La democracia amenazada por el garrote 

Maria Victoria Vega, Manuela Rojas, Maria Paula Belalcázar, Sofía Berrío

Actualmente, la mayoría de los Estados Nacionales se han caracterizado por ejercer democracias
liberales; camuflando un poder absoluto en pluralismo democrático. Desde su nacimiento, en la
Grecia Antigua, la democracia ha tenido una enorme influencia en la toma de decisiones y, por
supuesto, en la opinión pública. Sin embargo, nunca nos  hemos detenido a pensar ¿quiénes son los
más indicados para tomar decisiones? o ¿qué implica ejercer un modelo democrático en las
sociedades modernas? Hoy, las grandes potencias mundiales se caracterizan por liderar, o imponer,
su soberanía sin medir las consecuencias que esto conlleva, abriendo enormes fisuras que afectan,
severamente, el correcto ejercicio de la democracia. Rusia, Estados Unidos y China son pioneros en
la extenuante tarea de la transgresión democrática. 

La democracia está en grave peligro, y no por una falta de Estados que la adopten como su sistema,
sino por una falta de honor a ella. Muchos países afirman valorar el sufragio universal, con un
“prosopon” de libertad electoral que su poder e influencia respaldan, pues su gran soberanía está
protegida por la historia, pero ¿esto es suficiente para considerarse una democracia? En primer
lugar, Estados Unidos, se ha tomado esta “ardua tarea” de quebrantar la democracia muy en serio.
Donald Trump ha consolidado, como nunca antes, un rol omnipotente. La amenaza de eliminar la
empresa USPS y el uso de la brutalidad policial contra los protestantes oprime uno de los pilares de
la democracia: la libertad de expresión. Sin embargo, su rol internacional está implícitamente ligado
a su poderío, que ahora es más líquido que nunca. Una máscara de “democracia perfecta” no puede
ocultar un gobierno autoritario. Trump se mueve por su ambición; las 33 órdenes ejecutivas que ha
emitido en lo corrido de este año lo ejemplifican. Los demás Estados liberales no le pueden hacer
frente a este gigante, su “poder agudo” e influencia lo dificulta. 

En segundo lugar, el incorrecto ejercicio de los valores que forman el núcleo de la identidad política
y cultural de la democracia han generado que esta se vea gravemente amenazada. El hombre que
hoy gobierna desde allí la nación más extensa del mundo, reconocida, además, como la segunda
potencia militar y uno de los grandes poderes económicos del planeta, ha mostrado que su poder ha
caído en el abuso del ejercicio del “garrote” con el fin de imponer su ideología.  Vladimir Putin, se 
ha ocupado de derribar el orden internacional de la posguerra y ha  fracturado tanto a la Unión
Europea como  la alianza transatlántica. Como consecuencia, ha convertido a Rusia en un país
amenaza para las democracia porque se ha ocupado de invadir países, asesinar a sus críticos y
hostigar a diferentes Estados, olvidando su rol y estatus como actor internacional.

Por último, China no es la excepción a las transgresiones de la democracia. El país más poblado del
mundo dejó de creer en este modelo político desde hace décadas y esto se ha visto ejemplificado en
que los ciudadanos de a pie no puedan elegir a sus mandatarios o decidir lo que sucede en el Ágora
nacional, esto porque, después de casi un siglo, el PCC sigue dominando el país. Además, allí no
existe la libertad de prensa, de expresión e incluso, el internet es vigilado cautelosamente. Los
medios están controlados por el Estado y, de forma lógica, estos son pro gobierno; se persigue a
líderes religiosos y se detienen arbitrariamente a los defensores de los derechos humanos.

La gran pregunta que surge luego de analizar a los “pioneros demócratas” es ¿qué sucederá con las
democracias si el ejercicio del poder no está vinculado con la justificación moral que ofrezca una
racionalidad ética? Se ha desatado un grave problema entre las potencias del mundo, sistemas
“libres” que no se atienden a derechos humanos o democráticos lo que está dando como resultado la
fragmentación de las relaciones internacionales y el predominio del garrote ‘silencioso’.