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HISTORIA
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Sección de Obras de Historia
__________________________________________________________
Palacios, Marco
¿De quién es la tierra? Propiedad, politización y protesta
campesina en la década de 1930 / Marco Palacios. – Bogotá :
FCE, Universidad de los Andes, 2011
256 p. ; 23 x 17 cm – (Colec. Historia)
Contiene: hemorografía y bibliografia
ISBN 978-958-38-0165-5
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Distribución mundial
ISBN: 978-958-38-0165-5
Levítico, 25. 23
Agradecimientos............................................................................................. 15
Prefacio.......................................................................................................... 17
Capítulo i
El problema.................................................................................................... 19
Preliminares.............................................................................................. 19
Los temas.................................................................................................. 21
Sobre “la superestructura jurídica”......................................................... 26
En el 2010.................................................................................................. 29
Los lugares................................................................................................ 32
Descripción estadística y cartográfica de la propiedad
rural en Cundinamarca...................................................................... 37
Capítulo ii
Campesinos y propiedad................................................................................ 51
¿De qué campesinos hablamos? ............................................................. 51
Los “estudios campesinos”....................................................................... 56
Sobre las movilizaciones.......................................................................... 59
Sobre “el rebelde racional”....................................................................... 64
El concepto de mentalidad propietaria................................................... 65
Moral y derecho........................................................................................ 68
Capítulo iii
Capítulo iv
Capítulo v
Capítulo vi
Capítulo vii
Capítulo viii
Epílogo........................................................................................................... 215
En el corto plazo: el apaciguamiento de los arrendatarios.................... 216
Los colonos “comunistas”........................................................................ 220
Viotá: la invención de la tradición........................................................... 226
¿Lecciones? .............................................................................................. 232
Referencias..................................................................................................... 235
Archivos..................................................................................................... 235
Hemerografía (años dispersos)................................................................ 235
Bibliografía............................................................................................... 236
Marco Palacios
México, D. F., octubre de 2010
15
Este libro avanza hacia el punto de partida. Creo que la primera idea de es-
cribirlo surgió en 1975, a raíz de “La ley 200 de 1936 y la modernización del
derecho agrario”, informe de investigación que presenté a la Fundación
Ford, Bogotá, (inédito, 130 páginas). Éste fue un importante insumo de la
tesis doctoral presentada en la Universidad de Oxford en 1977, una base de
El café en Colombia, 1850-1970: Una historia económica, social y política,
obra con cuatro ediciones en español (1979, 1983, 2002 y 2009), todas dife-
rentes entre sí (de allí que se las cite según el caso), complementada con “La
propiedad agraria en Cundinamarca, 1880-1970: un esbozo sobre la socie-
dad de las tierras templadas. Borrador de discusión” (1981)1. Algunas seccio-
nes de este último trabajo, incorporadas en la segunda edición de El café en
Colombia y conservadas en la tercera de 2002, fueron eliminadas en la de
2009. Estaba en marcha este libro y yo en la tarea de hacer relecturas, em-
prender otras nuevas y empaparme de la bibliografía reciente2. Y, puesto que
toda historia se escribe desde el presente, el torrente de acontecimientos
mundiales y nacionales de las últimas décadas me puso a repensar, replan-
tear, precisar.
Las fuentes primarias de la investigación están desperdigadas: unos
cuantos pactos laborales suscritos en la Oficina Nacional del Trabajo (1925-
1950) y algunos consignados en escrituras públicas (notarías de Bogotá, La
Mesa y Tocaima); secciones de los archivos de la Caja de Crédito Agrario,
Industrial y Minero, en particular las de parcelaciones de haciendas (1926-
1961); boletines oficiales y del Congreso; prensa de la época (incompleta, dis-
persa y no siempre bien conservada en los fondos de la Biblioteca Nacional y
la Luis Ángel Arango).
Hablar de años treinta es una convención para referir las aceleraciones
transcurridas de c. 1925 a 1945 que, en lo político, dejan la impresión de ha-
1
En la Biblioteca Luis Ángel Arango hay copias de la tesis doctoral, [338.17373/P15c4] y de
la citada ponencia [330.01/P55p] presentada en el simposio sobre “El Mundo Rural Colombia-
no” que se reunió en diciembre de 1981 en la sede de la Fundación Antioqueña de Estudios So-
ciales, FAES, Medellín. Ver también Marco Palacios (1979a, pp. 171-191).
2
Las ediciones de El café en Colombia, 1850-1970: Una historia económica, social y política,
son: 1ª ed., Bogotá, Editorial Presencia/ Fedesarrollo, 1979; 2ª. ed., México, El Colegio de Méxi-
co/El Áncora, 1983; 3ª. ed., Bogotá, Editorial Planeta/El Colegio de México/Facultad de Admi-
nistración de la Universidad de los Andes, 2002 y 4ª. ed., México, El Colegio de México, 2009. En
inglés fue publicado por Cambridge University Press, 1980, reimpresa en el 2002. En la edición
de 2009 ofrecí un nuevo capítulo, la Introducción, que es una síntesis interpretativa de la histo-
ria cafetera mundial y colombiana desde sus inicios hasta comienzos del siglo XXI.
17
ber tocado cénit en el trienio 1934-1936. El antes de los años treinta fue la
ratificación de un conservadurismo integral como consecuencia de la derro-
ta Liberal en la Guerra de los Mil Días. El después marcó el triunfo de la
contra-revolución preventiva so pretexto de las revueltas populares del 9 de
abril de 1948, que remachó la ideología política de La Violencia. Este encua-
dre facilita la comprensión de los sucesos que aquí analizamos. Por demás,
es sabido que no bien enfriaban los rescoldos de La Violencia en las décadas
de 1960 y 1970 cuando, ante la fabricación de un miedo continental a la
“amenaza Castro-comunista”, resurgió la cuestión campesina y, desde atala-
yas opuestas, los años treinta sirvieron de referencia. Así aparecieron nuevos
relatos históricos y nuevas agendas políticas. Con el correr de los años, las
historias paralelas o trenzadas de guerrillas, narcotráfico y paramilitares
ocultaron, más aún, las raíces agrarias de la pacificación de la sociedad co-
lombiana. Aclaremos, sin embargo, que los acontecimientos posteriores a c.
1945 están más allá de los límites de este trabajo, aunque doy breve cuenta
de ellos en el epílogo, en tanto que consecuencias de los años treinta.
Salvo en las citas entrecomilladas, a lo largo del texto el vocablo “liberal”
lleva minúscula cuando se refiere al liberalismo como una visión del mundo
plasmada en la historia moderna y contemporánea de Occidente; filosofía
política, ética, talante. Un principio similar se aplica a “conservatismo” y a
“comunismo”. En las referencias a los partidos Liberal, Conservador y Co-
munista de Colombia, esos vocablos siempre van con mayúscula.
Código Civil se abrevia a CC.
Desde ahora mismo valga aclarar que en este libro no aparecen entornos
sociales del mundo rural y campesino tales como las reglas morales, la vida
familiar, la crianza de los niños, el papel de la escuela, de la religión o de la
generación.
Se dice que la relevancia de trabajos como el que aquí presento depende
de la forma en que se juzgue válida la síntesis de las fuentes, primarias y se-
cundarias, y el aparato conceptual. Este asunto está en manos del lector.
Preliminares
1
Albert Berry sintetiza maravillosamente este asunto en (Berry, 2002, pp. 32-40). Sobre la
dimensión política, ver (Fajardo, 2001, pp. 5-19).
19
2
Una pequeñísima muestra de “voces campesinas” se encuentra, por ejemplo, en cinco car-
tas que publicó Acción Liberal, N° 23, febrero de 1935, pp. 1027-33.
3
Ver, por ejemplo, (Londoño, 2009a) y (Londoño, 2009b, pp. 47-115).
Los temas
4
Baste mencionar al respecto, (Molano, 1989a; 1989b; 1987; 1994). Y, para una perspectiva
que compara dos momentos con un siglo de diferencia, (de Calazans y Molano, 1988).
5
Uniristas se llamaban los simpatizantes de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria,
UNIR, fundada y organizada por Jorge Eliécer Gaitán (octubre de 1933-mayo de 1935). Agraristas
y Panistas era el nombre de los simpatizantes del Partido Agrario Nacional, PAN, fundado por el
caldense Erasmo Valencia, conocido líder agrario del Sumapaz desde los años veinte. El PAN
pretendió reemplazar la UNIR y se disolvió a la muerte del fundador, en 1949. Juan de la Cruz
Varela asumió entonces el pleno liderazgo de los colonos del Sumapaz.
6
(Palacios, 1982) reproducido en La clase más ruidosa y otros ensayos sobre política e historia
(2002a). Allí subrayé el papel del taller político en la formación de la clase política que, corrió a
la par con la incapacidad del “cachaco conquistador” de cumplir su cometido civilizador hege-
mónico.
7
Revista Nacional de Agricultura, N° 120, junio 1914. El tono moralista es patético, aunque
del Corral aspira a encontrar soluciones concretas antes que se desencadene la “revuelta nivela-
dora” contra “los patrones” pp. 9-10.
Principales orga- PCC, Casa Liberal y sus ligas UNIR, PAN, gaitanistas,
nizaciones políti- agrarias y sindicatos Casa Liberal, olayistas y sus
cas y sociales ligas agrarias y sindicatos
8
El cultivador del tema es, por antonomasia, Fernando Guillén Martínez en varias de sus
obras, principalmente en El poder político en Colombia (1975).
fueron las consecuencias de largo plazo? ¿Fue la Ley de Tierras de 1936 una
reforma agraria? ¿Quiénes fueron los principales beneficiarios de esa ley: los
políticos o los campesinos? ¿Hicieron parte las reformas constitucionales y
legales del 36 de un plan comprensivo de cooptación del campesinado me-
diante la expansión del sufragio? ¿Qué intereses pudieron tener los gober-
nantes del Estado o los empresarios de la Federación Nacional de Cafeteros
de Colombia, FNC, y de algunas instituciones bancarias en promover “la vía
campesina” de la agricultura?
El presente estudio es una revisita a esos tópicos. Revisita, dice el Diccio-
nario de la Real Academia Española, DRAE, es “el nuevo reconocimiento o
registro que se hace de una cosa.” La cosa que aquí concierne es la disputa
alrededor de un tema antiguo y recurrente en la historia de la humanidad: de
quién es la tierra. De haberse formulado sinceramente esta cuestión, los jefes
de la República Liberal (usualmente, 1930-1946) habrían tenido que reconsi-
derar las coaliciones de clase alrededor de la reforma del Estado colombiano
y de la formación de la vida pública; habrían tenido que concebir el Estado y
manejar la maquinaria gubernamental como si campesinos y trabajadores
de las ciudades estuvieran en un plano de igualdad política en relación con
las clases propietarias, capitalistas y rentistas. No se arriesgaron. Por consi-
guiente, la Ley de Tierras de 1936, su abracadabra, dejó incólume el lugar de
los grandes terratenientes en la coalición de poder y abrió un nuevo capítulo
de la larga historia de marginación social y política, objeto del presente tra-
bajo.
Sostenemos que en los años treinta se abrió más la brecha entre las ilu-
siones de sectores de las clases dominantes y de la clase política por alcanzar
un orden social moderno que, por definición, incluía las clases populares, de
un lado, y, del otro, aquellos terratenientes que adoptaron posiciones refrac-
tarias y, con base en el poder local o regional, persiguieron a los campesinos
inconformes. Tales fracturas se agravaron al fragor del choque sectario bi-
partidista de la década de 1940 y se exacerbaron y salieron de control duran-
te La Violencia. Influyeron, por fuerza, en las interpretaciones posteriores de
las movilizaciones campesinas y de la cuestión agraria en general y, más im-
portante, marcaron con fuego el transcurso mismo de la historia nacional.
Como no es posible seguir omitiéndolas, este libro pretende develar su signi-
ficado. Para lograrlo, deben criticarse las posiciones que se limitan a tachar
las reformas legales y constitucionales de los años treinta de regateo prolon-
gado, tedioso y socialmente anodino9. De seguro que lo fueron. No obstante,
con esta salida evadimos el saber qué concepción jurídica predominó, de
qué raíces políticas y sociales provenía y qué ramificaciones habría de tener.
9
El punto fue subrayado por Richard Stoller (1995, pp. 368-378) en una aguda crítica de la
historiografía de la “revolución en marcha”.
10
Según Diego Eduardo López Medina (2004, p. 188), el formalismo latinoamericano (y co-
lombiano) dominaba en la época que nos ocupa y era un compuesto de la exégesis francesa y el
conceptualismo alemán, principalmente Zaccarie y Savigny con sus cuatro elementos en la in-
terpretación de la ley: gramatical, lógico, histórico y sistemático, reciclados por los tratadistas
franceses.
11
Ver, los debates, por ejemplo, en Saskia T. Roselaar (2010).
12
Por las Bulas Alejandrinas (1493-1508) el papado donó a la Corona de Castilla las tierras
localizadas 100 leguas al oeste de las Azores. Puesto que varias Bulas anteriores habían adjudi-
cado grandes porciones ultramarinas a Portugal, en 1494 los monarcas de los dos reinos católi-
cos firmaron el Tratado de Tordesillas para evitar una confusión mayor y se repartieron literal-
mente el mundo más allá de los mares, desplazando 370 leguas al oeste de las Azores la divisoria
papal de 1493. Así, Portugal ganó parte de una Suramérica desconocida, pues Brasil aún no ha-
bía sido descubierto.
una sola disposición sobre la prueba de la propiedad (…) Se explica este defecto
de nuestra ley, porque nuestro Código civil fue tomado de legislaciones extranje-
ras, especialmente de la francesa, en cuyo derecho no se plantea el teorema, por-
que se trata de naciones supercivilizadas. (…) ¿Cómo se prueba el dominio con
respecto al Estado, con respecto al colono, con respecto al poseedor y a otro as-
pirante a ese dominio? (Anales de la Cámara de Representantes, 20 de diciembre
1935, p. 1841).
En el 2010
13
Al parecer en ninguna época del derecho romano fue posible la usucapio en el ager públicus.
Puede ser que esta modificación indiana hubiera sido marginal, aplicable sólo en situaciones de
“morada y labranza”. Hay múltiples ediciones de la Recopilación y actualmente se la encuentra en
diferentes direcciones en Internet. Sobre la Ley 48/82, ver, Honorio Pérez Escobar (1938, p. 13).
14
Un buen ejemplo de los temas y enfoques de los años setenta se encuentra en el artículo
panorámico de Catherine LeGrand (1977, pp. 7-36). Años después, Jesús Antonio Bejarano pro-
puso otra lectura sintética (1983, pp. 251-304); ver también, León Zamosc (1992, pp. 7-41).
17
Sobre el tema deben mencionarse los resonantes debates marxistas de la transición del
feudalismo al capitalismo, Dobb vs Sweezy, (el primero sostenía que el motor de la transición
había sido la lucha de clases señores-siervos y el segundo que había sido el comercio de larga
distancia) que hoy día parecen superados teórica, metodológica y empíricamente, a partir de
investigaciones como las de Brenner (1976) para Europa y Chibber (1990, pp. 1-42) para India.
Ver Dobb (1954).. Desde el ángulo de la historiografía francesa, más cercana a la geografía de
Vidal de la Blache y la sociología de Durkheim, hay que mencionar al gran medievalista Marc
Bloch (fusilado por los nazis en 1944), quien había sembrado el surco con semilla nueva al pro-
poner una metodología que permitiera analizar de modo sistemático y comparativo (en Euro-
pa) las regularidades de los procesos rurales en el largo juego jurídico de sucesivas generaciones
de campesinos, señores, reyes y funcionarios estatales, Les caractères originaux de l’histoire rura-
le française (1988, 1a. ed. 1931), una obra que, se ha dicho, culminó Geoges Duby treinta años
después. Su estudio verdaderamente monumental descubre los mecanismos por los cuales el
campesino medieval europeo del siglo X al XIV, período de cambios acelerados de las relaciones
feudales, fue capaz de mantener su autonomía (Duby, 1962).
18
En la perspectiva neo institucionalista, ver, por ejemplo, Daron Acemoglu (2003), en http://
www.nber.org/papers/w10037. Para un debate sobre el concepto “acumulación primitiva de ca-
pital”, ver, The Commoner, N° 2, September, 2001, en http://www.commoner.org.uk/index.
php?p=5
Los lugares
19
Para un sonado caso reciente, ver María Clemencia Ramírez (2001).
20
La probatio diabolica es un medio legal para exigir una prueba imposible de ofrecer.
21
El texto completo de la sentencia se encuentra en Gaceta Judicial. Órgano Oficial de la Corte
Suprema de Justicia, Tomo XXXII, N° 1675-76, Bogotá, Mayo 18 de 1926, pp. 262-3. Ver también,
Tomo XXXII, N° 1691-95, Bogotá, noviembre 16 de 1926, p. 380.
título, de 1820 a 1920, no muestra una relación estrecha con los lugares del
conflicto aquí estudiados, salvo en el Alto Sumapaz. Los epicentros de los
movimientos campesinos que nos interesan se localizaron en las laderas de
caficultura de las provincias cundinamarquesas del Tequendama y el Suma-
paz que, de acuerdo con nuestra guía de lectura, eran zonas de “latifundio de
frontera”, más que zonas de “frontera abierta”.
Nos ubicamos, pues, en una pequeña porción de la “Cordillera de Bogo-
tá”, así bautizada por el eminente geógrafo alemán Alfred Hettner, quien la
recorrió hacia 1882-1884, un cuarto de siglo después de las expediciones de
la Comisión Corográfica dirigidas por el italiano Agustín Codazzi. Esos estu-
dios destacaron el papel primordial de la ciudad capital en la conformación
regional y nacional22. Medio siglo después, el censo de población de 1938 in-
formaba que los municipios del Tequendama, el Sumapaz y el oriente del
Tolima tenían unos 150.000 habitantes asentados en unos 3.700 kilómetros
cuadrados de topografías ásperas (ignoramos la superficie catastral y la de la
explotación de la tierra), en municipios mal comunicados entre sí, cuya pro-
ducción de alimentos y ganados, cubierto el consumo local, iba a Bogotá y
Girardot, puerto por el que se embarcaba rumbo al exterior el café de los
municipios del suroeste cundinamarqués y del Tolima.
Aquí enfocamos con especial atención las tierras de la vertiente surocci-
dental de la sabana de Bogotá que, deslindadas por la Serranía del Subia,
formaban en los años treinta las provincias del Sumapaz al oriente, con Fu-
sagasugá como nodo, y la del Tequendama al occidente, con su epicentro
económico en Girardot y en Viotá el principal municipio cafetero23. Pese a
los cambios acelerados de la urbanización y la gravitación de Bogotá, tanto
en la región centro-oriental como en el país, y a las innovaciones tecnológi-
cas, diferentes especialistas colombianos comentan la pasmosa desactualiza-
ción de las cartas geográficas nacionales de hoy día (Mendivielso, 2008).
Baste apuntar que la región bogotana se forma en una historia de larga
duración. En tiempos prehispánicos había sido la tierra ancestral de los
Muiscas, la civilización agraria más avanzada que encontraron los conquis-
tadores europeos en la actual Colombia. Su huella queda en algunas prácti-
cas agrícolas de los actuales campesinos de los altiplanos cundiboyacenses y,
quizás, en el sistema de propiedad privada de la tierra24. Al momento de la
22
Ver Comisión Corográfica (1957-1959); Alfred Hettner (1966 y 1976); Ernesto Guhl y Mi-
guel Fornaguera (1969).
23
La Sierra de Tibacuy es la prolongación suroriental de la altiplanicie de Bogotá que corta
el río Fusagasugá en la cuchilla del Boquerón. Tiene una altura media de 2.000 metros. En el
presente estudio el Sumapaz se limita a la Provincia de Cundinamarca aunque incidentalmente
se incluyen los municipios tolimenses del sur del río que lleva ese nombre: Cunday, Icononzo,
Melgar y Villarrica de más reciente fundación.
24
Sobre las prácticas agrícolas actuales, ver Dora Nelly Monsalve Parra (2004;) Robert C.
Eidt. (1959, p. 385).
25
“Epítome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada” (Ramos, 1972); para una síntesis,
ver María Victoria Uribe (1999, pp. 315-341).
26
Hettner (1976, pp.222-3). Sobre las razas y la integración en el siglo XIX colombiano, Frank
Safford (1991, pp. 1-33).
27
Comisión Corográfica (1957-1959).; Colmenares (Ed.) (1989); Salvador Camacho Roldán
(1892-1895); Hettner (1966 y 1976, pp.222-3); Isaac F. Holton (1981); Juan de Dios Restrepo
(1859); José María Samper (1857); Miguel Samper (1898); José María Cordovez Moure (1899-
1900); Eugenio Díaz Castro (1889); José María Vergara y Vergara (1868).
28
Sobre este concepto, ver David Harvey (1990, pp. 418-434).
Puede colegirse que el grado en que una sociedad rural está expuesta al
mercado determina la densidad de su trama de costumbres y competencia,
situación que ilustran los casos que nos ocupan aquí, o los pequeños propie-
tarios de San Gil en el siglo XVIII, o los pequeños caficultores de toda Colom-
bia en la primera mitad del XX (Salazar, 2009). Sería gratificante reconstruir
la cadena de valor de este comercio conforme a la noción de varios precios
en un mismo mercado que predominó en Colombia hasta fines del siglo pa-
sado, si es que no predomina aún.
Si algo dio vuelo al espíritu federalista de la década de 1850 fue la bo-
nanza tabacalera con su base fiscal. Ganó así terreno la nueva visión de un
país diverso (e inconexo) que aportaba la Comisión Corográfica, puesta al
servicio de una campaña internacional de largo aliento y escasos resultados
que presentó a Colombia ante Europa como tierra de promisión, gracias a la
abundancia y feracidad de sus minas y baldíos. En esa década fueron más
visibles los flujos de iniciativa e inversión y, gracias a una acelerada movili-
dad geográfica de peones sin tierra, pareció abrirse una época de “mercados
libres” de trabajo. De este modo pudieron juntarse los comerciantes que
transformaban la tierra en medio de producción y los contingentes de cam-
pesinos desposeídos que buscaban empleo. Sin embargo, estos síntomas ca-
pitalistas fueron tenues, al menos desde un punto de vista geográfico y esta-
dístico, y quedaron reducidos al radio de las factorías tabacaleras de
Ambalema que ocupaban entre 500 y 1000 operarios.
Es cierto, empero, que la nueva agricultura comercial del café activó un
mercado de tierras y de trabajo en las laderas templadas, ligado a la ganade-
ría de las planicies tórridas de Cundinamarca; en ese proceso el latifundio
colonial se fragmentó y llegó a su fin. Ahí está la génesis de la hacienda cafe-
29
John Stuart Mill (1943, pp. 229). Durante la vida del autor hubo siete ediciones de los Prin-
cipios con considerables correcciones y adiciones. Ver Robson (1965).
tancias enormes de un caserío a otro. Sin embargo, la salida del valle de Vio-
tá hacia el Río Magdalena, por Tocaima, podía ser un paseo muy agradable.
Esbozaron, finalmente, una sociedad partida en dos, como un queso: en el
pedazo superior estaban los propietarios, caballeros victorianos en el trópi-
co; en el inferior encontraron campesinos primitivos, miserables, ensimis-
mados, embrutecidos por la chicha y el guarapo (Fuhrmann y Mayor, 1914,
p. 101).
En el Sumapaz la tierra estaba apropiada en Fusagasugá, Tibacuy, Pasca,
Arbeláez, Pandi, Icononzo, Cunday y Melgar, aunque la ocupación era re-
ciente. Por ejemplo, entre 1853 y 1880, seis comerciantes bogotanos adqui-
rieron concesiones de baldíos por 52.000 hectáreas en Cunday y Pandi y, allí
mismo, otros seis obtuvieron más 12.000 hectáreas entre 1881 y 1921. En la
periferia del Sumapaz, por fuera de estas municipalidades, la situación legal
de la tierra estaba indefinida. Las penetraciones en busca de quinas de fines
del siglo XVIII y los cultivos de tabaco de las décadas de 1850 y 1860 dejaron
en la selva pequeños asentamientos campesinos, muy aislados entre sí, y en
las notarías algunos títulos de propiedad, desenterrados en cuanto las tierras
se revalorizaron a fines del XIX (Memoria del Ministro de Industrias, 1931, pp.
159). En las vertientes del macizo del Sumapaz que caen a los Llanos Orien-
tales predominaban “los baldíos, propiedad del Estado, disponibles a bajo
precio para quienes se crean capaces de tumbar monte y reemplazarlo por
potreros y cultivos” (Hettner, 1976, pp. 213-14). Las crecientes tensiones en-
tre colonos y concesionarios de baldíos, muchos dedicados a “engordar”
enormes globos de terreno, llegaron al estallido en la década de 1920, como
veremos adelante.
Esta obra (el catastro, MP) es una simple enumeración de las propiedades raíces
en cada distrito, del nombre del propietario, del valor de la finca, y de la contribu-
ción que le corresponde. (…) No expresa la extensión del distrito, ni la de cada
propiedad, ni los cultivos dominantes, ni el valor de la hectárea de tierra, ni los
grados de temperatura, ni la configuración del suelo, ni su calidad especial, ni el
valor anual de sus producciones, ni el valor de los animales, ni el valor de las me-
joras hechas en la tierra, ni nada, en fin, de lo que se acostumbra en otros países
que llevan el nombre del que nos ocupa. Pero es algo, es el principio de una esta-
dística agrícola; en su género es lo primero que se ve en este país y sobre esa base
puede adelantarse ya todos los años (Camacho, 1892-1893, pp. 585-612).
30
Ver “El catastro de Cundinamarca de 1868” en (Camacho, 1892-1893, pp. 550-75).
31
Catastro de la Propiedad Inmueble del Estado de Cundinamarca, formado por la Comisión de
Revisión nombrada por la Asamblea Legislativa en el año de 1878, Bogotá, Imprenta de Medardo Ri-
vas, 1879. Hemos empleado la copia de la Biblioteca Luis Ángel Arango que incluye adiciones ma-
nuscritas. Fueron miembros de la Comisión Carlos Holguín, Eustorgio Salgar y Ruperto Cándia.
32
Catastro de la Provincia de Bogotá y algunas Provincias más del Departamento. Bogotá, Im-
prenta Nacional, 1890 (incluye todas las provincias y municipios del Departamento).
En todos los años se excluye Bogotá y, en 1935 y 2006, además, los predios de los cascos ur-
banos.
Fuentes: Elaboración propia con base en Catastro de la Propiedad Inmueble del Estado de
Cundinamarca, 1879; Catastro de la Provincia de Bogotá, 1890; Cundinamarca, Contraloría De-
partamental, Informe del Contralor, 1937, “Propiedad Raíz en Cundinamarca. 1936”, (sin nume-
ración de páginas). IGAC, Catastro de la propiedad en Cundinamarca, 2006. Bogotá, 2007.
aumento del número de predios rurales a lo largo del tiempo, que sugiere
una pulverización del tamaño promedio de estos. Puesto que los tres prime-
ros catastros no traen información sobre el tamaño de los predios, no es
factible sugerir nada con respecto a la estructura de la propiedad por área.
Se asume entonces que a menor valor del predio menor su tamaño, una de-
ducción no del todo exacta, pero que considero apropiada.
Con base en estos datos se presentan algunas estadísticas descriptivas de
la distribución de la propiedad catastral de Cundinamarca preparadas para
este libro por David Gelvez33. Dado que se trabajó con precios corrientes, no
hay ninguna pretensión de sugerir valorización o desvalorización de la pro-
piedad; empero, sí pueden analizarse los cambios en su distribución según el
avalúo de los predios, y discutir si se modificó la posición relativa de los mu-
nicipios, vista desde el avalúo total de la propiedad rural de cada uno.
Para ilustrar la evolución de la estructura de la propiedad, fue calculada
y graficada la desviación estándar de los precios de los predios y del avalúo
total de la propiedad en los municipios. Para cada año catastral ésta se mi-
dió como la diferencia porcentual entre el avalúo de los predios y del muni-
cipio, y el valor de promedio de cada una de estas variables34. El histograma,
33
Los gráficos presentados pueden entenderse como una versión continua del histograma
generado por los datos. En términos técnicos, estos gráficos son kerneles gaussianos univariados
(Silverman, 1986).
34
Así, por ejemplo, la cifra 0.1397 obtenida para el valor total de la propiedad rural en Usa-
quén en 1878 implica que el avalúo catastral en este municipio está un 13.97% por arriba del
valor promedio de la muestra.
elaborado con base en las fuentes citadas en el Cuadro i.3, muestra cómo se
distribuyen los precios de los predios, respecto del valor promedio.
La figura muestra que la mayor parte de los precios de los predios se ubi-
ca a la izquierda del promedio y de la media marcada con el número cero.
Esto sugiere, en primer lugar, que tienen avalúos muy cercanos pero inferio-
res al avalúo promedio. En segundo término, que hay unos pocos munici-
pios con avalúos muy altos que elevan el promedio; estos últimos serían los
latifundios arriba mencionados cuya diferencia de valor afecta el promedio
de los predios de cada municipio, a pesar de ser pocos. Esto se aprecia en el
eje horizontal de la gráfica, que, de cero a diez, mide qué tanto se alejan del
precio promedio los grandes predios. Resultados similares se obtuvieron al
realizar este ejercicio para el avalúo total de los municipios, por lo cual re-
sultó innecesario repetirlos en detalle. En síntesis, la mayoría de muncipios
se agrupa en torno a la media y sólo unos pocos se alejan de ésta, pero afec-
tan el promedio.
Histograma
Valor total de los predios en Cundinamarca
6
Densidad
0
0 5 10
Diferencia en puntos porcentuales con respecto a la media
Puerto
Zipaquirá El Colegio Madrid Mosquera Soacha Fusagasugá Madrid
Liévano
Puerto
Nemocón Bojacá La Mesa Anapoima Fusagasugá Nariño Cajicá
Salgar
A= Municipios con precios del avalúo total municipal por fuera del rango
B= Municipios con precios promedio de los predios por fuera del rango
Elaboración propia con base en Catastro de la Propiedad Inmueble del Estado de Cundina-
marca, 1879; Catastro de la Provincia de Bogotá, 1890; Cundinamarca, Contraloría Departamen-
tal, Informe del Contralor, 1937, “Propiedad Raíz en Cundinamarca. 1936”, (sin numeración de
páginas). IGAC, Catastro de la propiedad en Cundinamarca, 2006. Bogotá, 2007.
De quien es la tierra(laser3).indd 42
Agua de Dios 6
Albán 7 Albán 7
Anapoima 9 Anapoima 10 Anapoima 9 Anapoima 8
Anolaima 6 Anolaima 8 Anolaima 9 Anolaima 3
Apulo 4
Arbeláez 3 Arbeláez 5 Arbeláez 7
Beltrán 9 Beltrán 9 Beltrán 10 Beltrán 8
Bituima 4 Bituima 3 Bituima 7 Bituima 7
Bojacá 10 Bojacá 10 Bojacá 8 Bojacá 10
Bosa 9 Bosa 7 Bosa 8
Cabrera 7
Cachipay 7
Cajicá 8 Cajicá 5 Cajicá 4 Cajicá 9
El problema
8/5/11 5:51 PM
Cuadro i.5 Posición de los municipios de Cundinamarca
según deciles del avalúo promedio de sus predios rurales (continuación)
De quien es la tierra(laser3).indd 43
El Rosal 10
Engativá 8 Engativá 9
Facatativá 8 Facatativá 9 Facatativá 8 Facatativá 9
Fómeque 2 Fómeque 2 Fómeque 3 Fómeque 10
Fontibón 9 Fontibón 7 Fontibón 8
Fosca 2 Fosca 1 Fosca 1 Fosca 2
Funza 9 Funza 9 Funza 9 Funza 10
Fúquene 6 Fúquene 6 Fúquene 2 Fúquene 6
Fusagasugá 3 Fusagasugá 5 Fusagasugá 7 Fusagasugá 9
Gachalá 2 Gachalá 6 Gachalá 5 Gachalá 2
Gachancipá 5 Gachancipá 6 Gachancipá 2 Gachancipá 9
Gachetá 2 Gachetá 4 Gachetá 2 Gachetá 1
Gama 3 Gama 1
El problema
8/5/11 5:51 PM
44
Cuadro i.5 Posición de los municipios de Cundinamarca
según deciles del avalúo promedio de sus predios rurales (continuación)
De quien es la tierra(laser3).indd 44
Municipio 1878 Municipio 1890 Municipio 1935 Municipio 2005
La Calera 8 La Calera 2 La Calera 7 La Calera 8
La Mesa 8 La Mesa 9 La Mesa 9 La Mesa 6
La Palma 5 La Palma 8 La Palma 4 La Palma 1
La Paz 10 La Paz 5
La Peña 4 La Peña 9 La Peña 4 La Peña 2
La Vega 8 La Vega 2 La Vega 6 La Vega 8
Lenguazaque 6 Lenguazaque 7 Lenguazaque 2 Lenguazaque 6
Machetá 2 Machetá 6 Machetá 3 Machetá 2
Madrid 10 Madrid 4 Madrid 9 Madrid 10
Manta 1 Manta 10 Manta 1 Manta 2
Medina 1 Medina 1 Medina 6
Mosquera 10 Mosquera 1 Mosquera 10 Mosquera 10
Nariño 5 Nariño 10 Nariño 10 Nariño 6
El problema
8/5/11 5:51 PM
Cuadro i.5 Posición de los municipios de Cundinamarca
según deciles del avalúo promedio de sus predios rurales (continuación)
De quien es la tierra(laser3).indd 45
Quipile 5 Quipile 1 Quipile 8 Quipile 2
Ricaurte 10 Ricaurte 7 Ricaurte 7 Ricaurte 7
San Antonio 9 San Antonio 10 San Antonio 9 San Antonio 7
San Bernardo 8 San Bernardo 4
San Cayetano 2 San Cayetano 8 San Cayetano 4 San Cayetano 1
San Francisco 7 San Francisco 4 San Francisco 7 San Francisco 4
San Juan 1 San Juan 7 San Juan 5 San Juan 6
San Martín 4
Sasaima 9 Sasaima 2 Sasaima 8 Sasaima 8
Sesquilé 7 Sesquilé 8 Sesquilé 5 Sesquilé 8
Sibaté 10
Silvania 5
Simijaca 6 Simijaca 7 Simijaca 1 Simijaca 5
El problema
8/5/11 5:51 PM
46
Cuadro i.5 Posición de los municipios de Cundinamarca
según deciles del avalúo promedio de sus predios rurales (continuación)
De quien es la tierra(laser3).indd 46
Municipio 1878 Municipio 1890 Municipio 1935 Municipio 2005
Tibirita 3 Tibirita 7 Tibirita 1 Tibirita 1
Tocaima 7 Tocaima 3 Tocaima 9 Tocaima 7
Tocancipá 6 Tocancipá 9 Tocancipá 6 Tocancipá 9
Topaipí 5 Topaipí 5 Topaipí 1
Ubalá 1 Ubalá 7 Ubalá 3 Ubalá 3
Ubaque 2 Ubaque 1 Ubaque 1 Ubaque 2
Ubaté 4 Ubaté 2 Ubaté 1 Ubaté 6
Une 3 Une 5 Une 4 Une 4
Uribe 1
Usaquén 10 Usaquén 6 Usaquén 10
Usme 7 Usme 10 Usme 7
Útica 3 Útica 7 Útica 4 Útica 5
Vergara 3 Vergara 2 Vergara 5 Vergara 3
El problema
Venecia 7
Vianí 1 Vianí 3 Vianí 6 Vianí 3
Villagómez 1
Villavicencio 3
Villapinzón 1 Villapinzón 4
Villeta 4 Villeta 7 Villeta 8 Villeta 8
Viotá 8 Viotá 6 Viotá 10 Viotá 2
Yacopí 5 Yacopí 4 Yacopí 3
Zipacón 4 Zipacón 10 Zipacón 5 Zipacón 7
Zipaquirá 6 Zipaquirá 5 Zipaquirá 4 Zipaquirá 7
Elaboración propia con base en las fuentes del Cuadro i.3
8/5/11 5:51 PM
El problema 47
BOGOTÁ
Clima cafetero
N
Clima cálido
Clima frío
5 10 20 30 40 50 60 km
Fuente: Elaborado para este estudio por Ana María Silva Campo (2007).
BOGOTÁ
Menor a $803
$804 - $1.205
$1.206 - $2.342
N
$2.343 - $6.913
Más de $6.914
Fuente: Elaborado con base en los datos catastrales citados y el mapa de Cundinamarca y
sus municipios del Censo de Población de 1938 (Vol. VIII) por Raúl Lemus Pérez del Departa-
mento de Información Geográfica de El Colegio de México.
las masas indígenas constituyen el factor trabajo, no sólo por razón de sus activi-
dades tradicionales, sino también por su vinculación biológica a la tierra. De tal
manera que tienen un doble valor económico y social, que multiplica en esa pro-
porción la gravedad de los conflictos en que puedan incurrir. El indio americano,
que fue recogido por la acción colonizadora en el principio de formación de
nuestra nacionalidad, pertenecía y pertenece virtualmente a la estructura geo-
51
Como consecuencia del amor a la tierra, todos los actos y contratos con ella rela-
cionados son verdaderos ritos que cumple el boyacense, cualquiera que sea su
condición, con una inquietud secreta, con un invencible estupor. El campesino
cuida mejor su traje, se baña con más esmero los pies para entrar a la notaría
que a la Iglesia. Tal vez hasta se encuentre alguno que se limpie las uñas cuando
debe firmar a ruego una escritura (Solano, 1973, pp. 25, 31 y 61).
1
En un estudio sobre la población de Atánquez, en la Sierra Nevada de Santa Marta, el an-
tropólogo Gerardo Reichel Domatoff sugirió que, quizás, la mayoría de poblaciones y aún de
ciudades colombianas pasaron en algún momento de su historia por una dinámica de trasfor-
mación de castas coloniales en clases económicas y clases sociales. Ver Reichel-Domatoff
(1956).
2
Ver Shanin (1973, pp. 63-80); Galeski (1972, pp. 54-75); Mörner (1970, pp. 3-15). Para una
crítica de la noción de “explotación”, implícita en la definición, ver, George Dalton (1974, pp.
553-561).
3
Ver, Orlando Fals Borda (1959b, pp. 18).
4
Ver una síntesis del asunto en Marco Palacios (2008b, pp. 53-77).
5
Ver Pierre Bourdieu (2004a, p. 129); este libro, publicado póstumamente, recoge sus artículos
sobre la familia campesina, publicados en 1962, 1972 y 1989 en Etudes Rurales y Les tempes mo-
dernes. Ver también Bourdieu (2004b, pp. 579-99).
6
Ver Delgado (Ed). (1965); Florescano, Coord. (1975); Duncan y Rutledge (Eds.) (1977).
7
Una síntesis autorreflexiva de la trayectoria del JPS se encuentra en Bernstein y Bryes,
(2001, pp. 1-56).
8
El desinterés de los investigadores colombianos por estos temas quedó bien registrado en
el balance bibliográfico de Bejarano (1983, pp. 251-304).
9
La contraposición de escuelas es notable. Ver, por ejemplo, una visión leninista en Cook y
Binford (1986, pp. 1-31); de muy útil consulta es la sección “Peasant Social Worlds” del proyecto
ERA (Experience Rich Anthropology) en, http://anthropology.ac.uk/
10
Ver los agudos comentarios de Robert Schnerb a raíz de la reedición de la Miseria de la Fi-
losofía de Marx (Paris, 1950), en “Marx contre Proudhon” (1950, pp. 484-490).
11
Nola Reinhardt (1988). El trabajo empieza con una presentación de las escuelas que com-
petían por “la cuestión campesina”.
12
Ver Alavi (1965, pp. 241-77; 1973, pp. 23-62); Hobsbawm (1968); Hobsbawm (1967, pp. 43-
65) versión en español en Pensamiento Crítico, N° 24, enero, 1969. Una comprensiva crítica bi-
bliográfica del tema se encuentra en Gilbert (1990, pp. 7-53) y para Colombia Sánchez Meer-
tens, 1987, pp. 151-70).
13
Ver Skocpol (1984); ver también Skocpol (Ed.) (1998) que recoge escritos sobre el impacto
de la obra de Barrington Moore en la historiografía y las ciencias sociales contemporáneas.
nuevas preguntas sobre el papel del campesinado, los campesinos en política, los
lazos de los campesinos con el Estado, el liderazgo campesino, su predisposición
o su renuencia a entrar en una rebelión y la participación campesina en una re-
volución (Wolf, 1975, pp. 385-386)14.
14
Una revision crítica sintética de las principales tesis de la época se encuentra en Redclift
(1975, pp. 135-44).
15
Por ejemplo, Posada (1969, p. 90) y Bejarano (1977, pp. 365-86).
no pugna por salir de su condición social de vida, la parcela, sino que, por el con-
trario, quiere consolidarla (…) sombríamente retraído en este viejo orden, quiere
verse salvado y preferido, en unión de su parcela, (…) No representa la ilustra-
ción, sino la superstición del campesino, no su juicio, sino su prejuicio, no su
porvenir, sino su pasado (Marx, 1961)17.
16
De esa ideología industrialista no hacían parte otros estudios pioneros como los de Pierre
Gilhodès (1971) o Gaitán (1976) que habían precedido el de Sánchez.
17
Ver también Riquelme (1980, pp. 58-72).
18
La violencia contra los colonos, particularmente asesinatos, fueron objeto de constante
denuncia en Claridad; por ejemplo, N° 113, 5 junio 1933; el N° 118, 21 julio 1932 informa que un
grupo de 35 colonos del Sumapaz fueron atacados por la Guardia de Cundinamarca; incluye un
Memorial de Jorge Eliécer Gaitán sobre este asunto. En el N° 138, 10 de mayo de 1935 denuncia
“Bárbara persecución contra colonos de Colombia (Huila)”, p.1; N° 149, 17 mayo 1936, acusa-
ción las atrocidades de la Cía Cafetera de Cunday por evicciones con Guardias del Tolima.
19
Ver Palacios (1979b; 1981); Jimenez (1985; 1989, pp. 185-219); González y Marulanda
(1990); Marulanda (1991); Fajardo (1993; 1994, pp. 42-59); ver también Vega (2004, pp.9-47)
que subraya el predominio de la gran propiedad a lo largo y ancho del país.
20
De una amplísima literatura, el principal expositor de esta tesis es Eric Wolf (1972); el
principal contradictor es, quizás, Mancur Olson (1979).
21
Ver los reportes sobre incidentes violentos por la misma causa, “Contrabando de aguar-
diente” en las haciendas El Chocho, Subia y los Olivos, publicados en El Espectador 22 de Marzo
1919 que sugieren el paternalismo de los hacendados del suroeste de Cundinamarca, que procu-
raron defender los campesinos ante las autoridades. Un aspecto más comprehensivo que inclu-
ye detalles del contrabando de aguardiente, los procedimientos empleados para erradicarlo en
la zona cafetera y la represión, ver Forero (1937, p. 58).
22
De Durkheim a Parsons, los sociólogos sostienen que la estratificación puede verificarse
objetivamente al medir la distancia en términos de riqueza e ingreso, pero que también se refie-
re a la percepción y autopercepción del lugar que cada cual ocupa en una escala de los “senti-
mientos morales”: quién es “superior” y quién es “inferior”.
[sobre] este delicado problema entre hacendados y colonos (…) no se puede de-
cir que haya un problema comunista., puesto que toda vez que el campesino re-
clama el dominio de la pequeña parcela que arrebató a la selva en lucha constan-
te y tesonera, lo hace por un sentimiento de justicia muy natural, y desde ese
momento se aparta abiertamente de las doctrinas comunistas y pregona el indi-
vidualismo (Anales de la Cámara de Representantes, 11 de noviembre de 1932, p.
768).
23
En esta dirección resulta pertinente la obra de Popkin (1979), poco apreciada en los me-
dios latinoamericanos quizás por su “individualismo metodológico”.
24
Ver Getzler (1996, pp. 639-669); para una concepción de la propiedad privada como dere-
cho, ver Waldron (1985, pp. 317, 321-3).
Moral y derecho
De este modo,
Ver Mill (1943). Sobre la propiedad de la tierra, pp. 251-3; sobre la pequeña propiedad, pp.
28
29
Ver los comentarios de López (2004, p.265 y pp. 290-99).
30
Sobre el asunto ver un enfoque reciente en Domenech (1989).
se esfuerzan por definir la naturaleza íntima de los deberes que gravan sobre la
propiedad y concretar los límites que las necesidades de la convivencia social
trazan al mismo derecho de propiedad y al uso o ejercicio del mismo (p. 7).
1
Ver Mcpherson (1962; 1978) y el debate que siguió; Viner (1963, pp. 548-559); Gill (1983,
pp. 675-695); Waldron (1987, pp. 127-150; 1989, pp. 3-28).
71
la del derecho continental europeo. Valga subrayar que la economía neo ins-
titucional encuentra más afinidades con la primera y está llena de reservas
frente a la segunda2.
Recordemos que las principales corrientes o escuelas de economía (la
clásica, el marxismo, la neoclásica y la nueva escuela de economía institucio-
nal) asumen, acríticamente, que el caso inglés ofrece el modelo universal del
desarrollo moderno: gran terrateniente → arrendatario capitalista → jorna-
lero. Subrayamos arriba la crítica de John Suart Mill a la supuesta universa-
lidad de un modelo que desconocía olímpicamente otras opciones empíricas
válidas para el desarrollo económico, como las de los regímenes de pequeña
propiedad campesina y algunas formas de aparcería.
En la época de la fundación de Estados Unidos, país singular por la rela-
ción de una naturaleza pródiga y abundante (tierra, agua, minerales) y la
mano de obra escasa, un pensamiento de Montesquieu pareció tener gran
acogida: que las constituciones políticas estaban para proteger la libertad y
las leyes, y los tribunales civiles para proteger la propiedad3. La tradición
jurídica colombiana, una de tantas en la familia Iberoamericana originada
en el tronco castellano-indiano, pasó por un doble cedazo: primero, por el
paradigma constitucionalista francés y estadounidense; después, por la civi-
lística napoleónica. En cualquier caso, solamente investigaciones en archivos
notariales y judiciales podrán resolver razonablemente la cuestión del papel
específico del CC en el fortalecimiento de la mentalidad propietaria individua-
lista del campesinado colombiano y, de contera, en su acusado conservadu-
rismo4.
Los conjuntos de reglas que gobiernan la adquisición, conservación y
disposición de los bienes y que definen cuatro tipos de propiedad (estatal,
pública, comunitaria, privada) han evolucionado permanentemente desde la
Conquista española, así como han cambiado sus doctrinas de legitimación
social y política. Una evolución igualmente compleja se advierte en la forma-
ción del mercado, más limitado en cuanto a la tierra. Puede decirse entonces
que la propiedad privada hace parte de un sistema más amplio de propiedad
y que, con el mercado, está incrustado en un sistema social más comprensi-
vo.
Dos grandes inflexiones Liberales ofrece la historia de la propiedad de la
tierra en Colombia: primero, la desamortización de bienes y censos eclesiás-
ticos, limitada en 1821-1827 y extendida en 1851-1861 que, desde el punto de
2
Ver, por ejemplo, el estudio temprano, con base en la teoría de los costos de transacción de
Demsetz (1967, pp. 347-359). A mi juicio, una visión más comprensiva de los derechos de pro-
piedad desde el punto de vista económico-legal se encuentra en Merrill y Smith (2001, pp. 357-
398).
3
Sobre este tópico constitucional en Estados Unidos, ver Coker (1936, pp. 1-23).
4
Ver la interesante hipótesis de los “tipos ideales de propiedad”, tradicional, comercial y
social que propone Rengifo (2003, pp. 18-29).
vista fiscal puede ser considerada como una continuación de las desamorti-
zaciones emprendidas por los Borbones españoles, aunque no así en sus at-
mósferas religiosas y anticlericales. La segunda inflexión fue la Ley de Tie-
rras de 1936. Si cada una representó un avance en la dirección de hacer de la
propiedad privada el sistema dominante de propiedad, sus contextos políti-
cos y coaliciones de poder fueron muy diferentes5.
En efecto, de mediados del siglo XVII en adelante aparecieron nuevas
concepciones sobre el sujeto y sus derechos. Con fundamento en la filosofía
de un precursor como Locke y con las luces de les philosophes, muchos fun-
cionarios regalistas de Carlos III (1759-1788) consideraron que la prosperi-
dad de la agricultura del Imperio requería la abolición de aquellas restriccio-
nes jurídicas que sacaban los bienes raíces de las “fuerzas naturales” del
mercado. Si la “utilidad” de los bienes se decidía conforme a “las leyes natu-
rales del mercado”, cuyo agente es el individuo emancipado, entonces la pro-
fusión de “manos muertas”, mayorazgos, bienes municipales, de las corpora-
ciones eclesiásticas y de gravámenes a perpetuidad (como capellanías y
patronatos sobre los que se constituían censos enfitéuticos) debían conside-
rarse desperdicio social y fuente de atraso6. En consecuencia, para acortar
el rezago económico y militar de la monarquía respecto a las potencias riva-
les, demostrado en las tomas de la marina de guerra británica de La Habana
y Manila en 1762, era menester desvincular o desamortizar la propiedad in-
mueble y solucionar la paradoja de “tierras sin hombres, hombre sin tierra”.
En la desamortización borbónica y republicana, el conflicto de legitima-
ción versó sobre el ejercicio de la soberanía estatal frente a la titularidad de
los bienes y censos de las corporaciones eclesiásticas, mediante la expropia-
ción, nacionalización y puesta de los bienes en subasta pública, salvo los que
pasaran directamente al servicio de instituciones estatales. No obstante la
baja urbanización del país en el siglo XIX, la masa principal de los bienes y
censos eclesiásticos consistía en edificaciones y solares urbanos. En la refor-
ma constitucional y legal de 1936 el conflicto versó sobre el fundamento eco-
nómico o “función social” de la propiedad de la tierra (quedó excluida expre-
samente la finca raíz urbana) como criterio de validez de la titularidad
jurídica individual. La tierra debía ser explotada “en función” del “desarrollo
económico”.
5
(Colmenares, 1974, pp. 125-43). Un panorama esclarecedor de la desamortización de la
Colombian Bolivariana se encuentra en Bushnell (1966, pp. 243-78). Sobre el aspecto fiscal de la
desamortización de la década de los sesenta, contamos con el estudio reciente de Jaramillo y
Meisel (2008) que debe considerarse un punto de partida para retomar el debate.
6
La emancipación de las élites “civilizadas” y su contraposición con el bajo pueblo “salvaje”
del ideario ilustrado se subraya en Buchembled (1988, p. 13). Para la desamortización Hispa-
noamericana, ver Bauer (1983, pp. 707-733). La enfiteusis es, según el Diccionario de la Real
Academia Española, la “cesión perpetua o por largo tiempo del dominio útil de un inmueble,
mediante el pago anual de un canon y de laudemio por cada enajenación de dicho dominio”.
7
Sobre el concepto de “frontera agraria” aquí empleado, ver Mombeig (1966); Street (1976)
y Watters (1971). En la historia Colombia, ver, entre otros, Parsons (1968); LeGrand (1988) y
Appelbaum (2007).
8
Ver Parsons (1968); West (1972); Colmenares (1973); Melo (1977).
9
La Corona que, además, controlaba la Iglesia por el régimen del patronato, mató en su
cuna una nobleza feudal que, de crecer y desarrollarse, habría buscado independencia y separa-
ción de la monarquía. Hasta la década de 1810, derecho y administración facilitaron al rey
mantener el control y afianzar la lealtad de los criollos a cambio de dispensarles márgenes de
discrecionalidad en el manejo de las complejas relaciones de dominación social sobre los indios
y las “castas”. Discrecionalidad siempre conflictiva y que trataría de circunscribir al máximo los
ministros de Madrid en el siglo XVIII. El fenómeno queda mejor expuesto bajo una perspectiva
comparativa en McFarlane (1992).
10
La composición consistía en convertir una situación de hecho (aquí, sobre un bien inmue-
ble) en situación de derecho mediante el pago de una multa. Ots Capdequi (1959, p. 37).
11
El vocabulario legal indiano tomaba prestado de la Reconquista peninsular: por ejemplo,
en las medidas agrarias se introdujeron las peonías y caballerías que, originalmente, hacían alu-
sión a si el soldado recompensado con tierra iba a pie o a caballo. Sus modificaciones posteriores
Por entonces los aborígenes, cada vez más amestizados, iban mermando
en número y vivían “congregados” o “protegidos” en pueblos de indios y res-
guardos12. Los derechos de usufructo de los indios de resguardo dieron pie a
una hostilidad larvada de los criollos vecinos entre sí y con las comunidades
indígenas. Estos desataron también conflictos en el seno de los resguardos,
ya que sus tierras solían dividirse en las parcelas familiares de pan coger y
las tierras de trabajo comunitario destinadas a pagar el tributo. Al ser tribu-
tarios, la superficie de cada resguardo dependía del número de indios, lo
cual, dadas las fluctuaciones de población, aumentaba la conflictividad en
torno a la propiedad de la tierra (Bonnett, 2002, p. 115). De este modo, en la
Audiencia de Santa Fe, la “catástrofe demográfica” liberó tierras de comuni-
dades indígenas que disputaron criollos y mestizos. El latifundio criollo se
configuró jurídicamente y despegó, siguiendo la célebre máxima de Bartolo
de Sasoferrato (según los entendidos el principal comentarista medieval del
derecho romano) que hubo de transcribir el Código de Napoleón, en lo fun-
damental: la propiedad absoluta (perfecte disponendi) de la tierra y las aguas,
no siendo contraria a la ley13.
En la ocupación española del territorio americano —entendida como la
transmisión del dominio de las tierras realengas o baldías a individuos, fami-
lias y corporaciones bajo diferentes formas de titularidad— radica el meollo
de un largo juego fáctico-jurídico, para usar la expresión de Marc Bloch. Es
un juego multidimensional del que la historiografía destaca dos planos: pri-
mero, la integración legal y simbólica al territorio político de la monarquía
hispánica que debió entrañar un engranaje de equilibrios barrocos; engrana-
je heredado por la República que, para dar visos de realidad social a lo que
era ficción jurídica, convirtió la codificación en fetiche. Segundo, la ocupa-
ción material de los latifundios con hombres, animales, herramientas y culti-
vos, historia social y económica llena de altibajos, sobresaltos e inercias. Dos
planos que solían yuxtaponerse dando origen a litigios futuros, al dejar gran-
des superficies indeterminadas en sus linderos cuando había hombres que
debían trabajarlas para sobrevivir.
Así, pues, ¿cómo ubicar la cuestión legal en el contexto económico y so-
cial? A mediados del siglo XVIII era evidente que el crecimiento demográfico
dejaba a Santa Fe como uno de esos virreinatos de “tierras sin hombres y
hombres sin tierra”, conforme a la paradoja de Jovellanos. Se inició entonces
crearían mayor confusión en la agrimensura, máxime si se le añadían otras unidades como es-
tancias de ganado mayor, de ganado menor, de pan coger, de pan llevar. Ots Capdequi (1959, pp.
21-23).
12
Ver Villamarín (1972); González (1970). Para una síntesis de la situación ver Tovar (1999,
pp. 98-139); para un breve síntesis en la Cordillera Oriental, ver Palacios y Safford (2002, pp.
100-115); Palacios (1983, pp.132-3).
13
Quid ergo est dominium. Respondeo dominium est ius de re corporali perfecte disponendi
nisi lege prohibeatur. Bartolo de Sasoferrato (XIV sec.) Commentaria ad D.41,2,17,1.
una nueva fase de poblamiento dirigida por el Estado que, con altibajos, lle-
gó hasta c. 1870. Este plan borbónico, aplicado principalmente en las actua-
les regiones santandereanas, caribeñas y antioqueñas, se formuló buscando
que un equilibrio entre población y territorio fuera la base para incrementar
la riqueza que la monarquía española anhelaba extraer de América (Herrera,
1996). Mientras hubiese tierras disponibles y la presión de la población im-
pulsara hombres monte adentro, esta lógica del discurso ilustrado pareció
funcionar, incluso en el período republicano.
Ahora bien, es muy importante distinguir la realidad Iberoamericana del
modelo europeo. Aunque en la Europa del período de transición del capita-
lismo agrario y comercial al industrial las explotaciones agrícolas seguían
considerándose el núcleo principal de “la riqueza de las naciones” (Montes-
quieu, Smith), la pluralidad de “derechos subjetivos” con base en distincio-
nes de clase y rango, propia de las organizaciones postfeudales, hacía extre-
madamente engorroso el manejo y administración de los predios rurales, y
fue sometida a una crítica incisiva.
En Iberoamérica debieron ser muy raros los embrollos legales del mane-
jo de las fincas, tal como los describe Tarello. Por esto, quizás, no se planteó,
como en Europa continental, lo que Grossi llama la dicotomía del dominium
y los usufructos (Grossi, 1992, pp. 81-116). En otras palabras, en las institu-
ciones indianas los derechos de propiedad adoptaron el alcance absoluto del
derecho romano, reinterpretado por los glosadores y juristas medievales
como, por ejemplo, la doctrina de la legitima portio en las herencias, colo-
quialmente llamada “legítima”. Este fue un absolutismo atenuado, también,
por el Derecho Canónico y por diferentes estatus personales, fueros y formas
comunitarias y corporativas. De este modo, en la América española las viu-
das tenían más derechos asegurados que las de las colonias británicas pro-
14
He cambiado la palabra fundo, empleada en esta traducción, por la palabra finca.
15
Tomo esta expresión sintética de Duguit (1926, p. 61).
16
Esta lógica viene del catch-22, expresión acuñada por Joseph Heller en la novela de ese título.
17
Ley de 11 de octubre de 1821 en CN, vol. 1, pp. 125-8.
18
Ver García (2003, pp. 97-124); Bravo (1991, pp. 7-22); Lorente (2006); Hernández (2006).
19
Si el juez no aplica la Ley del Código incurre en denegación de justicia.
20
Ver su interesante planteamiento en López (2004, p. 135 y pp. 298-306). Zuleta Ángel había
llamado la atención sobre el tema pero citó los Artículos 1° y 4° del CC Suizo de 1907. Ver Zuleta
(1936, p. 5).
21
Para la síntesis interpretativa más reciente, Palacios y Safford (2002) Capítulos VII y VIII.
una vez cruzó la Cordillera desde los Llanos Orientales y conquistó el cora-
zón de Boyacá en julio de 1819 (O’Leary, 1915, p. 213).
Quizás por todo esto el CC pudo ser un instrumento idóneo para que las
arraigadas creencias populares en las virtudes justicieras de la pequeña pro-
piedad familiar se transformaran en un principio cardinal de legitimación
del Estado nacional22.
La primera legislación republicana plasmó los ideales del racionalismo
bajo la forma argumental del materialismo y utilitarismo de Jeremías
Bentham, admirado por Bolívar hasta 1828, y siempre por Santander y sus
amigos. La dicotomía que estableció el utilitarista inglés entre el derecho
sobre bienes tangibles, materiales, que llamó “propiedad corpórea”, frente a
la “propiedad incorpórea”, “ficticia y figurada”, orientó algunos razonamien-
tos del Bolívar legislador, propietario de cuerpos ciertos: esclavos, plantacio-
nes de cacao y minas, por demás, empedernido admirador de “la civilización
inglesa”23.
En 1823 el secretario del interior, el bolivariano José Manuel Restrepo,
manifestó que el sistema de leyes, las españolas y las nuevas, no era más que
“un edificio gótico arruinado, compuesto de cien partes heterogéneas y dis-
cordantes” y urgía a los colombianos a “pensar de preferencia en la forma-
ción del código civil y criminal” (López (Comp.), 1990, pp. 131-133). En 1825
Bolívar dejó sentado en el Discurso al Congreso Constituyente de Bolivia,
que “La verdadera constitución liberal está en los códigos civiles y crimina-
les; (...) Poco importa a veces la organización política, con tal que la civil sea
perfecta” (Carrera (Comp.), 1993, p.120)24. Aquí también se registra la in-
fluencia de Bentham: la ley civil da certidumbre y facilita el cálculo econó-
mico, de lo cual Bolívar parecía inferir que los edificios constitucionales es-
taban muy lejos de tal “perfección”. Las guerras de independencia, a fin de
cuentas, habían sido una fuente de inseguridad de los derechos de propie-
22
La relación de la ley positiva y el “hecho social” o norma del “derecho objetivo” (donné) fue
un tema central en las reinterpretaciones sociológicas del derecho y la superación jurispruden-
cial de la “escuela de la exégesis”, particularmente en Francia. Gény (2000).
23
Bentham citado por Waldron (1985, pp. 323-4); es probable que se haya exagerado la in-
fluencia de Bentham en los dirigentes de la generación de las Independencias Hispanoamerica-
nas. Ver Harris (1998, pp. 129-49).
24
La transición legal y judicial, de la Colonia a la República, es tratada sumariamente en
Bushnell (1966); in extenso para las compañías comerciales en Means (1980) capítulo 2.
25
“1°. Las leyes ya dictadas o que en los sucesivo dictare el Poder legislativo. 2°. Las pragmá-
ticas, cédulas, órdenes, decretos y ordenanzas del gobierno español sancionadas hasta el 18 de
marzo de 1808 y que habían venido rigiendo en el territorio de la nueva república. 3°. Las leyes
de la Recopilación de Indias. 4°. Las leyes de la Nueva Recopilación de Castilla y 5°. Las de las
Siete Partidas”. (Uribe, 1963, pp. 15-6).
26
De la abundante literatura con motivo del bicentenario de Código Civil francés, baste citar
este par de artículos: Blanc Jouvan (2004) en http://lsr.nellco.org/cornell/biss/papers/3, consulta-
do el 9 de julio de 2006; Halpérin (2002) en http://ahrf.revues.org/document628.html, consultado
el 14 de agosto 2006.
Ahora bien, en la matriz del derecho napoleónico, el catastro (junto con los
sistema registrales o de “posesión inscrita” del CC de Bello) se elevó a la con-
dición de institución fundamental, complemento directo del Code, arma fis-
cal del Estado y garantía para los propietarios puesto que, junto con el regis-
tro de propiedad, se daba publicidad a la condición jurídica actual de los
predios.
Con todo, la gran propiedad (la tierra, los ganados, las bestias, los capita-
les) estuvo más amenazada por las expropiaciones en las guerras civiles co-
lombianas que la propiedad campesina, como se aprecia inclusive en tierras
de colonización. Como ya dijimos, las tierras baldías de la Cordillera Central
son un claro ejemplo del punto. Pero también debemos subrayar que en esas
regiones la ausencia de un sistema moderno de catastro y registro público de
la propiedad rural, o su debilidad institucional, fue la espada de Damocles,
poderoso aliciente a la coacción en todas sus formas, como hubo de compro-
barse en el Quindío durante La Violencia (Ortiz, 1985).
Hay que subrayar, asimismo, una idea fundamental del capitalismo mo-
derno: que los derechos de propiedad privada tienen prelación sobre los de-
rechos de las personas. El punto fue puesto lacónicamente a comienzos del
siglo XX en una reflexión sobre la práctica de confiscación en las guerras civi-
les. Por ejemplo:
27
El Artículo 544 del Code Napoleon decía: La propriété est le droit de jouir et disposer des cho-
ses de la manière la plus absolue, pourvu qu’on n’en fasse pas un usage prohibé par les lois ou par
les règlements. Sobre este modelo, el Artículo 669 del CC colombiano, trascripción textual del
Artículo 582 del chileno o Código de Bello, estableció que El dominio (que se llama también pro-
piedad) es el derecho real en una cosa corporal, para gozar y disponer de ella arbitrariamente, no
siendo contra la ley o contra el derecho ajeno. La propiedad separada del goce de la cosa se llama
mera o nuda propiedad. El adverbio “arbitrariamente” fue declarado inexequible por la Corte
Constitucional en Sentencia del 18 de agosto de 1999, CC 595.
28
Una útil y breve introducción se encuentra en Zimmermann (Ed.) (1999).
29
La genealogía del Código Civil en América Latina muestra una primera divisoria entre los
que provinieron directamente del francés de 1804, como el haitiano de 1816 o el oaxaqueño de
1822, y los que derivaron de códigos latinoamericanos más decantados. Todos los códigos civi-
les colombianos pertenecen a esta última categoría, incluidos los proyectos presentados en 1853
por Justo Arosemena y Antonio Del Real que tomaban del CC peruano del año anterior. Pero
desde el primero aprobado, el del Estado del Magdalena de 1857, hasta el de los Estados Unidos
de Colombia, adoptado en el cenit radical en 1873 y ratificado por la Regeneración en 1887, to-
dos se originaron en el código chileno de 1855, el llamado Código de Bello. (Guzmán, 2006, pp.
589-602) y cuadros sinópticos, pp. 605-614.
30
Es el autor del importante y olvidado, Las crueldades en el Putumayo y en el Caquetá, Bogo-
tá, Imprenta Eléctrica, 1910.
Piñeres amonestaba a los practicantes por “el uso de los conceptos del dere-
cho privado español en la redacción de contratos y otros documentos legales
(…) y (por emplear) las viejas formas tradicionales de redacción de contratos
ya que ellas hacen parte de un uso indiscriminado del viejo derecho (Rodrí-
guez, 1913)” (López, 2004, pp. 136-137). Con el “viejo derecho” se refería el
tratadista al anterior a la Revolución francesa y su Code Civil.
Reiteremos que aún prevalece el desconocimiento general sobre el perío-
do de transición jurídica y legal que abarca de la Novísima recopilación espa-
ñola de 1806 al año de 1887, cuando formalmente cesó la vigencia de la le-
gislación española en Colombia. Según el historiador Víctor Manuel Uribe
Urán, de este laberinto puede salirse con la brújula conceptual del dualismo
“público-privado” (Uribe-Urán, 2006, pp. 251-297).
En tanto fenómeno colectivo, la mentalidad propietaria no estaba cir-
cunscrita al reducido mundo de abogados y tinterillos. Aun así, dos aspectos
merecen subrayarse: el predominio de los abogados en el Congreso y en ge-
neral en todo el proceso legislativo, y la estrechez del mercado de la profe-
sión legal. Este segundo aspecto nos lleva a un asunto trascendental, y es que
si los abogados no eran llamados a resolver conflictos civiles de las familias
campesinas ricas, mucho menos de las pobres. Pensemos en un hecho bási-
co de la historia agraria colombiana: la prolongada tradición de la posesión
como “un poder de hecho general y exclusivo sobre una cosa”. Este poder se
desdobla en la relación física (possessio corpore) y en el tener la cosa como
dueño (animus domini). Para transformar la posesión en propiedad, el po-
seedor (a justo título y de buena fe) debe probar la usucapión en un juicio y
registrar el título. En esta perspectiva, es probable que futuros estudios his-
tóricos de la titularidad jurídica demuestren que la propiedad campesina en
general ha sido protegida no sólo por las normas de la posesión (que dan vía
al juicio posesorio), sino por el reconocimiento social del vecindario. Debe-
mos investigar si se fragmentó menos de lo esperado gracias al posible papel
del primogénito en la cultura campesina, que en todo caso pudo ser contra-
rrestado (después de la década de 1960) por la oferta de “empleo informal”
urbano y semiurbano, atractivo para los miembros jóvenes de las familias
campesinas. Para demostrarlo habríamos de construir una especie de índice
del paso de la posesión y “propiedad extralegal” a la plena propiedad en las
zonas de predominio campesino, distinguiendo, quizás, las de viejo asenta-
miento colonial de las sociedades formadas en los procesos colonizadores
posteriores a c. 1840.
Es posible que en el período republicano la usucapión o prescripción de
baldíos fomentara abusos, considerada la negligencia y precariedad de la ad-
ministración pública. Pero cuando la ya citada Ley 48 de 1882 los declaró
imprescriptibles, se abrió una nueva fuente del conflicto agrario colombia-
no. En muchas ocasiones la concesión ponía en flagrante contradicción la
legalidad con principios de “justicia natural” de la tradición católica. En sus
obras sobre el tema, LeGrand y Tovar, entre otros, citan numerosos casos de
cultivadores de baldíos que, después de trabajarlos 20 o más años, sufrían
evicción judicial, “despojos”, a raíz de demandas de concesionarios que te-
nían títulos válidos de concesión (LeGrand, 1995). Por esto quizás el Código
Fiscal de 1912 en su Artículo 47 estableció que
31
Sobre baldíos a militares, Ley de 29 septiembre 1821 en CN, vol 1, pp. 74-8; sobre baldíos e
inmigración, Ley 1 Mayo 1826, CN, vol. 3, p. 335 y Ospina (1955, pp. 113-148). Este autor señala
que las concesiones a Tyreell Moore de 1836 y 1837 fueron quizás el único caso bajo el régimen
de fomento a la colonización europea (p. 219).
32
El asunto fue tratado inicialmente por Parsons (1968, pp. 72-74). Con información de ar-
chivos que no había conocido Parsons, Palacios matizó la historia (1979b, pp. 263-5).
33
Una síntesis del problema en los años treinta se encuentra en (Pineda, 2009, pp. 183-222).
“áreas baldías” c. 1870, arriba citada, con las cifras oficiales de adjudicación
de baldíos, éstas resultan inverosímiles. Verbigracia, que en el siglo XIX se
adjudicaron unos 20.000 kilómetros cuadrados de baldíos a particulares y
un poco más de 10.000 kilómetros cuadrados en el primer tercio del XX
(1827-1936).
La historia de las zonas de colonización muestra que la asignación y
ocupación de baldíos fue campo abonado al litigio legal y a la disputa políti-
ca. Pero no debe exagerarse. Si bien colonos, autoridades locales y aun terra-
tenientes solían enviar memoriales a Bogotá en los que denunciaban “usur-
pación de baldíos”, estos no provenían de organizaciones de terratenientes o
de movimientos campesinos organizados. Pero, ¿en qué medida hubo acapa-
ramiento de baldíos por la vía de adquirir títulos de concesión y cómo po-
drían equipararse al cercamiento de tierras (enclosures) de la Europa de los
siglos XVI al XVIII? La pregunta nos permite desbrozar y encontrar un campo
fértil para la investigación de la historia agraria colombiana. Si los enclosu-
res expulsaban gente y desposeían al campesinado de su medio de produc-
ción, el acaparamiento de baldíos hacía parte de procesos inmigratorios en
que los campesinos desposeídos en sus lugares de origen buscaban, de nue-
vo, ser poseedores; de este modo el conflicto por la tierra proseguía, al me-
nos en estado latente. Es más: el acaparamiento de baldíos, tan diferenciado
local y regionalmente, planteaba un problema de legitimación: cómo justifi-
car la desposesión legal de los colonos ya afincados.
Resumiendo, más que acción colectiva campesina para recuperar bal-
díos, los documentos indican la creciente preocupación y malestar de mu-
chos funcionarios íntegros, encargados de adjudicarlos en Bogotá. Más ver-
sátil y variada parece la actitud de los alcaldes de las zonas de colonización
quienes, crecientemente interesados en el control político territorial, tercia-
ban del lado de los colonos, como fue el caso de la Cordillera del Quindío a
comienzos del siglo XX.
Puesto que muchas disposiciones quedaron en letra muerta, se generali-
zó la idea que eran inocuas. Ejemplo socorrido fue el de la reversión al Esta-
do en caso de que las tierras no se cultivaran o sembraran con pastos dentro
de un término legal (antiguo principio colonial) o cuando se fijaban exten-
siones máximas y mínimas de adjudicación. En el mensaje presidencial al
Congreso de 1916, el abogado José Vicente Concha prendió la alarma sobre
“el despojo” de los baldíos, achacado a lo que hoy se llamaría debilidad del
Estado. El avance campesino sobre la frontera no preocupaba y más bien
tranquilizaba al presidente Concha, Conservador y católico como era. Su
desvelo venía del “despojo” que hacían los grandes concesionarios (Mensaje
del Presidente, 1916, p. 41).
Año y medio después del citado mensaje, la Ley 71 de 1917 restringió a
20 hectáreas las superficies adjudicables a los colonos con cultivos perma-
nentes y, aunque agilizó el procedimiento para adquirir baldíos, el peticiona-
rio pobre debía conseguir tres testigos que fuesen propietarios de bienes raí-
ces, situación nada fácil (D. O., 27 de noviembre de 1917). Esta discriminación
fue eliminada finalmente por la Ley 74 de 1926, destinada a resolver los con-
flictos sociales que Concha previó diez años atrás y que fue el antecedente
legislativo más importante de la Ley de Tierras de 1936 (D. O., 1º de diciembre
de 1926).
En todo caso, en zonas del Chocó, la región Caribe, Tolima y el Sumapaz
se agudizaron los conflictos por la tierra entre colonos, nuevos empresarios
agrícolas y ganaderos que marcaron su presencia en ellas. Aunque en ocasio-
nes se manchara de sangre, esta era una conflictividad legalista sobre la po-
sesión y propiedad de tierras públicas en condiciones de una frontera que
aún ofrecía posibilidades (de hecho o de derecho) al campesinado migrato-
rio. Una solución fue la de las colonias agrícolas. Veamos.
34
Se reconstruye con base en: Memoria de Industrias (1930, pp. 240-242; 1931, pp. 221-222;
1932, pp. 280; 1934, pp. 142-143; 1935, pp. 261); Memoria de Agricultura (1938, pp. 215-221). Ver
también, Práctica y Espíritu del Instituto de Colonización en Inmigración (1954, pp. 11 y 44-45).
1931 70
1933 N.D.
Fuentes: Elaboración propia con base en Memorias del Ministerio de Industrias, 1931-1938.
Aunque La Colonia “produce frutos de los tres climas que tiene”, los co-
lonos se asentaron inicialmente en las tierras frías (…) Pero últimamente se
ha establecido, procedentes de las regiones cafeteras, un fuerte núcleo de
colonos que invadirán los climas templado y caliente”. Dos años después,
había 400 colonos; 1,500 habitantes
esparcidos en más de 10.000 hectáreas de las cuales hay trabajos en 4.000. Hay
edificadas 140 casas de madera y teja metálica y de los colonos que aún no han
edificado, 260 viven en 60 campamentos. La Colonia tiene 120 kilómetros de ca-
minos y una “escuela alternada” con 66 estudiantes.
Colonización y violencia
35
Para un ejemplo de actitudes empresariales de comunidades campesinas, bajo ciertas
condiciones nacionales favorables, como una reforma agraria o proyectos de irrigación, ver,
Wood y Mehenna, “Village (1986, pp. 75-88).
36
Ver Brew (1977); Arocha (1975); Christie (1986).
37
Jorge Child (1958, pp. 8-9) clasificó cuatro tipos de violencia de la zona cafetera: de origen
político, después de 1948; de origen económico, consistente en apoderarse de cafetales en ene-
ro-marzo, justo antes de las cosechas; de los “desplazados” de otras zonas de violencia, como el
grupo del bandido “Chispas”; de conflictos personales.
38
Ver, por ejemplo, Buenaventura (1962, p. 53); Ramírez (1990, pp. 57-72).
En medio de estas condiciones caóticas, (La Violencia, M.P.) en que hombres, mu-
jeres y niños son asesinados por miles, en que la seguridad personal de la mayo-
ría de la población está seriamente amenazada, es evidente que hay muy pocas
probabilidades para un verdadero progreso en la resolución del conflicto de filo-
sofías sobre los derechos de propiedad de la tierra. Esto solamente puede lograr-
se en los tribunales o en el Congreso y, en cualquier caso, requiere un largo y
concentrado esfuerzo de parte de los dirigentes colombianos. Por eso podemos
decir con seguridad que las incertidumbres sobre los derechos de propiedad de
la tierra, continuarán afligiendo a Colombia y a los colombianos todavía durante
muchos años (Smith, 1958, p.384)39.
39
Una buena guía introductoria se encuentra en Ortiz (1994, pp. 371-423).
1
Esto se desprende de la cantidad y orden de importancia de los documentos que forman
el archivo del presidente Olaya Herrera. El archivo, de la Academia Colombiana de Historia,
tiene 94 cajas organizadas en carpetas y contiene miles de folios. Ahora puede consultarse en el
Archivo General de la Nación.
2
Baste mencionar que existe una amplia y conocida bibliografía sobre la economía cafete-
ra mundial y colombiana. Hay que tener presente que en los años treinta el cultivo de café no
tenía economías de escala y era intensivo en mano de obra altamente estacional; que había tie-
rra y trabajo para ampliar la producción nacional; que estaban bajando los costos internos de
transporte y que los mercados mundiales el café presentaban bajas elasticidades de oferta y de-
manda. El ciclo climático del Brasil determinaba el ciclo de precios mundiales y las políticas
cafeteras de dicho país, y protegían la economía cafetera colombiana.
3
En este sentido soy escéptico con respecto a la sugerencia de Lapp (2004).
los de ruana” (Jimenez y Chernick, 1993, pp. 61- 82). Denunciaron agravios y
reclamaron derechos. Irrumpieron por su cuenta en actividades políticas y,
en el camino, se estrellaron con poderes sociales y estatales reacios al cam-
bio. De este modo muchos conflictos de tierra y trabajo se saldaron con san-
gre. Este fue el caso de grupos campesinos de Fusagasugá y Viotá, localiza-
dos entre polos que contenían liderazgos y fuerzas radicales (Bogotá y el
puerto de Girardot) que saltaron a la arena pública en un país que parecía
entrar en la atormentada y tortuosa transición de la “república oligárquica”
a la “democracia de masas”. Si hubo este tipo de democracia quedó incon-
clusa, porque en 1948, con el asesinato de Gaitán y en el contexto de la Gue-
rra Fría, Colombia pasó abruptamente de un tiempo de esperanza democrá-
tica, representada por el caudillo populista asesinado, a una hegemonía
plutocrática que disolvió el proyecto de inclusión social.
3. El tercer aspecto de la transformación colombiana tiene que ver con la
forma como afectó a la clase política. Los protagonistas del teatro político
popular de los años treinta pertenecían a una generación de reformadores
que, bajo la tutela de sus padres putativos, los Centenaristas, y con clara vo-
luntad de poder y decisión de formar una nueva élite política, propusieron
visiones y concepciones de transformación social, aunque no consiguieron
escapar, si es que lo intentaron seriamente, del campo histórico del Estado
oligárquico. Demostraron, eso sí, capacidad para transformar las inconfor-
midades y agravios de colonos y arrendatarios en demandas congruentes al
Estado, y de inducirlo a elaborar doctrinas agrarias contra el latifundismo y
adecuar las instituciones legales para el cambio social. En este proceso forta-
lecieron el Estado de derecho, pero sin reformar el derecho, ni la práctica
judicial. Puesto que partían de la premisa liberal de que la ley se cambia con
la ley (y, por tanto, que esa era la vía de redefinir los derechos de propiedad,
pública, privada, de los resguardos) a medida que incorporaban nuevos elec-
torados tuvieron que dramatizar la centenaria discordia bipartidista.
La pacificación del contrato social laboral, es decir, la institucionaliza-
ción de las luchas obreras con sus sindicatos y sus huelgas; la salida consen-
suada y gradual a los problemas crecientes de pobreza urbana, y las solucio-
nes legales y judiciales a las demandas de tierra de los campesinos y colonos
habían ganado un lugar en el discurso público. Más aun, se cuestionó “la
ametralladora oficial” como medio de confrontar la inconformidad de las
clases populares. Paradójicamente, el propósito se desnaturalizó al anudarse
a la mecánica de la lucha rojiazul. Por todo esto quedó flotando la idea que
el cambio de la llamada República Liberal o Revolución Liberal no había
encontrado el cauce democrático, extraviada en un laberinto de ilusiones y
artimañas legalistas.
4. Los políticos reformistas entendieron que la acción colectiva de distin-
tos campesinados ponía en evidencia las “imperfecciones” del sistema legal
de titularidad de la propiedad, de modo que un Estado moderno debía abolir
4
Especialmente los casos de la Parte II.
1905
1907
1909
1911
1913
1915
1917
1919
1921
1923
1925
1927
1929
1931
1933
Anticresis Mejoras
6
Esta enorme propiedad llevaba el nombre de un hermoso árbol (Eryhtrina edulis) que da
sombrío al cafeto y crece hasta 14 metros; produce unas flores de color rojo carmesí, de semillas
comestibles; su madera se usa para cercar. En las zonas cafeteras de Cundinamarca se le llama
chocho, balú, chachafruto.
7
Estoy muy agradecido con la profesora Rocío Londoño Botero por haberme facilitado copias
de los reglamentos de El Chocho. Hay que subrayar la rareza de este tipo de documentos. Ver,
Reglamento para los arrendatarios (1896); Reglamento de la Hacienda de El Chocho (1916; 1930).
Frontera “cerrada”
Causas del descontento Frontera “abierta”
El Tequendama y
campesino Sumapaz
Fusagasugá
Propiedad de la tierra 3 1
Régimen laboral 1 3
Sistema multi-empresarial 1 3
Ahora bien, la posición social del arrendatario era ambigua: decidía so-
bre los cultivos en su estancia (excepto sembrar café), pero no en los grandes
cafetales de las haciendas. De ahí la complejidad social de su ingreso mixto:
el de la estancia y el del jornal en la plantación, al que debe sustraerse el ca-
non en dinero por la parcela o estancia.
Poco se sabe, en cambio, del grupo de peones asalariados al que el PCC
asignó el papel de clase de vanguardia, aliado fundamental de los campesi-
nos en la “lucha antifeudal”. Este grupo se abordará aquí en la medida en
que aparezcan en las fuentes.
Hasta mediados de la década de los veinte la hacienda de café había fun-
cionado mediante la combinación pragmática de diversos sistemas de arren-
damiento precapitalista y una organización laboral centralizada en cuanto a
disciplina del trabajo, metas y formas de producción de café (Palacios,
1979b, pp. 111-173). Es decir, mediante un equilibrio precario que dejaba
latente el conflicto. Por eso en las haciendas de Viotá y Fusagasugá hubo es-
tallidos campesinos en el proceso de comercialización de los productos de
las estancias. En principio, la producción de éstas se repartió conforme al
patrón común de las economías campesinas: a) autoconsumo familiar; b)
fondos de reposición y ampliación, como semillas; c) excedente de intercam-
bio. En algunas haciendas el arrendatario no se obligó a pagar en trabajo
sino en alimentos producidos en la estancia, pero en la mayoría de casos el
excedente salió a los mercados locales aunque con restricciones: el arrenda-
tario pagaba peajes y “aduanillas” por utilizar los caminos de la hacienda;
debía estar al día en sus obligaciones y, finalmente, sólo podía sacar sus pro-
ductos un día a la semana, a pesar de que los pueblos tenían dos días de
mercado.
Si, aparte de estos problemas internos, las haciendas habían sido desplaza-
das por las fincas medias y campesinas en el volumen de producción nacio-
nal, entonces, ¿en qué situación quedaron los hacendados cafeteros de la re-
gión bogotana frente a los dirigentes del Estado y a la clase alta como
conjunto?, ¿modificaba esta relación las trasformaciones inducidas por el
desarrollo económico y los cambios en las configuraciones de poder regio-
nal, político y social?, ¿cómo fraccionaba el desarrollo económico los intere-
ses de la clase alta? En el estado actual de la investigación estas preguntas
sólo pueden ser absueltas parcialmente.
A lomo de la crisis mundial se debilitaba el prestigio social que los ha-
cendados de Cundinamarca y el Tolima habían consolidado en el último ter-
cio del siglo XIX. Los negociantes antioqueños del eje Medellín-Manizales ha-
bían tomado la delantera en la comercialización del café aunque, por otra
parte, dependían cada vez más de las estrategias de las casas tostadoras esta-
dounidenses que empezaban a buscar el control comercial a escala mundial.
En consecuencia, se reorganizó el poder gremial como se aprecia en los
cambios internos de estructura organizacional y estilo de liderazgo de la FNC,
a raíz de la gerencia de Mariano Ospina Pérez, y se adoptó una orientación
campesinista, respaldada en el Censo Cafetero de 1932. Los pequeños cafi-
cultores eran los héroes de la nueva Colombia: con sus cultivos de pan coger
parecían imbatibles frente a la drástica caída del precio internacional del
grano (Ospina, 1934). De este modo, la política económica del Estado y la
estrategia de la FNC se orientaron a incrementar la productividad en la co-
mercialización y a ampliar la base campesina de la caficultura, antes que a
resolver los problemas financieros y de manejo de las haciendas.
Entre tanto, las haciendas más extensas fueron más propensas al conflic-
to. En búsqueda de explicaciones puede pensarse, en primer lugar, que tales
unidades tenían una masa crítica de arrendatarios que, a su turno, podían
movilizar a sus familiares y dependientes como los subarrendatarios. Segun-
do, estas haciendas no podían controlar grandes extensiones de reserva mon-
tañosa y enfrentaban invasiones clandestinas. Visto el fenómeno más de cerca,
y con informaciones fragmentarias, puede decirse que la mayoría de conflictos
se presentó en unidades en las cuales fue baja la relación entre la superficie
explotada (superficie de las estancias + superficie de la plantación de café +
superficie de potreros y cañaduzales) y la superficie predial. En Calandaima
y Buenavista de Viotá, sólo el 10% de la superficie total estaba explotada en
los términos descritos. De los pocos informes sobre parcelación de hacien-
das puede deducirse que en El Chocho, Ceilán, Florencia y Liberia el porcen-
taje de tierra explotada oscilaban entre el 12% y el 21% de la cabida predial
(Palacios, 1979b, pp. 135-136). Por el contrario, haciendas que pudieron evitar
10
Sobre el concepto de “umbral”, ver Granovetter (1978, pp. 420-43).
Noticia aparecida Espectador ayer poniendo sobre aviso todo vecindario hará in-
fructuosa comisión pensaba organizar semana con fin constatar quienes son res-
ponsables tala de bosques. Respetuosamente permítame opinar debe rectificarse
noticia en sentido decir alcalde no saber por el momento si individuos destruyen
bosques son en realidad miembros-liga campesina o trátese bandoleros mero-
dean esta región (Archivo Municipal de Viotá, Correspondencia, 1937).
Fraccionamientos
11
Banco Agrícola Hipotecario, Informes y Balances, Bogotá, 1926-1941. Varios ministros de
los gabinetes de la primera administración López salieron de las gerencias seccionales del B.A.H.,
el más eminente de los cuales fue Darío Echandía, ex gerente en Armenia.
ciendas sacándolas prácticamente del mercado. Esto fue evidente en las ope-
raciones del BAH o de la Gobernación de Cundinamarca.
Las haciendas Java, Ceilán y Buenavista, en Viotá, negociaron la venta
de parcelas a comienzos de 1930. En El Colegio le entraron al juego Entre-
rríos, Santa Helena, San José y Golconda. Bajo la dictadura derechista de
Laureano Gómez y Alberto Urdaneta Arbeláez, así como en la de Rojas Pini-
lla, se aceleraron las parcelaciones voluntarias en El Colegio y Viotá. Al co-
menzar el Frente Nacional quedaba muy poco de las viejas haciendas: Misio-
nes en El Colegio y Java y Atala en Viotá. La Violencia había hecho retroceder
el país, pues, como en los años veinte, una invasión de trabajadores y arren-
datarios a la hacienda Florencia de Viotá se consideró caso de “orden públi-
co”. Según el respectivo boletín interno de las Fuerzas Armadas la invasión
había comenzado con 50 personas pero “ahora llegan a diario 50, 80 y 100”;
se aseveró que muchos eran ex guerrilleros de Villarrica, que habían instala-
do un cuartel sobre el que ondeaba el pabellón nacional, que habían fijado
un puesto de observación y que la ciudadanía del casco estaba alarmada12.
Con todo, la época había cambiado; aunque sobrevivirían grandes hacien-
das, como Aguadita y Usatama en Fusagasugá y muchas en Viotá, su preemi-
nencia social era cosa del pasado, como lo puso de presente la “incorización”
en el oriente del Tolima en la década de los sesenta.
El proceso de parcelación puede considerarse un laboratorio de actitu-
des y pautas sociales en el reparto limitado, controlado y selectivo de la tie-
rra que contribuyó a contener el movimiento de protesta, tal como se infiere
en el Cuadro iv.1.
El número de municipios afectados, muchos de tierra fría, que aparente-
mente no conocieron expresiones de descontento rural organizado, rebasa
considerablemente el número de municipios cafeteros afectados por éstas,
como se aprecia en el Cuadro iv.2. Aquí se muestra el alto grado de relación
entre haciendas con algún tipo de conflicto, y parcelaciones privadas o gu-
bernamentales.
En resumen, ahora el Estado oligárquico tenía que lidiar con una crisis
de las formas de servidumbre en las haciendas cafeteras de Cundinamarca
que, no eran feudales. Más adecuado es comprenderlas con el concepto seu-
do servidumbre andina, que acuñó Juan Martínez Alier, consideradas las con-
diciones de movilidad de la mano de obra (Martinez-Alier, 1977). Esas ha-
ciendas combinaban la plantación cafetera del hacendado y las estancias o
parcelas de subsistencia de los campesinos residentes. Los colonos, de su
lado, quisieron transformar la posesión parcelaria en plena propiedad y en-
frentaron otro tipo de hacendados y de intermediarios. Frecuentemente las
12
Archivo General de la Nación, Ministerio de Gobierno, Caja 4, Carpeta 30, Despacho del
Ministro, Boletín Informativo de las Fuerzas Armadas N°, 227, 19 Noviembre 1958 y N° 229, 21
Noviembre 1958.
Municipios afectados 38 51 97
Departamentos afectados 6 6 10
Propiedades afectadas 62 102 240
Número de parcelas vendidas 3 206 5 608 11315
Superficie afectada (hectáreas) 42 439 62 607 223132
Razón parcelas/propiedades 51.71 54.98 47.15
Municipios afectados en zona cafetera 11 19 23
Valor de las ventas (miles de $) 1217 2413 5577
Superficie promedio de las parcelas 13.24 11.16 19.91
Valor promedio de 1 hectárea ($) 28.67 38.55 24.91
Viotá 1. Argentina X X
2. Arabia X X
3. Calandaima X X
4. Ceilán X X
5. Escocia X X
6. Florencia XX X
7. Java X X
El Colegio 8. Antioquia X X X
10. Entrerríos X X X
11. La Junca X
12. Lucerna X X
13. Misiones X
14. Subia X X X
17. Trinidad X X
19. Santibar
20 Zaragoza X X
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Cuadro iv.2. Muestra de conflictos registrados en la ogt y parcelaciones (continuación)
23. Noruega X X
26. Iló X X
28. El Empalizado X X
Fuente: a) De los conflictos (1926-1930) véase G. Sánchez, 1977, pp. 44 y ss. b) De las parcelaciones voluntarias, La Mesa, Oficina de Regis-
tro. c) De las demás parcelaciones: Banco Agrícola Hipotecario, La parcelación de tierras en Colombia, anexos, Bogotá, 1937 y Anuario Ge-
117
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De quien es la tierra(laser3).indd 118 8/5/11 5:51 PM
Capítulo v
El Estado liberal intervencionista
En 1937, el gerente del BAH, Alfredo García Cadena, explicó que las parcela-
ciones de haciendas tenían el “objetivo supremo (…) de evitar conmociones
violentas” como en México. En la parcelación, “el Banco actúa en perfecta
inteligencia con grandes o medianos propietarios en tierras cercanas a los
centros de consumo”. En cuanto al futuro beneficiario, el Banco consideraba
que “todo trabajador campesino en cuya mentalidad y costumbres se haya
formado la cultura elemental, para llegar a ser propietario, puede adquirir
una parcela por medio del BAH”. Este individuo era, según García Cadena,
aquel que “se sustrae de la taberna y del agitador profesional”. El Banco,
sentenció, no es para el
radores de parcelas”, pues a los más pudientes se les admitieron hasta cinco
propuestas; no se reconocieron los derechos sobre las mejoras, o sea que “se
pagaban de nuevo”. Reconocieron que la parcelación era buena pero no los
métodos: despotismo, “misterios”, usurería y amenazas1. El 6 de septiem-
bre los parceleros calificaron la operación como “sin plan cooperativo y de
previsión alguna. El que no compra sobre las bases que se le dan... se va a la
cárcel” y sostuvieron que el “criterio es de negocio”. En 1935 era claro que el
asunto se había politizado completamente y que la parcelación se cruzaba
con el juego electoral2. En agosto de 1936 Claridad, periódico campesinista
de Erasmo Valencia, denunciaba que en El Chocho no había parcelación
sino un “comité electorero” en provecho de Carlos Lleras Restrepo (Uniris-
mo, N° 151, 24 de agosto de 1936).
Dos años atrás, el 15 de marzo de 1934, los arrendatarios se habían diri-
gido al Gobernador, solicitándole fijar en $5 el precio de la fanegada. Clari-
dad señalaba que el precio sería de $30 fanegada. Pero el “campesino (…)
afila la guadaña y siega la cabeza del patrón” (Claridad, No. 134, 15 diciem-
bre 1934, pp. 1-3).
Según los arrendatarios se trataba de “rocas, laderas y esterilidad prove-
nientes del largo laboreo”. Señalaron que varios cultivadores, “los más nece-
sitados”, fueron “excluidos del favor social de la Gobernación porque los sec-
tores donde quedan sus parcelas... no entran en la fabulosa negociación” y
denunciaban que los Caballero, dueños de El Chocho, no vendieron cinco
potreros, cuya extensión no estaba delimitada en el documento, reservándo-
se el derecho “de captar el agua del Río Subia para establecer dos acequias a
tomas de agua que conducirá a los potreros”3.
En los memoriales de los arrendatarios hay avalúos de la tierra y las me-
joras. De estas tierras, las más valiosas eran los pequeños cafetales; por ejem-
plo, de un avalúo por $1,519, $1,489 correspondían al cafetal y $30 al rancho
(Unirismo, N° 132, 19 de noviembre de 1934, p. 1).
Las condiciones de la parcelación de la hacienda Ceilán de Viotá en 1948,
fueron similares: la propiedad estaba “deteriorada” y aumentaba la presión
campesina. Los dueños, una empresa denominada COFEX, estaban aún más
acosados por deudas hipotecarias y el proyecto fue, en realidad, del acree-
dor, el Banco Francés. La parcelación voluntaria de Ceilán comprendía 111
propiedades que serían su utilidad neta en la operación. Contrataron a los
prestigiosos abogados bogotanos Francisco Urrutia Holguín y Camilo Silva
de Brigard, con el objeto de obtener de la Gobernación de Cundinamarca un
1
Ver Unirismo, N° 4, 5 de julio de 1934; N° 6, 19 de julio de 1934; N° 8, 2 de agosto de 1934;
N° 9, 3 de agosto de 1934 y N° 13, 6 de septiembre de 1934.
2
Ver por ejemplo los debates de la Asamblea de Cundinamarca, transcritos en El Tiempo
del 4 al 11 de julio de 1935.
3
Ver Unirismo, N° 128, 15 de mayo de 1934, p. 1; N° 131, 9 de julio de 1935, p. 1 y N° 141,
12 de agosto de 1935, p. 1.
Fuente: Archivo Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero, A.C.A., Parcelaciones del Banco
Agrícola Hipotecario y otras, 1926-61 (Cartera).
4
Agradezco al sociólogo Teófilo Vásquez la copia que me suministró de su “Esbozo biográ-
fico de Víctor J. Merchán: la articulación entre social y lo político”, presentado en un seminario
reglamentario del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional, Bogotá, Julio de
2008. Este trabajo me ha permitido tener una idea más clara de este importante dirigente Co-
munista de Viotá y de las trayectorias del liderazgo Comunista colombiano.
fueron a esa entidad con razones fuera de la verdad a gestionar para que no se
vendiera esa parcela, que los fines de esos señores son cogerse como ya lo han
hecho las parcelas sin vender sin que hasta el momento hayan llegado a esa enti-
dad a gestionar ninguna negociación y así violando todos los principios de la ley
(A.C.A., “El Chocho”).
Las haciendas que resuelven parcelar sus tierras, preferirán siempre, en la venta
de parcelas, a sus trabajadores-arrendatarios, en igualdad de condiciones esta-
blecidas en ellas. En circunstancias análogas se procederá cuando las parcelas
vayan a darse en arrendamiento. Además, declaran los patronos y los trabajado-
res que el gobierno es el llamado a hacer las parcelaciones en ejercicio de la ley
100 de 1944, procedimiento de solución que de antemano aceptan las partes en
toda su amplitud, como el único efectivo y viable para obtener la parcelación de
las dichas haciendas en beneficio de los trabajadores actuales (“Convención Co-
lectiva”, 29 marzo 1946).
Anhelo que el parlamento liberal expida esta ley (la 200 de 1936, MP) en cuyo estu-
dio intervinieron, desde 1933, juristas conservadores tan distinguidos como los
doctores Esteban Jaramillo, Rafael Escallón, Enrique Casas, Guillermo Amaya
Ramírez; que responde a postulados nacionales de justicia, que comenzaron a in-
teresar el gobierno desde la Administración del Presidente Abadía Méndez, quien
supo considerarlos con levantado criterio social, que yo recuerde por su Ministro
de Industrias, doctor José Antonio Montalvo, cuyo pensamiento quedó fijado en
la notable resolución sobre el latifundio de Burila, y por su Ministro de Gobierno,
doctor Alejandro Cabal Pombo, quien dictó, para favorecer a los colonos y campe-
sinos, el justiciero decreto 992 de 1930 (…) (Martínez, 1939, pp.126-7).
(1927). En esa década se dieron los primeros pasos para establecer institu-
ciones encargadas de atender los conflictos laborales y, desde su fundación
en 1923, la OGT intervino en los frentes urbano y rural (Ministerio de Indus-
trias, 1928).
Aunque en 1929 el régimen pagaba caro la feroz represión militar al mo-
vimiento huelguístico de la zona bananera de Santa Marta de diciembre del
año anterior, no había consenso en las clases dirigentes sobre cómo estable-
cer una línea que demarcara “la cuestión social” y el “orden público”.
En agosto de 1929 apareció el Boletín de la Oficina General del Trabajo
que, en el siguiente número, cambió la voz “general” por “nacional”. La Ofi-
cina conservó el nombre y de ese año en adelante se la cita como OGT. El bo-
letín representaba una corriente modernizadora que subrayaba la necesidad
de que el Estado colombiano se pusiera en línea con los mandatos y reco-
mendaciones internacionales; es una fuente indispensable para seguir el
conflicto agrario de Cundinamarca y el Tolima. En el primer párrafo procla-
mó la superioridad de la ciencia para entender la “organización del trabajo”
y en una sola frase soltó las expresiones “trabajos de sociología”, “investiga-
ciones científicas” y “la estadística”. Declaró que seguía el modelo de comu-
nicación “de la OIT con su revista, su boletín mensual, el informe anual, nu-
merosos documentos y estudios de los más connotados sociólogos del
mundo” (Boletín de la Oficina General de Trabajo, N° 1, agosto 1929, p. 1). Ni
por un instante imaginaron los editores que, del primer número de 1929 al
81 de 1942, fijarían el sentido institucionalista del discurso oficial en el cam-
po de las relaciones de trabajo. Tampoco les debió pasar por la cabeza que
aquel agosto empezaba el último año de casi medio siglo de regímenes Con-
servadores.
Desde los inicios de la OGT sus abogados clasificaron los conflictos agrarios
en dos categorías: primera, cuando los trabajadores no reconocían ningún
vínculo económico-laboral o civil con un terrateniente y alegaban condición
de cultivadores de buena fe en tierras públicas. “Las masas trabajadoras a
quienes cobija esta situación son de un enorme volumen y las extensiones
por ellas ocupadas se cuentan por centenares de miles de hectáreas” (Boletín
de la Oficina General del Trabajo, N° 6, junio de 1930, p. 414). Un informe
ante la Cámara de Representantes (1932) calculó en 10.000 el número de
hombres que hace mucho tiempo que vincularon todo cuanto son a aquellas tie-
rras, (del Sumapaz) y después de mucho tiempo de hallarse al frente de sus pro-
pios cultivos, (…) les vinieron las persecuciones, primeramente por parte de los
propietarios, persecuciones que no solamente los han molestado en sus bienes
las justas peticiones de los colonos, son tachadas de comunismo, cuando en rea-
lidad, los campesinos no entienden del coco del comunismo, sino por el contra-
rio, son gentes buenas y trabajadoras, amantes de la Patria, como pudimos ob-
servarlo por la gira por esas regiones. Con gran entusiasmo los colonos
contribuyeron para los bazares que en bien de la Patria se efectuaron en distin-
tos municipios. El verdadero comunismo lo está fomentando es el señor Gober-
nador de Cundinamarca, con la persecución de ordena contra los colonos, verda-
deros productores de riqueza (Anales de la Cámara de Representantes, 11 de
noviembre de 1932, p. 767).
Hay que mencionar de pasada que estos bazares patrióticos hacían parte
de la formidable movilización de Olaya en “la guerra con el Perú”, a la que se
opusieron, y hubieron de pagar caro por ello, los Comunistas colombianos y
peruanos.
El interés del régimen Conservador no se limitaba a la legislación de bal-
díos. La nación sería católica en la medida en que se conservase campesina.
De allí el interés en resolver el problema agrario que amenazaba con romper
equilibrios antiguos y la presteza en buscar soluciones tradicionales, borbó-
nicas si se quiere, particularmente en las colonizaciones dirigidas.
La segunda categoría de conflictos de la OGT se presentaba en “haciendas
sin problema de titulación jurídica”, y se debía al “doble carácter de la rela-
ción contractual”. El trabajador era simultáneamente arrendatario de predio
rústico (conforme a la legislación civil estaba expuesto a la evicción) y man-
tenía una obligación laboral de hecho, puesto que los hacendados no se inte-
resaban en “obtener renta en dinero por arriendo de parcelas, sino disponer
de brazos necesarios para beneficio de la hacienda” (Boletín, junio 1930,
p.414). Esta “doble relación contractual”, junto con la disciplina laboral en
la plantación, fue impugnada con más frecuencia en las haciendas cafeteras
del Tequendama.
Como el boletín de la OGT daba buena cuenta de la preeminencia de la
economía agraria y cafetera y del atraso industrial del país, el tema central
de los primeros números fue la búsqueda de “una solución adecuada a las
diferencias surgidas entre trabajadores y patronos en las haciendas de Cun-
dinamarca” (Boletín, junio 1930, p.2). En ese quehacer se plantea un nuevo
discurso estatal frente a la cuestión campesina bajo estas líneas: a) alcanzar
la igualdad civil en un doble ámbito: las relaciones de los campesinos con las
haciendas y con el Estado, y muy especialmente con las autoridades munici-
pales; b) los derechos de propiedad privada tendrían por límite “la función
social”, de suerte que el propietario egoísta podía caer fácilmente en la situa-
ción de “abuso del derecho”, y c) el rechazo a la agitación comunista. Vea-
mos.
El primer número del boletín reprodujo una circular de tono deferente, algo
quejumbroso, enviada en enero de 1929 por la OGT “a los principales cultiva-
dores de café en Cundinamarca” en relación con “el problema del trabajo
entre los cafeteros”. Observaba la circular que las “reclamaciones de los la-
briegos”, atendidas por la OGT desde que había empezado a operar, habían
sido recibidas “con indiferencia” por parte de los patrones que juzgaron “el
movimiento” como un mero resultado de “la labor de propaganda que mu-
chos individuos, a título de socialismo y reivindicación de los derechos del
trabajador, llevaba a cabo con miras nada desinteresadas” (pp.3-4). Ahora, el
editor se congratulaba puesto que la indiferencia patronal cedía y los gran-
des propietarios empezaban a estudiar seriamente el asunto. En este punto
la OGT puso sobre el tapete sus puntos de vista y estableció que el fondo “del
problema social” era el sistema de arrendatarios o estancieros de las hacien-
das:
La emigración del pueblo rural hacia las ciudades en busca de trabajo (construc-
ciones, fábricas, etc.), o hacia las obras públicas, ha hecho disminuir sensible-
mente el número de arrendatarios y de voluntarios dedicados a las faenas agríco-
las, al paso que ésta se ensanchan (pp.4-5).
das que en algún momento registraron peticiones; este fue el caso de las más
conflictivas de Viotá, especialmente de 1930 a 1933.
Sin embargo, dada la naturaleza de las fuentes, es posible que la intensi-
dad de la agitación se haya subestimado, aunque no al grado de aceptar el
testimonio del dirigente Comunista Víctor Julio Merchán (1975) quien afir-
mó que se liquidaron 70 latifundios o haciendas grandes y regulares, con
una cabida de unas 300.000 fanegas y unas 70.000 familias campesinas
(Merchán, 1975, pp.115-6). Los datos disponibles nos harían dividir por dos
el número de haciendas afectadas y por 30 el de familias beneficiadas. Pare-
ce, pues, que se ha exagerado la magnitud y cobertura geográfica de las agi-
taciones de arrendatarios5. Aunque no hay cifras confiables, la agitación en
las zonas de baldíos fue más continua y, por su dispersión, más soterrada
que la de las zonas de hacienda cafetera.
En 1930, bajo el nuevo gobierno de la Concentración Nacional, la OGT
dio cuenta de sus arbitrajes en ocho conflictos de grandes haciendas de café,
cuatro de Viotá, dos de Fusagasugá y dos de El Colegio. El nuevo Ministro de
Industrias, Francisco José Chaux, quien duraría el cuatrienio y habría de con-
vertirse en personaje central de la transformación legal, criticó las normas
que facilitaban la evicción de arrendatarios (Boletín Nacional del Trabajo, N°
7, Junio 1930, pp. 419-33).
Volvió a la carga en una “circular a los Gobernadores, Intendentes, Co-
misarios, Alcaldes, Agrónomos y Veterinarios”. El campesino, subrayó, se
hallaba en medio de dos fuerzas, las autoridades que
5
Las haciendas Florencia, Buenavista, Calandaima, Liberia, Java y Ceilán en Viotá y El
Chocho en Fusagasugá. Desde éstas las agitaciones podían irradiar de Viotá a El Colegio o La
Mesa y de Fusagasugá a Tibacuy e inclusive al Sumapaz tolimense.
con nuevas actitudes políticas. Esta forma de politización, plausible, aún está
por investigarse. Lo cierto es que para la OGT se había desplazado el eje del
conflicto de las haciendas cafeteras de Cundinamarca, convirtiéndose en un
movimiento por el libre cultivo de café en las estancias de los arrendatarios.
Según idea muy difundida, los cafeteros de Cundinamarca forman casta de seño-
res privilegiados, dueños de enormes fortunas, de costumbres bárbaras, señores
feudales que atemorizan a los vasallos con el látigo y a las autoridades con su
desprecio, algo así como esos nobles ingleses del siglo pasado cuyos días pasa-
ban en la caza del zorro y las noches en festines que avergonzarían a Rabelais.
Los señores cafeteros en sus nueve décimas partes son hombres pobres, que tie-
nen necesidad de vivir en los cafetales en pésimas condiciones y después de ha-
ber trabajado por espacio de muchos años no lograron hacer una fortuna. Des-
piertos desde la hora que canta el gallo hasta la noche, sobre una mula muy de
mañana suben, bajan, luchan contra la sequía, contra el rastrojo que al menor
descuido invade la plantación, escasos siempre de dinero, venden por adelantado
la cosecha y apegados a la tierra pasan sus días sobre ella. Hay necesidad de dar
mayor ilustración a los campesinos, de corregir ciertas deficiencias, de pagar a
buen precio el trabajo del jornalero, de civilizar, pero esta obra de largos años no
podrá hacerse bajo el signo de Rusia como aspiran muchos individuos (p. 1290).
son las que (los campesinos) acatan y las que ordenan que no se respeten las
disposiciones de las autoridades legítimamente constituidas”.
El Comité Cafetero concluyó que una vez el arrendatario “siembra su
estancia de café, se convierte, por arte de los profesionales azuzadores, en
enemigo y elemento absolutamente perjudicial para la pacífica posesión, do-
minio y explotación” de las haciendas (pp. 1295-1296). Sostuvo que el peque-
ño propietario adolecía de graves deficiencias en el beneficio del café en pul-
pa, por lo que habría que construir “centrales de beneficio”. Por lo demás, si
el estanciero cultivaba café no estaría disponible para la cosecha del cafetal
de la hacienda; por el contrario, si sembraba otros productos su parcela deri-
varía “abundante subsistencia”. En suma, la caficultura de Cundinamarca y
el Tolima requería prescindir de fórmulas impracticables y “acabar con el
medio de azuzadores profesionales, que viven de los problemas que ellos
mismos crean entre los dueños de las haciendas y sus trabajadores” (pp.
1298-1999).
El Sindicato de Propietarios abundó en los mismos argumentos, aña-
diendo que los pequeños cultivadores no estaban en condiciones de sostener
la calidad, indispensable para mantener el buen nombre internacional del
café colombiano y apuntó al aspecto político:
dó que “nadie viaja lejos en el carro del abuelo”: la época actual no está para
el crudo individualismo de los laboriosos antepasados porque si se defienden
los intereses propios con ese criterio,
en otro sitio está agrupado al mismo tiempo otro gremio, el de los trabajadores,
que, a su vez, pretenden, siguiendo naturalmente el error de que nosotros les da-
mos ejemplo, que los intereses de la industria son los suyos solamente (pp. 1328-
1329).
e. El libre cultivo de café en las estancias, que era “el problema más di-
fícil de arreglar” (pp.8-12).
Por su parte Claridad había denunciado dos años atrás el sistema de
multas y penas económicas que imponía El Chocho a los cultivadores. En
una especie de consolidado el periódico denunció que se habían impuesto
multas a 78 arrendatarios por $142,60; que no se habían pagado 59 jornales
y que se habían decomisado un caballo y 403 cargas de carbón. Por otra par-
te, se había ordenado destruir tres mil matas de café (Claridad, N° 109, 20
agosto de 1932, p. 3).
Enunciadas las causas, pasó Lleras a describir la situación de los estra-
tos campesinos de El Chocho: de 950 arrendatarios, 100 estaban ubicados en
la tierra fría de Subia y Noruega, y 850 en tierra templada que ocupaban
unas 5.500 hectáreas en “mejoras de café y potreros y producían anualmente
20.000 sacos de café, panela de excelente calidad y otros productos”. De
acuerdo con sus datos, el tamaño promedio de las estancias en la zona cafe-
tera de El Chocho era de unas 6.5 hectáreas y la producción promedio de
cada estancia de unos 23 sacos de café pergamino. Conforme a las condicio-
nes de los cafetales de la zona, puede calcularse que esta producción reque-
ría unos 6.000 cafetos productivos por estancia que, en época de cosecha,
exigía el empleo de fuerza de trabajo extra familiar. Al respecto, el informe
señaló que “los arrendatarios de la región baja” empleaban jornaleros volun-
tarios cuyo número llegaba a dos mil.
Por entonces, la Federación de Arrendatarios de El Chocho denunciaba
la invalidez de los títulos de propiedad que exhibían los Caballero. La Fede-
ración, que planteó su lucha en términos de un crudo legalismo, aceptó, sin
embargo, un sesudo concepto jurídico del jefe del Departamento de Baldíos,
Guillermo Amaya Ramírez, del 29 de septiembre de 1933, publicado en el
boletín de la OGT (Ministerio de Industrias, Boletín, N° 36-38, octubre-di-
ciembre de 1933, pp.1549-1631). Pero no cesaron las presiones de revisión
de títulos, y los periódicos de Jorge Eliécer Gaitán y Erasmo Valencia agita-
ban consignas como “dos tercios de las tierras de El Chocho son bienes
baldíos”6. El problema venía de atrás. En 1928 Claridad informó sobre el
arribo a Fusagasugá de una marcha de 200 cultivadores que se dirigían a
Bogotá “en representación de todos los cultivadores” del “feudo El Chocho”
contra el despojo, las evicciones, la prohibición de vender café y los cepos;
marcha que, según el periódico, recibió apoyo de las autoridades locales7.
Seis años después, en un esfuerzo por ilustrar a sus lectores con “un vivo re-
trato de feudalismo en Colombia”, el primer número del periódico de UNIR
6
Ver Unirismo, N° 8, 2 de agosto de 1934, p. 11; N° 13, 6 de septiembre 1934, p. 1; Claridad,
N° 114, 12 Junio 1933, pp. 1 y 3.
7
Claridad, N° 51, 24 abril de 1928, “La tragedia de El Chocho contra Carlos y José M. Caba-
llero” p. 1; N° 52, 4 de mayo de 1928; “Nuevos cargos de los arrendatarios de la hacienda El
Chocho contra Carlos y José Manuel Caballero”, p.1.
El labriego -apuntó Forero- vivió sin ningún contacto con la civilización. En cali-
dad de arrendatario entró a las haciendas establecidas” y recibió un jornal, una
estancia que paga en trabajo, un área transitoria de limpia de monte o de potre-
ros. Estas son sus condiciones de productor. Su relación con el Estado también
era de opresión. El gobierno representaba para un arrendatario: (a) el alcalde
que lo mete a la cárcel por violar una disposición que ignoraba; (b) la autoridad
que lo lleva a la cárcel por fabricar aguardiente, o por beber aguardiente de con-
trabando; (c) el que cobra peajes y pontazgos y (d) “la autoridad que se apresura
a lanzarlo de su estancia tan pronto como se lo pide el terrateniente (Forero,
1937, pp.58).
tes) y dos cuchillos. Se llevaron también un anteojo de larga vista. En una época
que estuve enferma entrababan a mi casa sin permiso, abrían los baúles, los es-
culcaban, levantaban la paja de la casa (Informe rendido por Ramón Lozano Garcés,
1935, pp. 1044-45).
8
Cartas y Telegramas del Alcalde de Viotá al Gobernador de Cundinamarca, 1919-1929 y
1934-1937 (en posesión del Sr. Benigno Galindo), AMV.
1
Entre estos se destacan, por ejemplo, los estudios de Renán Silva (2006; 2005; 2009).
139
ban decirlo) en el momento del ascenso de Stalin que, según parece, fue si-
multáneamente el momento más anticampesinista y el más sectario de la
historia soviética (1929-1933). Con el sello de la IC extremaron el lenguaje
contra los “putchistas”. Purgados estos, la emprendieron contra los Liberales
de todos los matices y contra los kulaks2. Aunque en 1934 empezaron a re-
coger velas, los Liberales les habían aceptado el desafío y ofrecían lenguajes de
cambio social más sutiles y efectivos, y parecían dispuestos a adoptar solucio-
nes prácticas y versátiles contra el latifundio.
Una vez que los Comunistas proclamaron su internacionalismo, los Li-
berales, los Conservadores y la Iglesia pudieron estigmatizarlos a discreción:
ateos, materialistas, exóticos y extraños a la tradición cultural colombiana
(Jaramillo, 2007, pp. 257-275). Simultáneamente, hicieron el elogio de la
propiedad campesina. En la opinión colombiana, o, si se quiere, en la redu-
cida “esfera pública de la burguesía”, el PCC aparecía fraguado en un crisol
moscovita, en la periferia autocrática de la civilización europea. Considera-
da la impronta eurocéntrica de la cultura política colombiana, semejante
percepción llamaba al estigma indeleble. Como reacción, los Comunistas an-
claron en el sectarismo y el intercambio retórico que fue particularmente
intenso con Jorge Eliécer Gaitán, su competidor más fuerte en las bases po-
pulares.
El año 1935 fue como la divisoria de aguas de esta confrontación: a) los
Comunistas dieron un viraje de 180 grados; de la política “clase contra clase”
se movieron hacia las alianzas del Frente Popular; b) la agitación social ce-
dió no sólo porque los efectos de la crisis mundial empezaron a remitir, sino
porque las soluciones prácticas y la poderosa retórica del gobierno de la “re-
volución en marcha” incrementaron la capacidad de cooptación popular.
Los Liberales lograron negociar en el Congreso iniciativas de cambio
constitucional y legal para resolver el conflicto de los baldíos. Parceladas va-
rias haciendas y desmontado el conflicto de Fusagasugá, se despreocuparon
del tema de los arrendatarios que para ellos se limitaba a Viotá, municipio
controlado por el PCC. Más importante, los Liberales ya no eran el pararrayos
de la contrarrevolución preventiva fraguada por los Conservadores y la Igle-
sia; este papel lo transfirieron a los Comunistas que, habida cuenta de su de-
bilidad en el frente electoral, resultaron marginados de la negociación de
una ley agraria.
2
En este contexto cundinamarqués kulak, palabra rusa, se refiere al arrendatario que tiene
la capacidad de emplear otros campesinos como jornaleros temporales o subarrendatarios per-
manentes en la explotación de la parcela o estancia que le entrega la hacienda. Genéricamente
es el campesino acomodado. Estos campesinos fueron beneficiarios importantes cuando se par-
celaron haciendas de café en Fusagasugá y Viotá. Los kulaks fueron considerados el enemigo
principal en la colectivización de la agricultura soviética emprendida bajo la directriz de Stalin,
(1929-1933).
3
Ver entre otros: Anales de la Cámara de Representantes, 3 noviembre 1932, p. 701; 4 no-
viembre 1932, p. 711; 6 noviembre 1935 y 11 noviembre 1937, p. 767.
4
Una crítica sugestiva sobre la versión de Marx de la Revolución francesa y el carácter am-
biguo que allí juegan los campesinos, se encuentra en McPhee (1989, pp. 1265-1280).
5
Ver Küttler, “Sobre el concepto de revolución burguesa y de revolución democrático-bur-
guesa en Lenin”, (1983, pp. 244-245).
¿Qué mucho, pues, que los conservadores y los pseudoliberales atribuyan a las
doctrinas de Lenin y Trotzky (sic) el fermento social contra el orden y los intere-
ses creados por ellos, para no reconocer que María Cano predica la rebeldía con-
tra estos intereses y contra el orden en que descansan desde la roca escarpada de
la injusticia general a que se encuentran sometidas las masas populares? (López
a Nemesio Camacho, en El Tiempo, 24 mayo 1928, p. 4).
6
Futuros dirigentes y publicistas del Partido Liberal como Gabriel Turbay (candidato presi-
dencial en 1946), Moisés Prieto y José Mar (seudónimo literario de José Vicente Combariza)
eran, en los años de 1920, activistas prosoviéticos. El primero, por ejemplo, pidió en la Confe-
rencia Socialista de 1924 erigir un monumento al recientemente fallecido Vladimir Illich Lenin.
Como muchos otros, jugarían papeles importantes en el Liberalismo, las letras y el periodismo;
la política y la administración. (Meschkat, 2008, pp. 39-55); (Vanegas, 2008, pp. 25-38).
7
La carta del 25 de abril de 1928 fue publicada en El Tiempo, jueves 26 de Abril de 1928, pp. 1
y 4. La del 20 de mayo de 1928 también fue publicada íntegra en El Tiempo, jueves 24 de mayo de
1928, pp. 1 y 9. La primera carta fue reproducida en Eastman (Comp.) (1979, pp. 55-61).
si los principales revolucionarios que quedan en armas, como son los de Suma-
paz, Tequendama, La Palma, Norte y Centro del Tolima, las deponen y se some-
ten al gobierno, los presos políticos y prisioneros de guerra que están a disposi-
ción de éste, serán puestos en libertad y entrarán en pleno goce del indulto8.
8
Decreto 923 de 12 junio 1902, Diario Oficial, 21 Junio 1902.
jos; las armas, especialmente las de la facción roja, fueron el machete, el ar-
tefacto más empleado en la mortífera batalla de Palonegro (11-25 de Mayo
de 1900), la mayor confrontación en toda la guerra.
Con todo, la leyenda de terrible destrucción apaciguó los ánimos y abrió
camino a la concordia, de suerte que las décadas posteriores han sido consi-
deradas por la historiografía como un oasis de paz nacional. Sin embargo, a
la atmósfera política de entonces bien puede aplicarse la metáfora del capí-
tulo XIII de El Leviatán de Hobbes, sobre la guerra y el mal tiempo. Puesto
que la naturaleza de éste no consiste en uno o dos aguaceros sino en la pro-
pensión a llover varios días, la naturaleza de la guerra no consiste en la lucha
activa sino en la determinación a luchar durante todo el tiempo en que no
haya seguridad de lo contrario. Era, pues, una paz armada. La violencia elec-
toral confirmaba que el sectarismo bipartidista subyacía en la cultura políti-
ca, aunque un ejército profesional mediaba en las disputas electorales y di-
suadía a los jefes de partido a emplear las armas9.
El ambiente volvió a calentarse en 1910, cuando se reanudaron las pujas
electorales. Abundaron los incidentes de fraude electoral, intimidación y vio-
lencia desembozada y, a raíz de las elecciones presidenciales de 1922, el país
volvió al borde la guerra civil. Poco antes de morir, en febrero de 1924, Ben-
jamín Herrera, uno de los jefes de los Mil Días y candidato derrotado, envió
un “memorial político” al presidente Conservador, Pedro Nel Ospina, denun-
ciando una serie de asesinatos de ciudadanos Liberales en unos 50 munici-
pios del país.
9
Es la tesis central de Pinzón de Lewin (1994).
La historia del mundo moderno nos enseña que allí donde la justicia y la iniqui-
dad han pretendido perseverar, e imponerse o el fraude y ‘la violencia’, los pue-
blos reaccionan naturalmente por medio de ‘la violencia’, mas no ya por actos
colectivos de guerra y asonada, sino por actos individuales que procuran la eli-
minación o supresión de determinados individuos a quienes se considera res-
ponsables de actos oficiales contra las garantías sociales o contra la riqueza pú-
blica. Este modo de reaccionar es como una etapa en la evolución social de los
pueblos, que en esa forma, en vez de guerra civil, consideraran hacer labor más
eficaz y menos costosa en beneficio de los grandes intereses sociales. (…) Cuando
se cierran los caminos legales y pacíficos, se abren los de ‘la violencia’ y se preci-
pita a los oprimidos y explotados (…) en la pendiente del atentado personal,
como único medio de hacer la defensa personal y la defensa social. No es cues-
tión política; es pura cuestión social (pp. XXX-XXXIV)10.
10
Renacimiento, órgano del Directorio Liberal del Departamento del Huila, N° 12, 18 marzo
1922.
11
Sobre estos conceptos de rebelión e insurgencia armada ver Desai y Eckstein (1990, pp.
441-465); Lichbach (1994, pp. 383-418).
12
Sobre UNIR es iluminador López (1936), fuertemente resentido por la vuelta de Gaitán al
Partido Liberal, signo irrefutable, escribe, de su ambición desmedida.
La política en el municipio
13
Sobre la reducida violencia en estas movilizaciones, Marco Palacios (1979b, pp. 159-173).
El sistema de vasos comunicantes de la estructura agraria y la violencia política en Colombia
fue tópico en los análisis marxistas de la década de los sesenta. Ver, por ejemplo, Posada (1960,
pp. 9-69) y Gilhodès, (1974).
14
Sin fecha. Posiblemente de comienzos de 1933. RGASPI, f. 495, op. 104, d.59, II. 143-144, en
Meschkat y Rojas (Comps.) (2009, p. 743).
derable, en septiembre 16 (1932). Pero resulta que el Alcalde de Pandi fue apre-
sado por los guardas, y éstos abrieron un tiroteo contra los colonos, resultando
de esto una señorita muerta y varios heridos. (…) La Guardia sostuvo durante
varios días un tiroteo nutrido en todo el sector, de modo que nadie podía volver a
sus casas.
El cadáver de la señorita muerta por los guardias permaneció durante trece
días en el sitio donde cayó, hasta que unas mujeres se atrevieron a desafiar las
iras de los guardianes de la ley y sacaron el cadáver y lo enterraron en un cemen-
terio campesino. (…) En Cunday e Icononzo la situación es todavía más grave.
Pues el señor Secretario de la Gobernación del Tolima (…) por medio de un de-
creto declaró que no había tierras baldías, a pesar del decreto 1110 (…) y a pesar
de que el señor Procurador General de la Nación le informó que no tenía faculta-
des para conocer de estos asuntos. En Cunday el Alcalde hace todo lo que los se-
ñores feudales le ordenen, y todos los días reduce a prisión a los labriegos, les
impone fuertes multas y los lanza de sus labranzas, destruyéndoles sus habita-
ciones. Y como ocurre que en el Tolima son los Concejos municipales los que fi-
jan los sueldos de los Alcaldes, estos están sometidos a lo que digan los señores
que tienen mayoría en dichas corporaciones (Anales de la Cámara de Represen-
tantes, 11 de noviembre de 1932, p. 769).
Por aquella época dominaba a las masas trabajadoras del campo un individuo de
nombre Juan Sánchez quien en abierta pugna con los elementos moderados de la
población, se propuso ordenarle a los campesinos la ocupación de hecho de los
sectores de varias haciendas vecinas en su mayoría de propiedad de familias con-
servadoras como los De Narváez. (Hacienda Subia, MP) El gobierno liberal orde-
nó la protección de la propiedad privada y de la vida de sus moradores sin discri-
15
Herbert “Tico” Braun traza una breve semblanza del personaje y de su asesinato en “Lau-
reano y Saúl”, UNPeriódico, N° 54, 7 de marzo de 2004.
16
Parmenio Cárdenas fue Gobernador de marzo de 1936 a abril de 1938 (Velandia, 1979, p.
406).
minación de partido. Con tal motivo hubo escaramuzas entre la Guardia y los
elementos campesinos impulsados por el señor Sánchez y un raquítico juez mu-
nicipal de apellido Acero. Vino entonces un choque de fuerzas civiles. Los habi-
tantes de la zona urbana, en abierta pugna con Sánchez, se fueron a las manos.
Resultado de la refriega, un señor de apellido Medina a quien Sánchez, el agita-
dor, le propinó un barberazo en el brazo derecho. Medina se desquito más tarde
con el flacucho juez, Sr. Acero, a quien casi decapita de un tremendo navajazo en
el cuello (Fajardo, 1952).
17
Según Rocío Londoño este PAN no fue un partido político, sino una etiqueta para participar
en las elecciones departamentales y municipales, fundado una vez que Gaitán disolviera la UNIR.
Pero, a diferencia de ésta, el PAN incluía dirigentes campesinos. Londoño (2009a, p. 15 y p. 197).
Hace treinta años, reuniendo los escasos sobrevivientes del naufragio socialista
en la alta marea del liberalismo en ascenso, surgió el 17 de julio el Partido Comu-
nista como una agrupación sectaria y estrecha que aspiraba a abrirse campo en
la realidad colombiana, disputándole su derecho a la vida a las dos gigantescas
fuerzas de los partidos tradicionales, aunados para sofocarlo en su infancia. El
entonces reciente desastre del socialismo revolucionario era apenas el último y
más ruidoso de una larga serie de fracasados intentos por vencer el descomunal
obstáculo de la tradición bipartidista (Treinta años de lucha, 1960, p. 151).
luchar por todos los medios, inclusive mediante las armas, para derrocar a la
burguesía internacional y crear la República soviética internacional, como etapa
de transición hacia la desaparición completa del Estado19.
18
Ver Gonzalo Sánchez (1976).
19
En el Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política, RGASPI (siglas en ruso), fondo 495,
registro 2, exp. 1, fol. 20, trascrita en Spencer y Ortiz (2006, p.16).
Según las directrices de 1924 y 1925, para pertenecer a este “partido co-
munista mundial” los partidos nacionales debían bolchevizarse. En el cami-
no fueron desapareciendo la autonomía de los grupos socialistas locales y
sus gacetillas variadas, dispares y a veces pintorescas (Núñez, 2006, Anexo,
pp. 221-30).
Lo que muestran ejemplos de la historiografía postsoviética es que, a pe-
sar de la uniformidad de la “bolchevización”, los resultados nacionales fue-
ron muy dispares. El colombiano, como sabemos, no fue de los más ejem-
plares. Gracias a la reciente publicación de la parte más sustanciosa de la
documentación (1929-1933) que reposa en los archivos estatales rusos, sabe-
mos algo más de la bolchevización colombiana, que ya había sido esbozada
en las historias oficiales del PCC de 1960 y 198020. Con base en estas tres pu-
blicaciones que vieron la luz en el lapso de medio siglo, puede trazarse la
formación azarosa del PCC y distinguirse dos fases posteriores al “primer
PCC”, 1923 a 1925, que no consiguió reconocimiento de la IC. La primera fase
es la del trienio 1924-26 que fue ambivalente porque la IC ni rechazó ni acep-
tó la incorporación de los grupos comunistas colombianos. En las minutas
de los funcionarios de Moscú hay críticas a la “incertidumbre del plantea-
miento de los problemas teóricos y de la táctica comunista” (Jeifets, 2001, p.
13). Los juzgaron extemporáneos y fuera de lugar, como si
Además, les endilgaron tres errores capitales: las tácticas terroristas, los
acuerdos electorales con los Liberales y la ausencia de proletariado en sus
filas, con el consiguiente predominio de los intelectuales que, a su vez, con-
llevaba el peligro de adoptar líneas pequeño burguesas, personalistas y cau-
dillistas (pp. 35-37). Por todo esto, les aconsejaron “realizar un gran trabajo
ideológico de educación” (pp. 13-16 y 27).
La siguiente fase comienza con la creación del PSR que, en vano, intentó
montar una estructura organizativa centralizada y adoptar principios clasis-
tas y de lucha por la dictadura del proletariado (p. 16). Ante el auge de huel-
gas de mediados de la década de los veinte y a la luz del concepto leninista
de “situación revolucionaria”, la IC oteó la posibilidad del despegue comunis-
ta en Colombia. El viaje de Guillermo Hernández Rodríguez a Moscú en
1927 en representación del Sindicato Nacional Obrero —la primera ocasión
que un revolucionario colombiano participaba oficialmente en un acto de la
Internacional Sindical Roja (Profintern) en Moscú— abrió un intercambio
20
Ver (Treinta años de Lucha, 1960, pp. 5-25); (Medina, 1980, Cap. I, secciones 1.3, 1.4, 1.5 y
1.6). De la investigación reciente, ver Lázar y Jeifets (2001, pp. 7-37); Meschkat (2008, pp. 39-55).
entrever la maniobra del Ministro para pedir un aumento del pie de fuerza del
Ejército, plan que no cuenta con respaldo popular ni con el del ejecutivo (p.2).
21
Sobre la represión y las respuestas y dilemas de las organizaciones obreras ver Núñez
(2006) pp. 136-42.
22
Carta de Juan de Dios Romero a la Academia Comunista de Moscú, Bogotá, 14 de Junio
de 1928, RGASPI, f. 495, op. 104, d. 16, 1. 5. transcrita en Meschkat y Rojas (2009).
23
Carta de Juan de Dios Romero a Virgilio Verdaro, Bogotá, 2 de junio de 1929, en RGASPI, d.
16, 1.5, transcrita en Jeifets (2001).
27
Una magnífica síntesis se encuentra en LeGrand (2009, pp. 19-33).
28
El texto completo de la Carta de la IC al PSR, fechada en Moscú, Febrero de 1929, está
transcrita en Meschkat y Rojas (2009) RGASPI, f. 495, op. 104, d. 24, ll. 22-31, pp. 151 y ss.
Ahora bien, el proceso por el cual el PCC logró ganarse una masa sustancial
del campesinado viotuno y mantener la fidelidad de generaciones sucesivas
permanece inédito, atiborrado, como debió estar, de contingencias. El infor-
me del prefecto de Girardot (12 de enero de 1922) registró que
165
4
“Informe que rinde a la honorable Cámara de Representantes la Comisión encargada de
estudiar los sucesos ocurridos en Viotá el 31 de Julio de 1932”. Ver también Suárez (1932).
Después de lo cual
se sucedieron otros choques que culminaron con la muerte de dos más de los
atacantes, cuyos nombres se ignoran hasta el momento. Resultaron igualmente
cerca de 24 heridos, algunos de ellos de gravedad (p.1).
banderas rojas y de otros colores, de diversos tamaños y carteles, uno de los cua-
les decía ‘Pedimos pan, tierra y techo para las madres proletarias’. Se detuvieron
un buen rato y, a la señal de un cohete, a las doce en punto, empezaron a bajar
por las distintas entradas de la población, donde la policía, con los refuerzos re-
cibidos contaba con once agentes, el comandante y el alcalde (pp. 1 y 12).
entraron en columnas, primero de niños, luego de mujeres y por último los hom-
bres, dando vivas al comunismo y llevando ostensiblemente, además de bande-
ras y carteles, muchas armas como machetes, cuchillos, hachas y palos que ellos
dicen presentaban como símbolo del trabajo. (…) El señor Pioquinto Rodríguez,
residente en la población y herido de revólver ése día, vio a dos campesinos con
escopetas y dos con revólveres. El Alcalde, apostado en la puerta de la alcaldía,
en compañía del señor comandante de Guardias de Cundinamarca (…) observa-
ba el desfile de las mujeres y de los niños que marchaban de a tres en fondo,
dando vivas al comunismo.
Al presentarse la columna de hombres, el Alcalde se dirigió de improviso a
su encuentro y los intimó que no podía entrar armados; como ellos avanzaran, le
arrebató a uno un cartel y se lanzó a quitarle a José Franco una bandera grande
que llevaba, éste se resistió y entraron en lucha asidos del asta de la bandera. En
estos momentos un hombre que portaba un hacha, le tiró con ella al alcalde,
pero no por el filo, sino por el ojo, causándole heridas contusivas (sic) en la cabe-
za que sangraron abundantemente en seguida. A pesar de esto, el alcalde no soltó
el asta de la bandera, pero a poco entraron a luchar con él, además del abandera-
do otros individuos y lo derribaron.
Cuando esto ocurría el comandante de la Guardia de Cundinamarca (…) se
dirigió a la multitud declarándole que él les daba garantías para hacer la mani-
festación, siempre que entraran en orden y sin armas, pero nos decía el señor
Comandante, era tal el alboroto que ya se había formado, que probablemente no
le oyeron y entonces se devolvió hacia el grupo de la Policía que comandaba con
el ánimo de ordenarle preparar las armas (…) cuando alguien siguió detrás de él
y le lanzó un machetazo que lo alcanzó a herir en la nuca.
El Comandante entró al patio de la casa consistorial, seguido del Cabo Valencia,
a quien también habían herido ya en la boca de una pedrada. La multitud se es-
taba agolpando a la puerta de la Consistorial, lanzando piedras y esgrimiendo
armas, (…) En este punto el Cabo Valencia pidió órdenes y el Comandante se las
dio de sacar los guardias que esperaban en el patio y de que hicieran fuego. (…)
el Alcalde, una vez derribado, disparó su revólver repetidamente (Anales de la
Cámara de Representantes, 27 de septiembre de 1932, p.435)5.
5
“Informe que rinde a la honorable Cámara de Representantes la Comisión encargada de
estudiar los sucesos ocurridos en Viotá el 31 de Julio de 1932”.
tradicional y así lo esperaban los gamonales. Pero las nuevas formas de poli-
tización que aparecen en el Viotá de los años treinta dividieron a los pobla-
dores. El miedo a la muchedumbre campesina estaba instalado en algunos
sectores de la población y los rumores eran su combustible natural. Que los
directorios municipales de los partidos políticos pidieran permiso para ma-
nifestarse un domingo era cosa de rutina. No era así que grupos de campesi-
nos notificaran a un alcalde que harían una manifestación de protesta. A
esta rareza se sumaba el evidente patrocinio de la hoz y el martillo. En esta
situación no debe extrañar que algunos habitantes del casco vieran armas
mortales en las herramientas de trabajo campesino, de un modo tan natural
como los comisionados de la Cámara de Representantes que no considera-
ron qué tan probable era que unos campesinos fueran a una manifestación
con armas de fuego y acompañados de sus niños. Los habitantes, como el
telegrafista que rechazó a Sáenz, parecieron entender la situación de otro
modo. En las dos versiones del incidente, la de la Comisión de la Cámara de
Representantes y la de El Tiempo, se exhibe la fractura abierta en la sociedad
viotuna: de un lado, los cultivadores del campo; del otro, los habitantes del
casco, azorados y divididos frente a los acontecimientos6. No estamos ante
la brecha civilización/barbarie, así algunos habitantes del casco fuesen pro-
clives a comportarse conforme a los paradigmas culturales de la “superiori-
dad” del orden político y comercial en una sociedad rural. A fin de cuentas
los habitantes de un casco viven de almacenes, tiendas y talleres artesanales
de clientela campesina, y su minúscula capa social que vive de cumplir unas
cuantas funciones de rutina administrativa, política o religiosa.
Además de lo anterior, hay que mencionar que en la tradición política
colombiana los pueblos no han sido fáciles apéndices de las grandes hacien-
das o, dicho de otro modo, las haciendas no han sido ni tan extensas ni tan
poderosas para avasallar el arraigado municipalismo de las cabeceras. Es
posible que el arribo de los políticos movilizadores a lugares como Fusaga-
sugá o Viotá alterara los ánimos, creara expectativas, revolviera tirrias, con-
sejas y prejuicios. Desde la perspectiva nacional, reportajes como los de El
Tiempo hacen pensar en la espesura de una mentalidad oligárquica de exclu-
sión y miedo a las manifestaciones de inconformidad popular. En el libera-
lismo de los oligarcas no había cabida para tolerar el ejercicio de los dere-
chos fundamentales de reunión y de expresión, en caso de que los sujetos
fuesen campesinos inconformes.
¿Qué pasó con el arzobispo de Bogotá? Aparte del telegrama de alarma
el prelado, guardó silencio. Poco antes de estos acontecimientos, en junio,
había condenado (“deploro y repudio” fueron sus palabras) a los senadores
que se negaron a dar un saludo de cortesía al nuncio (La Iglesia. Órgano Ofi-
cial, 1932, p. 178), y en la edición de julio-agosto de la revista de la Arquidió-
6
Merchán subraya el asunto en (1975, p.111).
7
Carta de Vieira y Vidales al Buró del Caribe, 19 Mayo 1933, RGASPI, f. 495, op. 104, d. 63. ll.
36-90. Vidales, el primer Director de El Bolchevique, duró unos dos meses en el cargo; fue retira-
do discretamente de esa dirección en octubre 1934 y reemplazado por Aurelio Rodríguez, “obre-
ro de Bucaramanga”: El Bolchevique, N° 28, 6 octubre 1934.
abolición del sistema de enganche, del salario en vales, de los castigos corpora-
les, de la restricción a la libertad personal; jornada de ocho horas, descanso do-
minical pagado y aumento de salarios... (El Bolchevique, 24 marzo 1935, p. 4).
en Viotá obtuvimos un éxito político resonante, colocando por primera vez ma-
yoría comunista sobre el Partido Liberal en una ciudad (sic) de Colombia. Por
sobre la reacción y las maniobras, a pesar de que el carácter de las elecciones
exigía saber leer y escribir, en un medio campesinato (sic) de gran analfabetis-
mo, los camaradas lograron 480 votos sobre 360 votos liberales y 20 votos con-
servadores. La indignación de la burguesía y los latifundistas la verán reflejada
en el recorte de ‘El Tiempo’ que les incluimos (Meschkat y Rojas, 2009, p. 760)9.
8
“Resolución sobre el Trabajo del Partido en el Campo”, El Bolchevique, N° 36, 8 diciembre
1934, pp. 6-7, y El Bolchevique, 24 marzo 1935, p. 4.
9
Carta de Vieira y Vidales al Buró del Caribe, 19 mayo 1933.
bajo el control del partido comunista emergió una clase de prósperos granjeros
de clase media, (SIC) con sus propias plantaciones cafeteras, granjeros que pagan
sus cuotas al partido, pero que son básicamente recuperables (ahora en 1968,
diríamos que ya han sido recuperados) por la sociedad tradicional (p.45).
La Mesa 241 0 0 0 0 0 0
Nilo 15 58 42 48 78 93 53
S. Antonio 0 0 0 0 0 0 0
Tena 0 0 0 0 0 0 0
SUMAPAZ CUND.
Anbeláez 0 0 0 0 0 0 0
Pandi 0 390 0 0 0 0 0
De una plaza de pueblo a los linotipos bogotanos
Pasca 0 0 368 0 30 0 0
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Cuadro vii.1. Votación por el PCC, para Concejos Municipales, 1935-1947 (continuación)
178
Melgar 0 0 0 0 0 0 0
SUBTOTAL TEQUENDAMA Y SUMAPAZ 583 3415 762 1137 1889 2529 2024 0
TOTAL NACIONAL PCC 4547 5146 2906 4648 12994 18223 7742 7998
VOTACIÓN TOTAL NACIONAL 585654 645051 705689 801076 735367 784614 1329729 1719440
% TOTAL PCC A TOTAL NACIONAL 0.78 0.80 0.41 0.58 1.77 2.32 0.58 0.47
% PCC Tequendama-Sumapaz a PCC total 12.82 66.36 26.22 24.46 14.54 13.88 26.14 0.00
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De una plaza de pueblo a los linotipos bogotanos 179
para una reforma en el campo, así sea fragmentaria, es necesario que exista un
movimiento campesino, con base precisamente en las masas que más la requie-
ren, o sea, en el caso presente, en los campesinos sin tierras. Sin esta condición,
ni Lenin, ni Stalin, harían una reforma de masas en el campo: Cuando López
mira el agro colombiano, sólo existen focos aislados y en general muy débiles de
rebeldía campesina, focos de dirección comunista, cuando el comunismo se halla
desconectado de las masas liberales y conservadoras del campo en casi todo el país
(Vol. V, p.7).
cilla técnica de navegación ideológica los Liberales pudieron cumplir sus ob-
jetivos pragmáticos; ésta nos da una clave para comprender por qué izquier-
distas, incluidos marxistas, terminaron siendo los “intelectuales orgánicos”
de la “república Liberal”.
En vísperas de la campaña electoral de 1929 el dirigente Liberal Alfonso
López Pumarejo, un clubman ajeno a los énfasis, modas y gestos de los inte-
lectuales, remozó el sectarismo tradicional. Pasó por alto la reconocida divi-
sión de su partido entre “militaristas” y “civilistas” y etiquetó socarronamente
unas seis variedades de Liberales: reaccionarios, Conservadores, gobiernis-
tas, antigobiernistas, de tendencia socialista y revolucionarios. En este regis-
tro, López era revolucionario sencillamente porque estaba preparado para la
caída inminente del Partido Conservador en la urna electoral, que en aquel
año los observadores más perspicaces veían como algo ilusorio (Tirado,
1986, p. 165)10. Aunque la predicción de López resultara correcta, lo cierto
fue que con Olaya Herrera llegaba al poder presidencial una coalición bipar-
tidista y de independientes, llamada Concentración Nacional. Por esto, la
“revolución Liberal” tuvo que esperar en la amplia antesala que, meticulosa-
mente, le amobló el nuevo presidente.
Los partidos colombianos solían marchar desunidos y en desorden, y los
años treinta no fueron la excepción. Por lo tanto, no debe extrañarnos que la
bancada Liberal en el Congreso de 1930, donde todavía era minoría, no pre-
sentara un proyecto legislativo orgánico sobre los temas agrarios. Leemos
iniciativas sueltas de individuos o de pequeños grupos de congresistas. Pue-
den citarse, entre otros, un proyecto sobre “Contrato de concertaje habla de
“patrones” y “amos” y recordaba que “peones conciertos” son “quienes alqui-
lan sus servicios”. Aun así, “todos los amos están obligados a proporcionar a
sus peones la enseñanza gratuita de leer, escribir y contar…” (Anales de la
Cámara de Representantes, 7 de julio de 1932, p. 35). Otro proyecto se queda-
ba en las nubes de la “protección de derechos a los cultivadores de tierras”.
Su autor reconocía que era similar al del senador Salvador Iglesias (1922) y,
como aquel, trataba de resolver “el problema del cultivador que es a la vez
político y económico” (Anales de la Cámara de Representantes, 30 de agosto
de 1932, p. 268). Eduardo López Pumarejo, hermano de Alfonso y colocado
a la derecha de éste, ofreció uno sobre “el fomento de las parcelaciones de
fincas rurales” (Anales de la Cámara de Representantes, 14 de noviembre de
1932, p. 861), y Luis Felipe Latorre (secretario de la presidencia de Olaya)
otro sobre “arrendamiento rural”.
En cualquier caso los Liberales, que desde 1930 manejaban segmentos
importantes de la administración nacional y después de 1931 alcanzaron
mayorías en el Congreso, no estaban dispuestos a perder la oportunidad de
ejercer patronazgo y politizar lo que les brindaba el descontento rural.
10
Sobre esta versión, ver Stoller (1995, p. 383).
11
Sobre el concepto de generación sigo a Mannhein (1993, pp.193-244).
12
Sobre el nacionalismo económico, ver Carta de Alejandro López a Jorge Eliécer Gaitán,
Londres, 5 abril de 1932, que la revista tituló “Ideas del izquierdismo”, Acción Liberal, Año I, N°
2, junio de 1932, pp. 55-59.
13
El núcleo intelectual del grupo, originario de Boyacá, estuvo integrado por Plinio Mendo-
za Neira, el director, con Darío Samper, y Armando Solano, Germán Arciniegas, Antonio García,
Gerardo Molina, Moisés Prieto, Jorge Padilla, José Mar, Abelardo Forero Benavides, Luis de
Greiff, Eduardo Zalamea Borda, Darío Achury Valenzuela, Diego Mejía, César Uribe Piedrahita,
Arturo Vallejo y Felipe Lleras, la mayoría abogados, algunos de los cuales venían del bolchevis-
mo de tertulia chocolatera. Todos admiraron la obra de Alejandro López; a este respecto ver
“Liberalismo izquierdista”, Acción Liberal, Año I, N° 2, Tunja, junio de 1932, pp.53-4. Inmediata-
mente después del editorial citado en la nota anterior venía una carta de Alejandro López a
Jorge Eliécer Gaitán, fechada en Londres, 5 abril de 1932, que la revista tituló “Ideas del izquier-
dismo”, en Acción Liberal, Año I, N° 2, pp. 55-59.
14
El personaje espera su biógrafo. Palacios, G. (2000, pp. 431-76); Medófilo Medina no dudó
en calificar a Cuadros de “oportunista de ambigua trayectoria internacional” (1980, p. 199).
15
Aquí quiero recordar a Victor Urquidi quien me contó en detalle su difícil vida de adoles-
cente en el Bogotá de esa época, en razón de ser hijo del Ministro de la Legación de México.
16
Por esta época, el movimiento Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) o apris-
mo, creado en México en 1924 por el peruano Haya de la Torre, se concebía como un frente
amplio de intelectuales, campesinos y obreros que proyectaba un nacionalismo más inspirado
en la Revolución mexicana que en la ideología marxista y reservaba a las clases medias un pues-
to más prominente en la acción política.
no admite que se deje en los campesinos la impresión de que ellos valen más por
la agitación que por el trabajo, de que basta con que ellos descubran las miserias
(legales, de titulación, MP) de los patrones, para que el Estado arrebate a éstos las
tierras y las ponga en sus manos, sin que una nueva moral se imponga como re-
guladora de la vida rural. El plan liberal izquierdista consiste en hacer al Estado
dueño de la tierra para que la dé en arrendamiento a los campesinos. Los campe-
sinos sabrán así que tienen deberes sociales y que responderán ante el Estado
constituido para su bien y para coordinar los esfuerzos de la comunidad (Arci-
niegas, 1933, pp. 344-51).
17
Para sus principales concepciones del problema agrario ver especialmente Acción Liberal,
N° 3y 4, Tunja, julio-agosto, 1932, pp. 243-58; N° 5-7, Bogotá, septiembre-noviembre 1932, pp.
210-40; N° 19, agosto, 1934, pp. 735-89; N° 23, febrero 1935, pp. 1029 y ss. N° 24 mar 1935, pp.
1085-6; N° 27, agosto 1935, pp. 1245 y ss. Gaitán se retiró del grupo en 1934, cuando ya estaba
en marcha su experimento de UNIR.
18
“El trabajo frente al latifundio”.
proporcionando los medios eficaces, a fin de que tan lógica aspiración no se de-
tenga en el plano de los simples deseos retóricos. Esta tiene que ser obra del Es-
tado; obra ardua, en la cual el obstáculo de mayor resistencia será, en ocasiones
múltiples, el misoneísmo, la rutina, el hábito y falta de aspiraciones del trabaja-
dor (Anales de la Cámara de Representantes, 10 de octubre de 1933, pp. 615-
620)19.
19
“Proyecto de Ley por la cual se reglamenta el contrato de trabajo rural”.
20
Sobre las versiones del incidente ver, El Tiempo, 4 febrero 1934, pp. 1 y 12.
21
Ver por ejemplo La Lucha, N°1, 1 julio 1934, p. 1; N° 10, 16 agosto 1934; N° 20, 25 noviem-
bre 1934.
Siempre he sostenido —dijo el General— que sólo armando a los elementos agra-
ristas que han sido, son y serán el baluarte firme de la Revolución se les podrá
capacitar para que sigan cumpliendo su apostolado, en vez de continuar siendo
víctimas de atentados como ocurre en toda la República. Entregué a los campesi-
nos el ‘mauser’ con el que hicieron la Revolución para que la defiendan, para que
defiendan el ejido y la escuela (Unirismo, N° 36, 21 febrero de 1935, p.6).
22
Entrevista a Anita Brenner.
a. Los colonos eran considerados el principal grupo del campo cuya aspiración
era ser propietarios. Estaban organizados en la Sociedad Agrícola de la Co-
lonia de Sumapaz, bajo el liderazgo de Erasmo Valencia, que contaba con
seis secciones distribuidas en Cundinamarca, Boyacá, Tolima, Huila y
Meta23. Con base en la Ley 74 de 1926 sobre colonización y parcelación de
latifundios,la Sociedad había emplazado al Gobierno a efectuar el reparto
inmediato de la tierra “aunque hasta la fecha han logrado arrebatar a los la-
tifundistas cerca de 700.000 hectáreas en Bogotá, Pasca, Arbeláez, San Ber-
nardo, Pandi, Icononzo y Cunday”. Cifra bastante inflada.
b. Los arrendatarios que se limitan, “las más de las veces”, a rebajar las obliga-
ciones, mejorar la alimentación y las condiciones de la jornada laboral. Los
describe como “poco organizados y por tanto muy fluctuantes” y sugiere que
no aspiran a la tierra.
c. Los pequeños propietarios, que tienden a “copiar todos los defectos y abusos
de los grandes terratenientes” y viven en pleitos de linderos y servidumbres
(Claridad, N° 152, 30 septiembre de 1936).
23
Digamos de paso que Juan de la Cruz Varela haría sus primeros pinitos políticos en la
Sociedad, su escuela política que lo llevaría a ser uno de los líderes agrarios más importantes de
Cundinamarca y el oriente del Tolima de la década de los cuarenta a mediados de la del sesenta.
Ver su “Carta al presidente de la República” en Claridad, N° 156, 2 de abril de 1937, p. 3 en la
que denuncia con respeto y buena escritura la violencia y arbitrariedades en la hacienda El Pal-
mar de la Compañía Cafetera del Tolima. Rocío Londoño Botero ofrece un aspecto de la sem-
blanza del dirigente en “Cómo leyó Juan de la Cruz Varela?”, Análisis Político, N° 15, enero-abril
1992, pp. 100-130.
Siguiendo la directiva del Comintern de 1930, el PCC rompió con los Libera-
les y pasó a tildarlos ya de “pequeñoburgueses”, ya de “terratenientes bur-
gueses”, o sencillamente de “fascistas”, como el presidente Olaya. Todavía en
1934 el PCC consideraba que no había lugar en Colombia para las alianzas de
clase con una burguesía
no se refiere a las diferentes capas del campesinado y menos aún a la masa fun-
damental de campesinos pobres y medios si no a la delgada tela de kulaks, es
decir a los grupos de burguesía agraria que podría beneficiar una ley de crédito
(N° 31, 27 de octubre de 1934, p.4).
24
Sobre UNIR, ver El Bolchevique, Nº 25, 15 septiembre 1934, p.4 y sobre La Casa Liberal, N°
19, 4 agosto 1934, p. 2.
en ocasión memorable el Dr. Alfonso López dijo que (en Colombia) no se justifica
la creación de un Frente Popular; no la reclaman las realidades políticas ni exis-
ten las circunstancias que le han dado origen y explicación en ciertas naciones
europeas25.
25
Carta de E. Santos a I. Torres Giraldo, 10 de diciembre de 1936, trascrita en Cuadros
(Comp.) (1937, pp. 119-28). Un reporte británico subrayó que, en efecto, el presidente López
había calificado el Frente Popular de “planta exótica en Colombia” y que el Frente Popular tenía
alguna presencia aunque reducida a Bogotá y Medellín. PRO/FO 371/19776, Mr. Paske Smith to
Mr. Eden, Bogotá, 2 octubre 1936, pp. 8-12.
Sin embargo, la afinidad del PCC con la versión Liberal de la historia co-
lombiana y las restricciones que se autoimpuso para tener en pie el espanta-
pájaros del Frente Popular y luego la alianza antifascista, lo orillaron a ser
aliado menor de los Liberales en un trayecto de diez años (1935-1945). En
esa imaginada alianza con el Partido Liberal se diluyó la estrategia clasista y
contra el bipartidismo. En las cañadas y bosques de las haciendas de Viotá
proliferaban reuniones clandestinas de las que salían ligas y secciones sindi-
cales bautizadas con los nombres de los héroes Liberales del siglo XIX. El
mascarón “Frente Popular” requería una estrategia política, y ésta un conte-
nido de clase. Así surgió la necesidad de inventarse la burguesía “antifeudal
y antiimperialista”; en esta operación pareció ocurrirles lo que al señor Jour-
dain: hablaban en Liberal sin saberlo, enfermedad agravada por el “obreris-
mo”, “revisionismo” o “brawderismo” de 1941 a 1947, años en que el PCC
pasó a llamarse Partido Socialista Democrático y mejoró un poco sus ma-
gros resultados electorales.
Algunos oradores han dicho que este proyecto es liberal y no marxista; eso es
evidente. El proyecto es liberal y menos que liberal, pues en otras partes el libe-
ralismo ha ido más lejos; en Europa, por ejemplo, a raíz de la guerra, la reforma
agraria se hizo por el procedimiento directo de expropiar el latifundio para re-
partirlo; y fue una reforma liberal. Aquí no nos hemos atrevido nosotros a seguir
ese camino, y por eso hemos tomado un método indirecto, el de la extinción de la
propiedad por el no cultivo, procedimiento tardío, demorado y poco científico
que, como se verá, con el tiempo, no tendrá eficacia. Quiero tranquilizar a los
1
Un estudio del proceso legislativo exigiría, naturalmente, escudriñar, en primer lugar, los
Archivos del Congreso. Para los propósitos de este estudio fue suficiente la consulta de los dos
tomos de la compilación de Marco A. Martínez E., Régimen de tierras en Colombia (1939), que
recogen casi todos los debates tal como aparecieron en los Anales del Senado y de la Cámara de
Representantes. Las noticias, a veces extensas, que aparecieron en la prensa capitalina o de las
provincias, fueron más bien esporádicas y de oportunidad. Lo mismo puede decirse de las pocas
notas editoriales.
193
elementos nerviosos del Senado, diciéndoles que a lo largo de esta iniciativa jurí-
dica no se encuentra ningún atisbo de socialismo (Martínez, 1939, p. 294).
2
El proyecto aparece firmado por Carlos Lleras Restrepo, J. V. Combariza, Moisés Prieto,
Plinio Mendoza Neira, Germán Arciniegas, Hernán Gómez C., G. Peñaranda Arenas, Jorge Uri-
be Márquez, Mariano Jaramillo, Alberto Camacho Angarita, Edgardo Manotas W., Emilio Jara-
millo, Guillermo Londoño M., B. Velasco Cabrera, Mario Ruiz C., Diego Luis Córdoba. “Los fir-
man por considerarlo buena base de discusión”, Edilberto Escobar y Alirio Gómez Picón. Para
el contexto político de los debates, ver la versión de uno de los protagonistas, en Lleras Restre-
po, Crónicas I (1983, pp. 65-75).
Partimos de la base de que, ya a virtud del sistema de trabajo por medio de arren-
datarios o aparceros, ya a causa del trabajo de colonos sobre tierras ajenas, se
encuentra incorporado a tierras de propiedad privada, en vastas regiones del
país, un valor que representa el esfuerzo de innumerables trabajadores, y que
encarna un interés cuya oposición con el de los propietarios titulares de la tierra,
es el origen indiscutible de la mayor parte de los conflictos agrarios (p.142).
y ahora Jorge Eliécer Gaitán, el que impide que los campesinos se armen para
defender sus derechos (…) quiere encaramarse como siempre sobre los cadáve-
res de los campesinos caídos para capitalizar en su provecho la sangre derrama-
da (El Bolchevique, N° 20, 18 de agosto de 1934, pp.1-4)3.
3
Ver Unirismo, N° 10, 16 de agosto de 1934, pp. 1 y 8; un año después y a raíz de la revisión
de títulos que piden “los colonos de Hacienda Tolima”, el periódico Claridad, N° 141, 12 de agos-
to de 1935, recordó la masacre.
y Boyacá, los sitios de conflicto álgido con los arrendatarios, eran ensayos
inconexos e ineficaces que no atacaba el problema de raíz. Este ataque sólo
se lograría mediante una reforma agraria, o sea la subdivisión de latifundios.
Así, de un lado, se frenaría la subdivisión de las propiedades de los campesi-
nos independientes, y del otro, disminuiría esa masa campesina sin tierra y
sin posibilidades de independizarse. López Michelsen reconoció, sin embar-
go, que no sería fácil crear un campesinado independiente a partir de “peo-
nes subyugados durante generaciones por el feudalismo agrario que nos
aqueja”. Finalmente, dijo que el papel de la escuela de “educar para peoni-
zar” no era más que “seguir en la tela de Penélope”. Es muy interesante seña-
lar que el entrevistado no hiciera mención del problema de los baldíos. Con
cautela, y quizás esto fue lo sustancial del propósito de la entrevista, adelan-
tó que si la reforma agraria requiriese una reforma constitucional, habría
que hacerla.
La mayoría de los hombres de la junta que elaboró el proyecto de ley de
1935 suscribió la idea según la cual los baldíos eran una prueba de la incapa-
cidad del Estado de traspasar la propiedad a los ciudadanos para que la ex-
plotaran. Aunque adujeron, llamativamente, que la explotación económica
era el fundamento mismo de la titularidad jurídica, conforme a la levedad
del espíritu de una época de culto infinito a la palabra escrita, no contempla-
ron que el Estado colombiano no estaba en condiciones de verificar semejan-
te principio en caso de transformarse en ley. Si el Estado no controlaba el
ager publicus, ¿cómo podría controlar un ager privatus que perdería su esta-
tus legal en cuanto dejase de ser explotado económicamente?
En su Exposición de Motivos el Ministro de Gobierno, Darío Echandía,
completó el cuadro y reiteró que la situación era, efectivamente, de res nu-
llius: “el régimen actual de la propiedad raíz es inseguro para el propietario,
perjudicial para el trabajador e inconveniente para el Estado” (Martínez,
1939, p. 137)5. A fines de 1935 el magistrado de la Corte Suprema de Justi-
cia, Eduardo Zuleta Ángel, en una exposición ante la Cámara de Represen-
tantes fue más enfático: por razones de interés nacional y de orden público
era urgente aprobar la reforma al régimen de tierras que había presentado el
gobierno Liberal:
La Corona española adjudicaba tierras, y eran tantos los sistemas que empleaba
para la adjudicación, tantos los funcionarios que intervenían, que por motivos de
esa prodigalidad, es rarísimo encontrar un palmo de territorio colombiano con
respecto al cual no surja, cuando algún colono tiene interés económico en él, el
título colonial con el cual se reclama la propiedad privada del terreno (…) De tal
manera que por estos dos motivos: la prodigalidad de la Corona española (…) y
5
Ver también Darío Echandía, “Memorandum sobre régimen de tierras”, Bogotá, 11 de abril
de 1935, citado en Martínez (1935, pp.98-99).
además, porque no debemos tener en cuenta sino los terrenos donde pueda ha-
ber explotación económica, por esos dos motivos, sí surgen y tienen que surgir, y
hay motivos para que surjan, graves conflictos sociales, y es necesario acabar el
estudio de estos asuntos, rápidamente, urgentemente, antes de que todos estos
problemas de gravedad excepcional, estallen en una forma contraria a los intere-
ses nacionales, a la seguridad social y al orden público (Anales de la Cámara de
Representantes, 20 de diciembre de 1935, p. 1840).
El pleito con la frutera deja ver con claridad meridiana que reinaba la
incuria administrativa generalizada. El Estado y los propietarios privados
podían pagar un alto precio por la ausencia de un catastro moderno y de un
régimen confiable de notariado y registro.
Volvamos. El proyecto de ley de 1935 asumió a la ligera que su efecto
sería neutral en los conflictos socioeconómicos que enfrentaban a colonos
con terratenientes:
En primer lugar, y por medio de la presunción de dominio privado sobre los terre-
nos económicamente explotados, sustrae la riqueza agrícola del país del campo
6
El título genérico del documento es Alegato de primera instancia en el pleito que adelanta la
nación contra la United Fuit Co., sobre la reivindicación de los baldíos nombrados Santa Ana en el
Departamento del Magdalena, Bogotá, Imprenta Eléctrica, 1913. Pero este libro trae todos los
alegatos de todo el proceso, el juicio de apelación y de casación en la Corte Suprema de Justicia,
incluida la sentencia de ésta. Se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de los Andes,
[347.072/A 231 193. Raros y Curiosos].
7
“Salvamento de voto del Magistrado doctor José Gnecco Laborde” en “Corte Suprema de Jus-
ticia, Sala de Negocios Generales, Juicio Civil Ordinario de Reivindicación”, Bogotá, Imprenta
Mogollón, 1917, pp. 45 y ss. Este documento cierra el volumen citado en la anterior nota de pie.
Pero cuando con motivo de una industria, por razón de la explotación del petró-
leo, digamos, o las minas, se van los hombres de empresa y de trabajo a ocupar
para el desarrollo de esa industria, una determinada región del territorio nacio-
nal, que se ha considerado como baldío, surgen inmediatamente, pero en el tér-
mino de semanas, los propietarios particulares de ese terreno que encontraron
en la Notaría de la población A (…) unos papeles que hacen creer o presumir
aquello le fue adjudicado a un tatarabuelo del cual es descendiente (Anales de la
Cámara, 20 diciembre 1935, p. 1841).
8
Para la defensa legalista de los colonos, ver, por ejemplo, “Memorial de los vecinos de Su-
mapaz, 26 de Octubre de 1932, Anales de la Cámara de Representantes, 4 de noviembre de 1932,
p. 711.
tas para resolver, de una vez por todas, el problema de la res nullius, plantea-
do por la sentencia de 1926. Me parece que el proyecto Chaux planteó la ne-
cesidad de salvaguardar el ager publicus colombiano, obligando a que los
poseedores demostraran la explotación económica de los predios para ase-
gurar los derechos de propiedad privada. El proyecto Echandía sostuvo que
el mismo objetivo se lograría si el Estado reconocía paladinamente que no
controlaba el ager publicus, presumía que todo predio rural explotado era
privado y condicionaba este estatus a que siguiera explotándose continua-
mente. De no cumplirse la condición, los predios revertirían al Estado.
Por una conjunción muy compleja de circunstancias sociales, legales y
políticas, el problema de la res nullius no se resolvió y en los casos frecuentes
y permanentes de conflicto, la presunción del Artículo 1° de la Ley 200 de
1936 fue interpretada como un triunfo de la mentalidad propietaria absolu-
tista. Un punto que, claro, no es sólo de tratados de derecho de bienes, doc-
trinas legales y jurisprudencias, sino que puede ser de vida o muerte. Sugie-
ro esta hipótesis al considerar las principales diferencias de los dos proyectos.
Comentando los dos proyectos, el promotor del primero, Francisco José
Chaux, condescendió políticamente y ofreció la mejor síntesis conocida de la
cuestión jurídica:
Cuadro viii. 1
Artículo 1°. Se reputan baldíos y por Artículo 1°. Se presume que no son bal-
consiguiente de propiedad Nacional, díos, sino de propiedad privada, los fun-
los terrenos no cultivados que existen dos poseídos por particulares, enten-
en la República, con las limitaciones diéndose que dicha posesión consiste en
que establece esta ley. (…) Los títulos la explotación económica del suelo por
de dominio que se aduzcan contra la medio de hechos positivos propios de
presunción establecida en el inciso an- dueño, como las plantaciones o semen-
terior, se hacen valer ante las autorida- teras, (…) Las porciones incultas cuya
des competentes en la forma que para existencia sea necesaria para la explota-
cada caso determinen las leyes, pero la ción económica del predio o como com-
propiedad privada queda sometida al plemento para el mejor aprovechamien-
régimen establecido en la presente ley. to de este, como los rastrojos destinados
a la rotación de los cultivos (…) quedan
amparados por la presunción que esta-
blece este artículo.
Artículo 2°. Se extingue por prescrip- Artículo 2°. Se presumen baldíos los te-
ción a favor del Estado el derecho do- rrenos no poseídos en la forma que se
minio o propiedad sobre las tierras que determina en el artículo anterior.
permanezcan abandonadas, sin cultivar
o explotar, durante diez años a partir de
la expedición de la presente ley, y hayan
permanecido en la misma condición
durante los diez años anteriores. La
misma prescripción extintiva se esta-
blece para las tierras que habiendo sido
cultivadas o explotadas, se abandonen
en cualquier tiempo durante diez años
consecutivos.
Artículo 3°. Las tierras afectadas por la Artículo 3°. Acreditan propiedad priva-
prescripción de que trata el artículo an- da (…) los títulos inscritos otorgados
terior ingresan ipso jure al patrimonio con anterioridad a la presente ley en
del Estado con el carácter de baldíos. que consten tradiciones de dominio por
(Martínez, 1939, I, pp.25-27) un lapso no menor del término que se-
ñalan las leyes para la prescripción ex-
traordinaria (20 años, MP).
(Martínez, 1939, II, p. 66)
El Congreso de 1936
9
El chantaje político fue planteado en las sesiones del 2 de noviembre de 1936. Ver Martí-
nez (1939, pp. 187) y El Tiempo, 3 noviembre 1935, pp. 1-13.
La perpetuidad del domino de la tierra es una de las cualidades (…) que más
realce o valor intrínseco da a la tierra (…) como elemento objetivo del patrimo-
nio individual (…) Y esta peculiaridad de que ha gozado siempre en Colombia la
propiedad rural (…) está en trance de recibir un duro golpe con el actual proyec-
to sobre tierras. Dice así: ‘A partir de la vigencia de la presente ley, se extingue a
favor de la Nación el derecho de dominio o propiedad sobre los fundos en los
cuales haya dejado de ejercerse posesión (…) durante diez años continuos.’ (…)
Esto constituye un atentado del Gobierno, peligrosísimo, contra el sagrado dere-
cho de propiedad (p.119).
la propiedad es una función social” que había producido tanto alboroto y debate,
era “un solecismo cargado de propósitos de gran alcance que ofrece, claramente,
la doctrina radical del Ministro de Gobierno (…) Pero, hasta ahora, la legislación
social del actual gobierno liberal se ha limitado a reformas tardías y del carácter
más inofensivo. Sin embargo, como este país ha vivido más de trescientos años
bajo la variedad española de feudalismo, no debe ser fácil llenar odres viejos con
vino nuevo11.
10
Sobre este punto, ver Sánchez (1977, pp. 125-47) y Medina (1980, pp.322-26).
11
Mr. Paske to Mr. Eden, Bogotá, 11 Apr. 1937, Colombia Annual Report, 1936, FO/ PRO
371/20623, p. 12.
(…) hay que tener en cuenta que esta ley viene a cavar muy hondo, y sin medir
las proyecciones de la ley, me atrevo a afirmarlo, en el estatuto fundamental del
trabajo rural. ¿De dónde surge la necesidad de dictar esta ley de tierras? (…) Na-
ció de tres hechos: 1° de una confusión (…) entre lo que es un baldío y el derecho
de dominio. 2° de invasiones que presuntos colonos hacían en tierras cuyo domi-
nio particular o cuya pertenencia al grupo de baldíos no era clara; y 3° que es
muy grave y hacia el cual llamo la atención de la honorable Cámara: el de la re-
belión de arrendatarios o personas vinculadas a propiedades reconocidamente
poseídas por particulares, que se rebelaron por las condiciones de explotación en
que vivían o por las crueldades de que se les hacía víctimas. Este es el hecho más
frecuente: el propietario abusaba del asalariado, y ese hecho no lo va a resolver
la ley de tierras. El hecho del arrendatario rebelado contra el patrón no lo va a
resolver la ley de tierras. Ambos quedan vigentes (Martínez, 1939, I, pp.332-3).
Ésta fue una pésima noticia para los campesinos arrendatarios de luga-
res como Viotá que, debido a la debilidad electoral del PCC, no tuvieron re-
presentación en esta ley pero, acaso, buena noticia para los dirigentes Comu-
nistas que podrían proseguir la lucha de clases en las haciendas. No obstante,
sin que nadie pudiera imaginarlo y mucho menos predecirlo, el avance sobre
las fronteras interiores, en particular en las inmensidades del Sumapaz,
abriría nuevos espacios a los Comunistas. Esa es otra historia que se situaría
en el fuego cruzado de la pugnacidad bipartidista de la década de 1940 y La
Violencia.
La transacción final, la Ley 100 de 1944, debió esperar el segundo gobier-
no de López Pumarejo. Aunque suele calificársela de retroceso, fue el comple-
mento esperado y lógico de la Ley 200; un complemento porque fue algo más
que una ley de titularidad jurídica y de baldíos. Orientada al “incremento del
cultivo de tierras y de la producción agrícola por sistemas que entrañen algu-
na especie de sociedad o de coparticipación en los productos”, la Ley 100, “de
conveniencia pública”, estipuló que tales sociedades debían establecerse con-
forme a las “previsiones que son de orden público económico y no podrán ser
renunciadas por el respectivo arrendatario, aparcero, agregado, porambero,
cosechero, viviente, mediasquero, etc.” (Diario Oficial, N° 25.759, 6 de febrero
de 1945, p. 434). Esto fue un avance considerable en los derechos de los cam-
pesinos, siempre y cuando se tenga presente, insisto, que la Ley de Tierras fue
una forma de saneamiento masivo de la propiedad rural.
Se supone que las reformas agrarias dan respuestas más o menos duraderas
a la pregunta de quién es la tierra. ¿Cómo absolvió el asunto la ley del año
36? Hito y mito, las doctrinas agrarias de aquel año fueron objeto de regis-
tros sucesivos de las ciencias sociales12. Informes técnicos de la primera mi-
tad de la década de 1950 (del Banco Mundial, la Misión del Padre Lebret, la
CEPAL) demostraron con cifras que unos pocos propietarios concentraban las
mejores tierras del país y que el nivel de vida de la abrumadora mayoría de
familias de cultivadores era demasiado bajo13, todo lo cual fue ampliamente
confirmado por el Censo Agropecuario de 1960.
Reforma agraria es, en primer lugar, una práctica que puede remontarse
a los tiempos bíblicos y a la antigüedad clásica, griega y romana. A partir de
la Revolución francesa fue tomando cuerpo en un concepto laxo que se em-
pleaba para designar el fin del feudalismo, es decir, de las cargas y rentas que
aún pesaban sobre los campesinos que ganaron de jure lo que tenían de facto:
la posesión de la tierra. Aunque todas las grandes revoluciones posteriores
impulsaron reformas agrarias (el régimen soviético en la URSS, la República
Popular China, Cuba, México y Bolivia, para citar las más representativas)
también las hubo de signo preventivo, es decir, reformas para sortear o cir-
cunnavegar la revolución social. Es el caso muy conocido de las políticas y
doctrinas de reforma agraria en Europa Central y Oriental después de la Pri-
mera Guerra Mundial, concebidas en gran medida para conjurar un desenla-
ce comunista de tipo soviético. Así conoció su fin, en esas latitudes, el predo-
minio de la aristocracia terrateniente y se marcó el ascenso de un
campesinado potencialmente capitalista, acompañado de nuevas clases me-
dias rurales.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en el nuevo mundo bipolar que
enfrentaba Estados Unidos a la URSS, replicó un fenómeno semejante de
oleada reformista. Suelen citarse las reformas agrarias de Japón e Italia, dos
de las grandes potencias fascistas derrotadas y, más adelante, las de Taiwán y
Corea del Sur, países situados política y geográficamente frente a la nueva
República Popular China. En la oleada de descolonización de esa época fue-
ron ejemplares las reformas agrarias de India y Egipto y, posteriormente, las
12
Por doctrina agraria entendemos un conjunto de postulados, propuestas y proyectos gu-
bernamentales que tratan de resolver los problemas del desarrollo económico y social con base
en el reconocimiento de la propiedad campesina, ligados generalmente a una visión del mundo
o Weltanschaung. (Cowen and Shenton, 1998, pp. 49-76).
13
Ver Bases de un programa de fomento (1950, pp.19-42); Presidencia de la Republica, Comi-
té Nacional de Planeación, Dirección Ejecutiva, Misión “Economía y humanismo”, Lebret
(1958, pp. 17-45); Comisión Económica para América Latina, CEPAL, Análisis y proyecciones del
desarrollo económico de Colombia, (1955-1957, pp. 14-27).
de Argelia y Vietnam del Norte que, con excepción de Egipto, trataron explí-
citamente de recompensar al campesinado, base de los ejércitos de libera-
ción nacional. América Latina no escapó al fenómeno y, con excepción de
Cuba, se inscribe en el campo de las reformas preventivas.
Aparte de la dimensión política revolucionaria, contrarrevolucionaria,
preventiva de la reforma agraria, ésta tiene una dimensión económica aún
más compleja. Muchas veces las reformas que nacen de procesos revolucio-
narios no terminan ni en mayor desarrollo económico, ni mejoran sustan-
cialmente las condiciones de los campesinos, como es el conocido caso de
México. El tema económico suele tener como punto de partida la constata-
ción del aumento de la población en relación con los recursos o el problema
de la razón tierra cultivable/población. Si no aumenta la productividad agra-
ria, o el área cultivada, bajará el ingreso de la población. En el nivel de los
predios, los más chicos no podrán sostener familias cada vez más numerosas
y la solución se reduce al éxodo rural. En este punto la reforma agraria se fija
objetivos de bienestar que pasan por la redistribución y la fijación de topes
máximos de propiedad privada, particularmente en situaciones de gran con-
centración de la tierra. Pero no es sólo cuestión de topes porque también se
trata de mejorar el manejo de los predios y en este punto surgen problemas
de escala, educación y capacidad empresarial de las familias. En este campo
los gobernantes deben dirigirse a otro tipo de asuntos. Por ejemplo, qué tipo
de propiedad debe favorecerse: ¿individual, colectiva, cooperativa, pública?
Con base en conocidos trabajos y, simplificando un poco en aras de esta ex-
posición, considero que la reforma agraria debe afectar o transformar todos
o algunos de los siguientes aspectos:
a. El régimen de titularidad jurídica de la propiedad o de la tenencia de
la tierra.
b. El grado de concentración de la tierra cultivada y cultivable.
c. La gestión y escala del manejo de los predios.
d. La estructura socio política en todos los niveles territoriales de un
país, lo que naturalmente produce fuertes divisiones en torno a la
reforma.
e. Los objetivos económicos pueden poner en tensión la relación de la
agricultura con los demás sectores de la economía, y socialmente en-
tre ciudad y campo14.
En relación con los dos últimos aspectos, la literatura reciente sobre
América Latina ha desarrollado diferentes formulaciones y modelos sobre el
“sesgo urbano-industrialista” de las política económicas en los períodos de
14
Elias H. Tuma ofreció dos trabajos de síntesis: Agrarian Reform in Historical Perspective: A
Comparative Study, Comparative Studies in Society and History 6(1), octubre 1963, pp. 47-75 y
Agrarian Reform in Historical Perspective Revisited, Comparative Studies in Society and History
21(1), Jan.1979, pp. 3-29.
El problema que aborda este libro, de quién es la tierra, está lejos de resol-
verse en Colombia que, según muy citados informes del Banco Mundial, pre-
senta una de las más altas concentraciones del mundo. Detrás de la concen-
tración de la tierra hay derechos de propiedad de tipo “oligárquico” que
alimentan el conflicto, abierto o soterrado, violento o legal. Cualquier ma-
nual de derecho agrario de hoy día enumera y describe un conjunto de nor-
mas y jurisprudencias sobre la cuestión de los baldíos, definitivamente in-
corporados al campo agrario, al derecho ambiental y a la territorialidad que
corresponde al pluralismo étnico y cultural de la nación redefinida en 1991.
Pero la mentalidad propietaria de los abogados y jueces que se forman en
esos manuales no difiere de la que predominó en los años treinta, ni tampo-
co difieren las expectativas de los empresarios, ávidos ahora de explotar las
reservas territoriales indígenas y afrocolombianas.
La estructura de la tenencia de la tierra cambió en el Tequendama y el
Sumapaz Cundinamarqués. La historia del Alto Sumapaz está irrevocable-
mente ligada a la lucha política, ya que en sus brumas parece esconderse el
eslabón perdido del antes y el después de La Violencia. Aunque el tema no es
objeto de este libro, el autor se siente obligado a decir algo en un epílogo
que, dice el DRAE, es la “última parte de algunas obras, desligada en cierto
modo de las anteriores, y en la cual se representa una acción o se refieren
sucesos que son consecuencia de la acción principal o están relacionados
con ella”.
La inferencia alude, creo, a los apartados analíticos del libro. Se sugieren
áreas de investigación pendientes: a) la historia de legalización y saneamien-
to de la pequeña propiedad rural que puede aprender mucho del citado pro-
yecto de pluralismo jurídico en Bogotá. Al fin y al cabo los barrios llamados
“de invasión” o “piratas” se forman con apreciables contingentes de campe-
sinos inmigrantes y, sociológicamente, por un tiempo al menos, son barrios
de campesinos que traen su propia cultura legal y su mentalidad propietaria;
b) el posible papel de la primogenitura en estabilizar los predios y frenar en
alguna medida la subdivisión de las herencias; c) el problema de la represen-
tación política en los municipios que sub representa a los campesinos (las
veredas) y sobre representa a los pueblerinos (los cascos) en los Concejos
Municipales. La victoria Comunista en Viotá debiera plantear interrogantes
sobre los sistemas imperantes de representación política en los municipios,
y d) la hipótesis de que la politización partidista (incluida la Comunista)
subsume la dinámica social de clases y razas en las zonas de colonización
215
Dijimos que la Ley 200 de 1936 fue eficaz en el plano discursivo y simbólico,
y en los imaginarios políticos de los intelectuales orgánicos de “la república
Liberal”, dada la poca mella que hizo en las estructuras de clase, de poder y
en la tenencia de la tierra. De hecho fue una mera ley de titulación de baldíos
que abortó unos años después. En localidades importantes como Anolaima,
El Colegio o Quipile, que ya eran bastiones de lo que podemos llamar Libe-
ralismo oficialista, cesaron las movilizaciones en 1934 y al año siguiente en
el resto del país. Los intermediarios políticos que consolidaron poder electo-
ral se retiraron discretamente de las escenas del conflicto y se pusieron a le-
gislar o a gobernar. En paralelo, el Departamento Nacional de Trabajo acele-
ró la concesión de personerías jurídicas a los sindicatos y ligas campesinas
para que, conforme a la ley, pudieran ventilar sus problemas laborales, y en
el trienio 1937-39 se expidieron 36 (Informaciones nacionales sobre cuestio-
nes de trabajo 1937-39, pp. 373-379). Hubo ramalazos de protesta campesina
en 1943 y 1944 en algunos municipios Liberales del Tequendama y el Suma-
1
Agradezco a María Alejandra Vélez facilitarme una copia de su trabajo “Collective Titling
and the Process of Institution Building: Common Property Regime in the Colombian Pacific”,
Working Paper LACEEP y Bogotá, Facultad de Administración Universidad de los Andes, 2009,
que arroja luz sobre “la ley en acción” en el Pacífico.
paz (Medina, 1980, p. 420). Pero, ¿qué pasó con los titulares de las parcela-
ciones?
Los archivos de la Caja Agraria dan indicios. La desorganización e in-
competencia burocrática, la discrecionalidad de las adjudicaciones y el
abandono de los parceleros son los hechos más destacados. Con los años,
distintas agencias gubernamentales administraron las parcelaciones o sim-
plemente se hicieron “cargo de la cartera”. En los traspasos aumentaba la
negligencia administrativa y los parceleros que habían cumplido sus obliga-
ciones quedaban esperando el título de propiedad, requisito indispensable
para tener acceso al crédito de la Caja Agraria. Así, entraron las parcelacio-
nes al laberinto burocrático. Las de la Gobernación de Cundinamarca pasa-
ron en 1948 al Instituto de Parcelaciones, Colonización y Defensa Forestal;
extinguido éste, fueron tomadas en 1953 por el Instituto de Colonización e
Inmigración, y en 1961 pasaron al Departamento de Parcelaciones de la Caja
Agraria, cuyos archivos exploramos. En 1970 algunas haciendas como Java
tenían problemas pendientes con el Instituto Colombiano de la Reforma
Agraria, INCORA. Los traspasos de una burocracia a otra afectan la vida de los
parceleros y aumentan los costos de administración que, creo, fueron sumi-
dos finalmente por el Presupuesto Nacional.
En un memorial de los parceleros de Viotá al Gobernador, fechado en la
Hacienda Liberia, el 21 de noviembre de 1961, se dice que a pesar de haber
cubierto el valor total, al reclamar las escrituras correspondientes
se nos contesta que estos títulos deben ser legalizados por el propietario parcela-
dor y vendedor que en este caso fue el Departamento de Cundinamarca... A falta
de escrituras los ocupantes compradores (sic) nos estamos perjudicando ya
que... no podemos adquirir el crédito... (“Convención Colectiva”, 29 marzo 1946).
febrero de 1962, informándole que la mayor parte de las fincas del antiguo
Chocho “carecen de agua precisamente por tala de bosques localizados en la
cordillera y especialmente en los nacimientos de las fuentes y representa un
grave problema para el servicio humano y para la producción del café” (A.C.A.,
“El Chocho”). No deja de ser irónico que la parcelación hubiera sido admi-
nistrada por un instituto público llamado de Defensa Forestal.
No siempre hubo claridad sobre los efectos legales del traspaso de una
oficina gubernamental a otra. En 1959 los parceleros que solicitaron escritu-
ras de propiedad no sabían a quién recurrir. El Instituto de Parcelaciones “se
extinguió automáticamente” y había cesado el contrato de mandato conferi-
do por el Departamento en 1951, de suerte que sólo la Caja Agraria estaba en
capacidad de expedir títulos a quienes habían cancelado sus obligaciones en
las parcelaciones de Liberia, El Chocho y el Soche (A.C.A., “El Chocho”).
La solidaridad entre los nuevos propietarios campesinos se esfumó, una
vez hechas las adjudicaciones. Eso lo atestigua la vida efímera de la Coope-
rativa de Pequeños Cultivadores de El Chocho creada en febrero de 1936
(Gaceta de Cundinamarca, 12 febrero 1936). La diferenciación económica de
los parceleros y la existencia de un mercado de tierras, abierto súbitamente,
crearon las condiciones de concentración de la propiedad hacia nuevos es-
tratos medios.
De las diversas suertes que conocieron los parceleros, dos fueron las más
frecuentes: la muerte del adjudicatario, en general el padre de familia, y la
emigración de las familias que preferían vender las mejoras o abandonar las
parcelas, lo que complicaba el panorama legal. Los informes de las comisio-
nes que periódicamente visitaban las parcelaciones retrataron las condicio-
nes de vida de los nuevos propietarios. A veces hay que restablecer el contac-
to perdido con ellos, lo que generalmente se hacía en el sermón de la misa
dominical2. La mayoría de los comisionados simpatizaban con los campe-
sinos y recomendaban no subirle el precio a la tierra porque había suelos,
como en la vereda Yayatá, de “muy mala calidad, casi sin capa vegetal y en
donde para obtener un producto de calidad inferior los campesinos deben
realizar un intenso trabajo de abonos y cuidado del suelo”3. Algunos suge-
rían una nueva parcelación en vista de que había “una situación de minifun-
dio que no permite ya la producción suficiente para la provisión familiar”
(A.C.A., “El Chocho”, 1954). No sólo en la vereda Yayatá la tierra era mala;
también en las de San José, Panamá y Loma Alta, como reportó otro funcio-
nario. El cultivo básico era el café, sembrado con “apeñuscamiento” porque
la plantación se hizo
2
El informe del D.A. Gutiérrez J. sobre las parcelaciones de El Chocho y El Soche, 4 a 9
julio 1954, A.C.A., 1954.
3
Informe de la Comisión de la Parcelación del Chocho, Junio 15 de 1954, A.C.A., “El Chocho”.
Señores Parceleros
Tengo la pena de volver al mismo tema de mi memorando anterior, de llamarles
la atención sobre el pago de sus cuotas, a fin de evitarles las funestas consecuen-
cias que la morosidad puede acarrearles, pues he recibido un oficio del Instituto
de Colonización e Inmigraciones en el cual me ordena el señor Director del De-
partamento de Parcelaciones que les haga saber a las personas que están en
mora en el pago de dos o más cuotas, que si no se ponen al día en el menor tiem-
po posible, perderán el derecho a la parcela, sin excepción alguna puesto que el
Instituto entablará demandas judiciales para el lanzamiento de los parcelarios
morosos.
Causa verdadera sorpresa que en esta región, cuyos habitantes son en general
tan buenos ciudadanos, haya gentes que se encarguen de darle desprestigio a su
terruño. Bien parece que acepten las instigaciones de elementos disociadores
quienes movidos por el odio satánico a las benéficas doctrinas de la Iglesia Cató-
lica, apoyadas por el Gobierno de las Fuerzas Armadas, sólo desean el crimen, el
caos y la ruina de la República.
En las parcelaciones de Florencia, Ceilán y Liberia en jurisdicción de Viotá, don-
de permanecí algunos meses al frente de su administración tuve ocasión de ob-
servar a pesar de su fama de rebeldía, el estricto cumplimiento de esa gente; allá
no existe la desmoralización deplorable de esta parcelación, pues aquí, da pena
decirlo, hay parcelarios que pagan la cuota inicial y no fue más. A propósito voy
a contarles: hace muy poco se presentó un parcelario en mi oficina a pagar una
cuota, cuando tenía pendientes más de diez y quería que se la recibiera sin inte-
reses, por supuesto no pude complacerlo, al tiempo que este pobre señor deseaba
solicitar un empréstito de la Caja Agraria para hacer algunas mejoras a la finca...
4
A. Gutiérrez J. a Jefe Sección de Tierras y Cartera I.C.I. Silvana 31 de agosto de 1954.
Con un poco más de aplomo, otro empleado había sugerido que los ele-
mentos disociadores estaban en la desorganización de las parcelaciones: “los
parcelarios se habían formado el criterio de que se les había engañado, pues-
to que no contaban con promesas de venta, ni escrituras o título de ninguna
clase…” (A.C.A., “El Chocho”, 1954)5. En todo caso, parceleros o no, las buro-
cracias medias, quizás representativas en esto de una mentalidad urbana,
clasificaban a los campesinos en la clase más inferior de Colombia.
5
Julián Arboleda al Gerente Fusagasuga, Silvana, 29 septiembre 1954 A.C.A.
era sustituida por el Ejército Nacional, creado para otra función esencial:
defender la soberanía internacional del país. A costa de los ámbitos del dere-
cho, la seguridad ciudadana (interna) y la seguridad nacional (externa) se
fundieron en una, dando lugar a una ambigüedad en el ejercicio de la sobe-
ranía del Estado que llega a nuestros días (Giddens, 1987, pp. 169-77).
Pasadas las “guerras” de La Violencia, los combatientes aparecieron
como los agentes centrales del proceso colonizador, actuaron con alguna au-
tonomía y, de paso, quedaron marcados por el estigma (González, 1962).
Una contrapartida del asunto subyace en un dato aportado por el geógrafo
Ernesto Guhl:
las tierras de colonización espontánea, (…) con todavía escasa población carecen
de vías y son de difícil penetración; tampoco existen cartas topográficas, y mu-
cho menos catastrales, pero sí existe el deseo por parte de los ocupantes de no
denunciar la verdadera situación, porque el Estado en la inmensa mayoría del
territorio colombiano es considerado como enemigo, al cual, entre otras cosas,
se deben ocultar los bienes (Guhl, 1965, pp. 1-2).
6
“Proyecto de Ley número 79 sobre Reforma Agraria” (presentado por los 11 representantes
del MRL); (Londoño, 1999, pp. 78-91).
7
Archivo General de la Nación, AGN, Fondo Ministerio del Interior, Despacho del Ministro,
Boletines Informativos de las Fuerzas Armadas, Oficina de Orden Público, N° 178, 20 sep. 1958
(sobre Bogotá) y N° 183, 26 sep. 1958 (sobre Cali) Caja 4, Carpeta 30.
8
Ver Parsons (1968); (Nieto, 1958); (López, 1970).
9
El lenguaje y el tono de estas actitudes pueden verse en Delgado (1973).
10
Ver Survey of the Alliance for Progress (1969); Palacios (2008b, pp. 67-71).
11
En su estudio del paramilitarismo de Córdoba, uno de los epicentros de aquellas moviliza-
ciones campesinas, Mauricio Romero explica por qué las cosas no ocurrieron de ese modo y el
porqué social de los paramilitares.
Uno de estos informes aseguró que dicha “república” tiene cinco frentes
guerrilleros muy bien organizados: Sumapaz, Viotá, La Hoya en el Río Mag-
dalena, el Quindío y los Llanos Orientales12.
Así, de nueva cuenta, los colonos que venían de las tradiciones rojas del
decenio de 1926-1936 fueron acosados sobre el terreno y estigmatizados en
la opinión pública, conforme a los arquetipos más manidos del anticomunis-
mo.
Vuelto a la legalidad limitada del Frente Nacional, el PCC festejó sus lo-
gros de Viotá. Algún militante debió toparse con una canción asturiana de la
Guerra Civil Española, adaptó la letra y le puso la música del famoso Quinto
Regimiento:
Los comunistas, mejor que cualquier otro grupo, le dieron un centro organiza-
cional a la resistencia campesina contra los grandes terratenientes y en el proce-
so demostraron ser bastante persistentes en la construcción de las instituciones
necesarias y en la implementación de las tácticas propias de una rebelión agraria
limitada, y esto por tres décadas. Esto fue posible por varias razones. Primero,
14
Una visión de contexto, simpatizante de la movilización, se encuentra en el libro de tono
autobiográfico de José Gutiérrez (1962).
15
Comunicación personal de Michael Jiménez al autor, fechada en abril de 1976.
Una de esas batallas mencionadas se había librado un día antes de llegar a la re-
gión, en ocasión de que fui comisionado por la dirección del partido para obte-
ner noticias. Y me recuerdo que cuando relataban la forma como habían sor-
prendido a los invasores en un recodo del camino, la crueldad se pintaba en las
caras de los que fueron combatientes.
Podría decir sin exagerar, que esta crueldad era el estimulante principal que
aglutinaba las energías de los campesinos y los apretaba para la lucha. (…) Los
trofeos de la batalla recién librada, eran las ropas militares de los policías muer-
tos. Quienes reclamaban la gloria de haber sido sus matadores, lucían sus gorras
y sus fusiles; otros que se suponían habían contribuido eficazmente a su muerte,
las botas, las cartucheras. Era como si los hubieran descuartizado simbólica-
mente.
Hablando con algunos de estos héroes me enteré que la batalla no fue tal,
sino simple y llanamente una emboscada en la que al parecer las pobres víctimas
se portaron como animales espantados. Un camarada, de los “más desarrollados
políticamente”, hombre además afectuoso, fraternal y al parecer muy bondado-
so, me relataba haberle disparado a un policía y luego haberlo rematado a pesar
de sus súplicas. Me mostró orgulloso la fotografía que “su muerto” llevaba en el
bolsillo y en la que aparecía la víctima, su esposa y sus hijos. Era como si en el
fondo de esta crueldad hubiera una solidaridad parecida a la del cazador que
eterniza a sus presas después de matarlas, disecándolas.
En los últimos años hemos desarrollado en Colombia (el escrito fue publica-
do en 1962, MP) refinadas muestras de crueldad, al lado de las cuales los senti-
mientos de aquel camarada son cosa de nada (pp. 91-93).
de La Violencia del sur del Tolima. Esas zonas, con un componente caracte-
rístico de campesinado indígena y haciendas cafeteras de tipo cundinamar-
qués, penetradas tempranamente por el PCC, no tuvieron la larga experiencia
política de las movilizaciones agrarias del Tequendama y el Sumapaz. En
puntos periféricos del sur tolimense, con sus trochas hacia el Huila, el Ca-
quetá y el Cauca se establecieron grupos de “autodefensa” que, en reacción a
diferentes operaciones de cerco realizadas en 1962 y 1964, terminaron con-
formando unas guerrillas Comunistas circunscritas, pero de vocación ofensi-
va (Pizarro, 1989).
Subrayemos que esas guerrillas estaban aisladas del heterogéneo campe-
sinado del país que, una y otra vez, ha confirmado el conservadurismo de sus
valores sociales y políticos. Al mismo tiempo, conforme a las líneas del PCC,
esas guerrillas surgieron ajenas a cualquier brote o mera posibilidad de rebe-
lión campesina. No sobraría recordar que a) las bandas de La Violencia no se
decantaron por la revolución, sino por un bandidaje de naturaleza centrífu-
ga y anárquica; b) en las localidades estos bandidos podían convertirse en
héroes, justicieros y vengadores de una “rebelión rural minoritaria”16, y c)
que, a pesar de la conciencia que hubo del fenómeno en el PCC, in situ las
guerrillas operaban con los códigos culturales de la tradición bipartidista.
En 1966 esas formaciones se llamaron Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia, FARC, y unos 20 años después, en las diminutas y distantes man-
chas Comunistas del mapa de Colombia, empezaron a desplazar al PCC y a
tensar otro lienzo con otros hilos y en otros marcos mentales, culturales y
geopolíticos que, después del 11 de septiembre de 2001, y un poco al margen
de su propia historia, entraron a formar parte de una nueva trama mundial:
la del “terror/contra-terror”.
A fines del siglo XIX el caudillo Liberal Rafael Uribe Uribe había adminis-
trado una de las grandes haciendas de Viotá y en la Guerra de los Mil Días
los Liberales insurrectos llamaron la población “nodriza de la revolución”.
Medio siglo después, la Secretaría de Agitación y Propaganda del PCC se in-
ventó “Viotá la roja”. Más recientemente ésta ha sido postulada al título de
“paraíso en los Andes colombianos”. Paraíso que recoge el ascenso limitado
de familias de arrendatarios Comunistas a la propiedad parcelaria, más que
el cumplimiento de la reforma agraria que implica el ascenso de toda una
clase social en el juego por redistribuir el poder, afianzar la democracia libe-
ral y extender los confines del reino del mercado.
Llegados a este punto, quizás puedan abrirse nuevas vías para interpre-
tar (aparte del análisis de los aspectos organizacionales y militares y del ac-
ceso a recursos económicos, en particular el narcotráfico y los secuestros
extorsivos) el pragmatismo campesino que atraviesa la historia de las FARC
(Palacios, 2008a, pp. 70-73). Quizás haya empezado a mostrarse, sutilmente,
16
Ver Hobsbawm (1969, pp.136-7); Sánchez y Meertens (1983).
¿Lecciones?
17
Cf. United Nations Office on Drugs and Crime, UNODC, World Drug Report 2009, New York,
2010.
Archivos
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