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un único pensamien-

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to de oro. La codicia
es su fuerza y su mo-
tor. Han oído hablar
de un país de leyen-
da, en donde el cune-
ro mana de inexhaus-
tas fuentes. ¿Es la
Jauja quimérica, ó el
rutilante y obsesio- 1.
nador Eldorado? ' "^ w ""^^
A sus mentes de
europeos s e c u l a r e s
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vino v o l a n d o la
imagen d e América, /f,
adornada de todos
los colores, revestida
de una insuperable '•^^^
atracción. Desde que
la tentación de Amé-
rica les picó en el al-
ma, ya no descansa-
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ron. Han consumado
al fin su deseo. Ahí
están, en el vestíbu-
lo de América, en la
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antesala del gran país utópico, curiosos por saber, tuna, el pleno triunfo. El triunfo de la tierra adqui-
dispuestos á gustar las delicias del festín soñado. rida, de las anchas estancias, de los rebaños infi-
Por el momento necesitan contentarse con el nitos, de los comercios poderosos, de la elegante
rancho del hotel. La providencia funcionaría les casa y la refinada familia. Acaso la fundación de
provee de suculenta sopa, de muelles camas. Pa- una influyente estirpe. El hijo doctor, el nieto pre-
uean por los pabellones, por los jardines del vasto sidente. . .
establecimiento, en una ociosidad do bestias des- ¿Cómo serán los sueños de esa muchedumbre?
sncidas. Pero les durará poco esta ociosidad. Ma- De noche, cuando todos duermen, entre el hedor de
ñana serán lanzados á la faena, á la lucha. Sol, su- los cuerpos mal bañados, sería envidiable poder
dor, polvo, fatiga. Tal vez hambre. Quizá penurias destapar esas cabezas soñadoras, y sorprender el
y tristezas nostálgicas. Pero también acaso la for- vuelo tumultuoso de tantas quimeras. No los mi-
remos con desprecio. En esas mentes
rudimentarias se alberga un poder de
ilusión mucho más grande y bello que
en el común de las gentes urbanas. ¿Q.ié
ilusión ni cjué potencia quimérica pue-
de residir en la mente de ese jovenzuelo
almidonado, ó de esa superficial seño-
rita, ó ni siquiera de ese doctorcillo pe-
tulante? La civilización les ha ga.^ta lo
y entorpecido la máquina de forjar qui-
meras. Sueñan, cuando más, en una fun-
ción de teatro, en un traje nuevo, en una
excursión á Mar del Plata.
En cambio, las rudimentarias men-
tes inmigrantes traen la fuerza esencial,
el poder de crear enormes quimeras. Les
pesa en el alma su descomunal anhelo.
Viajes largos y homéricos, conquistas
tenaces, ahorros ímprobos y varoniles,
comprar tierras, fundar pueblos. Están
obsesos por su ideal. Confusamente, por
necesidad de su ignorancia, ven de-
lante de ellos un porvenir grave y va-
leroso. Sienten con toda firmeza la res-
ponsabilidad de sus vidas. Como el sol-
dado antes de la batalla, ellos también
ponen tensos sus músculos, y sobre to-
do la voluntad.
Después se sumergen en la anchura
del país, á la manera de los buzos in-
dianos pescadores de perlas. Unos sal-
drán á la superficie, con el tesoro en
la mano. Otros no podrán salir de las
profundidades de su miseria.

J O S É MA. SALAVERRÍA.

Di'ft. de Vázquez.

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