta que se haya carlo. Si bien es capaz de impedir, mediante su fuerza autó­
pronunciado la razón. Lo que no puede saber todavía es si noma, que las leyes naturales se vuelvan obligatorias para
el veredicto de· la razón recaerá en favor o en contra del in­ su voluntad, no puede en cambio introducir en esas mismas
terés de la sensorialidad; pero precisamente por eso debe leyes absolutamente ninguna alteración.
observar este procedimiento para cualquier afecto sin dis­ En aquellos afectos, pues, «en que la naturaleza (el ins­
tinción, y negar a la naturaleza -cada vez que de ésta parta tinto) es la primera en obrar y trata de pasar totalmente por
la iniciativa- la causalidad inmediata. Sólo quebrantando el alto la voluntad o de atraerla violentamente a su partido, la
poder del apetito, que se precipita hacia su satisfacción y moralidad del carácter sólo puede manifestarse resistiendo,
que preferiría prescindir totalmente de l a instancia de l a y sólo por limitación del instinto puede impedir que el ins­
voluntad, e s como muestra el hombre s u autonomía y se re­ tinto limite a su vez la libertad de la voluntad ». El acuerdo
vela como ser moral, que nunca debe meramente apetecer con la ley de la razón no es posible, pues, en el afecto, sino
o aborrecer, sino querer cada vez su aborrecimiento y ape­ contradiciendo las exigencias , de l a naturaleza. Y como la
tito. naturaleza nunca retira sus exigencias por motivos morales
Pero ya la sola consulta a la razón importa un menosca­ -y en consecuencia todo permanece, de su parte, inaltera­
bo de la naturaleza, que es juez competente en su propia ble, sea cual sea la manera de comportarse la voluntad a su
causa y no quiere ver sometidos sus dictámenes a ninguna respecto-, no hay aquí posible concordancia entre la incli­
instancia nueva y extraña. B ien mirado, aquel acto de vo­ nación y el deber, entre l a razón y la sensibilidad, y el hom­
luntad que l leva ante el fuero moral el pleito de la facultad bre no puede obrar entonces con toda su naturaleza en ar­
apetitiva es, por lo tanto, antinatural, porque vuelve a hacer monía, sino exclusivamente con la racional. En estos casos,
contingente lo necesario y somete a las leyes de la razón la pues, no obra tampoco en forma moralmente bella porque
decisión de una causa en que sólo . pueden hablar, y en reali- en la belleza de la acción debe también participar necesa­
riamente la inclinación, que aquí, por el contrario, parece
*
Pero esta consulta de la voluntad a la razón no debe confundirse en conflicto. Pero obra en forma moralmen te ·grande, porque
con aquella por la cual se propone conocer los medios de sat isfacer un ape­
tito. Aquí no se trata de cómo lograr la satisfacción, sino de si está permiti­ es grande todo aquello, y sólo aquello, que da testimonio de
da. Sólo esto último pertenece al dominio de la moralidad; lo primero co­ la superioridad de una facultad más elevada sobre la senso­
rresponde a la prudencia. rial.
50 51
El alma bella debe, por lo tanto, en el afecto, tranformar­ luntad debe pronunciarse. Pues el instinto de conservación
se en alma sublime, y ésta es la infalible piedra de toque por lucha sin descanso, en el dominio de la voluntad, con el po­
la cual se la puede distinguir del buen corazón o de la vir­ der legislador, y su afán es dirigir tan sin trabas al hombre
tud por temperamento. Si en un hombre la inclinación está como al animal.
de parte de . la justicia sólo porque la justicia está afortuna­ Se encuentran, pues, movimientos de dos especies y orí­
damente de parte de la inclinación, el instinto natural ejer­ genes en todo afecto encendido en el hombre por el instin­
cerá, en el afecto, un completo poder coactivo sobre la vo­ to de conservación: primero, los que proceden directamen­
l untad; y cuando sea necesario un sacrificio, será la morali­ te de la sensación y son por tanto del todo involuntarios; se­
dad y no la sensorialidad quien lo haga. Si en ·cambio ha gundo, los que de herían y podrían ser específicamente vo­
sido la razón misma la que, como ocurre en el carácter be­ luntarios, pero que son sustraídos a la libertad por el ciego
llo, ha tomado a su servicio las inclinaciones y ha confiado instinto natural. Los primeros se refieren al afecto mismo y
,provisionalmente el timón a la sensorialidad, se lo retirará en consecuencia están necesariamente ligados a él; los se­
en el mismo momento en que el instinto quiera abusar de gundos corresponden más bien a la causa y · al objeto del
sus poderes ocasionales. La virtud por temperamento des­ afecto: son por lo tanto contingentes y variables y no pue­
ciende, pues, en el afecto, a mero producto natural; el alma den considerarse como signos infalibles de ese afecto. Pero
bella trasciende a lo heroico y se eleva a la pura inteli­ como unos y otros, apenas determinado el objeto, son igual­
gencia. mente necesarios al instinto natural, unos y otros se requie­
La dominación de los instintos por la fuerza moral es li­ ren para hacer de la expresión del afecto un todo completo
bertad de espíritu, y dignidad se llama su expresión en lo fe­ y armonioso.*
noménico. Ahora bien: si la voluntad posee autonomía bastante
En sentido estricto, la fuerza moral en el hombre no es para poner límites al instinto natural que quiere anticipár­
suscep ti ble de representación, ya que lo suprasensible nun­ sele y para afirmar los propios fueros contra su intempesti­
ca puede caer bajo los sentidos. Pero indirectamente puede vo poder, permanecen ciertamente en vigor todos los fenó­
ser presentada al entendimiento mediante signos sensibles, menos que el instinto natural excitado ocasionaba en su
como precisamente ocurre con la dignidad de la forma hu­ propio dominio, pero faltarán todos aquellos que, estand o
mana. en jurisdicción ajena, él ha querido arrebatar autoritaria­
El instinto natural excitado se acompaña, como el cora­ mente hacia sí. Los fe nómenos, pues, ya no concuérdan
zón al conmoverse moralmente, de movimientos corpora­ más, pero precisamente en su contradicción reside la expre­
les, que en parte se adelantan a la voluntad y en parte, sión de la fuerza moral.
como merame nte simpáticos, no están de ningún modo so­ Supóngase que vemos en un hombre signos del afecto
metidos a su dominio. Porque como ni el sentimiento ni el más tormentoso, de aquella primera clase de movimientos
apetito o aborrecimiento dependen del arbitrio del hom·
bre, no puede habérsele dado el mando sobre aquellos mo­
Si se encuentran sólo los movimientos de la segunda especie sin los
vimientos que están directamente relacionados con esas *

de la primera, será prueba de que la persona quiere el afecto y · la naturale�


afecciones . Pero el instinto no se detiene en el mero apetito; za lo niega. Si se e ncuentran los movimientos de la primera especie sin los
precipitada y premiosamente procura realizar su objeto, y de la segunda, eso demostrará que la naturaleza está realmente sometida al
afecto, pero la persona lo resiste. El primer caso se ve a diario en personas
anticipará, si el espíritu autónomo no le ofrece enérgica re­ afectadas y en malos comediantes, el segundo. tanto más raramente, y sólo
sistencia, aun aquellas acciones sobre las cuales sólo la vo- en los ánimos fuertes.

52 53
totalmente i nvoluntarios. Pero mientras las venas se le hin­ cuerpo como soberano, porque tiene que afirmar su auto­
chan, mientras los músculos se contraen convulsivamente, y nomía contra el instinto imperioso que, prescindiendo de
la voz se ahoga y el pecho se dilata y e l vientre se compri­ él, obra directamente y trata de sustraerse a su yugo. En la
me, sus movimientos son suaves, sus facciones libres, y se­ gracia, por el contrario, rige con liberalidad, porque aquí es
renos sus ojos y su frente. Si el hombre fuera sólo un ser él quien pone en acción a la naturaleza y no encuentra re­
sensible,. todos sus rasgos, puesto que tendrían una misma y sistencia alguna que vencer. Pero sólo la obediencia merece
común fuente, deberían concordar entre sí y, en nuestro suavidad, sólo la resistencia puede justificar el rigor.
caso, expresar todos sin distinción el sufrimiento. Pero La gracia reside, pues, en la l ibertad .de los movimientos
como a los rasgos de dolor se mezclan otros de serenidad, y voluntarios; la dignidad, en el dominio de los involuntarios.
no pudiendo una misma causa tener efectos contrarios, esta · . Allí donde la naturaleza ejecuta las órdenes del espíritu, la
contradicción de los· rasgos prueba la existencia y el influjo gracia le concede una apariencia de libre albedrío; allí don­
de una fuerza que es independiente del sufrimiento y supe� de quiere dominar, la dignidad la somete al espíritu. Donde­
rior a las impresiones bajo las cuales vemos sucumbir lo quiera que el instinto comienza a obrar y se atreve a entro­
sensible. De este modo la serenidad en el padecer, que es en meterse en los menesteres de la voluntad, no debe ésta
lo qu� consiste realmente la dignidad, se vuelve -aunque mostrar indulgencia alguna, sino su autonomía por medio
sólo indirectamente, por un .raciocinio- representación de de la más enérgica resistencia. Donde en cambio es la vo­
la inteligencia en el hombre y expresión de su libertad mo­ luntad la que tiene la iniciativa y la sensorialidad le sigue,
ral.* aquélla no debe mostrar rigor ninguno, sino indu lgencia.
Pero ·no sólo en el padecer -en sentido estricto, en que Esta es, en pocas palabras, la ley que rige la relación e ntre
esta palabra significa únicamente afecciones dolorosas-, ambas naturalezas en el hombre, tal como se presenta en l o
sino en general en todo fuerte interés de la facultad apetiti­ fenoménico.
va, debe el espíritu probar su libertad, val e decir que la dig­ De ahí que la dignidad se exija y demuestre más bien en
nidad debe ser su expresión. El afecto agradable la exige no el padecer y la gracia más bien en la conducta; pues sólo e n
menos que el penoso, pues en ambos casos la naturaleza el padecer puede manifestarse la libertad d e ánimo y sólo
querría de buen grado hacer de amo y debe ser frenada por en el obrar la libertad del cuerpo.
�a voluntad. La dignidad se refiere a la forma y no al conte ni­ Como la dignidad es expresión de la resistencia que el
do del afecto; por . eso puede suceder que con frecuencia espfritu autónomo ofrece al instinto natural -y éste debe
afectos · loables por su contenido caigan en lo ordinario y considerarse por lo tanto como una fuerza que exige resis­
bajo, si el · hombre, por falta de dignidad, se abandona ciega­ tencia-, resulta ridícula cuando no hay tal fuerza que com­
mente a ellos; y que por e l contrario, no pocas veces, afec­ batir, y despreciable cuando ya no debe ser combatida. Nos
tos censurables hasta se acercan a l o sublime, · ape nas de­ · reímos del comediante (cualquiera que sea su jerarquía y
muestran, aunque sea sólo por su forma, el señorío del espí­ honores) que hasta e n los menesteres más indiferentes afec­
ritu sobre sus sentimientos. ta cierta gravedad. Despreciamos el alma mezquina que se
En la dignidad; pues, el espíritu se conduce frente al recompensa con toda dignidad por el cumplimiento de un
deber común que a menudo no es sino la omisión de una vi­
leza.
*
Se ha tratado más detalladamente de este tema en la tercera parte Por lo general no es en rigor dignidad, sino gracia, lo
de «Thalía», al estudiar la representación de lo patético. que se exige de la virtud. La dignidad surge por sí misma e n ·

54 55
la virtud, que ya por su contenido presupone el dominio de l gracia e s sensorial, favorable a la libertad natural y �nemiga
hombre sobre sus instintos. Mucho más fácil será, en el de toda sujeción. Ni aun el hombre brutal carece de . ella
cumplimiento de deberes morales, encontrar la sensoriali­ hasta cierto punto, cuando lo anima el amor u otro afecto
dad en un estado de coacción y opresión, sobre todo allí semejante; y, ¿dónde se encuentra más gracia que en los ni­
donde se sacrifica dolorosamente. Pero como el ideal de ños, enteramente dirigidos sin embargo por lo sensorial?
perfecta humanidad no exige contradicción, sino acuerdo Mucho mayor peligro hay · de que la inclinación dé el domi­
entre lo moral y lo sensorial, no se aviene bien a la digni­ nio al estado de padecimiento, ahogue la actividad autóno­
dad, que, como expresión de ese conflicto entre ambos, ma del espíritu y produzca una relajación general·. Para
pone de manifiesto, ya las limitaciones particulares del suje­ atraerse la estimación de un sentimiento noble, la cual sólo
to, ya las generales de la humanidad. puede serle procurada por un origen moral, la inclinación
En el primer caso, si sólo se debe a la incapacidad del debe en todo momento aliarse a la dignidad. Por . eso el
sujeto el hecho de que en uno de sus actos no concuerden amante exige dignidad del objeto de sú pasión. Sólo la dig­
la inclinación y el de her, ese acto perderá valor moral en la nidad puede garantizarle que no ha sido la necesidad lo que
medida en que se mezcle en su ejecución un elemento de lo impulsó hacia él, sino que lo eligió la libertad: que no se
lucha, y por lo tanto de dignidad en su presentación. Pues le deseó como cosa.. sino que se le estimó como persona.
nuestro juicio moral somete el individuo a la medida de la Se exige gracia de aquel que obliga, y dignidad del que
especie y no se perdonan al hombre otras l imitaciones que es obligado. El primero debe, para renunciar a una mortifi­
l as de la humanidad. cante ventaja sobre el otro, rebajar la acción de su resolu­
Pero en el segundo caso, si una acción del de her no pue­ ción desinteresada :-haciendo participar en ella la inclina­
de armonizarse con las exigencias de la naturaleza sin anu­ ción- a una acción movido por el afecto, y darse así la apa­
lar el concepto de naturaleza humana, es necesaria la resis­ riencia de ser la parte gananciosa. El .otro, para no deshon­
tencia de la inclinación, y sólo el espectáculo de la l ucha es rar en su persona la humanidad · (cuyo sacro paladión es la
lo que nos puede convencer de la posibilidad del triunfo. libertad) por la dependencia a que se somete, debe elevar a
Entonces esperamos la expresión del conflicto en lo feno­ acción de su voluntad el mero manotón del instinto, y de
ménico, y nunca nos dejaremos persuadir de que hay una esta manera, al recibir un favor, acordar otro.
virtud donde ni siquiera vemos que haya humanidad. Cuan­ Una falta se ha de reprochar con gracia · y confesar con
do, por lo tanto, el deber moral ordena una acción que hace dignidad. De lo contrario, parecerá como si una parte sintie­
padecer necesariamente a la sensorialidad, es cosa seria, no ra demasiado su ventaja y la otra demasiado poco su des­
j uego, y la facilidad en su ejecución antes lograría indignar­ ventaja.
nos que satisfacernos; su expresión no podrá ser entonces Si el fuerte quiere ser amado, deberá suavizar con la gra- :
la gracia, sino la dignidad. A este propósito rige en general da su superioridad. Si el . débil quiere que se le respete, de­
la ley de que el hombre debe hacer con gracia todo lo que berá apoyar con la dignidad su impotencia. El parecer gene­
puede llevar a cabo dentro de su humanidad, y con digni­ ral es que el trono requiere dignidad, y es sabido que los
dad todo aquello para cuya ejecución debe trascender de su que se sientan en él prefieren en sus consejeros, confesores
humanidad. y parlamentos, la gracia. Pero lo que puede ser bueno y loa­
Así como exigimos gracia de la virtud, exigimos dignidad ble en el reino de lo político, no siempre lo es en el reino
de la inclinación. A la inclinación le es tan natural la gracia del gusto. En este segundo reinO penetra también el Rey, en
como a la virtud la dignidad, pues ya por su contenido la cuanto desciende de su trono (pues los tronos tienen sus

56 57
privilegios ), y también el cortesano rastrero se pone bajo su tad racional en la sonrisa de los labios, en la suave . anima­
sagrada libertad en cuanto se yergue como hombre. Habría ción de la mirada y en la frente apacible, y con sublime des­
que aconsejar e ntonces al primero que compensar a con la pedida se oculta la necesidad natural en la noble majestad
abundanci a del otro su propia penuri�, concediéndole e n del rostro. De acuerdo con ese ideal de belleza humana
dignidad tanto como é l mismo necesita d e gracia. crearon su arte los antiguos, y se le reconoce en la forma di­
Como dignidad y gracia pertenece n a dominios distintos vina de una Níobe, en el Apolo del Belvedere, en el genio
en los cuales se manifiesta n,· no se excluyen la una a la otra alado del palacio Borghese y en musa del Barberini. *
en la misma persona; ni aun en un mismo estado de una Donde gracia y dignidad se unen, somos alternativamen-
persona; es más: · sólo de la gracia recibe la dignidad sus cre­
denciales , y sólo la dignidad confiere a la gracia su valor.
Cierto es que la dignid�d por sí sola demuestra, donde­ *
Con la fina y elevada sensibilidad que le caracteriza, Winckelmann
quiera que se le encuentre, cierta limitación de los apetitos (Geschichte der Kunst, primera parte, págs. 480 y ss . , edición de Viena) ha
comprendido y descrito esta sublime belleza que proviene de la unión de
e inclinacio nes. Pero que lo que considera mos dominio de g:�cia y dignidad. Pero lo que encontró unido, lo tomó y lo presentó tam­
sí mismo no sea más bien embotam iento de la sensibili ­ b1en como una sola cosa, conformándose con lo que la mera sensibilidad le
enseñaba, sin ponerse a invest igar si cabían en ella nuevas distinciones. En­
dad (dureza), y que lo que pone freno a la explosión del maraña el concepto de gracia porque i ncluye en él rasgos que mani fiesta­
afecto presente sea en realidad autónoma actividad moral y � ente corr�sp.onden sólo a la dignidad. Pero gracia y dignidad son esen­
no más bien la preponde rancia de otro afecto, vale decir de­ cial � ente distmtas y resulta desacertado presentar como propiedad de la
gracia lo que es más bien una limitación suya. Lo que Winckelmann llama
liberada t�nsión, eso sólo puede decirlo la ·gracia ligada a la sublime gracia divina no es otra cosa que belleza y gracia con preponde­
dignidad. Pues la gracia atestigua un ánimo sereno, en ar­ rancia de la dignidad. « La gracia divina», dice, « parece no necesitar más
q.ue de sí �isma, y no se ofrece, sino que quiere que se la busque; es dema­
monía consigo mismo, y un corazón sensible. siado subhme. para rebajarse a objeto sensible. Encierra en sí los movi­
Asimismo la gracia prueba ya de por sí cierta receptivi­ mientos del alma y se acerca a la bienaventurada serenidad de la naturale­
dad del sentimien to y cierta concordancia de las sensacio­ za divina.» « Gracias a ella», dice en otro lugar, «Se atrevió el artista de la
,
Niobe a penetrar en el reino de las ideas incorpóreas y alcanzó el secreto
nes. Pero que no sea flojera del espíritu lo que da tanta li­ de unir las angustias de la muerte a la suprema belleza» (sería difícil encon­
bertad al sentido y abre el corazón a todas las impresion es, trar sentido alguno a estas palabras si no fuera evidente que sólo aluden a
y que sea lo moral lo que hace coincidir de tal modo las l � dignidad); se volvió � n creador de espíritus puros que no despiertan ape­
tito . �lgur:i o de los sentidos, pues no parecen haber sido formados para la
sensacion es, eso, en cambio, sólo nos lo p uede garantizar la P.as1�:m , sm? solo, habe la aceptado.» En otro pasaje dice: « El alma se exte­

dignidad unida a la gracia. Porque e n la dignidad se legitima nm :izaba solo como bajo la tranquila superficie del agua, sin irrumpir nun­
el sujeto como fuerza independ iente; y al domeñar la volun­ ca impetuosamente. En la representación del padecer no se deja asomar
nunca el dolor máximo, y la alegría se cierne, como una suave brisa que
tad lo licencios
. o de los movimie ntos involunt arios, pone de apenas mueve las hojas, en el rostro de una Leucotea.»
manifie sto que no hace más que admitir la libertad de los Todos e �to� rasgo � convienen a la dignidad y no a la gracia, que no se
voluntarios. �ecoge e i:i s1 misma, smo que sale a nuestro encuentro; la gracia se hace ob­
Jeto sensible, y no es tampoco sublime, sino bella. Es en cambio la dignidad
Si la gracia y la dignidad, la una apoyada todavía por la la que refrena a la naturaleza en sus manifestaciones y ordena serenidad al
belleza arquitectónica, la otra por la fuerza, se encuentran rostro, aun en las angustias mortales y en el más amargo sufrimiento de un
Laocoonte.
reunidas en una misma persona, es perfecta en ella la ex­ Home i ncurre en el mismo error, aunque en este escritor es menos de
presión de la humanidad, y aparece entonces justificada en extra � a�. También él incluye en la gracia rasgos de la dignidad, por más
el mundo nouménico y absuelta en el fenoménico. Ambas qu; dis � mgue expresamente entre una y otra. Sus observaciones por lo co­
mun aciertan, y las reglas más inmediatas que de ellas infiere son exactas;
legislaciones entran' aquí en contacto tan íntimo, que sus pero no hay que seguirle más allá. Elements of Criticism' segunda parte '

fronteras se confunden. Con brillo atenuado asoma la liber- Gracia y Dignidad.

58 59
te atraídos y repelidos; atraídos como espíritus, repelidos ble y el sujeto es la ·n aturaleza moral. En el apetito, o�jeto y
como naturalezas sensibles. sujeto son sensibles.
En efecto: en la dignidad se nos ofrece un ejemplo de la Sólo el amor es, pues, un sentimiento libre, ya que s.u
subordinación de lo sensible a lo moral, ejemplo cuya imi­ pura fuente brota de la sede de la libertad, de nuestra natu­
tación es para nosotros 1ey, pero que al mismo tiempo so­ raleza divina. No es aquí lo pequeño y bajo lo que se mide
brepasa nuestra capacidaq física. El conflicto entre la nece­ con lo grande y alto: no es la sensorialidad la que alza la vis­
sidad de la naturaléza y la exigencia de la ley, cuya validez ta, presa de vértigo, hacia la ley racional; es la misma gran­
sin embargo admitimos, pone en tensión la sensibilidad y deza ab�oluta la que se encuentra imitada en la gracia y la
despierta el sentimiento que se llama respeto y que es inse­ belleza, y satisfecha en la moralidad; es el legislador mismo,
parable de la dignidad. el dios en nosotros, que juega con su propia imagen en el
En la gracia, por el co'n trario, como en la belleza en ge­ mundo sensible. El ánimo, puesto en tensión por el respeto,
neral, la razón ve cumplida su exigencia en la sensibilidad y es liberado en el amor; pues aquí nada hay que le ponga l í­
se e ncuentra de improviso con una de sus ideas en lo feno­ mites, como que la grandeza absoluta no tiene nada por en­
ménico. Esta inesperada concordancia de lo contingente de cima de sí, y la sensibilidad, lo único que podría en este
la naturaleza con lo necesario de la razón suscita un senti­ caso imponer limitaciones, concuerda en la gracia y la be­
miento de regocijado aplauso (simpatía) que distiende la lleza con las ideas del espíritu. El amor es un descender,
sensibilidad, pero que llena de animación y de afán el espí­ mientras el respeto es un trepar hacia lo alto. De ahí que el
ritu; y debe seguirle una atracción del objeto sensible. Esta Malvado no pueda amar nada, aun cuando tenga mucho que
atracción, la llamamos benevolencia-amor: sentimiento in­ respetar; de ahí que el bueno no pued·a apenas respetar
separable de la gracia y de la belleza. .' sino lo que abraza al mismo tiempo con amor. El espíritu
En la excitación (no el encanto amoroso, sino el estímu­ puro sólo puede amar, no respetar; los sentidos sólo pue­
lo sensual) se les ofrece a los sentidos una materia sensible den respetar, pero no amar.
que les promete satisfacción de una necesidad, es decir, pla­ En tanto que el hombre consciente de su culpa vive en
cer. Los sentidos son entonces impulsados a unirse con lo perpetuo temor de encontrarse en el mundo sensible con el
sensible, y surge el apetito: sentimiento que pone en ten­ legislador en sí mismo, y ve un enemigo en todo lo que sea
sión los sentidos y relaja en cambio el espíritu. grande y hermoso y perfecto, el alma bella no conoce más '-

Del respeto .puede decirse que se doblega ante el objeto; dulce felicidad que ver imitado o realizado fuera de sí lo
del amor, que se inclina ante el suyo; del apetito, que se que lleva de santo en sí misma y abrazar en el mundo sensi­
arroja sobre el suyo. En el respeto, el objeto es la razón y el .b le su amigo inmortal. El amor es a la vez lo más magnáni-
sujeto la naturaleza sensible.* En el amor el objeto es sensi-
ra sólo a la razón pura; pues la i nadecuación para alcanzar la ley· puede
*
No hay que confundir el respeto con la estimación. El respeto (de sólo radicar en la sensibilidad.
acuerdo con su concepto puro) se refiere s ó lo a la relación de la naturaleza En cambio, la estimación se refiere ya al cump limiento efectiv9 de la ley
sensible con las exigencias de la razón exclusivamente práctica en general, y no se siente con respecto a la ley, sino con respecto a la persona que obra
sin tener en cuenta una realización efectiva. « El sentimiento de la inade­ de acuerdo con ella. Por eso tiene algo de regocijante, ya que el cumpli·
cuación para alcanzar una idea que es para nosotros ley, se llama respeto. » miento de la ley debe alegrar al ser racional. Resp eto es coacción; la esti­
( KANT, Crítica del juicio). De ahí que el respeto no sea un sentimiento agra­ mación es ya un sentimiento más l ibre. Pero esto proviene del amor, que
dable, sino más bien deprimente. Es una sensación de la distancia entre la constituye un ingrediente de la estimación. Aun el malvado de be respetar
voluntad empírica y la voluntad pura. Por eso tampoco puede extrañar que el bien; pero para estimar a quien lo ha hecho, debe dejar de ser un mal­
yo ha ga de la naturaleza se nsible el sujeto del respeto, aunque éste se re fie- vado.
_

60 61
mo y lo más egoísta en la naturaleza; lo primero, porque no no deberían serlo, pues el concepto que expresan es sus­
recibe nada de su objeto, sino que se lo da todo, pues el es­ ceptible de diversas determinaciones, que merecen eri cada
píritu puro sólo puede dar, no recibir; lo segundo, porque caso una denominación distinta.
nunca es otra cosa que su propio yo lo que busca y estima Hay una gracia que estimula y otra que serena. La prime­
en su objeto. ra linda con la excitación de los sentidos; y la complacencia
Pero p recisamente porque el amante sólo recibe del ser en ella, si no es refrenada por la dignidad, puede fácilmente
amado lo que él mismo le dio, suele ocurrir a veces que le degenerar en deseo. Es lo que podríamos llamar atracción.
da lo que no ha recibido de él. El sentido externo cree ver Un hombre fatigado no puede ponerse en movimiento por
lo que sólo el i nterno contempla: el deseo ardiente. se vuel­ su propia fuerza interior, sino que debe recibir materia des­
ve fe, y la propia superabundancia del amante oculta la po­ de fuera y, mediante fáciles ejercicios de la fantasía y rápi­
breza del ser amado. Por eso está e l amor tan fácilmente ex­ das transiciones del sentir al obrar, tratar de reponer su agi­
puesto a engañarse, lo que al respeto y al apetito rara vez lidad perdida. Y lo consigue en el trato con una persona
les sucede. Mientras el sentido interno exalta al externo, atrayente que por su conversación y por su aspecto pone en
persiste también el bienaventurado arrobamiento del amor agitación el mar estancado de su fantasía.
platónico, al cual, para igualarse con la beatitud de los in­ La gracia que serena linda más bien con la dignidad,
.
mortales, sólo le falta la duración. Pero en cuanto el sentido puesto que se manifiesta por la moderación de inquietos
interno d�ja de sostener con sus propias intuiciones al ex­ movimientos. Hacia e lla se vuelve el hombre en tensión, y
terno, éste se restituye en sus derechos y reclama lo qu � l � la bravía tormenta del ánimo se apacigua sor··� su pecho
pertenece: la materia. El fuego encendido por la Ven us �1v1- que respira paz. Es lo que podríamos llamar -g; : , j.a [en sen­
.
na es utilizado por la terrena, y no pocas veces el mstmto tido estricto]. A la atracción se unen de buen grado la bro­
natural se venga de haber sido descuidado tanto tiempo, ma sonriente y el aguijón de l. a burla; a la gracia, la compa­
con un dominio tanto más absoluto. Como el sentido nunca sión y el amor. El enervado Solimán acaba por suspirar pre­
puede ser engañado, hace valer esta ventaja c �:m grosera so­ so en las cadenas de una Roxelana, mientras el espíritu
berbia contra su rival, . más noble, y es lo bastante audaz arrebatado de un Otelo se aquieta.:ll}ociéndose sobre el tier­
para afirmar que él ha cumplido con las deudas contraídas no pecho de una Desdémona. ..; ·>::: ' ·
por el e ntusiasmo. ·
·

. También la dignidad tiene �l\'i. ;d�stintas gradaciones y,


La dignidad impide que el amor se vuelva apetito. La donde se acerca a la gracia y a ·J a .belleza, se vuelve nobleza,
gracia cuida de que el respeto no se vuelva temor. y donde a lo terrible, grandeza.
La verdadera belleza, la verdadera gracia no deben nun­ . El grado supremo de la gracia es lo encantador; el grado
ca provocar el apetito. Donde éste viene a mezclarse, debe supremo de la dignidad, lo majestuoso. En lo encantador·
carecer de dignidad el objeto, o bien de moralidad de senti­ nos perdemos, por decirlo así, e n nosotros mismos, y nos
mientos el sujeto que contempla. identificamos con el objeto. El más alto goce de la libertad
La verdadera grandeza nunca debe provocar temor. limita con su plena pérdida, y la embriaguez del espíritu
Donde éste aparece se puede tener la seguridad de que hay con el vértigo del placer sensual. En cambio lo majestuoso
cierta falta de gusto y gracia en el obj eto o de un favorable nos presenta una ley que nos obliga a mirar dentro de noso­
testimonio de la propia conciencia en el sujeto. tros mismos. Bajamos los ojos ante la presencia de Dios, lo
Atracción [Reiz], encanto [Anmut] y gracia [Grazie] sue­ olvidamos todo fuera de nosotros y lo único que sentimos·
len usarse ciertamente como sinónimos; pero no lo son o es la pesada carga de nuestra propia existencia.
62 63
Sólo tiene majestad lo santo. Si un hombre puede repre­ viera miedo del suelo y no hará · más que descnbir espira1es
sentárnosl o, tendrá majestad, y nuestro espíritu se dobl ega­ con las m anos y los pies, aunque con esto no consiga» avan­
rá ante él aunque nuestras rodillas no sigan el ejemplo. zar del lugar e n que está. El otro sexo, preferente p osee­
Pero volverá pronto a erguirse, apenas se advierta el más dor de la verdadera gracia, es también el que más a menu­
pequeño rastro de culpa humana en el objeto de su adora­ do se hace culpable de la falsa; y ésta nunca ofende más que
ción; pues nada de lo que sólo sea grande por comparación, cuando sirve de anzuelo al apetito. La sonrisa de la genuina
d ebe abatir nuestro ánimo. ,gra�ia se vuelve entonces la mueca más repugnante; el her­
Nunca puede conferir majestad el mero poder, por más moso juego de los ojos, tan. · e ncantador cuando expresa un
terrible e ilimitado que sea. El poder sólo se impone al ser sentimiento verdadero, es ahora una contorsión; las tiernas
sensible; la majestad debe quitarle al espíritu su libertad. · modulaciones de la voz, tan irresistibles en una boca since­
Un hombre que puede firmar mi sentencia de muerte, no ra, se vuelven un estudiado y trémulo sonido, y la música
por eso tiene majestad para mí, mientras yo mismo sea lo toda de los encantos femeninos, un engañoso arte de toca­
que debo ser. Su ventaja sobre mí cesa en cuanto yo quiera. dor.
Pero si una persona representa para mí la voluntad pura, Mientras en los teatros y salones de baile se tiene oca­
me inclinaré ante ella, si es posible, hasta en los mundos ve­ sión de observar la graci a afectada, se puede en cambio es­
nideros. tudiar a menudo en los despachos ministeriales y en los ga­
La gracia y la dignidad son demasiado estimadas como binetes de los eruditos (principalmente en las universida­
para no incitar a la vanidad y a la necedad a que las imiten. des) la falsa dignidad. En tanto que la verdadera dignidad
Pero para ese fin hay un solo camino: la i mitación del carác­ se contenta con impedir el dominio del afecto y pone lími­
ter que expresan. Todo l o · demás es remedo grosero y no tes al instinto natural sólo allí donde éste quiera hacer de
tarda en revelarse como tal por la exageración. amo -en los movimientos involuntarios-, la falsa dignidad
Así como de la afectación de lo sublime nace la hincha­ rige también con férreo cetro los voluntarios, suprime tanto
zón y de la afectación de lo noble el preciosismo, así de la los movimientos morales, sagrádos para la verdadera digni­
gracia afectada nace el remilgo y de la dignidad afectada la dad, como los sensoriales, y borra todo el juego mímico del
·gravedad y la estirada solemnidad. alma en los rasgos del semblante. No sólo es rigurosa con la
La auténtica gracia no hace más que ceder y salir al en­ naturaleza que se r_-esiste, sino que es también dura con la
cuentro; l a .falsa, en cambio, se deshace. La verdadera gracia que se somete, y busca una ridícula grandeza en su avasalla­
se limita a respetar los instrumentos del movimiento volun­ miento y, donde no p uede lograrlo, en su ocultación. Ni más
tario y no quiere rozar innecesariamente la libertad de la ni menos que si hubiera j urado odio implacable a todo lo
naturaleza; la falsa ni siquiera tiene el valor de usar adecua­ 'que se llama naturaleza, mete el cuerpo en largas y plega­
d amente los instrumentos de la voluntad, y con tal de no das vestiduras que esconden toda la contextura humana, li­
caer en dureza o pesadez, prefiere sacrificar algo de la fi na­ mita el uso de los miembros con · un molesto aparato de
lidad del movimiento o procura alcanzarlo mediante ro­ adornos inútiles y hasta corta el cabello para reemplazar el
deos. Mientras el bailarín torpe emplea en un minué tanta don de la naturaleza por una hechura del arte. Mientras la
fuerza como la que se necesitaría para arrastrar una rueda verdadera dignidad, que nunca se avergüe nza de la natura­
de molino, y traza con manos y pies ángulos tan agudos, leza, sino sólo de la naturaleza bárbara, sigue siendo libre y
como si para algo entrara aquí la exactitud geométrica, el franca aun allí donde se contiene; mientras en los ojos brilla
bailarin afectado pisará tan levemente que parece como si tu- el sentimiento y por la frente elocuente se extiende el espí-

64 65
ritu risueño y sereno, la gravedad arruga la suya, se encie­
rra misteriosamente en sí misma y vigila con todo cuidado
sus rasgos, como un comediante. Cada músculo de su rostro
está en tensión; toda verdadera expresión natural desapare­
ce, y el hombre entero es como una carta sellada. Pero la
falsa dignidad no siempre desacierta al suj�tar el juego mí­ SOBRE POE�A INGENUA
mico de sus rasgos a una rigurosa disciplina, porque podría y
acaso delatar más de lo que se quisiera p oner de manifies­ POESÍA SENTIMENTAL *
to: precaución que por cierto la verdadera dignidad no ne­
cesita. Ésta sólo dominará a la naturaleza, nunca la oculta­
rá; en · la falsa, por el contrario, . fa naturaleza reina tanto
. · más violentamente por dentro, cuando más sometida esté '
por fu era.*
En la vida hay momentos en que dedicamos cierto amor
y conmovido respeto a la naturaleza en las plantas, minera­
les, animales, paisajes, así como a la naturaleza humana en
los niños, en las costumbres de la gente campesina y de los
pueblos primitivos, no porque agrade a nuestros sentidos,
ni tampoco porque satisfaga a nuestro entendimiento o gus­
to (en ambos respectos puede a menudo ocurrir lo contra­
rio), sino por el mero hecho de ser naturaleza. Todo espíritu
afinado que no carezca por completo de sentimientos lo ex­
perimenta cuando se pasea al aire libre, cuando vive en el
campo o cuando se detiene ante los monumentos de tiem­
* Sin embargo, hay también una solemnidad, en el buen sentido, de la pos pasados; en suma, cuando al aspecto de la simple natu­
cual puede hacer uso el arte. No consiste en la pretensión de darse impor­ raleza . lo sorprende en circunstancias y situaciones artificia­
tancia, sino que se propone predisponer el ánimo para algo importante. les. En este interés, que no pocas veces llega a ser necesi­
Cuando se ha de producir una impresión grande y profunda y el poeta pro­
cura que nada se pierda de ella, empieza por dar al ánimo el temple n ece­ dad, se fundan muchas de nuestras aficiones, por ejemplo a
sario para recibirla, aleja todos los motivos de distracción y pone la fanta­ flores y animales, a los jardines sencillos, a los paseos, al
sía en una tensión expectante. Ahora bien; para ese fin resulta muy apro­
piado lo solemne, que consiste en la acum ulación de muchos preparativos campo y sus habitantes, a muchas creaciones de la antigüe­
cuya finalidad no se prevé, y en retardar i ntencionalmente el movimiento dad remota, siempre que no entre en ello la afectación, ni
cuando la i mpaciencia reclama prisa. En música lo solemne se produce me­ algún otro interés accidental. Pero este modo de interés ha­
diante una lenta y uniforme sucesión de notas fuertes; la fuerza despierta y
pone tensión al ánimo; la lentitud retrasa su satisfacción, y la uniformidad cia la naturaleza nace sólo bajo dos condiciones. En primer
de compás da a la impaciencia una sensación como de nunca acabar. lugar, es absolutamente necesario que el objeto que nos lo
Lo· solemne ayuda no poco a la impresión de grandeza y sublimidad, inspira sea naturaleza o por lo menos que lo consideremos
por lo cual es utilizado con gran éxito en los ritos religiosos y en los miste­
rios. Conocidos son los efectos de las campanas, de la música coral, del ór­ como tal; y luego, que sea ingen uo (en el más amplio signifi-
gano; pero también para la vista existe lo solemne, y es lo pomposo unido a
lo terrible, como en las ceremonias fúnebre s y en todos los actos públicos "' N. del E.: Las notas con asterisco son de Schiller; las notas n umeradas son
en que se observa gran silencio y lento compás. del traductor.

66 º 67
cado � e la palabra), es decir, que en él la naturaleza con­ la naturaleza. Al mismo tiempo son, pues, representaciones
traste con el arte y lo supere. Cuando esto último se agrega de nuestra 1nfancia perdida, hacia la cual conservamos eter­
a lo primero, y sólo entonces, resulta ingenua la naturaleza. namente e l más entrañable cariño; por eso nos llenan de
La naturaleza, desde este punto de vista, no radica en cierta melancolía. Son a la vez representaciones de nuestra
otra cosa que en ser espontáneamente, en subsistir las co­ suprema perfección en el mundo ideal; por eso nos con­
sas por sí mismas, en existir según leyes propias e invaria­ mueven de sublime manera.
bles.
Es indispensable que admitamos tal concepción si he­ Pero su perfección no es mérito suyo, porque no es obra
mos de tomar interés en semejantes fenómenos. Aunque a de su libre albedrío. Nos conceden, pues, el peculiarísimo
una flor artificial pudiera dársele la más acabada y engaño­ placer de que sean nuestros modelos sin humillarnos. Mani­
sa apariencia de naturaleza, aunque la ilusión de lo ingenuo festación permanente de la divinidad, están en torno nues­
en las costumbres pudiera llevarse hasta el máximo grado, tro, pero más bien confortándonos que deslumbrándonos.
al descubrir que era una imitación quedaría sin embarg� Lo que determina su carácter · es precisamente lo que le fal­
a�ulado el sentimiento a que nos referimos. * ta al nuestro para alcanzar su perfección; lo que nos distin­
De esto se desprende que tal manera de complacencia gue de ellos es precisamente lo que a su vez les falta a ellos
en la naturaleza no es estética, sino moral; porque no es para alcanzar la divinidad. Nosotros somos libres, y ellos
producida directamente por la contemplación, sino por in­ determinados; nosotros variamos, ellos permanecen idénti­
termedio de una idea. Tampoco se rige de ninguna manera cos. Pero sólo cuando lo uno y lo otro se unen -cuando la
por la belleza de las formas. ¿pues qué tendría por sí misma voluntad obedece libremente a la ley de la necesidad, y la
de tan agradable una insignificante flor, una fuente, una pie­ razón hace valer su norma a través de todos los cambios de ·
dra cubierta de musgo, el piar de los pájaros, el zumbido de la fantasía- es cuando surge lo divino o el ideal. Así, siem­
las abejas ... ? ¿ Qué es lo que podría hacerlos hasta dignos de pre vemos en ellos aquello de que carecemos, pero por lo
nuestro amor? No son esos objetos mismos, es una idea re­ que somos impulsados a luchar, y a lo cual, aunque nunca
presentada por los objetos lo que amamos en ellos. Ama­ lo alcancemos, debemos esperar acercarnos, sin embargo,
mos en ellos la serena vida creadora, el silencioso obrar por en progreso infinito. Vemos en nosotros una ventaja que a
sí solo, la existencia según leyes propias, la necesidad inte­ ellos les falta, y de la cual no pueden participar nunca (así
rior, la unidad eterna consigo mismo. en el caso de los irracional es) o a lo sumo (como en el caso
Son lo que nosotros fuimos; son lo que debemos volver a de los niños) no de otro modo que siguiendo nuestro pro­
ser. Hemos sido naturaleza, como ellos, y nuestra cultura pio camino. Nos procuran p or lo tanto el más dulce goce de
debe volvernos, por el camino de la razón y de la libertad, a nuestra humanidad como idea, aunque a la vez deben nece­
sariamente humillarnos si consideramos nuestra humani­
dad en una situación determinada.
*
Kant -el primero, que yo sepa, que comenzó a reflexionar expresa­
men te sobre este fenómeno- recuerda que si oímos, imitado por un hom­ Como este interés por la naturaleza se funda en una
bre en la forma más p �rfecta, el trino del ruiseñor y, en el engaño, nos en­
.
tregamos a esta 1mpres1ón plenamente conmovidos, al destruirse la ilusión idea, sólo p uede manifestarse en espíritus que sean sensi­
desapa;ece to ? o nuestro placer. Véase en la Crítica del Juicio el capítulo so­ bles a las ideas, esto es, en espíritus morales. La gran mayo­
bre el interés intelectual en lo bello. Quien sólo haya aprendido a admirar a ría de los hombres no hacen más que fingirlo, y la difusión
de este gusto sentimental en . nuestra época -que se traduce,
Kant � orno gra � pensador se alegrará de encontrar aquí una huella de su
c �� ac1dad emotiva y se convencerá, al descubrirlo, de la alta vocación filo­
sof1ca de este hombr� (vocación que requiere siempre am bas cualidades). particularmente desde la aparición de cierta literatura, en

68 69
viajes sentimentales, 1 jardines y, paseos amanerados, y otras ideal; no por cierto del ideal realizado, sino del señalado; y
aficiones de ese género-no prueba de ningún modo la difu­ así, lo que nos conmueve no es de ningún modo la repre­
sión de esa forma de sensibilidad. Sin embargo la naturale­ sentación de su debilidad y de sus límites, sino, muy por el
za manifestará siempre algo de este efecto aun sobre el más contrario, la de su pura y libre fuerza, su integridad, su infi­
insensible, porque ya basta para ello la propensión hacia lo nitud. Para el hombre dotado de moralidad y sensibilidad el
moral, común a todos los 4ombres, y porque todos somos niño pasa a ser por eso un objeto sagrado, esto es, un objeto
impulsado� hacia esá meta en la idea, por más alejados que tal que con la grandeza del factor ideal aniquila todo factor
nuestros hechos estén de la sencillez y verdad de la natura­ empírico y yuelve a ganar sobradamente ante la razón lo
leza. que puede haber perdido ante el e ntendimiento.
Esa sensibilidad para la naturaleza se pone de manifies­ Justamente de esta contradicción entre el juicio de la ra­
to con particular fuerza y ·de la manera más general ante zón y el del entendimiento nace el peculiarísimo fenómeno
objetos que, como los niños y los pueblos infantiles, están del sentimiento mixto que el pensar ingenuo suscita en no­
más estrechamente enlazados a nosotros y nos llevan tanto sotros. Combina la simpl icidad infantil con la pueril; por
mejor a reflexionar sobre nosotros mismos y sobre lo que esta última presenta un punto vulnerable al entendimiento
tenemos de artificial. Es un error creer que lo que en ciertos y provoca esa sonrisa con que damos a conocer nuestra su­
momentos hace que nos detengamos con tanta emoción perioridad (teorética). Pero en cuanto tenemos motivo de
ante los niños sea la representación de su impotencia. Po­ creer que la simplicidad pueril es al mismo tiempo infantil,
drá ser ése el caso de quienes frente a la debilidad nunca y que por lo tanto su fue nte no es falta de entendimiento,
suelen sentir otra cosa que su propia superiodad. Pero el no es incapacidad, sino una fuerza superior (práctica), un
· sentimiento a que me refiero (y que sólo ocurre en disposi­ corazón lleno de inocencia y verdad que por grandeza inte­
ciones morales muy particulares y no debe confundirse con rior desprecia el auxilio del arte, entonces se desvanece
el que provoca en nosotros la alegre actividad de los niños) aquel triunfo del intelecto, y la burla de la simpleza se vuel­
es más .bien humillante que . favorable para el amor propio; ve admiración de la simplicidad. Nos sentimos obligados a
y aunque hubiera allí una virtud, no estaría ciertamente de respetar el objeto que antes nos había hecho sonreír y,
nuestro lado. Si nos commovemos, no es porque miremos echando una ojeada en nosotros mismos, a lamentar que no
al niño desde la altura de nuestra fuerza y perfección, sino nos parezcamos a él. Así surge el fe.pómeno, tan particular,
porque desde la limitación de nuestro estado, inseparable de un sentimiento en que confluyen la burla alegre, el res­
de la determinac ión ya definitivamente alcanzada, elevamos peto y la melancolía. *
. la vista hacia la infinita posibilidad que tiene el niño de ser
determinado, y hacia su inocente pureza; y a nuestro senti­
miento, en tales ocasiones, se mezcla demasiado visible­
*
Kant, en una observación sobre la analítica de lo sublime (Crítica del
Juicio estético, § 54) distingue asimismo ese triple ingrediente en el senti­
mente cierta melancolía, para que. pueda desconocérsele miento de lo ingenuo, pero lo explica de otro modo: «Algo que se compone
esta fuente. En el niño está represe ntada la disposición y la de ambos (es decir, el sentimiento animal de placer y el sentimiento espiri­
tual de respeto) se encuentra en la ingenuidad, que es la explosión de la sin­
determinación; en nosotros su realización, que se queda ceridad, primitivamente natural a la humanidad, contra la disimulación,
siempre infinitamente rezagada con respecto a aquéllas. De tornada en segunda naturaleza. Se ríe uno de la s implicidad, que no sabe
ahí que el niño sea para nosotros una actualización del aún disimular, y s in embargo se regocija uno también de la simplicidad de
la naturaleza, que suprime aquí, de un rasgo, aquella d isimulación. Esperá­
base la costumbre d iaria de la m anifestación artificial y que se preocupa de
l. [Alusión a Steme ]. la bella apariencia, y ved: es la naturaleza sana e inocente que no se espera-

70 71
Para lo ingenuo se requiere que la naturaleza venza al
arte, * ya sea contra lo que la persona sabe y quiere, ya con
J como físicamente incapaz de ello, si es que ha de causarnos
impresión de ingenuidad. Las acciones y dichos de los niños
su ple na conciencia. no nos darán, pues, una pura impresión de ingenuidad sino
El primer caso es el de lo ingenuo en la sorpresa, que en la medida en que no nos recuerden su incapacidad para
nos divierte; el otro es el de lo ingenuo del carácter, que nos el arte y sólo consideramos, en general, el contraste entre
conmueve. su naturalidad y nuestro artificio. Lo ingenuo es una moda­
Para lo ingenuo en la sorpresa, la persona debe ser mo­ lidad de n iño all í donde ya no se espera, y, por lo mismo, no
ralmente capaz de negar a la naturaleza; para lo ingenuo del puede en realidad atribuirse a la infancia en su sentido" más
carácter no debe serlo, pero no tenemos que imaginarla estricto.
Pero en ambos casos, en la ingenuidad de sorpresa como
ba encontrar, y que el que la deja ver no pensaba tampoco descubrir. El en la de carácter, la razón debe estar de parte de la natura-
que la bella pero falsa apariencia, a la cual damos mucha importancia, ge­ leza y contra el arte. .
neralmente, en nuestro juicio se transforme aquí, súbitamente, en nada; e l
que, por decirlo así, el asunto s e descubra a nosotros mismos, e s cosa que Sólo con esta última determinación queda completado
produce un movimiento del espíritu hacia dos direcciones recíprocamente el concepto de lo ingenuo. El afecto es también naturaleza y
opuestas, y que al mismo tiempo sacude el cuerpo sanamente. Pero que la regla de la decencia es cosa artificial; pero la victoria del
algo que es infinitamente mejor que toda supuesta costumbre, la pureza
del modo de pensar (al menos, la capaci dad para ello}, no está totalmente afecto sobre la decencia es todo menos ingenuidad. Si ese
apagada en la naturaleza humana, eso pone seriedad y alta estimación en mismo afecto triunfa en cambio sobre el artificio, sobre la
ese juego del juicio. Pero como es un fenómeno que sólo se produce por
poco tiempo, y el velo de la disimulación vuelve pronto a correrse, se mez­
falsa decencia, sobre la simulación, no vacilamos en llamar­
cla, pues, con él una añoranza, un sentimiento de ternura, que se deja muy lo ingenuo.*
bien e nlazar como juego a esa risa de buen corazón, y que, en realidad, se Se requiere, p ues, que l a naturaleza triunfe sobre e� arte,
e nlaza ordinariamente con ella, compensando al mismo tiempo, a veces, en
el que la ocasiona, su confusión, por no estar aún picardeado como los no por su violencia como factor dinámico, sino por su forma
hombres» [Traducción de García More nte]. Confieso que esta explicación como facto� moral; en suma, no en cuanto necesidad exte­
no me satisface del todo, principalmente porque atribuye a lo ingenuo en rior, sino en cuanto necesidad interna. Lo que debe haber
general algo que, en todo caso, sólo es verdad de una de sus· especies: lo in­
genuo en la sorpresa, a que me referiré luego. Cierto es que nos mueve a procurado la victoria a la naturaleza, no es lo insuficiente
risa quien por su ingenuidad nos ofrece un blanco, y en muchos casos esta sino lo ilícito del arte; pues lo primero es carencia, y nada
risa puede brotar de una expetativa previa que se resuelve en nada. Pero
también la forma más noble de la ingenuidad, la ingenuidad de carácter,
de lo que proviene de la carencia puede dar nacimiento al
provoca siempre una sonrisa, que sin embargo difícilmente podría tener su
·
respeto. Si bien es verdad que en lo ingenuo de sorpresa
causa en una expectativa malograda, sino que en general ha de explicarse siempre es la preponderancia del afecto y cierta falta de re-
sólo por el contraste entre una determinada manera de proceder y las for­
mas ya admitidas y esperadas. Dudo también de que el pesar que en este
modo de ingenuidad se mezcla a nuestro sentimiento sea por la persona in- *
Un niño es malcriado si i nfringe los preceptos de una buena educa­
. genua y no más bien por nosotros mismos o aun por la humanidad en ge­ ción movido por sus apetitos o por su carácter liviano o impetuoso; pero es
neral, cuya decadencia recordamos por tal motivo. Es, con sobrada eviden­ ingenuo si se desentiende del amaneramiento de una educación equivoca­
cia, una tristeza moral que debe tener un objeto más noble que los males fí­ da, de las tiesas actitudes del maestro de danza y otras cosas de ese géne ro,
sicos que amenazan a la sinceridad en lá vida ordinaria; y este objeto qui­ a impulso de su naturaleza libre y saria. Lo mismo ocurre con lo ingenuo
zás no pueda ser otro que la pérdida de la veracidad y de la sencillez en la tomado en sentido totalmente impropio, que resulta si lo trasladamos del
humanidad. hombre al mundo i rracional. Nadie encontrará ingenuo el aspecto de un
*
Quizá debiéramos decir, en pocas palabras: que la verdad venza a la jardín mal cuidado, invadido por la maleza; pero sí hay algo de ingenuo en
simulación; pero el concepto de lo ingenuo todavía incluye, me parece, algo que el libre crecimiento de las ramas salientes destruya la penosa labor de
más, pues la senci llez en general, que se sobrepone al artificio,_ y la libertad la podadera en un jardín francés. Así, tampoco tiene nada de ingenuo el
natural, que se sobrepone al estiramiento forzado, despiertan en nosotros que un caballo amaestrado eche a perder la lección por natural torpeza;
un sentimiento parecido. pero encontramos algo de ingenuo en que la olvide por su libertad nat.ural.

72 73
flexión lo que pone de manifiesto a la naturaleza, esa falta y tanto no sólo gozamos un placer moral, sino que ese placer
esa preponderancia no constituyen todavía lo ingenuo, sino está además dirigido hacia un objeto moral. Tanto en un
que ofrecen sólo la ocasión para que la naturaleza obedezca caso como en el otro la razón está de parte de la naturaleza
sin estorbo a su contextura moral, es decir, a la ley de la ar­ en cuanto que expresa la verdad; pero en el segundo no
monía. sólo ocurre que la naturaleza tiene razón sino también que
Lo ingenuo de sorpresa sólo puede convenir al hombre, la persona tiene honor. En el primer caso la sinceridad de la
y al hombre en la estricta medida en que deja de ser en ese naturaleza implica siempre menoscabo para la persona,
instante naturaleza pura e inocente. Presupone una volun­ porque es involuntaria; en el segundo implica siempre un
tad que no armoniza con lo que la naturaleza hace por su . mérito, aunque supongamos que lo que expresa le signifi­
propio impulso. Un hombre tal, si se le llama a reflexionar, que una vergüenza.
se quedará asustado de si mismo; en cambio el hombre de Atribuimos a un hombre carácter ingenuo cuando en sus
carácter ingenuo se extrañará de los demás y de su asombro. juicios sobre las cosas pasa por alto lo que tienen de artifi­
Y como quien confiesa aquí la verdad no es el carácter per­ cioso y rebuscado y no se atiene más que a la simple natu­
sonal y moral, sino sólo el carácter natural desatado por el raleza. Todo lo que al respecto puede opinarse dentro de la
afecto, no consideramos esta sinceridad como mérito del sana naturaleza, lo exigimos de él, y únicamente le perdona­
hombre, y nuestra risa es burla merecida que ninguna esti­ mos lo que presupone un alejamiento de la naturaleza, sea
mación personal de él nos hace reprimir. Pero como tam­ en el pensar o en el sentir.
bién aquí es la sinceridad de la naturaleza lo que rasga el Si un padre le cuenta a su niño que tal o cual hombre
velo de la falsedad, una satisfacción más alta viene a unirse perece de miseria y el niño corre a l levarle al pobre la bolsa
al placer maligno de haber atrapado a un hombre; pues la de su padre, esta acción resulta ingenua, pues es la sana na­
·naturaleza en oposición al artificio, y la verdad en oposici ? n turaleza la que actúa a través del niño, y en un mundo en
al fraude, de ben en todo momento inspirar respeto. Tam­ que la sana naturaleza dominara, tendría perfecta razón
bién sentimos, pues, hacia lo ingenuo de sorpresa un placer quien procediese así. Mira sólo a la necesidad y al medio
realmente moral, aunque no lo sintamos hacia un carácter más a mano para satisfacerla; semejante extensión. del dere­
· moral. * cho de propiedad, que podría ser ruinosa para un a parte de
Si en lo ingenuo de sorpresa respetamos siempre la na­ la humanidad, no está fundada en la simple naturaleza. La
turaleza porque debemos respetar la verdad, en lo i ngenuo acción del niño avergüenza así al mundo real, y nuestro co­
del carácter respetamos, en cambio, la persona, y por lo razón lo confiesa también con el placer que por esa acdón
sie�te.
Si un hombre sin roce del mundo, pero por lo demás de
Como lo ingé nuo se basa sólo en la forma en que algo se hace o se
buen entendimiento, confiesa sus secretos a otro, que lo
*

dice, perdemos de vista esta particularidad apenas la i � presión que la cosa


misma produce por sus causas o por sus consecuencias es preponderante está engañando pero que sabe disimular hábilmente, y con
o más aún contradictoria. Con una ingenuidad de esta especie hasta se · su sinceridad le proporciona él mismo los medios de perju­
p� ede desc�brir un crimen; pero en tal c�so no tenemos . tr� nquilidad ni '
tiempo para dirigir nuestra atención a la forma del descubnm1ento, y el ho­ ·dicarlo, nos parece ingenuo. Nos reímos de él, pero no po­
rror que el carácter personal nos insJ? ira pa�liza la complac� ncia e.n e l ca- . demos menos de estimarlo por eso mismo. Pues su confian­
rácter natural. Así, como al descubnr un cnmen por una mgenmdad, el za en el otro nace de la honradez de su propio carácter; por
sentimiento subrevado nos priva del placer moral que suscita en nosotros
la sinceridad de la naturaleza, así la compasión provocada ahoga nuestro lo menos es ingenuo sólo en la medida en que esto ocurre. ·

goce maligno apenas vemos a alguien puesto en peligro por su ingenuidad. Lo ingenuo del carácter nunca puede ser, pues, cualidad

74 75
de hombres corrompidos, sino que únicamente p uede con­ a estas ideas, se permitió hacer, en las instrucciones que dio
venir a los niños y a hombres con alma de niño. Estos últi­ a su legado en Alemania, confesiones que nunca papa · algu­
mos obran y piensan a menudo ingenuamente en medio de no había hecho y que contrariaban en absoluto los princi­
las artificiosas circunstancias del gran · mundo; olvidan, a pios de aquella corte. « Bien sabemos», decía entre otras co­
causa de la · belleza de su propia humanidad, que tienen que sas, «que desde hace ya varios años muchas abominaciones
habérselas con un mundo corrompido, y se conducen aun han sucedido en esta Santa Sede; no es de extrañar que el
en las cortes de los reyes con una ingenuidad e inocencia mal se transmitiera de la cabeza a los miembros, del papa a
que sólo caben en un mundo idílico. los prelados. Todos nos hemos desviado de la senda, y des­
Por otra parte, no es nada fácil distinguir siempre con de hace ya mucho tiempo no ha habido entre nosotros
justeza la inocencia pueril de la infantil, pues hay acciones quien hiciera algo de bueno: ni uno tan sólo». Y en otra par­
que flotan en el límite extremo entre ambas y que nos dejan te ordena al legado declarar en su nombre «que a él, a
· absolutamente en la duda de si debemos reírnos de su sim­ Adriano, no debía vituperársele por lo que otros papas ha­
p leza o apreciar su noble sencillez. Un ejemplo muy curioso bían hecho antes, y que tales aberraciones ya le disgustaban
de esa especie nos lo ofrece la historia del papado de Adria­ cuando se encontraba todavía en humilde estado, etc.». Fá­
no VI que nos ha descrito Schrockh2 con la prolijidad que le cil es imaginar cómo debió recibir la clerecía romana una
es peculiar y con objetiva · veracidad. Este papa, holandés de ingenuidad semejante del papa; lo menos que se le echó en
. cara fue que había entregado la Iglesia a los herejes. Paso
nacimiento, tuvo a su cargo el pontificado en uno de los
momentos más críticos para la jerarquía, cuando una fac­ tan imprudente del papa merecería no obstante todo nues­
ción exasperada sacaba a luz, sin miramientos, las fallas de tro respeto y admiración, sólo con que pudiéramos persua­
la Iglesia romana, y la facción contraria tenía el mayor inte­ dirnos de que fue realmente ingenuo, es decir, que lo único
rés en ocultarlas. En cuanto a lo que un carácter verdadera­ que lo obligó a ello fue la natural veracidad de su carácter,
mente ingenuo (si es que uno de ellos fuera a dar por casua­ sin consideración alguna de las consecuencias posibles, y
lidad en la silla de San Pedro) debería hacer en ese caso, no que no hubiera dejado de proceder así aun cuando se hu­
cabe duda alguna; pero sí cabe dudar hasta qué punto pue­ biese hecho cargo, en todo su alcance, de la inconveniencia
de avenirse semejante ingenuidad de carácter con el papel cometida. Pero alguna razón tenemos para creer que no
de papa. Por lo demás, eso era lo que menos preocupaba a consideraba de mala política dar ese paso, y que en su inge­
los antecesores de Adriano. Seguían uniformemente el siste­ nuidad iba lo bastante lejos para esperar que con su con­
ma romano -aceptado una vez por todas- de desmentirlo descendencia hacia los adversarios ganaba cosa muy impor­
todo. Pero Adriano tenía realmente el recto temple de su t.ante en provecho de su Iglesia. No sólo se figuró que debía
pueblo y la inocencia de su anterior estado. Del ambiente hacerlo como hombre honrado, sino que podía también res­
estricto de la erudición se había elevado a su altísimo car­ ponsabilizarse de ello como papa, y al olvidar que la más ar­
go, y ni aun en la cumbre de su nueva dignidad fue infiel a tificial de todas las construcciones de ningún otro modo po­
esa sencillez de carácter. Lo que había de vituperable en la día sostenerse que por una continuada negación de la ver­
Iglesia le afectaba, y él era demasiado honrado para disimu­ dad, cometió la imperdonable falta de atenerse a normas de
lar públicamente lo que se confesaba a sí mismo. Conforme conducta acaso acertadas en circunstancias normales, cuan­
do se hallaba en una situación del todo opuesta. Por cierto
que esto trastorna considerablemente nuestro concepto de
2. [JOHANN MATIHIAS SCHRÓCKH, Christliche Kirchengeschichte (Historia
de la Iglesia cristiana), 1 968- 1 803]. él; y aunque no podamos negar respeto a la honrade� del

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corazón de que ese acto brotó, no por ello se debilita menos carácter y a sus inclinaciones, pero no tanto porque se aten­
tal respeto por la consideración de que la naturaleza tenía ga a principios como porque la naturaleza, por más que os­
en el arte, y el corazón en la cabeza, un contrincante dema­ cile, recobra siempre su anterior posición, vuelve siempre a
siado ende ble. su antigua necesidad.
Todo v�rdadero genio, para serlo, debe ser ingenuo. Es modesto y aun tímido, porque siempre el genio sigue
Sólo su ingenuidad es lo que le hace genio, y no puede ne­ siendo un misterio para sí mismo; pero no conoce el temor,
gar en . lo moral lo que ya es en lo intelectual y estético. Ig­ porque ignora los peligros del camino que recorre. Poco sa­
norante de las reglas,_ esas muletas de la e ndeblez y amaes­ bemos de la vida privada de los mayores genios, pero aun
tradoras del extravío, guiado no más que por la naturaleza y lo poco que se nos ha transmitido, por ejemplo, acerca de
por el instinto, que es su ángel guardián, marcha tranquilo y Sófocles, de Arquímedes, de Hipócrates y, entre los más
seguro a través de todas las trampas del falso gusto, donde modernos, de Ariosto, Dante, Tasso, Rafael, Durero, Cervan­
los que no son genios qu�dan inevitablemente atrapados si tes, Shakespeare, Fielding, Sterne y otros, confirma esta
no s � n lo bastante prudentes para esquivarlas desde lejos­ · tesis.
Sólo al genio le es dado encontrarse como en su propia Y, lo que parecería ofrecer dificultad mucho mayor, aun
casa fuera de lo conocido y ensanchar la naturaleza sin saUr­ el gran político y el estratego, en cuanto son grandes por su
se de ella. Verdad es que esto último les ocurre a veces aun genio, revelan ingenuidad de carácter. Me limitaré a recor­
a los más grandes genios, pero sólo porque también ellos se dar aquí entre los antiguos a Epaminondas y Julio César,
entregan a su fantasía en cierto.s momentos en que la natu­ entre los modernos a Enrique IV de Francia, Gustavo Adol­
raleza protectora los abandona, sea porque los arrebata el fo de Suecia y el zar Pedro el Grande. El duque de Marlbo­
poder del ejemplo, sea porque los seduce el gusto corrom­ rough, Turena, Vendóme, ofrecen todos ese carácter.
pido de su época. Al otro se·x o la naturaleza le ha señalado en la ingenui­
Los problemas más complicados debe resolverlos el ge­ dad de carácter su más alta perfección. No hay aspiración
nio con una sencillez y facilidad sin pretensiones; aquello mayor para la coquetería femenina que la apariencia de in­
del huevo de Colón vale para toda determinación genial. El ·genuidad; prueba suficiente, aun cuando no se tuviera otra,
genio sólo demuestra serlo triunfando, por la simplicidad, de que la mayor fuerza del sexo descansa en esta cualidad.
sobre el arte complicado. No procede según principios re­ Pero como los principios dominantes en la educación fe me­
conocidos, sino por ocurrencias y sentimientos; pero sus nina están en perpetuo conflicto con ese carácter, es tan di­
ocurrencias son inspiraciones de un dios (todo lo que la fícil para la mujer en lo moral como para el hombre en lo
sana naturaleza hace es divino), sus sentimientos son leyes intelectual conservar tan espléndido don de la naturaleza
para todos los tiempos y para todas las generaciones hu­ · con l as ventajas de la buena educación; y la muj er que une
manas. a su atinada conducta en el gran mundo esa ingenuidad de
El carácter infantil, cuyo sello imprime el genio en sus costumbres es tan digna de estimación como el sabio que
obras, lo demuestra también en su vida privada y en sus combina todo el rigor de la escuela con una genial libertad
costumbres. Es pudoroso, porque la naturaleza siempre lo de pensamiento.
es; p.ero . no es artificialmente recatado, porque ese género de De la mentalidad ingenua, necesariamente fluye también
recato sólo aparece cuando" ya hay corrupción. Es razana­ una expresión ingenua tanto en palabras como en movi­
ble, P.u es la naturaleza' nunca puede ser lo contrario; pero mientos, y es el elemento principal de la gracia. Con esa
no tiene astucia, que sólo pertenece al artificio. Es fiel a su gracia ingenua el genio expresa sus más altas y profundas

78 79
ideas· son sentencias de un dios en boca de un niño. M1en-
'
, . tuales de los n1nos. iv1 ut= v � 1 1 p v .l
a i 1 ;:, a. ., \.& "' "' u � � - � - - . _

tras la inteligencia rutinaria, siempre temerosa de errar, costumbres, pero siempre confesaremos, · en nuestro s�ntir
crucifica sus vocablos y sus conceptos en la gramática y la más íntimo, que el niño tiene razón.
lógica, y es dura y tiesa par� no ser de ningún modo impre­ Cierto que la ingenuidad de carácter tampoco puede
cisa, y gasta multitud de palabras para no decir más de lo atribuirse en rigor más que al hombre en cuanto ser no to­
conveniente, y prefiere quitar fuerza y agudeza al pensa­ talmente sometido a la naturaleza y, por otro lado, sólo en
miento para que no ·hiera al incauto, el genio da en cambio la medida en que la mera naturaleza sigue obrando por su
al suyo, con una sola y feliz pincelada, un contorno siempre intermedio; pero gracias a la imaginación poetizadora, suele
preciso, firme y sin embargo perfectamente libre. Mientras trasladársela de lo racional a lo irracional. Así es como a
allí el signo permanece eternamente heterogéneo y extraño menudo atribuimos carácter ingenuo a un animal, un paisa­
a lo significado, aquí el lenguaje brota, como por necesidad je, un edificio, y hasta a la naturaleza en general en contras­
interior, del pensamiento, y está tan identificado con él que te con la arbitrariedad y las · fantásticas ideas del hombre.
el espíritu aparece como desnudo aun bajo la vestidura cor­ Pero esto siempre requiere que a lo que carece de voluntad
pórea. Semejante modo de expresión, en que el signo desa­ le prestemos mentalmente una voluntad, y atendamos a
parece por entero en lo significado y en que el lenguaje deja que se rija estrictamente según la ley de la necesidad. La in­
como a] descubierto la idea que expresa (mientras que el satisfacción por nuestra propia libertad moral mal emplea­
otro modo nunca puede representarla sin velarla al mismo da y por la falta de armonía ética en nuestra conducta lleva
tiempo) , es lo que en el arte de escribir se suele llamar ta­ fácilmente a un estado de ánimo en que hablamos con lo
lentoso y genial. irracional como con una persona, y tomamos por mérito su
Tan libre y natural como el genio en sus creaciones espi­ perpetua uniformidad y envidiamos su serenidad, como si
rituales, se manifiesta la inocencia del corazón en el trato hubiese tenido realmente que luchar con una tentación
vivo con las personas. Sabido es que en la vida social se ha opuesta. Es muy explicable que en tales momentos conside­
abandonado la sencillez y la rigurosa verdad de la expre­ remos la prerrogativa de nuestra razón como una maldición
sión en la misma medida que la simplicidad del carácter; y y una calamidad, y que, abandonándonos al vivo sentimien­
la conciencia fácilmente vulnerable, así como la imagina­ to de la imperfección de lo que efectivamente realizamos,
ción fácil de seducir, han hecho necesario un receloso senti­ no seamos equitativos con nuestr�s aptitudes y nuestro des­
do de las conveniencias. Sin pecar de falso suele uno decir tino.
otra cosa que la que piensa; hay que usar rodeos para decir En la naturaleza irracional no vemos entonces otra cosa
lo que sólo puede causar dolor a un amor propio enfermizo que una hermana más feliz que se ha quedado en el hogar,
o poner en peligro a una fantasía corrompida. Un testimo­ desde el cual nosotros, en la soberbia de nuestra libertad,
nio de esas leyes convencionales, unido a una sinceridad nos hemos lanzado a lo desconocido. Con ansia dolorosa
natural que desprecia todo camino tortuoso y toda aparien­ sentimos su nostalgia en cuanto comenzamos a expermien­
cia de falsedad (y que no es grosería que prescinda de estos tar los vejámenes de la cultura y oímos en las lejanas tierras
recursos porque le son molestos), producen una ingenuidad del arte la aleccionante voz maternal. Mientras éramos sim­
de expresión en el trato que consiste en llamar con su ver­ ples hijos de la naturaleza, gozábamos de felicidad y perfec­
dadero nombre y por el camino más corto cosas que de nin­ ción; llegamos a emanciparnos, y perdimos lo uno y lo otro.
gún modo está permitido mencionar o, cuando más, sólo en De aquí nace un doble y muy desigual anhelo de naturaleza:
forma indirecta. De esta especie son las expresiones habi- un anhelo de su felicidad, otro de su perfección. La pérdida
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de la primera, la lamenta sólo el ho � bre sensible; la pérdi­ cuadro, cultiva ese sentimiento: es digno de tu humanidad
da de la otra sólo aflige al hombre moral. más espléndida.
No dejes de preguntarte, pues, sensible amigo de fa natu­ No se te ocurra querer confundirte con ella; antes bien,
raleza, si no es tu indolencia lo que suspira por su sosiego; y acógela dentro de ti y afánate por enlazar su privilegio infi­
tu moralidad ofendida, por su armonía. No dejes de pregun­ nito con tu propia infinita prerrogativa para que de ambos
tarte, cuando el arte te repugna y los abusos de la soc.i edad se engendre lo divino. Envuélvete con idílica dulzura, en
te empujan a buscar la soledad de la naturaleza inanimada, que cada vez que el arte te extravíe tornes a encontrarte a ti
si lo que detestas son sus privaciones, sus cargas, sus sinsa­ mismo; donde acumules valor y nueva confianza para la ca­
bores, o más bien su anarquía moral, su arbitrariedad, sus rrera, y enciendas una vez más en tu corazón la llama del
desórdenes. Sobre ellos debes lanzarte con alegre ánimo, y ideal que tan fácilmente se apaga en las tempestades de la
tu compensación debe ser la libertad misma de que brotan. vida.
Debes sin duda señalarte como meta lejana la tranquila di­ Si se recuerda el hermoso paisaje que rodeaba a los anti­
cha natural, pero sólo aquella que sea premio de tus mere­ guos ·griegos; si se piensa en qué intimidad con la libre natu­
cimi.entos. Así, nada de lamentarte por lo complicado de la raleza vivía este pueblo bajo su cielo feliz y cuánto más cer­
vida, por la desigualdad de las condiciones, por el apremio canas a su simplicidad eran sus representaciones, sus senti­
de las circunstancias, por la inseguridad de la posesión, por mientos, sus costumbres, y con qué fidelidad las reflejan sus
la ingratitud, la opresión, la persecución; a todos los incon­ obras poéticas, debe extrañarnos el advertir que ofrezcan
venientes de la cultura debes someterte con libre resigna­ tan pocos rastros de ese interés sentimental con que noso­
ción, debes respetarlos como condiciones naturales del tros los modernos nos inclinamos a las escenas y caracteres
bien indivisible; sólo lo que encierran de malo es lo que de­ naturales. Ciertamente el griego es sobremanera exacto,
bes deplorar, pero no meramente con lágrimas de debili­ fiel, prolijo al describirlos, pero- no en mayor grado, sin em­
dad. Procura más bien, · aun bajo esas tachas, obrar con pureza; bargo, ni animado de más viva simpatía que cuando descri­
bajo esa servidumbre, con libertad; bajo ese cambio ca­ be un traje, un escudo, una armadura, un utensilio o cual­
prichoso, con constancia; bajo esa anarquía, según ley. No quier producto mecánico. En su amor al objeto, parece no
temas la perturbación fuera de ti, pero témela dentro de ti hacer dist inción alguna entre el objeto que existe por sí
mismb; aspira a la unidad, pero no la busques en la monoto­ mismo y el que se debe al arte y a la voluntad humana. Es
nía; aspira al sosiego, pero por el equilibrio, no por la para­ como si la naturaleza interesara más a su entendimiento y a
lización de tu actividad. Aquella naturaleza que envidias al su curiosidad que a su sentimiento moral; su afecto hacia
irracional no es digna de respeto, de anhelo ninguno. Está ella carece de la·ternura, de la sensibilidad, de la dulce me­
detrás de ti, debe quedar eternamente detrás de ti. Privado lancolía que los modernos ponemos en el nuestro. Más aún,
de la escala que te sostenía, no te queda ahora otra alterna­ al personificarla y divinizarla en sus distintos fenómenos y
tiva que aferrarte a la ley con libre conciencia y voluntad o al representar sus efectos como acciones de seres libres, su­
caer sin salvación en un precipicio insondable. prime su serena necesidad, por la cual precisamente nos
Pero si te has consolado de la dicha perdida de la natu­ atrae tanto a nosotros. Su fantasía impaciente lo lleva, pa­
raleza, deja que su perfección sirva de ejemplo a tu corazón. sando por encima de ella, al drama de la vida humana. Sólo
Si saliendo de tu círculo artificial vas hacia ella, y se te pre­ le satisface lo viviente y libre, los caracteres, acciones, desti­
senta en su calma grandiosa, en su ingenua belleza, en su in­ nos y costumbres, y si nosotros a veces deseamos, en ciertas
fantil inocencia y simplicidad, deténte entonces ante ese situaciones morales de ánimo, ceder la ventaja de nuestro

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libre albedrío, que nos expone a tanta lucha con nosotros quienes la cultura no degeneró a tal punto que se abando­
mismos, a tanta desazón y error, a cambio de la necesidad nara por ella a la naturaleza. La estructura toda de su vi �a
-fatal, pero .sosegada- .de lo irracional, en cambio la fantasía
social se basaba en la sensibilidad, no en una hechura del
del griego aspira, precisamente al revés, a hacer comenzar
arte; su mitología misma era insp iración de un sentimiento
la naturaleza humana ya en el mundo inanimado, y conferir
ingenuo, parto de una alegre imaginación, no de la razón
un papel a la voluntad allí donde reina una ciega necesidad:
sutilizadora, como el dogma de las naciones modernas. No
¿ y de dónde esta diferencia de espíritu? lCómo se expli­
habiendo perdido e l griego, pues, la naturaleza en la huma­
ca que nosotros, ya que los antiguos nos superan infinita­
nidad, tampoco podía asombrarse de ella fuera de la huma­
mente en todo lo que sea naturaleza, rindamos a la natura­
nidad ni sentir tan urgente necesidad de objetos donde vol­
leza más alto homenaje, la amemos efusivame nte y hasta .
ver a e ncontrarla. Acorde consigo mismo y feliz en el. senti­
lleguemos a abrazar el mundo inanimado con e l más cálido
miento de su humanidad, debía detenerse en ella como en
afecto? Se explica porque hoy la naturaleza ha desapareci- ·
su destino supremo y esforzarse en acercarle toda 'otra
do de nuestra humanidad, y sólo fuera de ella, en el reino
cosa; nosotros, en cambio, discordes con nuestro propio ser
de lo inerte, volvemos a encontrarla en su pureza. No es
y desdichados en nuestras experiencias de la humanidad,
nuestra mayor naturalidad, sino, muy por el contrario, la
no tenemos interés más premioso que huir de ella y apartar
antinaturalidad de nuestras relaciones, situaciones y cos­
de nuestros ojos tan malograda forma.
tumbres lo que nos empuja a proporcionar al naciente ins­
El sentimiento de que aquí se trata no es, pues, el que
tinto de veracidad y simplicidad -que, como la disposición los antiguos tenían; más b ien coincide con el que tenemos
moral de la cual surge, yace incorruptible e inextinguible nosotros hacia los antiguos. Ellos sentían naturalmente; no­
en todos los corazones humanos- una satisfacción en el sotros sentimos lo natural. El sentimiento que llenaba el
mundo físico que no hay que esperar en el moral. Por eso el
alma de Homero cuando hizo que el divino porquerizo aga�
sentimiento con que la naturaleza nos atrae está tan est�e­ sajara a Ulises era sin duda muy otro que el que agitaba el
chamente emparentado con la nostalgia de los años de ni­ alma del joven Werther al leer ese canto después de impor­
ñez y de candor infantil. Nuestra niñez es la única naturale­ tuna reunión. Nuestro modo d e conmovernos ante la natu­
za no mutilada que encontramos todavía en la humanidad raleza se parece a la sensación que el enfermo tiene de la
culta: no es de extrañar, pues, que toda huella de la natura­ salud. .
leza fuera de nosotros nos retrotraiga a nuestra infancia.
Así como la naturaleza fue poco a poco desapareciendo
Muy otra cosa ocurría con los antiguos griegos, * entre
de la vida humana en cuanto experiencia y en cuanto sujeto
(sujeto que obra y siente), así la vemos surgir en el mundo
*
Pero sólo entre los griegos; pues se necesitaba precisamente una vi­ de los poetas como idea y como objeto. El pueblo que más
vacidad de movimiento y una riqueza y plenitud de vida humana como las '1ejos llevó lo antinatural y l� reflexión sobre lo antin�tural
que rodeaban al griego, para introducir la vida también en lo in � rte y afe­ tenía que adelantarse también en ser el que con más fuerza
rrarse tan celosamente a la imagen del hombre. En Ossian, por ejemplo, el
mundo humano era precario y monótono; en cambio el ambiente era gran· ·
sintiera el fenómeno de lo ingenuo, y el que le pusiera nom­
dioso, colosal y potente; se imponía, pues y afirmaba hasta sobre el. ho n:i bre bre. Y fueron, por lo que se me alcanza, los franceses. Pero
sus derechos. De ahí que en los cantos de ese poeta la naturaleza mamm �­
da (en oposición al hombre) resalte aún mucho Il? �s como objeto del �entl·
miento. Sin embargo ya Ossian se lamenta tamb1en de una decadencia de
la humanidad, y por pequeño que fuese e n su pueblo el ámbito d � la cultu­ penetrante para que él bardo, lleno de emoción moral, fuese llevad_? a refu­
ra y sus corrupciones, debió experimentarlo de modo bastante intenso y giarse en lo inanimado y a derramar en sus cantos ese tono elegiaco qu�
nos los hace tan atrayentes y conmovedores.

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que quiere, como el oro, ser buscado en lo profundo. � orno
el se'ntimiento de lo ingenuo y e l interés en él es, natural­ la divinidad está detrás del universo, así está él detrás de su
mente, mucho más antiguo y data ya de los comienzos de la obra; él es la obra, y la obra es él: debe uno ser indigno de
corrupción moral y estética. Esa transformación en el modo ella o no alcanzarla o verla ya con hastío para preguntar si­
de sensibilidad
° salta ya a la vista en sumo grado, por ejem­ quiera por él.
plo, en Eurípides, si se le compara con sus predecesores, es­ Así se nos aparecen, por ejemplo, Homero entre los anti­
pecialmente con Esquilo; y sin embargo �quel poeta fue el guos y Shakespeare entre los modernos: dos caracteres su­
favorito de su época. La misma revolución puede compro­ mamente distintos, separados por la inmensa distancia de
barse también entre los antiguos historiadores. Horado, sus épocas, pero del todo idénticos precisamente en ese ras­
poeta de un siglo cultivado y corrompido, ensalza la dicho­ go. Cuando en edad muy temprana leí por vez primera a
sa tranquilidad de su Tíbur, y podríamos considerarlo como Shakespeare,3 me indignaba su frialdad, su insensibilidad,
el verdadero éreador de ese género poético sentimental, en que le permitían bromear en el punto' de mayor patetismo,
que asimismo es modelo no superado todavía. También en hacer interrumpir por un bufón las desgarradoras escenas
Prop·ercio, Virgilio y otros hallamos rastros de esa manera de Hamlet, del Rey Lear, de Macbeth y otras semejantes, y
de sentir; en menor grado en Ovidio, a quien faltaba para que unas veces lo hacían detenerse allí donde mi sensibili­
esto la abundancia de corazón, y que en su destierro de dad volaba, y otras veces seguir adelante impasible allí don­
Tomi echaba dolorosamente de menos aquella felicidad de de el corazón tanto hubiera anhelado 'demorarse. Tentado,
que . Horacio, en su Tíbur,· prescindía de tan buena gana. por mi trato con los poetas modernos, de buscar en la obra
En la idea misma de . poeta está el ser siempre custodio el poeta ante todo, de ir al encuentro de su corazón, de re­
de la naturaleza. Allí donde los poetas ya no pueden serlo flexionar en unión con él acerca de su objeto, en suma, de
del todo y ya han sentido en sí mismos el influjo destructor . contemplar el objeto en el sujeto, me era insoportable que
de las formas arbitrarias y artificiosas o han tenido al me­ el poeta no quisÍera aquí dejarse nunca atrapar ni darme
nos que luchar con ellas, aparecerán como testigos y como nunca razones. Varios años hacía que era ya suya toda mi
vengadores de la naturaleza. Así, pues, o serán naturaleza o estudiosa devoción, cuando empecé a amarlo también
buscarán la naturaleza perdida. De donde resultan dos mo­ como a persona. Todavía no era yo capaz de comprender la
dos de poesía totalmente distintos, con que se agota y se naturaleza de primera mano. Sólo podía tolerar su imagen
abarca el dominio entero de la poesía. Todo poeta, si lo es si era reflejada por el entendimiento y aderezada por las re­
de verdad, pertenecerá -según la condición de la época en glas, y para ello los poetas sentimentales franceses, y tam­
que florezca o las circunstancias accidentales que hayan in­ bién los alemanes, de 1 750 hasta poco más o menos 1 780,
fluido en su formación general y en su estado de ánimo �ran precisamente los más apropiados. Por lo demás, no me
transitorio- sea a los ingenuos, sea a los. sentimentales. avergüenzo de ese juicio infantil, pues la crítica madura4 era
El poeta de un mundo joven, de espíritu ingenuo y des­ de parecida opinión, y lo bastante ingenua para difundirla
pierto, así como aquel que más se le acerca en las épocas de por el mundo en sus escritos.
cultura refinada, es severo y esquivo como la virginal Diana
en sus bosques; sin familiaridad alguna se sustrae al cora­
zón que lo busca, al deseo que quiere abrazarlo. La seca ve­ 3. [Abel, profesor de Schiller en la Academia militar, � e quien le hizo
racidad con que trata el objeto parece no pocas veces insen­ conocer el teatro de Shakespeare. El mism ? Abel ha des,cnto la profunda
impresión que causaron en Schiller los pasajes de Otelo leidos en clase].
sibilidad. El objeto lo posee por entero: su corazón no está, 4. [ La escuela crítica de Gottsched].
como metal vil, casi inmediatamente bajo la superficie, sino
87
86
Lo mismo me ocurrió con Homero, a quien conocí más
tarde aún. Recuerdo ahora aquel curioso pasaje del sexto li­ amistosamente y conviene con él que en lo futuro se e.v ita­
bro de la !liada en que Glauco y Diomedes se encuentran rán en e l combate. Pero oigamos a Homero mismo:
/
en medio del combate y, una vez que se han reconocido
« Soy, pues, tu caro huésped en Argos,
como huéspedes, se ofrecen mutuos presentes. Con este
y tú lo serás mío en Licia ...
cuadro conmovedor de la piedad con que se observaban, ... Y ahora troquemos armas
aun · en la guerra, las leyes de la hospitalidad, puede paran­ para que todos sepan que nos gloriamos de ser
gonarse aquella descripción que hace Ariosto de la nobleza [huéspedes paternos. »
caballeresca, donde dos caballeros adversarios, Ferragut y Así hablaron, y descendieron de los carros
Reinaldo, el uno sarraceno, el otro cristiano, después de y se estrecharon la mano. en prueba de amistad.
rudo combate, y cubiertos de heridas, se reconcilian y mon­
tan . un mismo caballo para dar alcance a la fugitiva Angéli- · Sería difícil que un poeta moderno (por lo menos el que
ca. Ambos ejemplos, por muy diversos que en lo demás lo sea en el sentido íntimo de esta palabra) esperara siquie­
sean, casi coinciden en su efecto sobre nuestro corazón, ra hasta aquí para manifestar su alegría ante ese comporta­

· pues ambos pintan el hermoso triunfo de la cortesía sobre miento. Se lo perdonaríamos tanto más fácilmente cuanto
la pasión y nos conmueven por la ingenuidad de los carac­ que también nuestro corazón se detiene en la lectura y gus­
teres. Pero cuán distinta es la conducta de uno y otro poeta ta de alejarse del objeto para mirar dentro de sí mismo.
.
al describir estas acciones semejantes. Ariosto, ciudadano Pero de todo esto no hay rastro en Home ro; como si se rela­
de un mundo más tardío y apartado de la sencillez de las tara un hecho cotidiano, más aún, como si no tuviera cora­
costumbres, no puede ocultar su propia admiración, su zón en el pecho, prosigue con su impasible veracidad:
emoción, mientras relata el suceso. Subyugado por las dis­
tancias entre aquellas costumbres y las que caracterizan su Y en verdad que Júpiter Saturnio hizo perder
[la razón a Glauco,
propia época, abandona de pronto la pintura del objeto, y él
quien, trocando sus armas por las del hijo de Tideo,
mismo se nos aparece en persona. Conocida es la hermosa dio p or unas de bronce, que valían nueve bueyes,
estrofa, que ha merecido siempre especial admiración: · las suyas d e oro, que valían cien.

Oh ·gran bon ta de cavallieri antiqui, Poetas de esa especie ingenua ya no convienen del todo
Eran rivali, eran di fé diversi, a un siglo artificioso. Tampoco son ya casi posibles en él; en
E si sentian degli aspri colpi iniqui todo caso lo son únicamente si se mantienen apartados de
Pér tutta la persona aneo dolersi;
su época y si un destino favorable los protege de su influjo
E pur per se/ve oscure e calli obliqui
/nsieme van senza sospetto aversi:
mutilador. De la sociedad misma no pueden nunca surgir; ·
Da quatro sproni il destrier punto a rriva pero fuera de ella aún suelen aparecer a· veces, aunque más
Ove una strada in due si dipartiva. bien como desconcertantes forasteros y como irritantes hi­
jos malcriados de la naturaleza. Aunque sean fenómenos be­
Y ahora el viejo Homero. Apenas Diomedes se entera néficos para el artista que los estudia y para el verdadero
por el relato de Glauco, su adversario, de que éste, desde conocedor que sabe apreciarlos, poca fortuna tienen por lo
los tiempos de su's padres, está ligado a su . estirpe por los general en su siglo. Traen marcado en la frente el sello de
vínculos de la hospitalidad, clava la lanza . en tierra, le habla s u señorío; nosotros en cambio queremos ser mecidos y lle­
vados por las musas. Los críticos, verdaderas guardias fron-
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terizas del gusto, los odian porque trastornan los límites, y bara, claro está- obra como unidad sensorial indivisa y
preferirían suprimirlos; pues hasta e l mismo Homero qui­ como un todo en armonía. Los sentidos y la razón, fa facul-
. tad receptiva y la activa, aún no han comenzado a separarse
zás deba sólo al poder . de un título más que milenario el
que estos jueces del gusto admitan sus méritos; y aun así, en sus tareas, mucho menos a oponerse entre sí. Sus sensa­
bastante amargo les sabe el afirmar las reglas contra su ciones no son juguete (sin forma) del azar, ni sus pensa­
ejemplo, y su prestigio contra las reglas.5 mientos son juguete (sin contenido) de la imaginación;
aquéllas proceden de la ley de la necesidad, éstos de la reali­
dad. Cuando e l hombre ha entrado en la etapa de la cultura,
y el arte ha puesto la mano sobre él, queda abolida aquella
El poeta, he dicho, o es naturaleza o la buscará; de lo su armonía sensorial y sólo le resta expresarse como uni­
uno resulta el poeta ingenuo, de lo otro el sentimental. dad moral, es decir, como ser que anhela la unidad.
El genio poético es . inmortal y la humanidad no puede La armonía entre su sentir y su pensar, que en el primer
perderlo; sólo puede desaparecer con la humanidad y con estado se cumplía realmente, ahora sólo existe idealmente ya
la disposición para e lla. Pues aunque por la libertad de su no está en él, sino fuera de él; como un pensamiento por
fantasía y de su e ntendimiento el hombr� se aleja de la sen­ realizarse, no ya como un hecho positivo de su vida. Ahora
cillez, verdad y necesidad de la naturaleza, no sólo tiene bien, si se aplica a uno y otro estado el concepto de poesía,
siempre abierto ante sí el sendero que a ella conduce, sino que no es otro que el de dar a la humanidad su expresión
que un instinto poderoso e indestructible, el moral, lo retro­ más completa, resulta que allí, en e l estado de sencillez natu­
trae a ella sin cesar, y precisamente con ese instinto tiene ral -en que el hombre todavía obra con todas sus fuerzas a
estrechísimo parentesco la capacidad poética. De ahí que la vez, como unidad armónica en que, por lo tanto, la totali­
esta capacidad, lejos de perders� también con el candor na- dad de su naturaleza se expresa plenamente en la realidad-,
tural; no haga más que obrar en otra dirección. . lo que hace al poeta debe ser la imitación, lo más acabado
También ahora sigue siendo la naturaleza la única llama posible, de la realidad; mientras que aquí, en el estado de
que nutre al genio poético; de ella sola extrae todo su po­ cultura, en que esa colaboracion armónica de toda su natu­
der; a ella sola es a quien habla aun en el hombre artificio­ raleza no es más que una idea, lo que hace al poeta debe ser
so, preso en la cultura. Toda otra manera de manifestarse el elevar la realidad a ideal o, en otras palabras, la represen­
es extraña al espíritu poético; por eso, dicho sea de paso, no tación del ideal. Y son precisamente ésas las dos únicas for­
hay ninguna razón para que todas las llamadas obras de in­ mas en que pueda exteriorizarse el genio poético. Son,
genio se califiquen de poéticas, aunque desde hace mucho . como se ve, en extremo diversas; pero hay un concepto más
las hayamos confundido con ellas, mal encaminados por el alto que las abraza a ambas, y no tiene nada de extraño el
prestigio de la literatura francesa. La naturaleza -digo-, aún que ese concepto coincida con la idea de humanidad.
hoy, en el estado artificial de la cultura, continúa siendo, lo No es éste el · 1ugar de llevar adelante ese pensamiento,
que hace poderoso al genio poético; sólo que éste se en­ que sólo podríamos dilucidar plenamente tratándolo por
cuentra en relación totalmente · distinta con respecto a la separado. Pero cualquiera que sepa establecer comparación
naturaleza. entre po et as antiguos y modernos, * guiándose por el espíri-
Mientras el hombre es todavía naturaleza pura -no bár-
*
Quizá no esté de más recordar que, cuando contraponemos aquí los
S.[Aquí concluye la primera parte y comienza el ensayo sobre los poe­ poetas modernos a los antiguos, ha de entenderse no tanto la d iversidad de
tas sentimentales].

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tu y no meramente por formas accidentales, podrá conven­ Lo mismo que aquí decimos de las dos distintas termas
cerse fácilmente de la verdad de esa idea. Los unos nos con­ de humanidad puede también aplicarse a los respectivos ti­
mueven por la naturalidad, por la verdad sensible, por viva pos de poetas.
presencia; los otros nos conmueven por ideas. Por eso una comparación entre poetas antiguos y mo­
Esta ruta que siguen los poetas modernos es, por lo de­ dernos -ingenuos y sentimentales- o sería en absoluto im­
más, la misma que el hombre debe tomar siempre, tanto en posilbe o sólo de hería hacerse dentro de un concepto co­
lo particular como en lo general. La naturaleza lo pone de mún más e levado (tal concepto en realidad existe). Pues cla­
acuerdo consigo mismo; el arte lo divide y desgarra; por el ro está que si se empieza por abstraer el concepto genérico
ideal vuelve a la unidad. Pero como el ideal es infinito, y el de poesía, unilateralmente, de los poetas antiguos, nada es
hombre cultivado nunca lo alcanza, tampoco puede nunca más fácil, ni tampoco más trivial, que rebajar frente a ellos
alcanzar la perfección dentro de su propia índole, mientras a los modernos. Si se llama poesía sólo a aquello que en to­
que e l hombre natural sí lo puede, dentro de la suya. El pri­ dos los tiempos ha actuado uniformemente sobre la natura­
mero sería, pues, infinitamente infe rior al se·g undo en per­ leza sencilla, no se podrá menos de tener que discutir .hasta
fección, si sólo se tuviera en cuenta la relación en que uno y el nombre de poetas a los modernos, justamente en su be­
otro están con la propia índole y con su forma más alta. Si lleza más peculiar y más sublime, porque precisamente allí
en cambio se comparan entre sí las índoles mismas, se ve hablan sólo al entendido en cosas de arte y nada tienen que
que el fin a que el hombre tiende por la cultura debe prefe­ decir a la naturaleza sencilla.* A quien no tenga el ánimo ya
rirse infinitamente al que alcanza por la naturaleza. Lo que preparado para ir, más allá de la realidad, al rei no de las
da, pues, su valor al uno es el logro absoluto de una magni­ ideas, el más rico contenido le parecerá vacía apariencia, y
tud finita; lo que se lo confiere al otro es su aproximación a el más alto vuelo poético, extravagancia. A ningún ser racio­
una magnitud infinita. Pero como sólo esta última tiene ·gra­ nal puede ocurrírsele querer parangonar a un moderno, sea
dos y progreso, el valor relativo del hombre en . estado de quien sea, con Homero en aquello en qµe radique su gran­
cultura, tomado en general, no es nunca determinable, aun­ deza, y resulJa bastante risible ver gratificado con el nom­
que, considerado individualmente, se encuentra en necesa­ bre de nuevo Homero a un Milton o un Klopstock. Pero
ria desventaja con respecto a aquel en que la naturaleza tampoco podrá un poeta antiguo, y Homero menos que na­
obra en toda su perfección. Ahora bien: como el fin último die, resistir la comparación con el poeta moderno en aque-
de la humanidad no puede alcanzarse sino mediante este
progreso, y como el hombre en estado natural no puede .
progresar de otro modo que cultivándose y pasando por * M oliére, como poeta ingenuo, sí se podía arriesgar quizás a atenerse
al juicio de su criada sobre qué debía dejar o quitar en sus comedias; y aun
consiguiente al otro estado, no puede haber duda sobre a hubiera sido de desear que los maestros del coturno francés hubiesen so­
cuál de los dos, en consideración a ese fin último, corres­ metido a veces sus tragedias a esa prueba. Yo no aconsejaría, sin embargo,
que se hiciese parecido experimento con las odas de Klopstock, con los pa­
ponde la preferencia.
' sajes más hermosos de la Mesíada, del Paraiso perdido, de Natán el Sabio y
mu chas otras obras. Pero iqué digo! El experimento se ha hecho en reali­
épocas como la diversidad de procedimiento. También en los tiempos mo­ dad, y la criada de Moliere razona a sus anchas en nuestras bibliotecas crí­
dernos, y aun en los más recientes, tenemos poemas ingenuos en todos lo s ticas, anales filosóficos y literarios y descripciones de viajes en que se habla
géneros, bien que ya no totalmente puros, y e ntre los antiguos poetas lati­.
de poesía, arte, etcétera, sólo que, como es lógico en tierra. alemana, de
nos, y hasta entre los griegos, no faltan los sentimentales. No sólo en un modo algo más insípido que en la francesa, y según conviene a esa parte de
mismo poeta sino también en una misma obra se encuentran a menudo la literatura nacional que es como su cuarto de criados. [Alusión a los críti­
reunidas varias especies -así, por ejemplo, en los Sufrimientos de Werther- y cos de las Horas, uno de los cuales, por otra parte, había comentado desfa­
tales producciones harán siempre el mayor efecto. vorablemente las Cartas sobre la educación estética].

92 93
llo q Úe c onstituye su distinción característica. El antiguo es, Nuestro sentimiento es en todos los casos el mismo;
· si se me permite expresarlo así, poderoso por el arte de la consta de un solo elemento, de suerte que no podemos ha­
limitación; el moderno lo es por el arte de la infinitud. cer en él distinción ninguna. Ni siquiera la diferencia de
Y precisamente porque en la limitación reside la fuerza lenguas y de épocas influye en esto para nada, pues justa­
del artista antiguo (pues lo dicho aquí del poeta puede tam­ mente esa pura unidad de su origen y su efecto es caracte­
bién extenderse, con las restricciones que de por sí resul­ rística de la poesía ingenua.
tan, a las bellas artes en general), se explica la gran ventaja Muy otra cosa ocurre con el poeta sentimental. Él medita
que las artes plásticas de la antigüedad llevan a las de la en la impresión que le producen los objetos, y sólo en ese
época moderna, y toda esa desigual relación de valor en meditar se funda la emoción en que el poeta mismo se
que la poesía moderna y la plástica moderna están con res­ sume y en que nos sume a nosotros. El objeto es referido
pecto a uno y otro a.rte en la antigüedad. Una obra para los aquí a una idea, y su fuerza poética se basa únicamente e n
ojos, sólo puede encontrar su perfección en lo limitado; una esa relación. Así el poeta sentimental tiene siempre que vér­
obra para la fantasía puéde también alcanzarla por lo ilimi­ selas con dos representaciones y sentimientos en pugna,
tado. En las obras plásticas, pues, de poco le vale al moder­ con la realidad como límite y con su idea como lo infinito, y
no su superioridad en ideas; aquí está obligado a precisar lo la emoción mixta que provoca dará siempre testimonio de
más exactamente en el espacio la i magen de su fantasía y esa doble fuente.* Como se está, pues, ante una pluralidad
por lo tanto a medirse con el artista antiguo en aquella mis­ de principios, lo que importa es cuál de los dos prevalecerá
ma calidad en que éste tiene indiscutible ventaja. No así en en el sentimiento del poeta y en su expresión, y es posible,
las obras poéticas. Aunque también en ellas venzan los anti­ por lo tanto, diversidad de tratamiento. Porque surge ahora
guos p9etas en la sencillez de las formas y en lo que sea sen­ el problema de si el poeta prefiere insistir más bien en la
sorialmente representable y corpóreo, el moderno puede a realidad o en el ideal: de si prefiere representar la realidad
su vez dejarlos atrás por la riqueza de la m ateria, por todo como objeto de aversión o el ideal como objeto de simpatía.
lo que sea imposible de representar y expresar; en suma, Su exposición será pues satírica o será elegíaca (en el senti­
por lo· que en las obras de arte se llama espíritu. do más amplio del término, que se explicará más adelante).
Como el poeta ingenuo sigue únicamente a la simple na­ A uno de esos dos modos de sentimiento debe atenerse
turaleza y al sentimiento y se reduce sólo a la imitación de todo poeta sentimental.6
la realidad, tampoco cabe para él más que una actitud ante
su objeto, Y. no le queda, en este respecto, alternativa posi-.
ble �n el procedimiento. El distinto efecto de los poemas in­
genuos, suponiendo que se haga abstracción de todo lo que
"
en ellos corresponde al contenido y se considere ese efecto Ou.ien se pone a considerar la impresión que hacen en é l los poemas
*

ingenuos, y es capaz de separar la parte que en esa impresión corresponde


como debido exclusivamente al procedimiento poético, des­ al contenido, la e ncontrará -aun en temas sobremanera patéticos- siempre
cansa sólo en el distinto grado de un mismo modo de senti­ alegre, siempre pura y serena, mientras que en los poemas sentimentales
miento; aun la diversidad de las formas exteriores es inca­ tendrá siempre algo de grave y tenso. Y es que en las representaciones in­
genuas, traten de lo que traten, nos causa placer la verdad, la presencia
paz de alterar la calidad de esa impresión estética. Sea líri­ viva'del objeto en nuestra imaginación, y no buscamos siquiera otra cosa,
ca o épica la forma, sea dramática o descriptiva, podemos en tanto que en las sentimentales debemos reunir la representación de la
fantasía con una idea de la razón, lo que nos lleva siempre a oscilar entre
sin duda ser afectados con mayor o menor fuerza, pero (en dos estados de ánimo d iversos.
cuanto prescindimos de la materia) no de modo diverso. 6. [Aquí comienza, en las Horas, el artículo sobre Poesía satírica].

94 95
Poeta satírico es aquel que toma como obj eto el aleja­ to moral para con el mundo cuando lo que nos irrita no es
miento de la naturaleza y el contraste de la realidad con el más que su conflicto con nuestra inclinación. Ese interés
ideal (en ambos casos se ejerce sobre el ánimo un mismo material es lo que el satírico vulgar pone en juego, y como
efecto). Esto puede llevarlo a cabo el poeta, ya seria y apa­ por este camino consigue al fin y al cabo conmovernos, lle­
sionadamente, ya juguetona y plácidamente, según arraigue ga a pensar que ya tiene nuestro corazón en su poder y que
más bien en el dominio de la voluntad o en el del entendi­ maneja magistralmente lo patético. Pero todo patetismo
miento. El primer caso es el de la sátira patética, que castiga; que tenga ese origen es indigno de la poesía, que sólo ha de
el otro el de la sátira festiva. movernos mediante ideas y sólo ha de llegar a nuestros co­
Cierto es que, en rigor, los fines del poeta no consienten razones a través de la razón. Por otra parte, ese · patetismo
el tono punitivo ni el recreativo. Aquél es demasiado serio impuro y material se manifestará siempre 'p or cierto predo­
para el juego que la poesía siempre debe ser; éste es dema­ minio de la pasividad y cierto penoso encogimiento del áni­
siado frívolo para la seriedad que ha de estar en la base de mo, en tanto que el verdadero patetismo poético puede re­
todo juego poético. Las c9.ntradicciones morales afectan ne­ conocerse por el predominio de la actividad autónoma y de
cesariamente a nuestro corazón y quitan así al espíritu su li­ una libertad de espíritu que perdura aún en la pasión. Si la
bertad, cuando por el contrario debiera estar desterrado de emoción resulta del ideal contrapuesto a la realidad, en lo
las emociones poéticas todo lo que implique interés, es de­ sublime de ese ideal se pierde todo sentimiento inhibitorio,
cir, toda relación con una necesidad. En cambio las contra­ y la grandeza de la idea que nos llena nos levanta por enci­
dicciones intelectuales dejan indiferente al corazón, y eso ma de todas las limitaciones de la experiencia. Al describir
que el poeta debe abordar el más alto problema del cora­ pues una realidad indignante, lo que en primer término im­
zón, el de la naturaleza y el ideal. De ahí que, para él, sea porta es que el poeta o narrador tome lo Necesario como
obligación no pequeña el no ofender en la sátira patética la cimiento sobre el cual construir la realidad, y que sepa pre­
forma artística, que consiste en la libertad del juego, y no disponer nuestro ánimo a las ideas. Siempre que para juz­
equivocar en la sátira fe stiva el contenido poético, que debe gar ascendamos a bastante altura, nada importa que deje­
ser siempre lo infinito. Obligación que no puede cumplirse mos atrás el objeto, allá en lo bajo, a nuestros pies. Guando
sino de un solo modo. La sátira que reprende alcanza liber­ Tácito describe la profunda decadencia de los romanos del
tad poética cuando pasa a lo sublime; la sátira que ríe reci­ siglo primero, es un alto espíritu que mira hacia abajo, ha­
be con tenido poético al tratar con belleza su objeto. En la cia lo inferior, y nuestro estado de ánimo es en verdad poé­
sátira el mundo de lo existente se contrapone como cosa tico porque sólo a causa de la elevación en que el escritor
imperfe cta al ideal como realidad suprema. Por lo demás, mismo está, y hacia la cual ha sabido alzarnos a nosotros, es
no es en absoluto necesario que esto se diga explícitamente, · por lo que el obj eto se nos aparece como bajo.
con tal que el poeta sepa evocarlo en el ánimo; pero esto sí Por eso la sátira patética debe siempre brotar de un es­
es del todo imprescindible para que haya efe cto poético. píritu vivamente penetrado del ideal. Sólo si domina el an­
Aquí la realidad es pues obj eto necesario de aversión; pero helo de armonía, puede y debe nacer ese hondo sentimien­
tal aversión -y de esa circunstancia depende todo- debe a to de contradicción moral y esa ardiente indignación contra
su vez provenir necesariamente del ideal contrapuesto. Por­ la perversidad moral que llega a ser arrebato en un Juyenal,
que también podría tener una mera fuente sensorial y estar un Swift, un Rousseau, un Haller y otros. Esos mismos poe­
fundada sólo en una necesidad en lucha con lo real; y con tas hubieran podido y debido componer también con igual
sobrada frecuencia ocurre que creemos sentir cierto disgus- felicidad en los géneros conmovedores y tiernos, si causas

96 97
fortuitas no hubiesen dado tempranamente a sus espíritus to más importante, no cabe duda de que es la tragedia la
esa determinada dirección; y en parte así lo hicieron en que sale victoriosa; pero si se quiere saber cuál necesita de
efecto. Todos los satíricos que hemos nombrado vivieron en sujeto más importante, la sentencia favorecería más bien a
tiempos de degradación y tuvieron ante sí un horrible es­ la comedia. En la tragedia, muchísimo es lo que sucede ya
pectáculo de. corrupción moral, o sus propias experiencias por el objeto; en la comedia nada sucede por el objeto, y
habían sembrado amargura en sus almas. También el espíri­ todo por el poeta. Pero como en los juicios de gusto nunca
tu filosófico, separando con implacable rigor la apariencia y se considera la materia, claro es que el valor estético de
el ser y penetrando en lo hondo de las cosas, inclina el e spí­ esos dos géneros debe estar en relación inversa con su im­
ritu a esa dureza y austeridad con que pintan el mundo portancia material. Al poeta trágico lo sostiene su objeto; el
Rousseau, Haller y otros. Pero esas influe.n cias externas y cómico, por el contrario, debe mantener el suyo a altura es­
accidentales, que tienen siempre efecto restrictivo, deben tética mediante su subjetividad. El primero puede tomar
determinar a lo sumo la . dirección del entusiasmo, pero ímpetu, para lo cual no se necesita precisamente mucho; el
nunca su contenido. Éste ha de ser el mismo en todos, y otro de be permanecer igual a sí mismo, es decir ya de be es­
emanar, sin que lo contamine necesidad alguna, de un fer­ ta r, y estar como en su casa, allí adonde el trágico no llega
viente anhelo de ideal, que es, en · absoluto, la única verda­ s in impulso. y en eso es precisamente en lo que el carácter
dera vocación del poeta satírico y aún, en términos más la­ bello se distingue del sublime. En el uno ya está incluida
tos, del sentimental. toda grandeza, que fluye sin traba ni esfuerzo de su misma
Si la sátira patética sólo sienta bien a l as almas sublimes, índole; es, según su capacidad, un infinito en cada punto de
la sátira burlesca sólo puede lograrla un corazón bello. Pues su órbita. El otro puede tender y elevarse hacia toda gran­
la una está ya a salvo de la frivolidad por su asunto serio; deza, puede arrancarse por la fuerza de su voluntad a cual­
pero la otra, que no puede tratar sino una materia moral­ quier estado de limitación. El carácter sublime, pues, si es
mente indiferente, caería sin remedio en lo frívolo, y perde­ libre, lo es · a intervalos y con esfuerzo; el bello lo es con fa­
ría toda dignidad poética, si el contenido no se ennoblecie­ cilidad y de modo permanente.
ra por la forma de tratarlo, si el sujeto, el poeta, no reempla­ Suscitar y alimentar en nosotros esta libertad de ánimo
zara a su objeto. Pero sólo al corazón bello le ha sido dado es la bella misión de la comedia, así como .a la tragedia le
reproducir en cada una de sus expresiones, independiente­ está señalado el ayudarnos, por vía estética, a recobrar esa
mente del objeto de su obrar, una imagen perfecta de sí libertad de ánimo cuando ha sido anulada por la violencia
mismo. El carácter sublime no puede manifestarse más que de una pasión. De ahí que en la tragedia la libertad de áni­
en triunfos aislados sobre la resistencia de los sentidos en mo debe anularse de manera artificial y como por experi­
ciertos momentos de exaltación y de instantáneo esfuerzo; mento, ya que restableciéndola es como la tragedia hace pa­
mientras que en el alma bella el ideal obra como naturale­ tente su fuerza poética; en cambio en la comedia debe cui­
za, es decir uniformemente, y puede así mostrarse también darse que nunca llegue a producirse esa anulación de la li­
en estado de reposo. Cuando más sublime aparece el mar bertad de ánimo. Por eso el poeta trágico encara siempre
profundo es en su agi ta�ión; el claro arroyo nunca es más prácticamente su objeto, y el cómico teóricamente, aun
bello que en su tranquilo fluir. cuando el uno tuviera (como Lessing en su Natán) el antojo
Más de una vez se ha discutido cuál debe ser, entre la de elaborar un argumento teórico, y el otro un argumento
tragedia y la comedia, la que merezca preeminencia. Si lo práctico. Lo que hace trágico o cómico un objeto no es el
único que con ello se pregunta es cuál de las dos trata obje- dominio de donde se tome, sino el foro ante el cual lo lleve

98 99
el poeta. El trágico debe precaverse contra la tentación de gemo meramente s1mpai1co cae sm remeu1u 1u v u1e,,:u , y
t:u

entregarse al razonamiento y debe en todo instante intere­ la virtud de temperamento en lo ·material; en cambio el
sar al corazón; el cómico de be evitar el patetismo y entrete­ alma bella se vuelve infaliblemente sublime.
ner siempre al entendimiento. El uno. demuestra su arte, Mientras Luciano castiga sólo lo absurdo, como en Los
pues, excitando de continuo la pasión, el otro preservándo­ deseos en Los Lapitas, en el Júpiter trágico, no pasa de ser un
nos de ella; y ese arté es n aturalmente en ambos tanto burlador y nos regocija con su alegre humorismo; pero se
mayor cuant o más abstracto sea el obj eto del primero y transforma en hombre totalmente distinto en muchos pasa­
cuanto más tienda a lo patético el del segundo.* Si la trage­ jes de su Nigrino, de su Timón, de su Alejandro, donde su sá­
dia, pues, tiene un punto de partida más importante, debe tira alcanza también a la corrupción moral. « Desdichado
concederse, por ·otro lado, qúe la comedia se dirige hacia -así comienza en su Nigrino el repugnante cuadro de la
una meta más importante y que, si la alcanzara, haría super­ Roma de entonces-, ¿por qué abandonaste la luz del sol,
flua e imposible toda tragedia. Su fin se identifica con lo Grecia, y aquella vida feliz de libertad, y te has venido aquí,
más alto que el hombre puede pretender: estar libre de pa­ a este torbellino de ostentoso servilismo, de homenajes y
sión, ver siempre con claridad y serenidad a su alrededor y banquetes, de sicofantas, aduladores, envenenadores, caza­
dentro de sí mismo, encontrar en todo momento más bien dores de herencias, falsos amigos? . En estas y parecidas
.. »

el azar que el destino y reír del absurdo antes que irritarse ocasiones debe manifestarse la elevada gravedad de senti­
y llorar por la maldad. mientos que ha de estar en la base de todo juego para que
Lo mismo que en la vida activa, también en las creacio­ · sea poético. Aun a través de la burla maliciosa con que tan­
nes poéticas sucede a menudo que el espíritu meramente li­ to Luciano · como Aristófanes maltratan a Sócrates, se traslu­
gero, el ingenio agradable, la plácida bonhomía, se confun­ ce cierta seriedad de juicio que vit?-dica en el sofista la ver­
den con el alma bella; y como en general el gusto común dad y que combate por un ideal aunque no siempre lo de­
nunca llega a elevarse más allá de lo agradable, fácil les re­ clare expresamente. Y el primero de ellos ha justificado
sulta a esos espíritus simpáticos usurpar aquella gloria, tan además contra toda . duda ese carácter en su Diógenes y su
difícil de merecer. Pero hay una prueba inequívoca con que Demóna.x. Entre los modernos, iqué grande y bello carácter
puede distinguirse entre la ligereza por disposición natural revela Cervantes por su Don Quijote en cada ocasión digna
. y la ligereza de ideal, así como entre la virtud de tempera­ que se le ofrece! iQué magnífico ideal debía albergarse en el
mento y la verdadera moralidad de carácter, y es cuando alma del poeta,7 que creó un Tom Jones y una Sofía! ¿cómo
ambas abordan un objeto grande y difícil. En tal caso el in- puede el burlón Yorick, 8 en cuanto se lo propone, conmo­
vernos el ánimo con tanta fuerza y poder? También en

1 · nuestro Wieland descubro esta gravedad de sentimiento;


*
No ocurre esto en Natán el Sabio, donde la gélida naturaleza del
asunto ha enfi:iado la obra entera Pero el mismo Lessing sabía que no esta­ hasta los traviesos juegos de su amor caprichoso cobran
ba escribiendo una tragedia, sólo que se olvidó -debilidad humana- de
aplicar a su propio caso la doctrina, establecida en su dramaturgia, de que hondura y nobleza por la gracia del corazón, que llega a im­
el poeta no está autorizado a usar la forma trágica para otro fin que no sea
el trágico. A menos de introducir modificaciones ese nciales, apenas hubie­ 1 primir su sello en el ritmo de su canto; ni le faita nunca el
ímpetu necesario para e levarnos, cuando importa, a las ci-
1
ra sido posible transformar �se poema dramático en una buena tragedia; ·

pero con cambios meramente accidentales habría podido resultar, quizás, mas más altas.
una buena comedia. Para este segundo fin se habría tenido que sacrificar,

1
en efecto, lo patético, y para el prime ro todo lo que fuera razonamiento. Y
no cabe poner en duda, creo, en cuál de los dos elementos se basa princi­ 7. [ Fielding].
palmente la belleza de ese poema. 8. [ Pe rsonaje de Sterne].

100 10 1
No cabe juzgar de la m isma manera la sátira de Voltaire,
Cierto que también este escritor, si a veces nos conmueve bien la naturaleza y el ideal son o bjeto de dolor, cuando la
naturaleza se representa como perdida y el ideal como inal­
·

poéticamente, es sólo p or la verdad y simplicidad de la na­


' canzado, o lo son de alegría, al representarse como reales.
turaleza, sea que la alcance realmente al describir un carác-
ter candoroso, como sucede más de una vez en su Ingén u, o De lo primero resulta la elegía en sentido . estricto, de lo
otro el idilio en su sentido más amplio.*
que la busque y . la desagravie, como en su Candide. Donde
no ocurre ni lo uno ni lo otro, puede, sí, divertirnos como Lo mismo que el disgusto en la sátira patética, y la burla
cabeza ingeniosa, aunque no � ciertamente conmovernos en la jocosa, así en la elegía el dolor debe fluir sólo de un
como poeta. Pero en el fondo de su burla hay siempre de­ entusiasmo provocado por el ideal. Es lo único capaz de dar
masiado poca seriedad y esto nos hace sospechar, con ra­ un contenido pqético a la elegía; toda otra fuente del sentí-
zón, de su vocación poética. Con lo único con que nos en­
contramos es siempre con su inteligencia, nunca con su sen­ * Apenas necesito justifica rme, ante los lectores que profu n dicen más
timiento. No aparece ideal ninguno bajo esa envoltura va­ en este asunto, de usar aquí las denominaciones de sátira, elegía e idilio
porosa ni nada que sea absolutamente firme en ese perpe­ con un sentido más lato que el usual . Al hacerlo mi intención no es de nin­
guna manera remover los límites que el uso ha ido fijando con buenas razo­
tuo movimiento. Su admirable mult�.p licidad de formas ex­ nes tanto a la sátira y a la elegía como al idilio; sólo atiendo al modo de se n­
ternas, lej os de demostrar nada en ·favor de la abundancia . timiento dominante en esos géneros poéticos, que, como bien sabemos, es
interior de su espíritu, da más bien en su contra un testimo­ absolutam ente imposible encerrar en esos estrechos lindes. La emoción
elegíaca no nos la produce sólo la elegía, único género así denominado:
nio que invita a la reflexión, ya que a pesar de todas esas también el poeta dramático y el épico pueden conmovemos elegíacamente.
formas no pudo encontrar siquiera una en que moldear su En la Mesíada, en las Estaciones de Thomson, en el Paraíso perdido, en la Je­
rusalén libertada, encontramos más de un cuadro que, en general, corres­
corazón. Casi es de temer, pues, que lo que en genio tan pondería sólo al idilio, a la elegía, a la sátira. Lo mismo sucede, poco más o
rico determinó la vocación para la sátira fue únicamente la menos, en casi todos los poemas patéticos: Pero el incluir, como he dicho,
pobreza de corazón . . De otro modo, seguro es que en algún el idilio mismo en el género elegíaco ya es cosa que parece exigir una justi­
ficación. Recuérdese no obstante que aquí no nos referimos sino a aquel
punto de su largo camino hubiese tenido que salirse de ese idilio que es especie de la poesía sentimental, a cuya esencia corresponde
estrecho carril. Pero por mucha que sea la variedad de que la naturaleza sea contrapuesta al arte y el ideal a la realidad. Aunque el
asunto y de forma exte�ior, vemo� repeti.rse esa forma inte­ poeta no lo haga expresamente y ofrezca a nuestra vista el espectáculo de
la naturaleza incorrupta o del ideal cumplido, puro e independiente aquel
rior en eterna e indig�nte monotonía. No obstante su volu­ contraste está sin embargo e n su corazón y se traicionará, aun contra su vo­
minosa carrera, no llegó a cumplir en sí m ismo la órbita de luntad, en cada una de sus pinceladas. Y dado que así no fuera, ya el len­
guaje de que debe servirse nos recordaría -puesto que lleva adherido el es­
humanidad que nos alegra ver recorrida en los satíricos an­ píritu de la época y ha pasado por el influjo del arte- la realidad con sus li­
tes nombrados.9 mitaciones, la cultura con su artificio; más aún, nuestro propio corazón
contrapondría a esa visión de la naturaleza pura la experiencia de la co­
rrupción y volvería así elegíaca la reacción de nuestra sensibilidad, por
más que el poeta no se lo hubiera propuesto. Tan inevitable es esto, que
Cuando un poeta contrapone .al arte la naturaleza y a la hasta el goce altísimo que las obras más bellas de la poesía ingenua
realidad el ideal, de tal manera que la representación de -antigua y moderna- procuran al hombre cultivado, no permanece puro
por mucho tiempo, sino que tarde o temprano se acompañará de cierto
ese ideal es lo que prep�mdera y el complacerse en él se sentimiento elegíaco. Quiero finalmente advertir que la división aquí en­
vuelve s�ntimiento dominante, lo llamo elegiaco. También sayada, precisamente porque se apoya en las distintas maneras de sentir,
nada pretende determinar sobre la clasificación de los poemas mismos y la
este género se subdivide, como la sátira, en dos clases. O derivación lógica de los géneros poéticos; pues, como el poeta, aún en una
misma obra, no está e n absoluto atado a un mismo modo de se ntir, ningu­
9. [A continuación comit:: nza el capítulo sobre Poesía elegíaca]. na clasificación puede ser deducida de los modos de sentimiento, sino que
debe serlo de la forma de exposición.

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cuenta de épocas pasadas y de héroes que fueron; es que su
miento doloroso es indecorosa para la dignidad del arte fuerza poética ha convertido hace mucho esas imágenes del
poético. El poeta elegíaco busca la naturaleza, pero la busca recuerdo en ideales, esos héroes en dioses. Las experiencias
en lo que tiene de bello, no sólo en lo que tiene de agrada­ de una pérdida determinada se dilataron hasta volverse
ble; en su acuerdo con las ideas, no sólo en su indulgencia idea de lo transitorio de todas las cosas, y el bardo conmo-
con la necesidad. El dolor por las alegrías perdidas, por la . vido, a quien asedia el cuadro de la ru i na omnipresente, se
edad de oro desaparecida del mundo, por la dicha desvane­ eleva hasta el cielo para encontrar a hí, ep el curso del sol,
cida de la juventud,· del amor, etc., no puede volverse tem a un símbolo de lo imperecedero.*
de poesía elegíaca sino cuando esos estados de paz sensible Paso ahora a los poetas modernos del género elegíaco.
pueden representarse a la vez como objetos de armonía Rousseau, como poeta y como filósofo, no tiende a otra
moral. Por eso las líricas lamentaciones que Ovidio entona cosa que a buscar la naturaleza o a vindicada . en el arte. Y
desde su destierro del Ponto, por más conmovedoras que así lo hallamos, según su sentimiento se detenga en lo uno
sean y por mucho que tengan también de poético en algu­ o en lo otro, ya lleno de emoción elegíaca, ya inflamado en
nos pasajes, yo no puedo considerarlas, en su conjunto, el espíritu satírico de Juvenal, ya, como en su Julia, arreba­
como obra artística. Hay en su dolor demasiado poca ener­ tado al campo del idilio. Sus composiciones tienen, i ndiscu- ·
gía, demasiado poc� espiritualidad y nobleza. Es la necesi­ tib lemente, contenido poético, pues tratan un ide.a l; sólo
dad, no el entusiasmo, lo que le hace proferir esas quejas; se que él no sabe utilizarlo' de manera poética. Cierto que la
respira en ellas, si no un alma vulgar, sí el estado de ánimo seriedad de su carácter nunca · lo deja descender hasta la fri­
vulgar de un espíritu, de suyo más noble, a quien su destino volidad, pero tampoco le permite elevarse hasta el juego
aplastó contra la tierra. Ciertamente si recordamos que el poético. Uncido unas veces a la pasión, y otras a la abstrac­
objeto de su dolor es Roma, y la Rom a de Augusto, perdo­ ción, rara vez o nunca logra la libertad estética que el poeta
namos al hijo de la alegría su aflicción; pero aún la esplén­ debe m antener frente a su materia y comunicarla a su lec­
dida Roma, con todos sus halagos, si la fantasía no empieza tor. O su impresionabilidad enfe rmiza es lo que lo domina
por ennoblecerla no es más que una magnitud finita, val � y exagera sus sentimientos hasta lo desagradable; o bien es
decir un tema indigno para la poesía, que, elevada por enci­ su entendimiento lo que encadena su imaginación y anula
ma de todo lo que la realidad presenta, sólo tiene derecho con el rigor del concepto la gracia de la pintura. Ambas cua­
de lamentarse por lo infinito. lidades, cuya íntima correlación y unidad hacen e� rigor al
El contenido de la lamentación poética nunca ha de ser poeta, se encuentran en este escritor en grado extraordina­
pues una cosa exterior, sino siempre un objeto ideal inte­ rio; �o único que falta es que lleguen también a exteriorizar­
rior; hasta cuando l lora una pérdida real, debe pr:imero se realmente unidas entre sí, que su actividad reflexiva se
transfigurarla en ideal. En esta reducción de lo limitado a mezcle más con su sensibilidad, que su . receptividad se mez­
un objeto infinito consiste propiamente el tratamiento poé­ cle más con su pensamiento. De ahí que también en el ideal
tico. Así es que .la materia exterior siempre resulta en sí de humanidad que él propone, se tiende demasiado a sus li­
misma i ndiferente, puesto que la poesía no puede emplear­ mitaciones y demasiado poco a sus potencias y en todo mo­
la tal como la encuentra, sino que le da dignidad poética mento �e · trasluce más un anhelo de paz física que de armo-
únicamente por la transformación a que la somete. El poeta
elegíaco busca la naturaleza, pero como idea, y en un esta­
do de perfección en que nunca existió, aunque la llore *
Léase por ejemplo el excelente poema titulado Ca rthon.
com o cosa alguna · vez real y ahora perdida. Ossian nos
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nía moral. Su impresionabilidad apasionada tiene la culpa
Sol! ich von deinem Tode singen?
de que, para librarse cuanto antes del conflicto latente en la O Mariane, welch ein Lied!
humanidad, prefiera retraerla a la inespiritual monotonía Wen n Seufl.er mit den Worten ringen
del estado primitivo más bien que ver resuelto ese conflicto Und ein Begriff den andern flieth. . . 12
en la armonía espiritual de una educación plenamente cum­
plida; de que · prefiera no dejar siquiera que el arte comien­ hallamos muy exacta esta descripción; pero sentimos tam­
ce, antes que esperar su perfección; en suma, de que prefie­ bién que con ella el poeta no nos comunica en verdad sus
ra fijar una· meta más baja, un · ideal inferi9r, para alcanzarlo afectos, sino sus pensamientos. Por eso también nos con­
con tanta mayor rapidez, con tanta mayor seguridad. mueve mucho más débilmente, pues él mismo debía estar
Entre los poetas alemanes que cultivaron este género, ya muy frío para poder contemplar su propia emoción.
sólo quiero citar· a Haller, Kleist10 y Klopstock. El carácter Ya la materia, las más veces suprasensible, de los poe­
de su poesía es sentimental. Nos conmueven por ideas, no · mas de Haller y en parte también de los de Klopstock, los
por verdad sensible; no tanto porque ellos sean naturaleza excluye del género ingenuo. En cuanto esta materia, pues,
como porque sabep. entusiasmarnos por la naturaleza. Pero tenía que ser elaborada poéticamente, debía ser llevada a lo
lo que vale en ·general para el carácter de estos como de to­ infinito y alzada a objeto de intuición espiri tual, puesto que
dos los poetas sentimentales, de ningún modo excluye natu­ no podía admitir naturaleza corpórea alguna ni llegar a ser,
ralmehte la capacidad de conmovernos en lo particular me­ por lo tanto, objeto de intuición sensorial. Es que sólo en
diante la belleza ingenua: sin esa condición ni siquiera se­ este sentido puede pensarse una poesía didáctica sin íntima
rían poetas. Sólo que su carácter peculiar y dominante no contradicción. Porque, para decirlo una vez más, los dos
es percil;>ir con sentido sereno, simple y ligero y representar únicos campos que posee la poesía son éstos: o tiene que
del mismo modo lo percibido. Involuntariamente la fanta­ demorarse en el mundo de los sentidos o en el de las ideas,
sía se antepone a la intuición, el entendimiento a la sensibi­ pues en el reino de .los conceptos o del entendimiento no
lidad, y cierra uno sus ojos y oídos para sumergirse contem­ puede en absoluto medrar. Ni conozco todavía, lo confieso,
plativamente en sí mismo. El espíritu no puede experimen­ poema alguno de esa especie, ni de la literatura antigua ni
tar impresión alguna sin presenciar al m ismo tie.mpo su de la moderna, que haya hecho descender pura y simple­
propio juego y poner frente a sí mismo, por reflexión, lo mente el concepto que elabora, llevándolo hasta el plano de
que tiene dentro de sí. Nunca obtenemos de esta manera el lo individual, o lo haya elevado hasta el plano de la idea. Lo
objeto, sino sólo lo que el entendimiento reflex1vo del poeta común es que, en el mejor de los casos, alternen lo uno y lo
ha hecho del objeto, y au.n en el. caso en que el propio poeta otro con preponderancia del concepto abstracto, y que a Ja
es ese objeto, · en que quiere representarnos sus sentimien­ .fantasía, que debiera dominar el campo poético, se le per­
tos, no sabemos de su estado directamente y de primera mita apenas servir al entendimiento. Estamos aún esperan­
mano, sino tal como se refleja en su espíritu, y lo que el do un poema didáctico en que el pensamiento mismo sea
poeta como espectador de sí mismo ha pensado sobre ello. poético y se mantenga como tal.
Cuando Haller se lamenta d� la muerte de su esposa (cono­ Lo que aquí d ecimos en general de todos los poemas di-
cida es la bella composi d ón ) 1 1 y empieza con estos versos:
1 2. [ iHe de cantar de tu muerte!
1 0. [ Ewald von Kleist]. · iOh Mariana, qué canción!
1 1. [ Trauerrede beim Absterben seiner·geliebten Mariane]. Cuando los suspiros luchan con las palabras
y una idea huye d e Ja otra ]
...

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<lácticos vale también en particular para los de Haller. La Pero cuanqo el empuje poético lo ha sacado del círculo
idea misma no es poética, pero sí se vuelve a veces poética asfixiante de las circunstancias y lo ha llevado a la ·espiri­
por su realización, ya por el uso de las imágenes, ya por el tual soledad de la naturaleza, aun allí lo persigue la imagen
vue lo con que se eleva hasta las ideas. Sólo en virtud de es­ angustiosa de la época y también, por desgracia, sus atadu­
tas cualidades entran en la poesía elegíaca. Caracterizan a ras. En él mismo está lo que rehuye; eternamente fuera de
este poeta la fuerza y la hondura y cierta patética gravedad. él lo que busca; nunca puede reponerse del maligno influjo
Un ideal inflama su alma, y su ardiente sentimiento de la de su siglo. Por más que su corazón sea lo bastante ardoro­
verdad busca en la quietud de los valles alpinos la inocen­ so y su fantasía lo bastante enérgica para dotar de alina,
cia desaparecida del mundo. Su queja es profundamente mediante la representación, los productos muertos del en­
conmovedora; con sátira enérgica, casi amarga, dibuja las tendimiento, el frío concepto vuelve cada vez a quitársela a
aberraciones del entendimiento y del corazón, y con amor la viviente creación de la fuerza poética, y la reflexión per­
la bella simplicidad de la naturaleza. 13 Sólo que en todo mo­ turba la obra secreta de la sensibilidad. Su poesía es, sin
mento el concepto prevalece demasiado en sus cuadros, así duda, multicolor y espléndida como la primavera a la cual
como · en él mismo el entendimiento se erige en maestro de cantó; su imaginación, despierta y activa; pero nos sentimos
la sensibilidad. De ahí es que siempre instruye más bien que tentados de llamarla más bien voluble que rica, más. bie.n ju­
presenta, y expone con rasgos más vigorosos que amables. guetona que creadora, de ritmo más bien inquieto que reco- .
Es grande, atrevido, fogoso, imponente; pero rara vez o nun­ gido y constructivo. Rápidos y exuberantes se suceden unos
ca ha logrado elevarse hasta la belleza. rasgos a otros, pero sin llegar a concentrarse en tipo indivi­
En riqueza de ideas y en profundidad de espíritu Kleist dual, sin cobrar plenitud de vida ni redondearse en una for­
queda muy a la zaga de este poeta; en gracia, yo diría que le ma. Mientras se limita a poetizar líricamente y se detiene
supera, a no ser que, como a veces ocurre, tengamos por fa­ sólo en describir el paisaje, podemos pasar por alto esta fa­
lla de una parte lo que de la otra parte es un mérito. En lla en consideración, por un lado, a la mayor libertad de la
nada se complace tanto el alma afectuosa de Kleist como forma lírica, y por otro, a la índole arbitraria de su asunto,
en la visión de ambientes y costumbres campestres. Huye pues lo que aquí queremos ver representado no es tanto
gustoso del vano ruido de la sociedad y encuentra en el el objeto como los sentimientos del poeta. Pero e l defecto
seno de la naturaleza inanimada la armonía y la paz que se hace tanto más notable cuando acomete la tarea de re­
echa de menos en el mundo moral. Qué conmovedor en su presentar, como en sú Cissides und Paches y en su Séneca, 1 6
afán de sosiego. 14 Qué verdadero y sentido cuando canta: hombres y acciones humanas, porque entonces la imagina-
. ción se ve encerrada. entre límites fijos y necesarios, y el
«O Welt, du bist des wahren Lebens Grab! efecto poético sólo puede resultar del objeto. Aquí se vuelve
Oft reizet mich ein heisser Trieb zur Tugend, mezquino, monótono, árido y seco hasta lo insoportable;
Für Wehmut rollt ein Bach die Wang' herab, ejemplo aleccionador para todos aquellos que, sin íntima
Das Beispiel siegt, und du, o Feu'r der Jugend,
lhr. trocknet bald die edlen Thriinen ein.
Ein w.ahrer Mensch m uss fern von Menschen sein. » 15 De melancolía, rueda por mis mejillas un arroyo,
Pero el ejemplo; y tú, oh fuego de la juventud, vencéis;
1 3. [Cf. el poema Los Alpes] . Vosotros enjugáis pronto las generosas lágrimas.
1 4. Véase su poema de este título. Para ser de veras hombre; hay que estar lejos de los hombres].
1 5. [iOh mundo, eres la tumba de la vida verdadera! 1 6. [ Poema épico y boceto de tragedia, respectivamente. Ambas obras
Mucha� vec e s me· aguija un ardiente im pulso hacia la virtud; son de 1 958].

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vocación, dejan el campo de la poes í a m usical para aventu­ minación de sus formas, ha quedado · con demasiada liber­
rarse en el de la poesía creadora. Otro espíritu afín, Thomp- tad en cuanto al modo en que han de adquirir forma sensi­
son, 17 corrió la m isma suerte. . ble estos hombres y ángeles, estos dioses y demonios, ese
En el género sentimental y principalmente, dentro de él, cielo y ese infierno. Se nos da apenas un perfil dentro del
en lo elegíac9, pocos poetas entre los modernos y menos . cu al el entendimiento debe por fuerza pensarlos, pero no se
aún entre los antiguos podrían compararse con nuestro pone un límite fijo en que la fantasía deba necesariamente
Klopstock. Todo lo que es posible alcanzar en el campo de representarlos. Y lo que digo de los personajes vale para
lo ideal, fuera de los límites de la forma viviente y fuera del todo lo que en este poema es o quiere ser vida y acción; y
ámbito de la individualidad, supo lograrlo este poeta musi­ no sólo en esta epopeya, sino también en las obras dramáti­
cal.* Claro está que sería hacerle· gran injusticia el negarle cas de nuestro poeta. Para el entendimiento, todo está acer­
en absoluto esa veracidad y vida i ndividual con qµe el poe­ tadamente precisado y limitado (básteme recordar su Ju­
ta ingenuo pinta su objeto� Muchas de sus odas y ·no pocos das, su Pilatos, su Filón, su Salomón, en la tragedia de ese
rasgos aislados en sus dramas y en su Mesíada representan nombre); pero es demasiado informe para la fantasía, y en
el objeto con exacta verdad y límpido contorno. Sobre todo esto, lo confieso francamente, encuentro que Klopstock se
allí donde el objeto es su propio corazón, no es raro que halla por completo fuera de los dominios de su genio.
haya demostrado un gran temperame nto, una encantadora Sus dominios están siempre en el reino de las ideas, y él
ingenuidad. Sólo que no está ahí su fuerte ni sería posible sabe transportar a lo infinito todo asunto que elabora. Se
comprobar esta cualidad en el conjunto de su obra poética. diría que despoja de cuerpo a cuanto trata, para convertirlo
Por muy hermosa creación que sea la Mesíada en cuanto en espíritu, así como otros poetas revisten de cuerpo lo es­
poesía musical conform e a la definición que hemos dado, piritual. Casi todo el placer que sus poemas procuran debe
mucho deja sin embargo que desear en cuanto poesía plásti- alcanzarse mediante cierto ejercicio del pensar; todos los
. ca, que requiere formas determinadas, y determinadas para . sentimientos que sabe provocar en nosotros, y de manera
la contemplación. Acaso pueda decirse que en este poema tan íntima y poderosa, brotan de fuentes suprasensibles. De
son bastante determinadas las figuras, pero no que lo sean ahí esa gravedad, esa fuerza, ese vuelo, esa profundidad que
para la contemplación; sólo la abstracción las ha creado, caracterizan su producción entera; de ahí también esa con­
sólo ella puede distinguirlas. Son buenos ejemplos para tinua tensión de.l ánimo en que su lectura nos mantiene. No
conceptos, pero no son individuos, no son figuras vivientes. hay poeta (quizá con excepción de Young, que en este res­
La imaginación, a la cual debe dirigirse ciertamente el poe­ pecto exige más, pero sin compensarlo como Kloptock) que
ta y a la que debe dominar en todo momento por la deter- . menos se preste para ser nuestro favorito y nuestro compa-
ñero a través de la vida, pues siempre nos aleja de la vida,
1 7. [El poeta de las Seasons].
*
Y digo musical para recordar aquí el doble paren tesco de la poesía apela sólo a las armas del espíritu, sin recrear los sentidos
con la música y con las artes plásticas. Pues según la .poesía imite un objeto con la tranquila presencia de un objeto. Su musa poética es
determinado, como hace la plástica, o en cambio, como la música, no pro­ casta, supraterrena, incorpórea, santa, como su religión; y
duzca más que un determinado estado de dnimo sin que para ello necesite
de ningún objeto preciso, puede llamarse poesía plástica o musical. Esta se­ debemos confesar admirados que nunca ha descendido de
gunda expresión no se refiere pues únicam ente a aquellos elementos que estas alturas aunque alguna vez se haya perdido en ellas.
en realidad, y por su materia, son música, sino en general a todos los efec­
tos que la poesía puede producir sin limitar la imaginación po � un objeto
Por eso no tengo reparo en declarar que abrigo mis t.e mo­
determinado: Si prefiero llamar poeta mus �cal a Klopstock, es Justamente res por la sensatez de quien adopte la obra de este poeta,
en este sentido. real y sinceramente, como libro de cabecera, es decir como

110 1 11
libro con el cual pueda uno armonizar sea cual sea la situa­ Quizás debiera yo, antes de pasar a otro tema, recordar
ción en que se encuentre, y volver a él una y otra vez; y es­ también los méritos de Uz, Denis, Gessner (en su Mu'e rte de
toy por decir también que ya hemos visto en Alemania bas­ Abel), Jacobi, von Gerstenberg, Holthy, von Gockingk y mu­
tantes frutos de su peligrosa influencia. Sólo en ciertos esta­ chos otros dentro del mismo género, todos los cuales nos
dos de exaltación es cuando podemos buscarlo y sentirlo; -conmueven por .i deas y han compuesto poesía sentimental
por eso también es el ídolo de la juventud, aunque dista en el sentido antes fijado. Pero mi intención no es escribir
·
mucho de ser su elección más feliz. La juventud, que se es­ una historia de la poesía alemana, sino aclarar lo dicho más
fuerza siempre en elevarse por encima de la vida y huye de arriba por algunos ejemplos tomados de nuestra literatura.
toda forma y halla estrecho todo límite, recorre con amor y Quería mostrar la diversidad del camino recorrido hacia
deleite los espacios infinitos que abre para ella este poeta. una misma meta ·por poetas antiguos y modernos, ingenuos
Pero cuando el mozo se hace luego hombre y vuelve del rei­ y sentimentales; quería mostrar que si los unos nos mueven
no de las ideas a las limitaciones de la experiencia, pierde por la naturaleza, la individualidad y la viviente sensoriaU­
mucho, muchísimo de aquel amor entusiasta, aunque nada dad, los otros, valiéndose de ideas y de una elevada espiri­
pierda del respeto que todos deben, y particularmente los tualidad, revelan influjo no menos poderoso sobre nuestras
alemanes, a fenómeno tan singular, a genio tan extraordina­ almas; aunque sí menos amplio.
rio, a tan refinado sentimiento y a tan alto mérito. Por los ejemplos citados hemos visto cómo trata el poeta
He dicho que este poeta sobresale especialmente en el sentimental un argumento natural; pero también podría ser
género elegíaco, y apenas será necesario justificar por lo interesante saber cómo se conduce el poeta ingenuo ante
menudo esta afirmación. Capaz de toda fuerza y maestría un argumento sentimental. Este problema parece completa­
en el ámbito entero de la poesía sentimental, puede llenar­ mente nuevo y de muy especial dificultad, ya que en el
nos de agitación por arranques de extremo patetismo o me­ mundo antiguo e ingenuo no existía tal especie de argumen­
cernos en sentimientos de dulzura celestial; pero su cora­ tos, mientras en el moderno quizá falte el poeta adecuado.
zón se inclina de preferencia a una melancolía de elevada Sin embargó el genio ha abordado también este problema y
espiritualidad: por muy sublimes que sean las melodías de lo ha resuelto de manera admirablemente feliz. Un carácter
su arpa y de su lira, las lánguidas notas de su laúd resona­ que abraza con ardor un ideal y huye de la realidad para
rán siempre con tono más sincero, más hondo y más con­ · perseguir un ente infinito e inmaterial; que busca incesante­
movedor. Pregunto a cualquier espíritu de sensibilidad afi­ mente fuera de sí lo que incesantemente destruye dentro de
nada si no daría toda la audacia y fuerza, todas las ficciones, sí mismo; para quien sólo sus sueños son lo real y sus expe­
todas las descripciones magníficas, todas las muestras de riencias no son nunca otra cosa que limitaciones; que, en
elocuencia oratoria de la Mesíada, todo el centelleo de las fin, en su propia existencia ve no más que una barrera a la
metáforas en que tan particularmente feliz es nuestro poe­ cual, como es justo, derriba también para alcanzar la reali­
ta, por los tiernos sentimientos que exhalan la elegía a dad verdadera, este peligroso extremo del carácter senti­
Ebert, el espléndido Bardale, las Tumbas temprq.nas, la No­ mental lo ha tomado como asunto un poeta en quien Ja na­
che de estío, el Lago de Zurich y muchos otros poemas de turaleza obra más fiel y límpidamente que en ningún otro, y
esta especie. Y así estimo la Mesíada como un tesoro de que entre todos los poetas modernos es quizás el que me- ·

emociones elegíacas y de cuadros ideales, aunque me satis­ nos se aleja de la verdad sensible de las cosas.
faga muy poco como exposición de un argumento y como Es interesante ver con qué feliz instinto ha venido ·a con­
obra épica. centrarse en el Werther todo aquello que nutre el carácter

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}
sentimental: una desdichada exaltación amorosa, sensibili­ seguir con burla inexorable esta calamidad de la sensible ría
dad para la naturaleza, sentimiento s religiosos, espíritu de lacrimosa* que por mala interpretación y peor imitación d e
contemplació n filosófica, y en fin, para no olvidar nada, el ciertas obras excelentes empezó a cobrar auge en Alemania
sombrío . mundo ossiánico, informe y desolado. Si a esto se desde hace unos dieciocho años, aunque la indulgencia que
agrega la manera tan poco cordial, y hasta hostil, con que la se tiende a mostrar con la contraparte, no mucho mejor, de
realidad lo· enfrenta, y la forma en que todo, desde fuera, se esa caricatura elegíaca, con la burlonería, con la sátira de­
reúne para rechazar al atormentado hacia su m undo ideal, salmada y el capricho insípido, * * revela con bastante clari­
no se ve posibilidad alguna de que semejante carácter pu­ dad que el empeño con que se la ha castigado ·no se funda­
diera escapar· de este círculo. En e l Tasso, del mismo poeta, ba en motivos totalmente puros. En la balanza del verdade­
reaparece esta oposición, aunque entre caracteres muy dis­ ro gusto lo uno no puede valer más que lo otro, pues a am­
tintos. También en su última novela, 18 como en la primera, bos les falta el contenido estético que sólo se encuentra en
se contrapone el espíritu poético al prosaico sentido co­ el íntimo enlace de espíritu y materia y en la relación que
mún, lo ideal a lo real, el modo subjetivo de representación una obra sea capaz de mantener al mismo tiempo con la fa­
al objetivo -pero icon cuánta variedad! Y hasta en el Fausto cultad 'de sentir y con la de pensar.
volvemos a hallar la misma oposición, aunque por cierto, Se ha hecho burla de Siegwart y su historia de conven­
como el asunto lo exigía, materializada con trazos m ucho to, 1 9 y se admiran los Viajes al mediodía de Francia;2º sin em­
· bargo ambas producciones merecen igualmente cierto gra­
más gruesos por una y otra parte. B ien valdría la pena in­
tentar· una exposición del desarrollo psicológico de este ca­ do de estimación y son igualmente indignas de elogio in­
rácter, representado de cuatro maneras tan distintas. condicional. La primera de estas novelas tiene a su favor un
Ya antes hemos observado que la disposición de ánimo sentimiento verdadero aunque exasperado; la otra un hu­
. meramente ligera y jovial, cuando no se apoya en una ínti­ morismo ligero y un entendimiento despierto y fino; pero
ma plenitud de ideas, no ofrece todavía condición ninguna · así como la una care.c e por completo de la debida sobrie­
para la sátira jocosa, por muy liberalmente que el juicio co­ dad de inteligencia, así carece la otra de dignidad estética.
mún la tome por tal; y lo que no sea más que tierna melan­ La primera, frente a la experiencia, resulta un tanto ridícu­
colía y blandura tampoco ofrece semejante base a la poesía la; la otra, frente al ideal, casi despreciable. Pero como la
elegíaca. En ambos casos falta para el verdadero talento * « Propensión, como la defi ne el señor Adelung, a los sentimientos
poético ese pri ncipio de energía que debe dar vida al argu­ conmovedores y suaves, sin intención racional y más l lá de la medida ade­
cuada». El señor Adelung tiene la gran dicha de se ntir sólo con inte nción y
mento para producir la verdadera belleza. Los productos de lo que es más, sólo con intención racional. .
' '

ese género tierno, · lo único que pueden hacer es precisa­ ** Verdad es que a cierta clase de lectores no hay qÚe echarles a per­
m ente enternecernos y halagar la sensibilidad, sin confortar der .sus mezqui nos placeres, y en definitiva poco puede importar a la . crítica
que haya gentes para quienes el sórdido ingenio del señor B lumauer sirva
el corazón ni ocupar el espíritu. La continua propensión a de �dificación y entretenimiento. [ Schiller alude aquí a la parodia de la
esta forma de sensibilidad debe por fuerza acabar por ener­ fa:eida por Aloys Blumauer]. Pero por lo menos los jueces del arte ten­
var el carácter y sumergirlo en un estado de pasividad del dnan que abstenerse de hablar con cierto respeto de producciones cuya
existencia debiera en justicia permanecer oculta al buen gusto. Verdad es
cual no podrá brotar ninguna realidad ni para la vida exte­ que no les puede desconocer cierto talento y humor, pero tanto más deplo­
rior ni para la interior. Muy bien se ha hecho, pues, en per- rable e s que ambas cosas no estén mejor depuradas. Nada digo de nuestras
.
comedias alemanas; sus autores pintan los tiempos en que viven.
1 9. [Siegwart. Eine Klostergeschichte, de JOHANN MILLER ( 1 977)].
1 8. [Los Años de Aprendizaje de Wilhelm Meister, cuya primera parte 20. [Reise in die mittiiglichen Provinzen von Frankreich im Jahre
apareció en 1 794 ]. 1 785-86, de MORITZ AUGUST VON THÜMMEL].

1 14 1 15
1
belleza verdadera debe armonizar por· una parte con la na­
turaleza y por otra con el ideal, ninguna de las dos obras J Las leyes del decoro son extrañas a la naturaleza incon­
taminada; sólo la experiencia de la corrupción es lo que les
puede pretender el nombre de bella. Con todo, es natural y dio origen. Pero una vez hecha esa experiencia y desapare­
justo, y lo sé por propia experiencia, que la novela de cida la inocencia natural de las costumbres, se vuelven
Thümmel se lea con gran placer. Como sólo ofende las exi­ leyes sagradas que ningún ser moral puede infringir. Valen
gencias que nacen del ideal -exigencias que, por lo tanto, la · en 'el mundo artificial con . el mismo derecho con que las
mayoría de los lectores no se plantea en absoluto y que la leyes de la naturaleza rige n en el mundo ingenuo. Pero pre­
mejor parte de ellos no se plantea precisamente cuando se cisamente lo que hace al poeta es que anula en su espíritu
pone a leer novelas-, y como, por lo demás, las otras exigen­ todo aquello que recuerde un mundo artificial, y que sabe
cias del espíritu y del cuerpo se cumplen en grado no co- reconstituir la naturaleza en su simplicidad originaria. Y ha­
. mún, ese libro debe ser y seguirá siendo, con razón, favorito biéndolo hecho queda por eso mismo ' absuelto de todas
de nuestra época y de todas aquellas en que se escriben aquellas leyes merced a las cuales un corazón seducido se
obras literarias sin más fin que el de agradar, y en que sólo pone a cubierto de sí mismo. Es puro, es inocente, y lo que
se lee para procurarse placer. está permitido a la naturaleza inocente lo está también a él.
Pero ¿acaso la historia de la poesía no ofrece hasta obras Si tú, que lo lees u oyes, ya no lo eres, y ni siquiera puedes
clásicas que parecen ofender de manera parecida la alta pu­ volver a serlo momentáneamente gracias a su presencia pu­
reza del ideal y alejarse muchísimo, por lo material de su rificadora, es desgracia tuya y no suya. Eres tú quien lo
contenido, de esa espiritualidad que aquí exigimos a toda abando-na; é l no ha cantado para ti.
obra estética? Lo que el . lírico mismo, casto apóstol de la Podemos, pues, con respecto a este género de libertades,
musa, puede permitirse ¿1e ha de estar vedado al novelista, establecer lo siguiente:
que es apenas su hermanastro y que tiene todavía tan estre­ Primero: sólo la naturaleza puede justificarlas. No pue­
cho contacto con la tierra? Tanto más difícil me es eludir den ser, por tanto, obra del albedrío y de una imitación in­
aqu_í este problema cuanto que, así en el género elegíaco tencionada; pues en ningún caso hemos de perdonar a la
como en el satírico, hay obras maestras que parecerían bus­ voluntad, siempre orientada por leyes morales, que favo­
car y recomendar una naturaleza muy distinta de la que rezca lo sensorial. Deben ser, pues, ingenuidad Pero para
consideramos en este ensayo, y defenderla no tanto de las que podamos convencernos de que lo son realmente, tene­
malas costumbres como de las buenas. Así pues, o habría mos que verlas apoyadas y acompañadas por todas las otras
que desechar esas obras poéticas, o � s que el concepto aquí cosas que se fundan también en la naturaleza, puesto que
fijado de poesía elegíaca lo hemos admitido demasiado ar- sólo reconocemos la naturaleza en la estricta consecuencia,
bitrariamente. unidad y uniformidad de sus efectos. Sólo a un corazón que
Lo que puede permitirse al poeta, se ha dicho, lno ha de desprecia siempre todo artificio, aun en los casos en que le
tolerarse al narrador en prosa? La respuesta está ya implíci­ sea útil, le permitimos liberarse de la naturaleza allí donde
ta en la pregunta misma: lo que se concede al poeta no vale ella oprime y lim ita; sólo a un corazón que se somete a to­
eri modo alguno para quien no lo sea. Pues ya en el concep­ das las ataduras de la naturaleza le permitimos hacer uso
to del poeta, y sólo en él, va envuelta la causa de aquella li­ de sus libertades. Todos los demás . sentimientos de seme­
bertad que pasa a ser mera licencia despreciable en cuanto jante hombre han de l levar por lo tanto la marca de la natu­
no puede derivarse de los más altos y nobles elementos que ralidad. Debe ser verdadero, simple, libre, franco, sensible,
constituyen su esencia. recto. Todo disimulo, todo engaño, toda arbitrariedad, todo
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l il
mezquino egoísmo deben estar desterrados de su carácter, so, pese a todos los reparos de una frígida decencia, cuando
ni ha de haber rastro alguno de ello en su obra. sea ingenua y ,s epa reunir espíritu y corazón.*
Si se me opone que, aplicando esta medida, la mayoría
Segundo: sólo la naturaleza bella puede justificar tales li­ de la literatura narrativa francesa de ese género y sus más
bertades. No han de ser, pues, explosjón unilateral de la felices imitaciones en Alemania podrían no salir muy bien
concupiscencia, porque todo lo que procede d� la mera ne­ paradas -y que acaso lo mismo ocurriría, en parte, con mu­
cesidad es despreciable. De la totalidad y plenitud de la na­ chas producciones de nuestro poeta más gracioso y espiri­
turaleza humana deben brotar también · estas energías sen­ tual,21 sin excluir siquiera sus obras maestras-, nada tengo
soriales. Deben ser humanidad. Pero para poder decidir si que replicar. Mi afirmación carece en sí de toda novedad y
lo que las exige es la totalidad de la naturaleza human� , � sólo me limito aquí a aducir las razones para una sentencia
no sólo una necesidad unilateral y vulgar de la sensonah­ dictada sobre esta materia, desde hace ya mucho tiempo,
dad, tenemos que ver representado el todo del que e llas for­ por todos los espíritus de sensibilidad superior. Pero estos
man un aspecto aislado. En sí misma la sensibilidad senso­ mismos principios que para aquellas obras parecen quizás
rial es cosa inocente que no nos afecta. Si nos d.e sagrada en demasiado rigurosos, podrían considerarse tal vez demasia­
un hombre, es por ser rasgo de animalidad y po�que a� esti­ do benignos para algunas otras. Porque no niego que las
gua en él una falta de verdadera y cabal humanidad; �1 nos mismas razones por las cuales considero absolutamente in­
ofende en una obra poética, es sólo porque pretendiendo disculpables los cuadros seductores del Ovidio romano y
agradarnos nos considera también a nosotros como capaces del alemán,22 así como los de un Crébillon, Voltaire, Mar­
.
de semejante falla. Pero si en el hombre a qmen sorprende­ montel (que se califica a sí mismo de narrador moral),23 La­
mos en estas licencias, vemos obrar la humanidad en toda dos y de muchos otros, me reconcilian con las elegías del
su restante extensión, y si en la obra en que se han tomado Propercio romano y las del alemán,24 y hasta con más de
libertades de este género, se nos aparece expresacda la una denigrada producción de Diderot;25 pues aquéllos no
humanidad en todos sus aspectos, se elimina aquel motivo son más que chistosos, prosaicos y lascivos, pero éstos son
de desagrado y podemos entonces con no turbada alegría poéticos, humanos e ingenuos. * *
deleitarnos en la expresión ingenua de la naturaleza verda­
dera y bella. Así el mismo poeta que puede permitirse ?ª­ *
Corazón, porque no basta, ni con mucho, la pasión meramen te sen­
cernes copartícipes de sentimientos humanos tan bajos, sorial del cuadro ni la opulenta riqueza de la fantasía. Por eso el Ardinghe­
debe saber, por otra parte, elevarnos a todo lo que en el llo [Ardinghello u nd die ·glückseligen Inse/n, de WILHELM HEINSE., 1 746- 1 803 ],
hombre sea grande, bello y sublime. a pesar de toda la fuerza sensual y todo el fuego de su colorido, nunca pa­
sará de ser una caricatura lasciva sin verdad y sin dignidad estética. Sin
· embargo, esta curiosa producción será siempre memorable como ejem plo
Y de este modo habríamos encontrado la medida que
. del vuelo casi poético de que ha sido capaz la simple concupiscencia.
pudiéramos aplicar con certeza a todo poetjl que de alguna 2 1 . [Wieland].
manera se atreve a alzarse contra el decoro y lleva hasta es­ 22. [ El Ovidio alemán en JOHANN K.ASPAR MANSO ( 1 760- 1 826), autor de
tos límites su libertad en la representación de la naturaleza. Die Kunst zu lieben; Lehrgedicht in drei büchern ( 1 997) ].
23. [Alusión a los Contes moraux de MARMONTE].
Su producción será vulgar, baja y, sin excepción al� una, 24. [ GOETHE. Se le comparó con Propercio por sus Elegías romanas].
inadmisible cuando sea fría y vacua, porque mostrara en­ 25. [Alusión a Les bijoux indiscrets y La religieuse, de DIDEROT].
**
S i e l inmortal autor d e Agathon, Oberon, etc., l o menciono e n esta
tonces su origen intencionado en una necesidad vulgar y re­ compañía, debo aclarar expresamente que de ningún modo quiero confun­
velará una infame asechanza a la concupiscencia de nues­ dirlo con ella. Sus descripciones, aún las más dudosas desde este punto de
tros deseos. Será, en cambio, bella, noble y digna de aplau- vista, no tienden nunca a lo mate rial (como se ha permitido decir hace

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Idilio

Me quedan todavía por decir algunas palabras sobre


J. Idea general de esta especie poética es la represen.tación
artística de la humanidad inocente y feliz. . Como tal inocen­
cia y felicidad p arecerían inconciliables con el artificio de
esta tercera especie de la poesí� sentimental; sólo pocas pa­
uria sociedad más numerosa y de cierto grado de desarrollo
labras, pues dejo para otra OGasión el desarrollar más exten­
y refinamiento, los poetas trasladaron el escenario del idilio
samente este tema, que lo exige de especial manera. *
desde el tumulto de la ciudad a la simple vida pastori �, y lo
situaron antes del comienzo de la cultura, en la infancia de la
poco un crítico rríodern ? algo atolond �ado); en el autor de. Amo r por am ? r, humanidad. Pero es fácil comprender que semejante dispo­
y de tantas otras obras ingenuas y geniales en que se refleja con :asgos in­
confundibles un alma bella y noble, nada puede haber de semejante ten­ sición es meramente accidental, que no ha de tomarse en
dencia. Pero tengo la impresión de que le persigue un infortuni � m � y pecu­ cuenta como finalidad del idilio sino sólo como el camino
liar, y es que el plan de sus poemas hace necesari:i s estas descnpc�ones. �1
frío entendimiento que trazaba el plan se las ex.1gía; y creo qu � su senti­ más natural hacia él. La finalidad misma nunca es otra que
miento está tan lejos de favorecerlas con especial complacencia, q.ue no
.
la de representar al hombre en estado de inocencia, es de­
puedo dejar de reconocer, en su misma realizaci ?!1 · aquel fr:ío � ntend1m1 en­ cir, en una situación de armonía y de paz consigo mismo y
to. Y precisamente la frialdad en la representac1on las p e 9 ud1ca al ser juz­ .
gadas, porque sólo sintiendo ingenuamente tales descripciones pued � uno con lo exterior.
justificarlas, tanto estética como moralme nte. Pe �o que al poeta le este y er­ Pero tal situación no sólo ocurre antes de que la cultura
mitido, cuando traza su plan, exponerse a semejante peligro en su eJe� u­ comience, sino que la cultura, si ha de tener en todos los ca­
ción, v que sea lícito, en general, considerar poético un . plan que, admitá­
moslÓ, no puede. ejecutarse sin su � levar . los castos sentimiento� _ tanto del sos una sola y precisa tendericia, mira hacia ella como a su
poeta mismo como de su le � tor y sm ? ? hgar ª uno y a otro a deten � rse en
. fin último. Lo único que puede reconciliar al hombre con
asuntos que tan de grado evita un espm tu cultivado -esto es para mi mate-
ria dudosa, sobre la cual me agradaría oír una opinión i � telige � t � . todos los males a que e.s tá sometido en el camino de la cul­
*
Debo recordar una vez más que la sátira, la elegia y el id1 ho . -segun , tura es la idea de ese estado y la fe en su posible realiza­
han sido aquí tratadas, como las tres únicas maneras. posi�l � s de po : sía ción; y si sólo fuese una quimera, estarían perfectamente
sentimental- nada tienen de común con las tres especies poet1cas pa r � 1cu­
lares que se conoce n con esos nombres, a no ser el modo de s� n � ib1hdad _
propio de unos y otros. Pero que, fuera de lo.s . límites . de la poesia mgenua,
_ hdad y de p esía Y que por lo la epopeya, la novela, la tragedia, etc., no me habría entendid o en absoluto .
sólo pueda existir esa triple forma de sensib1 � . Pues el concepto de epopeya,· novela, etc., como especies poéticas singula­
tanto la división dé cuenta de todo el campo de la poesia sentimental, es
. res, no está determin ado de ningún modo, o no lo está exclusiva mente, por
cosa que puede deducirse fácilmente. d : I concepto ? e esta ú ltima. . , la manera de sentir; antes bien, sabido es que pueden realizars e bajo el in­
Pues esta poesía sentimental se distingue de la mgenua en qu.e r� f1ere a
flujo de más de una manera de se_ntir, y por lo tanto e n varias de las espe-
ideas la realidad ante la cual la ingenua se detiene, y en que aplica ideas a
lo real. Por eso, siempre tiene que vérselas al mismo tiempo. . como ya antes cies de poesía que he señalado.
Finalmen te, advierto también que si tendemo s a ver en la poesía senti­
hemos observado, con dos objetos en pug � a, a s�be �, c � n el ideal y la expe­
mental, como es justo, un género auténtico (no sólo una degenera ción) y
riencia, entre los cuales no pueden concebi rse m m.as m me � os que tres re­
_ una ampliaci ón de la verdadera poesía, hay que guardarl e también ciertos
laciones ° O es la contradicción de la realidad con el ideal, o bien su armoma,
miramie ntos en la determin ación de los géneros poéticos, así como en ge­
lo que 0cupa preferentemente el ánimo, o és � e se � iente divi? ido � ntre lo
neral en toda la preceptiv a poética, que sigue siempre fundada unilatera l­
uno y lo otro. En el primer caso e ncuentra satisfacción por la mtens � dad de
mente en la observac ión de los poetas antiguos e ingenuos. El poeta senti­
la lucha íntima, por el movimiento enérgico en el otro por la armoma de la
mental se aparta del ingenuo en aspectos demasiado esenciale s para que
vida interior, por la seren idad enérgica,· en el t.ercer? alt � rnan la ) ucha Y l �
las formas que éste ha introduci do puedan en todo momento adaptárse le
armonía, la serenidad y el movimiento. Esta triple situación afectiva da on·
sin violencia . Claro que es difícil distingui r siempre con acierto entre las
gen a tres distintas especie.s de poesí?· . a l � s .c.uales co rrespon ? en perfecta­
_ con solo lene pre· aceptacio nes requeridas por la diversida d de géneros y los subterfug ios
mente las usuales designaciones de satl ra, idilio y elegza, � que la incapacid ad se permite; pero lo que sí enseña la experien cia es que
sente la disposición en que colocan al espíritu l.os modos de poesía ex1st 7 n­
en manos de los poetas sentimen tales (aún de los más eximios) no ha habi­
tes bajo esas denominaciones, y en cuanto dejamos a un lado los medios
do género poético que siguiera siendo exactame nte lo que fue e ntre los an­
con que obtienen ese efecto.
, , . . , tiguos, y que bajo los viejos nombres se han introduci do, a menudo, géne­
Así, pues, si alguien preguntara en cual de los tres generos mcluma yo
ros m uy nuevos. -

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justificadas las quejas de quienes proclaman que el creci­ das sus ventajas, y se encuentran por esencia en necesario
miento de la sociedad y el cultivo de la mente no es más co nflicto con ella. Nos llevan pues, en teoría, haci.a atrás,
.
que un mal, y que reputan aquel estado natural, que la hu­ mientras que, en la práctica, nos hacen avanzar y nos mejo­
manidad abandonó, como su verdadero fin. Así es que para ran. Colocan desgraciadamente detrás de nosotros la meta
el hombre de quien ya se ha apoderado la cultura, tiene in­ hacia la qu � debían lle vamos, por lo cual sólo pueden inspi­
. .
finita importancia lograr una confirmación sensorial de la rarnos el triste sent1m1ento de una pérdida, no la alegría de
posibilidad de corporizar esa idea en el mundo sensible y la esperanza. Puesto que para cumplir su finalidad tienen
dar r�ali dad a aquel estado; y como la experiencia real, muy que suprimir todo arte y simplificar la naturaleza humana
lejos de alimentar esta fe, más bien la contradice de conti­ o �urre que, ofrecie � do el máximo contenido para el cora�
nuo, la facultad poética acude aquí, como tantas otras ve­ zon, ofrecen demasiado poco para el espíritu, y muy pronto
ces, en auxilio de la razón, para dar forma a aquella idea y concluye su monótono ciclo. Sólo podemos, pues, amarlas y
realizarla en un caso determinado. buscarlas cuando necesitamos del sosiego, no cuando nues­
Cierto que esa inocencia de la vida pastoril es también tras fuerzas se i �clinan al movimiento y actividad. Sólo p ue­
den curar el ammo , enfermo, no alimentar el sano· no son
una representación poética, y la imaginación debía ya, por
tanto, mostrarse creadora; pero aparte de que el problema capaces de estimular, sino de calmar. Esta falla, q� e tiene
era entonces muchísimo más simple y fácil de resolver, ya su fundamento en la índole del idilio pastoril, ningún arte
en la experiencia misma se daban los rasgos aislados, que de poetas h� pod � do remediarla. Cierto es que tampoco a
sólo era preciso escoger y enlazar en un todo. Bajo un cielo ese género hterano le faltan entusi astas aficionados, y hay
feliz, en la sencil lez del estado primitivo, con un saber limi­ bastantes lectores capaces de preferir un Amyntas y una
tado, la naturaleza se satisface sin esfuerzo y el hombre no Daph � iS:-6 a las primeras obras maestras de la musa épica y
se pervierte antes de verse estrechado por la necesidad. To­ ? ramatica; pero en tales lectores no es tanto el gusto el que
dos los pueblos que tienen historia tienen un paraíso, un es­ J � zg� de las ? � r � s como la necesidad individual, y por con­
tado de inocencia, una edad de oro; y hasta cada hombre ti�­ s1gmente su JUICIO no puede aquí tomarse en cuenta. El lec­
ne un paraíso, su edad 9e oro, que él recuerda con más o tor de inteligencia y sensibilidad no desconoce por cierto el
menos fervor según e l grado en que entre en su carácter el valor de esas composiciones, pero es más raro que le atrai­
elemento poético. La experiencia misma ofrece, pues, bas­ gan, Y t �rdan � enos en saciarle. En el momento preciso de
tantes rasgos para la pintura que el idilio pastoril tiene la necesidad ejercen, en cambio, influjo tanto más potente·
como tema. No obstante, el idilio es siempre una ficción be­ pero la verdadera belleza nunca ha de tener que aguarda;
lla y conmovedora, y el talento poético, al representarlo, ha tal ocasión, sino que más bien ha de provocarla.
trabajado en verdad por el ideal. Pues para el hombre que . Lo que a�uí reprocho al idilio pastoril se aplica única-
ya se ha apartado de la simplicidad de la naturalez� y ha mente, sea dicho de paso, al sentimental; pues el ingenuo
sido entregado · al peligroso gob.i erno de su r';\.zón, es de nunca puede padecer falta de contenido, ya que esto va im­
enorme importancia volver a contemplar las leyes de la na­ plicado en su m isma forma. En efecto, toda poesía debe te­
turaleza en un claro paradigma y poder purificarse una vez ner co ntenido inf�n ito (sólo por eso es poesía), pero cabe
. .
más, en este fie l espejo, de las corrupciones del arte. Pero cumplir este reqms1to de dos modos diversos. Puede ser un
hay en esto una circunstancia· que quita mucho de su valor
estético a tales composiciones. Puestas antes del comienza 26. [Amyntas, de EWALD VON .KLEIST ( 1 7 1 5- 1 9)· Daphnis de SALOMÓ
N
GESSNER ( 1 730-88 )] .
I I

de la cultura, excluyen, .ª la vez que sus inconvenientes, to-

1 22 1 23
infinito por su forma, cuando representa su objeto con to­ i insignit icante. As1, agraaara

t
nasta c1c1 Lu p u1 uv " Lvwu v u.... ... .....

dos sus límites, cuando lo individualiza, y puede ser un infi­ de lectores, sin excepci ón, porque procura unir lo ingenuo y
nito por su materia, cuando quita a su objeto todos los lími­ lo sentime ntal y satisface de esta manera, en alguna medi­
tes, cuando lo idealiza; es decir, ya por una representación da, las dos condici ones opuesta s que pueden exigirse de un
absoluta, ya por representación de algo absoluto. El primer poema; pero como el poeta, en su esfuerzo de reunir ambas
camino es el que sigue el poeta ingenuo; el segundo, el sen­ cosas, no hace plena justicia a la una ni a la otra, y así ni es
timental. El ingenuo no puede errar, pues, en el contenido, d �l todo naturaleza ni es del todo ideal, no puede por eso
con tal que se atenga fielmente a la naturaleza, que es siem­ mismo arrostrar satisfac toriamente el fallo de un gusto ri­
pre y en todo respecto limitada, vale decir, infinita por la ·guroso , que en materia estética no tolera cosas a medias . Es
forma. En cambio, al sentimental le estorba la naturaleza ·curios o que este defecto se extiend e tambié n al lenguaje de
con su permanente limitación, pues ha de poner en su ob­ Gessne �, que vacila, sin decidirse, entre la poesía y la prosa,
jeto un contenido absoluto. El sentimental, por lo tanto, no como s1 el poeta temiera que el verso lo alejara demas iado
sabe aprovechar bien su ventaja cuando toma prestados del de la natura leza real y que la prosa le hiciera perder su vue­
ingenuo sus objetos, que en sí mismos son por completo in­ lo poético . Más alta satisfac ción nos proporciona Milton
diferentes y que sólo por la manera de ser tratados se vuel­ con su magnífi ca descrip ción de la primera pareja humana
ven poéticos. Se impone así, sin ninguna necesidad, los mis­ y del estado de inocen cia en el Paraíso -el más bello idilio
mos límites que el ingenuo, pero sin tener la posibilidad de que conozco en el género sentim ental. Aquí la natura leza es
realizar plenamente la limitación ni de competir con él en noble, espirit ual, rica a la vez en superfi cie y en profun di­
el carácter absolutamente determinado de la exposición, dad; el más alto conten ido human o se viste de la forma· más
cuando debería más bien alejarse del poeta ingenuo en lo graciosa .
tocante al objeto, ya que sólo mediante el objeto puede Es decir que tambi�n en el idilio, como en todos los
compensar las ventajas que el ingenuo le lleva en la forma. . otros géneros poéticos, hay que elegir de una vez por todas
Si aplicamos ahora lo dicho al idilio pastoril de los poe­ entr: la in � ividualidad y la idealidad; pues querer cumplir
tas sentimentales, quedará aclarado por qué estos poemas, al mismo tiempo con ambos requisitos, mientras no haya­
a pesar de todo su despliegue de genio y arte, no pueden sa­ mos alcanzado la meta de la perfección, es el camino más
tisfacer plenamente al corazón y al espíritu. Han realizado seguro para errar en lo uno y en lo otro. Si el moderno se
un ideal conservando sin embargo el estrecho y mezquino siente fo bastante poseído d e espíritu griego para qt:ie, no
ambiente pastoril, cuando lo cierto es que hubieran debido obstante lo rebelde de su materia, pueda competir · con los
l · elegir, o un mundo distinto para e l ideal, o una distinta ma­ griegos en el propio terreno de ellos, es decir en el de la
'-
nera de representación para ese ambiente de pastores. Per­ poesfa. ingenua, hágalo en fo rma plena y exclusiva y sobre­
siguen el ideal hasta el punto justo en que la representación póngase a- todas las exigencias del gusto sentimental de la
rt. pierde en cuanto a su verdad individual, y por otr? la� o al­ época. Cierto que difícilmente podrá alcanzar a su modelo ·
I� canzan tal grado de individualidad que el contenido ideal entre el original y el más feliz imitador mediará siempr�
resulta perjudicado. Un pastor de Gessner, por ejemplo, no una notable distancia. Pero en ese camino tendrá, no obs­
puede entusiasmarnos como naturaleza ni po � la �delida� tante, la certidumbre de producir una obra genuinamente
de la imitación, pues para esto es un ser demasiado ideal, m poética.* Si en cambio el impulso poético sentimental lo IIe-
puede tampoco satisfacernos como un ideal por la infinitud * Nuestra li � eratura alemana se ha e �riquecido hace poco, y hasta en ver­
de la idea, pues para esto otro es una criatura demasiado dad se ha ampliado, con una obra de esas calidades: la Luise de Voss. Este

1 24 1 25
J
. f.
va hacia el ideal, persígalo también p lenamente, con toda librio, no del estancamiento de las fuerzas; de la plenitud,
pureza y no se detenga antes de alcanzar la cumbre, sin vol­ no de la vaciedad, y que se acompaña de un sentimiento de
ver la mirada para ver si la realidad puede seguirle. Desde­ infinito poder. Pero precisamente porque se hace a un lado
ñe el indigno expediente de rebajar el contenido del ideal toda resistencia, resulta aquí muchísimo más difícil que en
para ajustarlo a la indigencia humana, y de eliminar el espí­ los dos géneros poéticos prec�dentes provocar el movimien­
ritu para poner en juego el corazón con tanta mayor facili- to, sin el cual no es posible imaginar, en ningúr1 caso, efecto
. dad. No nos vuelva a llevar a la infancia para que compre­ poético alguno. Debe haber la más perfecta unidad, pero sin
mos con las más preciosas adquisiciones del entendimiento
una quietud que no puede durar más de lo que dure el so­ J
.,
que quite nada a la multiplicidad; se ha de satisfacer el áni­
mo, pero sin que por ello cese el esfuerzo y afán. La solu­
por de nuestras fuerzas espirituales; antes bien, háganos ción de este problema es precisamente lo que la teoría del
avanzar hacia nuestra mayoridad para darnos a sentir la ar­ idilio ha de proporcionarnos.
monía superior que reco�pensa al que lucha y hace feliz al Sobre las relaciones entre uno y otro género, y entre am­
que verice. Propóngase un idilio que realice también aque­ bos y e l ideal poético, hemos llegado, pues, a las siguientes
lla inocencia pastori l en hombres .cultivados y en todas las conclusiones.
circunstancias· de la vida más activa y fogosa, del pensa­ La naturaleza ha concedido al poeta ingenuo e l don de
miento más amplio, del arte. más depurado y sutil, del más obrar siempre como unidad indivisa, de ser en todo instan­
alto refinamiento social; tm idilio, en suma, que guíe al te un todo autónomo y completo, y representar al hombre
hombre hasta. el Elíseo, ya que no podemos volver a la Ar- en su realidad, de acuerdo con su pleno contenido. Al senti­
cadia. .
·
mental le ha conferido el poder, o más bien le ha impreso el
El conce pto de este idilio es el de un conflicto plena­ vivo impulso, de reconstituir por sí mismo aquella unidad
mente resuelto tanto en el individuo como en la sociedad, que la abstracción había anulado en él; de completar en sí
el de una libre amalgama de las inclipaciones con la ley, el la humanidad, y de transportarse de un estado de limita­
de una naturaleza purificada y elevada a suprema dignidad ción a otro de infinitud.* Pero tarea común de ambos es dar
moral; .. en pocas palabras, no es otro que el ideal de la belle­ a la naturaleza humana su plena expresión, sin lo cual ni si­
za aplicado a la vida real. Su carácter consiste, pues, en que quiera podrían llamarse poetas; sólo que el poeta ingenuo
toda oposición entre la realidad y el ideal, que había propor­ aventaja siempre al sentimental por la realidad sensible, ya
cionado materia a la poesía satíric:a y a la elegíaca, aparezca
completamente resuelta y cese también con ello toda pugna , *
Para el lector que examine las cosas con criterio científico, he de ad­
de sentimientos. La impresión dominante de esta forma vertir que los dos modos de sentimiento, pe nsados en su concepto más
poética sería pues la serenidad, pero la serenidad · de la per­ alto, están entre sí en la misma relación en que están la primera categoría y
la tercera, dado que ésta surge siempre al enlazar la primera con su opues­
fección, no la de la indolencia; serenidad que fluye del equi- to. En efecto, lo opuesto del sentimiento ingenuo es el entendimiento refle­
xivo, y el estado de ánimo sentimental resulta del esfuerzo de reconstituir
e l sentimiento ingenuo, según el contenido, inclusive bajo las condiciones de
idilio, aunque no esté enteramente libre de influjos sentimentales, pertene­ la reflexión. Esto sucedería mediante el ideal realizado, en que el arte vuel­
ce por completo al género i ngenuo y llega a em.u lar con raro éxito los mejo­ ve a e ncontrarse con la naturaleza. Si se recorren aquellos tres conceptos
res modelos griegos por su verdad invidual y por . lo recio de su naturaleza. de acuerdo con las categorías, la naturaleza y el correspondiente estado de
Por eso, y para mayor 'gloria suya, no adm ite comparación con n ingún poe­ ánimo sentimental se hal larán siempre en la primera; el arte, como supre­
ma moderno de su clase, sino que ha de equipararse con los modelos grie· sión de la naturaleza por el entendimiento en libre actividad, en la segun­
gos, con los que comparte también el tan raro privilegio de procurarnos un da, y, finalmente, el ideal en que e l arte acabado vuelve a la naturaleza, en
goce puro, preciso y siempre igual. la tercera.

1 26 1 27
que cumple como hecho real lo que el otro apenas trata de mergirnos contemplativamente en nosotros mismos, donde
alcanzar. Y esto es también lo que experim enta todo aquel para el anhelo excitado encontramos alimento en el mundo
que se observe a sí mismo cuando goza de un poema inge- . de las ideas, en lugar de tender hacia objetos sensibles
nuo. En tales momento s siente que están activas todas las proyectándonos fuera de nosotros. La poesía sentimental es
fuerzas de su humanid ad; no necesita nada; es un todo en sí fuente de recogimiento y silencio, y a ello nos invita; la in­
mismo; sin h-acer ninguna distinció n en su sentimie nto, se genua es hija de la vida, y a la vida vuelve a conducirnos.
deleita a la vez en su actividad espiritua l y en su vida sensi­ He dicho que la poesía ingenua es un favor de la natura­
b le. En muy otro estado de ánimo lo coloca el poeta senti­ leza, para recordar que la reflexión no tiene en ella partici­
mental. En este caso no siente más que un vivo impulso de pación alguna. Es un lance feliz que no necesita mejora
producir dentro de sí la armonía que de hecho experime n­ cuando sale bien, pero que tampoco la admite cuando falla.
taba en el otro caso; de transform arse en un todo; de exte­ Toda la obra del talento ingenuo se cumple cabalmente en
riorizar en forma perfecta .la humanid ad que hay en él. Por la sensibilidad; ahí radica su fuerza y su límite. Si no ha em­
eso el espíritu está aquí en movimien to, tenso, fluctuant e pezado, pues, por sentir poéticamente -es decir, en forma
entre sentimie ntos contradi ctorios, mientras allí está sose­

J
plenamente humana-, no habrá arte que pueda ya reparar
gado, distendido , en armonía consigo m ismo y plenamente esta falta. La crítica sólo podrá ayudarle a advertir la falta,
satisfecho. pero no reemplazarla por belleza alguna. Todo lo que el
Pero si el poeta ingenuo aventaja por un lado al senti- poeta ingenuo haga, debe hacerlo por su naturaleza; poco
mental en la realidad de su objeto y puede dar existenc ia es lo que puede por su libertad. Y cumplirá plenamente las
sensible a aquello para lo cual el sentimental sólo puede exigencias implicadas por su definición, en cuanto la natu­
provocar un vivo anhelo, el sentimental tiene a su vez sobre raleza obre en· él de acuerdo con una interior necesidad.
el ingenuo la gran ventaja de que está en condicio nes de Ciertamente, todo lo que ocurre por naturaleza es necesa­
dar al anhelo un objeto más ·grande que el que el ingenuo ha rio, y lo es . también todo producto -por muy malogrado que
logrado y podía lograr. Sabido es que toda realidad se que­ resulte- del talento ingenuo, al cual nada es más extraño
da a la zaga del ideal; todo lo existente tiene sus límites, que la arbitrariedad; pero una cosa es la coacción del ins­
pero el pensami ento es ilimitado . Así es que de esa limita­ tante, y otra la inte rior necesidad del todo. Considerada
ción, a que toda cosa sensible está sometida, padece tam­ como un todo, la naturaleza es autónoma e infinita; en cam­
bién el poeta ingenuo, mientras que la absoluta libertad de bio, en cada uno de sus efectos, tomado aisladamente, es
la ideación viene a beneficia r al sentimental. El uno cumple necesitada y limitada. Por lo tanto, esto se aplica también a
pues su cometido ; pero ese comeitdo es ya de por sí de al­ . la naturaleza del poeta. Aun el momento más feliz en que él
cance limitado; el otro, aunque ciertame nte no cumple del pueda encontrarse, depende de una situación· anterior; de
todo el suyo, tiene por misión un infinito. Jambién en este ahí que sólo pueda atribuírsele asimismo una necesidad
punto puede ilustrarle a cada cual su propia experien cia. condicionada. Ahora bien, el problema que se le plantea al
De la lectura del poeta ingenuo pasa uno fácil y gustosa­ poeta es elevar una situación particular a totalidad humana,
mente a la efectiva actualidad; el sentimental siempre nos darle por consiguiente un fundamento absoluto y necesario
predispo ne, por unos instantes , contra la vida real. Esto en sí mismo. Del momento del entusiasmo ha de borrarse .
proviene de que la infirtitud de la idea dilata nuestro espíri­ pues, toda huella de necesidad temporal, y el objeto mismo :
tu, por decir así, más allá de su diámetro natural, de suerte por muy limitado que sea, nd debe limitar al poeta. Fácil­
que nada de cuanto existe puede ya llenarlo. Preferimo s su- mente se comprenderá que esto es sólo posible en la medí-

1 28 1 29
da en que el poeta aporte al objet ó una absoluta libertad y el libre albedrío, cuya expresión es siempre la dignidad.
riqueza de aptitudes y esté ejercitado .en abarcarlo todo con Toda bajeza moral es real naturaleza humana, pero no es
su plena humanidad. Pero tal ejercitación sólo puede dárse­ -esperémoslo así- verdadera naturaleza humana, que no
la el mundo en que vive y con el cual tiene inmediato con­ puede ser sino noble. Son incalculables las aberraciones del
tacto. El poeta ingenuo está, pues, con respecto al mundo gusto a que ha llevado, tanto en la crítica como en la crea­
empírico, en · una dependencia que el sentimental no cono­ ción misma, ese confundir la naturaleza humana real con la
ce. Éste, . ya lo sabemos, comienza . a obrar en el punto en ver�adera: las trivialidades que en poesía se admiten y has­
que aquél termina; su. fuerza consiste en completar, co.n lo. ta se elogian porque d esgraciadamente son naturaleza real,
que extrae de sí mismo, un objeto incompleto, y transportar­ el placer con que ciertas caricaturas que lo oprimen a uno y
se, por su propia fuerza, de un · estado de limitación a otro lo ahuyentan del mundo real se ven cuidadosamente con­
de libertad. Así el poeta ingenuo necesita recibir de fuera servadas en el mundo poético como fieles retratos de la
una ayuda ahí donde el s�ntimental se nutre y depura por vida. El poeta puede, sin duda, imitar también la naturaleza
sí mismo; debe ver a su · alrededor una naturaleza rica en mala, y en el caso del satírico esto ya va envuelto en su mis­
formas, un mundo poético, una huma!lidad ingenua, pues ma definición; pero entonces su bella naturaleza propia ha
ha de completar su obra en la impresión sensible. Cuando de transpo rta r el objeto, y la materia ruin no ha de arrastrar
le falta esta ayuda exterior, cuando se ve rodeado de una consigo hacia tierra al imitador. Con tal que él mismo, por
materia insulsa, pueden ocurrir dos cosas. Si el género es lo lo menos en el momento en que escribe, sea naturaleza hu­
que prevalece en él, se sale de su especie y se vuelve senti­ mana verdadera, nada importa lo que nos pinte; pero si he­
mental con tal de seguir siendo poético; o, si el carácter es­ mos de soportar un cuadro exacto de la realidad, será ex­
pecífico mantiene su preponderancia, se sale de su ·género y, clusivamente el que semejante poeta nos ofrezca. iAy de no­
con tal de seguir siendo naturaleza, se vuelve naturaleza co­ sotros los lectores si la mueca se refleja en la mueca, si el
mún. El primer caso sería el de los más exim ios poetas sen­ flagelo de la sátira cae en manos de aquel a quien la natura­
timentales de la antigüedad romana y de los tiempos mo­ leza había señalado para manejar látigo mucho más severo,
dernos. Nacidos en otro siglo, trasplantados bajo otro cielo, si unos hombres que, desnudos de todo lo que se llama es­
ellos, que hoy nos conmueven por sus ideas, nos habrían píritu poético, sólo poseen la habilidad simiesca de la imita­
encantado por su verdad individual y su belleza ingenua. ción ordinaria, la ejercen, de modo horrible y repugnante, a
Del otro inconveniente, me cuesta creer que pueda librarse costa de nuestro gusto!
del todo un poeta que, en medio de un mundo ordinario, . no Hemos visto que aun para el poeta ingenuo verdadero
u
·

se res elva a abandonar la naturaleza. puede volverse peligrosa la naturaleza común; pues, en fin
La naturaleza real, por supuesto. Pero nunca se podrá de cuentas, esa bella armonía entre el sentir y el pensar que
distinguir de ella con bastante cuidado la naturaleza ve rda­ constituye su carácter no es nada más que una idea, que en
dera, que es el asunto de los poemas ingenuos. La naturale­ realidad nunca se alcanza del todo, y hasta en el genio más
za real existe en todas partes, pero tanto más rara es la na­ feliz de este tipo de sensibilidad siempre aventajará en algo
turaleza verdadera, pues a ella corresponde una necesidad a la voluntad autónoma. Pero la sensibilidad depende siem­
interior de la existencia. Es naturaleza real todo estallido de pre, en mayor o menor grado, de la expresión exterior, y
la pasión, por muy vulgar que sea; podrá ser también natu­ sólo un continuo movimiento de la facultad creadora (lo
raleza verdadera, pero no verdadera naturaleza humana; que no pued e esperarse de la naturaleza humana) podría
pues ésta exige que en todas sus manifestaciones participe impedir que la m ateria ejerciera a veces ciego imperio so-
1 30
131
bre la sensibilidad. Y siempre que esto ocurre, el sentimien­ tófan es y Plau to y en el de casi todo s los poet as
to poético se torna vulgar.* que des­
pués de ellos sigui eron sus huel las. Cuán to nos hace desc
Entre todos los takntos de este tipo ingenuo, desde Ho- en­
der a vece s el subl ime Shak espe are; con qué trivi
mero hasta Bo dmer, ninguno hubo que evitara por comple­ alidades
nos atormen tan Lope de Vega, Moli ere, Regnard, Gold
to este escollo; pero no hay duda de que para quienes ofre­ oni; a
qué ciénaga nos arrastra Holb erg. Schlegel,27 uno de
ce mayores peligros es para los que tienen que ponerse en los más
espi ritua les poet as de nuestra patr ia, y a cuyo talen
guardia contra un ambiente vulgar, o los que, p � r falta de to no
. pued e culp arse de que no brill e entre los prim eros
disciplina, han caído en un estado de abandono mtenor. A de esta
clase ; Gell ert, poet a verd aderame nte inge nuo; así
lo primero se debe el que aun escri tores cultos no siempre com o Ra­
bene r, y el mism o Less ing, si se me perm ite aquí
se eximan de vulgaridades, y lo otro ha impedido a muchos nom brarlo
-Les sing , ilust rado adepto de la críti ca y tan vigil
magníficos talentos conquistar el puesto a que la naturaleza ante juez
de sí m ismo-, hasta qué punto no expí an todos, en
los llamaba. Los autores de comedias, cuyo genio es el que may or o
men or med ida, el i nsíp ido carácter de la naturalez
m ás se nutre de la vida re a l, son por eso m ismo los más ex­ a que e s­
cogi eron para mat eria de su sátira. De los escr
puestos a la vulgaridad, como vemos en el eJemplo de Aris- itore s más
mod erno s de este géne ro no mencion o a ning uno,
pues a
ning uno pue do exce ptuar.
En la poesía antigua podemos enc� mtrar las � ejores pru � bas de la Y por si no fuera bast ante que el poet a inge nuo
corra el
*

depe ndencia del poeta ingenuo con relación a su obJet? y de la importa� ­ p�ligro de acercars e dem asiado a una reali dad
cia considerable -más aún, total- de su manera de sentir. Los poemas anti­ pros aica,
guos son hermosos cuando lo es la naturaleza dentro � fuera de ellos; pero ocurre que, por la facilidad con que se expr esa,
_ los poemas. To ? o
y prec isa­
apenas se vuelve vulgar, el espíritu abandona tamb1en mente por esa may or apro ximación a la vida real,
lector de fino sentimiento experimentará por ejemplo, ante sus descnp . io­ da áni­
� mos al imit ador vulg ar para ensayarse en el terre
nes de la naturaleza femenina, de la relación entre ambo � sexos Y � special­ no poét i­
mente del amor, cierta impresión de vaciedad y � e hastio que el i ? genuo co. La poes ía sent imen tal, aunq ue bast ante pelig
rosa desd e
realismo de la descripción es incapaz de borrar. Sin pretender aqm defen­ otro pun to de vista, com o dem ostraré lueg o, man
der ese modo de exaltación que por cierto no ennoblece a la naturaleza tiene sj­
sino que se desentiende de ella, habrá 9ue admitir, espero, que la n � t� rale­ quie ra aleja das a esta s gent es, pues no es para todo
: s elevar­
za es capaz, con respecto a esa relacion . entre �os sexos ·"'! · el sent1mi � nto se hasta las idea s; en cam bio, la poes ía inge nua
amoroso, de mayor elevación que la que los antiguos le di �ron. Conoci � as les hace
son, por lo demás, las circunstancias accidentales que e ntre ,i-�os se opoman
cree r que ya el mero sent imie nto, el mero hum
or, la mera
al ennoblecimiento de tales afectos. Que lo que en esta r:n ate �ia retuvo a los imit ació n de la natu ralez a real hace n al poeta. Pero
nada es
antiguos en una etapa inferior fue li � itación, no nec� s1dad mterna, nos lo más repu lsivo que un carácter trivi al cuan do · le
enseña el ejemplo de poetas más recientes que han ido mucho mas
.
, le3os da por que­
que sus predecesores sin salirse, no obstante, de la naturaleza. No hab �a­
rer ser amable e inge nuo -él, que debi era ocul tarse
... bajo to­
mos aquí de lo que los poetas sentimentales han sa? 1do _ �acer de es� obje­ dos los ropajes del arte para esco nder lo repu gnan
te de su
to, pues ellos, rebasando la naturaleza, marchan h � cia lo ideal, Y su eJe i:n plo índo le. De ahí tamb ién las inde cible s bob erías
nada puede demostrar por lo tanto contra los antiguos; sólo nos refer� mos que bajo el
a cómo el mismo objeto ha sido tratado por poetas verdaderamente i nge· títul o de cancione s inge nuas y hum oríst icas se deja
n cantar
nuos, por ejemplo en el Sakuntala, en los trova ? or: s, en muchas novelas y los alem anes y que suel en dive rtirl os infin itam
epopeyas caballerescas, y en Shakespeare, en F1eldmg y tantos otr? s escri­ ente ante
una mesa bien prov ista. Se toleran esta s mise
tores 1 inclusive alemanes. Con esto se hubiera dado, para los antiguos, e l rias dand o
caso de espiritualizar desde dentro, por el sujeto, lo �ue des � e fuer� .era carta blanca al capr icho , al sent imie nto- pero un
una materia demasiado tosca; de compensar el contem� o poético, deficien­
capricho ,
un sent imie nto que nunca pros crib irem os con bast
te para la sensibilidad exterior, por medio de la reflex.i ón; �e .comp letar la ante cui­
dado . En esto las musas de orillas del Pleis se
naturaleza con la idea; en suma, de transformar un ? bJeto hm1tado e � otro se destacan
infinito por obra del sentimiento. Per<? eran poetas mgenu� s, no sentimen­
tales; con la sensibilidad exterior terminaba, pues, su cometido. 27. [Johann Elias Schlegel ( 1 71 8- 1 749)].

1 32
1 33
por lo peculiar de su coro quejumbroso, y a ellas contestan un círculo de dignos amigos. Una sensibilidad bien afinada
las camenas del Leine y del Elba28 coq no mejores acordes.* nunca peligrará, sin duda, de confun dir estos productos de
Por mucho que sea lo insípido de estas bromas, no es la naturaleza vulgar con los espirituales frutos del talento
menos lo lastimero de las pasiones que resuenan en nues­ ingenuo; pero lo que escasea es precisamente esa pureza de
tros escenarios trágicos, pasiones que, en vez de imitar a la afinación y las más veces no se pretende otra cosa que satis­
verdadera naturaleza, sólo logran una expresión torpe e in­ facer una necesidad sin que el espíritu formule exigencia al­
noble de la realidad, de suerte que cada vez que asistimos a guna. La idea -tan mal entendida, por muy verdadera que
una d � estas orgías de lágrimas nos parece precisamente sea en sí misma- de que nos recreamos en· las obras del espí­
como si hubiéramos cumplido con u� enfermo yendo a visi­ ritu bello, contribuye por su parte considerablemente a ·esta
tarlo ai hospital, o como si hubiéramos leído La m iseria hu­ indulgencia, si es que puede hablarse de indulgencia allí
mana de Salzmann.29 Peor aún es el caso de la poesía satírica
donde no se sospecha nada que sea más elevado y donde
y en especial de la novela humorística, que está� ya por su tanto el lector como el escritor encuentran satisfacción de
naturaleza tan próximas a la vida común y que por lo tanto igual modo. Pues la naturaleza vulgar, cuando ha sido pues­
debieran en justicia, como todo puesto fronterizo, ponerse ta en tensión, sólo puede recrearse en la vaciedad; y hasta el
precisamente en las mejores manos. Por cierto que el me­ intelecto superior, si no se apoya en un proporcionado cul­
nos l lamado a convert irse en pinto r de su época es aquel tivo de los sentimientos, sólo descansa de sus fatigas en un
que sea criatura y caricatura de ella; pero como es cosa tan goce sensorial falto de toda espiritualidad.
fácil encontrar algún personaje divertido, o aunque sólo sea Si el genio poético debe poder e levarse, con libre y autó­
un horribre gordo, entre lo s conocidos, y trazar su mueca noma actividad, por encima de todos los límites accidenta­
sobre el papel con cuatro plumazos,30 los �nemigos jurados les, inseparables de cualquier situación determinada, para
de todo espíritu poético sienten, a v�ces la comezón de cha­ alcanzar la naturaleza humana en su absoluto poder, no
pucear en este oficio y deleitar con tan hermoso . parto a debe, por otra parte, trasponer los límites necesarios que el
concepto de naturaleza humana comporta; pues su misión y
. esfera es lo absoluto, pero sólo dentro de la humanidad. He­
28 . [Alusión a los c olaboradores del Almanaque de las Musas, de Leip-
mos visto que el talento ingenuo corre el riesgo, no por
.

zig, Gotinga y Hamburgo] . . .


Estos buenos amigos han recibido muy mal la� censuras . que, . hac� cierto de transgredir esta esfera, pero sí de no llenarla total­
.

*
·
unos años, hizo un crítico en la Allgemeine Literaturzeitung [el mismo Schi­ mente, cuando cede demasiado a una necesidad exterior o a
ller, en 1 79 1 ] a los poemas de Bürger, y la furia con que dan coces contra el
aguijón parece demostrar que ellos creen defender, con la causa de ese la exigencia acddental del momento, a costa de ·la necesi­
poeta la suya propia. Pero en esto andan muy errados. Aquel reproche po· dad interior. En cambio e l genio sentimental, en su afán de
día v �ler sólo para un verdadero genio poético que, ricame nte dotado por
la naturaleza, había omitido el desarrolla� con . s� cultura p ersonal aq� el
alejar de la naturaleza humana todo límite, está expuesto al
_ peligro de anularla por completo y de elevarse no sólo,
raro don. A semejanta espíri tu podía y debia aphca.rsele. la mas alta medida
del arte, porque poseía en sí m isma la fue � necesan ara llenarla, en
�p como puede y debe, a la absoluta posibilidad, más allá de
cuanto se lo propusiera seriamente; pero sena a la vez ndiculo y cruel pro­
ceder de modo análogo con gentes en quienes �a natur�leza n <;> ha pen��do toda realidad determinada y limitada -o sea de idealizar-,
y que con cada producto que sacan a la luz exhiben un irrebatible certifica- sino de trasponer todavía la posibilidad · misma- es decir, de
do de pobreza divagar. Esta falla, por supertensión, se funda en el carácter
29. [Karl von Karlsberg oder über das menschliche Elend ( 1 788), nove 1 a
.

de CHRISTIAN GOTTHILF SAUMANN ( 1744- 1 8 1 1 ). propio de su procedimiento, del mismo modo que la falla
30. [Alusión a la Geschichte eines dicken Mannes ( 1 749) de FRIEDRICH Nl- opuesta, la flojedad, tiene por base e l método peculiar del
COLAI ( 1 733- 1 8 1 1 )].
talento ingenuo. Porque éste deja obrar ilimitadamente a l a
1 34
1 35
natu raleza, y como la natu ralez a, .e n sus man ifesta
temp orale s tomadas una a una, pade ce siem pre depe
cion es
nden­
erá
j ciado como representable y ardstico, pues de lo contrario
ya es b �stante con que no se contradiga a sí mismo. Si se
contradice, ya no se trata de exaltación, sino de absurdo,
cia y nece sidad , el senti mien to ingen uo nunc a perm anec puesto que lo que no tiene realidad ninguna no puede tam­
r frent e a las dete rmi­
lo basta nte exaltado para pode r hace poco sob :epasar su medida. Pero si ni siquiera se anuncia
tal,
nacio nes accid enta les del mom ento . El genio senti men como objeto para la fantasía, tampoco habrá exaltación
ideas
por el cont rario , aban dona la reali dad pára eleva rse a pues el puro pensar es ilimitado y lo que no tiene fronter�
y dom inar su mate ria con libre auto nom ía; pero como la ra­
dicio ­ tampoco la puede transgredir. Sólo ha de llamarse pues
zón, de acue rdo con su ley, tiend e siem pre a lo incon e�altado lo que infringe, si no la verdad lógica, sí la senso­
lo bas­
nado , el genio s·e ntim enta l no siem pre perm anec erá r� al, Y pretende sin embargo respetar esta verdad. Por eso,
y unifo rme­
tante seren o para man tene rse inint errum pida s1 un p oeta tiene la desdichada ocurrencia de elegir para
a hu­
men te en las cond icion es que el conc epto de natu ralez materia de su descripción caracteres que son simplemente
siem pre ligad a la
man a impl ica, y a las cual es ha de estar s� brehumanos y que no deben representarse de otro modo,
ocur rir
razó n, aun en su activ idad más libre. Esto podría sol ? p uede as� gurarse contra la exaltación renuncianpo a lo
que
únic ame nte por un relat ivo grad o de rece ptivi dad, sólo poet1 � 0 Y no mtentanto siquiera que la imaginación realice
supe rada por la
en el poeta senti men tal esa rece ptivi dad es el O�je � o . Pues �i así lo hiciera, la imaginación trasl�daría
supe ­
activ idad autó nom a, en la mism a med ida en que ésta sus hm1tes al objeto y lo convertiría de · absoluto en limitado
las crea­
ra a aqué lla en el poet a inge nuo. De ahí que, si en Y humano (como son, por ejemplo, y deben también serlo
el espí­
cion es del talen to ingenuo se echa a vece s de men os �oda� las .�ivinidades griegas); o bien el objeto tomaría de l �
ritu, en las del sent imen tal suele uno preg unta r
en vano por
men te 1magmac1 on sus fronteras, es decir, las suprimiría, en lo
el objeto. Amb os caerán, pues , aunq ue de mod total o 1
cual consiste, precisamente, la exaltación.
un obje to
opue sto, en el defe cto de vacie dad, ya que tanto Es mene �� er distinguir entre el sentimiento exaltado y la
sin obje to son la
sin espíritu com o un juego de espí ritu repr� sentac1on exaltada; aquí no nos referimos más que a
nada ante el juici o estét ico. lo primero. El objeto del sentimiento puede no ser natural
o uni-
· Tod os los poet as que extr aen su mat eria dem asiad pero el sentimiento mismo es naturaleza y debe por lo tan �
nes lleva
lateralme nte del mun do del pensamie nto y a quie to emplear el lenguaje de la naturaleza. Si la exaltación en
itud de
a la crea ción poét ica más bien una inter ior plen el sentimiento puede, pues, b rotar de un cálido corazón y
n en may or o
idea s que no el emp uje de la sens ibilid ad, está de dot e s verda� era � ente poéticas, lo · exaltado de la repre­
de de­
m enor peligro de caer en ese extra vío. La razó n atien .,
� entac1on atestigua siempre un corazón frío y muchas veces
límit es del mun do
mas iado poco en sus crea cion es a los incapacidad poética. No es, por lo tanto, falta contra la cual
más allá
sens orial y el pensamie nto es siem pre impu lsado h�ya que p :ecaver al · genio sentimental, sino que amenaza
ia pued e segu irle. Pero
del punto hast a el cual la expe rienc solo ª sus mc?m � etentes imitadores; de ahí que éstos no
que le corr es­
si se extr ema tant o que ya no hay mod o de - de nmgun modo el acompañamiento de lo chaba­
desdenan
y debe lle­
pond a expe rien cia algu na {pue s hast a ahí pued e cano, de lo tonto y hasta de lo bajo. El sentimiento exaltado
ce las cond icion es de
gar lo bello idea l), sino que cont radi no deja de tener su parte de verdad, y como sentimiento
realizar­
toda posi ble expe rien cia, y por cons iguie nte, para real ha de poseer también, necesariamente, un objeto real.
za hum a­
lo, debe ría ában dona rse por com pleto la naturale ��r eso a?mite tambié ? , dado que es naturaleza, una expre­
sino lleva do
na, es ento nces un pensamie nto no ya poét ico, s1on sencilla, y como viene del corazón, no equivocará tam-
anun -
a la exal tació n -sup onie ndo desd e lueg o que se haya
1 37
1 36
poco el camino al corazón. Pero como s':1 objeto no �r? t a de apasionado por la política, no es lo que ve, sino lo que pien­
.
la natu raleza, sino que es producido umlateral y art�f1c1osa­ sa), la i�agi 9ación autónoma dispone de una peligrosa li­
,
mente por el intelecto, sólo tiene mera realidad log1ca, Y el bertad y no es posible, como en otros casos, reducirla a sus
sentimiento no es, por lo tanto, puramente humano. No es límites por la presencia sensible de su objeto. Pero ni el
ilusorio lo que Heloísa siente por Abelardo,31 Petrarca por hombre en general, ni en particular el poeta, deben sus­
su Laura, Saint Preux por su Julia,32 Werther por su Carlota, traerse a la ley de la naturaleza, como no sea para someter­
ni lo qu e Agatón, Fanias, reregrino, Proteo (me refiero al de se a la ley opuesta de la razón; si han de abandonar la reali­
Wieland;33 sienten por sus ideales; e l sentim iento es verda­ dad, debe ser sók> por el ideal, pues a una de estas dos an­
dero, sólo que el objeto es fingido y está fll:e ra de la natur� ­ clas debe estar afianzada la libertad. Pero el camino de la
.
leza humana. Si su sentimiento no se hubiese atemdo mas experiencia al ideal es muy largo y en medio está la fantasía
que a la verdad sensorial de los objetos, no hab ría podid? con su indomable arbitrariedad. Por eso no puede evitarse
tomar ese vuelo; por e l coptrario, un juego mer� mente arbi­ que el hombre en general, como en especial el poeta, cuan­
trario · de la fantasía sin ningún contenido interior tampoco do por la libertad del entendimiento se emancipan de los
habría estado en condiciones de conmover e l corazón, a afe ctos sin que los empujen a ello las leyes de la razón, esto
qui en sólo la razón conmueve. Esa exaltación me �ec� pues es, cuando abandonan la naturaleza por pura libertad, estén
reproche, no desdén, y quien se burla de ella hara bien �n entretanto sin ley alguna y, por consiguiente, a merce d de
examinarse a sí mismo, no sea que deba acaso su prudencia los devaneos de la fantasía.
a frialdad de corazón, su sensatez a falta de verdadera inte­ La experiencia enseña que, en realidad, éste es el caso
ligencia. Así también la exagerada efusión en materia de �a­ tanto de pueblos enteros como de individuos aislados que
lantería y honor que caracteriza las novelas de ca�allena, se sustrajeron a. la segura guía de la naturaleza. Y es la mis­
especialmente las españolas, y la escrupulosa deh cadeza, ma experiencia la que nos ofrece también bastantes ejem­
.
extremada hasta el preciosismo, en las novelas sentimenta­ plos de una aberración parecida en la poesía. Como la ins­
les francesas e inglesas (de la mejor clase), no son sólo sub­ piración sentimental legítima, para elevarse a lo ideal, debe
.
jetivamente verdaderos, sino que aun desde � l � unto de vi � ­ traspasar los límites de la naturaleza verdadera, la ilegítima
.
ta objetivo n� carecen de sustancia; son sentimientos genui­ traspone todo límite y llega a persuadirse de que ya el juego
nos que tienen en realidad fuente moral y solo , resultan re­
desordenado de la imaginación basta para constituir el en­
probables porque traspone� los lind� s de �a verdad hu� a­ tusiasmo poético. Al verdadero genio poético, que sólo se
na. Sin esa realidad moral lcómo sena posible que pud1e ;a desentiende de la naturaleza por la idea, eso no puede suce­
comunicarse con tanta fuerza y entrañable fervor, se �un derle nunca o, a lo sumo, únicamente en los instantes de
nos lo muestra ·1a experiencia? Lo mismo puede decirse abandono, pues a él ya su misma naturaleza p�ede llevarle
también de la exaltación moral y religiosa y del arrebatado a un modo exaltado de sensibilidad. Pero con su ejemplo
amor a la libertad y a la patria. Como los' objetos de estos puede inducir a otros al fantaseo, porque los lectores de
sentimientos son siempre ideas y no aparecen en la expe­ viva fantasía y débil entendimiento sólo alcanzan a ver en él
riencia externa (pues lo que mueve, por ejemplo, al hombre las
. libertades a que se ha atrevido contrariando la naturale­
3 1 . [Cf. POPE, Epistle from Eloisa to Abelard]. za real, sin que puedan seguirlo hasta las alturas de su nece­
32. [ En la Nouvelle Helarse, de ROUSSEAU]. sidad interior. En este punto le ocurre al poeta sentimental
33. [ De estos tres personajes de CHRISTOPH MARTIN WIELAND
lo que hemos visto en el ingenuo. Como éste realizaba por

( 1 733- 1 8 1 3), Agatón y Peregrino Proteo dan nombre a sendas novelas; Fa-
nias aparece en el Mu�arión]. su naturaleza cuanto emprendía, el imit ador vulgar no está

1 38
1 39
dispuesto a admitir que su propia naturaleza sea guía me­
nos eficaz. De ahí que obras m aestras de la especie ingenua
J te �� came nte haya que plant earse siquie ra el probl ema de
cual de esas dos espec ies de recre ación es la que la poesí a
tendrán, por lo común, un séquito de los más tontos y sórdi­ pued e y debe prop orcio nar, pues a nadie le gustará apare­
dos calcos de la naturaleza vulgar; y los modelos de arte cer como si .estuv iera tenta do de pospo ner el ideal de hu­
sentiment al,- un numeroso ejército de produccio nes fantásti­ mani d�d al de anim alida d. Sin embargo, las exige ncias que
cas, como puede comproba rse· fácilmente en la literatura de en la vida real suele n hacerse a las obras poéti cas derivan
cualquier pueblo. . prefe rente ment e del ideal senso rial y, las más de las veces
. ,
Suelen emplearse con respecto a la poesía dos princi- aunque no se le tenga en cuen ta cierta ment e para decid ir
el
pios que son en sí perfectamente acertados pero que se respe,ro que se tri�uta a estas obras , se decid e por él la
. y la elecc 10n de las incli­
anulan mutuamente si les damos el sentido en que por lo n acwn lectu ras favor itas. El estad o espi­
.
común se toman. Del primero, «que la poesía sirve para pla­ ritua l de la mayo ría de los homb res es, por una parte traba­
cer y recreación », ya hemos dicho más arriba que favorece jo tenso y agob iador, y por otra, place r adorm ecedo �.
Pero
no poco la vaciedad y vulgaridad en las obras poéticas; con sabem os que lo prim ero hace que la neces idad sensi ble de
el otro principio, « que la poesía sirve al ennoblecimiento repos ar e l espíritu y de suspe nder la acció n sea mucho 'más
moral del hombre », lo que se propugna es la exaltación. No aprem iante que la neces idad mora l de armo nía y de una ab­
estará de más ilustrar con algún mayor detenimiento am­ solut a libert ad de obrar, pues debe empezarse por satisfa­
bos principios, con tanta frecuencia citados y que tan a me­ ce : la � aturaleza antes que el espírítu pued a plant ear una
nudo se interpretan con total desacierto y se aplican tan in- ex1ge nc1a; y lo segun do, el place r, ata y paral iza los impu l­
.
sos m ? rales mism
hábilmente. os que debía n susci tar aquel la exige ncia.
Llamamos recreación el pasar de una situación violenta De ahi que nada sea más perju dicial a la recep tivida d de la
a otra que no es natural. Todo estriba aquí, pues, en preci­ ver� adera belleza que estos dos estad os de espíritu, harto
sar dónde colocamos nuestro estado natural y qué entende­ habit uales entre los homb res, y ello explic a por qué son tan
mos por estado violento. Si colocamos lo primero, simple­ pocos , aun entre los mejo res, los que tiene n juicio acert ado
mente, en un libre juego de nuestras fuerzas físicas y en el en mate ria estéti ca. La belle za es produ cto del acuerdo en­
emanciparnos de toda coacción, entonces cualquier activi­ tre el espíri tu y los sentid os; habla a todas las facult ades del
dad racional, puesto que ejerce resistencia contra la senso­ homb re a la vez y, por lo tanto , sólo pued e ser sentid a y va­
rialidad, vendrá a ser una violencia que obra sobre noso­ lorad a bajo _ el supue sto de un
uso pleno y libre de todas sus
tros; y en el reposo del espíritu, ligado a movimiento senso­ fuerzas. Debem os aportar sentid os abiert os, corazón ensan ­
rial consistirá el verdadero ideal de recreación. Si en cam­ Ghado , espíri tu fresco y alerto ; debem os mante ner reuni da
bio situamos nuestro estado natural en una ilimitada capa­
1
dentro de nosot ros toda nuestra natur aleza, lo . cual de nin­
cidad para toda expresión humana y en la facultad de po­ gún modo ocurre con quien es están en sí mism os dividi dos
der disponer con igual libertad sobre todas nuestras fuer­ por el pensar abstra cto, estrec hados por mezqu inas fórmu­
zas, cualquier separación y aislación de estas fuerzas será las utilita rias, fatiga dos por el esfuerzo de atenc ión. Éstos
un estado de violencia, y e l ideal de recreación será el resta­ reclam an, sin duda, una materia sensib le, pero no para con­
blecimiento de nuestra naturaleza total después de tensio­ tinuar en ella el juego de las fuerzas menta les, sino para de­
nes unilaterales. El primer ideal se impone, pues, simple­ tener lo. Quieren ser libres , pero sólo de una carga que
abrum aba su inerci a, no de una limitación que imped ía su
. ente por la necesidad de la naturaleza sensorial, el segun­
m
do por la autonomía de la naturaleza humana. No creo que activ idad .

1 40 141
¿ Habrá que extrañarse, pues, de la fortuna que la medio­ adecuación de la obra a su finalidad, pero no estéticos, que
cridad y la vaciedad alcanzan en terreno estético, y de cómo deben siempre abarcar la totalidad y en los cuales la sensi­
los espíritus débiles se vengan en lo que es verdadera y bilidad debe ser por tanto lo decisivo. Si, en fin, consintie­
enérgicamente bello? Buscaban aquí recreación, pero una ran en renunciar a los juicios estéticos y se contentaran con
recreación según sus necesidades y según su pobre concep­ los técnicos, serían aún de bastante utilidad, pues el poeta
to, y descubren . con disgusto que se empieza ahora por e �i­ en su entusiasmo y el lector sensitivo en el momento del
girles una manifestación de fuerza, para la cual les faltana goce suelen descuidar con demasiada facilidad el detalle.
quizá capacidad aún en sus mejores momentos. Allí, en Pero tanto más ridículo es el espectáculo cuando estas tos­
'· cambio, se les da la bienvenida tales como son; pues por cas naturalezas, que con toda clase de fatigas han conseguí- ·
muy poca fuerza que traigan, mucho menor es todavía la do, puliéndose a sí mismas, perfeccionar a lo sumo una de­
que necesitan para agotar el espíritu del autor. Allí pueden terminad.a aptitud, erigen su mezquina personalidad en re­
desembarazarse, de una vez por todas, de la carga del pen­ presentante del sentimiento general y, con el · sudor .de su
samiento, y la naturaleza aflojada encuentra ocasión de re­ frente, juzgan sobre lo bello.
galarse con el goce beatífico de la nada sobre las blandas al­ Al concepto de recreación, � que la poesía debe acceder,
mohadas de la chabacanería. En el. templo de Talía Y Mel­
·

se le fijan habitualmente, como hemos visto, fronteras es­


pómene, tal como está instalado entre n?sotros, reina en s� trechísimas, pues se le suele referir, de modo demasiado
.
· trono la amada diosa, recibe en su ampho regazo el erudito I '

unilateral, a la mera necesidad de los sentidos. Precisamen­


de roma sensibilidad y al hombre de negocios exhausto, y te a la inversa, se acostumbra dar al concepto de ennobleci­
acuna al espíritu en sueño magnético prestando calor a los miento, que el poeta debe proponerse, un alcance exagera­
sentidos entumecidos y meciendo en dulce movimiento la damente amplio, pues se le determina, de modo también
imaginación. demasiado unilateral, de acuerdo con la mera idea.
¿y por qué no habría de disculpars � en mentes � ulg �res
Conforme a la idea, en efecto, el ennoblecimiento va
lo que con bastante frecuencia se da aun en las me1ores. El siempre hasta lo infinito, ya que la razón, en sus exigencias,
relajamiento que la naturaleza exige desp� � s de toda ten­ no se atiene a las barreras necesarias del mundo sensible ni
sión continuada, y que ella se toma tamb1en espontanea­ ,
cesa antes de llegar a lo absolutamente perfecto. No le bas­
mente (y sólo para tales instantes se suele reserva� �1 goce ta cosa alguna por encima de la cual pueda pensarse toda­
.
de las obras bellas), es tan poco favorable para el JUICIO es­ vía algo más alto; ante su severo tribunal no hay disculpa
tético, que entre las clases verdaderamente ocupadas serán para ninguna necesidad de la naturaleza finita; no reconoce
·- poquísimos los que puedan juzgar de las cosas del gusto .otros límites que los del pensamiento, y de éste sabemos
con seguridad y, lo que tanto importa en este punto, con que se cierne por sobre todos los lindes del tiempo y del es­
.
uniformidad. Nada es más común que ver a los eruditos po­ pacio. Semejante ideal de ennoblecimiento, que la razón
niéndose en el mayor ridículq, frente a hombres de mundo prescribe en la pureza de sus leyes, no ha de imponérselo el
cultivados, cuando juzgan sobre la belleza, y especialmente poeta como fin, del mismo modo que no ha de imponerse
a los aristarcos de oficio convertidos en burla de todos los aquel bajo ideal de la recreación, ofrecido por la sensoriali­
conocedores. Su descuidado sentimient? , ya excesivo, ya dad, puesto que debe, ciertamente, liberar la humanidad de
tosco ios lleva casi siempre por mal c·amino, y aunque para todas las limitaciones accidentales, pero sin suprimir su
defe dderlo hayan recogido una que otra cosilla en la teoría, concepto y sin remover sus fronteras necesarias. Todo lo
sólo les bastará para formar juicios técnicos, referentes a la que él se permite más allá de estas líneas es exageración,
1 42
1 43
hacia la cual · lo lleva demasiado fácilmente un mal entendi­ trabajo, y continuamente por una vida de trabajo- y dar
do concepto de ennobleci miento. Pero lo malo es que ni él leyes, por medio de sus sentim ientos, al juicio unive rsal, en
mismo puede elevarsy al verdadero ideal del ennobleci­ todo lo que es puramente humano. Problema distin_to, que
miento humano sin excederse por algunos pasos. Pues para no hay por qué tocar aquí, es decidir si existe en realidad
llegar a ese punto, debe abandonar la realidad, ya que sólo semejante clase de hombres o, mejor dicho, si la que existe
puede tomar este ideal, como todo otro ideal, de fuentes in­ de hecho en circunstancias exteriores parecidas, concuerda
teriores, morales. No es en el mundo que lo rodea y en el también en lo íntimo con ese conceptq. Si no concuerda
tumulto de la vida activa donde lo encuentra, sino en su · con él, sólo ha de acusarse . a sí misma, pues la clase activa
propio corazón, y sólo halla su corazón en la quietud de la opuesta tiene al menos la !fatisfacción de considerarse vícti­
meditación solitaria. Pero este retraimien to de la vida no ma de su oficio. En semejante clase (que aquí no hago más
sólo apartará de su vista las limitacion es accidenta les de la
·
que proponer como idea, sin que de ningún modo pretenda
humanidad, sino también, a menudo, las necesarias e insu­ caracterizarla como hecho) se reunirían el carácter ingenuo
perab les, y buscando la forma pura correrá peligro de per­ y el sentimental, de suerte que cada uno preservaría al otro
der todo contenido . La razón obrará demasiad o separada ·
de incurrir en su extremo, pues el primero protegería al
de la experiencia , y lo que el espíritu contemplativo haya ánimo contra la exaltación, y e l otro lo aseguraría contra la
encontrado por la tranquila senda del pensamiento, n <? lo flojedad. Porque debemos, en fin, confesar que ni el carác­
podrá realizar el hombre activo en ' el angustios o camino de ter ingenuo ni el sentimental, tomado cada cual por sí solo,
la vida. Así ocurre generalme nte que las circunstan cias que agotan por completo el ideal de humanidad bella, que no
hacen al exaltado son precisame nte las únicas capaces de puede nacer sino del íntimo enlace de uno y otro.
hacer al sabio, y la ventaja de éste quizá consista menos en Cierto es que mientras elevamos ambos caracteres al
no llegar a la exaltació n que en no quedarse detenido en plano poético, como hasta ahora lo hemos encarado, se pier­
ella. de mucho de las limitaciones que les son inherentes, y aún
Así, pues, como no puede · relegarse a la parte activa de sucede que su oposición se vuelve también cada vez menos
los hombres el determ inar el concepto de recreación de perceptible, en la medida que adquieren mayor grado de
acuerdo con su necesidad, ni a la parte contemplativa el poesía; pues el estado poético es una entidad independiente
concepto de ennoblecimiento de acuerdo con sus especula­ en que se borran toda·s las distinciones y todas las deficien­
ciones -para que el primer concepto no resulte demasiado · cias. Pero precisamente porque ambos modos de sensibili­
físico y demasiado indigno de la poesía, y el segundo dema­ dad no pueden coincidir sino en el concepto de lo poético,
siado hiperfísico y excesivo para ella-; y como sin embargo su ,nutua diversidad y manquedad se hacen más notables
estos dos conceptos, según enseña la experiencia, rigen el 'en la medida en que deponen su carácter poético; y éste es
juicio general sobre la poesía y las obras poéticas, debemos el caso en la vida común. Cuando más descienden a ella,
buscar, para que puedan interp retarse, una clase de hom­ tanto más pierden de su carácter genérico, que los. acerca el
bres que, sin trabajar, sea activa y capaz de idealizar sin de­ uno al otro, hasta que en sus caricaturas acaba por no que­
vaneos, que reúna en sí todas las realidades de la vida· con dar otra cosa que el carácter específico que los hace opo­
las menos limitaciones posibles y que sea llevada por la co­ nerse :eritre sí.
rriente de los sucesos sin dejarse arrebatar por ella. Son los Esto me lleva a señalar un antagonismo psicológico muy
únicos que pueden conservar e l bello conjunto de la natura­ curioso entre los hombres de un siglo en progresiva cultu- .
leza humana -destruido mome:J!táneamente por cualquier ra, antagonismo que por ser raigal y estar fundado en la for- ·

1 44 1 45
ma íntima del espíritu, provoca entre los hombres una se­ sentid o favorable o despe ctivo que suelen tener en metafísi-
paración peor que la que puede debers� a la pugna ocasio­ ca. *
·

nal de intereses; que no deja al artista ni al poeta esperanza Puesto que el realist a se deja determ inar por la necesi ­
alguna de agradar y conmover a todos, como ciertamente dad de la natura leza, y el idealis ta se determ ina por la nece­
es su misión; que hace imposible para el filósofo, haga lo sidad de la razón, debe haber entre ambos la misma rela­
que haga, convencer a todos, lo que está sin embargo impli­ ción que encon tramo s � ntre los efecto s de la natura leza y
cado en el concepto de sistema filosófiéo; que, en fin, nunca las accion es de la razón . Sabem os que la natura leza, con ser
permitirá al hombre, en su vida práctica, ver aprobada por en su totalid ad una magni tud infinit a, se presen ta en cada
todos su conducta -en suma, una oposición por cuya culpa efecto partic ular como depen diente y neces itada; sólo en la
no hay obra creada por el espíritu ni acto inspirado por el totalid ad de sus manifestaci ones es donde expre sa un gran
corazón que pueda lograr el decidido aplauso de una clase carác ter indep endie nte. En ella todo lo indivi dual existe ,
sin que por eso mismo se · atraiga el juicio condenatorio de única mente porque es otra cosa; nada surge de sí mism o,
la . otra. Este contraste es sin duda tan antiguo como los co­ sino que proce de del mome nto anterior para llevar a otro
mienzos de la cultura y difícilmente podrá resolverse antes poste rior. Pero justam ente esta interd epend encia de los fe­
que ella.. acabe, como no sea en algunos raros individuos nóme nos asegu ra a cada uno de ellos su existi r media nte el
que es . de esperar han existido y existan siempre; pero aun­ existi r de los demás, y del condi ciona miento de sus efecto s
que entre ·sus efectos se cuenta también el de hacer fracasar son inseparabl es su conti nuida d y neces idad. En la natura­
toda tentativa de avenimiento, porque ninguna de las . par­ leza nada es libre, pero nada es ��mpoco arbitrario.
tes podrá ser inducida a admitir una · falta de su lado y una Y así es precis amen te cómo se nos apare ce el realista,
ventaja del otro, siempre se sacará bastante provecho de se­ tanto en lo que sabe como en lo que hace. El ámbit o de su
guir hasta su última fuente una división tan importante y cienc ia y de su activi dad se extien de a todo lo que existe de
reducir así, por lo menos, a una fórmula más simple e l ver­ modo condi ciona do; pero nunca llega a más que a conoc i­
dadero núcleo del conflicto. mien tos relati vos, y las regla s que form a a base de experien­
El . mejor modo de alcanzar el concepto exacto de ese cias aislad as no valen , consi derad as en todo su rigor, sino
· contraste es, como acabo de decir, separar tanto del carác­ para una sola vez; si eleva a ley general la regla mom entá­
ter ingenuo como del sentimental lo que ambos tienen de nea, se precip itará inexo rable mente en el error. Si el realis ­
poético. Del primero queda pues únicamente, en cuanto a ta quiere, pues, en materia de conoc imien to, llegar a algo
lo teórico, un sobrio espíritu de observación y una firme ad­
hesión. al testimonio uniforme de los sentidos, y en cuanto a * O � � ero ? dverti �, P ? ra prevenir toda falsa interpre tación, que con
.
·

lo práctico_, un resignado sometimiento a la necesidad (pero esta clasificacion de nmgun modo me propong o dar motivo a que se elija
entre lo uno y lo otro, favoreci endo así lo uno con exclusió n de lo otro.
no a la ciega coacción) de la naturaleza; es decir, un entre­ c � sa � ente lo que combato es esa exclusió n, que encontramos en la
Pre­
garse a lo que es y debe ser. Del carácter sentimental sólo expe­
nenc� a, y el resultad o de las present es conside raciones será probar
que
subsiste) en cuanto a lo teórico, un inquieto espíritu especu­ sól o mclu�endo ambos con absoluta igualdad es cómo puede satisface
. rse
la idea racional de lo humano . Por lo demás, tomo a ambos en su
lativo que persigue lo absoluto en todo conocimiento, y en más dig r:o y en la total plenitud de su concept o, que sólo puede subsistir
sentido
si
cuanto a lo práctico, un rjgorismo moral que exige lo abso­ se 1!1 antie �� su pureza y se ponen a salvo sus diferenc ias específic as.
Se
luto en los actos de la voluntad. Quien se incluya en la pri­ vera tambien que un alto grado de verdad humana es compati ble con am­
bos, y que las desviacio nes del uno con respecto al otro determin an s í una
mera clase podrá l lamarse realista, y quien se incluya en la v� riación en el detalle, pero no en el todo; en la forma, pero no en �¡ c � nte­
otra, idealista, nombres a los cuales no ha de asocia.rse el mdo.

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absoluto, debe intentarlo por el mismo c amino en que la
mo y de la mera razón sus nociones teóricas y sus motivos
naturaleza llega a ser un infinito, vale decir por el de la tota­
prácticos. Si la naturaleza aparece siempre como depen­
lidad y el del conjunto de la experiencia. Pero como la suma
diente y )imitada en sus efectos aislados, la razón da i:t?-me­
de la experiencia nunca llega plenamente a término, una re­
diatamente a cada acción individual el carácter de autono­
lativa generalidad es lo más que el realista alcanza � n su sa­
. mía y perfección. Todo lo saca de sí misma y todo lo refiere
ber. Apoya su inteligencia de las cosas en la repetición de
a sí misma. Lo que se produce por la razón, se produce ex­
casos parecidos, y juzgará por eso con acierto en todo aque­
clusivamente por ella; todo concepto que propone y toda
llo que responda a un orden, mientras que en todo lo que se
resolución que determina son magnitud absoluta. Y así tam­
le ofrece por primera vez, su sabiduría regresa al punto de
bién se nos presenta el idealista -en la medida en que lleva
partida.
. , con justicia ese nombre- tanto en su saber como en su ac­
Lo que es aplicable al saber del realista vale ta�bien
.

tuar. No contento con nociones sólo válidas bajo determina­


para. su actividad (moral). Su carácter posee moralidad,
dos supuestos, trata de penetrar hasta las verdades que ya
pero ésta, de acuerdo con su concepto puro, no radica en
no presuponen nada y que son el supuesto previo de todo
ninguna acción aislada, sino sólo e� la su� a total ? e su
lo demás. Lo único que le satisface es la intuición filosófica
vida.: En cada caso particular el realista sera determinado
que refiere todo saber condicionado a un saber absoluto y
por causas externas y por fines externos; pero e � tas cau� as
que afianza toda experiencia a lo que hay de necesario en el
no son accidentales, ni estos fines son momentaneos, smo
espíritu humano; las cosas a que el realista somete su pen­
que por el lado subjetivo fluyen d � la totalidad de la natura­
. samiento, el idealista tiene que sometérselas a sí mismo y a
leza y, por el lado objetivo, se refieren a ella. As�,, cie :to es
su facultad pensante. Y lo hace con pleno derecho, pues si
que los impulsos de su voluntad no son, en sentido riguro­
las leyes del espíritu humano no fuesen también las leyes
so, lo bastante libres, ni moralmente lo bastante puros, por­
del universo, si la razón misma acabara por estar sqmetida
que tienen como causa otra cosa que la mera voluntad, Y
a la experiencia, sería imposible toda experi encia.
como objeto otra cosa que la mera ley; pero tampoco son
Pero puede haber llegado a verdades absolutas sin que
impulsos ciegos y materialistas, porque esa otra cosa es la
esto le haya valido mucho en pro de sus conocimientos.
absoluta totalidad de la naturaleza, y por tanto una cosa au­
Porque aunque en definitiva todo está sujeto · a leyes necesa­
tónoma y necesaria. Por eso el sentido común humano, que
rias y generales, cada hecho individual se rige según reglas
es la parte preferente del realista, se manifiesta de continuo
_ ocasionales y particulares, y en la naturaleza todo es indivi-
en su pensamiento y en su conducta.. Del caso aislado ex­
trae la regla de su juicio, de un sentimiento interior la de su . dual. Puede sucederle, pues, que con su saber filosófico do­
mine el todo sin que con ello haya ganado nada para lo par­
acción; pero con feliz instinto sabe separar de ambos todo
ticular, para la práctica; más aún, en su ambición de llegar
lo momentáneo y accidental. Con este método se las arregla
siempre a las razones supremas, por las cuales todo se hace
en general a las mil ma�avi� las, y difíc ilme nte tendrá q� e �e­
. , q e en mgun posible, es fácil que descuide las ra'zones ºpróximas, por las
procharse alguna falla de 1mport � nc1a; solo
. � � cuales todo se hace real; al dirigir siempre su aterici6n ha­
caso especial podrá tener pretensiones de d1gn � dad ?i gran­
cia lo general, que iguala entre sí los casos más · diversos, es
deza. Ellas no recompensan sino a la autonomia y libertad,
fácil que pierda de vista lo particular, que los distingue unos
y de esto vemos huellas demasiado escasas en sus distintos
de otros. Podrá así aba rcar muchísimo con su saber, y qui­
actos.
'

zás por eso mismo comprender poco y perder a menudo en


·

Muy otra cosa ocurre con el idealista, que saca de sí mis-


visión de profundidad lo ,que gane en visión de conjunto. De
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ahí que, si el entendimiento especulativo desprecia al co­ caso práctico y que, Jleno su espíritu de un máximo, descui­
mún por su limitación, el entendimiento común se burla del de el mínimo, pese a que sólo de este mínimo proviene toda
especulativo por su va_cuidad, ya que los conocimientos grandeza en la realidad.
pierden siempre en precisión lo que ganan en amplitud. Si se quiere pues hacer jusdcia · al realista, hay que juz­
Desde el punto de vista moral encontraremos e n el idea­ garlo teniendo en cuenta todo el conjunto de su vida; si se
lista una moralidad más pura en lo individual, pero una uni­ trata en cambio del idealista, hay que atenerse a determina­
formidad moral mucho menor en conjunto. Como sólo pue­ das expresiones suyas, pero previamente elegidas. Por eso
de llam�r's e idealista .en cuanto que toma de la razón pura el juicio común, que tanto gusta de decidir por el caso aisla­
sus motivos de determinación, y como, por otra parte, la ra­ do, guardará ante el realista un silencio indiferente, porque
zón aparece absoluta en cada una de las manifestaciones, sus � istintos actos vitales ofrecen tan poca materia para el
sus actos particulares, si es que han de ser morales, llevan elog � o como para la censura; en cambio tomará siempre
ya todo el cárácter de la autonomía y libertad morales; y su­ part �do �� te el idealista y se dividirá entre el rechazo y la
puesto que en la vida real quepa una acción verdaderamen­ adm1rac1on, porque en lo singular está su debilidad y su
te ética, capaz de . hacer frente hasta a un juicio riguroso, fuerza.
sólo podrá ejecutarla el idealismo. Pero cuando más pura es Es inevitable que, dada una diversidad tan grande de
la moralidad de sus distintas acciones, tanto más accidental pri ncipios, ambas partes estén a menudo en directa oposi­
es también; pues aunque la continuidad y necesidad son ca­ ción en su � jui�ios, y aunque coincidan en los objetos y re­
racterísticas de fa naturaleza, no lo son de la libertad. Desde sul � ados, d1ver3an en las razones. El realista preguntará para
luego, no es que el idealismo pueda entrar en conflicto con � ue �s buena la cosa, y sabrá estimarla según su valor; el
la moralidad, lo cual sería contradictorio, sino que la natu­ idealista preguntará si es buena, y la valorará según su dig­
raleza humana no es siquiera capaz de un idealismo conse­ nidad. El realista ni sabe ni se preocupa mucho de aquello
cuente. Mientras el realista, aün en su actividad moral, se que tiene. en sí mismo su valor y su fin (excepto, natural­
subordina tranquila y uniformemente a una necesidad físi­ mente, la totalidad); en cuestiones de gusto favorecerá al
ca, el idealista debe tomar impulso, debe exaltar momentá­ placer, en cuestiones de moral a la felicidad, aunque no la
neamente su naturaleza, y nada puede sin entusiasmo. Cier­ erija en condición de la conducta moral; tampoco en reli­
to que entonces su capacidad es tanto mayor y su conducta gión se inclina a olvidar su provecho, sólo que lo ennob lece
Y santif� ca como ideal del supremo bien. El realista persegui­
mostrará un carácter de elevación y grandeza que en vano
buscaríamos en los actos del realista. Pero la vida real no se ra_ la dicha de aque llo que ame, el idealista su ennobleci­
presta de modo alguno para despertar en él ese entusiasmo, miento. Si el realista, pues, en sus tendencias políticas mira
y mucho menos para alimentarlo uniformemente. Frente a al bienestar, y aun cuando con ello sufra algún detrimento la
la grandeza absoluta de la cual parte cada vez, la pequeñez independencia moral del pueblo, el idealista tendrá siem­
absoluta del· caso individual al cual ha de aplicarse ofrece p re como norte la libertad, aunque peligre el bienestar. Para
un contraste demasiado fuerte. Como su voluntad, en cuan­ el primero la meta suprema es la situación independiente,
to a la forma está siempre orientada hacia el todo, no que­ para el otro la independencia . con respecto a la situación, y
rrá, en cuanto a la mate ria, dirigirla hacia lo fragmentario; y esta característica diferencia puede seguirse a través de sus
sin embargo, las más veces, es sólo por realizaciones menu­ respectivas maneras de pensar y de obrar. Por eso el realis­
das como puede demostrar su disposición moral. Y no es ta demostrará siempre su afec,tQ-.i;il dar, el idealista al recibir.
r�ro que por el ideal ilimitado pierda de vista e l limitado Con lo que cada cual sacrifiqu l ma·g nánimamente, revelará

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qué <�S lo que más aprecia. El idealista repara las fallas de
su sistema con su propia individualidad y su situación tem­
poral, pero no tiene en cuenta ese sacrificio; el realista paga
J sino únicamente en un · obrar determinado y por lo t;mto li­
mitado. Pero en cambio, el idealista por sí solo no hubiera
cultivado las fuerzas sensibles ni hubiera perfeccionado al
las fallas del suyo con su dignidad personal, pero ni advier­ hombre como ser natural, lo que es sin embargo parte
te este sacrificio. Su sistema prueba ser eficaz _ en todas las igualmente esencial de su destino, y condición de todo me­
cosas de que él tiene noticia y necesidad: lqué le importan joramiento moral. La aspiración del idealista rebasa con de­
los bienes que ni siquiera sospecha y en que no tiene fe al­ masiado exceso la vida sensible y el presente; no quiere
guna? Le basta con poseer, con que la tierra sea suya, y con . sembrar y plantar sino para el Todo, para la Eternidad y, al
que haya luz en su entendimiento y la satisfacción llene su hacerlo, olvida que el todo es sólo el ciclo completo de lo
pecho. El idealista está muy lejos de tener tan buen destino. individual y que la eternidad no es más que una suma de
Como si fuera poco el estar muchas veces desavenido con instantes. El mundo tal como el realista quisiera configurar­
la dicha porque olvidó hacer del instante su amigo, entra lo en torno suyo, y de hecho lo configura, es un jardin bien
también en conflicto consigo mismo; ni su saber ni su obrar dispuesto donde todo sirve, donde todo merece su lugar y
pueden bastarle. Lo que exige de sí es un· infinito, pero todo de donde se destierra lo que no rinde fruto; el mundo en
lo que hace es limitado. Esta severidad que demuestra con­ manos del idealista es una naturaleza menos utilizada, pero
tra sí mismo, tampoco la niega en su conducta para con los realizada de acuerdo con una éoncepción de mayor grande­
otros. za. Al primero no se le ocurre que el hombre puede existir
Cierto que es magnánimo, porque, frente a los demás, para otra cosa que para yivir bien y a gusto, no que deba
recuerda y menos su propia persona; pero es muchas veces echar raíces sólo para que su tronco se eleve a las alturas.
injusto, porque con la misma facilidad pasa por alto la per­ El otro no piensa que antes que n�da debe ciertamente vi­
sona en los otros. En cambio el realista es menos magnáni­ vir para tener siempre pensarnientós buenos y nobles y que,
mo, pero es más justo, porque juzga todas las cosas más cuando las raíces faltan, se pierde también el tronco.
bien en su limitación. Puede perdonar lo vulgar y aun lo vil Si en un sistema se omite un elemento cuya existencia
en el pensamiento y en la acción, pero no lo arbitrario, lo es sin embargo en la naturaleza una necesidad urgente e
excéntrico; mientras que el idealista es enemigo jurado de inevitable, la naturaleza sólo podrá satisfacerse mediante
todo lo mezquino y trivial y se reconciliará hasta con lo ex­ una inconsecuencia contra el sistema. De una inconsecuen­
travagante y monstruoso, siempre que sea testimonio de cia semejante resultan culpables también aquí ambas par­
una gran capacidad. El uno se muestra amigo de los hom­ tes, y ella demuestra al mismo tiempo, si es que hasta ahora
bres sin que por eso tenga muy alta idea de los hombres y pudo parecer dudoso, la unilateralidad de uno y otro siste­
de la humanidad; el otro tiene tan elevado concepto de la ma y el rico contenido de la naturaleza humana. En lo que·
humanidad que corre peligro de despreciar a los hombres. toca al idealista, no necesito siquiera probar expresamente
El realista por sí solo nunca hubiera ensanchado el ám­ que debe por fuerza salirse de su sistema en cuanto se pro­
bito de la humanidad más allá de los límites del mundo sen­ pone un efecto determinado, pues toda existencia determi­
sible ni hubiera revelado al espíritu humano su grandeza nada está sujeta a condiciones temporales y se . rige por
autónoma y su libertad; todo lo que en la humanidad hay leyes empíricas. Con respecto al realista, por el contrario,
de absoluto no pasa de ser para él una hermosa quimera y podría surgir la duda de si no puede satisfacer ya también
el creer en ello no le parece mucho mejor que un desvarío, dentro de su sistema todas las exigencias necesarias de la
porque nunca contempla al hombre en su pura capacidad, humanidad. Si se pregunta al realista: lpor qué haces lo que
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1 53

'
está bien, y sufres lo que es necesario? , contestará, dentro y ninguna puede invadir los dominios de la otra sin provo­
del espíritu . de su sistema: porque la naturaleza lo implica, car dañosas consecuencias para el estado interior o exterior
porque así debe ser. . Pero con esto la pregunta no queda de del hombre. La sola experi encia puede enseñarnos lo que
ningún modo contestada, porque no se trata de lo que la na­ existe bajo determinadas condiciones, lo que acaece bajo
turaleza implica, sino de lo que el hombre quiere, ya que determinados supuestos, lo que tiene que ocurrir · para de­
también puede él no querer lo que debe ser. Cabe, pues, re­ terminados fines. En cambio la sola razón puede enseñar­
plicarle con esta otra · pregunta: ¿y por qué quieres lo qu � nos lo que vale independientemente de toda condición y lo
debe ser? ¿por qué tu libre voluntad se somete a esa necesi­ que debe ser necesario. Si con nuestra mera razón preten­
dad natural, ya que de la misma manera (aunque sin éxito, . demos indagar en torno a la existencia exterior de las cosas,
cosa que aquí no nos interesa) podría oponérsele , y en mi- · no haremos más que caer en un juego vacío y el resultado
llones de hermanos tuyos se le opone en efecto? No puedes se perderá en la nada; pues toda existencia está sujeta a
decir que es porque todos los demás seres naturales se le . condiciones, y la razón determina incondicionalmente. Sí deja-
someten, pues sólo tú tienes una voluntad, más aún, sientes mos, en cambio, que un suceso accidental decida sobre lo
que tu sometimien
. to ha de ser voluntario. Así, pues, te so­ que ya va implicado en el concepto puro de nuestro propio
metes -cuando e llo ocurre libremente - no a la necesidad ser, hacemos de nosotros mismos un vano juego del azar, y
natural misma, sino a su idea; porque aquélla te constriñe será nuestra personalidad lo que se resuelva en la nada. En
sólo ciegamen te, como constriñe al gusano; pero nada pue­ el primer caso se pierde, pues, el valor (eJ contenido tempo­
de contra tu voluntad, ya que tú, aun aniquilado por ella, ral) de nuestra vida, en el segundo su dignidad (su conteni­
puedes tener una voluntad distinta. Pero ¿ de dónde sacas do moral).
esa idea de la necesidad? Me figuro que no de la experien­ Cierto que hasta aquí hemos concedido al realista un va­
cia, que sólo te ofrece efectos naturales aislados, pero no lor moral y al idealista un contenido. de experiencia, pero
una Naturaleza (como totalidad) , y sólo realidades particu­ sólo en la medida en que uno y ptf� �o proceden con ente­
lares, pero no una Necesidad . Así .es que siempre que quie­ ra consecuencia, y en cuanto que lá.ná.turaleza obra en ellos
res obrar moralmen te, o al menos · no sufrir con ciega pasivi­ más poderosamente que el sistema. Pero aunque ninguno
dad, traspones los lindes de la naturalez a y tomas una deter­ de los dos responda del todo al ideal de la humanidad per­
minació n idealista. Es pues evidente que el realista obra fecta, hay sin embargo entre ellos la importante diferencia
de manera más digna que lo que él admite conform e a su de que el realista, si es cierto que no satisface en ningún
teoría, así como e l idealista piensa d e manera más sublime caso aislado el concepto racional de humanidad, nunca con­
que la de su obrar. Sin confesár selo a sí mismo, el uno de­ tradice en cambio su concepto intelectual, mientras que el
muestr a por toda la actitud de su vida la �utonom ía � e l.a idealista, si en casos aislados se acerca más al supremo con­
naturaleza humana, y el otro, por actos aislados, su mdi- cepto de la �umanidad, muchas veces, por el contrario, no
gencia. llega a alcanzar siquiera su concepto más bajo. Pero en la
Después de lo expuesto (cuya veracidad podrá admitir vida práctica importa mucho más que el todo sea humana­
también quien no acepte las conclusio nes), el lector atento mente bueno, de modo uniforme, y no tanto que lo particu­
e imparcial me dispensará de tener que demostrar que el lar sea divino, pero por accidente; y si el idealista es, pues,
ideal de la naturaleza humana se reparte entre ambos, sin más indicado para despertar en nosotros un gran concepto
que ninguno de los dos lo alcance plenamen te. Tanto la ex­ de lás posibilidades de la humanidad y para inspirarnos res­
periencia como la razón tienen cada una sus propios fueros pecto por su destino, sólo el realista puede realizarlo conti-

1 54 1 55
nuamente en la experiencia y mantener la especie en sus lí­
mites eternos. Aqué-1 es ciertamente un ser más noble, pero
J. mero hecho de que viven y perduran demuestra que ese es-
tado no carece totalmente de contenido.
·

mucho menos perfecto; éste, aunque parezca siempre me­ Si en cambio ya el verdadero idealismo es inseguro y a
nos noble, es en cambio tanto más perfecto, pues aunque ya menudo peligroso en sus efectos, el falso es terrible en los
hay nobleza en el dar muestras de una gran capacidad, la suyos. El verdadero idealista abandona la naturaleza y la
perfección está sin duda en la actitud total y en la acción �xperi � n �ia sólo porque ahí n'? encuentra lo inmutable y lo
:-- efectiva. · mcond1c1on almente necesario, a que la razón le ordena ten­
Lo que vale para los dos caracteres en su mejor sentido, d er; el fantaseador abandona la naturaleza por pura arb.itra­
.
resulta más patente aún en sus respectivas caricaturas. El nedad, para poder ceder tanto más desatadame nte a la por­
verdadero realismo es benéfico en sus efectos, sólo que me­ fía de los apetitos y a los caprichos de la imaginación . No
nos noble en su fuente; el falso es despreciable en su fuente hace residir su libertad en la ind ependencia con respecto a
y apenas menos pernicioso en sus efectos. Pues el verdade­ las coacciones físicas, sino en el liberarse de las coacciones
ro realista se somete, sí, a la naturaleza y a su necesidad; morales. El fantaseador, pues, no sólo niega el carácter hu­
pero a la naturaleza como un todo, a su necesidad eterna y mano, sino todo carácter; carece de toda ley y, por tanto, ni
absoluta, no a sus ciegas y momentáneas coacciones. Abraza es nada ni sirve tampoco para nada. Pero precisament e por­
y obedece libremente a su l�y, y siempre subordinará lo in­ que la extravaganc ia de fantasía no es un desorden de la na­
d ividual a lo general; de ahí que en el resultado final no turaleza sino de la libertad, -es decir, que brota de una dis­
pueda menos de coincidir con el verdadero idealista, por posición estimable que puede perfeccionar se hasta lo infini­
muy diverso que s�a el camino tomado por uno y otro. En to-, es por lo que lleva también a una infinita caída, a un
cambio el empírico vulgar se somete a la naturaleza como a a�ismo sin fondo, y sólo puede acabar en un total aniquila-
miento .
·

una fuerza, entregándose a ciegas y sin discernir. Sus jui­


cios, sus afanes se limitan a lo particular; cree y comprende
sólo lo que toca; estima sólo aquello que lo mejora senso­
rialmente. Por eso, también, no es más que lo que las impre­
siones externas quieran hacer accidentalmente de él; su
personalidad está sofocada, y como hombre no tiene abso­
lutamente ningún valor ni dignidad. Pero como cosa sigue
siendo siempre algo, puede siempre servir para algo. Justa­
mente la naturaleza, a la cual se entrega ciegamente, no le
deja hundirse del todo; sus límites eternos lo protegen, sus
inagotables recursos lo salvan, no bien renuncia a su liber­
tad sin reserva. Aunque en esta situación no reconoce leyes,
las leyes, ignoradas, imperan sobre él, y por más que sus es- ·

fuerzos aislados estén en conflicto con el todo, éste sabrá


afirmarse infaliblemente en su contra. Muchos hombres
hay, y hasta pueblos enteros, qué viven en ese despreciable
estado. Perduran por gracia de la ley natural, sin personali­
da� alguna, y por tanto, sólo son buenos para algo; pero er

1 56 1 57
ADDENDA
J

lmmanuel Kant « Sobre el tratado de Schiller de


la gracia y la dignidad».*

· El prof. señor Schiller, en su tratado redactado con


mano maestra (Thalia .1 793, 3.ª parte) sobre Gracia y digni­
dad, desaprueba en la moral esta forma de representación
de fa obligatoriedad, como si comportara una disposición
anímica cartujana; sin embargo, al concordar los dos en los
principios más importantes, no puedo constatar, en éste
tampoco, un desacuerdo, siempre que podamos hacernos
entender d uno al otro. Yo reconozco gustosamente: que
. precisamente por su dignidad, no puedo adjuntar ninguna
·gracia al concepto de deber . Porque éste implica la coacción
. .

incondicional, con la que la gracia se halla en contradicción


diametral. La majestuosidad de la ley (igual que la del Si­
nai) inspira veneración (no miedo, que repele, ni tampoco
estímulo, que invita a la familiaridad), y ésta despierta. res­
peto en el subordinado hacia su superior, mas en este caso,
puesto que este último se sitúa en nosotros mismos, provo­
ca un sentimie.nto de lo sublime de nuestro propio destino
que nos entusiasma más que todo lo bello. Pero la virtud,
esto es, la sólidamente fundada disposición mental de cum­
plir correctamente el deber, en sus consecuencias, es tam-

*
En Die Religion innerhalb der Grenzen del blossen Vern unft, (La reli­
.

gión dentro de los límites de la mera razón), Konigsberg 1 794, 2.• edición,
add enda a la l .ª Parte, AA tomo 6, p. 23. Traducción: Ángela Ackermann.

161
bién beneficiosa, más que todo lo que pueda lograr la natu­
raleza o el arte en el mundo; y la magnífica imagen de la hu­
"
ma..nidad, postulada en esta su configuración, permite muy
bien la compañí� de las Gracias, las que se mantienen,. no
obstante, a una distancia respetuosa, mientras siga tratán­
. dose solamente del deber. Pero al considerar las consecuen-
cías, llenas de gracia, que la virtud extendería en el mundo
si encontrase acogida en todas partes, entonces la razón
moralmente orientada haría entrar en juego a la sensoriali­
dad (por medio de la imaginación). Sólo después de vencer
a los monstruos, Héracles se convierte en Musageto, trabajo lm ma nue l Ka nt, « So bre el tra
tado de Sch ille r de
ante el que retroceden -horrorizadas aquellas buenas her­ la gra cia y la dig nid ad » (an tes de 1
manas. Estas acompañantes de la Venus Urania son prosti­ 794) *
tutas e n el séquito de la Venus Dione tan pronto como se
entrometen en la tarea de .d eterminar el deber queriendo La cue s � ión es si la gracia deb e
, a a aqu ella pre ced er a Ja dig nid ad 0
proporcionar los impulsos para e lla. Si ahora nos pregunta­ est (co mo rat io pri us) , porqu e fun dir
mos: ¿cuál es la modalidad estética, o, por decirlo así, el tem­ en el con cep to de deb er es imp osi las en un o
ble si son het ero gén eas .
peramento de la virtud? ¿valiente, y por tanto alegre, o teme­ El res �� to p r l le en un ser
fall ible , esto es, que tien e
rosa, encogida y abatida?, apenas hace falta una respuesta. te ntac1o n de �mfrm � �
g1rla, es mi edo a la transg res ión (tem la
. or a
El segundo temple · anímico, del esclavo, nunca puede tener D10 s), pero al mi sm o tiem po libr
e sum isió n al mandamie n­
lugar sin un odio encubierto hacia la ley, y el corazón alegre to qu e Ja razón del suj eto m ism o
le pre scribe . La sum isió n
al cumplir su deber (no la comodidad pasiva de reconocerla) dem ues tra res pet o, la lib ert ad de
ést e es tan to má s gracia
es un signo de la autenticidad de la .disposición mental vir­ cu� nto yor se da. Am bos en
?1� conjun to dignid ad (iu stu m
tuosa1 incluso en el · caso de la religiosidad que no consiste sm �est 1mm m) . !'fo un san to (Ba
xte r o una bes tia) sino en
en el autotormento del pecador arrepentido (lo que es algo
..

hu � 1lda d Y en ade c uac ión a la


ley . Tam poc o un . cab izb ajo
muy ambiguo y generalmente sólo un reproche íntimo de �em ten te � san turron , con aut ode
spr eci o por falt a de con ­
haber infringido la regla de la prudencia) sino que significa fianza en s1 mis mo' es dec ir no com
. o pec ado r (po rque jus ta­
el propósito firme de actuar mejor en el futuro, y éste, esti­ n:i ente eso debe ev1· �ar �e ser por me dio de esta con fianza)
mulado por la buena marcha de las cosas, tiene como efec­ sm o com o u sub , dito libre ,
. � bajo la ley . Dignidad (Po pe, un
to necesariamente un temple anímico alegre, sin e l cual terrib le car tu3a no) . Mi s ma ndami
entos no son gra ves . Ah ora
nunca se tiene la certeza de haber conseguido sentir simpa­ som os pro piame te libres (Paulu
� s). No hay gracia en la ley
tía por la ley, esto es, d� haberla acogido en las propias má­ Y en el com pro mis o con
el deb er, ni tam poc o hay tem or en
ximas. el res pet o. Am bos jun tos [ ... ].
Sob re la gra cia de la leg islac�ó n.
El deb er no con tien e
*

* Bor�ado r pa r� el escr ito s � bre


melte Schnften, ed1c . _ la rel igió n, reco gido en: Kan t's ·gesa
1on de la Kon iglic h Preu_ssisc hen m­
sens chaft en, tom o 23, pp. 98- 1 0 1 . Aka dem ie der Wis ­
Trad ucci ón: Ang ela Ack erm ann .

1 62
1 63
ó , ni tam p º adm ite de no fundar el triunfo de la una en la represión de la
nin gun a gracia en su rep res ent aci � r la acc?�
y
erm ina 10n , por�� e otra». -Yo siempre he tenido a bien el cultivar y conservar
que ésta le sea aña did a para det
trario a su rep utac1o n. con ánimo alegre la virtud e inclusO' la religión. El cumpli­
est o es adu lac ión del leg islador y con imu lac ión del atra ­ mient.o de la ley al estilo cartujano, con mal humor, cabiz­
la dis �
El cin turón de la Ven us Dio ne era ía lve r la c1- bajo y suspirando como si se tratara de un yugo tiránico, no
mie nto po� �� �
tivo sen sua l y con cuyo des pre ndi h ac1 on lasc iva , es respeto sino temor esclavo y por tanto odio hacia la ley.
pet o con inc
vos a los dem ás, y est o es res �
ón] . -Si exi ste bel leza de E incluso aquel que hiciera de esta alegría un deber, la
que es dom ina da por aqu él [ � intur
[ . .. ]. ahuyentaría u sólo conservaría su mueca -«Si la naturaleza
mo vim ien to de la nat ura leza me rte ahu yen
.
tar la, siem - sensorial fuera, en lo moral, siempre y sólo la parte reprimi­
a la gra cia no qui ere dec ir
Sep arar tod
que no s � en ��nch e- da y nunca la participante ¿cómo podría prestar todo el fue­
pre pue de aco mp añar, con tal de
leg 1sl�c1o n. La ex�r.e - go de sus sentimientos a un triunfo que se celebra sobre
Las Gra cia s no son idó neas para la
er gra cia , no el sen tido ella misma? ». -Existe un medio. La naturaleza sensorial, no
sió n, la ma nera de escrib ir pue de ten
y con ten ido . .
OS (q1:1 e est �n
, como partícipe, sino frenada bajo el despotismo del impera­
tivo categórico, debe resistir a la anarquía de las inclinacio­
hum ano s se div ide n en tra baJ .
Los actos
una d � sgr.a�1a s1 . est e ul- nes naturales, porque sólo la eliminación de aquélla fomen­
baj o la ley del deb er) y jue go. Sería
. No pod na viv ir feli z. Pero, ta la continuada armonía de éstas.
t 1mo fue ra pro hib ido al hom bre . ' nes d e
s a las cond.1c10 Si todos los hombres cumpliesen gustosa y voluntaria­
·

no obs tan te, hay que ceñ ir aqu ello Las Grac 1a
ést a [lo s trabaj os a la ley del deb
er] .
, � forman mente la ley moral, tal como la razón la contiene como nor­
fortale:cen el ammo para ma, entonces el deber no existiría para nada, del mismo
parte del jue go, en cuanto dan y
·

, modo como no se puede pensar esa ley, que define la divi­


fom ent ar aqu él [el deb er] .
Las person as más con cor des en el sen tid o, mu cha s vec es na voluntad, como comprometiendo a ésta. Si es así· que
ers e com pre nde r mu tua­ existen deberes, si el principio moral en nosotros es un
ent ran en des acu erd o por no hac
el con cep t� de deb er, s�­ mandamiento par� nosotros (imperativo categórico),· enton­
me nte en las pal abras. -C onv ert ir
eda aco mp a�ar el cu � ph­ ces debemos considerarnos como obligados a él aunque
par ado de toda gracia que pu
de la mo ral idad, � o qmere fuera sin placer y sin nuestra inclinación. El deber de hacer
mi ent o de aqu él, en el pri nci pio
rlo de tod a gracia que le algo gustosamente y por inclinación es una contradicción.
sig nifica r el ext rem o de sep ara
a en cue nta en abs oluto Cuando el injerto de este concepto en nuestra disposi­
aco m pañ e sin o sól o el no ten erl
n del deb er. . Po :que el te­ ción . mental finalmente haya tenido lugar, podría ocurrir
cuando se trata de la det erm ina ció
pu eda atn bm rse al de­ · muy bien que realicemos actos obligatorios con placer,
ner gra cia no es una pro pie dad que
ést e para dar le .ent r�da a pero no ocurriría que los realizásemos con placer por causa
ber com o tal, y con ect arl a con
n que es una ex1 gen c1a se­ del deber, -lo que se contradice-, por consiguiente, tampo­
aqu élla es con trario a la leg islació
por sí mi sm a. « El hom bre co como consecuencia de un estímulo de la sensualidad que
vera y que qui ere ser res pet ada
ona r placer y deb er; deb e complementa la falta de obediencia frente a la ley del de­
no sól o pu ede sin o deb e rel aci
« Y por el h cho de que ber. Porque justamente en esto consiste la moralidad de la
obe de cer a su raz ón con alegría»- �al, es de �ir, en un ser acción: que la ley del deber no sea solamente la norma
ori
le con vie rte en un ser racion al-s ens �
se­
hu mano, la nat ura leza le anu nci a el com pro � 1so de no (para cualquier propósito), sino . inmediatamente el impul-
pos pon er, inc lus o en .as l
·

so. Esto es parergon a la . moral.


parar lo que ella ha uni do, de no
div ina , la parte sen sorial Incluso el ser que más sobresaliese moralmente por en-
exp res ion es má s puras de su parte
1 65
1 64
)
a imp erativa
a de los hum ano s d ebe reco noc er la form
:i
d a ley mo ral, que su propia razPor ón le dict a, en to � a . su se­
... ·

veridad com o coa cció n mo ral. que como ser fm1 �0. no
ade s que son � s1cas
deja de sen tir la afección de· las nec esid
y que pue den opo nerse � las
mo rale s. Con tra esto � e impo­
o �a la con fianza e ?
ne el imp era tivo cate gór ico incl uso con �
1tada a las con di­
sí m ism o, ya que ésta no deja de esta r ,hm
estas no pug nen c? n­
cion es físicas de su felic ida d, para que
hay a des apareci do
tra la ley moral. Pue de ser, incl u.so, que .
, sm embargo, perma-
el tem or; el asp ecto de ma ndamie nto Immanuel Kant, Analítica del juicio estético,
nece. Primer Libro: Analítica de bello *

Primer momento: del juic;io de gusto * * según la cualidad

§ 1 El juicio de ·gusto es estético

Para decidir si algo es bello o no, referimos la represen­


tación, no mediante el entendimiento al objeto para el co­
nocimiento, sino, mediante la imaginación (unida quizá con
el entendimiento), al sujeto y al sentimiento de placer o de
dolor del mismo. El juicio de gusto no es, pues, un juicio de
conocimiento; por lo tanto, no es lógico, sino estético, en­
tendiendo por esto aquel cuya,base determinante no puede
ser inás que subjetiva. Toda relación de las represen_tacio-
. nes, incluso la de las sensaciones, puede, empero, ser objeti­
va (y ella significa entonces lo real de una representación
· empírica); mas no la relación con el sentimiento de placer y
*
En: Crítica del Juicio, primera sección. España-Cal pe, Colección Aus­
tral, Madrid, 1 977, pp. 1 0 1 - 1 4 1 . Traducción: Manuel García Moren te, © Ma­
ría Josefa García Morente, 1 9 1 4.
**
La definición d e l gusto que s e pone aquí a l a base es: la facultad de
Juzgar lo bello. Pero lo que se exija para l lamar bello un objeto debe descu­
brirlo el análisis de los juicios del gusto. Los mom entos a los cuales ese Jui­
cio atiende a su reflexión los he buscado guiándome por las funciones lógi­
cas de juzgar (pues en los juicios del gusto está encerrada siempre, a pesar
de todo, una relación con el entendimiento). He tratado primero de los de
j l a cualidad, porque el juicio estético, sobre lo bello se refi ere primeramen­

J
te a ella.

1 67
1 66
ojos, puedo seguramente contestar: « No me gustan fas cosas
dolor, mediante la cual nada es desig nado en el objeto , sino
que no están hechas más que para mirarlas con la boca
que en ella el sujeto siente de qué modo es afecta do por la
repres entaci ón. abierta», o bien como aquel iroqués, a quien nada en París
Consi derar con la facultad de conoc er un edific io regu- gustaba tanto como los figones; puedo también, como Rous­
seau, declamar contra la vanidad de los grandes, que mal­
lar, confo rme a un fin (sea en una espec ie clara o confusa
de repre sentac ión), es algo comp letam ente distin to de te­ gastan el sudor del pueblo en cosas tan superfluas; puedo,
ner la conci encia de esa repre sentac ión unida a la sensa­ finalmente, convencerme fácilmente de que si me encontra­
ción de satisfacción . La repre sentac ión en este caso, es to­ se en una isla desierta, sin esperanza de volver jamás con
talme nte referi da al sujeto , más aún, al sentim iento de la los hombres, y si pudiese, con mi sola voluntad, levantar
vida del mism o, bajo el nomb re de sentim iento de placer o mágicamente semejante magnífico edificio, no me tomaría
dolor; lo cual funda una facultad totalm ente partic ular de siquiera �se trabajo, teniendo ya una cabaña que fuera para
discer nir y de juzgar que no añade nada al conoc imien to, mí suficientemente cómoda. Todo eso puede concedérseme
sino que se limita a poner la repre sentación dada en el suje­ y a todo puede asentirse; pero no se trata ahora de ello. Se
to, frente a la facultad total de las repre sentac iones , de la quiere saber tan sólo si esa mera representación del objeto
va acompañada en mí de satisfacción, por muy indiferente
cual el espíri tu tiene consc iencia en el sentim iento de su es­
que me sea lo que toca a la existencia del objeto de esa re­
tado. Repre senta cione s dadas en un juicio pued en ser empí­
ricas (por lo tanto , estéti cas); pero el juicio que recae por presentación. Se ve fácilmente que. cuando digo que un ob­
jeto es bello y muestro tener gusto, me refiero a lo que de
medi o de ellas es lógico cuand o aquél las, en el juicio , son
esa representación haga yo en mí mismo y no a aquello en
referi das sólo al objeto . Pero, en camb io, aunq ue las repre­
que dependo de la existencia del obj eto. Cada cual debe
sentacione s dadas fueran racion ales, si en un juicio son so­
confesar que el juicio sobre belleza en el que se mezcla el
lamen te referi das al sujeto (a su sentim iento ), este juicio es
menor interés es muy p arcial y no es un juicio puro de gus­
enton ces siemp re estéti co.
to. No hay que estar preocupado en lo más mínimo de la
existencia de la cosa, sino permanecer totalmente indiferen­
§ 2 La satisfacción que determina el juicio de ·gusto es total­ te, tocante a e lla, para hacer el papel de juez en cosas del
mente desinteresada gusto.
Pero esta proposición, que es de una importancia capi­
Llámase interés a la satisfacción que unimos con la re­ tal, no podemos dilucidarla mejor que oponiendo a la pura
presentación de la existencia de un objeto. Semejante inte­ · satisfacción desinteresada* en el juicio de gusto, aquella
rés está, por tanto, siempre en relación con la facultad de otra que va unida con interés, sobre todo, si ppdemos estar
desear, sea como fundamento de determinación de la mis­ seguros, al propio tiempo, de que no hay más clases de inte­
ma, sea, al menos, como necesariamente unida al funda­ rés que las que ahora vamos a citar.
mento de determinación de la misma. Ahora bien, cuando
se trata de si algo es bello, no quiere saberse si la existencia *
Un juicio sobre un objeto de la satisfacción puede ser totalmente· de­
de la cosa importa o solamente puede importar algo a noso- sinteresado, y, sin embargo, muy interesantes, es decir, no fundarse en inte­
rés alguno, pero producir un interés; así son todos los juicios morales pu­
. tros o a algún otro, sino de cómo la juzgamos en la mera ros. Pero los juicios de gusto no establecen en sí, tampoco interés alguno.
contemplación (intuición o reflexión). Si alguien me pre­ Sólo en la sociedad viene a ser interesante tener gusto, y de esto se mostra-
gunta si encuentro hermoso el palacio que tengo ante mis rá el motivo en la c;:ontinuación. .

1 69
1 68
§ 3 La satisfacción en lo «agradable» está unida con interés bra sensación, una representación objetiva de los sentidos;
/
y para no correr ya más el peligro de ser mal interpretado,
Agradable es aquello que place a los sentidos en la sensa­ vamos a dar el nombre, por lo demás, usual, de sentimiento
ción. Aquí preséntase ahora mismo la ocasión de censurar y a lo que tiene siempre que permanecer subjetivo y no pue­
hacer notar una confusión muy ordinaria de la doble signi­ de de ninguna manera constituir una representación de un
ficación que la palabra sensación puede tener. Toda satis­ objeto. El color verde de ,los prados pertenece a la sensa-
facción (dícese, o piénsase) es ella misma sensación (de un . ción objetiva, corno percepción de un objeto del sentido; el
placer). Por tanto, todo lo que pla�e, justamente en lo que carácter agradable del mismo, empero, pertenece a la sen­
place, e·s agradable (y según los diferentes grados, o tam- sación subjetiva, mediante la cual ningún objeto puede ser
. b ién relaciones con otras sensaciones agradables, es ·gracio­ representado, es decir, al sentimiento, mediante el cual el
so, amable, delectable, regocijante, etc ... ) . Pero si esto se ad­ .
objeto es considerado como obj eto de la satisfacción (que
mite, entonces las impresiones de los sentidos, que determi­ no es conocimiento del objeto).
nan la inclinación, o los principios de la razón, que determi­ Ahora bien, que un juicio sobre un objeto, en el cual éste
nan la voluntad, o las meras formas reflexionadas de la in­ es por mí declarado agradable, expresa un interés hacia el
tuición, que determinan el Juicio, son totalmente idénticos, mismo, se colige claramente el deseo de aquel juicio, me­
en lo que se refiere al efecto sobre el sentimiento del pla­ diante la sensación, excita hacia objetos semejantes; la satis­
cer, pues éste sería el agrado en la sensación del estado pro­ facción, por tanto, presupone, no el mero juicio sobre aquél,
pio; y como, en últim� término, . todo el funcionamiento de sino la relación de su existencia con mi estado, en cuanto
nuestras facultades debe venir a parar a lo práctico y unifi­ éste es afectado por semejante objeto. De aquí que se diga
carse allí como en sli fin, no podríamos atribuir a esas facul­ de lo agradable, no sólo que place, sino que deleita. No es un
tades otra apreciación de las cosas y de su valor que la que mero aplauso lo que le dedico, sino que por el se despierta una
consiste en el placer que las cosas prometen. La manera inclinación; y a lo que es agradable en modo vivísimo está
cómo ellas lo consigan, no importa, al cabo, nada; y como tan lejos de pertenecer un juicio sobre la cual idad del obje­
sólo la elección de los medios puede establecer aquí una di­ to, que aquellos que buscan como fin sólo el goce (pues ésta
ferencia, resulta que los hombres podrían acusarse recípro­ es la palabra con la cual se expresa lo i nterior del deleite)
�amente de locura o falta de entendimie n to, pero nunca de
se dispensan gustosos de todo juicio.
bajeza o malicia, porque todos, cada uno segú 11 su modo de
ver las cosas, corren hacia un mismo fin, que para cada uno
es ·el placer. § 4 La satisfacción en lo «bueno» está unida con interés
Cuando una determinación del sentimiento de · placer o
de dolor es llamada sensación, significa esta expresión algo BUENO es lo que, por medio de la razón y por el simple
muy dist into de éuando llamo sensación a la representación concepto, place. Llamamos a una especie de bueno, bueno
de una cosa (por los sentidos, como una receptividad . perte­ para algo (lo útil), cuando place sólo como medio; a otra cla­
neciente a la facultad de conocer), pues en este último caso, se, en cambio, · bueno en sí, cuando place en sí mismo. En
la representación se refiere al objeto, pero en el primero, ambos está encerrado siempre el concepto de un fin, por lo
sólo al sujeto, sin servir a conocimiento alguno, ni siquiera tanto, la relación de la razón con el querer (al menos posi­
a aquel por el cual el sujeto se conoce a sí mismo. ble) y consiguientemente, una satisfacción en la existencia
Pero entendemos en la definición anterior, bajo la pala- de un objeto o de una acción, es decir, un cierto interés.

171
Para encontrar que algo es bueno tengo que saber siem­ mente agradable para todo _ el que la posee (por lo menos,
pre qué clase de cosa deba ser el objeto, es decir, tener un negativamente, es decir, como ausencia de todo lo corpo­
concepto del mismo; para encontrar en él belleza no tengo ral). Pero para decir que ella es buena, hay que referirla
necesidad de eso. Flores, dibujos, letras, rasgos que se cru­ además, mediante la razón, a fines; a saber; que ella es un
zan, sin intención, lo que llamamos hojarasca, no significan estado que nos hace estar dispuestos para todos nuestros
nada, no dependen de ningún concepto, y, sin embargo, pla­ asuntos. En lo que toca a la felicidad, cada cual cree, sin em­
cen. La satisfacción en lo bello tiene que depender de la re­ bargo finalmente, poder dar· el nombre de verdadero bien,
flexión sobre un objeto, la cual conduce a cualquier concep­ más aún, del más elevado bien, a la mayor suma (err canti­
to (sin determinar cuál), y por esto se distingue también de dad, como en duración) de agrados en la vida. Pero también
lo agradable, que descansa totalmente sobre la sensación. contra esto se alza la razón. Agrado es goce. Si éste, pues, es
Cierto es que lo agradable y lo bueno parecen, en mu­ sólo lo que importa, sería locura ser escrupuloso en lo que
chos casos, ser lo mismo; Diráse así comúnmente que todo toca a los medios que nos lo proporcionan, sea que lo consi­
deleite (sobre todo, el duradero) es bueno en sí mismo, lo gamos pasivamente por la liberalidad de la naturaleza, o
cual significa, próximamente, que lo agradable duradero y por nuestra propia actividad y nuestra propia acción. Peq:>
lo bueno son lo mismo. Pero puede notarse pronto que esto la razón no se dejará nunca convencer de que la existencia
es sólo una defectuosa confusión de las palabras, porque los de un hombre que sólo vive (por muy ocupado que esté en
conceptos característicos que dependen de esas expresio­ este asunto) para gozar, tenga en sí un valor aun cuando ese
nes no pueden, de ningún modo, trocarse uno por otro. Lo hombre dé en ayudar, lo mejor posible, como medio, a
agradable, que, como tal, representa el objeto solamente otros que también igualmente no buscan más que . el goce,
con relación al sentido, · tiene que ser colocado, mediante el gozando con ellos todos los deleites, por simpatía. Sólo por
concepto de un fin, bajo principios de la razón, para llamar­ lo que él haga, sin consideración al goce, en toda libertad e
le bueno como objeto de la voluntad. Pero si lo que deleita independientemente de lo que la naturaleza, aun pasiva­
lo llamo al mismo tiempo bueno, resulta entonces una rela­ mente, pueda proporcionarle, da él un valor absoluto a su
ción totalmente distinta con la satisfacción; y es fácil verlo, existencia, como existencia de una persona, y la felicidad no
porque en lo bueno viene siempre la cuestión de saber si es es, a pesar de toda la abundan.cía de sus agrados, ni con mu­
sólo mediata o inmediatamente bueno (útil o bueno en sí), cho, un bien incondicionado.*
y, en cambio, en lo agradable no hay cuestión alguna sobre Pero aparte de toda esa diferencia entre lo agradable y
esto, puesto que la palabra significa siempre algo que place lo bueno, concuerdan, sin embargo, ambos en que están
inmediatamente (del mismo modo que ocurre también con siempre unidos con un interés en su objeto; no sólo lo agra­
lo que llamo bello). dable (§ 3) y lo bueno mediato (lo útil), que place, como me­
Aun en el hablar más ordinario distínguese lo agradable dio para algún agradó, sino también lo · bueno absolutamen­
de lo bueno. De un manjar que excita el gusto con especias te y en todo sentido, a saber: el bien moral, que lleva consi­
y otros ingredientes dícese, sin titubear, que es agradable, go el más alto interés, . pues el bien es el objeto de la volun-
confesando al mismo tiempo que no es bueno, porque si
bien inmediatamente deleita al gusto, en cambio, considera­
Una obligación de gozar es un absurdo evidente; igualmente ha de .
do mediatamente, es decir, por medio de la razón, que mira *

serlo también una supuesta obligación de realizar todos los actos que tie­
más allá a las consecuencias, disgusta. Puede notarse esta nen en su término solamente el goce, por muy espiritualmente que se le
diferencia aun en el juicio sobre la salud. Ésta es inmediata- quiera pensar y adornar, y aunque sea un goce místico, el llamado celeste.

1 72 1 73
tad (es decir, de una facultad de desear determinada por la completa justificación y aclaración. Puede decirse que, en­
razón) . Ahora bien, querer algo y tener una satisfacción en tre todos estos tres modos de la satisfacción, la del gusto en
l a existencia de ello, es decir, tomar interés en ello, son co­ lo bello es la única satisfacción desinteresada y libre, pues
sas idénticas. no hay interés alguno, ni el de los sentidos ni el de la razón,
· que arranque el aplauso. Por eso, de la satisfacción puede
decirse en los tres casos citados, que se refiere a inclina­
. § 5 Comparación de los tres modos específicamente diferen­ ción, o a complacencia, o a estimación. Pues bien, COMPLA­
tes de la satisfacción CENCIA es la única satisfacción libre. Un objeto de la incli­
nación y uno que se imponga a nuestro deseo mediante una
Lo agradable y lo bueno tienen ambos una relación con ley de la razón no nos dej an libertad alguna para hacer de
la faculta<;! de desear y, en cuanto la tienen, llevan consigo: algo un objeto de placer para nosotros mismos. Todo inte­
aquél, una satisfacción patológico-condicionada (mediante rés presupone exigencia o la produce y, como fundamento
estímulos, st{rnulos), y éste, una satisfacción pura práctica. de determinación del aplauso, no deja ya que el juicio sobre
Esa satisfacción se determina no sólo por la representación el objeto sea libre.
del objeto, sino, al mismo tiempo, por el enlace representa­ En lo que concierne al interés de la inclinación en lo
do del sujeto con la existencia de aquél. No sólo el objeto agradable, recuérdese que cada cual dice: el hambre es la
place, sino también su existencia� En cambio el juicio de mejor cocinera y a los que tienen buen apetito gusta todo
gusto es meramente contemplativo, es decir, un juicio que, con tal de que sea comestible. Por lo tanto, semejante satis­
indiferente en lo que toca a la existencia de un objeto, enla­ facción no demuestra elección alguna según el gusto. Sólo
za la constitución de éste con el sentimiento de placer y do­ cuando se ha calmado la necesidad puede decidirse quién
lor. Pero esta contemplación misma no va tampoco dirigida tiene o no tiene gusto entre muchos. También hay costum­
a conceptos, pues el juicio de gusto no es un juicio de cono­ bres (conducta) sin virtud, cortesía sin benevolencia, decen­
cimiento (ni teórico ni práctico), y, por tanto, ni fundado en cia sin honorabilidad ... , etc ... Pues donde habla la ley moral,
conceptos, ni que los tenga como fin. ya no queda objetivamente elección libre alguna, en lo que
Lo agradable, lo bello, lo bueno, indican tres relaciones toca a lo que haya de hacerse y mostrar gusto en su conduc­
diferentes de las representaciones con el sentimiento de ta (o en el juicio de las de otros) es muy otra cosa que mos­
placer y dolor, con referencia al cual nosotros distinguimos trar su manera de pensar moral, pues ésta encierra un man­
unos de otros los objetos o modos de representación. Las dato y produce una exigencia, mientras que, en cambio, el
expresiones conformes a cada uno, con las cuales se indica gusto moral no hace más que jugar con los objetos de la sa­
la complacencia en los mismos, no son iguales. Agradable tisfacción, sin adherirse a ninguno de e llos.
llámese a lo que DELEI'{A; bello, a lo que sólo PLACE; b ue­
no, a lo que es APRECIADO, aprobado, es decir, cuyo valor
objetivo es asentado. El agrado vale también para los ani­ Definición de lo bello deducida del primer momento
males irracionales; belleza, sólo para los hombres, es decir,
seres animales, pero razonables, aunque no sólo como tales G USTO es la facultad de juzgar un objeto o una represen­
(verbigracia, espíritus), sino, al mismo tiempo, como anima­ tación mediante una satisfacción o un descontento, sin inte­
les; pero lo bueno, para todo ser razonable en general. Pro­ rés alguno. El objeto de semejante satisfacción llámase be­
posición es ésta que sólo más adelante puede recibir su llo.

1 74 175
Segundo momento: del Juicio de gusto, a saber, según su
cantidad § 7 Comparación de lo bello con lo agradable y con lo bueno
por medio del carácter citado
§ 6 Lo bello es lo que, sin concepto, es representado como
objeto de uria satisfacción «Universal» En lo que toca a 19 agradable, reconoce cada cual que su
juicio, fundado por él en un sentimiento privado y median­
Esta definici ón de lo bello puede deducir se de la ante­ te el cual él dice de un objeto que le place, se limita tam­
rior definici ón comO' objeto de la satisfac ción, sin interés al­ bién sólo a su persona. Así es que cuando, verbigracia, dice:
guno. Pues cada cual tiene conscie ncia de que la satisfac­ « El vino de Canarias es agradable», admite sin dificultad
ción en lo bello se da en él sin interés alguno, y ello no pue­ que le corrija otro la expresión y le recuerde que debe de­
de juzgarlo nada más que diciend o que debe encerrar la cir: « Me es agradable. » Y esto, no sólo en el gusto de la len­
base de la satisfacción para cualqui er otro, pues no fundán­ gua, · del paladar y de la garganta, sino también en lo qµe
dose ésta en una inclinación cualqui era del sujeto (ni en puede ser agradable a cada uno para los ojos y los oídos.
cualqui er otro interés reflexio nado), y sintiénd ose, en cam­ Para uno, el color de la violeta es suave y amable, para otro,
bio el que juzga, comple tament e libre, con relación a la sa­ muerto y mustio. Uno gusta del .sonido de los instrumentos
tisfacci ón que dedica al objeto, no puede encont rar, como de viento, otro del de los de cuerda. Discutir para tachár de
base de la satisfacción, condic iones privada s alguna s de las inexacto el juicio de otros, apartado del nuestro, como si es­
cuales sólo su sujeto depend a, debiend o, por lo tanto, consi­ tuviera con éste en lógica oposición, sería locura. En lo que
derarla como fundad a en aquello que puede presup oner toca a lo agradable, vale, pues, el principio de que cada uno
tambié n en cualqui er otro. Consigu ientem ente, ha de creer tiene su -gusto propio (de los sentidos).
que tiene motivo para exigir a cada uno una satisfac ción se­ Con lo bello ocurre algo muy distinto. Sería (exactamen­
mejant e. Hablará, por lo tanto, de lo bello, como si la belle­ te al revés) ridículo que alguien, que se preciase un tanto de
za fuera una cualida d del objeto y el juicio fuera lógico gusto, pensara justificarlo con estas palabras: « Ese objeto
(como si constit uyera, median te concep to del objeto, un co­ (el edificio que vemos, el traje que aquél lleva, el concierto
nocimi ento del mismo), aunque sólo es estético y no encie­ que oímos, la poesía que se ofrece a nuestro juicio) es bello
rra más que una relació n de la represe ntación del objeto para mí. » Pues no debe l lamarlo bello si sólo a él le place.
con el sujeto, porque tiene, con el lógico, el parecid o de que Muchas cosas pueden tener para él encanto y agrado, que
se puede presup oner en él la validez para cada cual. Pero eso .ª nadie le importa; pero, al estimar una cosa como be­
esa univers alidad no puede tampoc o nacer de concep tos, lla, exige a los otros exactamente la misma satisfacción; juz­
pues no hay tránsito alguno de los concep tos al sentim iento ga, no sólo para sí, sino para cada cual, y habla entonces de
de placer ·o dolor (ex.c epto en las leyes puras práctic as, que, la belleza como si fuera una propiedad de las cosas. Por lo
en cambio , llevan consigo un interés que no va unido al tanto, dice: La cosa es bella y, en su juicio de la satisfacción,
puro juicio de gusto). Consiguientem ente, una preten sión a no cuenta con la aprobación de otros porque los haya en­
la validez para cada cual, sin poner universalidad en obje­ contrado a menudo de acuerdo con su juicio, sirio que la
tos, debe ser inheren te al juicio de gusto, juntam ente con la exige de ellos. Los censura si juzgan de otro modo y les nie­
conscie ncia de la ausenc ia en el mismo de todo interés , es ga el gusto, deseando, sin embargo, que lo tengan. Por lo
decir, que uria preten sión a universalidad subjeti va debe ir tanto, no puede decirse: Cada uno tiene su gusto particular.
unida con él. Esto significaría tanto como decir que no hay gusto aiguno,

1 76 . 1 77
.
o sea que no hay juicio estético que pue da pretender legíti­ mediante el cual declaramos algo bello, que, sin pensarla en
mamente a la aprobación de todos. é l, a nadie se le ocurriría emplear esa expresión, y entonces,
Sin embargo, encuéntrase también, en lo que se refiere a en cambio, todo lo que place sin concepto vendría a colo­
lo agradable, que en el juicio sobre éste puede darse unani­ carse en lo agradable, sobre el cual se deja a cada uno tener
midad entre los hombres. Y entonces, con relación a ésta, su gusto para sí y nadie exige de otro aprobación para su
niégase el gusto a unos y se le atribuye a otros, y no, por juicio de gusto, cosa que, sin embargo, ocurre siempre en el
cierto, en la significación de sentido orgánico, sino como fa­ j uicio de gusto sobre la belleza. Puedo dar al primero el
cultad de juzgar referente a lo agradable. Así, de un hombre nombre de gusto de los sentidos y al segundo el de gusto de
que sabe tan bien entretener a sus invitados con agrados reflexión, en cuanto el primero enuncia sólo juicios priva­
(del goce, por todos los sentidos}, que todos encuentran pla­ dos y el segundo, · en cambio, supuestos juicios de valor uni­
cer, dícese · que tiene gusto� Pero aquí la 9niversalidad se versal (públicos). Ambos, sin embargo, enuncian juicios es­
toma sólo comparativamente, y aquí tan sólo reglas ·genera­ téticos (no prácticos) sobre un objeto, sólo en considera­
les (como son. todas las empíricas) y no universales, siendo, ción de las relaciones de su representación con el senti­
sin embargo, estas últimas las que el juicio de gusto sobre miento de placer y dolor. Ahora bien, ya que no sólo la ex­
lo bello requiere y pretende alcanzar. Es un j uicio en rela­ periencia muestra que el juicio del ·gusto de los sentidos (del
ción con la sociabilidad, en cuanto ésta descansa e n reglas placer o dolor por algo) carece de valor universal, sino que
empíricas. En lo que se refiere al bien, los juicios pretenden también cada cual es por sí mismo bastante modesto para
también tener, con razón, por cierto, validez para todos. no exigir de los otros esa aprobación (aunque realmente, a
Pero el bien es representado como objeto de una satisfac­ menudo, se encuentra también una conformidad bastante
ción universal, sólo mediante un concepto, lo cual no es el amplia en estos juicios), resulta extraño que el ·gusto de re­
caso ni de lo agradable ni de lo bello. flexión, desatendido también bastante a menudo, como lo
enseña la experiencia, en su pretensión a la validez univer­
sal de su juicio (sobre lo bello), p ueda, sin embargo, encon­
§ 8 LQ universalidad de la satisfacción es represe ntada en trar posibles (cosa que realmente hace) el representarse jui­
un juicio <).e ·gusto sólo como subjetiva cios que puedan exigir esa universal aprobación y la exija,
en realidad, para cada uno de sus j uicios de gusto, sin que
Esa determinación particular de la universalidad de un los que j uzgan disputen sobre la posibilidad de semejante
juicio estético que se encuentra en un juicio de gusto es una l pretensión, habiendo sólo en algunos casos particulares en­
l tre ellos disconformidad sobre la aplicación de esa fa­
cosa notable, no por cierto para e l lógico, pero sí para el fi­
lósofo-trascendental, y exige de éste no poco trabajo para i
t
cultad.
descubrir su origen, manifestando, en cambio, también una Pero aquí hay que notar, ante todo, que .. una universali­
propiedad de nuestra facultad de conocer, que hubiera per­
manecido desconocida sin ese análisis. �
1 dad, que no descansa en conceptos del objeto (aunque sólo
sean empíricos), no es en modo alguno lógica, sino estética,
Primeramente hay que convencerse totalmente de que, í es decir, que no encierra cantidad alguna objetiva del juicio,
mediante el juicio de gusto (sobre lo bello), se exige a cada sino solamente una subjetiva; para ella uso yo la expresión
cual la satisfacción en un objeto, sin apoyarse en un concep­ validt}z común, que indica la validez, no de la relación de
to (pues entonces sería esto el bien) y de que esa pretensión · una representación con la facultad de conocer, sino con e l
a validez universal pertenece tan �sencialmente a un juicio sentimiento d e placer y dolor para cada sujeto. (Puede em-

. 1 78 1 79
,,��----=---- -
plearse la misma expresión para la cantidad lógica del jui­ agradable. Sólo los juicios sobre el bien, aunque determi­
cio, con tal que se añada: validez universal objetiva, a dife­ nan también la satisfacción de un objeto, tienen universali­
rencia de la meramente subjetiva, que siempre es estética). dad lógica y no sólo estética, pues ·valen, sobre el objeto,
Ahora bien, un juicio de valor universal objetivo es siem­ como un conocimiento del mismo, y por eso valen para
cada cual.
·

pre también subjetivo, es decir, que cuando alguno vale


para todo lo que está encerrado en un concepto dado, vale Si se juzgan objetos . sólo mediante conceptos, piérdese
también para cada uno de los que se representen un objeto toda representación de belleza. Así, pues, no puede haber
mediante ese concepto. Pero de una validez universal subje­ tampoco regla alguna según la cual alguien tuviera la obli­
tiva, es decir, de la estética, que no descansa en concepto al­ gación de conocer algo como bello. lEs un traje, una casa,
guno, no se puede sacar una conclusión para la validez lógi­ una flor bella? Sobre esto
. no se deja nadie persuadir en su
ca, porque aquella especie de juicios no se refiere en modo juicio por motivos ni p rincipios algunos. Queremos someter
alguno al objeto. Justamente por eso, la universalidad esté­ el objeto a la apr.e ciación de nuestros ojos mismos, como si
tica que se añade a un juicio ha de ser de una especie parti­ la satisfacción dependiese de la sensación, y, sin embargo,
cular, porque el predicado de la belleza no se enlaza con el cuando después se dice del objeto que es bello, creemos te­
concepto del objeto, considerado en su total esfera lógica, ner en nuestro favor un voto general y exigimos la ·adhesión

1
sino que se extiende ese mismo predicado sobre la esfera de todo el m undo, mientras que toda sensación privada no
total de los que juzgan. decide más que para el contemplador
. y su satisfacción.
En consideración a la cantidad lógica, todos los juicios Ahora bien, es de notar aquí que en el juicio del gusto no

1
de gusto son juicios individuales, pues como tengo que com­ se postula nada más que un voto universal de esa clase, con­
parar el objeto · inmediatamente con mi sentimiento de pla­ cerniente a la satisfacción sin ayuda de conceptos, por tan­
cer y dolor, y ello no mediante conceptos, aquellos juicios to, a la posibilidad de un juicio estético que pueda al mismo
l tiempo ser considerado como valedero para cada cual. El
no pueden tener la cantidad de los juicios objetivos con va­ ¡
¡ juicio de gusto mismo no postula la aprobación de cada cual
lidez común. Sin embargo, puede producirse un juicio uni­
versal lógico, cuando la representación individual del obje­ (pues esto sólo lo puede hacer uno lógico universal, porque
to del juicio de gusto se convierte, según las condiciones puede presentar fundamentos); sólo exige a cada cual esa
que determinen este último, en un concepto, mediante com­ aprobación como un caso de la regla, cuya confirmación es­
paración. 1 pera, no por conceptos, sino por adhesión de · los demás. El
Por ejemplo, la rosa que estoy mirando la declaro bella t
!
voto universal es, pues, sólo una idea (aquí no se investiga
por medio de un juicio de gusto; en cambio, el juicio que re­ . aún sobre qué descanse). Que el que cree enunciar un juicio
sulta de la comparación de muchos individuales, a saber: de gusto, juzga en realidad a medida de esa idea, es cosa
las rosas, en general, son bellas, enúnciase ahora, no sólo que pued.e ser incierta; pero que él lo refiere a ella, y, por lo
como estético, sino como un juicio lógico fundado en uno tanto, que ha de ser un juicio de gusto, lo declara él mismo,
estético. Ahora bien, el juicio: la rosa es (en el olor) agrada­ mediante la expresión de belleza. Pero para sí mismo, me-
ble, es ciertamente estético e individual, pero no un juicio . <liante la mera consciencia de la privación de todo aquello
del gusto, sino de los sentidos. Se diferencia del primero en que pertenece a lo agradable y al bien, puede él llegar a es­
esto, a saber: que el juicio de gusto lleva consigo una canti­ tar seguro de la satisfacción que aún le queda; y esto es
dad estética de universalidad, · es decir, de validez para cada todo · en lo que él se promete la aprobación de cada cual,
hombre, la cual no puede encontrarse en el juicio sobre lo ptetensión a la cual tendrá derecho, bajo esas condiciones,

1 80 181
·si no faltase a menudo contr a ellas, y, por tanto , no enunc ia­ ticular de conocimiento. Tiene, pues, que ser el estado de
se un juicio de gusto errónc;! o. espíritu, en esta representación, el de un sentimiento del l i­
bre juego de las facultades de representar, en una represen-
. tación dada para un conocimiento en general. Ahora bien,
§ 9 Investigació n de la cuestión de si, en el juicio de ·gusto, una representación mediante la cual un objeto es dado,
el sentim iento de placer precede al juiCio del objeto o éste pre- para que de ahí salga un conocimiento en general, requiere
cede a aquél la imaginación, para combinar lo diverso de la .intuición, y
el entendimiento, para la unidad del concepto que une las
Lasoluc ió � de este probl ema es la clave para la crítica representaciones. Ese estado de un libre juego de las facul­
del gusto y, por lo tanto , digna de toda atenc ión. tades de conocer, en una representación mediante la cual
Si el place r en el objet o dado fuese lo prime ro y sólo la un objeto es dado, debe dejarse comunicar universalmente,
unive rsal comu nicab ilidad. del mism o debie ra ser atribu ida, porque el conocimiento, como determinación del objeto,
en el juicio de gusto , a la repre sentación del objeto , seme­ con la cual deben concordar representaciones dadas (cual­
jante proce der estarí a en contradicc ión consi go mism o, quiera que sea el sujeto en que se den), es el único modo de
pues ese place r no sería otra cosa que el mero agrado de la representación que vale para cada cual.
sensación, y, por tanto , según su natur aleza, no podr ía tener La universal comunicabilidad subjetiva del modo de re­
más que una valid ez · priva da, porque depe nde inme diata­
1
presentación en un juicio de gusto, debiendo realizarse sin
ment e de la repre sentación por la cual el objeto es dado. presuponer un concepto, no puede ser otra cosa más que el
Así, pues, la capac idad unive rsal de comu nicac ión del es­ estado de esp íritu en el liJ?re juego de la imaginación y del
tado de espír itu, en la repre sentación dada , es la que tiene entendimiento (en cuanto · éstos concuerdan recíprocamen­
que estar a la base del juicio de gusto , como subje tiva con­ te, como ello es necesario para un conocimiento en ·general) ,
dición del mism o, y tener , como conse cuenc ia el place r en teniendo nosotros conciencia de que esa relación subjetiva,
o propia de todo conocimiento, debe tener igual valor para
el objet o. Pero nada pued e ser unive rsalm ente comu nicad
más que el cono cimie n�o y la repre senta ción, en cuan to cada hombre y, consiguientemente, ser universalmente co­
perte nece al cono cimie nto, pues sólo en este caso es ella municable, como lo es todo conocimiento determinado, que
objet iva,' y sólo medi ante él tiene un punto de relac ión uni­ descansa siempre en aquella relación como condición sub­
s jetiva.
versa l · con el cual la facul tad de repre sentación de todo
­ Este juicio, meramente subj etivo (estético), del objeto o
está oblig ada ·a conc orda r. Ahora bien, si la base de deter '
la . d� la representación que lo da, precede, pues, al placer en
mina ci0n del juicio sobre esa comu nicab ilidad gene ral de
repre senta ción hay que pens arla sólo subje tivam ente,
que ) el mismo y es la base de ese placer en la armonía de las fa­
e cultades de conocer; pero en aquella universalidad de las
es, a saber , sin un conc epto del objet o, enton ces no pued
¡
:;

ser otra más que el estad o del espír itu, que se da �n la rela­ condiciones subjetivas del juicio de los objetos fúndase sólo
ción de las facul tades de repre senta r unas con otras ,
en 1 esa validez universal subjetiva de la satisfacción, que uni­
cuan to éstas refie ren una repre senta ción dada al cono ci- mos con la representación del objeto llamado por nosotros
mien to general.
bello.
Las facul tades de cono cer, puestas en juego med iante Que el poder comunicar su estado de espíritu, aun sólo
esa repre senta ción, están aquí en un juego l ibre, porque en lo que toca las facultades de conocer, lleva consigo un
par- placer, podríase mostrar fácilmente por la inclinación natu-
ningún �onc epto deter mina do las restringe a una regla
1 83
1 82
ral del hombre a la sociabilidad (empírica y psicológica­ ción con una facultad general de conocer) no hay otr� cons­
mente). Per.o esto no basta para nuestro propósito. El pla­ ciencia posible. de la misma más que mediante la sensación
cer que sentimos, lo exigimos a cada cual en el juicio de del efecto, que · consiste en el juego facilitado de ambas fa.
gusto como necesario, como si cuando llamamos alguna cultades del espíritu (la imaginación y el entendimiento),
cosa bella hubiera de considerarse esto como una propie­ .
animadas por una concordancia recíproca. Una representa­
dad del obj eto, determinada en él por conceptos, no siendo, ción que sola y sin comparación con otras, tiene, sin embar­
sin embargo, la belleza, sin relación con el sentimiento del go, una concordancia con las condiciones de la universali­
sujeto, nada en sí. Pero el examen de esta cuestión debemos dad, que constituye el asunto· del entendimiento en general,
reservarlo hasta después de la contestación a esta obra, a pone las facultades de conocer en la disposición proporcio­
saber: sí y cómo sean posibles juicios estéticos a priori. nada que exigimos para todo conocimiento, y que tenemos
Ocupémonos ahora aun con esta cuestión inferior: ¿de consiguientemente por valedera para todo ser que esté de­
qué manera llegamos a ser conscientes de una recíproca y terminado a juzgar mediante entendimiento y sentidos
subjetiva concordancia de las facultades de conocer entre sí (para todo hombre).
en el juicio de gusto, estéticamente, mediante el mero senti­
do interior y la sensación, o intelectualmente, mediante la
consciencia de la intencionada actividad con que ponemos Definición de lo bello deducida del segundo momento
· en juego aquellas facultades?
Si la representación dada, ocasionadora del juicio de Bello es lo que, sin concepto, place universalmente.
gusto, fuera un concepto que juntara entendimiento e ima­
ginación en el j uicio del suj eto para un conocimiento del
objeto, en ese caso, la conciencia de esa relación sería inte­
lectual (como en el esquematismo objetivo del Juicio de Tercer momento: de los juicios de gusto según la «relación»
que la Crítica trata); pero entonces, el j uicio no recaería en de los fines que es en ellos considerada
relación con el placer y el dolor y, por tanto, no sería un jui­
cio de gusto. Ahora bien, el juicio de gusto determina el ob­ . § 1.0 De la finalidad en ·genera l
jeto, independientemente de conceptos, en consideración
de la satisfacción y del predicado de la belleza. Así, pues, Si se quiere definir lo que sea un fin, según sus determi­
aquella unidad de la relación no puede hacerse conocer naciones transcendentales (sin presuponer nada empírico, y
más que por la sensación. La animación de ambas faculta­ el sentimiento del placer lo es), diríase que el fin es el obje­
des (la imaginación y el entendimiento) · para una actividad to .d e un concepto, en cuanto éste es considerado como la
determinada, unánime, siu embargo, por la ocasión de la re­ causa de aquél (la base real de su posibilidad). La causali­
presentación dada, activicfad que es la que pertenece a un dad de un concepto, en consideración de su objeto, es la fi na­
conocimiento en general, es la sensación cuya comunicabili­ lidad (forma finalis). Así, pues, donde se piensa no sólo el co­
dad universal postula el juico de gusto. Una relación objeti­ nocimiento de un objeto, sino el objeto mismo (su forma o
va, si bien no puede ser más que pensada, sin embargo, en existencia) como efecto posible tan sólo mediante un con­
cuanto, según sus condiciones, es subjetiva, puede ser senti­ cepto de este último, allí se piensa un fin. La representación
da en el efecto sobre el espíritu; y una relación sin concepto del efecto es aquí el motivo de determinación de su causa y
alguno a su base (como la de las facultades de representa- precede a esta última. La consciencia de la causalidad de
1 84
1 85
una representación en relación con el estado del sujeto, final y, por lo tanto, concepto alguno del bien, porque .
éste
para conservarlo en ese mismo estado, puede expresar es un juicio estético y no uq Jl1icio de conocimiento, y no se
aquí, en· general, lo que se l lama p lacer; dolor es, al contra­ refiere, pues, a ningún conc�pto de la propiedad y de la inte­
rio, aquella representación que encierra el fundamento rior o exterior posibilidad del :objeto, mediante esta o aque­
para deterrpinar el estado de las representaciones hacia su lla causa, sino sólo a la relación mutua de las facultades de
propio .contrario (tenerlas alejadas o despedirlas). representación, en cuanto son determinadas por una repre­
La facultad de desear, en cuanto es determinable sólo sentación.
por conceptos, es decir, por la representación de obrar se­ Ahora bien; esa relación en la determinación de un obje­
gún un fin, sería la voluntad. Dícese de un objeto o de un es­ to como bello está enlazada con el sentimiento de un placer
tado del espíritu o también de una acción, que es final, aun­ que, mediante el juicio de gusto, es declarado al mismo
que su posibilidad no presuponga necesariamente la repre­ tiempo valedero para cada cual; consiguientemente, ni un
sentáción de un fin, sólo porque su posibilidad no puede agrado que acompañe la representación, ni la representa­
ser explicada y concebida p or nosotros más ·que admitiendo 1 ción de la perfección del objeto, ni el concepto del bien,
pueden encerrar el fundamento de determinación. Así,
j
a su base una causalidad según fines, es decir, una voluntad
que la .h ubiera ordenado según la representación de una pues, nada más que la finalidad subjetiva en la representa­
ción de un objeto, sin fin alguno (ni objetivo ni subjetivo) y

1
cierta regla. La finalidad puede, pues, ser fin, en cuanto no­
sotros �o ponemos las causas de esa forma en una volun­ por consiguiente, la mera forma de la finalidad en la repre­
tad, sin poder, sin embargo, hacernos concebible la explica­ sentación, mediante la cual un objeto no es dado, en cuanto
ción de su posibilidad más que deduciéndola de una volun­ somos conscientes de e lla, puede constituir la satisfacción

1
tad. Ahora bien, no tenemos siempre necesidad de conside­ que juzgamos, sin concepto, como universalmente comuni­
rar con la razón (según su posibilidad) aquello que observa­ cable, y, por tanto, el fundamento de determinación del jui-
mos. Así, una finalidad según la forma, aun sin ponerle a la � cio de gusto. .
base un fin (como materia del nexus fina/is), podemos, p ues,
al menos observarla y .notarla en los objetos, aunque no
más que por la reflexiqn. § 12 El juicio de :gusto descansa e n fundamentos «a priori»

Constituir a priori el enlace del sentimiento del placer o .


la dolor, como un efecto, con alguna representación (sensa­
§ 1 1 El juicio de ·gusto no tiene a su base nada más que
.«forma de la finalidad» de. un objeto (o del modo de represe nta-
ción o concepto), como su causa, es absolutamente imposi­
ción del mismo)
ble, pues esto sería una relación causal; la cual (entre obje­
tos de la experiencia) no puede ser conocida nunca más
Todo fin, cuando se le considera como base d e la satis­ que a posteriori y por medio de la experiencia misma. Es
a
f cción, lleva consigo siempre un interés, como motivo de cierto que en la Crítica de la razón práctica, el sentimiento
determinación del juicio sobre el objeto del placer. Así, del respeto (como una modificación particular y caracterís­
pues, no puede ningún fin subjetivo estar a la base del jui­ tica de aquel sentimiento, que no quiere coincidir bien, ni
cio de gusto. Pero tampoco puede determinar el juicio de con el placer, ni con el do l,e>r�qµe recibimos de objetos em­
gusto representación alguna de un fin objetivo, es decir, de . píricos), fue deducido po �s:�..� tros a priori de conceptos
la posibilidad del objeto mismo, según principios del enlace universales morales. Pero �R�bdíamos pasar los límites de

1 87
1 86
i
la experiencia y apelar a una causalidad que descansaba en i § 1 3 El puro juicio de ·gusto es independiente de encanto y
una cualidad suprasensible del sujeto, a saber, la de la liber­ � emoción
tad. Pero, aun allí, no dedujimos propiamente ese sentimien­
to de la idea de lo moral como causa, sino solamente fue de­
ducida de ésta la determinación de la voluntad. El estado
de espíritu, empero, de una voluntad determinada por algo,
j i
Todo interés estropea el juicio de gusto y le quita su im­
parcialidad , sobre todo si no pone, como el interés de la ra­
zón, la finalidad d elante del sentimiento de placer, sino que
es ya en sí un sentimiento de placer, idéntico con él, y así J funda aquélla en éste. Y esto último ocurre siempre en los
no sigue de él como efecto; y esto último sólo debería admi­
tirse si el concepto de lo moral, como un bien, precediese la ·� juicios estéticos sobre algo que hace gozar o sufrir. De aquí
determinación de la voluntad mediante la ley, pues enton­
� que los juicios así apasionad os, o no pueden tener preten­
!·� siones a una satisfacció n universal, o, si lo hacen, son ellas
ces el placer, que fuera unido con el concepto, hubiera sido tan escasas como numerosas son las sensacion es de aquella

J
en vano deducido de él como de un mero conocimiento. clase que se encuentra entre los fundamen tos de determi­
Ahora bien, lo mismo ocurre en los juicios estéticos con nación. El gusto es siempre bárbaro, mientras necesita la
el placer, sólo que aquí éste es solo contemplativo y no tie­ mezcla con encantos y emociones para la satisfacció n y has­
ne interés en influir en el objeto; en el juicio moral, en cam­ ta hace de éstas la medida de su aplauso.
bio, es práctico. La conciencia de la mera formal finalidad Sin embargo, no sólo los encantos se cuentan a menudo
en el juego de las facultades de conocimiento del sujeto, en entre la belleza (que, sin embargo, debería referirse sólo la
una representación mediante la cual un objeto es dado, es forma) como contribució n a la satisfacción estética univer­
el placer mismo, porque encierra un fundamento de deter­ sal, sino que son también considerad os en sí mismos como
minación de la actividad del sujeto, con respecto a la ani­ bellezas, consideran do, pues como forma la material de la
mación de las facultades del mismo, una interior causali­ satisfacción , equivocació n que, como muchas otras, cuya
dad, pues (que es final), en consideración del conocimiento base encierra, sin embargo, siempre algo verdadero, se deja
en general, pero sin limitarse a un conocimiento determina­ corregir mediante una cuidadosa determinac ión de esos
do y, consiguientemente, una mera forma de la finalidad conceptos.
subjetiva de una representación en un juicio estético. Ese Un juicio de gusto, sobre el cual encanto y emoción no
placer no es de ninguna manera práctico, ni como el que ejercen influjo alguno (aunque se dejen éstos enlazar con la
tiene la base patológica del agrado, ni como el que tiene la satisfacción en lo bello), y que tiene, pues, sólo la finalidad
base intelectual del bien representado. Tiene, sin embargo, de la forma como fundamento de determinación, es un ju i­
causalidad en sí, a saber: la de conservar, sin ulterior inten­ cio de ·gusto puro.
ción, el estado de la representación misma y la ocupación
de las facultades del conocimiento. Dilatamos la contempla­
ción de lo bello, porque esa contemplación se refuerza y re­ § 14 Explicación por medio de ejemplos
produce a sí misma, lo cual es análogo (pero no idéntico,
sin embargo) a la larga duración del estado de ánimo, pro- .. Los juicios estéticos pueden, de igual modo que los teó­
<lucida cuando un encanto en la representación del objeto ricos (lógicos), dividirs� en empíricos y puros. Los primeros
despierta repetidamente la atención, en lo cual el espíritu son aquellos que declaran el agrado o desagrado; los segun­
es pasivo. dos, aquellos que declaran la belleza de un objeto o del
modo de representación del mismo; aquéllos son juicios
1 88 1 89
] ·
lejos están de añadirle algo-,. .:ci�
'·'

sensibles Quicios estéticos materiales); éstos (como forma­ - .�:.:m


, ás ·bien sólo en cuanto no
�· , dañen a aquella forma, y di'�fí4o �:el . gusto está aún débil e

l
les) son los únicos propios juicios de gusto. •

Un juicio ae gusto es, pues, puro sólo en cuanto ninguna inculto, por condescen dencia: �a�b�et1. ser admitidos, siempre
··
co t
satisfacción empírica se mezcla en su fundamento de deter­
minación . . Pero esto ocurre siempre que el encanto o la .·1 ���= r::��· ��) los objetos de I�� �entidos (los externos,
emoción tienene una parte en el juicio que ha de declarar como también mediatame nte el· interno) es, o figura, o jue­
algo bello. ·go; en el último caso, o juego de figuras (en el espacio, mí­
Ahora bien; bastantes objeciones se alzan presentando, mica y danza), o mero juego de sensacione s (en el tiempo).
en último término, el encanto no sólo como ingrediente ne­ El encanto de los colores o de los sonidos agradables del
cesario de la belleza, sino incluso totalmente como bastante . instrumen to, puede añadirse; pero el dibujo, en el primero,
por sí mismo para ser llamado bello. Un color aislado, por _,
y la composici ón, en el segundo, constituye n el objeto pro­
ejemplo, el verde de un prado, un sonido aislado (a diferen­ pio del puro juicio de gusto. Y si parece que la pureza de los
cia del grito y del ruido) como el de un violín, es declarado
J1 colores, como de los sonidos, y también su diversidad y
bello en sí por la mayo�ía, aunque ambos sólo son la mate­ � contraste, añaden a· la belleza, no quiere esto decir que, por
ria de las representaciones, es decir que parecen tener a su i ser agradable s en· sí, den igualmente una contri bución de
base sólo sensación, y por eso no merecen llamarse más
que agradables. Pero se notará al mismo tiempo, e mpero,
�i
esa clase a la satisfacció n en la forma; lo hacen solamente
porque hacen esta última más exacta, determinada y perfec­
que las sensaciones de color, tanto como las del sonido, tie­ ·I tamente intuible, y además animan la representación por su
nen derecho a valer como bellas sólo en cuanto ambas son l encanto, despertan do y mantenien do la atención sobre el
puras; esto es una deter'm inación que se refiere ya a la for­ ¡ objeto mismo. (. .. )
ma y es lo único de esas representaciones que se deja con
seguridad comunicar universalmente, porque la cualidad de § 16 El juicio de ·gusto, mediante el cual un objeto es decla­
las sensaciones mismas no puede admitirse como unánime rado bello, bajo la condición de un concepto determ inado, no·
en todos los sujetos, y el agrado de un color con preferencia es puro
a otro, o el sonido de un instrumento musical mejor que el
de otro, pueden también difícilmente ser j uzgados por todos Hay dos clases de belleza: belleza libre (pulchritudo vaga)
de la misma manera. (...) y belleza sólo adheren te (pulchri tudo adhoere ns). La primera
Pero en lo que se refiere a la belleza añadida al objeto a no presupo ne concept o alguno de lo que el objeto deba ser;
causa de su forma, la opinión de que aquella belleza se pue­ la segunda presupo ne un concept o y la perfe cción del obje­
de elevar, por medio del ·encanto, es un error ordinario muy to según éste. Los modos de la primera llámans e bellezas
perjudicial al verdadero, incorruptible y profundo gusto. (en sí con�iste ntes) de tal o cual cosa; la segunda es añadi­
Sin duda, pueden, sin embargo, añadirse encantos al lado da, como adheren te a un concept o (belleza condicio nada), a
de la belleza para interesar el espíritu por la representación objetos que están bajo el concept o de un fin particu lar.
del objeto, además de la satisfacción seca, y servir así de Las flores son bellezas natu les libres . Lo que una flor
debe s � r sábelo difícilm en� .
atractivo para el gusto y la cultura, sobre todo, cuando está tk ·'. �f.P..' a. � arte del botánico , y
�.

aún inculto y no eje�citado. Pero esos encantos hacen real­ e �� e mismo, que reconoc e �- � l , . _organo de reproduc ­
c1on de la � lanta, no �ace ref . · tuna a ese fin natural
. ·

mente daño al juicio de gusto, cuando atraen a sí la aten­ · 'i •

ción como motivo de determfnación de la belleza, pues tan cuando la Juzga median te el gusro�'A �í, pues, a la base de

1 90 191
\

este juicio no hay ni perfección de ninguna especie ni finali- relación con el fin interno que determina su posibilidad, es
dad interna a que se refiera la reunión de los diverso. Mu­ una satisfacción fundada en un concepto; pero la de la be­
chos pájaros (el loro, el colibrí, el ave del paraiso), multitud lleza es de tal suerte que no presupone concepto alguno,
de peces del mar, son bellezas en sí que no pertenecen a sino que está inmediatamente unida con la representación
ningún objeto determinado por conceptos en consideración mediante la cual el objeto es dado (no mediante la cual es
de su fin, sino que placen libremente y por sí. Así, los dibu­ pen-sádo). Pero si el juicio de gusto, en consideración al ob­
jos a la ·grecque, la hojarasca para marcos o papeles pinta­ jeto, se hace dependiente del fin en el concepto, como juicio
dos, etc:.. , no significan nada por sí, no representan nada, de razón, y, por tanto, es limitado, entonces no es ya un li­
ningún objeto, bajo un concepto determinado, y son belle­ bre y puro juicio de gusto. ( .. )
.

zas libres. Puede contarse entre la misma especie lo que en


música se llama fantasía (sin tema), e incluso toda la música
sin texto. § 17 Del ideal de la belleza
En el juicio de una b�lleza libre (según la mera forma),
el juicio de gusto es puro. No hay presupuesto concepto al­ No puede haber regla objetiva alguna del gusto que de­
guno de un fin para el cual lo diverso del objeto dado deb� termine, por medio de conceptos, lo que sea bello, pues
servir y que éste, pues, deba representar, y por el cual la li­ todo juicio emanado de aquella fuente es estético, es decir,
bertad de la imaginacjóJl, que, por decirlo así, juega en la que su fundamento de determinación es el sentimiento del
observación de la figura, wndría a ser sólo limitada. sujeto, y no un concepto del objeto. Buscar un pri ncipio del
Pero la belleza humana (y en esta especie, la de un hom­ gusto, que ofrezca el criterio universal de lo bello, por me­
bre, una mujer, un niño), la bel�eza de un caballo, de un edi­ dio de determinados conceptos, es una tarea infructuosa,
ficio (como iglesia, palacio, ar� enal, quinta), presupone un porque lo que se busca es imposible y contradictorio en sí.
concepto de fin que determina lo que deba ser la cosa; por La comunicabilidad general de la sensación (de la satisfa c­
tanto, un concepto de su perfección: así, pues, es belleza ad­ ción o disgusto) , de tal índole que tenga lugar, sin concepto
herente. Así como el enlace de lo agradable (de la sensa­ y la unanimidad, en lo posible, de todos los tiempos y de to­
ción) con la belleza, que propiamente sólo concierne la for­ dos los pueblos, en lo que toca a ese sentimiento en la re­
ma, impide la pureza del juicio de gusto, así el enlace del presentación de ciertos objetos, tal es el criterio empírico,
bien (para el cual lo diverso es bueno a la cosa misma, se­ aunque débil, y que alcanza apenas a poder conjeturar que
gún su fin) con la belleza daña a la pureza de ést� . un gusto conservado así, por medio de ejemplos, proviene
. .
,

Podrían añadirse inmediatamente en la mtuic1on de un de la base profundamente escondida, y común a todos .los
edificio muchas cosas que nos pluguieran, si no fuera por­ hombres, de la unanimidad en el juicio de las formas bajo
que debe ser una iglesia; podría embellecerse una figura las cuales un objeto es dado. ( . )
con toda clase de rayas y rasgos ligeros, si bien regulares,
. .

Primeramente hay que notar bien que la b�lleza para la


como hacen los neozelandeses con sus tatuajes, si no tuvie­ cual se debe buscar un ideal ·no es una belleza vaga, sino
ra que ser humana, y ésta podría tener rasgos más finos y una belleza fijada por medio de un concepto de finalidad
un contorno de las formas de la cosa más bonita y dulce, si objetiva, y, consiguientemente, tiene que pertenecer al obje­
no fuera porque debe representar un hombre o un gue- to de un juicio de gusto que no sea totalmente puro, sino en
rrero. parte intelectualizado. Es decir, que en la clase de · funda­
Ahora bien: la satisfacción en lo diverso de una cosa, en mentos del juicio donde deba encontrarse un ideal . tiene
1 92 1 93
que haber como base alguna ide � de la r�zó n, se�ú,n deter­ una regla semejante no puede nunca ser puramente �stéti­
. co y que el juicio según un ideal de la belleza no es un sim­
minados conceptos, que determine a priori el fin en que
descansa la posibilidad interna del objeto. Un ideal de be­ ple juicio del gusto.
.
llas flores de un bello mobiliario, de una bella perspectiva,
no se pue d e pensar . Pero tampoco déjese r�presenta� ideal
alguno de una belleza dependiente de un fin det�rmmado, Definición de lo bello, sacada de este tercer momento
verbigracia, una bella casa-habitación, un bello árbol, un be­

¡
llo jardín, probablemente porque esos fines no son bastan.te Belleza es forma de la finalidad de un obj eto en cuanto es
determin.a dos y fijados por su concepto, y, en consecuen�1a, percibida en él sin la representación de un fin.
la finalidad es casi tan libre como en la belleza vaga. Solo
aquel que tiene en sí mi � mo el ?n � e su exis.tencia, el hon:z­
bre, que puede determinarse a si mismo sus fine � por me ? 10
de la razón o cuando tiene que tom arlos de la percepcion , !' Cuarto moment o: del juicio de:g
satisfacción en los objetos
zfs/¡;:·�egún la modalidad de la
·

exterior, p �e d e, sin embargo, ajustarlos a fines e �� nciales y ¡

universales y juzgar después estéticamente tamb1en la con­


§ 18 Qué sea la modalidad de un juicio de ·gusto
cordancia con ellos, ese hombre es el único capaz de un
ideal de la belleza, así como la humanidad en su p ersona,
como inteligencia, es, entre todos los obj etos en el mundo, De toda representación puedo decir: es posible al menos
única capaz de un ideal de la perfecció �. ( ...) que ella (como conocimi ento) esté enlazada con un placer.
. D e lo que llamo agradable digo que produce en mí realmen­
De la idea · normal de lo bello se diferencia, pues, aun el
ideal del mismo, el cual pued : sólo espe �arse e i: la � gura te placer; de lo bello, empero, se piensa que tiene una rela­
. ción necesaria con la satisfacci.ón. Ahora bien, esta necesi­
humana, por los motivos ya citados . En e �ta esta el ideal,
que consiste en la expresión de lo moral, sm . l ? cual no po­ dad es d e una clase especial: n o una necesidad teórica y o b­
dría placer universalmente, y, por tanto, positivamente (no jetiva, donde se puede conocer a priori que cada cual sentirá
sólo negativame nte en una exposició � cor�ecta� . La expre­ esa satisfacción en el objeto llamado por mí bello; tampoco
sión visible de ideas morales que domman mtenormente al una práctica, donde, mediante conceptos de una pura vo­
hombre puede, desde luego, tomarse sólo de la experiencia; luntad razonable que sirve de regla a los seres libremente
pero hacer, por decirlo así, visible su enlace con todo l� qu� activos, es esa satisfacción la consecuencia necesaria de una
nuestra razón une con el bien moral, en la idea . de la finali­ ley objetiva, y no significa nada más que la obligación que
dad más alta, la bondad de alma, puteza, fuerza, descan·� o, ' se tiene de obrar absolutamente (sin posterior intención)
etc ... , en la exteriorización corporal (como efecto de lo in­ de una cierta manera. Sino que, como necesidad pensada
terno), es cosa que requiere ideas puras de la razon , y, con en un juicio estético, puede llamarse solame nte ejemplar, es
� decir, una necesidad de la aprobación por todos de un jui­
ellas unida, gran fuerza de imaginación en el 9ue las JUZ�a, Y
mucho más aún en el que las quiere exponer. La exactitud cio, considerado como un ejemplo de una regla universal
de un ideal semejante de la belleza se dem� estra en que � o que no se puede dar. Como un juicio estético no es un juicio
permite que se mezcle encanto alguno sensible con la � at1s­ objetivo y de conocimiento, esa necesidad no puede dedu­
facción en su objeto, y, sin embargo, hace tomar en el un cirse de conceptos determinadosr y no es, pues, apodíctica.
gran interés, lo cual, a su vez, demuestra que el juicio según Mucho menos puede ser la condusión de una universalidad

1 f\ A 1 95
de la experiencia (de una unanimidad general de los juicios veces lleva el nombre de sentido común (se·nsus communis),
.
sobre la belleza de cierto objeto), pues además de que la ex­ pues que este último juzga;· ºno por sentimiento, sino siem­
periencia en esto proporcionaría difícilmente m uchos · justi­ pre por conceptos, aunque comúnmente como principios
ficantes, no se puede fundar en juicios empíricos concepto · oscu ramente representados.
alguno de la necesidad de esos juicios. Así, sólo suponiendo que haya un sentido común (por lo
cual entendemos, no un sentido externo, ·s ino el efecto que
nace del juego libre de nuestras facultades de conocer), sólo
§ 19 La necesidad subjetiva que atribuimos al juicio de ·gus­ suponiendo, · digo, un sentido común semejante, puede el
to es condicionada juicio de gusto ser enunciado.
í

El juicio de gusto exige la aprobación de cada cual, y el 1.


que declara algo bello quiere que cada cual deba dar su
§ 21 S i se puede suponer con fundamento un sentido común
aplauso al objeto presente y deba declararlo igualmente be­
llo. El deber [ das Sollen] en el juicio estético no es, pues, se­
gún los datos todos exigidos para el juicio, espresado más Conocimientos y juicios, juntamente con la convicción
que condicionalmente. Se sCJFcita la aprobación de todos que les acompaña, tienen · que poderse comunicar universal­
los demás, porque se tiene p ara ello un fundamento que es merite, p ues de otro modo no tendrían concordancia alguna
común a todos, cual�iera que sea la aprobación que se con el objeto: serían todos ellos un simple juego subjetivo
p ueda esperar, con tal de que se esté siempre seguro de que de las facultades de representación, exactamente como lo
el caso fue correctamente $Ubsumido en aquel fundamento quiere el escepticismo. Pero si · han de poderse comunicar
como regla del aplauso. conocimiento s, hace falta que el estado de espíritu, es decir,
la disposición de las facultades de conocimiento, con rela­
ci9n a un conocimiento en general, aquella proporción, por
§ 20 La condición de la necesidad, a que un juicio de ·gusto cierto, que se requiere para una representación (mediante la
pretende, es la idea de U H sentido común cual un objeto nos es dado), con el fin· de sacar de ella conoci­
miento, pueda también comunicarse universalmente, por­
Si los juicios de gusto (como los juicos de conocimiento) que sin ella, como subjetiva condición del conocer, no po­
tuviesen un principio determinado objetivo, entonces el d ría el conocimiento producirse como efecto. Esto ocurre
que los enunciase según éste pretendería incondiconada !le­ también realmente siempre, cuando un objeto dado, por
cesidad para su juicio. Si no tuvieran principio alguno, medio de los sentidos, pone en actividad la imaginación
como los del simple gusto de los sentidos, entonces no po­ para juntar lo diverso y ésta pone en actividad el entendi­
dría venir al pensamiento necesidad alguna de esos juicios. miento para unificarlo en conceptos. Pero esa disposición
Así, pues, han de tener un p rincipio subjetivo que sólo por de las facultades del conocimiento tiene, según la diferencia
medio del sentimiento, y no por m edio de conceptos, aun­ de los objetos . dados, una dife rente proporción. Sin emb ár­
que, sin embargo, con valor universal, determine que p lace go, debe haber una en la cual esa relación interna para la
o que disgusta. Pero un principio semejante no podría con­ animación (de una por la otra) sea, en general, la más venta­
siderarse más que como un sen ti do común, que es esencial­ josa p ara ambas facultades del espíritu con un fin de cono­
mente diferente del entendimiento común, que también a cimiento (de objetos dados), y esa disposición no ·puede ser

1 96 1 97
determinada más . que por el sentimiento (no por concep­
tos). Pero como esa disposición misma tiene que poderse supuesta realmente por nosotros; lo demuestra nuestra pre­
comunicar universalmente, y, por tanto, también el senti­ tens � ón a enunciar juicios de gusto. ¿Hay, en realidad, un
miento de la misma (en una representación dada), y como sentido común semejante como principio constitutivo de la
la universal. comunicabilidad de un sentimiento presupone posibilidad de la experiencia? O bien, lhay un principio de
un sentido común, éste podrá, pues, admitirse con funda­ la ra�ón más alto que impone solamente como principio re­
mento, y, por cierto, sin apoyarse, en ese caso, en observa­ gulativo en nosotros, la necesidad de producir, ante todo,
ciones p&icológicas, sino como la condición necesaria de la en nosotros un sentido común para más altos fines? ¿Es el
universal comunicabilidad de nuestro conocimiento, la gu � to, por tanto, una facultad primitiva y natural, o tan sólo
cual, en toda lógica y en todo principio del conocimiento que la idea de una facultad que hay que adquirir aún, artificial,
no sea excéptico, ha de ser presupuesta. de tal modo que un juicio de gusto no sería, en realidad,
co � su_ � retensión � una aprobación universal, más que una
exigencia de la razon: la de producir una unanimidad seme­
§ 22 necesidad de la aprobación universal, pensada en
La ja�t.e en la manera de sentir, y que el deber (das Sallen), es
un juicio de ·gusto, es ·una necesidad subjetiva que es represen­ decir, la necesidad objetiva de que el sentimiento de todos
tada como objetiva bajo la suposición de un sentido común corra juntamente con el de cada uno, no significaría otra
co �a n: ás que la posibilidad de llegar aquí a ese acuerdo, y
.
En ningún juicio en donde declaramos algo bello permi­ e � UICIO de gu sto. no sería más que_ un ejemplo de la aplica­
J .
c10n de ese prmcip10? . Eso, ni queremos ni podemos investi­
timos a alguien que sea de otra opinión, sin fundar, sin em­
bargo, nuestro juicio en conceptos, sino sólo en nuestro sen­ ?ª.rl.o ahora aquí; sólo tenemos, por ahora, que analizar el
timiento, que ponemos a su base, no como un sentimiento JUICIO del gusto en sus elementos para unir éstos después
privado, sino como uno común. Ahora bien: ese sentido co­ en la idea de un sentido común.
mún, para ello, no puede fundarse en la experiencia, pues
quiere justificar juicios que encierran un deber (ein Sallen);
no dice que cada cual estará conforme con nuestro juicio, Definición de lo bello deducida del cuarto momento
sino · que deberá estar de acuerdo. Así, pues, el sentido co­
mún, de cuyo juicio presento aquí, como ejemplo, mi juicio Bello es lo que, sin concepto, es conocido como objeto
de gusto, a quien, por lo tanto, he añadido una validez ejem­ de una necesaria satisfacción.
plar, es una mera forma ideal que, un� vez supuesta, permi·
te que de un juicio que concuerde con ella, y esto sobre la
misma ya expresada satisfacción en un objeto, se haga, con
derecho, una regla para cada uno, porque el principio, si
bien sólo subjetivo� sin embargo, tomado como subjetivo­
universal (una idea necesaria a cada cual), en lo que se re­
fiere a la unanimidad de varios que juzgan, podría, . como
uno objetivo, exigir aprobación u niversal, con tal de que se
esté seguro de haberlo subsumido correctamente.
Esa norma indeterminada de un sentido común es pre-
.. ""

1 ""
Carta de Schiller a Goethe *

Jena, 23 de �gosto de 1 794.

Ayer me trajeron la grata noticia de que ha vuelto usted


de su viaje. Otra vez tenemos, pues, la esperanza de que qui­
zá pronto lo veamos a usted entre nosotros, cosa que yo,
por mi parte, deseo cordialmente. Las recientes conversa­
ciones con usted han puesto en movimiento toda la masa
de rriis ideas, pues se referían a un asunto que desde hace
varios años me preocupa vivamente . Sobre más de un pun­
to en que yo no podía llegar a un satisfactorio acuerdo · con- ·

migo mismo, el contemplar su espíritu (pues así debo lla­


mar la impresión total que me han hecho sus ideas) ha en·
cendido en mí una luz inesperada. Me faltaba el objeto, el
cuerpo, para muchas ideas especulativas, y usted me puso
en la pista. Su mirada obseryadora, que reposa tan tranqui­
la y pura sobre las cosas, nunca lo expone al peligro de caer
en extravfos en que se pierden tan fácilmente tanto la espe­
culación como la imaginación arbitraria · que se obedece
sólo a sí misma. En su recta intuición ya está y de modo mu- .
cho más completo, todo lo que el análisis busca penosamen­
te, y sólo porque está en usted como un todo es por lo que
su propia riqueza se le oculta a usted mismo; pues por des- .
gracia únicamente conocemos aquello que separamos. De

* Publicada en: Briefwchse { zwischen Goethe und Schiller, Insel Verlag,


Frankfurt/m., 1 966, pp. 33-36. Traducción: Juan Probst.

20 1
ahí que los espíritus como el suyo rara vez saben cuánto imaginación, con �yuda de la inteligencia, aquello que la
han avanzado y cuán pocos motivos tienen para tomar pres­ realidad le escatimaba y engendrar así, como desde dentro
tada cosa alguna de la filosofía, que sólo puede aprender de y por vía racional, una Grecia. En aquella época de la vida
ellos. La filosofía puede únfoamente analizar lo que le es en que el alma se forma su mundo interior a base del exte­
dado, pero .el dar mismo n'o es asunto de � ana lítico, sino del rior, rodeado de formas imperfectas, ya se había asimilado
. ,
genio que, bajo el oscuro pero certero mfluJo de la razon usted una indómita naturaleza nórdica, cuando su genio
pura, reúne segun leyes objetivas. victorioso, superior a su material, descubrió esa falla desde
Hace tiempo que he asistido, aunque desde bastante l� ­ dentro y se cercioró de ella desde fuera por el contacto con
jos, a la trayectoria de su espíritu y he observado, con admi­ la naturaleza griega. Entonces tuvo usted que corregir su
ración siempre renovada, el camino que usted se trazo. , Bus­
primitiva e inferior naturaleza, impuesta ya a su imagina­
ca usted lo que en la naturaleza hay de necesario, ? er� l? ción, de acuerdo con el mejor modelo que supo plasmarse
busca por el camino más difícil, que toda fuerza mas debil su espíritu creador; y esto, por cierto, sólo puede suceder
hará bien en evitar. Usted concentra toda la naturaleza para según normas conceptuales. Pero esa dirección lógica que
que se le ilumine el hecho singu �ar; �? la et� rn � d ad dt! sus el espíritu está obligado a tomar en la reflexión, no se con­
.
arquetipos persigue usted la exphcac10n del mdividuo. Des­ cilia bien con la dirección estética, la única que le permite
de la organización simple asciende usted, paso a paso, hasta crear. Tiene usted, pues, una tarea más: pues así como usted
la más complicada para construir en fin genéticamente la pasó de la contemplación a la abstracción, así debió ahora
.
más complicada de todas, el hombre, a base de los mate:ia­ transformar, retrocediendo, los conceptos en intuiciones,
les de todo el edificio de la naturaleza. Al recrearlo, en cier­ trocar los pensamientos en sentimientos, porque sólo por
to modo, . siguiendo a la naturaleza, trata usted de penet: ar medio de éstos puede el genio producir.
en su técnica oculta. Idea grande y verdaderamente heroica Así, poco más o menos, estimo yo la trayectoria de su
que basta para demostrar hasta qué �unto su espíritu reco­ espíritu, y usted mismo sabrá mejor que nadie si tengo ra­
ge la ri.c a totalidad de sus represe� iac10nes en una he� mosa zón . Pero lo que difícilmente puede usted saber (porque el
unidad. Nunca pudo usted haber esperado que su vida a�-. genio es siempre para sí mismo el más grande secreto) es la
canzaría para semejante meta, pero el emprender tal cami­ bella armonía de su instinto filosófico con los más puros re­
no vale, por sí sólo, más que terminar aquel otro - y ust� d sultados de la razón especulativa. A primera vista, parecería
ha elegido, como Aquiles en la Ilíada, entre Phthia , y la in­
ciertamente como si no pudiesen existir mayores opposita
mortalidad . Si hubiese usted nacido griego, o por lo menos que el espíritu especulativo, que . parte de la unidad, y el in­
italiano, y si desde la cuna lo hubiese ya rod� ado una n �tu­ tuitivo, que parte de la multiplicidad. Pero si el primero
raleza exquisita y un arte idealizador, �u cammo se hubiera busca con ánimo casto y fiel la experiencia, y el último con
abreviado infinitamente, se hubiera hecho, quizá, del todo intelecto autónomo y libre la ley, de ninguna manera es po­
superfluo . Ya en la primera contemplación de las cosa� ha­ sible que ambos dejen de encontrarse a medio camino. Es
bría usted recogido, entonces, . la forma de lo necesario, y cierto que el espíritu intuitivo tiene que ver sólo con indivi­
con sus primeras experiencias se habría desarrollado en us­ duos, y el especulativo sólo con especies. Pero si el intuitivo
ted el estilo monumental. Ahora bien, ya que nació usted es genial y busca en lo empírico el carácter de necesidad,
alemán, ya que su esp Í ritu helénico ha sido � rr�jado a este entonces, por más que produzca siempre individuos, los
ambiente nórdico, no le quedó otra alternativa que, o con­ producirá con el carácter de la especie; y si el esp\ritu espe­
vertirse usted mismo en artista nórdico, o sustituir para su culativo es genial y no abandona la experiencia al elevarse
por encima de ella, entonces, aunque nunca produzca más
que especies, lo hará con la posibilidad de la vida y con
un fundamento en objetos reales .
Pero noto que, en lugar de una carta, estoy a punto de
escribir un tratado. Perdóneselo usted al vivo interés que
me ha inspirado el asunto; y en caso de que no reconozca su
imagen en este espejo, le ruego encarecidamente que no
por eso lo deseche.

Carta de Goethe a Schiller del 30 de agosto de 1794 *

Las hojas añadidas, sólo me permito enviarlas a un ami­


go del que puedo esperar que sea indulgente conmigo. Al
leerlas nuevamente me veo como aquel mancebo que se
propuso verter el océano en un hoyuelo. No obstante per­
mítame usted que le envíe, en lo sucesivo, más de estos Im­
promptus; darán estímulo a la conversación, la avivarán y
orientarán .
·

Saludos muy atentos


Weimar, el 30 de agosto 1 794.
Goethe

Anexo

En qué sentido puede aplicarse la idea: belleza es perfec- .


ción con libertad a seres naturales orgánicos.

*
Reproducido en: Der Briefwechsel zwischen Goethe und Schiller, Insel
Verlag; Frankfurt 1 966, pp. 38-4 1 . Traducción: Angela Ackermann.

Este texto con � iderado como perdido durante mucho tiempo, fue halla­
do por Günther Schultz y publicado por primera vez en el Anuario de la
Goethe-Gesellschaft 1 952/53. Se trata, evidentemente, de una respuesta a la
carta de Schiller del 23 de agosto 1 794.
.

205
204
rio�, de manera que el animal parece actuar únicamente se­
Un ser orgánico es tan multifacético en su exterior, en su gún la libre voluntad. Recordemos un caballo al que ve mos
interior tan·.variado e inagotable que uno no puede escoger usar sus miembros en libertad.
bastantes puntos de .v ista para contempla rlo, ni desarrollar Si nos elevamos ahora hasta el ser humano 1 lo hallamos
en sí mismo los órganos suficientes para desmemb rarlo sin finalmente, casi libre de las ataduras de la ani malidad co rt
que lo mate. Intentaré aplicar, a los seres naturales orgáni­ su � miemb:os delicadamente subordinados y coordina d os y
cos, la idea de que la belleza sea perfección con libertad.
·

mas so � et1dos a la voluntad que los miembros de cualquier


Los miembros de todas las creaturas están formados de
·

otro ammal, y aptos no sólo para toda clase de labores sino


manera que puedan disfrutar su existencia, conservar y re­ ta� bién pa�a la expresión espiritual. Sólo con una ojeada
producirla, y en este sentido todo lo viviente debe ser lla­ q� 1ero referirme al lenguaje gestual, reprimido en personas
mado· perfecto. Esta vez me dedico inmediatamente a los bien educadas y que, en mi opinión, eleva al hombre tanto
animales llamados superiores. sobre al animal como lo hace el lenguaje verbal.
Si los miembros de un animal están formados de mane­
Para hacerse una idea de un hombre bello por esta vía,
ra que esta creatura sólo puede manifestar su existencia de
han de tenerse en consideración incontables proporciones,
una manera muy limitada, este animal nos parecerá feo;
Y desde luego ha� que hacer .�n largo camino hasta que el
porque la limitación de la naturaleza orgánica a un solo fin
alto concepto de libertad pueda coronar, también en lo sen­
tendrá como efecto el peso excesivo de uno u otro miem­
sorial, a la perfección humana.
bro, con. lo que el uso voluntario de los restantes miembros
Aún he de anotar una cosa al respecto. Llamamos her­
quedará necesariamente impedido.
mas� a un animal cuando nos da la idea de que pudiera
Cuando "observo este animal, mi atención se dirige a
usar sus miembros según la voluntad; tan pronto como real-
aquella� partes que tif'.nen mayor importancia en compara­
. mente los utiliza por voluntad, la idea de lo bello es absor­
ción con los restantes, y la creatura, al carecer de armonía,
bida por el sentimiento de lo gracioso, lo agradable, lo lige­
no puede darme una impresión armoniosa. Así, el topo se­
ro, lo suntuoso, etc. Se ve, por tanto, que en la belleza se su­
ría perfecto pero feo, porque su forma sófo le permite ac­
man la tranquilidad a la fuerza, la inactividad a la potencia.
ciones [Handlungen] limitadas y el peso· excesivo de ciertas
. Cuando en un cuerpo o un miembro de éste la idea de
la manifestación de la fuerza está demasiado a �udada a la
partes lo hace totalmente deforme.
Para que un animal pueda satisfacer sólo las necesida­
des limitadas e imprescindibles sin impedimento, debe es­ �xiste �cia, parece que el deleite de lo bello se nos escape
1_n med1atamente, por eso los antiguos formaron incluso a
tar ya perfectamente organizado; sólo cuando le resta la
s �s leones con el mayor grado de tranquilidad e indiferen­
fuerza suficiente, al lado de la satisfacción de sus necesida­
cia, para atraer, también aquí, en nosotros el sentimiento
des, para emprender acciones en cierto modo innecesarias,
con el que abarcamos la belleza.
nos dará también exteriormente la idea de belleza. Yo· diría en este sentido que llamamos . bello a un ser
Cuando digo, pues, este animal es hermoso, sería .inútil
per�ectamente organizado cuando su aspecto nos permite
el esfuerzo de querer demostrar este postulado por medio
<lec.ir· que tenga la �osibilidad de hacer un uso libre y variado
de alguna proporción de número o· medida. Antes bien, lo .
de sus miembros siempre que quisiera; el sentimiento más
que digo no es más que esto: en ese animal, los miembros
elevado de la belleza está, por lo tanto, relacionado con el
se hallan todos en una proporción tal que ninguno obstacu­ · .

.
sentimiento de confianza y esperanza.
liza al otro en su eficacia, y que el equilibrio entre ellos in­
Me podría imaginar que un ensayo sobre la forma an.i-
cluso esconde a mis ojos que sean imprescindibles y necesa-
207
mal y humana debería ofrecer, por este cam ino, buenas vi­
siones y exponer interesantes relaciones.
Especialmente el concepto de proporción, como ya pen­
sado más arriba, que siempre creemos expresar únicamente
por m edio de número y medida, se establecería en formula­
ciones más espirituales, y es de esperar que estas formula­
ciones espirituales finalmente coincidan con el proceder de
los mayores artistas cuyas obras nos han quedado y que al
m ismo tiempo incluyan los bellos productos naturales que
se nos presentan vivos de tiempo en tiempo. Johann Wolfgan von Goethe
Altamente interesante será entonces la reflexión de . Influencias de la filosofía reciente *
cómo podrían producirse los caracteres sin salirse del cerco
de la belleza, cómo podría hacerse aparecer la limitación y
determinación de lo específico sin dañar la libertad. Para la filosofía en sentido propio yo no tenía ningún ór­
Un tal tratamiento d'e bería tener una base anatómico fi­ gano, sólo la contínua labor de salir al encue !ltro del mun­
siológica para diferenciarse de otros y para ser verdadera­ do invasor con la que me vi' obligado a resistir y a apropiar­
mente provechoso como trabajo preparatorio para futuros melo, tenía que llevarme a un método por medio del que in­
amigos de la naturaleza y del arte; mas para la exposición tenté comprender y formarme con las opiniones de los filó­
de un todo tan variado y prodigioso es difícil imaginar la sofos, justamente como si también fueran objetos. La Histo­
posibilidad formal de un discurso adecuado. ria de la filosofía de B ruckner solía leer, en mi infancia, con
gusto y gran aplicación, pero en eso me ocurrió lo que suce­
de a uno que · se pasa toda la vida observando cómo gira el
cielo encima de su cabeza, que distingue alguna que otra
constelación llamativa sin entender nada de astronomía,
·
que con� ce la Osa Mayor pero np la Estrella Polar. ·

Sobre el arte y sus exigencias teóricas yo había tratado


mucho con Moritz en Roma; un pequeño texto impreso es
testigo aún hoy en día de nuestra fecunda oscuridad de en­
tonces. Más adelante, en la exposición del ensayo sobre la
metamorfosis de la planta tenía que desarrollarse un méto­
do apropiado; porque cuando la vegetación me prefiguraba,
paso a paso, su procedimiento, yo no podía equivocarme
sino que, dejándola actuar a su aire, tenía que reconocer los

* Este ensayo lo publicó Goethe, en 1 820, enlos Hefte zur Morphologie


(Cuadernos para la morfología), reproducido en Goethe Werke, tomo 6: "Ver­
mischte Schriften", selección de Emil Staiger, Insel Verlag, Frankfurt/M.,
sin año, pp. 434438. Traducción: Angela Ackerman.

209
208
medio s y caminos cómo ella sabía promover el estado más vez, parecía sonreírme una teoría. La entrada era lo que me
envuelto y nuclear poco a poco hacia la perfección. En las agradaba, en· el laberinto mismo no osaba penetrar: me lo
investigaciones físicas se me impuso la convicción de que, impedía ya el don poético ya el sentido común, y no me sen­
en toda observación, el deber más alto fuese el de localizar tía mejorado en ningún aspecto.
exactamente cualquier condición bajo la que aparece un fe­ Desgraciadamente, aún habiendo sido su discípulo, Her­
nómeno y de aspirar a la máxima integridad posible de los der era, no obstante, un adversario de Kant, y en esta situa­
fenómenos; ya que, finalmente, han de componerse, por ne­ c ión me hallaba todavía peor: no podía coincidir con Her­
cesidad, en una sucesión, o mejor en un orden solapado, der ni tampoco seguir a Kant. Entretanto continuaba inves­
formando . así, incluso ante la mirada del investigador, una tigando seriamente la formación y trasformación de las na­
especie de organización teniendo que manifestar el interior turalezas orgánicas en lo que el mét°'do con el que trataba a
de su vida íntegra. Sin embargo, esta situación siempre se­ las plantas me servía de fiel indicador cJ.el camino. No se me
guía siendo nada más que crepuscular; no hallé en ninguna escapaba que la naturaleza se atenía siempre a un procedi­
' parte una clarificación adecuada a mi mente; porque, a fin miento analítico, al desarrollo desde un todo viviente y mis­
de . cuentas, uno puede ilustrarse sólo de acuerdo con su pro­ terioso, y luego parecía, no obstante, que igualmente opera­
pia mente. ba de manera sintética, ya que situaciones aparentemente
Hacía tiempo que había aparecido la Crítica de la razón del todo ajenas entre sí se aproximan y, juntas, se anudan
pura de Kant, pero se hallaba por completo fuera de mi es­ en uno. Una y otra vez volvía, por eso, a la doctrina kantia ..
fera. No obstante asistí a alguna que otra conversación so­ na; algunos capítulos .c reía comprender mejor que otros y
bre ella y con una cierta atención pude darme cuenta de aproveché bastante para mi uso casero.
que se estaba renovando la vieja cuestión principal de cuán­ Pero entonces me vino a las manos la Crítica del juicio, y
to aporta nuestro propio yo y cuánto el mundo exterior a a ésta debo una época muy feliz de mi vida. Aquí veía a mis
nuestra existencia espiritual. Yo nunca había separado a más dispersas dedicaciones una al lado de la otra, produc­
ambos y cuando filosofaba a mi modo sobre las cosas lo tos del arte y de la naturaleza tratados los unos como los
hice con una inconsciente ingenuidad y creía ver mis opi­ otros; el juicio estético y el juicio teleológico se iluminaban
niones realmente ante los ojos. Pero en cuanto surgía esa alternativamente.
discusión, yo prefería ponerme de aquel lado que hacía el Si bien a mi modo de pensar no siempre le llegó a ser
máximo honor al ser humano y brindaba todo mi aplauso a posible adaptarse al autor, aunque aquí y allá parecía faltar·
aquellos que sostenían con Kant: aunque todo nuestro co­ me algo, las grandes ideas maestras de la obra eran, sin em­
nocimiento empieza con la experiencia, no es que por eso bargo, muy análogas a mi manera de producir, de actuar y
todo él surja también de la experiencia. Los conocimientos de pensar hasta entonces; la vida interior del arte así como
a priori también me convenían, lo mismo que los juicios de la naturaleza, el actuar de ambos desde dentro hacia fue­
sintéticos a priori: porque lno había procedido yo, durante ra estaba claramente expresado en el libro . Los productos
toda mi vida, tanto en la poesía como en la observación, de de estos dos mundos infinitos tenían que existir por sí mis­
manera alternativamente sintética y analítica?; la sístole y la mos, y aquellas cosas que se hallaban yuxtapuestas tenían
diástole del espíritu humano, para mí, nunca eran separadas que existir mutuamente para sí pero no intencionadamente
sino, como una segunda respiración, siempre palpitantes. una por causa de la otra.
Para todo eso, sin embargo, yo no disponía de palabras ni Mi aversión contra las causas finales ahora estaba regu­
menos aún de f�ases elocuentes; mas ahora, por primera lada y justificada; yo podía distinguir claramente entre fin y
efecto, y también comprendía por qué e l entendim i ento hu­
mano con frecuencia confunde ambos. Me daba alegría el sayos Sobre la poesía ·ingenua y sobre la poesía sentimental.
que la poesía y la ciencia natural comparativa estuviesen Ambos estilos poéticos tenían que acomodarse a conceder­
tan íntimamente emparentadas al someterse ambas a la se, c'ara a cara, mutuamente e l m.i smo rango.
misma facultad de juicio. Apasionadam ente animado, yo De esta m anera él puso el pdmer fundamento p ara una
proseguía con mayor veloci dad por mis caminos en la m edi­ estética totalme nte nueva: porque helénico y romántico y
da en que ni yo mismo sabía a dónde llevarían y en tanto cuántos sinónimos más se puedan encontrar, todos pueden
que hallaba poca resonancia entre los kantianos acerca del deducirse d e allí donde por primera vez se habló de la pre­
qué y del cómo de aquello que había asim ilado. Porque yo ponderancia del tratamiento realista o idealista ...
expre saba sólo lo que se había excitado en mí, mas no lo
que había leído.
Remitido a mí mismo, volvía a estudiar una y otra vez e l
libro. E n e l viejo ejemplar, aún me alegran l o s pasajes que
entonces subrayé, lo mismo que en la Crítica de la razón
pura, en la que también me parecía poder penetrar más a
fondo: porque .ambas obras, surgidas de un mismo espíritu,
siem pre rem iten la una a la otra. No lograba acercarm e, en
la misma medida, a los kantianos: si bien me escuchaban no
sabían contestarme nada ni serm e provechosos en algún
modo. Más de una vez me ocurría que el uno o el otro me
concedía con una sonrisa de extrañeza: que ciertamente se
tratase de una analogía de la manera de pensar kantiana
pero de una muy peculiar.
Cuán extraño había sido realmente lo ocurrido, eso sólo
se puso de relieve cuando se avivó mi relación con Schiller.
Nuestras conversaciones eran totalmente productivas o teó-·
ricas, habitualmente ambas cosas a la vez: él predicaba el
evangelio de la libertad, y yo no que ría aceptar que se limi­
tasen los derechos de la naturaleza. Por inclinación amisto­
sa hacia mí, tal vez más que por convi cción propia, él trató,
en las Cartas estéticas, a la buena Madre no con aquellas ex­
presiones duras que me habían hecho tan odioso el e nsayo
Sobre la ·gracia y la dignidad. Pero como yo de mi parte no
sólo puse de relieve de manera tenaz y obstinada las exce­
lencias de la poesía gri egaa y de aque lla poesía que prove­
nía y se basaba en ella sino que adem ás valoré a este esti lo
como. el único correcto y deseable: así él se vio ob ligado a
una reflexión más aguda, y a ese conflicto debemos los en-

212
213
Georg Wilhelm Friedrich Hegel
Deducción histórica del verdadero concepto de ·

arte *

Hemos de partir ahora de esta posición, en la que se re­


suelve la consideración reflexiva, para concebir el concepto
de arte en su necesidad interior; porque también fue de
esta posición cómo surgieron, históricamente, el verdadero
respeto y reconocimiento del arte. Pues aquella oposición
que hemos tocado, no sólo entró en vigor dentro de la for­
mación de la reflexión general sino igualmente en la filoso­
fía como tal, y sólo después de que la filosofía consiguió su­
perar a fondo esta oposición, pudo concebir su propio con­
cepto y, junto con éste, precisamente, también el concepto ·

de la naturaleza y del arte.


Así, esta posición es al mismo tiempo la resurrección de
la filosofía en general y también la resurrección de la cien­
cia y del arte; es incluso a esta resurrección a la que la esté­
tica, como ciencia, debe su verdader(;> g1rg.i miento y el arte
su apreciación superior. · · ···

Por ello quiero tocar brevemente lo histórico que, de


esta transición, tengo en mente, en parte por lo histórico,
en parte porque de esta manera pueden definirse con más
aproximación las posiciones que son decisivas y cuyo fun-

* En: Vorlesungen über die Asthetik, '¡ (Lecciones sobre estética), G.W.F.
Hegel, Werke irz zwarzzig Blinden, Suhrkamp Verlag, Frankfurt/ M., 1 970,
tomo 1 3, pp. 83-92. Traducción: Angela Ackerman.

215
<lamento iremos construyendo. Este fundamento, en cuanto único y lo verd aderamente real. Kant avanzó más, por su­
a su determinación general, consiste en que lo bello en el puesto, en cu�nto reencontró la unidad exigida en aquel lo
arte ha sido reconocido como uno de los (términos) m edios que llamó el entendimiento intuitivo; pero también aquí se ·

que resuelven y reconducen a la unidad aquella oposición y queda parado en la oposición entre lo subjetivo y la objeti­
contradicción entre el espíritu que perm anece abstracto en vidad, de modo que si bien indica la resolución abstracta de
sí y la naturaleza, tanto la que aparece exteriorm ente como la oposición de concepto y realidad, de generalidad y parti-:
la interior del sentimiento subjetivo y del ánimo. cularidad, de entendimiento y sensibilidad; i ndicando así la
idea, no obstante, esta resolución y conciliación misma la
convierte de nuevo en meramente subjetiva y no en una
l. La filosofía kantiana que fuera en sí y para sí verdadera y real. En este sentido,
su Crítica del juicio, en la que contempla el juicio estético y
Fue ya la filosofía kantiana la que no solam ente sintió teleológico, es instructiva y memorable. Los. bellos objetos
este punto d e unión en su necesidad interna, sino que ade­ de la naturaleza y del arte, los productos naturales adecua- '
m ás lo reconoció con certeza y lo hizo imaginable. En gene­ dos a un fin, por medio de los cuales Kant se acerca al con­
ral, Kant estableció la autoconciencia, que se halla y se sabe cepto de lo orgánico y lo viviente, sólo los observa d esde el
en sí infini ta, como fundamento para la inteligencia y tam­ lado de l a reflexión que los juzga subj etivamente. Y es más,
bién para la voluntad; y este reconocimiento de la razón Kant d efin e la facultad del juicio en general como « la facul­
como absoluta en sí, que trajo con sigo el punto de viraje d e tad de pensar lo particular como implícito en lo general » y
la filosofía en los últimos tiempos, este punto d e partida ab­ llama la facultad del juicio' reflexiva « Cuando sólo lo parti­
soluto hay que respetarlo y no se le puede refutar en la filo­ cular es dado y debe hallarse lo general que le correspon­
sofía kantiana aunque se la quiera declarar como insuficien­ d e », (Introducción, IV) . Para e l lo pre cisa una ley, un pri nci­
te. Al recaer Kant, sin embargo, en la firme oposición entre pio que ella debe dárselo a sí misma y como tal ley Kant esta­
en pensam iento subjetivo y las\ cosas objetivas, entre la ge­ blece la adecuación al fin. En el concepto de libertad de la
neralidad abstracta y la singularidad sensible de la volun­ razón práctica, el cumplimiento del fin queda parado en el
tad, fue en primer lugar Kant mismo quien llevó al extremo mero deber ser; pero luego, en .el juicio teleológico sobre l�
la mencionada oposición de la m oralidad, puesto que ade­ viviente, sin embargo, se l e ocurre a Kant considerar e l or­
más elevó e l l ado práctico de la razón por encima del teóri­ ganismo vivo de m anera que el concepto de lo general con­
co. Ante esta fi rm eza de la oposición, reconocida por el en­ tenga aquí aún lo particular y que determine, en cuanto fi­
tendimiento pensante, no l e quedó otra salida que expresar nalidad, lo particular y lo exterior, l a cualidad de los miem­
la unidad sólo en forma de ideas subjetivas para las que no b ros, y eso no desde fuera sino desde dentro y de tal m ane­
pudiese demostrarse una realidad adecuada, y también ra que lo p articular se adecúa por sí mismo al fin. Mas con
como postulados que, si bien fuesen d educibles de la razón este juicio no se podrá, tampoco, reconocer la naturaleza
práctica, no serían, para él, reconocibles en su ser en sí con objetiva de la cosa sino que sólo se pretende expresar una
el pensamiento y cuyo cumplimiento práctico se m anten­ forma de reflexión subjetiva. De manera similar, Kant con­
dría como un m ero deber ser, siempre aplazado al infinito. cibe el juicio estético de tal forma que ni resulte dei' entendi­
Y de esta manera, Kant hizo, desde luego, imaginable la miento e n cuanto facultad de los conceptos, ni tampoco de
contradicción reconciliada, pero ni pudo desarrollar cientí­ la percepción sensible y su multicolora variedad como tal,
ficamente su verdadera esencia, ni demostrarla como lo sino del l ib re juego del e ntendimiento y de la facultad ima-

217
ginativa. En esta conformidad de las facultades cognosciti­ tos. Lo bello, en cambio, ha de despertar, sin tales relacio­
vas, el objeto está referido al sujeto y al sentimiento de pla­ nes e inmediatamente, un agr.ado general. Esto no quiere
cer y de satisfacción de éste. decir otra cosa que la de que no llegamos a ser conscientes
del ·concepto y de la subsumción bajo este mismo cuando
a) Ahora bien, este agrado ha de .producirse, no obstan­ contemplamos lo bello y no dejamos que se produzca la
te, en pri'm er lugar sin ningún interés, es decir, sin relación división en objeto singular y concepto general que normal­
con nuestra facultad de desear. Cuando sentimos, p. ej., un mente se da en el juicio.
interés de curiosidad o uno sensual para nuestra necesidad
sensual, un ansia de posesión y de uso, lo. que nos importa c) En tercer lugar, lo bello debe tener la forma de ade­
no son los objetos por sí mismos sino en función de nuestra cuación al fin en el sentido de que esta adecuación es perci­
necesidad. Entonces lo que es ahí sólo tiene un valor con bjda en el objeto sin la representación de un fin . En el fon­
respecto a ese estar necesitado y la rel�ción es tal que en do, esto es sólo la repetición de lo que acabamos de discu­
un lado se sitúa el objeto, en el otro una determinación que tir. Cuaquier producto natural, por ejemplo una planta o un
es distinta de aquél, pero a la que nos referimos. Si yo animal, está organizado de acuerdo con su finalidad, y en
ingiero a ese objeto, por ejemplo para alimentarme, el inte­ esta finalidad, para nosotros, está :�hí ,inme.d iatamente, de
rés se halla únicamente en mí y permanecerá ajeno al obje­ tal manera que no tenemos una re 1*�5Wi�ción de la finali­
to . Ahora bien, la relación con lo bello, sostiene Kant, no se­ dad separada y distinta de la de su reáli'dad presente. En
ría de esta índole. El juicio estético deja existir libremente esta manera, también lo bello ha de aparecernos como la
para sí lo que exteriormente está ahí, y surge de un placer adecuación a un fin. Cuando la adecuación al fin es finita,
al que el objeto agrada por sí mismo, permitiendo que el el fin y el medio permanecen externos el uno al otro en
objeto tenga su fin en sí mismo. Como ya vimos más arriba, cuanto el fin no está en ninguna relación esencial con el
este es un punto de vista importante. material de .su ejecución. En este caso, la representación del
fin en sí se distingue del objeto en el que el fin aparece
b) En segundo lugar, . según Kant, lo bello debe ser como realizado . Lo bello, en cambio, existe como adecuado
aquello que se nos representa sin concepto, es decir, sin la al fin en sí, sin que el medio y el fin se muestren como lados
categoría del entendimiento, como objeto de una satisfac­ distintos. La finalidad de los miembros, por ejemplo de un
ción ·general. Para apreciar lo bello es preciso un espíritu organismo, es el estar vivos, que existe en los miembros
culto; ei hombre sin más no tiene un juicio sobre lo bello, mismos como real; separados dejan de ser miembros. Por-
entendiendo que este juicio se aroga validez general. De en ­ . que en lo viviente, la finalidad y la materialización de la fi­
trada, lo general como tal es ciertamente un abstracto; pero · nalidad están tan ·inmediatamente unidas que la existencia
aquepo que es verdadero en sí y para sí, lleva, sin embargo,· sólo es en cuanto en ella se ubica una finalidad. Visto desde
en sí la determinación y exigencia de tener validez gene­ este lado, lo bello no debe llevar la adecuación al fin como
ral . Ep este sentido, lo bello también debe ser reconocido una forma exterior sino que la naturaleza inmanente del
generalmente, ·aunque a los meros conceptos del entendi­ objeto bello debe ser la adecuada correspondencia de lo in­
miento no les corresponda ningún juicio sobre lo general. terior y lo exterior .
Lo bueno, lo justo, por ejemplo en acciones singulares, se
subsume bajo conceptos generales y la acción es considera­ d) Finalmente, la consideración kantiana establece lo be­
da buena cuando es capaz de corresponder a estos concep- llo de tal manera que sea reconocido sin concepto como oh-

219
ser, sin embargo y a fin de cuentas, sólo subjetiva con res­
j eto de una satisfacción necesaria. La necesidad es una cate­ pecto al juicio y también a la producción, y no ha de ser, e n
goría abstracta y apunta a una relación interna esencial en­ cambio, lo e n s í y para s í verdadero y real mismo.
tre dos lados. Lo uno, si es y puesto que es, entonces tam­ Estos serían los resultados principales de la Crítica kan­
bién es lo otro. Lo uno contiene e n su definición al mismo tiana hasta donde nos puede interesar aquí. Ella es el punto
tiempo lo otro,. como, por ejemplo, la causa no tiene sentido de partida para la verdadera comprensión de lo bello artís­
sin efecto. Una tal necesidad de satisfacción la tiene lo bello tico, aunque esta comprensión sólo ha podido imponerse
e n sí sin ninguna referencia a conceptos, es decir, a catego­ después de la superación de los defectos kantianos, como la
rías del entendimiento. Así por ejemplo, nos agrada lo re­ comprensión superior de la verdadera unidad de necesidad
gular, lo que está hecho según un concepto del entendi­ y libertad, de lo particµlar y lo general, de lo sensible y lo
miento, si bien Kant exige algo más que la unidad e igual­ racional.
dad de un tal concepto del entendimiento para el agrado.
Lo que hallamos, pues, en todas estas tesis kantianas es
una no-separación de aquello que, de ordinario, está presu­ 2. Schiller
puesto como separado en nuestra conciencia. Esta separa­
ción se halla superada en lo bello en cuanto se compene­ Contra esa infinitud del pensamiento, ese de her por el
tran totalmente lo general y lo particular, fin y m edio, con­ deber, ese entendimiento sin forma -que sólo concibe la na­
cepto y objeto. De este modo, Kant considera también lo turaleza y realidad, sentido y sensibilidad como una fro n te­
bello del arte como una consonancia en la que lo particular ra, como qlgo simplemente hostil contra lo que se halla en
mismo se adecúa al concepto. Lo particular como tal es, de oposición-, hay que reconocer, desde luego, que fue el .sen­
entrada, accidental frente a sí m ismo y también frente a lo tido artístico de un profundo y al mismo tiempo filosófi�o .
general. Y precisamente este ser accidental, el sentido, el espíritu quien reivindicó y expresó primero la totalidad y
sentimiento, el ánimo, la inclinación, se subsume, en lo be­ reconciliación, antes de que hubiera sido reconocida por la
llo del arte, bajo categorías generales del entendimiento filosofía como tal. Hay que concederle a Schiller el gran mé­
y está dominado por el concepto de libertad en su generali­ rito de haber roto la subjetividad kantiana y la abstracción
dad abstracta, pero ade�áS- está unido con lo general de tal del p ensar y de haber osado el intento de co�prender, más
manera que se muestra, interior y exteriormente, adecuado allá de e l las, al nivel del p ensamiento, la unidad y la re­
a él. De esta manera, el pensamierito toma cuerpo en lo be­ conciliación como lo verdadero y de haberlas realizado ar­
llo del arte y la materia no está determinada exteriormente tísticamente. Porque Schiller, en sus observaciones estéti- ·
por él, sino que existe, ella misma, libremente, teniendo lo cas, no sólo insistió en el arte y su interés, despreocupado
natural, l o sensible, lo anímico, etc., e n sí mismo su medida, por la relación de éste con la filosofía en sentido propio,
finalidad y correspondencia, y hallándose, la p ercepción y sino que comparó su interés por lo bello del arte con los
la sensibilidad, elevadas a la generalidad espiritual, de igual principios filosóficos y sólo a partir de ellos y con ellos pe­
manera como el p ensamiento no sólo renuncia de su hosti­ netró en la naturaleza más profunda y en el concepto de lo
lidad frente a la naturaleza, sino que se alegra en ella, con bello. Igualm ente se perc.i be en un período de su obra -más
lo que la sensibilidad, el ansia y el deleite quedan justi­ incluso de lo que es fructífero para la ingenua belleza de la
ficados; y así, la naturaleza y la libertad, la sensibilidad y el obra de arte- que él se dedicó ·a este pensam iento. Las
concepto encuentran juntos su derecho y satisfacción. Pero reflexiones abstractas a propósito e incluso el i nterés en el
también esta reconciliación aparentemente perfecta ha de
22 1
concepto filosófico se hacen notar en varios de sus poemas. ambas legislaturas, el hombre esta_ría igualmente reclama­
Se le hicieron reproches por ello, principalmente para criti­ do. Sería en el conflicto de estos lados opuestos, donde la
carle .Y devaluarle respecto de la ingenuidad y objetividad educación estética tuviera que realizar la exigencia de su
de Goethe, siempre igual a sí misma y nunca enturbiada mediación y reconciliación, ya que, según Schiller, preten­
por el concepto. Pero Schiller, con respecto a esto, sólo dería formar la inclinación, la sensibilidad, la pulsión y el
pagó, en cuanto poeta, la deuda de su tiempo, y fue una ánimo de tal manera que ellas mismas se volv_i esen raciona­
complicación en la deuda que sólo hizó honor a este alma les, con lo· que también la razón, la libertad y la espiritua­
excelsa y este ánimo profundo y que resultó ventajosa para lidad saldrían de su abstracción, y, unidas con el lado natu­
la ciencia y el conocimiento. Por la misma época, también ral de por sí racional, recibirían carne y huesos. Así resulta
Goethe extrajo el mismo estímulo científico de su esfera que lo bello está expresado como la formación en uno de lo
propia, del arte de la poesía; pero así como Schiller penetró racional y lo sensible y esta formación en uno como lo ver­
con su observación en las profundidades interiores del espí­ daderamente real. En general, esta óptica schilleriana ya se
ritu, Go�the condujo su ser particular hacia el lado natural reconoce, en Gracia y dignidad y en sus poemas, en el hecho
del art�, hacia la naturaleza exterior, a los organismos de de que se propusiera como objeto de especial atención el
plantas y animales, a los cristales, la formación de nubes y elogio de las mujeres en cuanto reconoció y subrayó en el
los colores. Para esta investigación científica, Goethe dispu­ carácter de éstas precisamente la existencia por sí misma
so de su gran sentido con el que echó abajo, en estos ámbi­ de la unión de lo espiritual y lo natural.
tos, a la mera · observación del entendimiento y al error de Esta unidad de lo general y lo particular, de libertad y
ésta, del mismo modo como Schiller supo imponer en el necesidad, de la espiritualidad y lo natural, a la que Schiller
otro lado la idea de la libre totalidad de la belleza contra la procuró sin cesar dar vida real por medio del arte y la edu­
consideración de la voluntad y del pensar por parte del en­ cación estética, habiéndola concebido científicamente como
tendimiento. Una serie de obras de Schiller se inscribe en principio y esencia del arte, fue convertida más adelante,
esta comprensión. de la naturaleza del arte, preferentemen­ como idea misma, en principio del conocimiento y del ser
te las Cartas sobre la educación estética del hombre. Schiller ahí, y la idea se reconoció como lo único verdadero y real.
parte en ellas del punto principal de que todo hombre indi­
vidual lleva en sí la disposición de un hombre ideal. Este
hombre verdadero estaría representado por el Estado que
sería la forma objetiva, general, en cierto modo canónica,
en la que la multiplicidad de los sujetos singulares trataría
de conjuntarse y vincularse en la unidad. Ahora bien, habría
dos maneras imaginables de cómo el hombre en el tiempo
coincidiese con el hombre en la idea; por un lado en la ma­
nera de que el Estado superase la individualidad en cuanto
género de lo ético, lo legal, lo inteligente, por el otro lado
en la manera de que el individuo se elevase al género y que
el hombre temporal se ennobleciera volviéndose hombre
ideal. La razón exigiría la unidad como tal, lo genérico, la
naturaleza, en cambio, la diversidad e individualidad, y por
ÍNDICE

Friedrich Schiller
Sobre la gracia y la dignidad ·9
'

Friedrich Schiller
Sobre poesía ingenua y poesía sentimental 67

ADDENDA

Immanuel Kant
Sobre el tratado de Schiller de la gracia y la dignidad . 161

Immanuel Kant
Sobre el tratado de Schiller de la gracia y la dignidad,
Borrador . . . . . . . . . . . . . . . . 1.63

Immanuel Kant
Analítica de lo bello . . . . . . . . . . . . 1 67
Carta de Schiller a Goethe del 23 de agosto de 1794 . . 20 1
Carta de Goethe a Schiller del 30 de agosto de 1794 . . 205

Johann Wolfgang von Goethe


Influencias de la filosofía reciente . . . . . . . 209

Georg Wilhelm Friedrich Hegel


Deducción del verdadero concepto de arte. Kant, Schiller 2 1 5

225

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