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Se ha especulado mucho sobre la razón por la cual Mozart compuso las que
serían sus tres últimas sinfonías en el verano de 1788. Dado su sentido práctico
y su “más que aguda” necesidad de dinero en aquel momento, la explicación
menos probable es que las escribiera a raíz de un simple impulso interior, sin
ninguna interpretación en público a la vista.
Lo más probable es que las tres sinfonías estuvieran destinadas a una serie de
conciertos por suscripción que Mozart esperaba producir ese verano. Pero,
lamentablemente, la popularidad de Mozart en Viena como virtuoso pianístico
se estaba agotando y solamente se dio un concierto; sin embargo, una o más de
estas sinfonías pudieron haber sido interpretadas durante su gira por Alemania,
al año siguiente.
No se sabe con certeza quién le dio a esta sinfonía el nombre de Júpiter; quizás
fue Johann Peter Salomon, el violinista y empresario que invitó a Haydn a
Londres en los años de 1790. Es un extraño caso de adecuado apodo musical,
porque la última sinfonía de Mozart tiene algo astronómico en su perfección.
La Sinfonía nº 41 en Do mayor K. 551 “Júpiter” fue compuesta por Wolfgang Amadeus Mozart
en 1788 y es la última de las sinfonías de Mozart. Se cree que fue Johann Peter Salomon,
empresario alemán, establecido en Inglaterra, quien dio a esta sinfonía el nombre de la
suprema divinidad de la mitología romana, Júpiter. Con ello querría reflejar el carácter triunfal,
generoso y solemne de la obra.
No se sabe si esta obra fue interpretada en vida del compositor, pero alcanzó una gran difusión
internacional poco después de su muerte. De acuerdo con Otto Erich Deutsch,
aproximadamente en este tiempo Mozart estaba preparando para llevar una serie de
“conciertos en el casino” para un nuevo centro de ocio situado en la Spiegelgasse, cuyo
propietario era Philipp Otto, pero parece imposible determinar si las series de conciertos se
celebraron o fueron canceladas por falta de interés.
La obra consta de los cuatro movimientos habituales. Todos, menos el Minueto, tienen forma
de sonata. El movimiento que más llamó la atención en su tiempo fue el Finale, un ambicioso
movimiento que compendia a la vez la forma de sonata y la fuga.
Molto allegro. En Do mayor, compás binario alla breve y forma de sonata con coda.
El primer movimiento (en Do mayor) tiene forma de allegro de sonata. Consta de una
Exposición, Desarrollo y Recapitulación.
MOZART Y EL CONCIERTO
Es innegable que Mozart alcanzó sus mayores triunfos en la ópera y en el concierto, donde
muestra un gran contraste entre la voz o instrumento solista y la orquesta. Los personajes de
las óperas de Mozart toman una fuerza que muy difícil hallar en otros compositores, por lo que
la gran profundidad psicológica puede servir como explicación de sus éxitos operísticos.
También está su temprana carrera como intérprete de piano, y sus innumerables viajes que
por las capitales europeas que lo llevaron a conocer muy de cerca los diferentes estilos de la
ópera en esos tiempos.
En 1775, aún era necesario, el acompañamiento del bajo continuo en las secciones
orquestales, o ritornelos, y para el solista, esto era algo que perjudicaba el efecto dramático de
sus entradas. Mozart, increíblemente, hizo que el solista de sus conciertos se pareciera más a
un personaje de ópera que a cualquier otro compositor anterior (incluido Haydn), y contrastó
las cualidades dramáticas del concierto. Para él, el hecho de que la forma concierto procedía
del aria era algo más que un dato histórico: era una influencia.
LIBRO: ‘’EL ESTILO CLÁSICO’’ de CHARLES ROSEN
Al abandonar Beethoven su ciudad natal, en 1792 llevaba con él un escrito que decía:
<<Marchas a Viena para ver realizados tus deseos hace tiempo frustrados… Allí, y de la
mano de Haydn, recibirás el espíritu de Mozart.>> Lo cierto es que a Beethoven le
hubiera gustado estudiar con Mozart. Al parecer algunos años atrás había estado en
Viena y su forma de tocar había impresionado vivamente a éste, pero Mozart acababa
de morir, así que el joven Beethoven, que a la sazón tenía veintidós años, acudió junto
a Haydn, quien, con ocasión de una visita suya a Bonn, le había animado a seguir
adelante.
Cabría pensar que la historia hubiera planeado de antemano la idea que hoy tenemos
de estos tres grandes genios, idea que, por otra parte, ya era compartida por los
coetáneos de Beethoven. Años después de morir Haydn, pero mucho antes de que
Beethoven desapareciera, los amantes de la música se quejaban de la frivolidad del
ambiente musical vienés y comparaban las esporádicas audiciones de la música de
Haydn, Mozart y Beethoven con la popularidad que alcanzaba la nueva ópera italiana.
El antagonismo generacional y el cambio de modas entre una generación y la siguiente
son fenómenos bien conocidos en la historia de los estilos. Beethoven, a pesar de toda
su proclamada independencia de anteriores influencias, y a pesar de su evidente
resentimiento con Haydn, no supone un desvío radical del estilo de Haydn y Mozart,
comparable a la ruptura con el pasado que protagonizó la generación de Schumann y
Chopin. Beethoven transformó la tradición musical que le había visto nacer, pero
jamás puso en duda su validez. Aun cuando se quejó del patrocinio de Haydn e incluso
de su apoyo y ayuda, jamás abandonó sus formas ni su técnica en gran medida.
Tampoco, desde el punto de vista musical, expresó otra cosa que adoración hacia
Mozart, incluso cuando condenó el aspecto de moral frívola de los libretos de sus
óperas.
Beethoven a menudo parece dirigirse a nosotros de un modo tan directo que nos
resulta difícil admitir la posibilidad de que podamos malinterpretarlo.
Sin embargo, una falsa humildad en la crítica y poco rigor metodológico son muchas
veces los grandes causantes de una ignorancia total.
Por ejemplo, debido a que elude con frecuencia las rígidas relaciones tónica-
dominante dentro de un movimiento, puede parecer que Beethoven está más próximo
a las formas más logradas y menos ortodoxas de Schuman, Chopin y Liszt, que a las de
Haydn y Mozart. Rara es la obra de estos dos últimos compositores donde no se
mantienen con firmeza ambos polos: el aumento de la tensión del inicio implica casi
siempre el estable cimiento inmediato de la dominante como tonalidad secundaria; las
armonías más remotas se usan no sólo en oposición a la tónica, sino también a la
polaridad tónica-dominante como marco de referencia obligado; La resolución marcha
siempre hacia la tónica pasando por la dominante.
COMENTARIO DEL PROFESOR TARAZONA:
- ‘’ En los límites vocales, las tesituras son muy altas, porque él no tenía mucho
conocimiento de la voz, por lo tanto, la voz era como un instrumento (Para
Beethoven). No pensaba mucho en el cantante, sino como un instrumento.
Cambia el nombre en el tercer movimiento, ya no es minuetto, si no scherzo.
Y otro punto importante es el puente entre el romanticismo y el clasicismo. Él
revoluciona la música. Mozart es la etapa más alta, es decir, es la cumbre del
clasicismo. Y Beethoven es el puente hacia el romanticismo. Con Mozart se estabiliza
todo el estilo clásico, que empezó con Haydn. Mozart es la culminación del clasicismo.
Mozart tenía una capacidad creativa incomparable. Hizo 41 sinfonías y hace unos años
se descubrió una más. Y Beethoven hizo 5 concierto para piano y orquesta, y hace
unos años se ha descubierto el concierto para piano cero, ¿Por qué cero y no sexto?
Porque es anterior a ellos.’’
Comentario hecho por el maestro Wilfredo Tarazona el 30/04/2019, a las 11:45 a.m en
la Universidad Nacional de – Sede Anexa Salaverry – Tercer piso.
el final) como “una de las mejores sinfonías del mundo“. Debido a la excelencia
izquierda). Esta sinfonía número 41 fue la última de una serie de tres que
sobrenombre fue urdido por Salomon, como se consignó antes. Salomon, que
Prusia. Compuso varias obras para la corte, entre ellas cuatro óperas y
cámara. Sin embargo, es quizás más conocido hoy en día como organizador de
Haydn fuera el primero en ir. A Mozart, sin embargo, no le dio tiempo, ya que
estos viajes, por lo que son conocidas como sinfonía Salomon o londinenses. La
Salomon, quien interpretó la parte de violín solista, y los seis cuartetos para
cuerda op. 71 y 74, escritos entre las dos visitas a Londres en 1793, que
aunque están dedicados al Conde Apponyi, fueron claramente diseñados para el público que
asistía a las actuaciones que el cuarteto de Salomon dio en
marzo de 1813.
Westminster.