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Daniel Medina Galvis

Es interesante notar cómo en dos de los aforismos sobre el cristianismo, podemos encontrar
una crítica frontal hacia la manera en que la religión intenta persuadir a sus fieles respecto a
sus doctrinas. Pensemos en el primero: “EL honor del apologista cristiano está en ser probo
con el diablo”; aquí lo que se nos intenta mostrar es que nadie se ha preocupado tanto por el
infierno y el castigo eterno como lo han hecho los cristianos, defensores del cielo. A través
del miedo es mucho más sencillo captar adeptos e influir en sus actos terrenales; será
mucho más fácil consolar al pobre diciendo que su sufrimiento le evitará sufrimientos
ultraterrenos y chantajear al rico para que compre la indulgencia por sus riquezas. Con el
miedo, es más sencillo poder marcar un derrotero moral de lo que la iglesia considere
adecuado para la vida en sociedad, y así lograr el poder.

Pero cuando el miedo se pierde, gracias a espíritus libres y científicos, la iglesia se resiste a
dejar escapar a sus esclavos espirituales, por lo que empieza a rogarle a estos que se
queden, intentando mostrarles que fe y ciencia son plenamente incompatibles; logrando
incluso seguir atrayendo a sus filas, los que serían por vocación espíritus antirreligiosos, sin
duda esto lo podremos notar en el siguiente aforismo: “CIERTA raza de apologistas le
busca puesto al cristianismo en la sociedad moderna exhibiendo certificados favorables,
expedidos por físicos o biólogos. Como si mendigaran recomendaciones de antiguos
criados para recluir en un sanatorio al amo arruinado (EI, 557e).” Sin embargo, a pesar de
lograr arrastrar a ciertos hombres probos y libres a las garras del oscurantismo, esto no
podrá solucionar la ruina a la que se dirige el cristianismo.

A pesar de que aún hay hombres tan supersticiosos como en la Edad Media, ahora tienen
muchos más fetiches en que creer, es decir, el mercado de religiones se ha ampliado lo
suficiente para que la gente elija la que mejor le va con su signo zodiacal o con el perro que
acaba de comprar para sus hijos. Esto sin duda, será la verdadera ruina del cristianismo, que
no tendrá quién la defienda desde la razón, porque ya la razón no es su esclava, aunque
algunos hombres falsamente razonables lo sean.

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