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El Honrado Leñador

Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de duro
trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el rio, se le cayó el hacha al agua.
Entonces empezó a lamentarse tristemente: ¿Como me ganare el sustento ahora que no
tengo hacha?
Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:
Espera, buen hombre: traeré tu hacha.
Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las manos. El
leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la ninfa, para reaparecer
después con otra hacha de plata.
Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.
Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.
¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!
Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira y te
mereces un premio.
La Gratitud de La Fiera
Erase una vez, un pobre esclavo llamado Androcles, de la antigua Roma, que en un descuido de
su amo, se escapó y se internó en un bosque.
Buscando refugio seguro, encontró una cueva. A la débil luz que llegaba del exterior, el
muchacho descubrió un soberbio león. Se lamía la pata derecha y rugía de vez en cuando.
Androcles, sin sentir temor, se dijo:
-Este pobre animal debe estar herido. Parece como si el destino me hubiera guiado hasta aquí
para que pueda ayudarle. Vamos, amigo, no temas, vamos...
Así, hablándole con suavidad, Androcles venció el recelo de la fiera y tanteó su herida hasta
encontrar una flecha profundamente clavada. Se la extrajo y luego le lavó la herida con agua
fresca.
Durante varios días, el león y el hombre compartieron la cueva. Hasta que Androcles,
creyendo que ya no le buscarían se decidió a salir. Varios centuriones romanos armados con
sus lanzas cayeron sobre él y le llevaron prisionero al circo.
Pasados unos días, fué sacado de su pestilente mazmorra. El recinto estaba lleno a rebosar de
gente ansiosa de contemplar la lucha.
Androcles se aprestó a luchar con el león que se dirigía hacia él. De pronto, con un espantoso
rugido, la fiera se detuvo en seco y comenzó a restregar cariñosamente su cabezota contra el
cuerpo del esclavo.
-íSublime! ¡Es sublime! ¡César, perdona al esclavo, pues ha sojuzgado a la fiera! -gritaron los
espectadores.
El emperador ordenó que el esclavo fuera puesto en libertad. Lo que todos ignoraron fue que
Androcles no poseía ningún poder especial y que lo ocurrido no era sino la demostración de la
gratitud del animal.

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