Está en la página 1de 308

CAPITAN

JORGE R. FARINELLA

¡VOLVEREMOS!

EDITORIAL ROSARIO
PALABRAS DEL PRESIDENTE DE LA ASOCIACION
DE VETERANOS DEL RI 4, CORONEL “VGM”
D JORGE PASOLLI, CON MOTIVO DE LA 4ta
EDICION DEL PRESENTE LIBRO
CONFERENCIA PRONUNCIADA POR SU EXCELENCIA, EL
EX PROVICARIO CASTRENSE MONSEÑOR VICTORIO
BONAMIN, EN LA CIUDAD DE ROSARIO, EL DIA 4 DE
ACTUBRE DE 1985, CON MOTIVO DE LA
PRESENTACION DEL LIBRO.

Me toca a mi hacer la presentación de un libro, del mismo


yo no puedo comentar nada del fondo y de sus argumentos porque
lo hará con la competencia debida el autor Sr. Capitán JORGE
FARINELLA. Esto sí lo que yo podría decir y como Obispo, sería
sencillamente esto, utilizando la frase que oyera misteriosamente
SAN AGUSTIN ¨tole et lege¨ , tómalo y léalo. Eso sería lo mejor que
yo podría hacer, como Obispo. Léalo.

Porque como Obispo digo que es un pequeño tratado de


apologética, es decir, de una apología en el sentido tradicional de
esta palabra. Una apología del cristianismo. Y es por consiguiente un
tratado de apologética porque tiene una serie de argumentaciones
que sirven efectivamente para quienes quisieran sostener muchos de
los dogmas de nuestra Santa Religión.

Por momento van a encontrar allí algunos capítulos en que


el autor deja la narración de hechos a los cuales está consagrado el
libro, para abrirse en reflexiones, como las llama, respecto a puntos
doctrinarios y lo hace con una ortodoxia envidiable y con una
profundidad indiscutible. Por eso digo que es un libro de
apologética. Más aún, en los episodios narrados, hay casos en que
tocan sí el heroísmo, porque se trata efectivamente de actos
heroicos de los Soldados que él ha tenido bajo su mando, los del
Regimiento 4 de Infantería de Monte Caseros, compuesto de
elemento Chaqueño, Correntino y de la Provincia de Misiones.

Esos episodios, muchos de esos episodios, que dije son de


heroísmo, están rozando ya la santidad y es indiscutible que hay
muchos de estos hechos que no se explicaría su existencia sino fuera
por una intervención de la Divina Providencia. Lo van a comprobar
los que lo lean. Por otra parte, ya a esta altura de los tiempos se han
oído, se han leído cosas relativas a acontecimientos que hacen decir
efectivamente que el Milagro actuó en las Malvinas durante nuestra
campaña heroica.

Por eso digo que es un libro apologético. Pero digo más


también, lo es porque puedo afirmar de acuerdo a lo comprobado,
de acuerdo a todo lo que yo sé, después de haber servido
modestamente en las FF.AA. durante 22 años y algo más, que el
espíritu religioso más limpio y auténtico acompañó a aquellos
Soldados, Oficiales, Suboficiales, Tropa. De tal manera que, puede
decirse que aquello tenía, toda la Campaña Malvinas, tenía un
profundo sentido religioso.
RECONOCIMIENTO

El autor desea dejar expresado su especial reconocimiento al no-


ble y patriota pueblo correntino que generosamente ofreció la sangre de
sus hijos y no conforme aún, continúa dispuesto a nuevas inmolaciones, de
ser necesario.
Además por haber interpretado el sentimiento nacional y el com-
promiso pendiente en un imponente y significativo monumento.
Fiel a su tradicional y trascendente localismo hizo realidad aquello de “si
Argentina entra en guerra, Corrientes la va a ayudar”

4ta Edición aumentada

EDITORIAL ROSARIO
Av. Centenario e/Suipacha y Balcarce.
City Bell – 1896 TE.: 80-0633
LA PLATA

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Prohibida la reproducción total o parcial
sin la debida autorización de los Editores.
IMPRESO EN LA REPUBLICA ARGENTINA.
PRINTED IN ARGENTINE.
PROLOGO

Cuando el señor Capitán Farinella, Veterano de las Malvinas y


autor de este libro interesante y valioso, me pidió que escribiera su pró-
logo, mi respuesta fue inmediata. Eludí los vericuetos de las reflexiones
que podrían sugerirme una contestación más razonada; preferí el cami-
no de la más espontánea; dando rienda suelta al patriótico entusiasmo
y acepté sin dilaciones el honor que se me hacía.

Escribir, así sea una mísera línea para un libro como éste, im-
plica un privilegio que honra y enaltece. Por eso estos párrafos prologa-
res, tienen algo de un orgullo insoslayable.

Confieso además, que han sido humedecidos por las lágrimas.


Es difícil, si no imposible, leer estas páginas de historia fresca, sin que
la emoción más pura nos traicione. A lo largo de ellas, invitados por el
autor, toman la palabra los bizarros protagonistas de la epopeya gloriosa.

5
Por su intermedio, resurgen ante nosotros las jornadas inverosímiles de
la batalla acribillada de dificultades.

La elocuencia irrebatible de los números, pone al descubierto


los escollos abrumadores de la logística en aquellas circunstancias.

La claridad de los sencillos cálculos aritméticos, evidencia el


trabajo sobrehumano de quienes transportaban víveres y municiones.

Las cantidades, los pesos, los rendimientos de marcha, revelan


la abnegación de aquellos mocetones denodados que, sin dejar de com-
batir, subieron y bajaron cerros durante toda la campaña, para llegar
con sus cargas pesadísimas hasta las más inaccesibles posiciones.

La descripción patética de las concentraciones de fuego con


que atacaban los británicos, demuestra palmariamente lo que pudo la
superioridad industrial, económica y financiera de dos potencias alia-
das para el delito, al servicio de la rapiña que consumaban sus sicarios.
Así como el sufrimiento estoicamente padecido por nuestros comba-
tientes, es revelador de los prodigios que produce la superioridad mo-
ral, bregando por una causa limpia, basada en la justicia.

Las reflexiones filosóficas que transcribe el autor, en armonía


con el meollo de cada capítulo, enriquecen las enseñanzas que fluyen
del libro con los altos quilates de su contenido ético.

Y el patriótico vigor que se desprende de la obra, trasciende


los lindes de sus páginas e ilumina el alma del lector, con lumbre de
esperanza: ¡Volveremos!

Sabe Dios en qué forma y circunstancias…pero hemos de volver.


Nos lo dicen las palabras de estos héroes que manearon su coraje en las
horas insoportables del desenlace tremendo; los que meditaban con hon-
dura y valentía, sobre la muerte que estaban dispuestos a aceptar, bajo
el cañoneo interminable en las trincheras insalubres; los que arengaban

6
a la tropa, con el ejemplo permanente de una conducta insuperable; los
que la impulsaron al heroísmo, con el tradicional coraje de una entereza
sin parangón; los que rezaban en voz alta, pidiendo la victoria que Dios
no quiso dar…Los de la primera línea que por haber visto cara a cara al
agresor, pueden hoy repetir, como propia, con legítimo derecho, la arro-
gante afirmación de Lavalleja: “No soy de los que miran con catalejo al
enemigo:.


RICARDO MIRO
Coronel ®

7
DEDICATORIA:

• A la memoria de nuestros mártires y al dolor de sus familiares.

• A los hombres con quien tuve el honor de hacer la guerra.

• A los honestos de corazón, dispuestos al juicio objetivo y a penetrar en la


vida de los combatientes.

• A la silenciosa y heroica Infantería Argentina.

8
ADVERTENCIA AL LECTOR

Son de exclusiva responsabilidad del autor todos los conceptos ver-


tidos en este libro.

Respetando la esencia de los hechos vividos por cada hombre, ela-


boró todas las anécdotas según su leal saber y entender, y cerrando los ojos
en el silencio de las noches regresó a Malvinas una y otra vez para volver a
ver las circunstancias e intentar escudriñar en el alma de quienes vivieron
cada situación de guerra.

Dentro de las características que ha tratado de imprimirle a su traba-


jo, una de ellas ha sido la de identificar a las personas que les tocó actuar en
cada caso, y ello obedece, por un lado, a que “no existe mayor satisfacción ni
más grande realce en la dura vida errante del hombre de guerra, que el cum-
plimiento del deber. La altivez del Soldado está fundada sobre una base sólida:
el sacrificio; es por eso que se mendigan con tanto afán y descaro los honores
militares, que únicamente son patrimonio de grandes y constantes servicios a
la Nación”, en opinión de José I Garmendia y que el autor hace suya.

9
Por otro lado, porque en la vida militar los hombres tienen nombre
y apellido para asumir las responsabilidades de sus faltas, pero también lo
tienen para sus méritos.

Porque hay un sano orgullo que manifiesta la virtud propia del sol-
dado: el valor, la disciplina, el sacrificio.

Para finalizar cabe señalar que en este libro han colaborado de cer-
ca su señora esposa, el joven dactilógrafo, Juan Agustín Flores y se ha sentido
impulsado a concretarlo por el Coronel D. Ricardo Miro Valdés.

Pese a ser obvio, el autor no es escritor, pero tiene en muy alta con-
sideración esa noble vocación, que no le desagradaría descubrir. Supliendo
en algo esta importante deficiencia, lo vertido aquí son hechos objetivos
vividos personalmente (1), observados o extraídos de los sucedidos a otros
camaradas.


El Autor

1) Todas las anécdotas sin identificación de quien las vivió pertenecen al autor, señalado
como el Capitán u Oficial Logístico.

10
INTRODUCCION

Como el resto del país, la Unidad tomó conocimiento el 2 de abril


de la reconquista de nuestras MALVINAS, y en cumplimento de órdenes ex-
presas, se movilizaron todas las áreas para completar efectivos, materiales y
equipos y llegar al día 11 del mismo mes, solo 9 días después, a despedirnos
de nuestros hijos, de nuestras esposas y de la comunidad que nos había apo-
yado en todo lo posible.

El tren de la Unidad, compuesto por unos 70 vehículos, aproxima-


damente, llegó a RIO GALLEGOS el 25 de abril y se reunió con el resto del
Regimiento que se había desplazado por modo aéreo.

Dos días después, el 27 de abril comenzamos a pasar por el puente


aéreo hacia nuestras anheladas MALVINAS, quedando parte de nuestra carga
sin cruzar.

Ya pisando por primera vez ese húmedo suelo, sentíamos que estábamos
participando de algo grande, de algo que como toda empresa humana se

11
tejió con grandezas y miserias.

La Unidad ocupó una zona de reunión en las inmediaciones del


aeropuerto ISLAS MALVINAS y la carga quedó aparcada a un costado de la
pista de aterrizaje.

El 1 de mayo el enemigo ejecutó su primer ataque aéreo contra el


aeropuerto, salvándose, por la Divina Providencia, el personal de seguridad,
y perdiéndose gran parte de la carga al explotar una poderosa bomba a su
lado.

En una muy sufrida marcha de infantería contra el fuerte viento y


bajo lluvia, la Unidad se desplazó a la posición ordenada distante unos 30
km. Era el Monte PARED, en este monte la Unidad se encontraba disminuida
en una Compañía que había marchado a ocupar posiciones en Monte LOW
y una Sección que daba seguridad a la Gobernación.

Allí permanecimos reforzándonos en el terreno, durante un mes,


debiendo cambiar en ese tiempo el frente adoptado inicialmente, pues la
Unidad, que se encontraba como reserva, pasó a ser primera línea, debido al
desembarco enemigo en BAHIA SAN CARLOS.

A fines de mayo, la Unidad recibió la orden de abandonar la posi-


ción y replegarse para ocupar una nueva posición en el Monte HARRIET y
DOS HERMANAS.

Mientras se realizaba este desplazamiento auxiliado por helicóp-


teros, la aviación enemiga ejecutaba varios ataques, perdiéndose parte del
material y debiéndose terminar el transporte a pie y en uno de los vehículos
disponibles. En esa oportunidad se pierden además siete camiones y un trac-
tor.

La nueva posición debió ocuparse y reforzarse bajo el poderoso


fuego de la artillería de campaña y la artillería naval que nos hostigaba in-
tensamente, y en oportunidades, el ataque de la aviación.
Sabían que para llegar a PUERTO ARGENTINO debían pasar por

12
los montes que ocupábamos y tenían que doblegarnos.

Esta situación se veía agravada por la imposibilidad de ejecutar po-


siciones adecuadas debido a las características del terreno.

La artillería enemiga iba produciendo las primeras bajas.

Algunas patrullas propias tuvieron los primeros muertos en enfren-


tamientos.

El 8 de junio por la noche el enemigo intentó una infiltración que


fue rechazada, con grandes pérdidas humanas y de materiales.

El 12 del mismo mes, después de casi dos semanas de intensos


fuegos de artillería, la posición es atacada nuevamente y a pesar de que fue-
ron rechazados dos ataques, luego de varias horas de combate es rendida la
misma por las fuerzas coloniales británicas.

El saldo de muertos y heridos en las operaciones en que intervino


la Unidad fue de 24 muertos y desaparecidos y de 119 heridos (20,78% del
efectivo).

La masa de la unidad regresó al continente luego de que PUERTO


ARGENTINO se rindiera dos días más tarde, y un grupo de Cuadros quedó
prisionero.

En esta apretada síntesis he tratado de reflejar, sin abrir juicios de


valor, los pasos de nuestra Unidad.

Deseo terminar expresando que me he sentido orgulloso, como


argentino y como soldado de haber participado en esta guerra y la sangre
derramada me compromete y nos compromete con el futuro.

13
Este puñal, como otros similares, ha sido
fabricado por los Cuadros del RI 4, y exte-
rioriza el compromiso espiritual asumido
luego de la derrota.

14
“Si los preliminares son acertados, la batalla será fácil”

Teniente General Sir Francis Tuker.

15
PARTE 1

PRIMERAS VIVENCIAS
MIL LIBRAS CERCA NUESTRO

El día 27 de abril pisé Malvinas. No recuerdo haber pensado antes


del 2 de ese mes en la posibilidad siquiera de hacerlo, y menos vistiendo
uniforme de combate.

Creo que no me equivoco al decir que los dedos de una mano so-
bran para contar a aquellas personas que no se sentían fascinadas y con orgu-
llo en aquel lugar, tan lejano en la distancia pero tan cercano en el querer.

Parte de mi responsabilidad, era la carga de la Unidad que se en-


contraba aparcada en inmediaciones de la pista de aterrizaje.

Su seguridad estaba compuesta por unos 15 Soldados y 3 o 4 Sub-


oficiales y mientras el Regimiento se había trasladado hasta la zona donde
estaría la retaguardia en Monte Wall, con algunos de los camiones que tenía-
mos comenzamos a trasladar la carga, por esos 30 Km que nos separaban.

Eran varias toneladas las que habíamos cruzado, no obstante que


una buena parte había quedado en Río Gallegos ante las prioridades que
impuso el puente aéreo.

19
Entre aquel material que esperaba ser cruzado se encontraban unas
30 toneladas de munición y explosivos, 5 toneladas de leña trozada y pre-
parada en cajas, 1 tonelada de pan de grasa, los disparadores de los cohetes
antitanques, pese a que se transportaron 150 cohetes que luego no fue posi-
ble usar, y muchas otras cosas más.
Ya habíamos comenzado a pagar las consecuencias de la falta de conoci-
miento de los procedimientos operativos de las otras fuerzas hermanas.

Los cajones de munición se habían ubicado según la forma de una


“U” y a su alrededor el resto de la carga aparcada, separada por subunida-
des.

A raíz de la casi incesante llovizna, esta “U”, lo mismo que la carga


fue cubierta con lonas de unas carpas y debajo descansaban los Soldados
que no estaban apostados.

Próximo al lugar, una vieja grúa servía como puesto de guardia y en


dirección a la pista y a unos 70 metros, un hangar.

El 1 de mayo, luego de terminado el ataque aéreo al aeropuerto, me


dirigí de inmediato con dos suboficiales al lugar.

La primer impresión fue desoladora. No había rastros de vida hu-


mana, elementos incendiándose, otros destruidos, restos de bombas por do-
quier, vehículos y aviones destrozados.

Una bomba de 1000 libras, a 3 metros de la “U”, había hecho un


cráter de aproximadamente, 8 metros de profundidad, por 10 metros de diá-
metro.

Gran parte de la carga, había sido “borrada de la faz de la tierra”.

Comenzamos a buscar los restos humanos que pudieron haber


quedado diseminados por el terreno.

20
Luego de más de una hora de búsqueda, nada habíamos encon-
trado, más que minas antipersonales, “caza bobos”, de las lanzadas por los
aviones enemigos durante el ataque, y que se encontraban esparcidas por
toda la zona.

Nadie supo bien porqué esa noche, los soldados que habitualmen-
te descansaban bajo la carpa de la “U”, se habían ido a dormir al hangar, con
el que nada tenían que ver.

Lo cierto fue que aquel primer ataque dejó un saldo de varios muer-
tos, y que nuestros soldados, por obra del azar o la Providencia, pudiendo
haber perdido la vida de encontrarse donde normalmente estaban, resulta-
ron ilesos.

Solamente algunos contusos por la acción de las piedras desprendi-


das en la explosión, que atravesaron el techo del hangar y cayeron sobre los
soldados y suboficiales.

Aparentemente la explosión se sobredimensionó debido a que en


el lugar propiamente del estallido se habían encontrado unos veinte cajones
de minas antitanque y antipersonales.

21
Hay que tener presente que este es sólo uno de los in-
numerables cráteres que producían los proyectiles enemigos.

22
Hangar donde se encontraba el personal. Su techo estaba intacto antes del 1º de
mayo.

23
INCREIBLE PERO REAL

Cabo José García

La carga que permanecía aparcada en el aeropuerto estaba a la


espera del turno de transporte.

Como seguridad de la misma permanecían unos 10 ó 15 soldados


y 3 o 4 Suboficiales.

El bombardeo del 1 de mayo ya había ocurrido y estábamos ner-


viosa e inquietamente en situación, luego de lo que habíamos visto en aquel
momento.

Uno de los días siguientes nos comunican que había “alerta negra”,
lo que significaba posible desembarco anfibio en la zona.

Esa noche me encontraba de turno en la seguridad de la carga;

24
cualquier ruidito o movimiento extraño me aceleraba el pulso y no me pasa-
ba desapercibido.
Como medida de seguridad, el Capitán nos había hecho preparar
distintas posiciones, entre ellas un par de pozos de zorro.

Conversaba muy amenamente con el Sargento 1° Aguirre cuando


me pareció ver movimientos de gente que aprovechaba la oscuridad.

Sigilosamente, con el FAL listo, me aproximé a observar, mientras


se alertaba el resto de la seguridad.

Aparentemente eran algunos hombres pero ya se encontraban a


más de 150 metros de nuestro sector y en la zona de responsabilidad de otras
tropas.

No obstante me volvía preocupado y nervioso en busca del Sargen-


to 1° Aguirre a quien no lograba ver, cuando piso en falso metiendo un pie
en uno de los pozos; siento no solo que mi cuerpo se frena contra algo, sino
que ese algo se incorporaba con violencia y asomaba la boca de un arma
desconocida.

Todo fue una acción refleja. Mientras perdía el equilibrio y “los


pelos se me crispaban” una rápida asociación de ideas me mostró a un Co-
mando inglés enfrentado y oprimí la cola del disparador de mi fusil hasta que
no quedó nada en el cargador.

El enemigo cayó inmóvil y para asegurarme le ordené a uno de los


Soldados, que estaba próximo, que lo “cocinara” con un tiro de gracia, que
apuntado y disparado tuvo un “clic”. No salió el proyectil.

De inmediato ocupamos las posiciones previstas, creyendo que es-


taríamos infiltrados por todas partes.

Luego de un par de horas de no notar ningún movimiento y cre-


yendo que el enemigo al ser descubierto se habría desplazado o retirado, me
reúno con unos Soldados para ver al comando muerto.

25
Cuando observé no podía entender razones.
Había matado al Sargento 1°.

Una gran desazón se apoderó de mi espíritu y un tremendo senti-


miento de culpabilidad me aplastaba. Esa noche, entre otras cosas, habíamos
estado hablando de su esposa y de sus hijitos. Yo estaba destrozado.

Todos dolidos, dispusimos en un acto de respeto póstumo, tapar el


cadáver con una manta.

Cuatro o cinco horas más tarde comenzaron a asomarse los prime-


ros rayos del sol, pero para calentarme un poco el corazón necesitaba en ese
momento pararme muy cerca de él.

Evidentemente al cadáver le bastaron unos pocos minutos pues sin


salir de la sorpresa vemos que la manta se movía.

Nos arrojamos a destapar los restos y éstos tenían vida. Lo revisa-


mos y no había sangre por ninguna parte.

Procedemos a sacarlo del charco de agua en que se encontraba y


notamos que estaba medio congelado.

Masajes, cachetadas, palabras; sólo nos faltaba darle un beso de


alegría. Lo paramos como un robot sin pilas y lo hacemos caminar un rato
hasta que recobró el aliento y pudo hablar.

El Sarg 1ro había tomado posición en uno de los pozos de zorro


y mientras se encontraba agachado yo le había pisado la espalda. El, tan
sorprendido como yo o mucho más, recibe unos cuantos disparos mientras
quien lo había pisado se caía.

No tuvo dudas. Era un Comando enemigo, pensó el Sarg. 1ro y


cayó de “panza” en el pozo que estaba con agua.

En su “shock” emocional, nos escuchaba conversar en voz baja,

26
pero para él nuestro idioma era inglés, de modo que interpretó que debía
continuar haciéndose el muerto porque estaba el lugar lleno de enemigos.

El tremendo frío que hacía y las 4 ó 5 horas tirado en el agua sin


“mosquearse”, terminó semicongelado.

El arma desconocida que yo había visto, era el fusil FAL de él, al


cual le había colocado un pedazo de trapo tapándole la boca para protegerlo
de la humedad y la lluvia.

Salido de su “shock emocional” debí aguantar una serie de duras y


profundas reflexiones del Sarg 1ro.

27
LAS CONDICIONES METEOROLOGICAS
Y EL TERRENO

Ya en Monte Wall instalamos dos carpas comando y una carpa para


el puesto de socorro.

A los pocos días de estar ahí se desató un tremendo temporal de


viento y lluvia que comenzó a azotarnos durante la noche. Recuerdo que
estaba en el puesto de socorro descansando en un rincón de la carpa y por
acción del viento algunas de las sogas que la sostenían se habían soltado y
flameaban con fuerza una parte de la misma.

Trataba de sostenerla con las manos pero era imposible; la fuerza


del viento me la quitaba. Llegó un momento en que me convencí de que iba
a volarse totalmente y junto con ello, yo y demás cajones de medicamen-
tos. Así que dadas las circunstancias en que me encontraba y no pudiendo
abandonar el lugar en busca de otro más seguro, me coloqué el casco para
protegerme la cabeza si es que me arrastraba el viento y me tiré al suelo,

28
boca arriba, permaneciendo ahí en espera.

Por la mañana siguiente había calmado el viento y de la carpa que-


daban jirones mientras que otras individuales habían sido voladas íntegra-
mente.

Rearmamos el puesto de socorro con lo que quedó de la carpa y


apilamos cajones de medicamentos en el centro a modo de palo maestro, le
apoyamos la lona encima apretándola con grandes pedazos de roca y, por si
fuera poco, le cruzamos algunos alambres por encima para sostenerla mejor,
en caso de nuevos vientos.

A los pocos días un nuevo temporal de lluvia y viento. Esa noche


las posiciones se volvieron a llenar de agua y a la 1 ó 2 de la mañana debajo
de ese pedazo de lona –Puesto de Socorro- éramos 10 ú 11, entre soldados,
suboficiales y oficiales.

El temporal era quizás más fuerte que el anterior y la carpa cada


tanto por la acción del viento, hacía volar alguna de las piedras que estaban
sosteniéndola. En un momento dado, un golpe mayor de viento voltea la pila
de cajones y el más alto cayó sobre la cabeza de un soldado que se encontra-
ba estirado en el suelo tratando de descansar. En medio de la oscuridad y de
un gran “desparramo” de cosas tratábamos de sostener la carpa mientras el
médico, usando las fugaz luz de sucesivos fósforos y tirado entre los cajones,
atendía lo mejor posible al herido, quien había perdido el conocimiento y no
sabía lo que sucedía.

Así permanecimos alrededor de 2 ó 3 horas tratando de que no se


nos volara la carpa. Esa noche la terminamos de pasar haciendo un turno
para cuidar al soldado Parduk –el herido- y sosteniendo la carpa como se
puedo.

Al amanecer trasladamos al herido a Puerto Argentino y allí quedó


internado.

Fue un día más mientras esperábamos el ataque enemigo.

29
II

Recuerdo que de los 15 vehículos que habíamos logrado cruzar


a la isla, en los primeros días que ocupamos la posición en Monte Wall, 7
camiones de carga nos quedaron totalmente enterrados en la turba y durante
el mes que permanecimos en esa posición no pudimos desenterrarlos. En
un momento trajimos un tractor que ni bien subió a la pendiente donde
se encontraban estos vehículos, quedó hundido dentro del turbal. Algunos
fueron incendiados por la acción de las bombas de la aviación enemiga en
sucesivos ataques y el resto alguien los estará usando.

III

Nuestros borceguíes eran muy buenos, pero una vez que la hume-
dad los traspasaba no había solución para andar con los pies secos; por más
media seca que se tuviera, no aguantaban cinco minutos en ese estado una
vez calzado el borceguí, así que para que la humedad y el frío no terminaran
poniéndolo a uno fuera de combate con “pie de trinchera” era necesario
masajearlos diariamente.

Sucedía que si uno se encontraba con los “pies calientes” no podía


calzárselos y en ese caso el remedio era dejar aquellos al aire para que se
enfriaran y en diez o quince minutos ya se podían calzar.

De los detalles observados en el equipo de nuestros enemigos, vi-


mos que usaban una especie de galochas de goma que cumplían la función
de una bota del tipo “media caña” y que sobre el borceguí le evitaba al
combatiente aquel inconveniente.

30
Así que nuestro primer problema fue adaptarnos a ese ambiente
geográfico totalmente desconocido en sus detalles y tan distinto a aquel del
cual procedíamos.

Decir escuetamente que “el terreno y las condiciones meteorológi-


cas eran adversas”, puede significar muy poco para un lector desapercibido.

Estos eran algunos de los primeros síntomas elocuentes de ese sue-


lo que impedía las marchas motorizadas y escurría agua en las posiciones;
de ese viento capaz de volar la carpa más reforzada; de ese frío que conge-
laba y ponía fuera de combate o impedía cocinar; de esa lluvia que bañaba
con persistencia penetrando hasta los huesos.

31
Parte del personal de Cuadros y Soldados que luego de soportar un temporal en
el Puesto de Socorro se disponía a reconstruírlo.

Aspecto del terreno, donde se nota claramente un turbal.

32
ASI ENTRAMOS EN SITUACION

Subt. Mario Héctor Juarez

Llegados al Wall, mi sección recibe la orden de desplazarse nueva-


mente al aeropuerto. Dos morteros de 120mm irían con la Ca “A” y los otros
dos, junto con su Centro Director de Fuego y yo, cruzaríamos por modo
aéreo a la Gran Malvina, con destino a Puerto Howard. Como la oscuridad
nos sorprendió en pleno movimiento, se nos ordenó pasar la noche en inme-
diaciones de la pista para cruzar con las primeras luces del siguiente día.

Aproximadamente a las 05.00 horas del 1ro de mayo, el enemigo


nos brindó un amanecer que fue para nunca olvidar.

Parece que estaba dando cumplimiento a la resolución 502 del


Consejo de Seguridad.

Ni bien pasó el susto inicial y se produjo una pausa, me dirigí con


otros hombres al sector de carpas de la Fuerza Aérea. Fue nuestro primer

33
contacto con la muerte. Varios Soldados yacían sin vida.

Luego de retirar algunos cadáveres regresamos rápidamente hacia


nuestro sector. Los radares de las baterías antiaéreas anunciaban otro ataque.

Dos puntos en el cielo se convirtieron de pronto en dos aviones


Harrier que bombardeaban y ametrallaban. Con afán buscaban la pista.

El soldado Mesa, perteneciente al mortero 4, en el apuro por me-


terse en un pozo y no decidiéndose en cual refugiarse, corría revisándolos,
posiblemente tratando de encontrar el más profundo.

Las explosiones se aproximaban y Mesa con su figura baja y del-


gada, cubierta con un poncho, decidió arrojarse dentro de uno. En realidad,
no sé si habrá sido el más profundo pero puedo asegurar, que era el más
perfumado. Fue el que se usaba como letrina.

Dos aviones enemigos habían sido derribados por nuestros Oer-


likon Bitubos, la pista estaba intacta, la torre de control semidestruida, lo
mismo que otros materiales y galpones y si mal no recuerdo, el saldo de
muertos fue de 8 hombres y algunos heridos.

Nos dispusimos a ocupar un lugar más seguro en espera de nuestro


vuelo y mientras nos desplazábamos nos sentíamos protegidos porque frente
a nosotros se encontraban tres barcos, uno mayor escoltado por dos meno-
res.

Esa sensación nos duró lo mismo que agua vertida en canasta.

Sus potentes cañones comenzaron a disparar sobre el aeropuerto, y


toda la zona.

No habíamos salido del asombro, cuando tuvimos otra sorpresa.

Nuestros gloriosos pilotos se hacen presentes de momento y en un


decidido ataque ponen en retirada a los tres barcos, con el grandote humeando.

34
Instalados en un nuevo lugar, serían las 2 de la tarde cuando muy
contentos veníamos presenciando la caída de un avión alcanzado por la
artillería nuestra.

Ya muy próximo a caer pasó sobre nuestras cabezas y esa alegría se


truncó cuando constatamos que era un mirage de nuestra Fuerza Aérea.

Nuestra Unidad nos hacía ya en la isla Gran Malvina, cuando re-


cibió la orden de que el cruce quedaba sin efecto y nos tenía que reintegrar
nuevamente; el Capitán no nos podía ubicar en el nuevo lugar que ocupába-
mos y yo, continuaba esperando órdenes para el cruce.

Un par de días después fuimos recuperados por el Teniente Martella


y el Capitán que nos buscaban, mientras recolectaban material salvado del
bombardeo.

35
Vista parcial de la Base Aérea Militar Malvinas, luego del bombardeo del 1º de
mayo.

36
¡ALERTA BLANCA!

Subt. Mario Héctor Juarez.

La posición de los morteros 120 mm estaba, como es lógico más a


retaguardia que el resto de las tropas que materializaban la primera línea. De
alguna manera, un tanto aislados, pese a nuestros teléfonos TA 321 PT.

Ese semi asilamiento en que veníamos viviendo nos facilitaba pasar


los días de una manera un poco particular; yo diría con “respeto familiar”. O
lo que sería más simple decir, con camaradería.

De esa “pequeña familia”, yo que era el jefe, velaba por todos


aquellos aspectos que nos eran de interés.

Una forma de alistar a la gente con rapidez y cierta precisión, fue la


de indicar distintas actitudes del enemigo con alertas de colores diferentes.

“Alerta roja”, significaba ataque aéreo. “Alerta negra”, significaba

37
desembarco de comandos enemigos.

Y así existían otras alertas, y a las que se les agregaba la dirección


de donde provenían “Alerta roja del norte” y todo el mundo sabía de donde
aparecería el enemigo y podía esperarlo con sus armas.

El grupo de rocas que protegía la posición de los morteros era un


privilegio en la zona donde nos encontrábamos y un buen reparo contra los
fuertes vientos que combinados con el frío y la lluvia, cada tanto dificultaban
poder cocinar.

En mi situación de jefe de “familia” ante algún inconveniente de orden cu-


linario ponía en ejecución un controlado plan de emergencia, que había
bautizado con el nombre de “alerta blanca”, y que era un color no empleado
operacionalmente.

Una mañana alguien en la posición grita “alerta blanca del S”. En los alre-
dedores la gente corría a tomar posición, colocándose su casco y esperando
al enemigo.

Evidentemente el grito había sido muy potente, y el que no lo oyó fue igual-
mente imitando la actitud preventiva que veía, de manera que casi toda la
posición quedó alertada por unos momentos.

Luego de 5 ó 10 minutos de espera en esa situación, la gente se comenzó a


preguntar por el significado, pero evidentemente nadie lo ubicaba.

Tuve que explicar que eran tres o cuatro ovejas que habían aparecido y que
solamente se alertaba al “grupo rescate” para que les “echaran el guante”

38
LOS PROBLEMAS DEL TRANSPORTE

“En la guerra, muy a menudo los factores administrativos deben tratarse


como factores tácticos y, de inmediato cobran vida”.

Teniente General Sir Francis Tuker

Treinta toneladas de munición quedaron en Río Gallegos sin poder


ser cruzadas a Malvinas debido al bloqueo. De la transportada perdimos
gran parte en el bombardeo del primero de mayo.

En Puerto Argentino nos abastecimos nuevamente de munición. Esta


era movida hasta el pie del monte en camión, pero desde ahí hasta las posicio-
nes propiamente, había que llevarla a lomo, pero a lomo del personal.

Es oportuno recordar algunos datos relacionados con el peso de la


carga, como por ejemplo:

39
Para un día de combate hacían falta 160 proyectiles para mortero de
120 milímetros, que equivalen a 1.345 kilogramos, aproximadamente; de mor-
teros de 81 milímetros, 334 proyectiles, que equivalen a 1.815 kilogramos.

También para cañón sin retroceso de 105 milímetros, hacían falta


108 proyectiles, que pesan 612.8 kilogramos, aproximadamente. Para FAL,
FAP y MAG, 50.000 proyectiles, que pesan 1.426 kg, aproximadamente.

Si consideramos que un hombre ingiere normalmente 2.200 kilogra-


mos de alimentos por día, para 600 hombres se necesitan 1.320 kilogramos.

Como el peso de los cajones de munición para mortero y cañones


es excesivo para que lo transporte una sola persona y demasiado incómodo
para que lo hicieran dos, debido a su sistema de manijas, optamos por rom-
per los cajones y subir los proyectiles sueltos. De paso, y como una extra,
subíamos la madera para hacer fuego en la cocina.

Quiere decir, que si sumamos las distintas clases de efectos necesa-


rios para un día de combate, transformados en bultos en condiciones de ser
transportados, resulta:

40
Si pensamos que como mínimo entramos en combate con unos tres
días de abastecimiento, tenemos un total estimativo de 1.989 bultos, para lo
que eran necesarios 1.062 viajes, a fin de subirlos hasta la posición.

Y si en esta realidad objetiva contemplamos que un hombre, en las


condiciones climáticas imperantes –frío intenso, fuerte viento y llovizna casi
permanente- se veía obligado a estar cargado de ropa, con una capa coloca-
da y, desde luego, con su correaje; que el movimiento se realizaba sobre un
terreno completamente irregular, esponjoso, con agua, rocoso y resbaladizo
y subiendo el monte de 700 o más metros de altura, en una pendiente de
unos 3.000 metros, se entenderá tranquilamente que por día cada hombre
podía realizar dos viajes y excepcionalmente, tres.

Un sólo hombre, realizando dos viajes por día, precisaría 531 días
de trabajo para subir los 1.989 bultos en 1.062 viajes. Teniendo en cuenta
la situación táctica existente, podía disponerse de un promedio de 50 hom-
bres, diariamente. Sin la acción directa del enemigo sobre la posición se
precisaban 10.9 días de trabajo para subir la carga necesaria para tres días
de combate.

En el planteo de este problema no hay que olvidarse otras toneladas


de cargas, que no se detallan aquí para no saturar de cálculos matemáticos
este relato, como por ejemplo, las mismas armas, la Munición para ametra-
lladoras 12.7 milímetros, el agua potable, etc, y si bien diariamente no se
consumía la munición, debíamos asegurarnos más de tres días de abasteci-
miento; además todos los días se comía.

Lo concreto es que habiendo comenzado a ocupar el Monte Wall


el 28 de abril, hasta el día 30 de mayo, en que nos replegamos al Monte
Harriet, se estuvieron subiendo bultos y sin haber aún terminado totalmente,
hubo que bajarlos, al cambiar de posición la Unidad.

En esta oportunidad, la diferencia fue que se debió trabajar desde


los primeros momentos bajo la acción de los fuegos de la aviación enemiga
y especialmente de la artillería de campaña y naval, hasta que la posición
cayó en poder enemigo el 12 de junio.

41
Desde el primer día hasta el último, en forma permanente, se estu-
vo transportando carga, sin haber terminado de subirla en ninguna de las dos
posiciones.

Esto era verdaderamente todo un problema, a lo que se sumaba que


el hombre no lograba recuperarse físicamente en la posición que ocupaba,
pues las condiciones climáticas y de suelo no eran en lo más mínimo ade-
cuadas para ello.

Cuadros y Tropa trabajaban día y noche transportando carga a


hombro hasta la altura, bajo el fuego de los cañones enemigos.

Tanto era el cansancio, que la gente cuando oía el estampido de


boca de la artillería enemiga, simplemente trataba de ubicar si el silbido de
los proyectiles indicaba que estos venían hacia el lugar donde uno se encon-
traba o hacia otro.

Ya se tenía el oído agudizado para hacer esta estimación. Se es-


cuchaba el silbido, y si se apreciaba que no venía hacia donde uno se en-
contraba, se continuaba caminando mientras las explosiones se sucedían
peligrosamente en la zona cercana a uno.

Esto se debía no solamente a un acto de valor sino también a un


cansancio extremo que hacía que se perdiera un poco el sentido de conser-
vación de la propia vida.

Pero no teníamos otra forma de subir el material, más que a


hombro.

Tratando de facilitar esa actividad aprecié que la solución más ade-


cuada, en las circunstancias en que nos encontrábamos y con los medios
que había visto y que se podía llegar a disponer, era lograr algunos caballos;
por supuesto que había que lograrlos de los muy pocos que los Kelpers te-
nían y que a su vez usaban para trabajar. Solicité seis por el canal corres-
pondiente; creo que pensaron que estaba delirando. Había “todo un trámite”
para poder obtenerlos con la autorización respectiva puesto que no se podía

42
ir y tomarlos por propia iniciativa.

Recuerdo que el Padre Fernández tenía de la gobernación una au-


torización para requisar dos caballos que serían utilizados para las visitas
que los Capellanes hacían a las posiciones de primera línea. Y en conoci-
miento de nuestro problema me la cedió, pero con autorización y todo ya no
pude conseguirlos y continuamos llevando nuestra carga a “lomo”.

He deseado narrar esto por considerar que las exteriorizaciones del


valor, del heroísmo, también tienen facetas silenciosas y que no todas son
“estruendosas” o “espectaculares”; algunas se acuñan minuto a minuto, sin
desmayos, sin pausas, con “sudor” con voluntad, con un permanente arrojo
y desprendimiento de la propia vida y que ante el trance de ser herido o de
sucumbir en el cumplimiento del deber, en casos de extrema gravedad, don-
de la resistencia es, objetivamente, la única posibilidad que resta de oponer-
se al enemigo, en esa situación es donde la fortaleza muestra su verdadera
esencia.

Si uno no es perfecto, se necesita más ánimo para caminar hacia la


perfección, que para ser en un momento mártires.

43
Contenedor usado como polvorín. Un amanecer poco común por la sensación
de paz que se refleja en el paisaje.

44
GUERRA ELECTRONICA

Subt. Edgardo Duarte

“Si en el mundo no vale más que la fuerza, resulta indispensable


ser fuertes; si hay otra cosa, si como nosotros pensamos hay algo mejor, y
mucho mejor, es aún más necesario ser fuerte para salvar o desarrollar esos
verdaderos bienes”

Charles Maurras

Tiempo antes de ir a Malvinas había realizado un curso de manejo


de Radar Rassit, cuyo empleo principal es de vigilancia del campo de com-
bate y tiene un alcance de 30 Km., detectando cualquier movimiento dentro
de la zona que barre con la pantalla.

45
Esa noche del 22 al 23 de mayo me encontraba en el Puesto de Co-
mando con el Cbo 1ro Gacitúa y el Tte 1ro D’Aloia operando el radar cuan-
do la pantalla acusa la presencia de un barco; mientras sacábamos el rumbo
y la distancia al mismo, la pantalla se llena de “bastoncitos” de aproxima-
damente, un centímetro de largo y no fue posible volver a localizarlo en
ninguna otra frecuencia.

Evidentemente estábamos interferidos.

Apagamos el equipo unos minutos e insistimos luego, pero todo


continuaba igual. Dentro de nuestras deducciones de lo que sucedía, temía-
mos por ser blancos de los famosos misiles antirradares, motivo por el cual
continuamos durante la noche prendiéndolo por cortos y espaciados perío-
dos de tiempo.

Éramos víctimas de la guerra electrónica enemiga.

Recuerdo que más de una vez localizamos desembarcos y nos en-


teramos de que el enemigo simulaba en las pantallas de nuestros radares
falsos desembarcos en distintos lugares de la costa.

Esto parecía un poco la fábula del lobo y las ovejas,:¡ viene el


lobo!... ¡viene el lobo! Pero éste no aparecía.

Después de varias veces las ovejas ya no se preocuparon tanto y al


final el lobo vino.

Supongo que todos estos sistemas sofisticados así como son de


efectivos deben ser tremendamente costosos, porque en pleno siglo veinte,
donde el avance tecnológico es arrollador, lo que hoy es nuevo, mañana
deja de serlo, y un ejército se ve en la permanente necesidad de actualizar
su tecnología de guerra como una de las condiciones del éxito.

46
REFLEJOS DE LA MORAL

En cualquier actividad humana es un aspecto importante el estado


moral, que en definitiva es el motor del hombre. Más aún lo es en un con-
junto de hombres empeñados en una misma actividad, pues conociendo las
diferencias propias de cada uno, hay que unir esfuerzos es pos de lo que es
común, y cada persona que tiene responsabilidad de mando pone en juego
sus aptitudes de superior.

Y en esto de mantener y acrecentar el estado moral de un conjunto


de hombres empeñados en la guerra he observado algunos aspectos de deta-
lle que entiendo tienen su gravitación.

Algunos hombres habían llevado consigo una pequeña radio por-


tátil que usaban para mantenerse informados de todo lo que supuestamente
acontecía en esa guerra y sufrían el impacto de informaciones que los “in-
flaba” o los “desinflaba”, los ponía más eufóricos o menos eufóricos. Estos
estados anímicos se traducían directamente en una disposición espiritual de-
terminada que se materializaba en una mayor o menor eficacia en la tarea
que a cada uno le correspondía cumplir.

47
A tal punto influía la información radial, que en la situación de
incertidumbre en que vivíamos se generaba en algunos espíritus una especie
de “dependencia” de la información escuchada, y que era difícil de contra-
rrestar

Todas las noticias sobre las negociaciones diplomáticas conocidas


directamente sin un “previo filtro” hacían cifrar parte de las esperanzas de
la guerra en la diplomacia y no en el cada vez más inminente empleo de las
armas, atentando contra un estado moral sólido y dispuesto al sacrificio y la
muerte.

En este sentido sucedía lo mismo con aquellas expresiones y co-


mentarios que algunos hacían, tanto más graves si era un superior. Especial-
mente los Soldados, eran muy receptivos a ello.

Conversábamos seguido con los Cuadros y Soldados de la Compa-


ñía Servicios sobre esos momentos históricos que Dios nos permitía vivir, y
de los cuales éramos pequeños protagonistas de esa “Historia Grande” de la
Patria, que en definitiva era lo que sucedía y así había que asumirlo. Era el
remedio más eficaz.

II

Una noche organizamos un buen “guiso carrero” donde el Sarg 1ro


Reyes, el Sarg Stchanz y el noble Sarg Ay Galarza ponían sus mejores oficios
en la preparación. Cenábamos todos los miembros de la Plana Mayor y al-
gunos Suboficiales. Tratábamos de emplear cualquier oportunidad para que
el espíritu de cuerpo reinara por sobre cualquier diferencia y el estado moral
de quienes teníamos la responsabilidad primaria de mantenerlo en nuestros
subalternos se mantuviera y se incrementara, de ser posible.

48
Apuntando a ellos es que esa noche ofrecí como postre a los in-
vitados, un improvisado mástil de alambre con un trapo blanco colgando,
que colocado en el centro de todos y bajo la luz penumbrosa de unas velas,
presenciamos en silencio mientras se quemaba.

Es obvio el espíritu que a través de ese simple acto estábamos vi-


viendo.

III

La noche del “guiso carrero” el Cap López Paterson había traído


una bandera que entre sus pertenencias lo acompañaba en la campaña, y
que enmarcó nuestra reunión.

Al siguiente día, por la mañana, con la presencia de un grupo de


soldados, Suboficiales y Oficiales, con toda la solemnidad que nos era posi-
ble y usando un trípode de sostén de suero, como mástil, enarbolamos por
primera vez nuestro distintivo de Patria, que cargaba con el corazón de todos
los que nos acompañaban desde el continente.

Día a día la situación nos mostraba su gravedad y como “marinero


en medio del temporal” íbamos sintiendo que nuestras vidas estaban en ma-
nos de Dios y no nos frenaba el “respeto humano” para exteriorizar nuestra
Fe y Esperanza en El.

En un acto totalmente viril y que en nada mellaba nuestra disposi-


ción al combate, por el contrario, nos retemplaba la convicción de que no
existen sacrificios ni héroes anónimos ante el Señor, depositamos en una bol-
sita de polietileno unos de los 13.000 rosarios que los Capellanes distribuye-
ron, y luego de manifestar nuestros deseos de que el Manto de la Santísima
Virgen protegiera a los hombres del Regimiento que ocupaba la posición, lo
enterramos al pie de la bandera.

49
Posiblemente el transcurso del tiempo atente contra las expresiones
más genuinas del alma, especialmente cuando las circunstancias exteriores
cambian; pisando tierra firme, es fácil olvidar las promesas hechas en medio
de la tormenta.

Aún hoy sigo pensando que ese pequeño gesto más allá de las cir-
cunstancias y el tiempo, se entronca con el sentir Católico y Mariano que
vio nacer a nuestro Ejército y en consecuencia a nuestra Patria, señalándole
el camino de la grandeza.

“La generación revolucionaria nos dejó para desarrollar un em-


brión de nacionalidad, y sólo el patriotismo completa lo que el patriotismo
cría”, en el decir de José Manuel Estrada.

50
Preparación del Guiso Carrero. Sobre la mesa un pedazo de cordero y debajo,
una morocha.

Primer enarbolamiento de la bandera en el Mte Wall e impetración a la


Santísima Virgen, luego de enterrar el Santo Rosario, al pie de la enseña patria.

51
Foto tomada en el Mte Wall, luego de finalizada una de las varias misas de cam-
paña celebradas por el Reverendo Padre PICCIN ALLI, en las posiciones de primera línea.

52
EMBOSCADA FRUSTRADA

Cabo Nicolás Albornoz

“La obediencia es el principio de toda sabiduría y prudencia”


Hegel

Había recibido la orden de ir en busca de leña con el Encargado de


la Compañía “C”, Pr Rodríguez y dos soldados.

Nos habíamos dirigido hacia el mar, recorriendo los alambrados.


Toda la zona era pelada de árboles y no había mucho para elegir. Cuando
teníamos algo de leña aparcada, el Principal me avisa que se adelantaba para
cazar unos patos.

53
Yo dejé a los dos soldados con la poca leña juntada y continué
buscando un poco más. Me había alejado unos 200 mts; desde el lugar que
ocupaba en el terreno divisaba con facilidad a los dos soldados, que ya se
habían desplazado, uno del otro, unos 100 metros, e intentaban aplicar una
técnica de emboscada a unas ovejas, esperando que éstas entraran dentro de
la trampa.

Uno de ellos les abrió el fuego y los animales disparando comenza-


ron a cruzar por el espacio dejado entre ambos, de modo que los cazadores
se disparaban uno al otro.

Absorto los observaba y de inmediato reaccioné con cierta deses-


peración, gritando a todo pulmón para que hicieran alto el fuego.

Una técnica de combate bien empleada pudo hacernos comer pu-


chero de oveja; mal empleada pudo producirnos dos muertos.

54
UN OASIS DE COMBUSTIBLE EN LA SOLEDAD

“Los necios dicen que aprenden a fuerza de experiencia; yo prefie-
ro aprovechar la experiencia de los demás”

Capitán B. H. Liddelhart

Por lo que pude observar en la Isla, de todos los vehículos cruza-


dos, los nuestros formaban una verdadera “flota”: 4 Jeep Mercedes Benz y 11
camiones, discriminados en 7 Unimong 416 y 4 Unimog 421.

Todo era interesante por el momento y vislumbrábamos un rápido


transporte de la carga hasta las mismas posiciones, lo que sería beneficioso
para todos.
Pero el problema que enfrentamos a poco andar, fue el del abastecimiento
de combustible.

55
El transporte por avión se lo había hecho con los tanques vacíos,
como medida de seguridad; el número de vehículos y la distancia a nues-
tra posición, la más alejada por camino transitable, atentaban directamente
contra la escasez de combustible.

Con un temperamento similar al empleado con los víveres, se lo


racionó prudentemente.

En la situación presente era lo más lógico. El bloqueo inglés no per-


mitía el libre acceso del transporte proveniente del continente y se contaba
concretamente con el combustible existente en el lugar, de modo que sin
poder adivinar si nuestra defensa duraría un mes o un año, no quedaba otra
solución más adecuada.

Recuerdo que en los desplazamientos que con frecuencia hacía a


Puerto Argentino debía cruzar por una cantera donde se encontraba un ve-
tusto acoplado tanque, que permanecía semi volcado, según las apariencias,
abandonado hacía mucho tiempo.

Muy pronto la necesidad de ese precioso líquido llamó con insis-


tencia a la puerta logística, pero “doña solución” no contestaba.

El único medio de comunicación directo que nos ligaba a través de


los 25 Km que nos separaban del Puesto de Comando de la Brigada, era una
radio MEL montada en uno de los Jeep.

Con el Capitán Frizóli controlamos el consumo de nafta que se


producía en el día, haciendo funcionar exclusivamente el motor para que se
recargara la batería del vehículo, que a su vez era la fuente de alimentación
de la radio y más el mínimo consumo del grupo electrógeno de nuestro radar
y arrojaron un resultado de 10 litros por día.

En el lugar de distribución expliqué el problema, pero eso de que


“la necesidad tiene cara de hereje” venía “cobrando cuerpo” y como excep-
ción obtuve un crédito de 15 litros cada 3 días. Debía solucionar, si o si, un

56
déficit de 15 litros por cada provisión.

A partir de ese momento, todo lo que tuviera olor a combustible o


aspecto de contenerlo, comenzó a ser mirado con mayor curiosidad.

La necesidad de solución del problema motivó que me detuviera a


inspeccionar ese vetusto tanque y con alegre asombro contemplé su conte-
nido.

Como a una vaca lechera, le extrajimos 2.000 litros de Gas Oil, lue-
go que el ingenio de nuestros mecánicos hizo funcionar una descompuesta
bomba expelente que se encontraba como parte el tanque.

Con ello solucionamos el 70% de nuestro problema; el 30% res-


tante era vital, de manera que obtener la continuidad de su solución fue más
complicado, pero la radio y el radar funcionaron hasta el último minuto.

Fue un inconveniente logístico que nos demandó atención conti-


nua y tiempo.

57
SORPRESA

Cbo Eduardo Ortiz

Deseo narrar algo que me sucedió mientras estábamos en Malvinas


y que si bien no es un hecho propiamente de combate, es parte de la guerra
que me tocó vivir a mi y sobre cuyo tema los periódicos han hablado bastan-
te.

Cuando llegue a Puerto Argentino me agradó el aspecto general


de la ciudad, con sus casitas pintadas y su ubicación en una pendiente que
termina en una lengua de mar.

En ningún momento tuve contacto con los habitantes, pero me los


había figurado desde un principio como compatriotas, más aún en ese mo-
mento en que nos hacíamos cargo de lo que desde antaño nos pertenecía por
derecho.

Con el correr de los días y con todos los comentarios que fui escu-

58
chando parecía que no todos los Kelpers sentían agradecimiento por vivir en
nuestro suelo.

Corría el mes de mayo y ya teníamos conciencia del avance del


enemigo y de sus ataques al lugar; yo tenía la orden de controlar a todas las
personas que pasaran por el único camino que partiendo de la ciudad se
dirige hacia Fitz Roy.

En esa tarea me encontraba con seis soldados. Uno de esos días


detuvimos a un Land Rover, que son los vehículos más aptos para el lugar y
que se usan en las islas.

En el mismo viajaban dos matrimonios y 5 chicos, me entregan sus


documentos y con sorpresa compruebo que estos niños nacidos en MALVI-
NAS, no solo tenían sus nombres en castellano sino que además se encon-
traban anotados en la ciudad de Comodoro Rivadavia, no obstante tener su
apellido inglés.

No domino el inglés pero creo que con mis ojos les manifesté todo
lo que sentía en aquel momento y que ellos lo recibieron.

Éramos 12 argentinos y 4 kelpers adultos que debí entender cono-


cían la justicia de nuestra causa.

59
MUERTOS POR HAMBRE

“Soldados: estáis desnudos y mal alimentados; mucho se nos debe


y nada se nos puede pagar…; vengo a conduciros a las más fértiles llanuras
de la tierra. Ricas provincias y populosas ciudades estarán en nuestro poder
para darnos riqueza, honor y gloria.
…¿Os faltará el denuedo?”.

Napoleón Buonaparte

He mencionado en otros relatos que nuestra unidad tuvo suerte en


cruzar, antes de que se interrumpiera el puente aéreo, víveres para racionar
20 días y leña para una semana.

Creo oportuno recordar que, pese al bloqueo, el puente aéreo con


graves dificultades continuó, merced a la pericia y valor de nuestros cama-
radas –los pilotos- aunque no con la frecuencia inicial; pero de todos los
víveres que nos quedaron en Río Gallegos, no recibimos ninguno más.

60
Periódicamente nos entregaba el Centro de Operaciones Logísticas
víveres para 3 ó 4 días, de modo que nuestras reservas las manteníamos y
cuando era oportuno reforzábamos el menú.

Pero todo no era así de simple. El cocinero a medio día, aunque lo


deseara, más de una vez no podía darse el gusto de hacer sonar el triangulo
para que los comensales nos sentáramos a la mesa.

Uno de los inconvenientes era el intenso frío, el fuerte viento y la


casi continua lluvia.

La olla de la cocina se calentaba en la parte inferior y permanecía


totalmente fría en su parte superior, de modo que las 2hs y 30 minutos que
se tardaba para preparar un chocolate –que sí lo tomamos- se convertían, la
más de las veces, en 5 horas y en algunas oportunidades se debió desistir
de cocinar ante la crudeza de las circunstancias climáticas nombradas, e
improvisar cualquier cosa.

Otro problema que se nos presentó fue la escasez de leña. Las 5


toneladas que cruzamos se fueron acabando. Recuerdo haber salido perso-
nalmente en reconocimiento para ubicar leña. ¡Iluso de mi!

Pese a todo encontré a unos 30 Km algo de ella y el Subteniente


Torán salía a primera hora y al oscurecer regresaba con algunas maderas. La
demora se debía a que había que avanzar con el vehículo sorteando rocas y
a la velocidad de un hombre a pie.

Los alambrados que los Kelpers tienen en nuestros campos son sos-
tenidos por postes de chapa, lo que da una idea de la “facilidad” para con-
seguir leña. Las varillas que separan los alambres, son de madera y desde ya
que las usamos. Pero había que juntar los de media isla para hacer un mate
cocido, de modo que el problema subsistía.

Sin entrar en más detalles, sintetizo diciendo que toda madera que
existía en nuestras inmediaciones fue usada.

61
Recuerdo que en esos días previos a la partida, con el Capitán Sifón
diseñamos un dispositivo simple y manuable para sostener y calentar las
ollas y que funcionaba a gas natural. El mismo fue construido por la gente de
talleres del FCGU. Lamentablemente quedó con la carga en Río Gallegos.

Cuando las condiciones climáticas eran críticas o el abastecimiento


de leña no satisfacía, optábamos por preparar un “plato fuerte” y abundante
y por la noche, un arroz con leche o un chocolate bien caliente que nos
permitiera pasarla con algo templado en nuestros estómagos.

Después de algún tiempo se nos abasteció de Gelacóm –alcohol


sólido- que suplía en parte la leña, pero continuábamos sin controlar las
condiciones climáticas.

Algunos decían que usáramos turba, que es el elemento combus-


tible que cortado en panes de 20 cm por 20 cm, los moradores utilizan
(además del gas envasado que le mandábamos en tubos); lo único que estos
trozos de turba necesitan un buen tiempo para que se sequen. No era cues-
tión de sacarlo y prenderlo porque no funcionaba.

Frente a la situación del bloqueo y las dificultades que ello re-


presentaba en el abastecimiento de víveres, agravado con el transcurso del
tiempo y pese a tener reservas, pensé y propuse una medida elemental de
economía familiar.

Sin que nadie muriera de inanición, racionar nuestros víveres. En


este sentido el médico intervino para contemplar lo referido a necesidades
de calorías y demás aspectos para mantener la aptitud combativa del hom-
bre.

Este racionamiento de víveres, existiendo los mismos, sólo tiene un


enfoque y que es sumamente elemental. Fuimos a tomar posesión de lo que
nos pertenece y estábamos dispuestos a quedarnos hasta que nos sacaran
por la fuerza –como al fin fue- o se solucionara por otra vía, pero nadie sabía
cuánto tiempo demandaría esto, así que frente a esta realidad objetiva había

62
que actuar.
Cuando el enemigo ocupó los montes que enfrentaban nuestras
posiciones, la situación se agravó aún más.

El hacer humo delataba la ubicación con facilidad y hubo que re-


plegar el rancho unos 1.500 mts a retaguardia, que pese a estar bajo el fuego
de la artillería enemiga continuaba su tarea.

El racionamiento en las cocinas rodantes llegaba hasta el pie del


monte y por el único camino que existía hasta el lugar. El enemigo tenía
perfectamente calculada las distancias para el tiro de sus cañones y era su-
ficiente que se asomara el camión con la cocina a remolque para que los
ingleses practicaran tiro al blanco, con el agravante de que era imposible
hacer maniobras raras sobre ese suelo arcilloso, que gracias a las continuas
lluvias era una hermosa pista de patinaje.

A esto se sumaba que desde las posiciones había que descender en


busca del alimento.

- ¿Que hacía en ese momento el enemigo?.

Lanzaba toneladas de proyectiles de artillería y el que lograba su-


bir con un cilindro lleno de comida, sin haber perdido la tapa o la mitad
del contenido, era merecedor de un “Sapucay”. Normalmente alguno salía
herido de esta actividad. Debido a lo riesgoso de esta tarea, en las primeras
posiciones, los rancheros eran voluntarios.

Tratando de disminuir las oportunidades en que la gente se exponía


en esto de bajar y subir un par de veces por día, conseguimos que se nos
abasteciera con raciones de combate, que muy bien compuestas y con calor
patriótico leíamos que eran armadas por voluntarios en la Sociedad Rural de
la Capital Federal.

Proveyendo 2 ó 3 por hombre, los rancheros no necesitaban mo-


verse tantas veces en busca de alimentos. Pero había que subir en varios

63
viajes esos 2 ó 3 días por hombre.
Seguramente el enemigo cuando ocupó nuestras posiciones se en-
contró con alimentos o restos de ellos, porque incendiábamos todo lo que
podíamos cuando la posición caía.

Si bien, en lo que a mi respecta pasé de nuestros guisos a los po-


rotos con azúcar inglesa por el término de un mes, al llegar había perdido
15 kilos y lo real y separado de toda fantasía, es que no comíamos como en
casa, pero nadie debió ser internado o enterrado como consecuencia de este
régimen alimenticio, en nuestra Unidad.

64
EL VALOR DE UNA CARTA

Había transcurrido un mes desde nuestra llegada a esa porción de


nuestro suelo y no lográbamos recibir una sola carta desde el continente. Era
una verdadera necesidad que sentíamos; si tuviera que colocarla en orden de
prioridad, luego de la munición y la ración de combate (víveres), muy lejos
de cualquier otra, se encontraba la correspondencia.

Para paliar en algo esa espera comencé a llevar para los Cuadros y
Tropa, correspondencia que llegaba por cantidades dirigida a cualquiera de
los que pisábamos ese suelo y como un signo de respeto y reconocimiento a
esa gran retaguardia que nos apoyaba y que era toda o casi toda la Nación,
ordené que cada uno que abriera una de esas cartas debía asumir el compro-
miso de contestarla, para lo cual llevaba todo el papel que en el correo y en
la Policía Militar me conseguían.

65
Recuerdo haber contestado varias de esas cartas. Era todo un com-
promiso que sentía por semejante gesto, era reconocerles a los demás, que
cada uno peleaba desde su puesto en esta guerra, ya que todo el conjunto era
necesario. Perdíamos o ganábamos todos los argentinos, no sólo una parte.

Además me emocionaba el pensar que en mis 33 años de vida era


la primera vez que, desde mi punto de vista, la Nación se ponía de pie en un
gesto hidalgo, de orgullo nacional, reencontrándose con las grandes gestas
que han hecho de este suelo una Nación libre y soberana.

Se había sacudido la dormida conciencia nacional logrando elevar-


se por sobre el interés particular, el Bien Común. Era la Patria Grande en pie,
era un pueblo que demostraba estar en condiciones de conmoverse ante las
grandes causas y que dirigido por Señores se eleva al señorío o se envilecía
dirigido por corruptos.

Varios fueron los trámites que hice con el Señor Caballero, Jefe de
nuestro correo en Malvinas, hasta que, con sus buenos oficios, logramos
recibir la primer saca.

Lo que hoy puede significar una exageración, no lo era en aquellas


circunstancias; habiendo recibido correspondencia uno podía pasar el día sin
preocuparse por racionar y lleno de felicidad. Normalmente una carta termina-
ba siendo leída en voz alta entre aquellos con los que se ocupaba una posición.

Lo primero que recibí fue un telegrama que aún conservo, y que


llegó sin firma; decía” “Fuerza Cruzado – Viva la Patria”. Por supuesto que
experimenté esa sensación de la que he hablado, incrementada por eso de
“Cruzado”, que en mi formación tiene todo el sentido de una definición de
estilo de vida.

De regreso al continente, comentando en una reunión de familia esta


circunstancia, un familiar aclaró ser el autor, pero acotó que el texto no era
exactamente el recibido sino que había sido “Fuerza cuñado - Viva la Patria”.

Lo cierto es que su efecto positivo lo había tenido en su momento.

66
SOBRESALTOS A DIANA

Sarg. Ay. Mario Ponce

“Al que hace lo que puede, no le faltará la ayuda de Dios; pero


nadie puede quejarse de no experimentarla si ni siquiera hace lo que puede.
A Dios rogando y con el mazo dando”.

R. P. Antonio Rojo Marín, O.P.

Diariamente, cuando comenzaba a aclarar, debía presentarle todo


el personal al Logístico. Una parte quedaba como seguridad y la otra ejecu-
taba las tareas ordenadas.

Para esta presentación debía armarme de paciencia hasta que lo-


graba que el Sarg 1ro García coordinara sus neuronas y se pusiera en movi-
miento.

Una de esas insufribles mañanas varias bombas explotaron en las

67
proximidades. La aviación enemiga atacaba a la compañía helitransportada
que se encontraba a unos 700 metros del lugar.

García encontró la mejor terapia para su pereza.

Sin que me diera cuenta cómo, estaba tirado cuerpo a tierra a mi


costado, totalmente equipado.

Eran las primeras explosiones que sentíamos de cerca desde que


habíamos llegado.

Al siguiente día se repitió el bombardeo, lo que le afianzó más la


buena costumbre de estar temprano en pie.

En los días sucesivos, el enemigo, seguramente enterado de los pro-


blemas que me causaba el Sargento 1ro, sobrevoló nuestra zona y como los
perros de Pavlov, aquel respondía.

Por su perseverancia y puntualidad bautizamos como “el lechero”


al avión que pasaba diariamente al amanecer sobre nuestro monte anuncian-
do un inmediato bombardeo.

68
LA POSICION RENGA

Inicialmente el Mte Wall lo habíamos ocupado dando frente hacia


el mar. Esto de ocupar la posición con un frente determinado significa, entre
otras cosas, la ejecución concreta de posiciones, de obras de fortificación, de
preparación del terreno en esa dirección.

El enemigo había logrado su cabeza de playa en Bahía San Carlos,


de modo que una de las órdenes, frente a esta variante de la situación fue
girar nuestro frente 90 grados a la derecha y es así que quedamos con el Mte
Chalenger inmediatamente a nuestro frente y el Mte Kent a nuestra derecha
y un poco más adelante. Ambos montes son los más dominantes de la zona.

La sección del Subteniente Llambías ocupaba la cresta del Chalen-


ger, como avanzada de combate de la Unidad.

En el valle que se forma entre el Kent y las alturas de más a la derecha


se encontraba una compañía del histórico Regimiento 12 de Infantería, con los
helicópteros necesarios como para ser transportada a cualquier punto de las
Islas a operar. Era el medio de movilidad adecuado para ese tipo de terreno.

69
Un confuso despertar nos sorprendió una mañana; 3 ó 4 aviones
Sea Harrier ingleses volaban en círculo en el Mte Kent mientras bombardea-
ban y ametrallaban a esa reserva helitransportada. Las columnas de humo
comenzaron inmediatamente.

Hasta este momento no habíamos podido abrir el fuego y estába-


mos deseosos de hacerlo, el Tte 1ro D’Aloia saltó a ocupar la posición de
una ametralladora 12.7 mm e intentaba disparar pero se lo impedía un gru-
po de hombres que se habían puesto de pie y observaban, ubicados en la
dirección de fuego. Aquel profería “algunos términos” a todo pulmón pero
evidentemente no eran oídos por los 400 mts que lo separaban y por la ac-
ción del viento.

Llambías tiraba con todas sus ametralladoras, lo mismo que la gen-


te de la Compañía de Servicios que controlaba la pendiente descendente que
se enfrentaba con el Kent. El mecánico Armero aprovechaba para probar una
de las ametralladoras que tenía en reparación.

La mayoría de los Jefes y Oficiales y algunos de los Suboficiales te-


níamos como arma de guerra, una pistola o una pistola ametralladora 9mm,
ambas armas de corto alcance y de uso, sobre todo, para defensa personal.

Tomé el primer FAL que encontré y salí corriendo en dirección al


Kent para abrir fuego desde las posiciones de la Compañía de Servicios.

Sabíamos que había que tratar de hacer una cortina de fuego unos
100 mts adelante, en la dirección de avance del avión; cuando esto se ejecu-
taba uno fue tocado y comenzó a echar humo. Todos se batieron en retirada.

Lo concreto de lo sucedido fue que se había perdido la posibilidad


de empleo de esa reserva helitransportada. El enemigo había asestado un
golpe certero, le había cortado un poco los pies a la posición de defensa, y
ya no sería fácil llegar con prontitud a lugares donde el enemigo operara.

Creo que todos o casi todos los Cuadros nos dábamos cuenta de

70
la importancia de lo sucedido y evitábamos demostrarlo para que ello no
influyera negativamente en el espíritu de nuestra tropa.

El posterior desarrollo de las operaciones nos confirmaron más lo


lamentable de aquella pérdida.

Lo que no sabía era si los ingleses habían ubicado el lugar de nues-


tros helicópteros por sus medios o por los satélites de algún aliado.

71
Ametralladora 12,7 en posición en el Mte Wall emplazada en dirección del mar.
Al pie del monte, y a unos 2000 metros, se distingue el camino que llegaba
hasta el lugar y un contenedor enmascarado.

72
UN DIA DE DESCANSO EN PUERTO ARGENTINO

Subt Lautaro José Jimenez Córbalán.

“Tradición quiere decir transmisión. La verdadera tradición es críti-


ca, y a falta de aquellas distinciones, el pasado no sirve ya para nada si sus
éxitos cesan de ser ejemplos y sus fracasos lecciones”

Charles Mauras

Luego de casi un mes tuvimos la oportunidad de bañarnos, primero


lo hizo una parte de la sección que el día anterior fue acompañada del Jefe

73
del Grupo Apoyo, Sarg Solís, y después, el día 17 de mayo tuve la suerte de
hacerlo yo.

Me fui a la mañana con el camión que hacía el recorrido desde


nuestras posiciones, en Mte Harriet y el Puerto, transportando municiones
y víveres, entre otras cosas; después de estar todo el tiempo en aquel lugar,
cuando llegué al Puerto me pareció algo ilusorio y muy significativo, debido
a que llegar al único centro poblado era como abarcar con la presencia física
de uno, toda la superficie de Malvinas, quizás porque siempre la imagen que
tuvimos de nuestras queridas islas fue la de Puerto Argentino.

Por encima de nuestro aislamiento en los montes, nos invadía per-


manentemente la curiosidad del peligro, cosa que por momentos no había-
mos experimentado en forma directa y que luego morderíamos de cerca.

Ya en el pueblo y previo coordinar el horario de regreso comen-


cé a saciar mi sed de curiosidad; en realidad, tenía ganas de recorrer todo
cuanto pudiera, sabiendo que debía grabar en mi mente cada rincón de esa
bendita tierra reintegrada a nuestro patrimonio, imaginándome que miles de
argentinos estarían envidiando mi condición de defensor de la soberanía y
principios cristianos, frente a un enemigo soberbio y poderoso, corrupto y
materialista como eran los ingleses.

Me puse en marcha en busca del Hotel “Upland House” que era el


único lugar donde podía uno bañarse con agua caliente con tan solo pagar
15.000 pesos (ley). El inglés es dueño del edificio, pero no del terreno donde
lo edifico y que en definitiva es lo que determina la posesión, pero debíamos
respetar a los moradores. Me acompañaba el Subt Duarte que había salido la
noche anterior de patrulla. Su aspecto africano pedía un baño.

A todo esto, en el hotel no nos pudimos bañar y comenzó nuestra


búsqueda del “paraíso perdido”. Nuestro olfato de “perros” nos llevó hasta la
patrullera Iguazú de Prefectura Naval donde nos posibilitaron usar el baño.
Fue algo increíble poder ducharse con agua caliente, me sentí como renova-
do y comprendí a mis soldados que el día anterior habían regresado con la

74
sonrisa en los labios.

II

Cumpliendo con mis ansias de retratar cuanto a mis ojos se presen-


taba aproveché mi día de descanso en Puerto Argentino y que inusualmente
era soleado, para sacar algunas fotografías de lugares importantes y típicos,
luego con el Subt Duarte fui hasta la Iglesia Católica “Stella Maris” donde se
unió a nosotros el Subt de Intendencia Delpierre, que realizaba tareas logís-
ticas y se encontraba en proximidades del Cdo Br I III.

Después de rezar unas oraciones salimos y permanecimos en el


atrio, mirando revistas y estampas religiosas; ni bien terminó la misa que se
oficiaba, los participantes de la misma salieron y el Curra Párroco nos saludó
y, con mi inglés no muy docto, le contesté y entablé conversación. De ella
saqué que eran 30 ó 40 los católicos en la isla, que los jóvenes participaban
de reuniones en casas de amigos; que no había muchos entretenimientos;
pude enterarme de que a edad temprana participaban de “fiestas” en el Cuar-
tel de los Marines, de no muy alta reputación y que muchas chicas trataban
de hacer lo posible por irse de la isla y para ello buscaban lograrlo contra-
yendo enlace con los marinos de la Guarnición inglesa. Por supuesto que
hubo preguntas de que pensaban de todo lo que ocurría, y las respuestas son
imaginables, ya que hablan inglés, piensan en inglés, sienten como ingleses,
pese a que nacieron en la Argentina.

Cuando nos separamos los tres, yo me dirigí al cementerio, que es-


taba dividido en dos, una parte de los Kelpers y otra de los primeros 8 muer-
tos Argentinos caídos en su mayoría el 1 de Mayo. Mientras contemplaba las
cruces pensaba que podía ser mi nombre el que estuviera allí, cuando me
sorprendió un sacerdote, con quien hice una oración y me contó que todos
los días repetía esa actividad.

75
De regreso al centro del pueblo me encontré con dos de los cama-
radas con quienes hacía apenas 2 meses había egresado, el Subt Aguirre y el
Subt Salvattore, pertenecientes a la Ca Ing Mec 10 y que estaban ubicados en
Puerto Argentino. Aguirre estaba además agregado con su sección a la PM.

Dado que yo debía retornar a las posiciones a la mañana siguiente,


pasaría esa noche en el puesto del Subt. Aguirre que con mucha hospitalidad
me ofreció; es notorio agregar que tanto él como un suboficial suyo, Sarg
Keysefman, y todos sus soladados tenían un gran espíritu de combate y me
envidiaban mi condición de estar en primera línea, además las dos únicas
oportunidades que tuve de ir al Puerto siempre contribuyeron con materiales
para las posiciones y con algunos víveres que eran repartidos en mi sección.

En definitiva, era el espíritu de camaradería del que gozando de


una ubicación más ventajosa, pero necesaria, apoyaba con lo que podía a
quienes estaban más expuestos y con menos o ningún “confort” en la guerra.
Este espíritu de camaradería del Soldado Argentino es extensible al pueblo
que con sus cartas y privaciones individuales apoyó a la Gesta Heroica, por
encima de los resultados.

Antes del atardecer fui al correo a mandar los telegramas que había
hecho cada soldado de mi sección a sus familias y los que estaban en el
lugar me ofrecieron cartas para los soldados; por supuesto que mi respuesta
fue directamente abrir mi bolsa de rancho y contestarles que los del 4 se los
agradecían.

En Puerto Argentino abundaban las cartas y se habían colocado


algunos sacos dentro de un contenedor y estas “bombas de aliento” que
significaba la correspondencia, eran fundamentales para nosotros porque
transmitían el apoyo de la población solidaria desde la retaguardia.

Mis soldados, a mi retorno, recibieron 2 ó 3 cartas cada uno y


muchos contestaron, pese a que algunos fueran analfabetos, pues sus com-
pañeros o los Jefes de Grupos se las escribían.

76
III

Llegada la noche, regía el toque de queda y como una medida de


seguridad, todas las luces interiores de los edificios debían permanecer apa-
gadas.

El Jefe de la Policía Militar le avisa por teléfono al Subteniente Agui-


rre, con quien me encontraba, de unas señales luminosas que se estaban
ejecutando desde el altillo de un edificio ocupado por la Compañía Falkland
Island Company, de la familia Tacher.

Aquél sale con una patrulla hacia el lugar; yo sentía una inquie-
tante “picazón” en el cuerpo por mezclarme con la patrulla, pues olfateaba
acción, una situación distinta a las vividas hasta el momento.

Sabía que no era mi jurisdicción y que no debía meterme en lo que


no me correspondía, pero…Se oyó una ráfaga de ametralladora, la “pica-
zón” fue más fuerte que yo; con un par de soldados me dirigí inmediatamen-
te al lugar, que se encontraba a unas tres cuadras.

Aguirre se aprestaba a entrar en el edificio desde el cual se habían


hecho las señales luminosas y sobre el que un centinela acababa de abrir el
fuego.

Todo indicaba que el enemigo estaba rodeado y dentro de la casa.

No se porqué, pero teníamos metido en la cabeza el respeto de la


propiedad; pensábamos que de no encontrar enemigos deberíamos justificar
luego nuestra actitud. Posiblemente fuera por las insistentes recomendacio-
nes que se hacían o por conocer algún caso en que la Justicia Militar formó
Consejo de Guerra por esa causa.

Lo cierto fue que entramos por una ventana, pistola en mano, en

77
medio de la oscuridad. A mi me latía con fuerza el corazón, no por temor,
pese a que pensaba que podía recibir un tiro desde cualquiera de las tantas
habitaciones que había, sino por la preocupación de ser sorprendido.

De momento escuchamos ruido y nos detuvimos; revisando habita-


ciones nos dirigimos hacia donde había provenido, hasta que llegamos a un
hueco en la pared, disimulando con un cartón. Cuando lo corrimos, creyen-
do encontrar alguien detrás, nos hallamos con el vacío; la pared cortaba una
calle angosta y fuera de todo control visual.

El enemigo había escapado por ese lugar y ya estaría mimetizado


en alguna casa Kelper.

Patrullamos la zona pero nada encontramos. Seguramente el inglés


no volvería a usar ese lugar, probablemente intentaría utilizar otro.

Lo concreto de todo esto fue que solamente había llegado a Puerto


Argentino para bañarme y descansar un día y eran las 01.00 horas y me en-
contraba enfundando mi pistola que estuvo a punto de facilitar mi bautismo
de fuego.

78
Parte del personal de la Policía Militar. que apoyó en todo lo que pudo al
Regimiento 4. Vista parcial de la Iglesia Católica.

79
Una de las pocas casas de piedra que los Kelpers y la estación de policía,
atacada por un helicóptero inglés.

80
Los “Salvajes Argentinos” tienen un sentido de respeto por la propiedad privada
que no poseen los británicos. Una de las medidas de protección de las propiedades
privadas deshabitadas.

Señor Obispo Católico, Sacerdote Católico y pastor Anglicano; todos británicos.

81
Primer cementerio argentino, donde descansaban los restos de los muertos por
el bombardeo del 1º de Mayo. Allí también se sepultó un piloto inglés.

82
REFLEXION

“A quienes más debe el hombre después de Dios, es a sus padres y a la


patria; de donde se sigue que así como el rendir culto a Dios pertenece a la reli-
gión…, así también corresponde a la piedad el rendir culto a los padres y a la patria:”.

Santo Tomás de Aquino.

Los filósofos de la antigüedad, sobre todo Sócrates, Platón y Aris-


tóteles, sacaron como fruto de una atenta y perspicaz observación de los
movimientos de la psicología humana, lo que más tarde Santo Tomás en su
Suma Teológica clasificó como virtudes morales infusas.

Desde la más remota antigüedad suelen reducirse todas las virtudes


morales a las cuatro principales, pues, sobre ellas gira y descansa toda la
vida moral humana. Al parecer, San Ambrosio fue el primero que las llamó

83
cardinales. Ellas son: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

Consumado el Pecado Original, el hombre necesitó del auxilio de


la Gracia para vivir en el bien; para vencer su naturaleza inclinada al mal.

Su vida moral necesita la práctica de la virtud para llevar adelante


el buen combate; el primero, personal e íntimo, desarrollado en la vida en
común.

Contra la ignorancia del entendimiento se pone la prudencia; con-


tra la malicia de la voluntad la justicia; contra la debilidad del apetito irasci-
ble, la fortaleza y la templanza contra el desorden de la concupiscencia.

La fortaleza, que es la virtud a la cual se quiere hacer referencia,


supone la existencia del mal.

El hombre nacido del liberalismo ilustrado no reconoce la existen-


cia de la iniquidad; cree en la “bondad natural” que lo llevará a la felicidad
del potrero verde y en su afán de seguridad, desea verse libre de la necesidad
de la fortaleza que compromete y pone en juego su misma existencia tempo-
ral.

En esta concepción zoológica, que llega a reclamar los laureles del


heroísmo para la ciega exposición y entrega al peligro, sin saber, ni intere-
sarle, cuales son los motivos de la acción. Su expresión evolucionada es el
mercenario.

Según el Padre Marin, en su estudio de la Suma Teológica de Santo


Tomás, las partes integrales o potenciales de la fortaleza son las que se agru-
pan en el siguiente cuadro sinóptico:

84
Tiene: Un acto principal: el martirio.
LA FORTALEZA
No tiene: Partes subjetivas, por tratarse de una materia
muy especial y del todo determinada.

Partes integrales o potenciales de la virtud de la Fortaleza:


Si se refieren a los peligros de muerte, constituyen partes integrales
de la fortaleza, y si se refieren a otras materias menos difíciles, son sus partes
potenciales.

1. Para acometer cosas grandes… a. Con prontitud de ánimo y confianza


en el fin: MAGNANIDAD
b. Sin desistir a pesar de los grandes
gastos que ocasionen: MAGNIFI
CENCIA.

2. Para resistir las dificultades… a. Causadas por la tristeza de los males


presentes: PACIENCIA Y LONGANI
MIDAD.
b. Sin abandonar la resistencia por la
prolongación del sufrimiento: PER
SEVERANCIA y CONSTANCIA.

Don del Espíritu Santo correspondiente: Fortaleza

Bienaventuranza correspondiente: Hambre y Sed de Justicia

Los vicios opuestos a cada una de estas partes integrales de la for-


taleza, son:

a. A la misma fortaleza - Timidez (o cobardía)


- Imposibilidad
- Audacia (temeridad)

b. A la magnanimidad - Presunción

85
- Ambición
- Vanagloria
- Pusilanimidad

c. A la magnificencia - Tacañería
- Despilfarro

d. A la paciencia - Insensibilidad
- Impaciencia

e. A la perseverancia - Inconstancia
- Pertinacia

Unas breves palabras sobre cada una de aquellas partes integrales


de la fortaleza:

1. La magnanimidad: es una virtud que inclina a emprender obras grandes,


espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes. Siempre empuja a
lo grande, a la virtud eminente; es incompatible con la mediocridad.

Supone un alma noble y elevada y se la suele conocer con los nom-


bres de “grandeza del alma” o “nobleza” de carácter.

De los cuatro vicios que se le oponen, tres son por exceso y uno por
defecto.

a. La presunción, que inclina a emprender empresas superiores a nuestras


fuerzas.

b. La ambición, que impulsa a procurarnos honores indebidos a nuestro es-


tado y merecimientos.

c. La vanagloria, que lleva a la búsqueda de la fama sin méritos en que apo-


yarla o sin ordenarla a su verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien
del prójimo.

86
d. La pusilanimidad, que por defecto se opone a la magnanimidad y es el
pecado de los que por excesiva desconfianza en sí mismos o por una humil-
dad mal entendida no hacen fructificar todos los talentos que de Dios han
recibido.

2. La magnificencia: es la virtud que inclina a emprender obras espléndidas


y difíciles de ejecutar sin amedrentarse ante la magnitud del trabajo o de los
grandes gastos que sea necesario invertir.

Es una virtud para todos los hombres, pero en particular para aque-
llos que mas poseen en el orden material.

Se le oponen dos vicios, uno por defecto y otro por exceso, respec-
tivamente:

La tacañería: que lleva al hombre a hacer todo a lo pequeño.

El despilfarro: que lleva a gastar fuera de los límites de los prudente y vir-
tuoso.

Entre las virtudes que hacen a la fortaleza en el acto de resistir las


dificultades, se encuentran:

La paciencia, que es la virtud que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni


abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales.

La longanimidad, es la virtud que nos da ánimos para tender a algo bueno


que está muy distante de nosotros, cuya consecución se hará esperar mucho
tiempo. Consiste en saber aguardar.

La perseverancia, es la virtud que inclina a persistir en el ejercicio del bien


a pesar de la molestia que su prolongación nos ocasione. Lanzarse a una
empresa virtuosa de larga y difícil ejecución es propio de la longanimidad;
permanecer inquebrantablemente en el camino emprendido un día y otro
día, sin desfallecer jamás, es propio de la perseverancia.

87
Santo Tomás al tratar el problema de la perseverancia en el bien,
sostiene que es imposible sin una especial ayuda de la gracia. Perdida la
gracia, se pierde la perseverancia.

Para perseverar en el bien hasta la muerte se requiere un auxilio,


especialísimo de Dios enteramente gratuito, que, por la miseria, nadie puede
estrictamente merecer.

La constancia, es una virtud íntimamente ligada a la perseverancia.

Lo propio de la perseverancia es dar firmeza al alma contra la difi-


cultad que proviene de la prolongación de la vida virtuosa, mientras que a la
constancia pertenece robustecerla contra las demás dificultades que provie-
nen de cualquier otro impedimento exterior.

A la perseverancia y constancia se oponen dos vicios: uno por defec-


to, la inconstancia o blandura, que inclina a desistir fácilmente de la práctica
del bien al asomarse las primeras dificultades y otro por exceso, la pertinacia
o terquedad, del que se obstina en no ceder, cuando sería razonable hacerlo.

Los principales efectos que produce en el alma el don de fortaleza


son:

1. Proporciona al alma una energía inquebrantable en la práctica de


la virtud.
El alma no conoce desfallecimiento ni flaquezas en el ejercicio
de la virtud, siente el peso del cansancio y del frío, pero con
energía casi sobrehumana sigue impertérrita hacia delante a pesar
de las dificultades.

2. Destruye por completo la tibieza en el servicio de Dios. La mayo-


ría de las almas desfallecen de cansancio y renuncian a la lucha,
entregándose a la vida rutinaria y mecánica, sin horizonte,
cuando no abandonan por completo el camino de la virtud en
esa lucha de todos los días.

88
3. Hace al alma intrépida y valiente ante toda clase de peligros o ene-
migos.
Los apóstoles cobardes y miedosos abandonaron a su Maestro en
la noche del Jueves Santo, pero en la mañana de Pentecostés se
presentan ante el pueblo con una entereza y valentía sobrehuma
na, sin temer a nada, confesando al Maestro a riesgo del martirio.

Son innumerables los ejemplos en las vidas de los santos; en San


Luís, rey de Francia al frente de la cruzada, una Santa Juana de Arco para
empuñar las armas contra los enemigos de Dios y de su patria, etc. Verdaderas
montañas de problemas, de peligros en sus caminos, pero nada los detenía.
Era el efecto maravilloso del don de fortaleza que dominaba sus espíritus.

Al recordar aquí a quienes cayeron con honor en las Malvinas, es-


cribiendo con su sangre páginas de heroísmo, siento la convicción
de que si no hubiesen tenido tonificada en alma por el don de fortaleza, no
habrían podido cumplir, como cumplieron, el difícil itinerario que los llevó
a la gloria.

4. Hace soportar los mayores dolores con gozo y alegría. La “locura de


la Cruz” se manifiesta de diversas maneras en aquellos que son
capaces de abrazarla hasta el último aliento; otros con una pa-
ciencia heroica soportan, con el cuerpo destrozado, pero con el
alma radiante de alegría, sufrimientos y dolores mayores.
Estas manifestaciones de la fortaleza legendaria de los Santos, de
los mártires y de los héroes es historia viva, y es presente en la
medida que los hombres vivamos por la “locura de la Cruz”
Disponerse física y espiritualmente a entregarlo todo en una guerra
justa, como fue la nuestra, dando en ella la vida o sorteando ver-
daderos peligros de perderla ¿ no tiene que ver, acaso con esa virtud
heroica de la fortaleza cristiana?

5. Proporciona al alma el “heroísmo de lo pequeño”, además del


heroísmo de lo grande.
No se necesita mayor fortaleza para sufrir de un golpe el martirio

89
que para soportar sin el menos desfallecimiento ese “martirio a
alfilerazos” que constituye la práctica heroica del deber de cada
día, con sus mil pequeños detalles y peligros. Este principio, que es
válido en cualquier género de vida cristiana, posiblemente tenga
su máximo exponente en la vida religiosa.
La fortaleza puesta a prueba en la resistencia al enemigo, cuan-
do es la única forma de oponerse que resta y se la lleva a verda-
deros extremos en el sacrificio, puede producir méritos iguales y
aún sobrepasar el martirio de sangre.
Ese dar la sangre “gota a gota”, casi oscuramente y hasta el agota-
miento, es el “heroísmo de la pequeñez”. Cada lector podrá juzgar,
a través de estas sencillas pero veraces páginas a los hombres
que vivieron la guerra en un pozo.
El don de fortaleza, en efecto, en contra de lo que se cree
comúnmente, consiste menos en emprender con valor grande
obras por Dios y por la Patria que en soportar con paciencia y con
la sonrisa en los labios todas las pequeñas crucifixiones de la vida.

Sin duda alguna, el criminal asesinato que consumó la “señora”,


al ordenar el hundimiento del “General Belgrano”, encontró almas
que llegaron a Dios, en la práctica más nobles de esta virtud cardi-
nal de la fortaleza.

La misma virtud fue sin duda, la que templó los nervios de aque-
llos pilotos que abordaban sus máquinas con una sonrisa de se
reno desprecio por la muerte, para lanzarse después, sin titubeos
al ataque del usurpador, atravesando las cortinas de fuego, en
proezas inverosímiles de abnegación heroica.

Cada uno de nuestros muertos cayó en defensa de una causa justa,


Quienes lo agredieron, sicarios de la rapiña, sin suponerlo siquie-
ra, se condenaban minuto a minuto por cada mártir argentino
que abatían.

Más allá de la suerte de las armas, nuestra Patria quedó fortalecida,

90
porque sobre los efímeros favores de la fortuna prevalecen las per-
durables conquistas del honor, porque si hay algo que redime, es
la sangre de los mártires, de los héroes, sobre cuyos despojos, en
definitiva, se edifica inconmovible la Nación Soberana.

91
ESTE MONUMENTO FUE DONADO
AL GOBIERNO POR LA FALKLAND
ISLAND COMPANY LIMITED
PARA CONMEMORAR EL CENTENARIO
DE LA COLONIA COMO POSESION BRITANICA
1833-1933
(Gravado existente en el monumento que se encuentra ubicado a un costado de
la Iglesia Anglicana).

92
PARTE II

LA RESISTENCIA

93
EL REPLIEGUE

El enemigo había tomado la posición del Regimiento de Infantería


12, en Darwin y acortaba los 70 km que lo separaban de nosotros en el
Monte Wall.

A nuestras espaldas y a unos 5 km se encontraba el Mte Harriet


y a unos 4 km a la derecha el Mte Two Sisters; entre ambos, una zona con
afloramientos rocosos.

La Ca “B” del Tte 1ro Arroyo ocupaba el Harriet desde unos 10 días
atrás cuando el resto de la unidad recibió la orden de cambiar de posición y
ocupar el Harriet y el Two Sisters.

El grueso del personal que iba al Harriet se marchó a pie con su


armamento y equipo individual.

La Ca “C” del Capitán Marpegán que debía desplazarse al Two


Sisters, distante por el camino 30 km, lo hizo con tres camiones.

Se nos apoyó con cuatro helicópteros para el transporte del mate-


rial y equipos que las fracciones antes de marchar habían reunido en distin-

95
tas zonas donde los helicópteros pudieran aterrizar.

De los quince vehículos con que llegamos, siete camiones estaban


enterrados en el turbal, cinco en servicio y tres Jeep más.

El Capitán López Paterson, al pie del monte, controlaba el movi-


miento del personal y sobre él, yo me encargaba del repliegue de la carga
con unos cincuenta hombres, entre Cuadros y Soldados.

Pasado el mediodía nos quedaban por transportar ocho o diez días


de víveres, de los veinte de reserva con que habíamos cruzado, gran parte
de la munición para cañón S/R 105 mm, 2 ametralladora 12,7 mm, algo de
munición para armas livianas y carga general, cuando nos sorprendió un
ataque de la aviación enemiga. Ante la sorpresa, la reacción instintiva fue
“zambullirnos” en el primer pozo que estuviera ceca y mientras el enemigo
giraba y se preparaba para un segundo ataque, rápidamente armamos las
12,7 y se agruparon en dos lugares, entre las rocas, 8 ó 10 tiradores con FAL
y esperamos el nuevo ataque.

Con el Tte 1ro D’Aloia nos encontrábamos con un misil “SAM 7”


cada uno, que la noche anterior yo había traído y a la luz de una vela y de-
bajo de una lona habíamos aprendido teóricamente a usar.

Nuevamente entraban en picada dos aviones disparando sus ame-


tralladoras y lanzando sus bombas; desde nuestras improvisadas posiciones
abríamos fuego con todo lo que teníamos. Los misiles son un arma tremen-
damente eficaz, y normalmente por cada uno que se dispara se derriba un
avión, siempre que el apuntador tenga un mínimo de experiencia para usar-
lo. Y eso nos faltaba.

Hay que disparar de pie y desde un costado de la dirección


de ataque del enemigo. Ambos estábamos parados en la dirección del
fuego, y entre el esfuerzo por mantenernos en el lugar –que era descu-
bierto- la falta de experiencia y la mala ubicación, nuestra acción fue
ineficaz, no así la de las 12,7 y los fusileros que dieron en uno de los
aviones que incendiado comenzó a perder altura mientras trataba de

96
sobrevolar por la costa y se retiraron.

Nuestros helicópteros de ejército ya no regresaban, debido a que


eran un blanco muy fácil, de modo que con premura comenzamos a reple-
gar toda la carga posible hacia el pie del monte.

Recuerdo que en el ataque aún se encontraba un helicóptero car-


gando y con su turbina encendida. El piloto con gran pericia despegó y ubicó
el aparato contra una pared rocosa, paró el motor, desmontó la ametrallado-
ra y se aprestó a recibir la segunda “atropellada” junto a nuestra posición.

Tres o cuatro camiones, de los enterrados en el turbal, habían sido


blanco de las bombas y estaban incendiándose.

El Subteniente Delpierre me da la novedad de otra bomba que, sin


explotar, se encontraba a un metro del depósito de víveres y aún quedaban
raciones para unos 8 ó 10 días.

Rápidamente tratamos de hacerla detonar con los disparos de un


FAL pero no fue posible.

Ya conocíamos el empleo de bombas con espoletas de retardo que


el enemigo venía usando, así que decidí no arriesgar ninguna vida por algu-
nas bolsas más de porotos.

Continuamos bajando la carga a brazo y el enemigo reinició sus


ataques aéreos.

Todo era más difícil y no queríamos abandonar material indispen-


sable que luego sería imposible recuperar.

Logramos hacer varios viajes pero aún quedaba mucha munición


pesada.

Los ataques generaban desconcierto e incertidumbre y ya no tení-

97
amos ningún arma antiaérea debido a que por error, en medio de la confusa
situación vivida las había enviado en viajes anteriores. Debí dejar por segu-
ridad una hasta el final.

La gente cargaba con extrema lentitud pues le preocupaba ser sor-


prendida por un nuevo ataque. La solución adoptada fue colocarme como
observador aéreo con el silbato en la boca y ni bien asomaba un avión ene-
migo, “a puro pulmón tocaba un solo de pito” y todo el mundo corría para
dispersarse y echarse cuerpo a tierra detrás de alguna mata, que sólo servía
como acción psicológica del que la usaba, sintiéndose más protegido.

El terreno al pie del monte es llano hasta llegar al mar y solamente


cuenta con una especie de arbustos fibrosos de 20 ó 30 cm de alto.

De modo que entre ataque y silbato continuamos hasta que nos


atrapó la oscuridad y la situación se tornó más crítica.

Decidimos dar por finalizado el repliegue y nos trasladamos al Ha-


rriet para comenzar a ocupar otra posición y reequiparnos de lo perdido en
el Wall.

El enemigo que nos pisaba ”las barbas”, esa noche ocupó con su
artillería las alturas que habíamos controlado por un mes mientras el Regi-
miento comenzaba a cavar sus nuevas posiciones al son del cañón pirata.

98
Fuera de las alturas, el aspecto general del terreno el el que se observa, lo que
representaba un problema para obtener un lugar a cubierto desde donde resistir los ataques
aéreos enemigos.

99
Helicóptero en la actividad de repliegue. La marcación amarilla facilitaba la
identificación de los del enemigo.

Camión replegando carga hacia Mte. Two Sisters, los edificios que se distinguen
pertenecían al Cuartel de los Marinos británicos.

100
NOCHES PARA RECORDAR

Subt Edgardo Duarte.

“Solo el que realiza el bien, haciendo frente al daño y a lo espantoso, es


verdaderamente valiente”
Josef Pieper

Acabábamos de llegar al Harriet; nuestras posiciones estaban re-


cién comenzadas a cavar; en esa noche agobiados por el repliegue y el can-
sancio acumulado de varias semanas, hacíamos un descanso bajo la lluvia
mientras tratábamos de comer algo.

Conversaba con el Subt Pasolli y el Tte. 1ro D’Aloia cuando nos


sorprendió el estampido de un cañón, seguido del “silbido” característico del
proyectil que indicaba que se dirigía en dirección nuestra.

Adiós cornebeff y adiós galletitas. Nos pegamos contra el suelo


sosteniéndonos el casco contra la cabeza y acariciando con la cara la

101
húmeda turba.

Un “plac” característico sobre nosotros. Era una bengala lanzada


desde un barco, e iluminó completamente la zona como la mejor avenida
porteña en la noche.

Detrás de esta bengala, un segundo y un tercer “plac”.

El efecto psicológico que producía en cada uno de nosotros nos


facilitaba ir haciendo el pozo sin trabajar; solamente con la presión que
efectuábamos para desaparecer de la faz de la tierra, lo construíamos porque
detrás de este amanecer artificial comenzaba un paralizante cañoneo naval.

El de esa noche duró unas dos o tres horas.

Lo positivo de todo esto, era que uno lograba olvidarse de que es-
taba de “panza” en el agua empapándose, del frío, del connebeff y las galle-
titas, y además sin siquiera correr se transpiraba y la circulación se activaba,
resultando de todo esto que uno se renovaba física y espiritualmente.

Pienso que debe ser un buen método para las personas que tienen
problemas de circulación.

¿Qué hacía uno durante esas horas interminables?

Simplemente permanecer en el puesto de resistencia y rezar, si


cabe, diría que más que rezar, implorarle al Dios misericordioso.

Con cada silbido anunciador de un nuevo proyectil en el aire uno


quedaba con la vida como en suspenso, tensa, esperando ver donde explota-
ba y alegrándose cuando caía en otro lugar. Ese otro lugar normalmente era
el de un camarada.

Terminado este pasaje apocalíptico nos sentamos en el lugar y co-


menzamos a escuchar los gemidos y pedidos de auxilio de los heridos o

102
moribundos a quienes salimos a socorrer, al igual que otros.

Esta había sido una noche bajo el fuego, que se repitió durante
medio mes más.

- ¿Qué nombre definiría con exactitud el comportamiento de los


hombres que vivieron la guerra en estas circunstancias y que incluso algunos
no alcanzaron a disparar un solo tiro?

- ¿Qué su misión era simplemente resistir, pues era la única aptitud,
frente a un enemigo poderoso?

- ¿Qué había que continuar día tras día mejorando el pozo de zorro
que para algunos servía como tumba o recipiente para desangrarse?

- ¿Qué en esas circunstancias los sentimientos por el dolor ajeno se
mezclaban macabramente cuando un cañonazo caía en el pozo del camara-
da y no en el propio?

Magistralmente Josef Pieper, filósofo alemán contemporáneo, ha


expuesto el problema de la fortaleza en su libro “Las Virtudes Fundamenta-
les”. En el sostiene que solo el que realiza el bien, haciendo frente al daño
y a lo espantoso, es verdaderamente valiente. Pero este “hacer frente” a lo
espantoso presenta dos modalidades que sirven, por su parte, de base a dos
actos capitales de la fortaleza: la resistencia y el ataque.

Además, que el acto más propio de la fortaleza, su actus princi-


palios, no es atacar, sino el resistir. Esta afirmación de Santo Tomás se nos
antoja extraña, y bien seguro que más de un contemporáneo la explicará
sin vacilar como expresión de una concepción y una doctrina de la vida
“pasivistas” y “típicamente medievales”. Semejante interpretación, empero,
dejaría intacto el corazón del problema. Tomás no piensa en modo alguno
que el acto de la resistencia posea en su entera generalidad un valor más alto
que el del ataque, ni afirma tampoco que resistir implique en cualquier caso
más valor que el atacar. ¿Qué puede significar entonces con esa afirmación?

103
No otra cosa sino que el “lugar” propio de la fortaleza en ese caso
ya descripto de extrema gravedad en el que la resistencia es, objetivamente,
la única posibilidad que resta de oponerse; y qué sólo y definitivamente en
una situación tal es donde muestra la fortaleza su verdadera esencia.

104
UN MILAGRO MAS

Subt Marcelo Llambías Pravas

Evidentemente la justicia de nuestra causa y los ruegos hechos al


Señor y, a su Divina Madre fueron tomados en cuenta, ya que en lo particular
y en lo general durante la guerra ocurrieron cosas inexplicables sino es por
causas sobrenaturales. Explosiones a pocos metros que dejaban al personal
intacto o levemente herido, ráfagas de ametralladoras que pasaban entre
ambas piernas, hombres que han quedado normalmente después de recibir 5
impactos directos de FAL (como el Tte 1ro Echeverría) y tantos otros ejemplos
que se necesitaría un libro entero para detallarlos.

A fines de Mayo y ante el avance inglés desde San Carlos y desde


Darwin el RI 4 tuvo que modificar sustancialmente su dispositivo. Mi sección
que estaba ubicada en el Cerro Challenger debía trasladarse hacia el Cerro
Dos Hermanas sur. La orden llegó la noche del 30 y decía que a la mañana
siguiente debíamos bajar al Mte Wall y marchar como retaguardia del RI 4

105
luego de cumplir trabajos de carga.
Como disponía de muy poco tiempo para alistar mi fracción fui
personalmente a verlo al Jefe de Regimiento y le solicité autorización para
replegarme más tarde y conseguí además que un helicóptero transportara los
víveres y la munición que habíamos acumulado en 1 mes y 3 días.

Durante el repliegue la zona fue atacada por aviones Harrier ene-


migos y el helicóptero no nos sirvió de nada.

El jefe de la Ca y los otros jefes de sección que ocupaban posi-


ciones en el Wall habían realizado semanas antes un reconocimiento de la
zona que ocuparíamos en las Hermanas. Los bultos fueron transportados en
camión y dejados del otro lado de las Hermanas, sobre el camino que une
San Carlos con Puerto Argentino.

Mientras tanto la sección marchaba por el camino que va de Puerto


Argentino a Darwin y al llegar al Harriet nos dirigimos a la Hermana sur.
Llegamos cuando oscurecía y sin saber con seguridad qué sector deberíamos
ocupar y lo que es más grave sin ver a nadie ni a nuestros equipos.

En la oscuridad y bastante cansados pues no habíamos comido en


todo el día cruzamos el valle que separa una Hermana de la otra y allí to-
mamos contacto con personal de la Ca que nos indicó que debíamos cruzar
la Hermana norte para encontrar nuestros bultos. Bajo un intenso frío con-
tinuamos la marcha hasta que un asombrado centinela nos dio al “Alto”. Se
trataba de personal del RI 6.

El centinela no podía creer que viniéramos marchando por ese sec-


tor y nos dijo: -“¡Por donde acaban ustedes de pasar hay un campo minado!,
¡Hoy lo terminamos de colocar”!

106
Zona de campos minados. Eran fáciles de confundir si no se conocía perfecta-
mente su ubicación.

107
MARTIRES POR LA PATRIA

Cabo Oscar Nicolás Odorcic

“Sólo cuando se quiere ser merecedor de una estirpe heroica, se


recuerda a los héroes en el principio y en el fin de la Patria”

Jordán B. Genta

La noche anterior habíamos recibido un intenso bombardeo y


por la mañana me encontraba reunido con los soldados de mi grupo.
Comentábamos lo ocurrido cuando nos interrumpe el estafeta de la sec-
ción. El subteniente Jiménez Corvalán ordenaba que me presentara en
su Puesto de Comando, acompañado de cuatro soldados para hacer una
patrulla.

Seleccioné a los soldados Páez Celso, Acuña José, Ledesma Ro-


berto y Ramírez Raúl, pertenecientes todos a la Tercera Sección.

108
Del puesto de Comando del Jefe de Sección nos trasladamos al del
jefe de Compañía, donde recibí la misión de salir en patrulla, raciones de
combate y algunas bengalas. Aproximadamente a las 11 horas nos retiramos
a cumplir la misión.

Debía tomar contacto con el Cabo Balcaza, que con otra patrulla
se encontraba próximo al Mte Wall y había informado haber escuchado
hablar en inglés. Nos miramos con los Soldados y reímos; no sé si por
nerviosismo o porque aún no habíamos visto tropa enemiga y nos costaba
creerlo.

Comenzamos a avanzar por un campo minado, a través de una


calle dejada al efecto. Llegamos al Wall y trepamos a la cresta; el ruido de
unos motores atrajo nuestra atención. Dejé como seguridad a los Soldados
Ramírez y Acuña unos 100 metros a retaguardia, y con los otros dos, todos
cuerpo a tierra comenzamos a observar.

Por el anteojo de campaña noté que el enemigo transportaba


piezas de artillería colgadas de los helicópteros y ví a nuestro frente una
ametralladora MAG preparada para abrirnos fuego. En esos momentos
me pareció como si el corazón se me quisiera escapar por la boca, pero
estábamos frente a un serio peligro y el instinto de conservación y la
responsabilidad de conducir una fracción, me obligaban a resolver rápi-
damente.

Los dos soldados que me acompañaban estaban un poco más atrás


que yo, giré mi cabeza hacia ellos y les hice señas de que se replegaran a
otra posición. Todo sucedió en pocos segundos. Al volver mi vista al frente
el enemigo abrió el fuego y un tiro me pegó en la cabeza –hoy cuento esto
porque tenía el casco colocado-; el impacto me dejó tendido y los soldados
saltaron sobre mi cuerpo protegiéndome.

Cerca de nosotros explotaron unas granadas de mano y otras la-


crimógenas. Estábamos aturdidos en medio de todo esto, la sorpresa del
ataque y aplastados al terreno por la acción del fuego que recibíamos. Yo

109
pedía apoyo a los soldados que había dejado a retaguardia y no obtenía-
mos respuesta, le ordeno al soldado Páez que salte hacia retaguardia que
lo protegería con el fuego de mi fusil. Al hacerlo recibe un tiro en el brazo
derecho pero logra ocupar una nueva posición y me grita que salte yo que
él me apoyaba.

Pude hacerlo y ya próximo a otra cubierta, veo que el Soldado Le-


desma recibía un tiro por la espalda disparado por un inglés con una pistola
y casi simultáneamente aparecen más ingleses gritando mientras se lanzaban
al asalto para aniquilarnos. Abro fuego contra el que había dado muerte a
Ledesma y lo mato; aparentemente era un oficial. Con mayor furia nos dispa-
raban, cuando comenzamos a recibir apoyo de fuego desde nuestra posición
con una ametralladora 12,7 mm y los morteros 81 mm; la seguridad que
había dejado pudo replegarse.

Con Páez seguíamos disparando. Lo llamo para que saltara más


cerca de mi posición, mientas me respondía que ahí estaba bien, un cer-
do inglés sale detrás de una roca y con su pistola le dispara pegándole por
el costado del pecho, en las costillas, y Páez me grita que saltara que el
se moría, agregándome: “suerte mi Cabo” y algo más que balbuceó antes
de fallecer…

Sentí el pecho oprimido de angustia, de temor y de furia.

El maldito inglés se arrastraba a una cubierta y apreté con fuer-


za el disparador de mi fusil, dejando su cuerpo sin vida en el lugar.
Mientras otros continuaban avanzando y gritando, me armé de ánimo
y pude hacer unos cambios más de posición y luego correr hasta que
llegué al pie del monte.

Recién en ese lugar paré y pude serenarme, mi corazón trans-


piraba de dolor; me sentía desgarrado por la pérdida de mis dos Solda-
dos.

Seguramente, Dios en su infinita misericordia había incorporado

110
ese día a su Milicia Celestial a dos valientes Guerreros Argentinos, que desde
el Chaco y Corrientes habían llegado para custodiar ese suelo como mártires
de la Patria.

111
VIVENCIAS DE UN DIA CUALQUIERA.
Subt Mario Héctor Juárez

El día que comenzamos a trasladar la posición del Mte Wall al Mte


Harriet, los primeros helicópteros UH-1H, lo hicieron con la Sección morte-
ros 120 y su “bendita munición”.

Recuerdo que en todo un día de trabajo logramos subir a pie unos


30 proyectiles a la posición y cuando nos tocaba tirar, en 5 minutos desapa-
recían.

Con el Tte Anaya iniciamos los vuelos y los continuamos con el


Tte Ramírez. Este me comunicó en uno de los vuelos, que nos iríamos hasta
Moody Brooks a reabastecernos de combustible.
Yo no quería bajarme de ese aparato porque el perderlo como me-
dio de transporte significaba un tremendo problema para mi carga que aún

112
quedaba en el Wall, de modo que lo acompañé.

Próximos a nuestro destino observamos una densa columna de


humo, que ni bien nos aproximamos vimos que provenía del fuego que en-
volvía a un helicóptero “Puma” que era piloteado por el Capitán Obregón.

Prestamos los primeros auxilios a un Segundo Comandante, a un


Sargento y a un Gendarme.

Se trataba de un grupo de comandos de nuestra abnegada Gendar-


mería que en una infiltración en las posiciones enemigas había sufrido un
accidente.

Dentro del aparato en llamas se encontraban 7 hombres calcina-


dos. Era un cuadro espantoso. Algunos todavía se hallaban con su fusil entre
las piernas, totalmente derretidas todas las partes de los guardamanos. Otros
calcinados debajo de cajones caídos.

Al más herido lo pusimos sobre un poncho para cargarlo en nuestro


helicóptero.

Cuando lo quisimos poner de pie. Recuerdo que fue algo que me


impresionó bastante, a este hombre se de doblaban las rodillas pero en sen-
tido contrario.

Cuando vimos que nada se podía hacer por los muertos, casi inten-
té introducirme por el armamento. No me conformaba tener que enfrentar al
enemigo con 5 fusiles y 32 pistolas como estaba armada mi Sección morte-
ros; me sentía inseguro.

Los muertos ya estarían en la Gloria, pero nosotros aún continuába-


mos enfrentando al enemigo.

Me pareció una irreverencia y por eso no lo hice.

113
Luego de trasladar los heridos al hospital regresamos a completar el
combustible.
En esa oportunidad, el Tte Ramírez me dijo “pierdo potencia nos
caemos”. Yo no entendía nada.

Faltarían unos 2 ó 3 km para el punto final. El helicóptero no pla-


nea, cuando se para su motor cae como una plomada.

Cuando estábamos a unos 4 ó 5 metros de altura salté fuera del


aparato y caí aplicando todas las técnicas de paracaidismo. Con el recuerdo
de lo visto anteriormente me habría arrojado sin paracaídas desde cualquier
altura.

El helicóptero aterrizó con cierta violencia sufriendo algunas ave-


rías no muy importantes.

Todos los vuelos habían quedado suspendidos en la zona de nues-


tra Unidad porque el enemigo ya nos atacaba. Haciendo “dedo” llegué a mi
sección entrada la noche.

114
Moody Brook, ex Cuartel de los Marines. Nada de ésto quedó en pie. Luego de
finalizado el duelo de artillería.
Por las alturas que se ven al fondo, se encontraba la última línea de defensa
argentina.

115
EL PLACER DE UN BAÑO CALIENTE

Subt Edgardo duarte

Como el “hippie” mejor perfumado, me encontraba después de un


mes sin pasar por debajo de una lluvia.

Cuando por el turno me tocó la hora de hacerlo, tomé contacto con


el Capitán-Oficial Logístico y ni bien amaneció, al día siguiente, partí con él
y otro personal.

De más está decir mis deseos de estar bajo una ducha de agua
caliente.

Si un rey daba su reino por un caballo, yo no sé que daba por un


baño.

116
Al llegar al pueblo y luego de algunas gestiones, se presentó la
situación de que el Capitán necesitaba un auxiliar logístico con quien poder
repartir sus actividades y terminé con la misión de retirar munición para
mortero 81 mm, para ametralladora 12,7 mm, para cañón 105 mm y unas
3.000 minas antipersonales para los campos que debíamos minar.

En realidad hacía esto con gran gusto porque significaba llevar a


nuestras posiciones, parte de lo que nos era necesario para cumplir con la
misión de la defensa y para preservar la vida de todos nosotros.

El baño se había esfumado, pero prefería lo que estaba haciendo.

Este gusto por mi transitoria misión se incrementaba cuando con-


curría a los distintos lugares de distribución y no tenía que cumplir ningún
“papeleo burocrático”. No se si esa parte la cumpliría el Capitán entre sus
actividades.

Cuando regresaba a la posición con toda la carga, me sorprendie-


ron dos ovejas emboscadas en el camino. Pistola en mano salté del vehículo
y…

¡Ayúdeme Cabo Sotelo a cargarlas!

Luego le informaría al Capitán pues él avisaba no sé a quién para


que se las pagaran al dueño.

Aún no logro entender bien eso de pagarle al intruso.

Un mayor del arma de ingenieros del Cdo Br I III había venido para
colaborar con nosotros en la instalación de los campos minados y fui para
dejarles las minas que traía. Cuando vio las ovejas, me pregunta por su ori-
gen y destino.
Y me replica luego que yo no tenía perdón por lo que había hecho,
que era una barbaridad.

117
Yo cada vez me hacía más chico y quería que la tierra me tragara.
Pero mi sorpresa no fue solo encontrarlo.

Me preguntaba de dónde era oriundo y al contestarle culminó mi


asombro cuando me reprendió diciéndome que cómo era posible que un
correntino, curuzucuateño, le pegara unos tiros en vez de degollarlas con un
cuchillo. De modo que debí bajarlas, proceder en consecuencia y el grupo
que trabajaba en ese lugar saboreó más tarde un manjar.

II

Continuando aun en mi nuevo puesto provisorio –auxiliar logísti-


co- recibo la orden de desarmar una casilla abandonada y fuera de uso que
se encontraba en el camino. Debía rescatar todas las chapas que pudiera, lo
mismo que cartón prensado y demás elementos que sirvieran para proteger
las posiciones de la lluvia y tener madera para cocinar.

Luego de 4 ó 5 horas de trabajo junto con dos soldados comenza-


mos a cargar el camión, al que de paso le habíamos enganchado un impro-
visado acoplado remolque.

Ya estaba oscureciendo cuando nos dispusimos a regresar con la


misión cumplida.

A unos 5 km del lugar de destino el camión gasolero “chupó” aire


y se “empaco”. Forcejeamos hasta que nos tuvimos que rendir. Ya oscuro y
no dispuestos a abandonar nuestra preciosa carga, más los inconvenientes
de desplazarnos después del toque de queda, resolví que debíamos pasar la
noche en el lugar.
Entre las maderas que estaban en la caja nos acomodamos y repar-
timos la única lata de comida que teníamos.
Llovía y como el frío era tan intenso, en el piso del camión hi-

118
cimos un pequeño fuego, para que nos templara un poco el ambiente.

Pasada la media noche uno de los soldados me llama avisándome


que se estaba congelando y no sentía ni los pies ni los brazos.

Lo bajamos de la caja y junto a él amanecí trotando alrededor del


vehículo, hasta que a primera hora llegó auxilio en nuestra búsqueda.

Yo había querido bañarme; nada más. Ahora volvía a mi pozo para


“descansar” y esperar otro turno.

119
Contenedor almacenando munición, ubicado en la zona del puerto.

Preparativos para la instalación de campos minados en la zona de la Unidad.

120
LA ARTILLERIA PROPIA

“A nada conduce frotarse las manos por la falta de equipo o lo


inadecuado del mismo -aún cuando sirve de mucho protestar por ello repe-
tidamente y en términos nada mesurados y seguir protestando hasta que se
le ponga remedio-, pero es del más alto valor instruir a los hombres para que
combatan bien con lo que tienen, tratando de superar en ingenio al enemigo
mejor pertrechado y planificando de tal modo que las armas superiores que
poseen no hallen su oportunidad de empleo”

Teniente General Sir Francis Tuker

A medida que transcurrían los días se hacía más evidente la nece-


sidad de contar con mayores fuegos de apoyo.

121
Inicialmente se nos había agregado una Batería de Artillería, pero
fue retirada al poco tiempo.

Frente a los fuegos enemigos estábamos en inferioridad de condi-


ciones y lo más grave, sin posibilidad de revertir esa situación.

En uno de esos movimientos que hacía a Puerto Argentino en busca


de materiales, me crucé con un camión de la Armada que transportaba 4
coheteras y que habían pertenecido a algunos de sus aviones derribados.

Luego de diversas gestiones en distintos lugares, las obtuve.

Ráfagas de 19 cohetes o tiro a tiro, era su capacidad,

Un par de horas de experimento y esos magníficos “cañones” para


primera línea estaban listos y en condiciones de ser disparados.

Con 80 cohetes regresé a la posición. Cada cohetera tenía una car-


ga.

Recuerdo que el Tte 1ro Arroyo hizo subir un par de ellas a su


posición en el Harriet y el Capitán López Paterson se llevó otras dos al Two
Sisters.

Yo mantenía en mi poder un elemento esencial y fácil de perderse:


los “chupetes”, que eran los contactos que se colocaban para permitir el
encendido del motor del cohete y tenían forma similar a su sobrenombre.

Bajábamos con el Jefe de la Compañía “B” desde el Puesto de Co-


mando, para instalarlas en su posición.

El enemigo empleaba el principio de conducción que se refiere a la


“economía” de manera distinta a la nuestra, y nos disparaba con su artillería,
mientras avanzábamos saltando de roca en roca.
Claro que teníamos los “pelos de punta”, pero no había más alter-

122
nativa que seguir descendiendo pues era más seguro que detenerse, en esa
situación.

El grito de Arroyo –“Por acá mi Capitán es mejor camino”.


Logró detenerme un instante.
Fue suficiente para oír el silbido anunciador de una precisa descar-
ga que venía en viaje.

Dos saltos impulsados por el temor y ambos de cabeza detrás de


una roca. El sexto sentido de Arroyo nos acababa de salvar el pellejo por un
par de metros.

Llegamos al lugar y armamos las coheteras que quedaron en prime-


ra línea; una atracada entre las rocas y la otra semi-móvil con un aparato que
terminó improvisándole el Sarg 1ro Cáceres.

Más tarde fue probada su puntería, con sobresalientes resultados.

Habiendo conseguido luego otras nuevas coheteras, nos dispusi-


mos a desarmarlas tubo por tubo e improvisar con cada uno de ellos una
especie de lanzacohetes para un solo proyectil. Una pila de linterna era la
fuente de energía y una cinta pegada a lo largo servía para orientar mejor la
puntería; además un par de patas que se podían clavar en el piso, permitía
mantenerlo apuntando hacia un lugar determinado.

La ventaja era su escaso peso para subirlo y moverlo.

El alcance del cohete desde nuestra altura, era de unos cuatro o


cinco kilómetros. Sin duda, no fue la solución ideal, pero ante una imperiosa
necesidad, fue lo mejor que pudimos hacer,

En algún momento la infantería tendrá su propia “artillería” en pri-


mera línea.

123
LA IMPORTANCIA DE UN DETALLE

Cabo Nicolás Albornoz

El “visor nocturno” todavía es un elemento de lujo en nuestra Fuer-


za y solamente contábamos con cuatro o cinco por Compañía.

En el combate nocturno es un elemento más que indispensable, de-


bido a que es el único medio técnico que, usado convenientemente, permite
ver en medio de la oscuridad sin ser visto.

De los tipos de visores nocturnos que existen, nosotros teníamos


de los que funcionan con la luz residual o luz infrarroja. Por medio de un
selector se observa a través de él y con un matiz verdoso puede verse hasta
un alcance de mil metros o más, si es una noche despejada.

124
El seis de junio el enemigo ocupaba las alturas que teníamos frente
al monte TWO SISTERS, cuando recibo la orden de mi Jefe de Sección de
realizar una patrulla de exploración; tenía que tratar de observar durante
la noche, qué actividades realizaba el enemigo, para lo cual debía llegar a
él hasta donde el terreno y el alcance de “mi vista técnica” me permitieran
observar.

Llevaba en la patrulla ocho soldados de mi grupo; caminamos unas


tres horas, lentamente, con mucho cuidado y tratando de no hacer ruidos o
ser sorprendidos. Teníamos todos los sentidos funcionando a pleno y tratá-
bamos de controlar el latido de nuestros corazones en medio de esa noche
cubierta de niebla.

En un momento dado escuchamos ruidos de motores y en esa di-


rección nos dirigimos; cuando comenzamos a oír voces aprecié que estába-
mos cerca y nos echamos cuerpo a tierra; observé a través del visor nocturno
y pude ver que en ese lugar se estaba aparcando munición para cañones.
Conté cuántos enemigos había aproximadamente, y cuántos vehículos te-
nían. Le facilité el visor al soldado ESTELYA para que también observara,
y mientas lo hacía nos descubrieron y con armas pesadas nos abrieron el
fuego.
Comenzamos a replegarnos de inmediato mientas el fuego de morteros o
artillería nos acosaba; tratábamos de no desbandarnos en medio de la oscuri-
dad pues el separarnos significaba, prácticamente perderse y quedar aislados
a merced del enemigo. Encontramos una cueva y nos escondimos en ella
permaneciendo hasta que el fuego cesó y comenzó a despuntar el día.

En esa oportunidad aprovechando la neblina característica de la


zona, ordené continuar el repliegue.

Llegamos hasta nuestras posiciones y luego de dar el informe de


la patrulla al Jefe de Sección, analizamos el motivo por el cual nos habían
descubierto y nos dimos cuenta de que con el visor funcionando con luz
infrarroja uno podía observar sin ser visto, siempre que del otro lado no
estuvieran observando con otro visor.

125
En este caso se veía como una luz de linterna, de modo que no le
fue difícil al enemigo ubicarnos.

De haber usado el visor con el selector en luz residual, nada habría


sucedido.

Un detalle de instrucción que no tuvimos en cuenta, pero que hu-


biese sido suficiente para que la misión pudiera fracasar y que todos perdié-
ramos la vida.

126
PODEROSA ARTILLERIA

Sarg 1ro Rubén Amaro

Nos encontrábamos paladeando unos “puros” preparados con té,


porque a esta altura de los acontecimientos fumar un cigarro auténtico, era
un verdadero lujo.

Rememorando algo de nuestros fogones criollos nos hallábamos


sentados en círculo con el Cabo Duarte y el Soldado Vercovich, mientas
hacíamos girar unos espumosos mates amargos.

Eran aproximadamente las 20.00 horas del 8 de junio, allí en el


Harriet, cuando escuchamos al “malón”

Gritos y disparos nos enfriaron de golpe la añoranza criolla.

127
Efectivos ingleses habían penetrado en parte de la posición y al ser
descubiertos se los batía con fuego cruzado.

Fusil en mano, rápidamente comenzamos a tirar sin cesar.

Nos cobramos algo de los sobresaltos en que nos hacían vivir desde
unos cuantos días, los cañones enemigos.

El intruso huía del campo de combate al ser descubierto y batido.

Con la gente de la Compañía Servicios tirábamos sobre las espaldas


del enemigo y dando frente a sus cañones.

Supongo que los fogonazos de nuestros fusiles eran bien ubicados


por sus observadores adelantados, en medio de la noche.

Sus artilleros no se hicieron esperar mucho para cubrir el repliegue


de su gente.

No me equivoco al decir que la cantidad y precisión de sus tiros,


eran tales, que les permitían cubrir la zona en que nos encontrábamos, ba-
tiéndola metro a metro.

Llegué a creer que no saldría con vida de ese infierno.

Esto duró fácilmente unas 2 horas o más. No caían de uno en uno


sino de 6, 8 o más por vez y las rocas temblaban; nosotros ni qué hablar.

Cuando se produjo una pausa de fuego comenzámos a salir de los


pozos. Parecíamos los catecúmenos emergiendo a la superficie.

A medida que nos íbamos encontrando al recorrer los pozos para


controlar nuestros muertos o heridos nos abrazábamos. No sólo yo había
tenido la sensación de que no quedaría con vida.
En un radio de 10 metros contamos 12 cráteres de cañón.

128
Una de las piedras que protegía nuestra posición y que tendría unos
tres metros de ancho había quedado como si la hubiese agarrado el “penado
catorce” con un pico.

La posición de los Sargentos Primeros Durán y Ponce, completa-


mente destruida, lo mismo que la de los Cabos Duarte y Gómez.

Ninguno de ellos sufrió nada porque el bombardeo los sorprendió


fuera de ellas.

Se habían adelantado en procura de mejor campo de tiro para po-


der hacer fuego sobre el enemigo, el cual, con el eficaz apoyo que recibía
había logrado retirarse sin dificultad alguna.

129
EL CHASQUI

Sarg. Ricardo Sanchez

“La suspensión de los estímulos o de los modelos es un tremendo


factor de estancamiento que en lo humano (como en las aguas) lleva fácil-
mente a la corrupción”
Julián Marías

Al ocupar los Montes HARRIET y TWO SISTERS, establecimos co-


municación radial con todas nuestras Subunidades.

Digo establecimos, porque en aquellas circunstancias me desem-


peñaba en la Sección Comunicaciones de la Unidad.

130
Asegurar un permanente enlace entre las compañías fue un verda-
dero problema y el primero se nos manifestó con las comunicaciones radia-
les. El enemigo respondía con precisión en sus fuegos en cada oportunidad
que un valiente intentaba comunicarse por radio.

Tal era la eficacia que ya en los primeros días nuestra antena quedó
fuera de combate por efecto de un proyectil de cañón que pegó sobre ella.

A la antena no se la podía colocar en cualquier lugar porque a ve-


ces no lográbamos comunicación, especialmente con el Puesto de Comando
Superior que estaba a unos 20 km y con la Compañía “C” que se encontraba
a nuestra derecha, a unos 3 ó 4 km.

Las rocas hacían de pantalla y la onda no llegaba.

Una de esas noches comenzamos con celeridad el tendido de la


red telefónica. Debía ser de noche, porque había que desplazarse a lo largo
del frente, con una mochila al hombro cargando con un carrete de cable
telefónico de 500 m y otros más en la mano, para cubrir la distancia de telé-
fono a teléfono.

Entre todos hacíamos el tendido y las reparaciones de las líneas.

Durante los bombardeos, nuestro calvario comenzaba, no sólo por


el hecho de tener que soportarlo, que ya era bastante, sino porque con se-
guridad algún cretino y eficiente artillero inglés tenía que cortarnos el cable
telefónico y no quedaba otro remedio que abandonar la placentera humedad
del pozo que uno ocupaba y tomando el cable desplazarse hasta encontrar
el corte o los cortes.

Este martirio viviente terminó convirtiéndose en una rutina, tanto


durante las horas de luz como de oscuridad, de modo que los comunicantes,
en el sentido del resguardo de la vida, fuimos superados por las circunstan-
cias y la necesidad de cumplir con nuestra misión.

131
¡Se cortó la línea! Alguien nos avisaba o lo detectábamos desde
la central telefónica y allí, sin más drama ni preparativos desafiando a la
muerte, en busca de la gloria, un guardahilo salía caminando bajo el fuego
enemigo, asido del cable hasta encontrar el lugar donde hacía falta la repa-
ración.
Hoy cierro los ojos y se me pone la piel “de gallina” al pensar en aquel infier-
no de explosiones y ver a cualquiera de nosotros, los infantes comunicantes,
caminando como si nada sucediera a nuestro alrededor.

No estábamos locos al hacer aquello; estábamos en las manos de


Dios y de nuestra Señora del Rosario.

Uno de esos largos días en que soportábamos el tronar de la artille-


ría enemiga, uno de mis soldados se protegió ubicándose detrás de una roca.
Un cañonazo pegó en ella y la desintegró sepultándolo bajo las piedras. Este
pedía auxilio a los gritos. Cuando llegué junto a él, sólo se le veía la cabeza;
todo su cuerpo se encontraba bajo una montaña de rocas. Yo pensaba que el
pobre estaría completamente destrozado. Lo descubrí de su pesada lápida y
tenía solamente una pierna quebrada y algunas magulladuras en su cuerpo.
El casco lo había salvado de que una piedra le aplastara la cabeza.

Muchas cosas son necesarias en el campo de batalla pero las co-


municaciones son imprescindibles; sin ellas es imposible hacer la guerra con
eficiencia.

132
MOMENTO CRUCIAL

Subt Edgardo Duarte

“La noble pasión de la Gloria, es la que hace obrar prodigios de valor y de


fortaleza”

José de San Martín.

El día 10 de junio, el Oficial Logístico aparece con uno de los tubos


de las coheteras de Pucará y ocho cohetes albatros; éstos tienen una veloci-
dad de casi 500 m/s, impulsados por un motor cohete potentísimo y con una
cabeza explosiva.

133
Estaba conectado a un improvisado circuito eléctrico el cual modi-
ficamos y por medio de un cable más largo lo conectamos a un teléfono de
campaña a través del que encendíamos su motor cohete.

El Capitán y el Teniente Coronel Soria me lo habían entregado esa


tarde de intenso bombardeo, para que lo instalara apuntando hacia el Port
Harriet House, y en ese lugar, la cima del Monte Harriet, quedó emplazado.

Recuerdo que el Santo Padre, Juan Pablo II, se encontraba en Bue-


nos Aires y que cuando finalizó la misa, el fuego comenzó hasta cerca de la
media noche.

Posiblemente la Tacher deseaba complacer al Sumo Pontífice en


sus deseos de Paz y respetó ese momento sublime del Santo Sacrificio que
el vicario de Cristo celebraba en el país por ella agredido. Pero terminado el
oficio religioso fue como si nos respondieran con un pedazo de infierno. El
Harriet temblaba bajo el fuego enemigo.

Cerca de media noche se produce una pausa que aprovecho para


salir de mi pozo; yo controlaba la central Telefónica de la Unidad y éste era
un punto neurálgico.

Se comenzaron a escuchar disparos de armas livianas y de inme-


diato suena el teléfono; al atender escucho:

“¡Nos atacan, nos atacan!”


“¡Cuelgo porque me matan!”

Los disparos continuaban cada vez con mayor intensidad.

Traté de comunicarme con la Sección Morteros Pesados, de donde


provenían los disparos, pero nadie contestaba; intento con la Sección del RI
12, que estaba con nosotros y desde retaguardia hacia vanguardia se encon-
traba delante de los morteros, y tampoco obtuve respuesta.

134
Los disparos continuaban, y se aproximaban; a éstos se le sumaban
gritos por todas partes, órdenes, explosiones de granadas, de cohetes.
Intenté comunicación con la Compañía Comando y Servicio del
Comando de la Brigada III, que estaba en la pendiente descendente izquier-
da, y me dijeron que los atacaban; probé comunicación con el Puesto de
Socorro, ubicado entre los morteros y la Sección del RI 12, pero tampoco
contestaron.
El Teniente Coronel me llama desde el Puesto de Comando y cuando me
dirigía hacia él, me encuentro con el Tte 1ro D’Aloia, con quien vemos unos
20 ó 30 ingleses que avanzaban desde Port Harriet House. En la cima del
Monte tomamos posición dándoles frente; una ametralladora ya nos abrió el
fuego. Disparamos unos PAF y PDEF que teníamos y uno de ellos la puso fue-
ra de combate; continuamos unos treinta minutos combatiendo contra ese
grupo enemigo, que era uno de los tantos que atacaban; hasta el momento
nos beneficiaba el ocupar la altura y la superioridad numérica enemiga se
equilibraba un poco.

Me dispuse a usar la cohetera que el día anterior había empla-


zado en esa misma dirección; mientras estaba en ello, desde nuestras
espaldas nos abren el fuego y varios impactos pegaron a mi costado
derecho.

Al sentirlos, giramos y tiramos con nuestros fusiles metiéndonos en


un pozo próximo.

Desde esta nueva posición combatimos una tres o cuatro horas.

El pozo estaba con agua con hielo y aquella nos llegaba hasta la
cintura. Una ametralladora disparaba desde nuestro frente y no nos per-
mitía salir del lugar. Cada tanto nos tiraban con sus lanza cohetes descar-
tables, a los que llamábamos “motoneta”, por el ruido que hacían al ser
disparados.

Una de las ráfagas de la ametralladora enemiga pegó en el motor


de uno de los cohetes “Albatros” que se encontraba en el suelo, delante del

135
pozo que ocupábamos, y se encendió, comenzando a largar chispazos de 20
ó 30 centímetros de alto.

Esto nos paralizó a los dos, creo que hasta el corazón nos dejó de
latir. El cohete en el suelo y con el motor en ese estado apuntaba hacia don-
de nos encontrábamos, con la desgracia de que el pozo estaba al pie de una
roca y esta haría estallar el cohete cuando él se estrellara contra ella.

Sinceramente, la situación era desesperante.

Nosotros nos agachamos en el agua hasta donde podíamos, cu-


briéndonos con las manos lo más posible y rogábamos a Dios que el
cohete no se disparara porque moriríamos por la explosión o quemados
con el chorro de fuego que despedía el descontrolado proyectil. No sé
si esto habrá sucedido en dos o tres minutos, pero creo no exagerar al
decir que fue “toda o parte de la eternidad”. El motor producía el ruido
como de una locomotora: “chic, chic, chic…” y cada vez se aceleraba
más, lo mismo que nuestra desesperación, llegando a implorar ambos en
voz alta: “Que no explote Dios mío”, en no sé cuantas oportunidades. El
cohete no se “mosqueó” del lugar.

Si fuera escéptico pensaría que Dios no existe, pero luego de


esta circunstancia, debería aceptar que acudí a El con la fuerza de toda
el alma.

Pasado este incidente nos asomamos y continuamos tirando, cada


vez la presión enemiga era mayor y llegó un momento en que no pudimos ni
sacar la boca del FAL. D’Aloia se asomó y tiró una ráfaga y no sólo del frente
nos contestaron sino también desde un costado próximo.

“- ¡Me hirieron en la mano Negro!”, me dice el Tte 1ro.


Tratamos de ver rápidamente qué tenía; le sangraba mucho, pero aparente-
mente era alguna venita cortada con una esquirla. Un vendaje así nomás y
tratamos de salir del lugar.

136
El Subt Pasolli y el Tte 1ro García se encontraban cerca abriendo el
fuego en otra dirección, lo mismo que el Sargento 1ro Cáceres; les pegamos
el grito para que tiraran contra la ametralladora que teníamos a nuestro frente
y éstos haciendo fuego reunido con sus fusiles la silenciaron transitoriamente
permitiéndonos salir para ocupar una nueva posición y continuar comba-
tiendo.

Más tarde vino la orden de rendirnos.

137
LA CRUZ ROJA

Subt Héctor Torán

El enemigo no tenía problemas en el consumo de munición pesada,


esto es así porque de otra manera no se explica que disparara en todo mo-
mento sus cañones contra cualquier cosa que se moviera. Una persona, un
grupo, un vehículo.

Llegó un momento mientras ocupábamos el Harriet, en que los he-


ridos eran una realidad permanente, como también lo eran nuestras reduci-
das posibilidades de atención sanitaria en aquel lugar, de modo que la única
solución era la evacuación, en la primer pausa de fuego que se produjera.

El capitán había convertido en ambulancia los dos únicos jeep


Mercedes Benz que nos quedaban, les había pintado cruces rojas sobre fon-

138
do blanco, en todos los costados, techo y capot.

Estos fueron los únicos vehículos que penetraron hasta el pie del
monte en busca de heridos o moribundos y ello se debió al coraje de los
suboficiales conductores de la Unidad, porque todo lo que caminaba no iba
al asador, pero…

Cumpliendo alguna de las tantas y variadas misiones logísticas que


debí realizar, en lo referido a la evacuación recuerdo uno de esos días de
junio en que transportaba tres soldados heridos, uno de los cuales era de
gravedad.

Nuestra velocidad se sincronizaba con el peligro con el que convi-


víamos. Debíamos regresar rápidamente en busca de más heridos.

A la altura del Mte Tombledown se nos congeló la sangre, ante el


vuelo resante de un avión Harrier enemigo que había advertido nuestra pre-
sencia y se preparaba para entrar en ataque.

Sólo tuvimos tiempo para dominar el vehículo en esa pista de ba-


rro, que era el camino, parar y balbucear el apoyo Divino, porque ya nos
enfrentaba el avión.

Estos aparatos, entre sus capacidades, tienen la de frenar en el aire,


prácticamente deteniéndose como un helicóptero suspendido.

Algo así comenzó a hacer este avión llegando a nosotros. Ni respi-


rábamos.

Lo cierto es que continuó su vuelo sin lanzarnos ninguna de sus


bombas.

Pienso que aquel piloto se disuadió de atacarnos al ver las mal


pintadas cruces rojas que hiciera el Capitán y entender que en él viajaban
heridos.

139
Pudimos continuar con esa ingrata tarea de evacuación hasta el
último día.

Fue el valor ético del pensamiento lo que nos hizo seguir hasta el final, en
ese camino de sacrificio.

140
LA SECCION MORTEROS PESADOS POR DENTRO

Subt Mario Héctor Juárez

A la izquierda de nuestra posición se encontraba Port Harriet


House. El enemigo había ocupado ese lugar y un helicóptero les transporta-
ba, al parecer, alguna pieza de artillería.

Recibí la orden de tirar con los morteros de 120. Los morteros de


81 habían abierto el fuego pero, aparentemente, no estaban en enlace.

El enemigo huía en dirección al mar, saliendo de la casa por todas


sus puertas y ventanas.

Yo incrementaba el volumen de fuego. Gastamos bastante muni-


ción.
Mirándolo con mayor tranquilidad, posiblemente debí economi-

141
zarla. Lo cierto, es que no faltaban los sapucay y mientas el enemigo aban-
donaba su posición y su artillería, ni lerda ni perezosa que había reglado su
tiro sobre el lugar, no se hizo esperar para castigarnos con todo su rigor.

Uno de los cañonazos prendió fuego el sitio donde teníamos unos


60 proyectiles preparados para el tiro, con espoletas, cartuchos de propul-
sión y cargas suplementarias colocadas.

Pensamos que todo explotaría de momento. Era imperioso salvarlos


porque recuperar esa cantidad significaba un trabajo agobiante, lo veníamos
haciendo desde que llegamos.

Nos miramos con mi encargado de sección y éste me dice, medio


provocándome: - “Mi Subteniente, por qué no va y después me avisa”.

No quedaba nada más por pensar.

Arrastrándome y a los toma y cambio de posición llegué hasta el


polvorín. Saqué los ponchos que los cubrían y que se incendiaban; todas las
cargas suplementarias estaban en llamas y algunos cartuchos de propulsión
explotaban.

Felizmente nada pasó.

No sé si los corazones artificiales serán tan resistentes como los que


fabrica Dios.

El resto de la Sección se aproximó y apagamos el incendio.

Cuando cesó la artillería enemiga y con los Cuadros sacamos


novedades, el mortero del Cbo 1ro Marcilli que había recibido un impac-
to tenía dos heridos. Uno era el Soldado Ojeda que aproximándose, con
el mejor tono correntino me dice –“me parece que me pegaron” y me
mostró su mano. Le faltaban dos falanges en su dedo meñique derecho y
tenía 5 esquirlas en una pierna.

142
Mientras le vendaban su muñón para detenerle la hemorragia, el
Soldado Romero se aproxima a decirme que le dolía la espalda.

A través de su abrigo se le notaba la entrada de alguna esquirla.


Con cuidado le sacamos parte de la ropa y le levantamos el resto.

A la altura del omóplato sobresalía un trozo pequeño de hierro;


aparentemente era muy poco lo que tenía incrustado. Con un pequeño tirón
saldrá, pensé yo, y habiéndolo hecho quedar quieto intenté extraérselo de
ese modo, casi se me desmaya de dolor.

Dejó sus raciones, armamento y munición como estaba ordenado,


y lo mandé al Puesto de Socorro, donde se encontraba el médico.

Cuando me volví a encontrar con el Soldado en el hospital, luego


de que todo finalizó, nos abrazamos y me mostró su esquirla. Era de un
tamaño mayor al de una calculadora de bolsillo y con sus bordes totalmen-
te irregulares. Se le había introducido debajo del omóplato quedando una
pequeña punta visible. Ya me parecía, que por alguna razón extraña había
fallado mi intervención quirúrgica.

143
CAMARADERIA

Tte 1ro Méd Rubén CUCHIARA

El remedio que encontré para los momentos de miedo y soledad


fue la camaradería, cuya simbólica representación se consumaba en la rueda
de mate, y su profundidad llegaba hasta la entrega de la vida por el otro.

El miedo a la muerte, por mi parte, lo combatía no pensado en


ella, para lo cual trataba de mantenerme ocupado, atendiendo enfermos o
heridos, mejorando la posición.

En el Harriet estaba construyendo el tercer o cuarto pozo, desde


mi llegada a la Isla. Les decía a mis Soldados que éste era de lujo; tenía una
repisa para apoyar elementos, asiento de turba que me permitía dormir sen-
tado y reclinado como en un micro, una canaleta para que drenara el agua
que brotaba. Llegó un momento que lo encontré tan confortable que sentía
deseos de ir a descansar temprano, por la noche.
En uno de esos trances nocturnos me pasó algo con lo que yo no

144
había contado en mi esquema mental.

Rendido de cansancio me dormí haciendo caso omiso a las bom-


bas que caían, y soñé; soñé todo el resto de la noche.

El motivo era muy lindo pero muy inconveniente para ese momen-
to.

Me veía en casa, sentado a la mesa junto a mi madre, que había


regresado, no recuerdo de qué actividad, y se encontraba muy solícita con-
migo.

Amorosamente me había cocinado un huevo frito y me tenía pre-


parado unos emparedados, supongo que era la comida que más deseos tenía
de ingerir aquel día.

Ella me insistía con repetir el manjar, hacerme cualquier otra co-


mida, me invitaba con gaseosa. No recuerdo qué estaba por contestarle en
medio de esa abstracción placentera, cuando me desperté.

Al abrir los ojos, no encontré la figura de mi madre, el susurro de


su voz, el calor del hogar, sino que mi ser absorbió por todos sus sentidos al
soldado que dormía en mi pozo, su ronquido y la fría humedad de las pare-
des.

La realidad fue un duro golpe y se apoderó de mí un estado depre-


sivo, muy profundo, muy intenso.

Como comenzaba a clarear, salí del lugar y busqué en la cercanía


a los que velaban armas, y tratando de huir de mi soledad me arrimé a la
primer rueda de mate que encontré, con la intención de buscar el calor de la
camaradería para que cargara la pila de la vida y evitar pensar en la muerte,
en la familia, en el amor.

145
EL CONFORT DE LAS POSICIONES

Decidimos con el Tte 1ro D’Aloia hacer una nueva posición. La


que ocupábamos, cada instante era más insegura y el enemigo no dejaba de
hostigarnos con su fuego. Estábamos convencidos de que nos observaban
desde la altura del Mte Kent, pues todo movimiento en la zona del Puesto de
Comando, en el Mte Harriet, era respondido de inmediato con disparos de
artillería.

Desde Monte Caseros habíamos llevado 1.000 bolsas para usar en


las posiciones y la mayoría había quedado en el Wall. Los camaradas de la
Fuerza Aérea nos apoyaron con unas 500; 50 a 100 más, el Cap. Romano de
la Policía Militar.

Ante la dificultad de ejecutar buenas posiciones en ese suelo roco-


so y húmedo había que suplirlo en parte, con bolsas llenas de tierra.

146
De modo que decidida la tarea esa noche, aprovechando la oscu-
ridad, bajo la fresca lluvia comenzamos a trabajar. Ocuparíamos la posición
nosotros dos y un soldado.

Disponíamos de una sola pala y de seis manos. Al pie de una roca


inclinada y contra ella hicimos un pozo de unos 2 metros de largo por 60 cm
de ancho y 1,50 metros de profundidad.

Su ubicación nos cubría perfectamente del fuego de la artillería na-


val que provenía desde nuestra izquierda, pero ninguna protección a nuestro
frente.

Mientras uno cavaba los otros dos llenábamos con las manos las
bolsas con tierra.

Debíamos hacer una pared capaz de resistir el impacto de un pro-


yectil de cañón, si no, no nos servía.

Al amanecer estábamos terminando y teníamos un parapeto entre


bolsas y lajas de piedra de unos dos metros. De más está decir que a todo
el cansancio que arrastrábamos le sumábamos el de un día más y nuestros
cuerpos debían irradiar más calorías para secarnos la ropa.

Esa mañana me dirigí a Puerto Argentino en busca de algunas cohe-


teras “caseras” y de unas ametralladoras pertenecientes a aviones derribados.
A las ametralladoras se les colocaba como disparador el pulsador de un tim-
bre, ya que estas se disparaban electrónicamente por medio de un émbolo,
en su empleo normal

En el Batallón Logístico 10, verdaderamente se reeditaba el espíritu


de Fray Luis Beltrán en su apoyo a la Gesta Sanmartiniana. En este sentido
recuerdo al Capitán Colombo, al Mayor Ruiz y un grupo de Suboficiales que
los secundaban con algunos Soldados.

Uno de los elementos que tuvimos para iluminar el campo de com-

147
bate provino de la fabricación casera obrada en aquel lugar: un mortero de
60 mm.

Al filo del mediodía regresaba a la posición transportando algunas


coheteras y cohetes, acompañado por el Sarg. Villegas, cuando nos encon-
tramos con el Cap Fox al pie del Mte.

Corriendo de roca en roca comenzamos a ascender. Las explosio-


nes se sucedían en nuestra zona con intensidad. Casi una hora nos demandó
subir en estas condiciones.

Próximos a la cresta vimos el motivo de este intenso fuego.

La sección morteros 120 mm del Regimiento batía en retirada a


unos veinte o treinta ingleses que habían ocupado una casa que se encontra-
ba a la izquierda de nuestra posición. Su artillería para cubrirlos tapaba con
fuego la zona cuando a nosotros se nos ocurrió llegar y subir en dirección a
la posición que ocupaba el Subt Juárez con sus morteros 120 mm.

Si la noche anterior nos mojamos por la lluvia, ahora era por la


transpiración resultante de tantos cuerpo a tierra.

D’Aloia lo recibió a Fox, que llegaba como Observador Adelantado


de Artillería y había entrado en situación rápidamente y mientras tomaba
un resuello y observaba huir al enemigo, yo me desplazaba al Puesto de
Comando.

Alguien podía pensar que este puesto sería, por lo menos, un lugar
donde el Jefe de Unidad en una habitación bajo tierra entre cigarro y café
observaba las cartas en una pizarra. Pero no. Este puesto era un miserable
agujero de unos ochenta cm de diámetro por unos dos metros de profundi-
dad, ubicado horizontalmente, en cuyo fondo se encontraba la radio, y una
persona podía permanecer estirada, pero si eran más, debían hacerlo senta-
dos con las rodillas tocándose el pecho.

148
Así estábamos en ese momento mientas le informaba al Jefe de
Unidad las novedades.

Como a la caprichosa naturaleza se le había ocurrido hacer


esta cueva en un borde de la cresta y éste justamente era el que en-
frentaba al enemigo, hacía de paragolpes de los disparos de la artillería
adversaria.

El Capitán Frizoli desistía de pedir apoyo de fuego porque nuestras


comunicaciones eran un imán de proyectiles. En la posición descripta y en
silencio nos sacudíamos al son de la mole de roca que frenaba proyectiles
mientras pequeños pedazos de piedra caían sobre nuestras cabezas y nos
obligaban a pensar que muerte sería mejor: morir sepultados ahí o ser una
víctima más de alguna de las esquirlas que surcaban el espacio.

Alguien se zambulló en el Puesto sin pedir parte. Era el Capitán


Fox, que todo empapado “tiritaba” descontroladamente. No le quedaba más
remedio que aguantar hasta que se le secara la ropa encima.

Con su radio comenzó a solicitar apoyo de fuego, pero el radio-


goniómetro enemigo funcionaba bien y recrudecían los impactos en la
cueva.

No alertado aún Fox del efecto de los mensajes radiales largos, se


anotició por la reacción unánime de los presentes que en buen castizo e
improperios le hicieron saber inmediatamente.
¿Porqué estaba todo mojado Fox?

Cuando se quedó con D’Aloia, observando la huída enemiga, se


encontraban a un costado de la posición que la noche anterior habíamos
construido y que ya no se podía usar puesto que la mitad era agua. Algunos a
la distancia nos recomendaban hacer una “zanjita” para que drenara el agua.
Nuestro pozo había sido en vano. O tal vez no.

En esa circunstancia detectan con sus oídos que se les viene en-

149
cima una feroz descarga de artillería e instintivamente se arrojan al foso. A
escaso un metro explotó uno de los proyectiles. Y según contaron, los levan-
tó medio metro y por unos instantes se quedaron sofocados y aturdidos, la
reacción de ambos fue ponerse a rezar en voz alta.

Aspecto parcial de la cima del Mte Wall.

150
Soldados ocupando una posición de lujo en Puerto Argentino (no pertenecían a
la Unidad).

Otra posición de lujo, perteneciente al Batallón Logístico 9, ubicada en el


perímetro de la ciudad, y desde la cual distribuía combustible.

151
¿VALOR?

Tte Daniel Monetti

Debo reconocer que la artillería naval enemiga era sumamente


efectiva y que sembraba un considerable grado de pánico.

Si la situación de uno fuera móvil, ante un bombardeo le quedaría


la opción de abandonar la zona batida, en alguna pausa de fuego. Pero la
nuestra era totalmente estática, estábamos firmes en el lugar; “ni un tranco
hacia delante ni uno hacia atrás:.

Podría pensarse que haber hecho posiciones de cambio o suple-


mentarias era la solución, pero no pasaba de una aspiración de deseo.

Aquellas palabras del Mariscal FOCH, de que en la guerra se hace

152
lo que se puede para aplicar lo que ya se sabía, puedo decir que está corro-
borado en la realidad que nos tocó vivir.

No era posible hacer ni posiciones de cambio, ni posiciones su-


plementarias; gracias si se podía hacer una posición principal, como con-
secuencia fundamental de la situación táctica y de las características del
terreno.

En la Compañía de Infantería “B”, teníamos la orden de que cada


sección se diera su propio servicio de seguridad durante la noche.

En realidad, de alguna manera todos estábamos vigilantes en las


horas de oscuridad, porque el cañoneo nocturno tiene entre otros efectos, el
de una insuperable anfetamina.

Podría ser un buen método para los estudiantes noctámbulos.

No obstante ello, en algún momento, con o sin bombas uno se


quedaba “planchado” de sueño; lo que si, que antes del agotamiento difícil-
mente lo lograra.

La seguridad en mi Sección, con las consideraciones anteriores,


estaba compuesta por un Suboficial y dos Soldados que cubrían un turno de
dos horas, relevándose al término del tiempo e informándome las novedades
entre relevo y relevo.

Sería la noche del 4 ó 5 de junio y estábamos recibiendo un estre-


mecedor fuego naval desde hacía casi dos horas.

Toda la zona era batida con una insuperable eficacia.

Posiblemente al hablar de que una zona era batida, se piense en


algunos proyectiles que caen más o menos espaciados, 50, 100 ó 200 metros
uno de otro. Pero no es la interpretación de lo que sucedía. El enemigo batía
palmo a palmo el espacio ocupado por nosotros.

153
En el turno que finalizaba a las 24,00 horas se encontraba el Sar-
gento González, que pasados unos 45 minutos en su guardia me dio la no-
vedad de la ausencia de su relevo.

Le indico que la posición del Suboficial que le correspondía re-


emplazarlo se encontraba a escasos treinta metros de la mía y hacia ella se
dirige.

Soy un Oficial y con fallas o sin ellas, estoy preparado para la gue-
rra y para sobrellevar las duras y penosas situaciones que allí se presentan.
Pero eso no significa que pierda la capacidad de dolerme ante el sufrimiento
ajeno o de que el corazón no se me “estruje” ante un panorama descarnado
como el que estaba presenciando, luego de concurrir al llamado del Sarg
González.

Con el jefe de la Compañía, Tte 1ro Arroyo, nos encontrábamos


observando los restos del cuerpo del Suboficial que se hallaban aplastados y
deshechos contra las rocas, por el impacto de un cañonazo.

Seguramente al salir para hacerse cargo de su puesto de guardia


había recibido el disparo mortal.

No tengo porqué negarlo; era un hombre mío que hacía pocos días
me había sido agregado; proveniente del Cdo Br I III y a quien casi ni cono-
cía, pero se me escapaban las lágrimas.

Tapamos los restos con una manta para disponer de ellos al ama-
necer.

Ordeno que se haga cargo del puesto otro Suboficial, de quien no


se puede ubicar su posición en esa cerrada noche de espesa niebla, de modo
que González terminó el turno.

Pero insisto, que el enemigo batía palmo a palmo el terreno ocupado.

154
Este segundo hombre no había podido ser ubicado, no porque no
se encontraba su posición, sino porque un cañonazo había caído sobre ella,
desintegrándolo físicamente.

Este segundo Suboficial muerto era el Sargento Montellano, tam-


bién agregado a mi sección.

Es verdad aquello de que “no ocurre a menudo, pero el hombre es


capaz del sacrificio heroico y de aceptar el martirio; de exponerse al sufri-
miento y a la muerte por amor”, como enseña el filósofo de la Patria y mártir
de la Fe, Jordán B. Genta.

Frente a estos panoramas, había que continuar resistiendo.

No era sencillo; era un verdadero esfuerzo que el espíritu debía


hacer sobre la materia; que el sentido del cumplimiento silencioso del deber
hacía frente a un instinto de conversación que se exaltaba con todo lo que
veía y sentía.

Con cuanta sabiduría los clásicos griegos han hablado del valor, de
la serena intrepidez, como virtud específica del Soldado.

Platón, cuando habla de ello en “La República”, nos enseña que el


valor es una constancia, un olvido de sí por la fidelidad a la Patria, en todas
las circunstancias, la más fácil y la más difícil; es la misma entereza en el
placer, en el dolor, en el temor, en la certeza de la muerte inminente.

155
YO, EL INCREDULO

Tte 1ro Med Rubén Cuchiara

“Ningún hombre sabe lo que pasa en el hombre salvo el espíritu del


hombre que está en él; hay, sin embargo, en el hombre, cosas que el espíritu
mismo del hombre, que está en él, no sabe”
San Agustín

Mi formación nunca me encaminó hacia las cosas sobrenaturales,


de manera que todo lo que tuviera sentido religioso no era de mi gusto, salvo
compromisos sociales, como algún casamiento, bautismos o responso (como
compromisos los entendía yo).

En mis 19 años de estudiante no había mamado nada de metafísica.

156
Mi educación o tal vez seudo educación había sido fiel a la reforma univer-
sitaria de 1918.

Digo seudo educación, luego de leer a Pio XI, en su encíclica Di-


vini Illius Magistri; donde al referirse a la educación verdadera, perfecta y
completa del ciudadano, dice que es la que “forma al hombre como debe ser
y como debe comportarse en esta vida temporal para conseguir el fin último,
la vida eterna”.

Pero Dios, desde la eternidad me tenía reservado mi pasaje por


MALVINAS, sólo que yo en la finitud del tiempo no lo sabía.

Uno de estos tantos días en el Wall, el Jefe de Regimiento nos reúne


en su Puesto de Comando y al finalizar la impartición de órdenes nos aclara
que había en el lugar rosarios para todos los que quisieran, incluyendo a
Cuadros y Tropa.

Yo no deseaba tomar ninguno, no sé si por miedo a creer o a usarlo


como talismán de la buena suerte.

Los allí presentes fueron tomando para sí y para su gente. Yo, que
estaba sentado en un rincón soslayaba lo que ocurría, pero finalizado el re-
parto sobró uno y no se cómo ni porqué apareció en mis manos. Alguien me
lo tuvo que dar.

Ya con él, sin desearlo, decidí llevarlo al Puesto de Socorro, que era
mi Cuartel General, y en ese lugar, en vez de colgármelo, preferí enganchar-
lo pendiendo de uno de los parantes de la carpa, y le recordé a mi gente que
allí lo colgaba para que nos brindara protección a todos los que habitábamos
en el puesto.

Mi segunda relación íntima con este talismán fue una oscura noche
de fuerte viento, torrencial lluvia e intenso frío.

La gente de Sanidad pasábamos la noche dentro de los pozos que

157
teníamos construidos en proximidades de la carpa, que era el lugar físico del
Puesto de Socorro donde se efectuaban las curaciones y guardábamos todos
los elementos necesarios para ellos.

Esto de dormir en las posiciones era así, como medida de seguri-


dad ante los sorpresivos ataques navales enemigos que se venían sucedien-
do.

Esa noche nuestros pozos se llenaron de agua y debimos abando-


narlos, acomodándonos como podíamos dentro de la carpa.

Corrían los primeros minutos del nuevo día, y luego de atender a


un Soldado, me disponía a descansar; entre dormido noté que uno de los
cajones de medicamentos que se encontraba como parte del palo sostén de
la carpa y que estaba arriba de todos, por efecto del viento, se caía. Alcancé
a gritar ¡Cuidado!.

(no se abunda en más detalles sobre las circunstancias porque este


hecho está narrado en otra anécdota).

Lo cierto fue que el soldado Parduk había recibido en la base del


cráneo, el golpe de un cajón caído de dos metros de altura, a raíz de lo cual,
perdió el conocimiento.

Luego de recobrarlo me dijo que podía mover las manos y los pies
pero que estaba ciego.

Todo era una escena para una película de terror.

Le hice una inyección endovenosa de un antiinflamatorio po-


tente, lo tranquilicé y me puse a pensar qué haría con él si tuviera frac-
tura de cráneo, pues podría estar al borde de la muerte en cualquier
momento, e intentar bajarlo al camino para llevarlo al hospital podía ser
el último empujón para matarlo, en medio de las condiciones climáticas
reinantes.

158
De modo que no me quedó más remedio que esperar el día en ese
lugar.
Había llegado el momento cúlmine de mi segunda íntima relación
con el talismán de la suerte, creo que ya me refería más respetuosamente a
ese ordenamiento de cuentas.

Esperé que los allí presentes volvieran a acomodarse para continuar


pasando la noche, y cuando creí que nadie me veía, me acerqué al Santo Ro-
sario, me persigné y le pedí a Dios que me ayudara y que ayudara al herido
y le permitiera pasar la noche con vida.

El resto también es conocido.

Cuando visité al Soldado en el hospital, conversé con uno de los


Sacerdotes que asistían en aquel lugar, y éste sonriente me escuchaba. Con
gran benevolencia y comprensión sacó una medallita, la bendijo y me la
entregó mientras me agregaba que era para que cuidara y protegiera a quien
la portaba.

Aún hoy la sigo usando en forma permanente.

En cuanto al Santo Rosario, también es conocido que lo enterramos


con el Capitán y otros hombres y que cuando nos replegamos lo desente-
rramos y repetimos el solemne acto bajo las bombas enemigas en el Mte
HARRIET.

Yo creo realmente que al momento de enterrarlo nos hicimos un


juramento secreto del que nadie habló pero que todos conocemos.

De regreso al continente hemos conversado en nuestros hogares y


todos pensamos lo mismo; era una especie de pacto que libremente asumi-
mos, de ir a buscar algún día aquel Bendito Rosario.

No está marcado en ningún sitio, sólo en nuestra mente y corazón.

159
Algún día Volveremos y ese símbolo Mariano enclavado en las en-
trañas de aquel suelo irredento será desenterrado y regresará a la Sección
Sanidad, donde creo que quiso estar desde el principio.

160
FOLKLORE A PRUEBA DE TIROS

Sarg Ay Mario Ponce

Vengan Santos milagrosos.


Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido a mi Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.

“Martín Fierro” de José Hernandez

En esos interminables días que el enemigo nos acosaba con sus caño-
nes, cada uno reaccionaba en forma distinta, pero con algunos aspectos comunes
a todos.

161
La posición la compartía con el Sarg 1ro García, el cbo 1ro Sán-
chez, el Dragoneante Benítez y los Soldados Alarcón y Eulosevich.

Los antecedentes que obraban en nuestro conocimiento y que eran


fruto directo de la artillería enemiga, consistían en varios heridos diariamen-
te, algunos muertos y algunos puestos destruidos por impactos directos, de
modo tal, que uno de esos aspectos comunes en la forma de reaccionar era
el de “aguantar” en el puesto.

Con relación a esto último, cuando la posición se convertía en un


tembladeral de explosiones, en la nuestra cantábamos folklore, acompaña-
dos de una guitarra que tenía dos cuerdas originales y cuatro improvisadas.

Cuando más cerca caían los proyectiles, más fuerte cantábamos


como para tapar el estremecedor ruido de las explosiones.

No podíamos cuerpearle a la muerte, sólo esperarla cantando.

Cuando la tierra y los pedazos de roca caían en nuestra posición,


respondíamos con feroces “sapucay”.

El otro aspecto común de la reacción era que cada tanto le agregába-


mos alguna oración a nuestra Señora del Rosario, Patrona de la Reconquista.

Todo estaba dirigido a preservar nuestra voluntad de lucha y nos


apoyábamos mutuamente.

Hoy, cuando recuerdo todo eso, sigo sintiéndome orgulloso de


aquellos momentos, de aquellos rezos, de aquellos miedos, de aquélla tan
profunda camaradería, de aquella verdadera entrega por el orto sin más es-
peculación que la de dar.

Como dice San Agustín, “ama y has lo que quieras”. Así era como vivía-
mos, porque quien ama sólo quiere el bien del amado, del amigo, del camarada.

Creo que a veces añoro esos momentos.

162
LA NOVIA OLVIDADA

Sarg Ay Mario Ponce

No era necesario ningún tipo de orden sobre esto, pero como mis
actividades de mecánico, con mayor facilidad que a otros, me llevaban a
dejar mi armamento en cualquier lugar, me había autoimpuesto no abando-
narlo por ninguna razón, tarea que me resultaba pesada y molesta.

Ese día en el Harriet luego de regresar de mis actividades, me en-


contraba sumamente mojado, mi equipo necesitaba mantenimiento. Las par-
tes de cuero estaban hinchadas por la humedad y las metálicas ya presenta-
ban zonas oxidadas.

Me dispuse pues a hacer limpieza del fusil y de los cargadores, que

163
estaban muy dañados.

Luego, dejé todo desarmado, para que se secara un poco.


El jefe de la Compañía Comando, que se encontraba a unos 100
metros, me llamó y mientras conversaba con él se inició un ataque enemigo.
Cada uno tomó rápidamente su casco y fusil y ocupó su posición respon-
diendo al fuego enemigo que era intensísimo y continuado.

Yo no tenía ni correaje, ni armamento, ni casco.

Tratando de llegar donde se encontraban, todas las rocas me pare-


cían chicas para cubrirme. Entre cuerpo a tierra y cuerpo a tierra avanzaba
hacia mi “novia”. Un tirador disparaba próximo a mi circunstancial cubierta’
lo miro y me dice, mientras tiraba”
-“Aguantate por haber dejado las cosas en otro lugar”.

Era mi amigo el Sarg 1ro García a quien yo torturaba con el horario


de diana.

Desde ese momento, no me separé jamás de mi fusil. Seguí siempre


con él, hasta que llegó la hora de la entrega, circunstancia en que para no
cederlo al enemigo preferí arrojarlo al mar.

164
NOCHE GRIS

“Hemos vivido largamente en la abstracción de las duras realida-


des y habíamos dado en creer que la libertad consiste, sólo, en disfrutar los
derechos que las generaciones de la independencia y de las Luchas Civiles,
conquistaron haciendo de su vida una tierra de dificultades y de trabajos
agobiadores”.

Jordán B. Genta

En el Grupo Logístico me movía entre otro personal, con dos solda-


dos que cubrían los puestos de radio operador uno y estafeta el otro.

Uno sumiso, leal, un tanto apocado, muy sencillo, el otro más avis-
pado más “ligero”, también leal y buen Soldado. Duros y sufridos como el

165
quebracho, oriundos del indomable Chaco.
Jesús Salto y Luis Parduk. Este último ya había sufrido un accidente
al caérsele un cajón lleno de medicamentos sobre la cabeza mientras des-
cansaba tirado en el suelo.

Hacía dos o tres días que intentábamos hacer una buena posición a
unos 100 metros del Puesto de Comando del Jefe de Regimiento cuando re-
cibo la orden de instalarme mas cerca. No había muchos lugares para elegir,
ni mucho tiempo, porque el enemigo batía con eficacia toda la zona y nos
mantenía prácticamente aferrados en las cubiertas quitándonos casi toda la
libertad de movimiento.

A esta altura de los acontecimientos nos sentíamos con un cansan-


cio muy avanzado, con dos o tres días sin dormir, merced a la acción del
cañón enemigo y penetrados de frío, de humedad y del viento que nos tenía
a “mal traer” y que en la nueva posición, Mte Harriet, soportábamos total-
mente al descubierto en la cresta del monte, que era de unos veinte metros
de largo por cinco metros de ancho y la ocupábamos unas quince o veinte
personas. A nuestro frente, algunas rocas separadas eran la pantalla protecto-
ra contra la artillería de campaña enemiga; a nuestra derecha, la pendiente
descendente, y a nuestra izquierda una pared de rocas, que nos protegía de
la artillería naval, que noche tras noche nos recordaba lo tremendo que son
los cañones como acción psicológica y cómo van ablandando poco a poco
una posición, sumando heridos y muertos.

A la izquierda, la pared rocosa, presentaba una abertura en forma


de “V” de unos 2,50 m de alto, y cuyo vértice era de tierra. Ofrecía cubierta
en los 360°, a menos que un cañonazo diera justamente dentro de la “V”. En
ese lugar ubiqué a los dos chaqueños y ocupé a unos tres o cuatro metros del
mismo una posición con el Cap Frizioli y el Sarg 1ro Reyes.

Era una noche de “todos los demonios”; no nos privábamos de


nada. Agua y viento a discreción y el monte temblando bajo cañonazos.
Detrás de una roca, metidos en la bolsa cama, tapados con todo lo que te-
níamos y sentados con las rodillas recogidas al pecho y abrazadas las piernas

166
para protegernos de las esquirlas que rebotaban de roca en roca, pasábamos
los minutos, que eran similares a los de la eternidad.

En silencio o rezando y vigilando para no ser sorprendidos.

Esa noche llevábamos unas dos horas en ese trance cuando Par-
duk me avisa que Salto había sido herido. Luego de preguntarle si se podía
desplazar, le indiqué que viniera donde me encontraba, mientras me sacaba
todo lo que tenía encima y salía de la bolsa cama.

Pasaron cinco o diez minutos y nadie regresaba ni contestaba a mi


llamado. Yo lo atribuía al ruido ensordecedor de las explosiones.

Llegaron los dos Soldados y parecía que el demonio dirigía impía-


mente los fuegos contra esos veinte metros del Puesto de Comando.

“Me hirieron a mí también, mi Capitán” –dice Parduk.

Decidí abandonar la posición en busca de otra más segura y nos


arrastramos hasta detrás de otras rocas. El Cap Frizoli trataba de llegar al
lugar del operador de radio que estaba de guardia.

En la nueva cubierta sólo teníamos lo puesto, una manta y un pon-


cho que había arrastrado.

Salto se quejaba y llamaba a su mamá, mientras adoptaba tirado en


el barro, la posición fetal.

Todo indicaba que Salto estaba en trance de muerte. Luego de aco-


modarle la cabeza lo tapé.

Parduk estaba con una herida de esquirla en la espalda, y mi único


paquete de curación individual lo había usado en su atención.

Comencé a revisar a Salto y lo primero fue sacarle las manos, que

167
abrazaban su región abdominal, la mano derecha colgaba a la altura de su
muñeca, casi separada totalmente del cuerpo.

Por supuesto yo estaba conmovido por lo que vivía. Además debía


acercar mi cara al lugar que trataba de ver, porque la oscuridad era total.
Mientras abría sus ropas bañadas en sangre iba encontrando trozos de carne
desgarrada. Ya al llegar a su camiseta, debí hacer un esfuerzo. El pobre tenía
sus vísceras afuera y los girones de ropa sostenían esa especie de pelota de
fútbol que le salía.

No sabía qué hacerle, además no tenía con qué. Traté de no tocarle


la herida. La camilla era el barro y estábamos todos mugrientos.

Salto continuaba quejándose y llamando a su mamá y diciendo


que se moría. Yo también creía lo mismo, y arrodillado a su lado le hablaba
de la Bondad y Socorro de Dios y de que no aflojara. Creo que luego de un
buen rato perdió el conocimiento; cuando llegaron los camilleros ya habían
pasado cerca de dos horas. Era muy difícil avanzar en medio de ese nutrido
fuego.

El médico le hizo todo lo que era posible con los medio y en las
circunstancias que vivíamos y recién a las cuatro horas de haber sido herido
pudimos bajarlo y llevarlo al hospital, distante unos 20 km.

Parduk permaneció unos pocos días internado y Salto fue sometido


a prolongadas operaciones y, gracias a la verdadera pericia y abnegación de
nuestros médicos, hoy continúa con vida, y en tratamiento médico, con su
estómago y su mano derecha preparados para otra guerra.

Tengo el placer de recibir cada tanto la visita de mi estafeta o algu-


na carta.

Me resta decir, qué fue lo que pasó con la posición elegida por mí
para los dos Soldados.

168
No entró ningún cañonazo en la “V”, sino que temerosos por la
intensidad del cañoneo, buscaron un lugar que les pareció más seguro, ale-
jado unos 50 metros, y varias explosiones se sucedieron próximas a ellos
hiriéndolo una esquirla a Salto y cuando Parduk regresaba en su búsqueda,
luego de darme la novedad; otros proyectiles caían cerca y al arrojarse sobre
su amigo recibe la herida.

Parduk se había salvado por segunda vez.

Yo no creo en eso de que “no hay dos sin tres”, pero luego que lo
saqué del hospital, lo dejé en Puerto Argentino cumpliendo otra misión me-
nos peligrosa.

169
¿PARA QUE SIRVE EL CASCO?

Srg Ay Mario Ponce

El oficial Logístico había conseguido turno para reparar uno de los


camiones que teníamos fuera de servicio, y a cumplir esa tarea me desplacé
con destino al taller que ocupaba la gente de Obras y Servicios Públicos.

Sobre la caja se encontraba un casco que de inmediato llamó la


atención de uno de los suboficiales que allí trabajaban.

Para satisfacer su curiosidad, debí narrarle el percance del dueño


de ese elemento, que era el Soldado Salto Jesús y que se encontraba en esta-
do delicado, internado en el Hospital Militar.

170
Había sido victima de la artillería enemiga, sufriendo múltiples he-
ridas, pero ninguna en la cabeza, gracias al casco, al que probablemente le
debió la vida.

Presentaba tres orificios entre cinco y seis centímetros de diámetro


cada uno y de forma irregular.

Las esquirlas lo habían perforado.

El Cabo 1ro no tuvo mejor idea que concluir a modo de pregunta:


-¿para qué teníamos casco si las esquirlas lo atravesaban?

Mi respuesta fue simple.

-“Pregúntele al Soldado Salto que es el más autorizado para contes-


tarle”.

171
BAUTISMO DE FUEGO

Subt Lautaro José Jiménez Corbalán

“No busco dinero, no me pagareis precio alguno; no somos mer-


caderes de guerra, sino combatientes: es el hierro, no el oro, quien decidirá
entre nosotros”.
Dante

Ya no podíamos reunirnos con los cuadros y soldados de la Sec-


ción a desgranar devotamente las cuentas de nuestras corazas espirituales,
de modo que lo hacíamos cada uno en su lugar.

Había sido una práctica que observábamos desde los primeros días

172
que llegamos y era una necesidad continuar con ella.

Cada posición estaba rodeada, por lo menos, con dos s tres cráteres
de proyectiles de artillería, a menos de tres metros cada uno.

El soldado TORRES Avelino y su compañero tenían a menos de un


metro una bomba semi enterrada sin explotar.

En mi Sección, la 3ra, aún no había caído ningún proyectil den-


tro de las posiciones, como en otros lugares, aunque yo tenía dos Soldados
muertos en un enfrentamiento anterior.

El sacrificio de la guerra nos enseñaba descarnadamente el valor de


la vida; lo que está destinado a perecer y lo que en ella es eterno.

Ya de noche, eran las 18.30 hs y había pasado el rancho; me dispu-


se a recorrer a mis hombres, amparado en la oscuridad, que se incrementaba
con la presencia de nubes muy bajas.

En esa oportunidad me llegue hasta la “posición fantasma”; que


estaba instalada unos 60 metros delante de la mía y la componían una ame-
tralladora 12,7 mm inutilizada y un muñeco de pasto y tierra vestido con
uniforme y casco.

Esta “posición” siempre era motivo de risa porque en varias opor-


tunidades los ingleses gastaron sus buenos kilogramos de explosivos en ella;
además nos causaba gracia porque los Soldados decían que el que estaba en
ella –el muñeco- era el más disciplinado debido a que no se movía cuando
le caían bombas a su alrededor.

El pozo del Cabo de Reserva Hipólito Gonzalez se comunicaba


con el mio por medio de una zanja; en su mitad teníamos emplazado un
morterito de 60mm, que con elementos de circunstancias había sido fabrica-
do y lo habìa llevado a la posición el Capitán Logístico.

173
De regreso a mi lugar, con el radio operador, Soldado Teodoro FLO-
RES, rezamos un rosario, y siendo las 22,00 horas me dispuse a dormir.

Flores hacía el primer turno de guardia y yo el segundo.

Una idea me rondaba por la cabeza hacía bastante; no sabía cómo


reaccionaría ante un ataque enemigo a las posiciones; en eso lo envidiaba al
Cabo Odorcic que ya conocía cómo era la suya, por qué había enfrentado al
enemigo en combate cercano.

Con esos pensamientos me quedé dormido.

A las 23.30 me despertó FLORES diciéndome –“Mi Subteniente:


por donde está el Sargento SOLIS, a unos veinte metros viene caminando una
patrulla y él cree que son comandos nuestros”

En segundos recordé que hacía dos o tres días habían pasado Co-
mandos nuestros en dirección al Mte Kente al mando del My Rico, pero
también recordé que habían prometido avisar por dónde regresarían.

Inmediatamente mandé a Flores para avisarle al Sarg Solís que


cuando los tuviera bien cerca les abriera el fuego porque eran enemigos.

Tomé mi fusil y controlé mi correaje; el Soldado no alcanzó a salir


de la posición cuando estalló el combate. Se oían fuertes ráfagas de ame-
tralladoras y muchas explosiones de granadas en la zona de SOLIS, distante
unos treinta y cinco metros de mi pozo.

El enemigo se encontraba bastante protegido por el afloramiento


rocoso de Goat Ridge.

Por fin el momento que tanto me preocupaba había llegado.

En los primeros segundos sentí un fuerte nudo en la garganta y


miedo, pero inmediatamente rompí la barrera dando órdenes y gritando para

174
darme seguridad y darle seguridad a quienes lograran oírme.

A todo esto, el ataque golpeaba al flanco derecho de la Ca desde el


oblicuo, y el combate se centraba en parte de mi sección,

A los grupos primero y segundo les ordené no abrir el fuego hasta


que lo indicara.

El Cabo Odorcic estaba listo con el “morterito” y le ordené disparar


varios iluminantes, con lo cual comenzamos a visualizar al enemigo y anu-
larle el uso de sus visores nocturnos.

El Cabo González con su fusil lanzaba con eficacia granadas, apro-


vechando el campo de combate iluminado.

La Sección Apoyo nos incrementaba la iluminación con sus 81


mm; los ingleses buscaban refugio entre las rocas mientras aprovechábamos
a reunir nuestros fuegos en esas zonas.

Desde las alturas del Harriet habían comenzado a disparar las 12,7
del Subt Duarte y Pasolli y ese volumen de fuego hizo que los británicos
retrocedieran un poco.

En el sector de Solís no se oían mas disparos de propia tropa; yo los


daba por muertos, y me alegré sobremanera cuando pude verlos avanzar ha-
cia mi posición, arrastrándose. Eran tres; Solís que tenía múltiples heridas en
un brazo y además quebrado por un tiro, y los Soldados Funes, con impacto
en una mano, y el otro era Olivares.

En el lugar les hicimos las primeras curaciones.

Desde la altura del Harriet el fuego se había generalizado; entre


este fuego y el del enemigo no podíamos movernos, lo que motivó que grita-
ra a todo pulmón que pararan de tirar que teníamos controlada la situación
–nos separaban mil metros.

175
El Sargento Montellana con su grupo llegó como refuerzo. Bre-
vemente les expliqué en qué consistía nuestro “reducido contraataque” y
salimos en busca del enemigo; queríamos explotar en algo más este éxito
parcial.

“Vengan Británicos hijos de…”, gritaba yo a toda garganta, mien-


tras avanzábamos tirando sobre algunos grupos de dos o tres que se replega-
ban cargando con sus heridos o muertos.

Tardamos dos horas en rastrillar la zona; cuando lo hacíamos en el


sector de Solís, encontramos al Soldado Gómez Martiniano, muerto al lado
de la ametralladora.

Ya no estaba tan feliz por nuestro triunfo parcial.

De regreso a mi posición, Odorcic me da la novedad de que el


Cabo de Reserva GONZALEZ HIPOLITO había muerto combatiendo al lado
nuestro y no nos habíamos dado cuenta.

Teníamos nuevamente el control de la posición; el 3er grupo había


sido atacado por unos treinta ingleses y por la posición que ocupaban el 1ro
y el 2do, no podían abrir el fuego.

Al amanecer, con el Jefe de Compañía recorrimos el lugar y reco-


gimos mochilas y granadas, 25 lanzacohetes descartables antitanques LAW
de 66 mm (Norteamericanos) y otros materiales más, abandonados por el
enemigo.

Yo ya sabía cómo era capaz de reaccionar frente a un ataque ene-


migo y me sentía seguro de mí mismo y con presencia de ánimo para condu-
cir a mi Sección.

Pero había envejecido algo más de lo normal y una nueva expe-


riencia se me grababa en mi corazón con la fuerza de la sangre de mis hom-
bres muertos, cumpliendo con el sagrado deber.

176
A esta altura de los acontecimientos tenía cuatro muertos y varios
heridos; para mí ya no era simple expresión decir que la guerra lleva las co-
sas a su proporción adecuada y que pone en un primer plano candente, lo
decisivamente importante para el hombre, dejando a un costado las ocupa-
ciones frívolas de su cotidianidad. La guerra, en este sentido, es una escuela
de ascetismo.

Ya vivía esta realidad.

¿Quién me lo negaría?

177
RADARES HUMANOS

Cbo Nicolás Albornoz

Después que nuestra posición fue asaltada por el enemigo, el día


12 de junio, comenzamos a replegarnos desde el Mte Two Sisters en di-
rección a Puerto Argentino. Al llegar a la zona que ocupaba el Grupo de
Artillería 3 ó 4, no recuerdo bien, me ordenan que junto con un Suboficial
Principal transportáramos en un camión Unimos 416 a ocho soldados heri-
dos, hasta proximidades de la posición del BIM 5, donde una ambulancia los
trasladaría hacia el Hospital Militar.

En aquel momento la artillería enemiga estaba en silencio, segura-


mente preparando las nuevas posiciones para emplazar sus cañones.

Más tarde regresamos y se nos ordena trasladar a otra posición un

178
cañón averiado por el fuego de contrabatería inglés. Mientras volvíamos la
zona comenzó a ser batida por el fuego de la artillería enemiga. Echamos pie
a tierra del vehículo y con el Principal continuamos avanzando, mientras el
camión nos seguía.

A los radares de contrabatería del enemigo le oponíamos la agude-


za de nuestro oído que nos anunciaba la proximidad del peligro.

Habíamos marchado de este modo unos 3 km, cuando “nuestros


radares humanos” nos anunciaron una serie de proyectiles que avanzaban
hacia nosotros. Le hicimos seña de ello al conductor –conforme habíamos
convenido- y nos arrojamos a la cuneta. Aquél saltó hacia la pendiente que
el camino tenía de su lado, mientras los proyectiles caían cada vez más cer-
ca del camión. Al fin, uno hizo blanco en la cabina, destrozándola en mil
pedazos.

179
REECUENTRO FILIAL

Subof Pr Lucio Galarza

“-¡Un beso muy fuerte, papá!


-¡Un beso muy fuerte, hijo mío!”

(Diálogo del Coronel MOSCARDO y su hijo Luis antes que éste fuera fusi-
lado)

Fui como encargado de la Sección Sanidad y del Pelotón Comando


de la misma, a ese suelo bendito.

Llevaba conmigo una pesada preocupación; uno de mis hijos


estaba haciendo el Servicio Militar en el BIM 5, en Río Grande –Tierra del
Fuego.

180
Cuando llegué a Río Gallegos traté de comunicarme con él y me
informaron que se encontraba en operaciones en alta mar. Mi desvelo au-
mentó.

Habiendo pisado tierra malvinense, juro que estaba convencido de


que la habíamos recuperado para siempre y que no lograrían usurparla de
nuevo.

Con cincuenta y un bultos de Sanidad permanecí de seguridad en


la pista, donde se encontraban hasta que iniciamos la marcha hasta el lugar
que ocuparíamos.

Esta fue penosa; pero mucho más para mi. Contaba en ese momen-
to, cuarenta y tres años de edad y sentía el peso del equipo aligerado y del
bolsón porta equipo que estaba bien completo.

Llegada la noche, me encontraba peleando contra el frío y la lluvia,


acostado sobre unas bolsas de maíz y tapado con una lona.

Mi compadre el Sarg. Ay.De Candido me acompañaba y entre


nuestros interrogantes nos preguntábamos si volveríamos con vida. Los dos
teníamos mucho ánimo. Claro que volveríamos con nuestros seres queridos,
nos decíamos.

Esa primer noche tuve que levantarme por el intenso frío que sentía
y además, para auxiliar algunos hombres que al costado del camino se en-
contraban más congelados que yo.

Una vez instalados en el Puesto Socorro, pasamos unos momentos


de amistad inigualables. Todo se compartía con todos, incluso con algunos
renunciamientos silenciosos.

Con el Sarg Ay Reyes y el Sarg 1ro Stchanz habíamos construi-


do una buena posición y en ella descansábamos. Un tema de perma-

181
nente conversación era sobre la actitud que asumiríamos los enfermeros
ante el ataque enemigo.

El Tte 1ro médico opinaba que nuestros fusiles no tenían por-
qué ser disparados. Únicamente los heridos debían ser nuestra preocu-
pación.

El otro enfoque era el del Oficial Logístico, que en general acep-


taba el del Tte 1ro, pero le agregaba que había que usarlos y de la mejor
manera. En el combate la Convención de Ginebra no nos salvaría.

Eso era para luego de terminada la lucha, según su opinión.

Otro tema era sí colocábamos o no la cruz roja en el Puesto.

Nuevamente, surgieron opiniones dispares. El médico deseaba ha-


cerlo y el Capitán pensaba que en nuestra situación era una ingenuidad de
la guerra que sólo servía para indicarle con más precisión nuestra posición
al enemigo.

Hasta ese momento no sabíamos nada de los “satélites espías” nor-


teamericanos, al servicio de Inglaterra y nos preocupábamos por los artículos
39 y 42 de la Convención de Ginebra que tratan sobre el tema.

Como cuando hay opiniones distintas en la fuerza la solución es


simple, en este caso también lo fue El más antiguo tuvo la razón.

Sin cruz roja y con el fusil en una mano y la jeringa en la otra, ter-
minó nuestra orientación operacional.

Debo reconocer, que yo no me sentía más seguro así, y el día que


nos atacó la aviación mientras nos trasladábamos, fue la única oportunidad
que tuve de disparar mi fusil y lo hice con ganas.

Creo que en ese momento, hubiéramos realizado un contraataque

182
si llegaba la oportunidad. Nadie dejó de disparar con lo que tenía.
A fines de mayo contábamos con la mitad de los cincuenta y
un bultos que cruzamos. Parte se habían perdido el 1ro de mayo y parte
en el repliegue. La disminución de medios en la asistencia médica era
considerable.

Recuerdo que el primer herido de gravedad fue traído una noche a poco de
estar en el Harriet.

Tenía colgando una muñeca con mano y todo; mientras le paraba


la hemorragia y le improvisaba un entablillado el médico le curaba la zona
intestinal efectuándole un vendaje que le sostuviera sus intestinos que los
tenía afuera.

Se sentía perfectamente el olor de su materia fecal.

El doctor apreciaba que moriría.

La situación operacional era sumamente delicada debido al fuego


que recibíamos y nos mantenía aferrados en los pozos.

Teníamos plasma humano y se lo hicimos

El Soldado balbuceando me pidió –“agua por favor mi Sarg Ay”. Yo


veía la figura de mi hijo en ese lamentable estado y su recuerdo me intran-
quilizaba cada vez más.

En una conversación había escuchado que el BIM 5 se encontraba


ocupando un monte a nuestras espaldas.

A partir de ese momento no pude descansar. Necesitaba encontrar-


lo y estas situaciones de dolor me hacían pensar más en él.

Felizmente ese herido pudo ser evacuado luego al Hospital Militar


y tras varias operaciones salió airoso.

183
En la primer oportunidad que tuve pedí permiso y me dirigí ha-
cia el BIM 5.

Había caminado bastante por todos esos cerros y no lograba ubi-


carlo. Sentía un gran cansancio y mi preocupación crecía con él.

Mientras caminaba le pedía a Dios que me ayudara a encontrar a
mi hijo.

Apelaba al recuerdo de mi hijito menor para seguir sacando fuer-


zas. No podía abandonar la búsqueda. Cuando no di más, cuando me había
quedado sin fuerzas en las piernas para seguir subiendo y bajando, me sentí
vencido y con el corazón dolido.

Derrotado emprendí el regreso.

Dios aprieta pero no ahorca. No podía dejarme, el también es Pa-


dre y mejor que nadie sabe lo que es sufrir por un hijo.

Caminando cabizbajo y meditabundo bajaba llevando el casco en


la mano y el fusil en la otra; un Soldado apareció corriendo y me aviso dónde
se encontraba mi hijo. Fue como recibir parte de ese plasma humano, de esa
vida extra.

Comencé a subir como un león.

En la simplicidad de mi corazón repetía la oración que Jesús hijo


de Sirac nos enseña en el Eclesiástico: “Alabaré sin cesar tu nombre, y lo
celebraré con acciones de gracias, pues fue oída mi oración”

A lo lejos ya reconocí la silueta de mi hijo; yo seguía corriendo y


próximo a él arroje casco y fusil.

Nos apretamos en un abrazo de amor, de ternura, de felicidad.

184
Tenía a mi “cachorro” conmigo.

185
UN CAMBIO EN EL EMPLEO DE LA
MUNICION TRAZANTE

Subt Marcelo Llambías Pravas

Sabemos que la munición trazante es el medio por el cual podemos


dirigir con mayor precisión nuestros fuegos durante las horas de oscuridad,
más aún si disponemos de elementos de visión nocturna, y además referir
blancos (de día o de noche) para las ametralladoras, fuegos reunidos, etc. Un
efecto paralelo, y no por ello menos importante es la repercusión psicológica
que produce el ser batido con dicha munición y “ver” como los proyectiles
buscan nuestra carne.

Durante los combates en Malvinas pudimos apreciar la eficacia


para el tiro terrestre y fundamentalmente para el antiaéreo, que se lograba
mediante su empleo.

186
Así fue como las tropas que ocupaban posiciones en Mte Challen-
ger (3/C/RI4) lograron “tocar” a un avión Harrier y en posteriores ocasiones
obstaculizar considerablemente los ataques aéreos a baja altura del enemi-
go.

Particularmente la noche del 8 al 9 de junio cuando efectivos del


orden de una Sec Tir enemiga se infiltraron por Goat Ridge hacia Harriet
y fueron rechazados por la Tercera Sección de la Compañía “B” del Regi-
miento que estaba al mando del Subt Jiménez Corbalán y se replegaron, mi
sección tuvo la oportunidad de tirar sobre el blanco enemigo. Los ingleses
quedaron así bajo el fuego cruzado de las armas argentinas. Gracias a los
visores nocturnos que nos permitían ver el desplazamiento de los británicos
y a las trazantes se pudo dirigir el fuego de nuestras armas, especialmente las
dos ametralladoras, en forma muy eficaz.

Pero, supuesto, todo se paga y nuestra satisfacción, más bien la


euforia de haber visto a los ingleses corriendo en fuga, se terminó con el
intenso bombardeo de “castigo” que su artillería nos dejó caer encima.

Inglaterra es uno de los países que da gran importancia a los me-


dios de observación, y las trazantes delataban al enemigo nuestras posicio-
nes con escalofriante exactitud.

La desproporción tecnológica nos obligó a cambiar el método y en


lugar de colocar un proyectil trazador cada 4 normales comenzamos a dejar
todos del tipo común, reservando los luminosos para efectuar la primera se-
rie y su corrección y así fijar el afuste en la dirección y elevación necesarias
para proseguir con la munición normal

Esto dio excelentes resultados ya que los ingleses no pudieron de-


tectar con precisión nuestras posiciones hasta estar su infantería muy cerca
de nosotros.

187
EL RECUERDO DE MI PADRE

Subt Edgardo Duarte

“Quiero morir combatiendo, para eso soy combatiente.


Y si temiera la muerte, viva como vivo, no vivo, muero”

María Lilia Losada de Genta

Aproximadamente eran las 21,30 hs del 8 de junio, cuando me en-


contraba en mi posición con el Subteniente Pasolli, en el Harriet y mientras
conversábamos, limpiábamos nuestros fusiles.

De pronto oímos disparos provenientes del sector este, donde se

188
encontraban las posiciones de la Sección del Subt Jimenez Corbalan.

Rápidamente salimos y nos dirigimos al Puesto de Comando del


Jefe de Regimiento y en ese lugar nos encontramos con el Tte 1ro D’Aloia.

Detrás de unas rocas nos colocamos cuerpo a tierra, dando frente a


Good Ritz, afloramiento rocoso de donde prevenían los disparos.

Por suerte, hacía unos días habíamos recibido algunos visores noc-
turnos y el Tte 1ro tenía uno. Pasolli estaba a mi derecha “prendido” de una
ametralladora 12,7 mm, D’Aloia con su FAL a mi izquierda y yo con el mío.

Un grupo de comandos ingleses se encontraba infiltrándose por


Good Ritz cuando fue descubierto.

D’Aloia observaba por el visor y disparaba su FAL con munición


trazante, a la vez que nos gritaba: -“¡Pasolli!” – “¡Duarte! Sobre mi fuego
¡tiren!” y sin hacerlo esperar, detrás de la dirección que marcaban los pro-
yectiles trazantes, descargamos nuestras ráfagas.

Creo que todos nos sentíamos fuertes y seguros de lo que hacíamos


y estábamos escarmentando a los hijos de la Pérfida Albión que peleaban
por continuar con la actitud colonialista del viejo y desdentado león, que
debió recurrir a su incondicional aliado, Estados Unidos, para consumar un
nuevo atropello ante los “distraídos” ojos de los poderosos árbitros del mun-
do.

Por el momento el enemigo recibía su merecido.

En medio de un tiroteo “infernal”, el Cabo García, que se encontra-


ba a mi derecha, supongo que por efecto del nerviosismo, abría el fuego con
su FAL sin darse cuenta de que tiraba contra una roca que estaba a escasos
veinte o treinta centímetros de la boca de su fusil; los rebotes y pedazos de
piedras saltaban por todas partes. Yo creía que eran disparos del enemigo.
Cuando me di cuenta de lo que verdaderamente sucedía se me escapó un

189
grito: -“¡Cabo García no sea…, mire donde tira!”
Desde luego que corrigió la puntería.

El Sargento Sánchez me contaba más tarde, que mientras todo esto


sucedía, uno de los Soldados le señala la cantidad de “bichitos de luz” que
encima de ellos volaban. Esos bichitos eran unos potentes proyectiles trazan-
tes enemigos.

El cañón pirata vuelve a rugir con furia sobre nuestra posición, para
cubrir el repliegue de sus tropas; nos mantuvimos unas dos horas continuas,
esperando que pasara el cañoneo.

Ese día 8 de junio, mientras permanecía tratando de confundirme


con las piedras que me rodeaban, recordaba que se cumplía el tercer aniver-
sario de la muerte de mi padre. En esas circunstancias las oraciones que hice
durante el transcurso del bombardeo fueron por doble motivo. No quería
morir en esa noche; deseaba cualquier otro momento y le pedía a mi padre
que intercediera ante Dios para que así fuera.

190
“SAPUCAY”

Subt Juan Nazer

“Los pueblos que no tienen memoria no tienen porvenir. El culto


de los antepasados es la exaltación de las virtudes que ellos transmitieron y
la reafirmación de sus ideales de bien común. La Patria esta integrada por la
unión íntima de las generaciones pasadas, presentes y futuras”

Carlos Octavio Bunge

Acababa de llegar de la Gran Malvina con mi Sección, y en el


Puesto de Comando del Jefe de Regimiento recibí la orden de trasladarme al
Mte Two Sisters para ocupar una posición defensiva.

191
En esa oportunidad tenía fuera de combate al Jefe del 2do Grupo de
Tiradores y en su reemplazo se encontraba un Soldado Dragoneante.

El movimiento debía ejecutarse partiendo del Harriet y desfilando


por todo el frente de combate; eran unos 3 ó 4 km expuestos al fuego y ob-
servación enemigas.

Ese día primero de junio al oscurecer, 18,30 horas, inicié la marcha


a pie con la Sección en formación de columna y los grupos en formación de
rombo, manteniendo grandes intervalos entre ellos para aumentar la disper-
sión y disminuir la eficacia del fuego de la artillería británica.

Pese a que todas estas medidas atentaban en parte contra un estric-


to control, juzgué que para el caso era más importante la dispersión.

Tan pronto comenzamos el movimiento fuimos detectados y la ar-


tillería empezó a batirnos.

A la una de la madrugada del día dos, luego de seis horas treinta


minutos, junto con uno de mis cuatro grupos, llegaba al punto terminal,
habiendo recorrido los 3 ó 4 km.

Habíamos avanzado a razón de 1 km por cada 2 horas, bajo el


fuego.

De inmediato reconocí el lugar e instalé ese grupo y quedé atento


en la oscuridad escuchando tan solo las explosiones y el rugido del mar.

Lo cierto era que me faltaban tres grupos que se habían distanciado


durante ese movimiento y no sabía en qué lugar se encontraban.

Mi temor mayor era que en medio de la cerrada noche se internara


alguno en un campo minado. Además dudaba si el Dragoneante sería capaz
de mantener su grupo y traerlo hasta el lugar. La orden había sido muy sen-
cilla mientras había luz; llegar hasta aquel Monte. Todos lo podían observar.

192
Pero de noche y con el fuego enemigo no todo era igual.
Este es uno de los tantos momentos vividos con mis “menchos”, y
que recuerdo con cariño.

Un estridente “Sapucay” surcó el espacio haciéndose oír por enci-


ma de las explosiones.

Eran los grupos que andaban perdidos en la noche,

Sin hacerlos esperar contesté al llamado de auxilio y en un facsímil


de la retreta del desierto fueron acercándose poco a poco.

Medio maltrechos y con algunos heridos, pero habían llegado.

Nos abrazamos de alegría con el Dragoneante.

Ahora había que trabajar rápidamente para que el día no nos en-
contrara sin un pozo hecho, en el cual protegernos.

193
CIEGO EN COMBATE
Cabo 1ro José María González

“Que no está en la monta de lo que se sufre, sino en el denuedo


con que se sufre”
SENECA

El 11 de junio, aproximadamente a las 22,00 horas me encontraba


descansando. La noche anterior había estado de turno en la central telefóni-
ca.

Varios disparos de fusil me despertaron; me armé rápidamente y


salí de la central. Aparentemente los tiros provenían de la zona de retaguar-
dia, donde se encontraba la Sección Morteros Pesados.

Con el Cabo 1ro Nievas y diez soldados nos ubicamos de ma-


nera de poder abrir el fuego en dirección a la zona desde donde venían
los tiros.

Una ametralladora enemiga comenzó a disparar sobre el Puesto

194
de Comando. Se encontraba emplazada al pie del monte y próxima al
camino.

Desde la altura, la ametralladora que podía responder el fuego,


tiraba sin cesar; el Soldado Sanchez la manejaba. Sobre nuestras cabezas se
cruzaban las balas trazantes.

Le propuse al Sargento Sanchez que nos desplazáramos hacia


la ametralladora enemiga para darle un golpe de mano. Me respondió
que primero se aproximaría al Jefe de Compañía para ver qué ordenaba
él.

El fuego de la artillería se había intensificado en toda la posición y


desde retaguardia el tirotéo era mas intenso.

El Sargento Sanchez nos pegó el grito para que con todos los Sol-
dados disponibles nos ubicáramos para cubrir parte del ataque que provenía
desde el camino. Para ello debíamos bajar porque desde nuestro sector no
se podía tirar con eficacia. A cubierto comenzamos el descenso. Llegando al
lugar elegido nos estalló un cohetazo a dos metros; nos habían descubierto
y un arma automática nos disparaba desde unos 200 metros.

Los impactos comenzaron a verse a la altura de la cabeza del


Sargento Sanchez y la ráfaga se desplazaba hacia donde nos encon-
trábamos el Soldado La Concepción y yo, que acabábamos de dejar
nuestra cubierta.

Intenté hacer un rodillo, y al girar sobre mi cuerpo sentí un impacto


en el ojo izquierdo.

El Soldado me tomó por el cuello, me abrazó y estaba tan asustado


como yo, que ya tenía la cara cubierta en sangre.

Le pedí que me soltara y le dije que tiráramos sobre un grupo ene-


migo que avanzaba.

195
El otro ojo, el derecho, comenzó a nublarse y no pude ver más. Le
grité al Sargento que estaba herido y no podía ver. Este le ordenó al soldado
Araujo, que se encontraba cerca de mí, que me llevara hacia arriba a otra
posición, la de los soldados, que era más segura.

Araujo arrastrándose delante de mi comenzó a avanzar; yo lo se-


guía tocándole el borceguí con mi mano. Por fin llegamos a la posición. Le
pedí que me encendiera un cigarrillo para comprobar si podía ver el fuego,
pero nada observaba.

El Soldado quería ir en busca de un enfermero o del médico para


que me curaran; yo le decía que se quedara, porque las explosiones indica-
ban que toda la posición hervía en fuego.

Mis argumentos no lo convencieron. Me sacó los cargadores de


munición que me quedaban y luego de decirme que permaneciera tranquilo
que él regresaría, salió. No lo volví a ver más.

Estaba intranquilo y me costaba pensar con claridad. Escuchaba


las voces del Sargento 1ro Caceres, del Tte 1ro García, del Sargento Barrios,
del Sargento Sanchez; todos gritaban en medio de una situación que parecía
confusa y crítica.

Esto ocurría en el momento en que se producía un repliegue hacia


el Puesto de Comando.

Parece que por un buen rato yo no escuché nada; creo que perdí el
conocimiento.

Al recobrarlo, la artillería ya no tiraba más sobre nuestro sector.

Escuché voces inglesas que se acercaban y gritaban y me dispuse a


comunicarme con alguien de propia tropa que estuviera aún próximo, pero
nadie me contestaba.

196
Comencé a desesperarme. Comencé a sentir que la muerte me ron-
daba y no podía ver por dónde. Me sentía inútil.

Me senté en la posición e inicié, a ciegas, un tanteo de los rincones.


Encontré un casco y me lo coloqué.

En mi oscura composición de lugar pensaba que todo el Regimien-


to se había replegado y me acordaba de la recomendación que el día ante-
rior nos habían hecho, para el caso de que alguien tuviese que ir hacia reta-
guardia. El único lugar libre de minas por donde se podía cruzar, era sobre
el camino; ambos costados eran campos minados, y esto incluía la zona de
retaguardia de la posición.

Me dispuse a llegar al camino. Sabía que si no perdía la dirección


me encontraría con él.

Caminando sobre las rodillas y las manos inicié el movimiento,


pero también comencé a chocar contra las rocas y a rodar entre ellas.

Quería recuperarme del descenso violento de unos metros y escu-


ché gritos en inglés. Pensé que me habían visto y que me gritaban a mí. Me
quedé inmóvil en la posición en que me encontraba boca arriba. En ese mo-
mento el casco se me cayó y se fue rodando por las piedras. Si me acercaba
y me veían me matarían, pensaba yo.

Me sentí perdido y sin recursos. Sólo me quedaban la Fe, la Espe-


ranza. Saqué mi Rosario, que siempre lo tengo conmigo, y le pedí a Dios por
mis chicos, por mi señora, por mis padres, por toda mi familia.

Creo que esto pasó en muy poco tiempo.

Escuché pasos de gente que caminaba muy cerca de donde me


encontraba; ignoraba si me estaban observando. Lo real es que no sabía que
hacer y comencé a moverme lentamente, me coloqué nuevamente en posi-

197
ción de gateo y reanudé el desplazamiento.

Luego de hacer algunos metros, caí en la cuenta que en vez de


bajar estaba subiendo. Pensé que si continuaba en esa dirección podía
ser que encontrara la enfermería o a gente del RI 12 que estaba en la
zona.

Avancé unos metros más y noté que me encontraba en el borde de


una gran piedra. A mi izquierda una ametralladora 12,7 se escuchaba que
aún resistía con sus fuegos.

Grité con fuerza en busca de amigos, pero nadie me contestó.

Por el contrario, el enemigo desde mi derecha me gritaba no se


qué cosas. Giré en mi dirección de avance y continué gateando con rapidez,
bajando el cerro. Iba sin el casco. A cada rato chocaba contra algo. La que
recibía los golpes era mi cabeza que cada vez me dolía más.

Mis deseos de vivir me impulsaban a continuar y no detenerme a


lamerme las heridas, o llorar de dolor y soledad.

Lo único que quería era salir de ese lugar, reunirme con mi Sec-
ción, con mi Regimiento.

Las manos casi nos las sentía del frío por el hielo que había; no
tenía guantes en aquella circunstancia.

De repente oí una voz que me decía –“Mi Sargento, mi Sargento,


venga, es usted”. Me quedé como paralizado en el lugar. La voz se escucho
nuevamente, y me llamaba; le pregunté quién era y me contesto que perte-
necía a la Sección del Regimiento 12, que estaba agregada al Regimiento 4.

El Soldado me guió y me arrastré hacia el lugar donde se encontra-


ba.
Aquel hombre se hallaba solo y tenía en su poder un FAP y muy

198
pocas municiones. Había estado apoyando el repliegue de su Sección y tras
quedarse solo en el fragor del combate, se había dado cuenta que yo estaba
ciego. Le dije que debíamos replegarnos y que él sería el guía y debería ha-
cer lo que le indicara.

Debo reconocer que dentro de mi turbulento estado espiritual,


me estaba sintiendo un poco mejor. Éramos dos y ahora tenía la vista del
otro.

Le expliqué que debíamos bajar hasta el camino y avanzar en di-


rección del BIM 5, haciéndolo por el camino, puesto que el terreno a am-
bos lados eran campos minados. Le dije además, que debía tener cuidado
porque en la primera tranquera que encontráramos, a unos veinte metros, se
hallaba una bomba enterrada en medio del camino, lista para ser detonada.

El Soldado me insistía en no bajar porque veía ingleses al pié del


monte y otros que subían y bajaban gritando.

Yo insistí en que bajáramos, pensando que encontraríamos parte


del regimiento por aquella zona.

Me agarré de su cinturón y comenzamos a descender; a poco de


hacerlo escuchamos que venían gritando desde abajo y avanzaban en nues-
tra dirección.

Donde estábamos nos tiramos cuerpo a tierra, y le dije que rápida-


mente ubicara un lugar donde escondernos. Lo hizo y regresó a buscarme.
Nos metimos en una cueva. Al entrar me di cuenta que era un refugio, por-
que toqué un poncho impermeable. En el piso había mantas y el suelo se
notaba completamente mojado. Ambos estábamos medio muertos de frío.
Nos tapamos acurrucados más cerca y parecía que revisaban los pozos en
busca de enemigos, sacaban lo que en ellos había y lo tiraban.

A nuestro accidental refugio no llegaron y las voces se alejaron.


Muy bajo el soldado me preguntó que haríamos, me hablaba al

199
oído. Le contesté, de igual manera, que esperaríamos un poco y luego baja-
ríamos y de no poder hacerlo esperaríamos al siguiente día.

Sentí que tocó la culata de su FAP y tanteó el cargador. Lo tenía


apuntando hacia la entrada de la cueva.

Se lo hice retirar, porque si alguien se asomaba, ni bien viera el


cañón del arma dispararía una ráfaga o lanzaría una granada. Teníamos una
posibilidad, aunque remota, de pasar una revisación ligera quedándonos
como estábamos.

Yo continuaba con un fuerte dolor en la nuca, en el ojo y en la


cabeza. Le dije que esperaríamos a que amaneciera y recién veríamos si
podíamos replegarnos y por dónde.

Nuevamente escuchamos voces, pero esta vez eran tanto en caste-


llano como en inglés y se oían muy cerca nuestro.

Eran tres o cuatro camaradas que por lo que podíamos entender


habían abandonado sus posiciones combatiendo, se quedaron sin munición
y, rodeados por ingleses, se estaban rindiendo.

Eran un Cabo 1ro y dos soldados, según lo que dedujimos.



Mi lazarillo me susurraba que nos entregáramos, pero se con-
venció de que debíamos tratar de replegarnos y no dejarnos tomar prisio-
neros.

Unos pasos se escucharon muy cerca; se dirigían a la entrada de


nuestro escondite; se sintió el manotazo que el visitante le pegó al pon-
cho. El soldado se apretó contra mi y nos quedamos tiesos, sin respirar, tal
vez esperando una ráfaga enemiga, o quizás una abundancia del Auxilio
Divino.

Sentí el ruido del FAP, como que lo tiraban y nuevamente el poncho

200
que sonaba.

Pasado un buen tiempo, el soldado, me manifestó que vio a uno de


los ingleses que se agachó frente a la entrada, levantó el poncho y tiró del
cañón del FAP. Esperó un momento apuntando con su arma, soltó el poncho
y se fue.

Hay que cerrar los ojos en silencio, hacer volar un poco la imagi-
nación y, sin juicios prematuros, meterse dentro del cuero de cualquiera de
esos hombres como de tantos otros y apenas se habrá logrado un esbozo del
estremecimiento indefinible que sentíamos en las entrañas.

No olvide, quien nos juzgue, de congelarse (aunque sea un poco),


embarrarse, empaparse hasta los huesos y sufrir hambre de varios días, co-
locándose –aunque sea imaginativamente- frente a las armas de un enemigo
veterano, bien equipado y bien nutrido…

Sólo así podrá estar en condiciones aproximadas a las necesarias


para poder analizar equitativamente aquellos combates y aquel terrible
final.

El inglés no nos había visto, posiblemente porque estábamos es-


tampillados contra el barro y en el fondo de la cueva.

Le dije al inquieto soldado que esperaríamos a que amaneciera y


que me sentía extenuado; en caso que me quedara dormido que me des-
pertara al amanecer, que yo haría lo mismo con él si se dormía y si oíamos
ruidos, que no nos hablásemos sino que nos llamáramos con unos golpecitos
en el cuerpo.

Cuando sentí esos golpes en el cuerpo, era porque estaba amaneciendo.

Le dije que se arrastrara hasta la entrada y que con cuidado asoma-


ra la cabeza para observar si se veían enemigos. -¡No hay nadie mi Sargen-
to!.

201
Giré en dirección a la voz y alcancé a ver el resplandor de luz que
se filtraba por debajo del poncho. No podía creerlo. Estaba comenzando a
ver de nuevo.

Esta sensación solamente la pueden entender los que hayan pasado


por trances similares. Era como comenzar a vivir nuevamente, era salir de
una oscura cárcel.

Me arrojé hacia ese rayito de luz y comprobé que efectivamente,


aunque muy borroso, estaba viendo.

Un estado anímico renovado se apoderó de mi alma. Me sentía


más seguro.

Le hice observar en todas las direcciones al soldado y cuando se


cercioró de que no había enemigos en las inmediaciones, decidí que avan-
zaríamos hacia el camino.

Comenzamos a hacerlo arrastrándonos. Cada tanto hacíamos un


alto y el soldado nuevamente observaba a nuestro alrededor, para luego con-
tinuar si nada raro se veía.

En un momento dado me dijo que me quedara quiero, que a nues-


tro frente había tres o cuatro ingleses.

Estarían muy cerca porque alcancé a verlos en una nebulosa.

Nuevamente se escuchaban voces, gritos, aparentemente órdenes,


helicópteros, en la dirección en que nos dirigíamos.

Decidí que avanzáramos hacia nuestra izquierda, que era donde


estaba el BIM 5. Hicimos unos cuantos metros y retomamos hacia el camino.

Próximo a él, yo veía como una franja blanca y le pregunté que era
eso, deteniéndonos.

202
Me dijo que eran muchas personas que se encontraban sobre el
camino y en la zona de la tranquera y que creía que eran de propia tropa.

Pensé un minuto y le respondí que no podía ser. Evidentemente la


altura estaba tomada por el enemigo, de manera que los que veíamos tam-
bién tenían que serlo.

El único camino que nos quedaba para ir hacia retaguardia estaba


controlado por el enemigo.

Nos encontrábamos fuera de un lugar cubierto y “a mitad del río”.


El soldado me preguntaba que íbamos a hacer. Yo no sabía qué resolver en
esa situación. Lo que tenía claro era que no podíamos quedarnos donde nos
encontrábamos y regresar a la cueva era imposible.

Le propuse ir directamente hacia el BIM 5, a lo que me replicó que


el campo estaba minado.

Le expliqué que era nuestra única salida, o de lo contrario debía-


mos entregarnos.

Dudó unos instantes y me contestó que sí; cruzaríamos por el cam-


po.

Le dije que lo haríamos gateando; yo lo seguiría detrás.

-“¡Tenés que ir mirando al piso, y si ves tierra movida o alambre, o


cable, nos detenemos y veré que haremos!”

Comenzamos nuestro camino de espinas rumbo a la eternidad;


lentamente, transpirando de tanto esfuerzo psíquico, de tanto control
muscular para no hacer más movimientos que los necesarios. Avanzá-
bamos.

Yo tenía que ser fuerte; debía ser fuerte. No podía dejarme vencer

203
por el miedo de no ver y estar cruzando en cuatro patas un campo minado.
Tenía un soldado a mis órdenes.

La sangre se me congeló cuando sin darme cuenta, con uno de mis


pies enganché un alambre. De inmediato pensé que estaba ante la inminente
explosión de una de las minas del campo.

-“Tirate al suelo”. Hay una mina”. Fue el grito desesperado que me


salió del alma.
Todo fue muy rápido, como acción refleja pero la explosión no se
produjo.

Mi torrente sanguíneo comenzó a circular nuevamente, sin apuro,


mientras me las arreglaba para sacar mi pie sin forzar más el alambre.

Continuamos nuestro Calvario por un tiempo más, hasta que visua-


lizamos a tres personas unos mil metros delante nuestro.

Mi acompañante al avisarme de ello apreció que serían enemigos;


yo le pregunté hacia donde se dirigían a lo que me respondió que lo hacían
en dirección al BIM 5.

Mi vista no funcionaba bien, pero mis neuronas lo hacían a pleno.


Entendí que no podían ser enemigos, debido a la dirección que llevaban y el
número de personas que eran.

Con fuerza comenzamos a gritarles una y otra vez; ellos se acerca-


ron cautelosos hasta que el Cabo 1ro Marcilli, que era el que mandaba esa
otra patrulla, me reconoció y contestó identificándose.

Nos pusimos de pie, me tomé del cinturón del Soldado GALEA-


NO, que pertenecía al RI 12, y embriagados de alegría comenzamos a
correr hacia nuestros camaradas, olvidándonos irracionalmente de la tor-
turante travesía.

204
Llegamos luego al BIM 5, pero no me podían curar en ese lugar, de
modo que continué hasta Puerto Argentino, donde me realizaron las prime-
ras curaciones y me evacuaron en un avión C130 al continente.

En cada momento libre que tenía rezaba agradeciéndole a Dios


todo el auxilio que nos había prestado, en uno de estos momentos me en-
contraba en el avión mientras sobrevolábamos por alta mar, cuando el fuego
antiaéreo de una fragata enemiga nos interrumpió.

Yo estaba totalmente entregado a la voluntad de Dios, dispuesto a


aceptar sus designios. Había hecho todo lo que estaba a mi alcance, como si
todo dependiera de mi; pero no podía desconocer que ni un solo cabello se
me caía sin que Nuestro Señor lo permitiera.

Había llegado a una disposición total de alma y cuerpo a la Volun-


tad Divina.

Hoy he recuperado en buena medida la visión en mis dos ojos y


continúo en tratamiento.

205
REFLEXION
“Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza,
tu hijo, si no muy rico, bien azotado. Abre los brazos y recibe también a tu
hijo Don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor
de sí mismo; que según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desear-
se puede:”

Miguel de Cervantes Saavedra

Los hombres en medio de una exigida situación viven minutos du-


rante los cuales se les patentiza la posibilidad muy próxima, casi rozándolos,
de morir.

En ese estado desesperante toda su naturaleza no ve más solución


que volver al Principio del Ser: Dios.

Pareciera que la vida vivida en la incertidumbre, en el peligro asu-


mido por amor, nos aproxima más a la virtud, más a nuestro principio y fin
eternos.

206
Esto me recuerda aquella solicitud socrática hecha a los sofistas
que acababan de condenar al filósofo acusándolo de corromper a la juven-
tud con sus enseñanzas. Sócrates les suplicaba que cuando sus hijos fueran
mayores, los hostigaran, los atormentaran como el los había atormentado,
si veían que preferían las riquezas o cualquier otra cosa a la virtud; y si se
creían algo no siendo nada, que no dejaran de sacarlos a la vergüenza públi-
ca, porque no se aplicaban a lo que debían y creían ser lo que no eran; pues
así era cómo él había obrado con ellos.

Si le concedían esa gracia, lo mismo él que sus hijos, no podían


menos que alabar la justicia de ellos.

Tenemos la obligación de ver la realidad en que transita nuestra


existencia, pero también tenemos obligación de verla en su proyección so-
brenatural, donde el fracaso humano no tiene importancia y se consuma en
el modelo más acabado de la rotunda derrota humana: Cristo Crucificado.

Pero paradójicamente, sobre esta derrota, sobre este sacrificio por


amor que todo lo dio, se edifican veinte siglos de cristiandad.

No podemos ver lo ocurrido en Malvinas, solamente como una


derrota. Tal derrota existió, fue real en el tiempo y el espacio. Tuvo su valor.

Pero también fue real y de un valor infinitamente superior, el senti-


do moral de la epopeya argentina. Sentido que se nutrió en el más genuino
espíritu católico y mariano, para salir en defensa de valores superiores, como
la Justicia y el Bien Común Temporal de la Nación Argentina. Sentido que
nos dio a los combatientes, la convicción de que la sangre que vertíamos y
la vida que nos jugábamos, eran la cuota de dolor necesario para participar
en la obra del Calvario, y acercarnos más purificados a la majestad de Dios.

Esta visión cristiana de la derrota está por encima de lo que pudie-


ran haber pensado quienes decidieron la gesta el 2 de abril de 1982.

Innumerables son los hechos en el campo de batalla que testimo-

207
nian esta afirmación. ¿Qué nos diferencia entonces, en el espíritu, de lo que
sentía y creía un hombre cualquiera de la Defensa y Reconquista de Buenos
Aires, un Saavedra, un Belgrano, un San Martín, en el siglo pasado?

No toda la realidad pertenece al cambio; si bien la evolución es


una realidad, es mucho más real la verdad que no cambia. Es más, esta ver-
dad es la que patrocina y dirige el cambio.

Si no hubiera algo que permanece siempre esencialmente idéntico


a sí mismo a través del cambio, no habría ciencia ni perfección en nada,
incluso en los dominios de la técnica.

Luego, sólo nos separan el tiempo y las circunstancias, porque exis-


te una continuidad histórica en el pensamiento y en el espíritu del ser argen-
tino.

Lamentablemente, la molicie y la debilidad nos separan de él, por-


que el camino elegido es sacrificado, es vigilante y necesita del valor como
virtud moral para poder seguirlo.

208
PARTE III

LA DERROTA
“El pleito de la Patria es necesario ganarlo o perder-
lo, pero nunca transarlo con mengua del honor”

Félix Frias.
ASI VIVI LA DERROTA
Subof Pr Lucio Galarza

“El perfecto cumplimiento del deber oscuro exige el ejercicio coti-


diano del don de fortaleza. No son las cosas extraordinarias las que hacen a
los santos, sino la manera divina de cumplirlas. Este “heroísmo de la peque-
ñez…”

R.P Antonio Rojo Marín, O.P.

Veníamos salvándonos de varias situaciones que realmente produ-


cían escalofríos; ese 4 de junio yo me encontraba terminando de tapar 18
perforaciones que nuestro pedazo de carpa –Puesto de Socorro- tenía, como
resultado de varias esquirlas.

El Dr Cuchiara se encontraba sentado sobre una roca, dentro del


Puesto y hablábamos de que un cañonazo nos caería encima en cualquier
momento.

212
El enemigo llevaba más de una hora gastando munición sobre la
posición.

Algo me sopló, casi rozándome la cara y se estrelló al lado del


Tte 1ro.

El agujero número 19 se había hecho presente y por poco hace


carambola con nosotros dos. Era una muy respetable y potente esquirla.

Entre otras actividades, con esta inédita de “surcidor” como enfer-


mero, fueron transcurriendo los días, hasta que el once nos sorprendió el
ataque final.

En tantos días de aguante, de alguna manera estábamos acostum-


brados a vivir con explosiones y tiros. El hombre que es un “animal de cos-
tumbre” también llega a aceptar, en parte, el peligro, más aún si no tiene otra
alternativa.

Algunas granadas de mano explotaron cerca nuestro, unas ráfagas


de ametralladoras y gas, no se de qué tipo, pero que nos hacía toser sin cesar
y nos obligó a salir de nuestra posición. El enemigo nos esperaba.

Nos encontrábamos reunidos con los prisioneros de la Sección


Morteros Pesados, cuando desde propia tropa se desata un bombardeo de-
moledor. Prácticamente sin pausa entre explosión y explosión, bengalas
de iluminación y combate de tiradores generalizado. La posición era una
antesala del infierno.

Aplastados contra las rocas nos encontrábamos los prisioneros; un


grito sobresalió en busca de auxilio. Era uno de los soldados enfermeros –Fa-
gunde-; me muevo en su ayuda y una explosión cerca mío. Siento un terrible
golpe en el codo que me tiró por tierra.

Medio atontado quedé en el lugar; no sentía el brazo y la ropa se


humedecía rápidamente en sangre.

213
Varios ingleses corrían de un lado a otro. Uno cayó destrozado por
un cañonazo.

“Mike, Mike, Mike”, le gritaban sus compañeros, pero ya estaba


muerto.

Salimos todos de ese sitio y comenzamos a socorrer a los heridos;


Fagunde tenía el cuello abierto por una esquirla y el omóplato destrozado
por otra. Casi ningún elemento para curaciones poseíamos entonces.

Los ingleses nos obligaron a bajar del cerro. Traíamos a cuestas a


nuestros heridos; el enemigo bajaba los suyos con todas las camillas dispo-
nibles en el lugar.

Sorteando rocas y resbalando sobre las primeras nevadas, descen-


dimos.

A mí se me caían las lágrimas de sólo pensar en mi hijo que en otro


pozo, a 4 km del lugar, esperaba el próximo ataque.

Le pedía a Dios que si era necesario tomara mi vida a cambio de la


de mi hijo.

El doctor sólo atinaba a expresarme que estábamos en las manos de


Dios.

Sé que me había mantenido como un roble hasta este momento,


pero ahora me sentía “quebrado”.

“No se preocupe mi Sarg Ay, quédese tranquilo”, me decía el Sol-


dado Gluskievich, mientras me abrazaba.

Yo miraba hacia la posición del BIM 5, que ya era otro lugar infer-
nal.

214
Caminando con todos los heridos avanzamos hasta Fitz Roy.
Era un panorama indescriptible de gente sangrante, deshecha col-
gada de otro y que con caídas y tropiezos avanzaba.

Allí se encontraba una cantidad increíble de Gurkas.

Pensé que terminaban nuestros días.

Pero no fue así.

Los heridos más graves fuimos trasladados a San Carlos y de ahí al


Buque Hospital “Uganda”; más tarde, a los tres o cuatro días, llegué a puerto
Santa Cruz.

Un Galarza había muerto, me decían en el Hospital.

En un momento, sólo me movió el dolor por la pérdida.

Felizmente, mi hijo volvió con vida.

De alguna manera creo poder penetrar un poquito en el recinto


sagrado del corazón de aquellos padres que perdieron a sus hijos.

Nada puedo decirles más que guardar un respetuoso silencio.


Pero pienso que no recordaríamos hoy de la misma forma al Coronel Mos-
cardó, si no fuera por ese sublime cumplimiento del deber, y a su hijo que se
inmoló por su España. Su padre no dudó ante esa deuda que se contrae con
la Patria y que no tiene precio y su hijo la confirmó con su martirio.

En la historia de la humanidad hay una constante en este sentido, y


es que sobre la sangre inocente que se ofrece valientemente en el campo de
batalla, se edifica la grandeza de la Nación y esos son sus muertos gloriosos;
esos son sus modelos más próximos, continuadores de una estirpe que se
forjó en el sacrificio de sus hijos y en la Fe Sobrenatural que les da sentido a
la vida y a la muerte.

215
Y nuestros jóvenes, a quienes especialmente los atrae lo concreto, y
para muchos de ellos no existen los valores idealistas sin su correspondiente
soporte humano, y que hacen de lo que ven, de lo que observan y en particu-
lar de lo que viven, su propia filosofía, podrán tener volviendo simplemente
sus cabezas, modelos contemporáneos nacidos de una derrota.

216
LA NOCHE FINAL

Tte 1ro Luis O. García

“El mejor servicio que se puede prestar en bien de la Nación es


mostrarle la verdad, sin enconos y sin temor; la realidad sólo es insoportable
a los hombres sin coraje”.

General Máximo Weygand

Pasaron aproximadamente dos meses y medio, vividos bajo condi-


ciones climáticas muy adversas, frío y llovizna la mayor parte de los días.

217
El personal a mis órdenes, ya se encontraba bajo una tensión ner-
viosa elevada, debido a las diferentes situaciones vividas y al cañoneo de los
buques o artillería de campaña que nos tenía ya casi sin respirar. Los peores
momentos eran durante la noche cuando el fuego de hostigamiento enemigo
se incrementaba, a su vez, los pies mojados la mayoría del tiempo, iban
lentamente minando la resistencia de los hombres.

No obstante las difíciles situaciones pasadas, mucha gente supo


sobreponerse y destacarse por su espíritu de sacrificio y valor, cumpliendo
con lo que fuimos a defender.

Dentro de todas estas personas a quien tengo más presente es al


Sargento Sánchez, quien desde el primer día demostró poseer un sentido
extraordinario de lealtad, y fuerza de voluntad.

Lo recuerdo en la marcha de 30 km bajo un intenso frío y llovizna;


se lo veía de un lado a otro de su Sección, ayudando a sus soldados. Llevaba
cruzado tres fusiles en la espalda y un hombre abrazado a sus hombros, que
ya estaba rendido.

Cumpliendo con su misión, como integrante de la Sección Comu-


nicaciones, en la defensa recorría diariamente varios km en el tendido de
cables o arreglando las líneas.

Una noche de llovizna y frío, un intenso fuego naval cortó la co-


municación con la Ca I “C”; Sánchez se colocó un carrete de cable sobre
su espalda y salió, como si fuese a dar un paseo y sin importancia por la
seguridad de su vida.

A propósito del cuidado de la vida, notaba diariamente cómo cada


vez este aspecto se iba descuidando, llegando casi a no importar lo que nos
podía pasar.

Cuantas noches bajo el fuego de la artillería, sin ninguna protec-


ción y sentados sobre unas piedras hemos tomado mate, viendo cómo los

218
proyectiles hacían impacto sobre el terreno pedregoso, levantando miles de
partículas y de esquirlas mortíferas.

Iban pasando los días y los meses, la noche final se aproximaba,


pero no todo era dolor y sacrificio, la carta de un ser querido alegraba nues-
tra existencia, más aún si era de nuestras esposas o para algunos de la novia,
hermanos o padres.

Todos habremos tenido un día feliz, para mi fue el 22 de mayo


cuando recibí noticias de que había nacido mi hija, una nenita rubia de ojos
azules, como aquel lejano mar; como todo padre hubiese querido estar en
esos momentos, pero las circunstancias y obligaciones superaban la impor-
tante atención de lo particular.

En 10 de junio fue un día tranquilo, casi como ninguno; la artillería


enemiga se escucho muy poco, me metí en mi posición para tratar de comer
alguna lata de ración y calentarme un poco las manos, pero la tranquilidad
fue quebrada de golpe, cuando el Sargento Sánchez me dijo: “mi teniente,
esta vez los gringos se vienen de verdad”. Eran aproximadamente las 21,00
horas; de inmediato salí y corrí detrás de unas piedras para ver la situación
en que nos encontrábamos.

Ya las tropas ingleses estaban sobre el camino, a la ladera de las


posiciones; se escuchaba el murmullo de los soldados que avanzaban.

Nosotros habíamos ocupado nuestros lugares esperando el ataque.


De repente la noche se volvió día; la artillería naval en pocos minutos alum-
bró el campo de batalla, permitiéndole a la artillería de campaña tirar, sin
cesar.

El cerro se había transformado en un infierno; el humo, los gritos, el


tableteo de las ametralladoras, las explosiones, ya se habían mezclado con
nosotros.

Los ingleses avanzaban, como un torbellino; adelante nos encon-

219
trábamos el Subteniente Pasolli, el Sarg 1ro Cásceres, el Sarg Gerez y el Sarg
Barrios. Este último que pertenecía al servicio de banda y había ido como
corneta, en una bolsa de rancho nos repartía munición.

Un poco más atrás y sobre unas rocas cuidando un acceso, se en-


contraban el Sarg Sánchez y el Cabo 1ro González con varios soldados de la
Sección Comunicaciones.

Recuerdo al Soldado Sánchez, un morocho que se movía con una


ametralladora 12,7 mm como si tuviera un hacha en sus manos en medio del
espeso monte chaqueño de donde provenía.

Las horas pasaron volando; eran las dos de la mañana y caía unas
de las mayores heladas de aquél tiempo.

El frío era muy intenso, pero no se sentía; el ataque enemigo ya


avanzaba sin cesar y nuestra defensa estaba por ceder. Una esquirla hirió en
la cara al Cabo 1ro González y su rostro se baño en sangre, lo retiramos a un
lugar donde quedó en reposo.

El avance enemigo se lo veía cada vez más ceca’ dejamos las pri-
meras posiciones y nos replegamos unos 20 m armando otra línea de defen-
sa, pero sabíamos que mucho más no íbamos a poder resistir.

El Sargento 1ro Cáceres, fue a informarle al Jefe de Regimiento,


que muy poco tiempo íbamos a poder mantenernos en ese lugar. El Jefe nos
respondió que tratáramos de resistir lo más posible.

Ya se veía cómo en nuestro Puesto de comando se rompían las


radios y se quemaban las claves.

El enemigo estaba sobre nosotros y le ofrecimos la mayor resisten-


cia posible, pero nos pasaban por encima. Sentí nuestro final.

Rápidamente me dirigí hasta mi posición inicial y retiré las dos

220
únicas cartas que había recibido de mi esposa. Me las coloqué en el bolsillo
izquierdo, junto a mi corazón, como mi mayor tesoro.

De nuevo en mi posición, la artillería siguió castigando sin cesar


nuestra defensa, que continuaba cediendo poco a poco; una ametralladora
12,7 estaba casi en poder del enemigo, sin pensarlo mucho, junto con Paso-
lli, llegamos hasta ella bajo el fuego, le sacamos el cañón y lo arrojamos a un
pozo de zorro lleno de agua. Había cumplido con su misión y no estábamos
en condiciones de usarla.

Las tropas inglesas aumentaban el volumen del fuego; nosotros es-


tábamos dispersos y nuestros soldados se habían replegado a la última posi-
ción; algunos habían podido zafarse y desplazarse hacia retaguardia.

Nos encontrábamos en las últimas posiciones para resistir, y el ene-


migo nos acababa de rodear.

Nos intimaron rendición. Les tiramos con todo, pero no alcanzába-


mos a detenerlos; las municiones se iban acabando, pero la voluntad seguía
en pie. Continuaban pasando las horas y nuestras armas callaban poco a
poco.

En enemigo estaba a menos de 50 metros. Veíamos a los ingleses


tomando posiciones, moviéndose por todos lados.

La voz inglesa por cuarta o quinta vez nos intimaba rendición. Has-
ta entonces nuestra respuesta fue el fuego. Esta vez ya era imposible. No
teníamos escapatoria y la muerte era lo único que nos quedaba.

Una voz triste dio la respuesta y salimos con las manos en alto.
Sentía que me invadía la tristeza’ luego de casi tres meses el invasor y sus
socios habían vencido en esta batalla.

Dentro de mi estoy orgulloso y admiro el valor de mis hombres,


que lucharon hasta el final, ofreciendo todo, hasta la vida, por el Honor

221
Nacional.
Hombres a quienes no les importó tener que soportar el frío, el
viento, las heladas o el agua, como tampoco el fuego enemigo, resistiendo
hasta olvidarse de si mismos y derrochando valor y sacrificio desde el primer
al último día en que una generación tuvo el coraje de decir:

¡Presente! Venimos por lo nuestro.

El enemigo, en “Una cara de la moneda”, de reciente publicación,


recuerda refiriéndose a la defensa del RI 4, que: “Sin embargo, el avance por
las laderas de Monte Harriet fue un asunto lento y cruento”.

“Durante un par de horas parecía que todo iba a salir mal. Azo-
rados en las laderas por los intensos disparos de ametralladoras y tiradores
apostados, avanzaban lentamente y a duras penas. Vi caer a varios hombres
heridos de bala y a otros les alcanzó la metralla de la continua cortina de
fuego que disparaban a distancia. Los hombres que teníamos enfrente no
iban a ceder si no era tras una lucha encarnizada:.

222
MI FINAL
Subt Mario Héctor Juárez

“Los frutos que responden al don de fortaleza son la paciencia y


la longanimidad. El primero, para soportar con heroísmo los sufrimientos
y males; el segundo, para no desfallecer en la práctica prolongada del
bien” (139, 2 ad 3) Santo Tomás.

El día 11 de junio por la noche, como normalmente lo hacíamos, la


mitad de la Sección trataba de descansar y la otra de mantenerse despierta.

Me encontraba escribiéndole una carta a mi esposa. Mi epístola,


sin que yo advirtiera, era una especie de testamento. Esperábamos nuestro
primero hijo que ya estaba próximo a nacer.

223
La situación se mantenía muy crítica desde hacía varios días y no
había muestras de que pudiera cambiar. Yo sabía que nuestra misión era de
sacrificio y la presión enemiga nos ahogaba.

Trataba de no demostrárselo a mi gente. Era muy importante man-


tener nuestra castigada moral en alto.

A nuestras espaldas y a unos 4 km se encontraba el BIM 5; entre


ellos y nosotros un campo minado.

El camino que iba a Puerto Argentino, minado a ambos costados y


pasando nuestro monte una tremenda voladura preparada sobre el mismo,
para cortar el avance motorizado.

Todo esto nos indicaba que no había repliegue posible.

Resistir o morir.

De mis 37 hombres, a esta altura me quedaban 20.

Serían las 23,00 horas cuando el Cabo 1ro Cortez, que estaba de
seguridad, me avisó que los “gringos” se venían por la retaguardia.

Me incorporé para escuchar y evidentemente los teníamos a tiro de


pistola.

Mi posición estaba protegida por una roca hacia el frente y una pila
de cajones con tierra, enmascarados, en un costado.

Tomé posición en ella y Cortez en la suya. El más próximo a mi,


estaba a unos 15 metros. Boina y mochila, ya no dudé en la oscuridad y abrí
el fuego con mi pistola.

Mentiría si afirmara que le pegué. Mi dedo parecía electrizado y no


dejé de disparar hasta que el cargador se vació.

224
Había estado esperando el momento final, el de entrar en combate
cuerpo a cuerpo, dilucidar rápidamente qué sucedería, porque la espera era
torturante, demoledora.

Ya estaba en ese trance, nervioso, confundido en la oscuridad y


dependiendo de la mano del Todo Poderoso y de mi pistola 9 mm con sus
tres cargadores. Mejor dicho, con sus dos, porque uno ya estaba vacío.

Cambié por uno lleno y continué disparando. Al tercer proyectil se


trabó la pistola. Los nervios me carcomían; no podía sacarle una vaina que
se había quedado trabada.

A la altura de mi cabeza y casi rozándome explotó un cohetazo.

Me atontó su explosión, que en parte había sido absorbida por los


cajones con tierra, donde había pegado.

Sentí que recibía varias esquirlas en todo el cuerpo y por unos mo-
mentos no alcancé a ver nada, producto de la explosión.

Me tiré al suelo cara arriba.

Recuperé la visión, y por las rendijas de los cajones vi a dos in-


gleses más; se encontraban a unos 10 metros . Uno rodilla a tierra con una
radiomochila y el otro hablando por la radio.

Con la explosión, mi pistola había desaparecido. Saqué una de las


granadas de mano que llevaba en mi correaje y se la arrojé.

Sintieron el ruido cerca pero no notaron qué era. En esos 4 ó 5


segundos que tarda en explotar, observaba desde el suelo y se me hacían
eternos.

De repente estalló.

225
Uno de los hombres voló por el aire y el que tenía la radiomochila
cayó hacia delante y comenzó a gritar en forma inhumana, desesperado.

En ese momento aparecieron un par más de enemigos que, dispa-


rando, avanzaban directamente donde me encontraba. Uno con un fusil y
otro con una ametralladora. Alternadamente avanzaban.

Yo quería convertirme en un topo. Los impactos pegaban en mi


alrededor y no tenía con que contestar.

En un instante sentí dos golpes. Uno en el muslo derecho y el otro


en la pantorrilla izquierda. Eran dos proyectiles. Me toqué y sentí algo húme-
do y caliente.

El fin se me aproximaba. Iba a morir.

Nada podía hacer, ni siquiera salir corriendo.

No sé si sentía valor o miedo ante la proximidad de la muerte. Todo


había sido muy rápido.

Uno de los ingleses, pateó los cajones y disparó una ráfaga de ame-
tralladora que pegó en mi costado. Yo esperaba el remate. Me cortaría por la
mitad con otra ráfaga.

El que tenía fusil me apuntó a la cabeza.

Mi fin había llegado. Todo mi ser estaba tenso en la espera.

No disparó…

“Walk, walk, walk”, me gritó.

Pero yo no me podía mover y le señalaba las heridas.

226
Este mismo hombre me arrastró fuera de la posición y me sentó
contra una roca.

Era un gringo grandote.

Me miró, sacó un cigarrillo me lo puso en la boca encendiéndolo


luego.

Me palmeó la espalda y me dijo que no me hiciera problema, que


ya todo había terminado.

En una mezcla de inglés y español, mientras el combate continuaba


generalizado en toda la posición, me preguntaba:

-“¿Por qué peleábamos?”, y me decía:

-“Que entre él y yo no había problemas”.

-“Que estábamos peleando pero que teníamos honor”.

-“Que el problema era entre Galtieri y Tacher, pero no entre noso-


tros”.

-“Que tenía dos hijos”, y otras cuantas cosas más.

Yo, ya me había aflojado; eran muchas emociones juntas para tan


poco tiempo.

Hasta hacía unos instantes habíamos estado tratando de matarnos;


ahora conversábamos amigablemente.

El precio del triunfo, en la guerra, no deja de ser doloroso para el


soldado, porque él y sólo él sabe lo que una vida vale a pesar de la necesidad
de quitarla como medio para lograr los objetivos impuestos.

227
Pasado ya un tiempo y luego de escuchar tantos juicios de lo actua-
do en Malvinas, me viene a la memoria aquella reflexión de Federico Nietz-
che en la que expresa que el que no quiere ver lo que hay de más elevado
en el hombre, busca con mirada penetrante lo que hay en él de más bajo y
superficial, y con esto revela su propio ser.

228
DOBLE RECONOCIMIENTO

Tte Luis Carlos Martella

“Pero el recuerdo de sus sufrimientos y agonía indecibles, de su


inigualable valor, lealtad y cumplimiento del deber, perdurará más allá del
tiempo, cuando se hayan perdido los gritos del triunfador y hayan enmudeci-
do las quejas del dolor y la rabia de los desilusionados y exasperados”

Erich Von Manstein

Este relato tiene la doble finalidad de rendir un reconocimiento a


todos los Soldados que nos acompañaron en la guerra, en su mayoría Co-
rrentinos, Chaqueños y Misioneros y de hacerlo por “boca” de un Oficial
muerto en combate a quien el autor hace narrar la circunstancia final de

229
su oblación.

Fui destinado al RI 4, donde me desempeñé como Jefe de Sec-


ción de una Compañía de Infantería, no viene al caso cuál, todas se pa-
recen, aunque no son iguales; cada una tiene sus características, como
cada hombre.

Me hice cargo de una Sección y recibí mis Soldados, que pro-


venían de distintos lugares y poseían capacidades diferentes; unos más,
otros menos. Ahí estaban los correntinos del campo, los chaqueños del
monte, los misioneros de las chacras, tímidos, de miradas ingenuas, tal
vez asustados o tal vez melancólicos; sólo sé que los percibía chiquitos,
menudos, tal vez desvalidos, pero atentos y voluntariosos. Otros los veni-
dos de otras provincias o de la ciudad, más ruidosos, con ganas de satisfa-
cer, más listos, rápidos para buscar la comodidad, o el mejor equipo, más
actualizados con la forma de ser hoy, “más piolas”…y yo, contrastando
con todos ellos, venido de Buenos Aires.

Así hice una primera clasificación entre mis hombres, los más
adaptados, los más ruidosos, los más capaces y los otros, los más oscuros,
los más apocados, los conformados, los que no tenían problemas, pero que
tampoco mostraban condiciones especiales.

Llegamos al día de irnos. El embarque en Monte Caseros en tren,…


el ruido y las despedidas por todos lados, la risa nerviosa que queriendo no
inspiraba tranquilidad, el abrazo, el llanto, la recomendación de la mamá
o el papá que habían podido llegar y le pedían al superior para que los
cuidara; la música de la banda militar, los discursos, etc., y yo…, sólo cómo
muchos otros soldados; en algún momento los busqué y los ojos tristes se
agrandaron al encontrarse con los míos y me acogieron como uno más; los
percibí generosos, porque en su soledad y pobreza, me daban el apoyo que
también necesitaba.

Todo se cortó, sonó el silbato, volví a mi función y entré en el ruido;


perdí el contacto con ellos. Se inició el viaje a la Gloria…

230
Luego, como en sueños, cruzamos los cielos continentales de la
Patria, y yo con mi Sección, con mis soldados, unos con los ojos azorados,
otros más “cancheros”, pero todos tensos, aunque sin miedo, con alegría a
veces y otras, con gracia, por las novedades que hacían padecer situaciones
grotescas a mis, desde ahora cariñosamente llamados, “menchos”; pero iban
aprendiendo y se adaptaban.

Todavía no era guerra, estábamos lejos, en el Sur, en algún lugar del


continente, aunque ya era una aventura con el rigor del clima. La comida y
la ropa eran buenas, la salud también. Las armas y las municiones ya estaban
a mano, y llegó la hora. ¡Volar a las Malvinas!

En el avión, algo preocupados, algo de inseguridad, en algunos


palidez, tal vez por el frío, y mis menchos, ahí estaban, con la tranquilidad
de siempre, más firmes, más seguros, siempre atentos.

Era la hora de la verdad; lo de atrás simple recuerdo. Estábamos


con el hermoso presente que deseábamos vivir y alimentar.

El carreteo fue breve y luego de algunas sacudidas por la imperfec-


ción de la pista, la detención y el viento; el avión nos lanza a ese ambiente
distinto, frío, muy frío y ventoso, estaba oscuro y triste, pleno de tormenta y
ruidos desconocidos para mis “menchos”, el mar y su murmullo sordo, como
si fuera un llanto embroncado de una hermana perdida. Ya en tierra acomodé
mi equipo, llené mis pulmones con ese nuevo aire frío y salado y reuní mis
tropas; todos con sus grandes bolsones, todos parecidos, firmes en sus pues-
tos, los conté, y estaban todos, si ¡estaba todos!, pero tenían otra expresión
en el rostro. Pareciera que el ambiente de sacrificio y de combate los hubiera
transformado.

Nos asignaron un lugar, luego otro y así varios por varios días, hasta
que se fueron ajustando los planes y conformando dispositivos.

Y aquella clasificación inicial se iba invirtiendo y la tristeza


cambió de lugar; mis menchos, cubrían con sus espíritus el desolado

231
panorama de la isla.

Todo se hacía más fácil con ellos, sabían de todo. La superviven-


cia, especialidad para los hombres comando, era tarea cotidiana, común,
para la capacidad de sobrevivir y de sufrir de esos hombres tan especia-
les, tan generosos y tan poco valorados y todavía no habíamos entrado
en combate…pero ya habían comenzado a ser héroes. Por fin, a fines de
mayo nos asignaron, en misión de seguridad, el sector que comprendía
los cerros las Dos Hermanas. Nos organizamos y soportamos el incesante
cañoneo de la flota a horario y el irregular y sorpresivo fuego de la ar-
tillería de campaña enemiga y las incursiones a voluntad de la aviación
inglesa, tanto de día como de noche.

Era una continua y larga vigilia; el cansancio y el frío minaban la


resistencia del hombre mejor dotado, pero no podían vencer el espíritu, el
deseo de combatir de mis “menchos” que saltaban, disparaban, gritaban,
desalentando las más variadas incursiones de las patrullas enemigas. No sé
de qué materia o no materia estaban hechos estos hombres que habiendo
recibido tan poco, daban tanto, que no conociendo bien la definición de
Patria, eran patriotas, que no sabiendo decir que era el honor se jugaban
por él, como si en su mente y en su corazón existieran estos conceptos de la
enciclopedia Sanmartiniana.

Nunca oí una queja, convivimos juntos, rezamos juntos, sufrimos


juntos, comimos y dormimos juntos, nos jugamos juntos a cada momento y
nunca se animaron a tutearme. Qué distintos son estos silenciosos héroes de
la modestia y humildad de aquellos que pululan “cancheramente” en otros
centros urbanos.

Era el 10 ú 11 de junio, el miedo ya no contaba en nuestro estado


espiritual, estábamos poseídos de una fiebre y de un instinto que nos prote-
gía y que nos impulsaba a realizar actos que normalmente se considerarían
de heroísmo.

Ya estaba la penetración del enemigo y el ruido de combate

232
se oía detrás de nuestra posición. Habían tenido éxito, los desprendi-
mientos y repliegues de las fracciones mayores que nos encuadraban
ya se habían realizado, el apoyo de fuego que recibíamos era cada vez
menor, habíamos quedado como la retaguardia de combate de una
tropa que había cumplido brillantemente con su misión de escalón de
seguridad.

La noche estaba cerrada y con el otro Jefe de Sección decidimos


reinfiltrarnos para conectarnos nuevamente con la propia tropa.

Y salimos al descubierto, amparados por la oscuridad y el ruido


de la naturaleza. Ahí vamos los dos, jadeando, sigilosamente, por tramos, a
veces alternado, a veces juntos, tensos, buscando eludir más que combatir,
con el deseo de sobrevivir para gozar del triunfo, porque el enemigo que era
bueno y bien armado, estaba gastado y aún debería quebrar la resistencia
que le ofrecía el Campo Principal de Combate.

Nos guiamos por la luz de las explosiones, por el ruido del combate
y a cada paso vamos acariciando la gloria que desea de alma el Soldado.

Nos detenemos al acecho un instante para apreciar y coordinar el


movimiento y luego iniciamos un nuevo salto, y simultáneamente avizoro,
escucho y siento la ráfaga…Es seco el golpe en el pecho, todo está caliente,
pareciera que sigo corriendo, pero no, es como si descansara de tanto y tanto
esfuerzo…¿qué me pasa? –es un desfile de recuerdos, todos juntos mis seres
más queridos, mis camaradas, mis soldados, todo es alegría, la Patria que ha
vencido, el regocijo, el merecimiento glorioso de vivir luego del esfuerzo y
del sacrificio, ¡que estado de inmensa felicidad me embarga! Ruego a Dios
que dure siempre….

¡Vivo en paz!

Desde las entrañas mismas de este suelo custodio nuestra Sobera-


nía junto a una legión de compatriotas.

233
El enemigo no lo sabe, pero ya son nuestras; no podrán quitar de la
turba la sangre vertida que se escurrió al corazón mismo de la tierra, ni po-
drán ahuyentar nuestros espíritus que viven y gozan del triunfo y de la Glora,
en espera de que ¡VUELVAN!

234
EN LAS PUERTAS DEL CIELO

Subt Juan Nazer

“Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso el vivir
mucho.
Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante
de los ojos, y se dispone cada día a morir.
Si has visto alguna vez morir a un hombre piensa que por aquella
carrera has de pasar”

Tomás de Kempis

235
El doce de junio fue un día muy especial para mí; en esa fecha Dios me
concedió la gracia de prolongarme la vida varias veces.

A la medianoche del once de junio, me encontraba junto al Te-


niente Martella en el Monte Two Sisters. Nuestra tropa se había replegado
de acuerdo con la orden impartida y ambos habíamos quedado aferrados
cumpliendo la misión de retaguardia de combate de nuestra gente.

El enemigo nos había sobrepasado y recibíamos fuego desde nues-


tro frente y desde nuestras espaldas. En esta situación y ya sin munición,
decidimos reinfiltrarnos, para tratar de llegar al lugar que nuestras tropas
ocupaban más a retaguardia.

El fuego de la artillería era tan intenso que prácticamente era impo-


sible escucharnos la voz, de modo que nos entendíamos por señales.

El espeso manto de la niebla nos favorecía pero el enemigo estaba


muy cerca nuestro.

Estábamos aturdidos y el instinto de conservación nos invadía in-


tentando sumergirnos en el extremo del temor; sin lugar a dudas ambos ha-
cíamos un esfuerzo para sobreponernos. No teníamos mucho para elegir:
quedarnos ocultos donde estábamos o en otro lugar más seguro, tratar de
llegar donde se encontraba nuestra tropa o rendirnos.

Yo me desplazaba agazapado delante del Teniente cuando perci-


bimos por su cortante silbido, que un proyectil venía en nuestra dirección;
instintivamente me arrojé detrás de una piedra y el Teniente cayó encima
mío. La explosión no se hizo esperar y respiramos la pólvora quemada.

Martella me tocó y me señaló otra posición; se incorporaba para


abordarla y yo al tratar de imitarlo alcancé a ver una lluvia de puntos rojos
que avanzaban desde nuestro frente. Pude aplastarme contra el suelo, pero
él no hizo tiempo y varios proyectiles chocaron contra su pecho; creo que
no tuvo tiempo de sufrir porque estaba muy apurado por llegar a poseer su

236
corona de espinas que lo consagraba como uno de los tantos mártires que la
Patria ha dado en la década anterior y en la presente.

Alcanzó a decirme –“siga”.

No quedaba tiempo para el dolor o el cristiano adiós; debía conti-


nuar porque el enemigo no esperaba.

Me quedaba mi pistola con trece tiros; cubriéndome con su fuego


salté hacia otro lugar mientras los proyectiles enemigos me perseguían. Ha-
bía llegado detrás de una roca, pero había consumido diez cartuchos. Traté
de volar hacia otro lugar y al arrojarme en la nueva cubierta, un proyectil de
lanza cohete descartable explotó debajo de una de mis piernas, arrojándome
no sé dónde.

Aún no había perdido el conocimiento, y creí haber perdido una


pierna; no me animaba a tocarla, hasta que al fin lo hice. La tenía y estaba
muy caliente, bañada en sangre, pero no la sentía.

Unos minutos más y después…, me desvanecí.

Desperté con luz y todo blanco; estaba medio tapado por la nieve.
Habrían pasado unas diez o doce horas desde que perdiera el conocimiento.

Alcancé a escuchar voces y ruidos de combate a la distancia; ví


acercarse a cuatro o cinco ingleses, en la dirección en que me encontraba, y
traté de tomar mi pistola pero fue imposible mover mi brazo, ya que estaba
prácticamente congelado. Mi fin estaba próximo, al llegar muy cerca mió me
patearon y vieron que estaba vivo, y llamaron a dos soldados prisioneros uno
de los cuales era Torres que pertenecía a mi sección.

Ambos soldados me incorporaron y luego de trasladarme algunos


metros nos hicieron parar y colocarnos de espalda a una roca. A poco metros
delante nuestro se alinearon como para ejecutar un fusilamiento, cargaron
sus armar y apuntaron.

237
Mis dos mechos, valientes hasta el final, sólo atinaron a pedirme la
última orden “¿qué hacemos mi Subteniente?”

Que podía decirles; era tiempo de morir. Tantos habían caído, por
qué no nosotros, que después de todo sabíamos porque moriríamos. Lo ha-
ríamos en una justa guerra. ¿Qué más podíamos pedir?

No nos animaba el dinero ni la ambición como a nuestro bien pre-


parado y desde siempre y por siempre enemigo británico.

No dispararon; irrumpieron en una sarcástica carcajada y bajaron


sus armas.

Aquellos enanos mentales tal vez pensaron que quebrarían nuestro


espíritu, que agobiado y todo por lo que nos sucedía desde hacía varios días,
era suficiente como para esperar la muerte con el pecho descubierto como
lo hiciera un Martiniano Chilavert en Caseros.

Continuamos la marcha hasta llegar al monte Kent. Allí nos despe-


dimos en un fraternal abrazo con los soldados y me subieron a un helicópte-
ro, previo vendaje de la zona afectada y de inyectarme morfina.

Ya en el buque hospital UGANDA, tendido sobre una camilla, me


encontré con el Subteniente Juárez, que también herido, ocupaba otra, a la
espera de turno para su intervención quirúrgica.

Luego de la operación me hallaba en un camarote recuperándome,


cuando uno de los médicos ingleses se aproximó portando en una de sus ma-
nos una camiseta que extendió ante mi vista, diciéndome que me pertenecía.

Esta prenda estaba cortada en la espalda desde la zona del cuello


hasta cerca del borde inferior, en cinco o seis cortes longitudinales.

Habían sido producidos por una ráfaga de ametralladora enemiga

238
en uno de los cuerpo a tierra que había ejecutado antes de caer herido.

Algún día nuestros conciudadanos conocerán los pormenores de


nuestra inconclusa guerra, y también algún día estas vivencias darán argu-
mentos para mas de una película, porque la derrota no ha sido lo suficiente
como para que nos olvidemos que tenemos honor y orgullo nacional y que
llegará el momento en que ¡VOLVEREMOS!

Dios así lo querrá porque poseemos la razón.

Algunas de las heridas producidas por un proyectil de lanzacohetes descartable


en la pierna del oficial. Estas fotos fueron tomadas por uno de los médicos ingleses en el
buque hospital UGANDA.

239
240
NO PUDO DAR MAS

“Y bien, cadetes del Colegio Militar de la Nación, la educación


política del ciudadano y especialmente del ciudadano que asume estado
militar, es la que prepara para una muerte digna y para una vida cuya justicia
consiste en dar aquello que vale más que la vida, en darnos a Dios, a la Patria
y al prójimo, en la medida de nuestras fuerzas, hasta no poder màs. Es en
esta justicia del sacrificio, de la abundancia de sí mismo, que no calcula la
deuda sobre lo recibido, que se funda la existencia de una Patria, su perma-
nencia y su grandeza.”.

Uno de los tantos muertos gloriosos en la guerra contra la guerrilla


apátrida confirmó con su sangre este magisterio Socrático enseñado por el
filósofo Jordán Genta.

241
Aquel doce de junio el subteniente D Oscar Augusto Silva se en-
contraba de patrulla en GOAT RIDGE con la misión de evitar infiltraciones.
Lo acompañaban una docena de hombres de su Sección, mientras que el
resto permanecía vigilante en la zona que ocupaban en el Two Sisters.

El combate en el sector del regimiento era encarnizado, y luego de


varias horas la resistencia en el Harriet cesó y Silva decidió volver hacia el
lugar donde se permanecía combatiendo.

Allí se encontró en un pozo con el Subteniente Llambías que con


su Sección, en medio de la penumbra lo aguardaba ansioso con su gente.

Llambías, creyendo que se trataba de la aproximación de una pa-


trulla enemiga y a la espera de tenerla mas a tiro, había demorado la orden
de abrir fuego.

Gracias a esa demora, tuvo ocasión de reconocerlo y pudo así ad-


vertirle que, en medio de la confusión reinante se dirigía directamente hacia
las posiciones que ya ocupaban los ingleses.

Aquél, era un día cubierto por un espeso manto de niebla y con


bastante nieve. Las dos Secciones habían quedado muy adelantadas. Silva se
hizo cargo de ellas y comenzaron a marchar hacia retaguardia, caminando
por el río de piedras que corre en dirección a Puerto Argentino.

El desplazamiento era duro porque las piedras estaban heladas y se


hacía casi imposible caminar sobre ellas.

Pero tenían que hacerlo por ese lugar debido a que el terreno esta-
ba cubierto de campos minados propios y los Subtenientes no conocían bien
su ubicación.

Los Oficiales pensaron que, en la situación en que se encontraban,


caminar sobre las rocas era más seguro.

242
Los Subtenientes se iban turnando para marchar a la cabeza de la
gente, en las zonas donde pensaban que podrían existir minas.

Cada pie que se apoyaba era una apuesta en la ruleta rusa.

El subalterno necesitaba sentirse paternalmente protegido, com-


prendido y mandado y el superior conciente brindaba todo eso a sus hom-
bres; sufría en silencio con el dolor de cada uno de sus hombres; sabía que
debía continuar, que él era el responsable del cumplimiento de la misión
impuesta, de la vida de sus hombres; tenía que sacar aliento para si y para
los demás, infundirse e infundir ánimo para enfrentar a la muerte y con cada
caído, herido o mutilado no podía detenerse en los lamentos porque necesi-
taba ser frío, sereno, cuando más critica era la situación.

Pero el corazón que amaba a sus hombres se ahogaba en muchos


pechos esforzándose para no exteriorizar demasiado sus sentimientos que en
esas circunstancias podían favorecer las flaquezas.

Próximos al Mte Tombledown, no reconocían si estaba ocupado


por propia tropa o por el enemigo. Les gritaban preguntándoles ¿Argentinos?
- ¿British?, esperando que les contestaran o les dispararan con sus armas.

Para colmo, nuestros infantes de marina tenían unas gorras de lana


verde que de lejos parecían boinas como las que usaban los ingleses.

Silva ordenó, ante la incertidumbre, que formaran para pasar al


asalto de la posición. Fueron momentos de tensión, los nervios estaban en el
límite de su resistencia.

Dos o tres infantes, más adelantados, los reconocieron y guiaron


por los caminos que tenían entre sus campos minados, hasta llegar al Puesto
de Comando del Jefe de la Compañía Nacar del Batallón de Infantería 5.

Todo esto venía sucediéndose bajo el fuego de la artillería enemiga.

243
Allí permanecieron el resto del día doce y la madrugada del trece
sin novedad y fueron agregados a la Sección de ingenieros anfibios, que
ocupaba y defendía la cresta topográfica del Tombledown.

La misión era la de permitir el desprendimiento de las fracciones


que se encontraban en la cresta militar de dicho monte.

A cargo de los ingenieros anfibios estaba el Teniente de corbeta


Miño (herido en combate), que había sido subalterno de Silva en la Escuela
Naval, en el pasaje de éste por aquel instituto militar.

En la tarde del día trece, Llambías fue desplazado al Mte Williamns.

La hora estaba cerca; los intrusos atacaban y eran rechazados, pero


llegó un momento en que tomaron la cresta.

Hubo varios contraataques para retomar el control de la altura; Sil-


va había quedado entre dos fuegos. Desde abajo lo atacaban y desde arriba
de la cresta topográfica, también.

Se había rechazado un nuevo ataque y el apuntador del FAP de


Silva había quedado mal herido; éste salio de su posición para auxiliarlo,
pero…había que continuar, no quedaba tiempo para el dolor; se sufría en
silencio. Tomó su FAP y volvió a su pozo; cuando entraba en él, el enemigo
empleando una astuta técnica de repliegue, dejaba tiradores ocultos, con
miras infrarrojas en sus armas, y le disparó por la espalda a Silva.

Dios no lo hizo esperar. Rápidamente sus ángeles lo cargaron en


una dulce nube junto a su Soldado y toda la Legión Celestial formó para que
el mismo Cristo los coronara Mártires.

¿A usted le parece que nos debemos olvidar todo esto, como si


simplemente hubiera sido un sueño y que nada pasó?

¿No le parece que traicionaríamos la memoria de nuestros muertos,

244
al permitir o facilitar el olvido?

¿No cree que hay compromisos que son deudas y que obligan y a
los cuales no se puede renunciar por temor a la muerte?

¿El sano Orgullo Nacional por el que se brindó la Sangre, dejó de


ser un valor?

Poseerán nuestra islas por algún tiempo más, pero no duden todos
los ingleses que ¡VOLVEREMOS!

245
246
¿USTED LA HABRIA QUEMADO?

“He dicho a usted bastante; quisiera hablarle más, pero temo quitar
a usted su precioso tiempo y mis males tampoco me dejan; añadiré única-
mente que conserve la bandera que le dejé y que la enarbole cuando todo el
Ejército se forme; que no deje de implorar a Nuestra Señora de las Mercedes,
nombrándola siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tro-
pa; deje usted que se rían: los efectos le resarcirán a usted de la risa de los
mentecatos que ven las cosas por encima”

Párrafo de una carta de Belgrano a San Martín

Los que pudimos evitar caer prisioneros, nos fuimos encontrando


en Puerto Argentino en un lugar de reunión.

247
El Capitán me había ordenado recorrer la zona y ubicar personal de
la Unidad que llegara replegándose.

El lugar señalado como punto de reunión era una casa de los kel-
pers, donde se había montado una especie de descanso al que el hombre
concurría solamente con su armamento y sentado en el piso y cerca del
fuego de un hogar se secaba mientras limpiaba su armamento, escribía una
carta o rezaba un Rosario. Además los convalecientes que no revestían gra-
vedad, terminaban sus curaciones en aquel sitio. Pero tenía poco tiempo de
funcionamiento.

Cuando regresé ese día a la casa, ví que allí se encontraba la Ban-


dera de Guerra de la Unidad.

Momentos antes había visto tropas inglesas y entonces consideré


que seria un trofeo demasiado valioso para el usurpador.

Pregunté a los presentes qué se pensaba hacer con ella y como


respuesta recibí ambigüedades y dudas.

Como alguien debía continuar decidiendo, resolví que lo más ade-


cuado era hacer lo que se comentaba que otras unidades ya habían hecho:
quemarla solemnemente.

En el hogar ardía la turba; era el lugar y momento adecuado; no


obstante dudaba.

¿Porqué titubeaba? Era, como fue y seguirá siendo, el símbolo visi-


ble de la Patria; resumía el porqué de todos nuestros sacrificios, el porque de
todos nuestros muertos, la continuidad gloriosa del espíritu de su creador.

Medité nuevamente mi decisión unos quince minutos y reconozco


que en el fondo no sabía qué hacer.
Llegó el Capitán y al planteársele la situación, respondió que se

248
hacía cargo de la Bandera a partir de ese momento, colocándosela a modo
de faja alrededor de su cuerpo y colgándose la cuja debajo de su ropa.

Me tranquilizó que alguien decidiera con claridad qué hacer con


ella.

Hasta aquí, lo referido por el Sargento Ayudante Mario Ponce.

Cuando aún ocupábamos el Monte Harriet y la situación táctica


se agravaba día a día el Jefe de Regimiento le entregó al Suboficial Principal
Rómulo Fioravante la Bandera de guerra para que se la llevara a Puerto Ar-
gentino con él.

Sería aproximadamente el día 10 de junio cuando esto sucedió.

El día 13 de junio me hice cargo de la Bandera. El enemigo esta-


ba en las puertas de la ciudad; algunas Unidades ya habían quemado su
Bandera de Guerra.

El repliegue de gente aislada continuaba y la artillería se batía en un


duelo a muerte epopéyico con el airoso pirata.

El cerco enemigo cada hora se cerraba un poco más. Algunas casas


ardían en llamas como resultado de las explosiones.

Con la gente replegada se organizó una nueva Sección de Tirado-


res, armada y equipada con lo que se pudo conseguir y el mismo día 14, por
la mañana, fue enviada a reforzar las posiciones de Moody Brook.

Toda la noche había sido de resistencia total en las posiciones que


quedaban.

Por la tarde se capitulaba.

La bandera aún permanecía conmigo.

249
Al anochecer el enemigo ocupaba la mitad de la ciudad y la otra la
había rodeado.

Se sucedían requisas de vehículos, evacuaciones de muertos y he-


ridos, helicópteros que llegaban, posiciones enemigas que se reforzaban.

Debía resolver qué hacer con mi pesada carga.

Se me ocurrió que una solución podría ser que me hiciera enyesar


algún miembro o el tórax y esconder debajo la bandera.

Con esa idea me dirigí al Hospital Civil, que aún quedaba en poder
nuestro, porque el Militar que estaba unos metros más alejado, se encontra-
ba ocupado por el intruso.

Hoy le agradezco a Dios ese minuto de reflexión que me propor-


cionó mientras iba hacia aquel lugar.

No era lo más prudente que el enyesado fuera yo, sino que debía
buscar a otra persona.

No soy hombre de obrar por lo que dicen sino por lo que pienso,
pero el género humano suele tener una subrraza muy preocupada por lo qué
hacen o dejan de hacer los demás. También cualquier otra persona podía
materializar mi idea.

Ya en el hospital, busqué entre los heridos y enfermos a los solda-


dos de la Unidad y de ellos a alguien que perteneciera a la Compañía de
Infantería “B”, de la que era Jefe el Tte 1ro Arroyo.

En medio del caos me encontraba con una serena carga emotiva


que le daba a este problema de la Bandera el significado que aún hoy sigo
dándole y que muchos británicos le habían dado por generaciones y le se-
guirían dando a sus Banderas arrebatas en el campo de batalla al principio
del sigo pasado.

250
Llamé a solas al soldad González; era una forma de reconocimien-
to al coraje de esa Subunidad, de la cual había estado cerca.

Luego de explicarle lo que haríamos y de recomendarle que ni bien


llegara evacuado al continente advirtiera lo de su yeso para que se lo qui-
taran y entregaran la Bandera a cualquier Cuadro de la Unidad. Lo mismo
le expliqué al médico militar que allí se encontraba, quien procedería en
consecuencia, luego de las recomendaciones militares del caso.

Aproximadamente a las 22,00 horas, cuando el avance enemigo


sobre la ciudad era mayor y llegaba ya a las puertas del hospital me dirigí
nuevamente a él para constatar si la tarea estaba finalizada.

Los últimos contingentes de heridos ya salían con destino al remol-


cador YEGUIN.

González estaba esperando, el yeso no había sido posible debido a


que se abultaba demasiado con el símbolo de Historia Patria.

Un facultativo de la Marina, escuchaba el diálogo que mantenía


con el médico y sin necesidad de hacer un esfuerzo espiritual, vio la impor-
tancia de lo que sucedía.

Con el enemigo en la puerta y el último contingente de heridos listo


para partir, no me quedaba más remedio que quemarla.

Los heridos seguramente serían revisados antes de embarcar.

Este buen camarada, de quien anoté en mi libreta su nombre, se


ofreció a llevarla hasta el remolcador, ya que él se embarcaba en unos mi-
nutos más. Lamentablemente, en el campo de prisioneros me quitaron la
libreta, por lo cual ahora no puedo nombrar al patriota colaborador.

Pactamos con el honor de por vida que se la entregaba para que


llegara al continente.

251
Se la daría a González una vez embarcados.

Cuando el soldado subió a la última ambulancia le di al médico un


fuerte apretón de manos y abandoné el lugar.

La última parte de la narración sobre nuestra Bandera de guerra


le pertenece al Presbítero VICENTE MARTINEZ y es fiel a lo que su pluma
escribió.

“En la noche del 14 de junio de 1982, siendo aproximadamente


las 22,00 hs, mientras buscaba y transportaba heridos al remolcador Yeguin,
desde los alrededores de Puerto Argentino, soy reconocido, por un militar
argentino, que no se identificó.

Sus cortas palabras fueron: “Padre, ubíquelo al soldado GONZA-


LEZ del RI 4 que está herido y que lleve esto al continente”. Me entrega dos
paquetes, uno fino y largo y otro más pequeño en una bolsa de polietile-
no. Evacuamos todos los heridos del hospital y algunos que llegaron de las
trincheras; sesenta en total. El soldado mencionado no aparece. Las tropas
británicas controlaban la ciudad. En una calle céntrica ya se encontraban
encolumnados unos 3.000 soldados.

Los británicos, que en el momento del cese del fuego se habían


mostrado amables, estaban exaltados por una escaramusa y tiroteo corto
efectuado en los alrededores de las oficinas en ENCOTEL, y por el hecho de
un pelotón que no quiso entregar el camión con el que se desplazaba y lo
arrojaron al mar; ante esta circunstancia y habiendo observado el minucioso
requisamiento que hacían las tropas enemigas opté por observar el conteni-
do de los paquetes de modo de apreciar si valía la pena o no mantenerlos en
mi poder.

Cuando constaté que se trataba de la cuja, el moño y la Bandera de


Guerra del R1 4, heroica por su participación en tantas batallas y observando
el girón en el ángulo inferior derecho, me emocioné y decidí cumplir con lo
esencial del mandato: “que llegue al continente”, vinieron a mi mente las pa-

252
labras del poeta “Jamás ha sido atada al carro triunfal de ningún vencedor de
la tierra”: y ocultándola (el modo, ruego se me disculpe el no revelarlo para
hacer el uso de él cuantas veces me lo requiera la Patria), siendo ya pasada
la media noche, comencé a realizar el operativo infiltración entre las tropas
británicas.

Llegué al puerto; erré el muelle. Un soldado en voz baja me dice:


-“Padre somos ya prisioneros; vaya al otro muelle”. Abordé el remolcador y
con él alcanzamos el buque hospital Almirante IRIZAR, que estaba en alta
mar. Embarcados en el rompehielos; esta reliquia nacional, llega al continen-
te el 15 de junio a las 10,00 hs. Hoy tengo la enorme satisfacción de traerla
hasta su casa y poderles decir: ¡Hermanos, misión cumplida con la gracia y
protección de Dios!”.

Aún hoy, algunos piensan que debió ser quemada.

La Unidad la conserva en su museo histórico, con el valor que le


confieren tantos muertos, tantos heridos y tantas horas de sacrificio.

253
Bandera de guerra del Regimiento de Infantería 4 a su regreso de Malvinas.

254
PRISIONERO DE GUERRA

Subt Marcelo Llambías Pravas.

“Señores Oficiales y Soldados enemigos: hagan ustedes la guerra


con coraje, en favor de sus opiniones; pero jamás crean imposturas que de-
graden al siglo ilustrado en que vivimos”

José de San Martin

En honor a la verdad mi condición de prisionero de guerra fue muy


corta y muy particular. Conservé todas mis armas hasta embarcar en el Cam-
berra y allí tuve la oportunidad de conocer a un Sargento 1ro de Inteligencia

255
enemigo que dada su corrección y cultura era la imagen del caballero inglés
de viejas películas. Por mis conocimientos del idioma del adversario dirigí,
bajo las directivas que él me daba, el embarque de nuestra Unidad y de otras
Subunidades y fracciones, al Camberra.

Este suboficial inglés me proporcionó datos sobre personal de Re-


gimiento que había sido hecho prisionero en Harriet dándome nombres de
muertos y heridos.

Recuerdo que elogió el comportamiento de los oficiales subalter-


nos diciéndome que si aprovechábamos las experiencias recogidas era mu-
cho lo que nuestro ejército aprendería para el futuro.

Según él, el único enemigo eran los rusos y prestó mucha atención
cuando, a duras penas por el idioma, le expliqué que para nosotros era tan
enemigo el liberalismo (materializado en Inglaterra y EE.UU.) como el mar-
xismo. Le dije que “volveríamos” y el me contestó que no lo creía puesto que
el pueblo argentino nos daría vuelta la cara después de la derrota.

Posteriormente nos saludamos marcialmente y yo me embarqué en


el último lanchón.

Ya en el Camberra, una noche y no recuerdo por qué motivo fue,


que entablé conversación con un Segundo Teniente (subteniente), un “Cor-
poral” y un soldado inglés, creo que de la Guardia Galesa. Lo interesante
es la diferencia cultural que hallé entre éste y el anterior. Parecían niños
expuestos a un efectivo lavado de cerebro ya que sostenían, profundamente
convencidos, cosas como que habíamos violado a todas las mujeres kelpers,
que ultimábamos heridos, y otras “atrocidades”. Me decían que Menéndez
había sido designado gobernador debido a su crueldad en las matanzas de
indios en la Patagonia!!!??. Realmente estaban convencidos de que nosotros
éramos los “malos” de un film de quinta.

Mis intentos de explicación chocaban contra una total desfigura-


ción de los hechos históricos y contra la actitud del poco amistoso “Corpo-

256
ral” que golpeando con su mano su MAG me decía que con ella se había
cargado muchos “argies”.

La cosa había tomado un color oscuro y preferí (muy prudente-


mente) no decirle que yo como apuntador de MAG había “gozado”, contra
mis principios religiosos, cuando mataba a sus compatriotas. Ya cansado de
escuchar tantas pavadas me retiré con la impotencia del prisionero, sin que
me hubieran escuchado y con ganas de encontrarme en otras circunstancias
con aquel cabo.

Pero mientras me retorcía de “bronca” tirado en el suelo de mi


“camarote-celda” reflexioné sobre otra de las cosas que me habían dicho.
Antes de partir de Inglaterra habían ellos presenciado cómo la gente extraía
de los supermercados los productos enlatados de procedencia argentina y
los arrojaban indignados a la calle y allí quedaban hasta que el basurero
recogía las montañas de latas. Cómo se hablaba de “darnos una lección”
bombardeando Buenos Aires, etc. Comparaba en mi pensamiento esa de-
terminación, inclusive ese, vil y mentiroso “lavaje de cerebro” que habían
hecho a los combatientes para que lucharan en defensa de “la autodetermi-
nación de los pueblos” y de la “democracia”, con nuestra actitud, que sin
necesidad de engañar a los hombres de armas, dada la JUSTICIA y la nobleza
de nuestra causa, sin embargo era menos ofensiva.
En este sentido, la radio y las revistas que llegaban adoptaban una actitud
similar. Hablaban siempre de negociaciones de paz, de fútbol, de lo que
pensaban los laboristas en Inglaterra, etc.

Ahora han pasado dos años y con indignación contemplo los nego-
cios en su mayoría con nombres en inglés, las series yanquis en televisión, las
tribulaciones de Lady Di en las revistas, la “desmalvinización”…etc, etc, etc.

Los héroes que murieron y la verdadera Patria no merecen un pue-


blo olvidadizo, porque “los que olvidan sus tradiciones pierden la concien-
cia de sus destinos y los que se apoyan sobre sus tumbas gloriosas son los
que mejor preparan el porvenir” como bien dijo el Presidente Avellaneda.

257
MISCELANEAS DE PRISIONERO

“El cese del fuego en el Atlántico Sur, puede significar la perdida


de una batalla, pero no la pérdida de una guerra que continuará, por los
medios que sea posible, hasta lograr la incorporación de hecho de estas islas
al patrimonio nacional”.
Almirante Isaac F. Rojas

Era un “alivio triste” el que sentía, cuando todo terminó el día ca-
torce.

Aquella tristeza traía a la memoria las palabras, con que la madre


de Boabil, el moro, le recriminaba a su hijo el llanto que vertía por la pérdida

258
de lo que no había sabido defender como hombre. Acabábamos de perder
las islas…y ciertamente muchos sentíamos deseos de llorar. Y por cierto tam-
bién que nadie hubiera podido recriminarnos cosa alguna, pues la defensa
había sido llevada hasta el extremo.

Quizá, si nuestras madres hubiesen presenciado aquella angustia,


habrían podido decirnos, glosando las palabras de la reina mora: ¡Llorad,
hijos, sobre la tierra que defendisteis como leones! ¡Llorad, con llanto de va-
liente, para que el dolor estampe en vuestras almas, la memoria de este día y
foguee en vuestras conciencias la voluntad inquebrantable de volver! ¡llorad
para que el germen de la victoria final adquiera fuerzas y brote rebozante de
heroísmo en el anhelado momento de la batalla decisiva!

Pero la tranquilidad de conciencia de haber dado todo lo que hu-


manamente se podía no excluía aquel “alivio triste”.

Tampoco impidió que consideráramos con algunos Oficiales las


posibilidades de fugarnos e incluso de reaccionar en alta mar.

Todo el armamento y material que se pudo, fue destruido o tirado


al mar, antes de su entrega, allí en la zona del puerto.

Los efectivos que quedaban de la Unidad, separados en tres o cua-


tro grupos fueron embarcados la noche del 16 ó 17 de junio.

Formados por ternas iba haciéndolos avanzar hasta que se enfren-


taban con el control de tres ingleses, que luego de palparlos de armas y
efectuarles algunas preguntas y grado militar les permitían continuar por el
muelle hasta que se embarcaban.

Uno de estos ingleses, de aspecto similar al de un gnomo, petiso,


panzón y cabezón, con anteojos, y gozando de su situación de vencedor,
interrogaba a nuestros hombres.

Llega una de las ternas en la que se encontraba un soldado semi

259
analfabeto y cuyo aspecto general, de alguna manera, lo hacía presentir.

El gnomo le dice en su media lengua española:


-“Usted tiene cara de ser un hombre inteligente”.

El soldado, manos pegadas y mucho más alto que su interrogador


lo miraba desde la altura y ha escaso medio metro de él.

-“Dígame su nombre”, a lo que contestó el soldado.

-:Dígame qué grado tiene usted”: a lo que todo compenetrado con-


testa: -“2do grado”.

El gnomo me miró de reojo con una sonrisa mofosa, volvió la vista


hacia arriba y le dijo al Soldado:

-“Ya me parecía que era un hombre inteligente”

-“Pase usted”.

II

Esa noche fui separado del resto del Regimiento junto con el Tte 1ro
Moughty, Jefe de la Ca I “A”.

-“A ustedes los vamos a llevar en helicóptero mañana por la maña-


na, así viajan más cómodos”; fue la explicación que recibimos una vez que
toda la gente había embarcado y quedábamos aun los Oficiales en el muelle.

Al día siguiente, luego de una exhaustiva revista, nos embarcaron


en un helicóptero. Seríamos unos 40 hombres.

Cuando oscurecía llegamos a San Carlos, donde se encontraba un

260
frigorífico semi destruido por la acción de nuestros aviones.

Recuerdo que lloviznaba y toda la zona era un fangal; nos metieron


en un sector de 30 x 20 metros todo cercado de alambre de púa y comenza-
ron a rodear el sector unos 15 ó 20 ingleses.

Mientras esto sucedía, pensé que el fin había llegado. Nos matarían
a todos en ese lugar.

Permanecimos un buen rato y luego nos llevaron dentro de una de


las cámaras frigoríficas. A esta altura estábamos famélicos.

Creo que todo era parte de un buen plan que no había descuidado
ciertos aspectos psicológicos, tendientes a disminuir y o anular cualquier
esfuerzo de la voluntad de resistir.

En la cámara estábamos como “sardinas en lata” y con una pode-


rosa bomba sin explotar que habiendo penetrado por el techo se encontraba
incrustada en un refrigerador.

Algo nos preocupó al principio, pero no era suficiente para quitar-


nos el sueño. Ya nada podíamos hacer.

Dentro de ese lugar, prisioneros y todo, continuábamos con nues-


tras necesidades fisiológicas. El único inconveniente era que para los anima-
les muertos que se conservarían allí, no necesitaban baños.

Tres o cuatro medios tachos de 200 lts, uno al lado de otro, forma-
ban inicialmente el “water closet”.

Nuestras costumbres en este sentido, no eran fáciles de superar en


público.

Después de algunos días se logró que se colocaran unos pedazos


de lona, para darles algo más de intimidad a nuestras necesidades.

261
III

“Desgraciadamente, en esta dramática emergencia, el gobierno de los Esta-


dos Unidos de Norteamérica abandonó su rol mundial y americano defensor
de la justicia para transformarse inmoral y deslealmente en cómplice de la
Gran Bretaña”

Almirante Isaac F. Rojas

En ese frigorífico, bastante frío, vivíamos desmenuzando lo que nos


había sucedido, lo que debió ser hecho distinto y lo que no, la oportunidad
del cese del fuego, sacando experiencias de un ejército con más vivencias
de guerra, pensando en el esfuerzo de las negociaciones y considerando, al
fin y al cabo, que nunca hubiéramos recibido ayuda, ni de EE.UU ni de Ru-
sia. Ambos miembros principales del Consejo de Seguridad, materializan la
bipolaridad militar, que entre otras consecuencias trae aparejada la coexis-
tencia y la cooperación entre las superpotencias y que se traduce entre otros
en los siguientes hechos:

-Acuerdos tácitos de respetar sus respectivas zonas de influencia y


seguridad.

-No intervención directa en conflictos donde la otra superpotencia


éste directamente involucrada.

Pensar que nuestros manuales de Historia Militar (tomo III Revista


de la Escuela Superior de Guerra Nº 419/420) son claros y categóricos en
estos análisis.

Don José María Doussinague, Director de Política Internacional de


España en la década del 40, en su libro “España tenía Razón”, incluye una

262
carta de Roosvelt a Zabrousky, embajador secreto personal del primero.

“La Casa Blanca – Washintong, 20 de febrero de 1943.

Mi querido St Zabrousky:

Como tuve el gusto de manifestar verbalmente a


usted y a Mr Weis, estoy profundamente conmovido de que el Consejo Na-
cional de Jóvenes de Israel haya tenido la extrema amabilidad de ofrecérse-
me como mediador ante nuestro común amigo Stalin, en estos dificilísimos
momentos en que todo peligro de rozamiento en el seno de la Unión de
Naciones – A costa de tantos renunciamientos lograda- traería fatales conse-
cuencias para todos, pero principalmente para la propia Unión Soviética…

“los Estados Unidos de América y la Gran Bretaña estamos dispues-


tos –sin reserva mental alguna- a dar absoluta paridad y voto a la U.R.S.S. en
la reorganización futura del mundo de posguerra. Formará para ello parte…
del grupo dirigente en el seno del Consejo de Europa y del Consejo de Asia
a que le da derecho…su magnífica y a todos ojos admirable lucha contra el
nazismo,…

“Es nuestra intención –y hablo en nombre de mi Gran País y del


poderoso Imperio Británico- que estos Consejos Continentales estén integra-
dos por la totalidad de sus Estados Independientes respectivos, aunque con
representación proporcional equitativa.

“Y puede usted –mi querido Sr Zabrousky- asegurar a Stalin que


la U.R.S.S. estará, a tal fin y con equivalencia de poder, en la directiva de
los Consejos dichos (Europa y Asia), y será también Vocal, al igual que In-
glaterra y los Estados Unidos, del Alto Tribunal que habrá de crearse para
resolver las diferencias entre las diversas naciones, interviniendo así mismo
idénticamente en la sección y preparación de las fuerzas internacionales y
el armamento y mando de las mismas, que a las órdenes del Consejo Conti-
nental, actuarán en el interior de cada Estado, a fin de que los sapientísimos
postulados para el sostenimiento de la paz según el espíritu de la benemérita

263
Sociedad de Naciones, no se malogren de nuevo, sino que estas Entidades
interestatales y sus ejércitos añejos puedan imponer sus decisiones y hacerse
obedecer.

“Ahora bien: Este alto puesto dirigente en la Tetrarquía del Universo


además, le destinamos para Francia, aunque con voz y no voto, premio a
su rebeldía actual y castigo a su franqueamiento anterior –debe satifascer a
Stalin…Así: el Continente Americano quedará fuera de toda influencia so-
viética y bajo la exclusiva de los Estados Unidos, como hemos prometido a
nuestros países continentales. En Europa, Francia volverá a girar en la órbita
inglesa –si bien con amplia autodeterminación y con derecho a la menciona-
da Secretaría en el Tetrarcado-, y bajo la protección de Inglaterra, también se
desarrollarían hacia una civilización moderna definitiva…” “…y exigiríamos
a Polonia una sensata actitud de comprensión y arreglo, quedando amplio
campo de expansión, además, a Stalin, en los inconscientes pequeños países
del Este Europeo…aparte de la recuperación total de los territorios que tem-
poralmente le han sido arrebatados a la Gran Rusia…”

“…en cuanto a España y Portugal, habrá que compensarles tam-


bién los renunciamientos necesarios, para el mejor equilibrio universal. Es-
tados Unidos entra también a la parte allí, por el derecho de conquista y
necesariamente reclamará algún punto vital para su zona. ¡Es justo esto!. Y
al Brasil hay que darle la pequeña expansión colonial ofrecida.

“Convenza a Stalin –mi querido Mr Zabrousky- de que en bien de


todos, para el aniquilamiento rápido del Reich…Convénzale también de mi
absoluta comprensión y de mi plena simpatía y deseo de facilitar soluciones
para lo que sería más conveniente la entrevista que propongo…

“Os deseo el mayor éxito en vuestro trabajo de interpretación. Muy


sinceramente vuestro”.

Firmado: Franklin D. Roosevelt.”

Yo también había sido un iluso más.

264
En algo me desasné, luego que regresé a mi hogar y continué, revi-
sando mentalmente todo lo que había sucedido y traté de interiorizarme del
manejo de los “resortes” instrumentados por los poderosos.

Esa patriada en Malvinas, estuvo destinada desde un principio a


que la jugáramos SOLOS, sin el apoyo de las superpotencias y sin la neutra-
lidad de EE.UU.

Y así será la próxima oportunidad.

“Felizmente, la mayor parte de las naciones latinoamericanas apo-


yan nuestra situación, así como otras naciones del continente”.

Almirante Isaac F. Rojas

IV

Veníamos presenciando día a día la construcción de un cemente-


rio, en una lomada próxima al lugar donde salíamos a tomar aire puro. Era
para algunos de nuestros Mártires por la Patria.

Llegó el momento de rendirles un póstumo homenaje y ver a quié-


nes encontrábamos enterrados allí.

Se estaba preparando nuestro traslado a otro lugar.

El sector, delimitado con varios hilos de alambre de púa encerraba


numerosas cruces, y algunas piedras blanqueadas indicaban el lugar de cada
fosa.

Formados en cuadro rodeando el lugar y luego de algunas palabras


y oraciones rendimos los honores militares.

265
Todo transcurría con un dejo de tristeza y soledad.

Un detalle que me quedó grabado fue lo que los soldados ingleses


habían escrito en un cartel colocado en la entrada del cementerio.

“Aquí yace un querido Soldado Argentino”.

Es justo reconocer, que salvo excepciones, no existía una barrera


de odio entre vencido y vencedor. Existían y existen dos enemigos que de-
fienden, uno lo que le pertenece y el otro lo usurpado.

Por un momento pensé qué habría sucedido si me encontrara en


una de esas tumbas, que por algún tiempo quedarían tan lejanas de todo sus
seres más queridos.

No dudaba de que me habría ganado el cielo por asalto, lo ha-


bría arrebatado en el momento mismo de la muerte, como lo han hecho
quienes perecieron en esta justa guerra que se hizo después de adverten-
cia para recuperar bienes y rechazar a los enemigos, como enseña San
Isidoro de Sevilla.

En segundo lugar pensaba, que de las enseñanzas que un padre le


puede brindar a sus hijos o a sus seres queridos, la de una muerte ejemplar,
es el acto supremo de la vida entregada por amor.

No se nace en nobleza, se muere en ella.

Después de Dios, los padres y la Patria son también principios de


nuestro ser y de nuestro gobierno, pues de ellos y en ella hemos nacido y
hemos criado.

Por lo tanto, después de Dios, a los padres y a la Patria es a quien


más debemos. Y como a la Religión toca dar culto a Dios, así en un grado
inferior, a la piedad pertenece rendir culto a los padres y a la Patria, según las
enseñanzas del Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino.

266
Y en esta justicia del Sacrificio, de la abundancia de sí mismo,
donde no se calcula la deuda sobre lo recibido, es que se funda la exis-
tencia de la Patria, su permanencia y su grandeza y sus protagonistas
deben ser los espejos donde se miren los jóvenes del presente y del
mañana.

Eso significa para mí, estar ocupando un lugar bajo la turba, y eso
lo que significan las muertes gloriosas de nuestros Soldados, Suboficiales y
Oficiales.

Haber alcanzado la mayor jerarquía en el valor de la Patria: Márti-


res.

“Querer más bien vivir un solo año gloriosamente que arrastrar mu-
chos años oscuros; preferir una acción bella y grande a una multitud de actos
vulgares”.

(Etica a Nicómaco, Libro IX cap VIII)

Los últimos 15 días de prisionero los pasé embarcando en el tras-


bordador St Edmund. El Capitán Romano y el Capitán Negretti eran com-
pañeros de “celda”. Negretti gozó siempre de una de las dos camas que
existían en el lugar; era el más antiguo.

Aclaro que gozó de ese privilegio no por imposiciones de antigüe-


dad sino como fruto de la muy buena amistad que siempre nos unió a los tres
Oficiales.

Logramos un poco de yerba, que luego de usada era secada y vuel-

267
ta al mate. Cada vez que un inglés nos veía, creía que era algún tipo de droga
que ingeríamos.

La canilla de agua caliente alimentaba nuestra infusión que trataba


de engañar a nuestros estómagos.

El enemigo, hábilmente, continuaba en el intento de quebrar y


mantener agrietadas nuestras voluntades, haciéndonos vivir en permanente
incertidumbre.

-Mañana salimos para la Isla Ascensión donde permanecerán pri-


sioneros.

Pasados uno o dos días corría una nueva versión que algún guardia
inglés había escuchado y que amigablemente y con reserva le comentaba a
algún prisionero: -Salimos para Inglaterra mañana a la noche.

Así hasta el último día.

La inseguridad y las expectativas entre versión y versión lograban


mantener gran parte del tiempo la imaginación ocupada, e iban demoliendo
lentamente algunas voluntades a medida que una versión era desechada por
el transcurso del tiempo y la aparición de otra nueva.

En el sector donde me encontraba, organizamos el tiempo y con


una “flexible rigidez”; diariamente cumplíamos lo estipulado.

Mate, juegos de carta y ajedrez, lectura del Santo Evangelio con


comentarios, rezo del Santo Rosario, baño, etc.

Un libro recorría diariamente una hora por camarote y quien tenía


la suerte de leerlo, luego estaba otra hora comentándolo a sus compañeros
de camarote.

Era una serie de lo más atrayente.

268
Dentro de mis pasatiempos había preparado un simple dispositivo
para armar cigarrillos y recibía los pedidos, siempre que no se excediera de
los seis papelitos que cada uno disponía para ello.

Hasta logramos cocinar subrepticiamente, en dos oportunidades,


dulce de leche. Fueron pequeñas operaciones a bordo.

Teníamos improvisada una brújula con una hoja de afeitar que nos
daba motivo para permanentes discusiones. Los marinos esgrimían todas sus
teorías, lo mismo que los aeronáuticos. La cuestión era que tratábamos de
orientarnos cada vez que el trasbordador se ponía en movimiento. El alboro-
to era considerable.

Todo los ojos de buey estaban tapados. En verdad no sé si era o no


acertada la marcación pero nos mantenía parte del día ocupados.

El método empleado en el camarote, para evitar preocupaciones


constantes, fue hacernos la idea de que estaríamos prisioneros unos seis me-
ses, luego de nuestras deducciones. En gran medida era nuestro remedio
contra la acción psicológica enemiga y eso nos permitía ir viviendo sin estar
pendientes del próximo minuto.

Cuando llegamos al fin a Puerto Deseado, el 14 de julio, recién di


lugar en mi ser al convencimiento de que estábamos de regreso.

Me tenía intranquilo cómo seríamos recibidos. Creo que no era el


único.

Con el Puerto bastante solitario embarcamos en micros con destino


a la Base Comandante ZAR, y cuando nos pusimos en movimiento, se me
escaparon las primeras lágrimas en toda esta guerra.

Las pocas personas que al lugar habían llegado tocaban bocinas y

269
agitaban banderas argentinas.

Era muestra de calidez lo que sentía, mientras observaba un terri-


torio totalmente desolado, pero tan nuestro, tan vivo y por el cual al fin y al
cabo habíamos peleado.

Era la misma sensación que uno experimenta luego de estar ausen-


te mucho tiempo del hogar y un día regresa a él; no importa si es lindo o feo,
rico o pobre. Es el lugar de uno.

Esa misma noche aterrizamos en el aeropuerto de Paso de los Li-


bres. Nuestros familiares y amigos nos esperaban.

Lo que más recuerdo de ese momento fue el encuentro con mis


cuatro hijos y mi esposa.

Mis hijos se me habían desdibujado, los tenía presentes pero con


un tamaño mayor.

Cuando en la oscuridad nos encontrábamos quise agacharme


para depositar una bolsa que traía y me incorporé con los cuatro “mons-
truos” colgados mientras recibía todas las novedades de esos, casi cuatro
meses.

¡mamá te chocó el auto!


¡Se le cayó un diente a Florencia!
¡Federico tomó parte de Soldadito! Etc, etc, etc.

Aquello de Napoleón Bonaparte de que en el campo de batalla


muy pronto se envejece, es una rotunda verdad.

No recuerdo su nombre, pero en todo el transcurso del mes de


prisioneros contamos con el auxilio espiritual de un sacerdote, capellán de
la Fuerza Aérea, que voluntariamente permaneció prisionero, negándose a
abandonarnos.

270
Lo más elocuente que se me ocurre decirle a este Ministro de Dios,
es que “el que por amor del amigo no repara en sufrir algún daño es hombre
justo…” (Proverbios 12, 26).

271
REFLEXION

La historia no es un derrotero inexorable que nos obliga a seguir


su curso, acomodando nuestros actos a las circunstancias, sino que somos
protagonistas libres y por lo tanto responsables de ella.

Si así no fuera, en esencia no seríamos libres y en consecuencia


nuestra responsabilidad frente a la vida sería nula o al menos muy limitada;
y lo más grave aún, que estaríamos en situación de cuestionar el significado
profundo de la Redención y de todo principio que signifique el sostén de
nuestro maltrecho Occidente Cristiano.

La historia es madre y maestra en tanto los presentes sepamos esco-


ger el alma del pasado; en tanto la enseñanza rescate los motivos profundos
del alma de quienes más sobresalieron en esta pasión de hacer y defender la
Patria.

272
Aquello de que si nos falsifican la historia es porque quieren robar-
nos la patria es tan patéticamente cierto, que una sociedad organizada pero
sin conciencia de su origen, de sus Padres, de su principio de Ser, es presa
fácil de la indefinición, de la duda, del extravío.

¡Debemos rescatar la Verdad!

Necesitamos conocerla para poder amarla y servirla hasta el fin.

La primera ley de la historia es no temer decir la verdad, y la segun-


da, es no atreverse a mentir, según enseña el Papa León XIII.

No podemos enseñarles a nuestros hijos una historia que los colme


solamente de datos, porque esos son conocimientos castrados, son Saavedra,
Belgrano, San Martín, Mosconi, sin alma. Son cascarones con forma humana
y sus empresas no tienen corazón.

Y no es así, esto es falso y criminal y deberíamos quemar a los que


falsifican la historia como a los que acuñan monedas falsas, si obráramos
con criterio quijotesco.

Somos protagonistas de la historia y por lo tanto responsables, no


sólo de lo que hacemos, sino también de lo que dejamos de hacer por pere-
za, por negligencia.

Por todo ellos responderemos en el Juicio Final.

¿Por qué causa Malvinas movilizó a la Nación en pleno, salvo ex-


cepciones, el memorable dos de abril de mil novecientos ochenta y dos?

Sencillamente porque tenía peso propio, porque es una causa que


la historia no falseó y porque desde años las generaciones vienen incorpo-
rando esa verdad al corazón de cada niño, de cada joven, de cada anciano.
No importaba la popularidad o el poder de convocatoria de quien

273
levantase la bandera de la Restauración de la Soberanía; la Verdad tiene peso
propio y gravita decisivamente en el alma cuando la educación logra hacér-
sela ver.

Lo mismo que sucede con esta causa nacional, sucedería con tan-
tas otras causas, si se tuviera la prudencia y fortaleza de mostrarlas.

El alma está hecha para la contemplación de la Verdad y sólo des-


cansa cuando la posee.

Tendríamos una Nación con matices de opiniones, pero ligada fé-


rreamente por la Verdad de las causas nacionales. Tendríamos una Nación
que recomenzaría a despegar hacia esa grandeza que buscamos sin encon-
trar, desorientados en el tiempo y temerosos ante el Poder del Dinero.

Una juventud educada en los ejemplos luminosos de las grandes


empresas del alma, en la que se inscriben tanto las derrotas como los triunfos
humanos, y que protagonizaron nuestros héroes, nuestros mártires y Santos,
nos brindaría generaciones de férreo carácter, con mayor amor al sacrificio,
con definida personalidad nacional, con continuidad histórica.

En cada ciudad debiera erigirse un monumento recordatorio del


dos de abril, donde no falten las banderas de nuestros amigos, de modo que
a los ciudadanos les penetre por todos los sentidos lo que nos salvará en el
futuro o lo que nos condenará a la sumisión frente a los enemigos, que nos
vienen sometiendo a esta forma moderna de esclavitud, que consiste en el
sometimiento infamante al poder internacional del dinero.

Latinoamérica no tiene su defensor en los EE.UU; tiene un enemi-


go. No obstante salvemos de esta repudiable realidad a los norteaméricanos
honestos y sinceros que nos tendrán que decir con su compatriota Robert
Bartelli, veterano de dos guerras y Director del Consejo Político que con-
duce el “LIBERTY LOBBY” con sede en Washington, que “ no hay nada que
los banqueros internacionales puedan hacer por Argentina que Argentina no
pueda hacer por sí misma…” “…en defensa del honor y la dignidad nacio-

274
nales, pensamos que la hora ha llegado de poner a prueba sus “bravatas” y
sus amenazas extorsivas. Si Argentina lo hace, en esta oportunidad, tal vez
protagonice con esta actitud uno de los movimientos más constructivos en
todo el presente siglo en la historia de Occidente”.

Esta Latinoamérica a la que hemos vuelto la mirada en los momen-


tos de necesidad, está también huérfana de Cruz del Sur.

Como en ningún otro continente, la parte Sur del nuestro se en-


cuentra unido en el origen, en su esencia. Los enemigos nos han dividido
para poder reinar. La Fe, el idioma, la raza y la tradición nos son comunes.

¿Qué más necesitamos?

¡Voluntad de vencer!

Nuestra hermosa locura de Malvinas ha puesto los ojos de nuestros


hermanos en el cono Sur, como también ha puesto los nuestros donde siem-
pre debieron estar y no añorando las “bondades europeas”, las “bondades
liberales”.

En la hora de la verdad, sólo Latinoamérica junto a nosotros.

Errar es humano. Si una vez nos equivocamos, Dios nos dio la


oportunidad de corregir el camino y ver con crudeza quiénes son nuestros
amigos y quiénes nuestros enemigos.

Si incurriéramos nuevamente en el error, entonces la identificación


no será ya la de haber perdido el rumbo. Será complicidad, será traición,
será…

Ni una sola gota de sangre, ni un solo sufrimiento han sido en vano.

El cielo ha atesorado todo. Dios nos ha permitido abrir los ojos. No


seamos ciegos condenables.

275
No podemos ni tenemos derecho a esterilizar la sangre y el sacri-
ficio de Malvinas, como el dolor de los deudos. Lo que merece brillar debe
hacerlo y en ese brillo se deben alumbrar los educandos presentes y futuros
o habremos traicionado a nuestros muertos.

Por la vía diplomática o por otros medios, mientras viva un Argen-


tino bien parido, ¡VOLVEREMOS!

276
“No importa en la perspectiva de la Eternidad el fracaso de
los objetivos propuestos, sino el sentido y la magnitud del
esfuerzo”.

Jordan Bruno Genta.

277
JALONES

1
Entre las explosiones y las balas
arranques de valor eran tus gestos.
Retabas a la muerte en los combates
Y te encontró la muerte combatiendo!
Y de bruces caído para siempre,
Con los brazos de par en par abiertos
Parecías besar las islas nuestras
Que presentías se te estaban yendo.
Y así quedaste, gladiador quebrado,
Sobre el erial del aterido predio…
Con lágrimas de DIOS en la llovizna
Con réquiem de clarines en el viento.
No pudiste volver, como soñabas
Con un puñado del terruño nuestro
Pero lograste concretar la gloria
De jalonarlo con tus propios huesos!

2

El filo desgastado de tu pala
fue buril en las lomas y los cerros;
allá quedó tu posición, marcando
con tatuajes profundos los repechos;
tu fusil, al tirar, dejó su firma
sobre el duro talud del parapeto;
los vados, con las huellas de tu paso
que el frío congeló, tienen tu sello;
la tierra que sorbió tu sangre joven
es de la raza de su propio dueño!
Y avarienta retiene tus despojos
Reliquias frescas del fatal asedio!
Las nevadas platean tu descanso…
La quietud acompaña tu silencio…
Pero la guerra sigue, camarada,
Sin cañones, sin pólvora, sin término!

278
3
Pues tu misión perdura bajo tierra
Más allá de las armas y del tiempo;
Más allá de los íntimos crespones
Con que el dolor acuna sus recuerdos;
Más allá de la pena de tus padres;
Mas allá de sus llantos y sus rezos,
Con estos hitos del deber, que siguen
Sin rendirse, plantados en sus puestos;
Jalones inmutables que no ceden;
Centinelas helados, esqueléticos
Que con su voz admonitoria gritan
El mandato que surge de tu ejemplo!
¡Algún día pondremos a tus plantas
el pabellón del agresor, deshecho
y ha de ser tu tuya la victoria nuestra
que por los siglos, velará tus restos!

Ese día vendrá! Lo presentimos


Igual que lo soñaron los abuelos;
Lo reclaman la sangre derramada
Y el honor de los bravos que cayeron!
Ese día vendrá! Lo proclamamos
Con unción de terrible juramento
Los que en el alma conservamos viva
La voluntad postrera de los muertos!
¡Voluntad que con túmulos jalona
las imborrables rutas del regreso!
¡Fuerza moral que salvará las Islas
con la ayuda divina del Eterno!
¡Guerrero de Malvinas que luchaste
tras agotar el último resuello;
desde lo más sagrado de su alma
la Patria te lo jura: ¡Volveremos!

RICARDO MIRO VALDES

279
ANEXO I

PORCIENTOS COMPARATIVOS DE BAJAS DEL R I 4

(1) 7 oficiales eran jefes de Sección, de manera que al quedar fuera de com-
bate, sus fracciones continuaron a cargo de esforzados Suboficiales, muchos
de los cuales eran muy jóvenes y sin experiencia para conducirlas; esta defi-
ciente situación, se tornaba crítica en extremo, cuando había que replegarse
bajo presión enemiga

En 678 hombres había:


1 Oficial por cada 4 Suboficiales y por cada 19 soldados.
Muertos:
1 Oficial por cada 3 Suboficiales y por cada 8 soldados.
Heridos:
1 Oficial por cada 4 Suboficiales y por cada 15 soldados.

280
ANEXO II

PERSONAL DEL R I 4 MUERTO Y/O DESAPARECIDO POR LA


PATRIA EN LA GUERRA CONTRA EL USURPADOR

FORMAN EN MALVINAS LA VANGUARDIA DE UN


FUTURO EJERCITO RESTAURADOR.

- Tte. D Luis Carlos MARTELLA.


- Subt. D Oscar Augusto SILVA.
- Cabo “EC” Luis Osmar GONZALEZ.
- Cabo “EC” Mario GOMEZ.
- Cabo “RES” Roberto VERDUM.
- Cabo “RES” Hipólito GONZALEZ.
- Sold. C/62 Juan Alejandro AYALA.
- Sold. C/62 Luis Alejandro AGUILERA.
- Sold C/62 Carlos Espifanio CASCO.
- Sold. C/62 Eduardo GOMEZ.
- Sold C/62 Martiniano GOMEZ.
- Sold C/62 Luis MENDEZ.
- Sold C/62 Ramón Orlando PALAVECINO.
- Sold C/62 Benito Bernardino ALMARAS.
- Sold C/62 Alfredo GREGORIO.
- Sold C/62 Juan Roberto LEDESMA.
- Sold C/62 Celso PAEZ.
- Sold C/62 Adolfo Víctor VALLEJOS.
- Sold C/63 Orlando AYSLAN.
- Sold C/63 José ACUÑA.
- Sold C/63 Daniel Andrés RODRIGUEZ.
- Sold C/63 José Luciano ROMERO.
- Dos Suboficiales pertenecientes al B Log 3, que vinieron como
refuerzo al RI 4 y ofrendaron sus vidas en el frente de combate.
- Sarg Héctor Carlos MONTELLANO.
- Cabo Oscar Eduardo LABALTA.

281
ANEXO III

SINTESIS CRONOLOGICA DE LO ACTUADO POR EL R I 4 EN


LA GUERRA CONTRA INGLATERRA

MATERIAL Y EQUIPO

11 Abr. 82 - Parte desde MONTE CASEROS con rumbo al Teatro de Opera-


ciones Atlántico Sur (TOAS) la primera columna motorizada.

12 Abr. 82 - Parte la segunda columna motorizada.


Ambas en tren hacia RIO COLORADO y desde allí por modo automotor
hasta RIO GALLEGOS.

24 Abr 82 - Arriban a Río Gallegos las columnas 1 y 2.

PERSONAL

15 Abr. 82 - Parte la Unidad rumbo a PARANA; desde allí a COMODORO


RIVADIA y luego a RIO GALLEGOS por modo aéreo.

25 Abr. 82 - Se arriba a RIO GALLEGOS.

PUENTE AEREO

27 Abr. 82 - Se inicia el transporte aéreo del RI 4 hacia el TOAS.

282
28 Abr. 82 - Se interrumpe el transporte aéreo para la Unidad.

30 Abr. 82 - En tres vuelos más se recibe parte del material que aún quedaba
en RIO GALLEGOS y se corta definitivamente el transporte para la Unidad.

EN MALVINAS

27 Abr. 82 - Se ocupa una Zona de Reunión a 5 km del aeropuerto de PUER-


TO ARGENTINO.
La sección PAZ es segregada para dar la seguridad a la residencia del Go-
bernador Militar.

28 Abr 82 - La unidad marcha a ocupar una posición en MONTE WALL


distante unos 30 km, aproximadamente, y se constituye en reserva de la
posición definitiva.
Queda una fracción dando la seguridad a la carga que se encuentra apar-
cada en el aeropuerto, a órdenes del logístico hasta tanto se terminara de
trasladar toda la carga a la posición.

29 Abr. 82 - Ya en MONTE WALL, la Compañía “A” es segregada y marcha a


ocupar distintas posiciones. Sección NAZER, MONTE LOW.
Sección SILVA, MONTE TWELVE O’CLOCK
Sección MARTINEZ, MONTE LOW
Sección AISPURO, MONTE LOW
01 May. 82 - Primer ataque al aeropuerto. Consecuencias para la Unidad:
Personal herido e importantes pérdidas de material y equipo.

03 May 82 - La Sección LLAMBIAS ocupa las alturas del MONTE CHA-


LLENGER. Se le agrega a la Unidad una Batería de artillería del GRUPO de

283
ARTILLERIA AEROTRANSPORTADO 4.

04 May 82 - Se reconocen los MONTES KENT y TWO SISTERS.


La artillería naval enemiga comienza a batir PUERTO ARGENTINO.

07 May 82 - Las fracciones de la Unidad que quedaron en RIO GALLEGOS


son agregadas al REGIMIENTO de CABALLERIA de TANQUES 11.

10 May 82 - La compañía “B” se desplaza a ocupar una posición de defensa


en el MONTE HARRIET (a 5 km detrás del MONTE WALL)

13 May 82 - Se agrega a la Ca”B”, una Sec Ca Cdo y Ser de la Ca San 3 (To-


dos o casi todos con pistolas), como refuerzo.

20 May 82 - La Compañía “A” es bombardeada por la aviación enemiga, sin


mayores consecuencias.

21 May 82 - La aviación enemiga bombardea la zona del rancho.

26 May 82 - Se agrega la Batería “A” del GRUPO de ARTILLERIA AERO-


TRANSPORTADO 4.

28 May 82 - La Compañía “B” es batida intensamente por la artillería ene-


miga –Un herido.
El enemigo desembarca en BAHIA SAN CARLOS, ha arrasado y ocupado
DARWIN, batiendo al glorioso 12 de Infantería, y comienza a desplazarse
hacia PUERTO ARGENTINO.

LA POSICION CAMBIA DE FRENTE

30 May 82 - Se cambia de posición:

284
La Compañía “C” ocupa el MONTE TWO SISTERS.
La Compañía Comando ocupa el monte HARRIET.
La Compañía Servicios ocupa el MONTE HARRIET.
Durante el desplazamiento se suceden varios ataques de la aviación enemi-
ga. Se pierde parte del material, munición y víveres.

31 May 82 - La artillería de campaña enemiga hace sentir regularmente su


acción y comienza a producirnos bajas diariamente.
La artillería naval también nos hostiga con su acción durante la noche.

01 Jun 82 - Un grupo de la Ca A es trasportado en helicóptero desde su po-


sición a MONTE HARRIET, como esfuerzo.

02 Jun 82 - La Sección NAZER es transportada desde su posición a MONTE


HARRIET, como refuerzo.

03 Jun 82 –Las avanzadas de combate de la Compañía “B” toman contacto


con el enemigo y se repliegan, dejando dos muertos.
El enemigo continuaba desembarcando piezas de artillería en los montes
que enfrentaban las posiciones propias.

04 Jun 82 - Se rechaza una patrulla enemiga que cruzaba hacia TWO SIS-
TERS.

07 Jun 82 - Un helicóptero enemigo aterriza en ROT HARRIET HAUSE, des-


embarcando una patrulla que de inmediato es rechazada por el fuego, res-
pondiendo su artillería y produciéndonos numerosas bajas.
Se rechaza una infiltración enemiga.
Es helitransportada la Sección SILVA desde sus posiciones hasta MONTE
TWO SISTERS.
08 Jun 82 - La sección GIMENEZ CORVALAN es atacada, produciéndose
tres bajas en propia tropa; el enemigo abandona materiales y equipos.

09 Jun 82 - La Compañía “A” se traslada a ocupar la retaguardia del REGI-


MIENTO DE INFANTERIA 7, entre MONTE LONGDON y MODY BRUCK.

285
10 Jun 82 - La aviación enemiga ataca las posiciones en MONTE HARRIET
y TWO SISTERS.

112300 Jun 82 - Las posiciones en MONTE HARRIET y TWO SISTERS son


atacadas por efectivos de aproximadamente 3000 hombres.

120200 Jun 82 - Es tomada la posición de la Sección Morteros Pesados y el


Puesto de Socorro.

1200630 Jun 82 - Es tomada la posición de la Compañía Comando en MON-


TE HARRIET.

120730 Jun 82 - La Sec SILVA se repliega combatiendo hacia las posiciones


del B I M 5.

120930 Jun 82 - Es tomada prisionera la Compañía “B” y el Jefe del RE-


GIMIENTO DE INFANTERIA 4, quedando MONTE HARRIET en poder del
enemigo. Hay varios muertos y heridos.

120700 Jun 82 - Cae TWO SISTERS. Algunos efectivos de la Compañía “C”


se repliegan combatiendo a MONTE TUMBLEDON. Se producen numerosas
bajas en propia tropa.

13 Jun 82 - El personal replegado continúa combatiendo en MONTE TUM-


BLEDON y MONTE WILLIAMS.

14 Jun 82 - El personal que combate con el BATALLON de INFANTERIA DE


MARINA 5 se repliega combatiendo a SUPPER HILL.
Los prisioneros son trasladados a FITZ ROY, PORT HARRIET HOUSE y
PUERTO SAN CARLOS.

13 Jun 82 - El S-3 y el S-4 reorganizan en PUERTO ARGENTINO los efectivos


que quedan del REGIMIENTO DE INFANTERIA 4.

141600 Jun 82 - Cae PUERTO ARGENTINO.

286
151900 Jun 82 - Se embarcan los prisioneros en el buque CAMBERRA, que-
dando solamente 6 oficiales y 1 Suboficial prisioneros.

14 Jul 82 - En el buque enemigo St EDMUNDT llegan a PUERTO DESEADO


los últimos prisioneros.

287
ANEXO IV

ZONA DONDE OPERO LA UNIDAD Y LUGARES MENCIONA-


DOS EN EL LIBRO

288
HOMENAJE A LOS HEROES QUE COMBATIERON CON EL REGIMIENTO DE INFANTERIA
4 EN LA GUERRA DE LAS “MALVINAS”.
Grupo Escultórico del Plástico Don CESAR MIRWALD. Descubierto en el Regimiento Corren-
tino de Monte Caseros, el 22 de Setiembre de 1984.

289
Habiéndose terminado la instalación del grupo escultórico que se
encuentra en la foto, un grupo de personas esperaba el anochecer con el
afán de observar los efectos de la luz sobre el mismo.
Una voz se escuchó pidiendo parte para el Jefe de Regimiento; al acercar-
se éste para atenderlo, reconoció al combatiente de Malvinas, ex-soldado
MIÑO, que había estado con la Unidad en aquel lugar.

El combatiente había venido recorriendo varios kilómetros desde


su correntina ciudad. Al preguntársele cual era el motivo de su presencia en
el lugar, MIÑO contestó, que su “viejo” se había enterado que unas naves
norteamericanas que andaban por el sur y lo mandaba a presentarse por si lo
necesitaban.

No todo está perdido. Esta expresión de genuino espíritu criollo es
la conducta del verdadero hombre argentino.

(Las naves a las que se refería, eran las que intentaron reabastecerse
en Puerto Madryn, y fueron expulsadas por el pueblo).

ANEXO V

REUNIONES DE CAMARADERIA

1. 1982-2010

CRUZ EREGIDA EN LA COSTA DEL RIO URUGUAY


EN MEMORIA DE LA GESTA DEL 2 DE ABRIL.
LOS VETERANOS DEL RI4 NO HAN BAJADO LOS BRAZOS Y CONTINUAN
LA GUERRA NO OLVIDANDO Y AYUDANDO A QUE NO SE OLVIDE.

290
291
EN EL TRANSCURSO DE ESTOS 28 AÑOS, LOS SOLDADOS, SUBOFICIALES
Y OFICIALES QUE PERTENECIAN A LAS FILAS DEL GLORIOSO 4 DE INFAN-
TERIA Y SE BATIERON EN LA TURBA O ASEGURARON EL CONTINENTE,
SE REUNEN EL SEGUNDO FIN DE SEMANA DEL MES DE JUNIO DE CADA
AÑO, PARA HOMENAJEAR LA GESTA, HONRAR A SUS MARTIRES Y RENO-
VAR SU COMPROMISO CON LA PENDIENTE RECUPERACION.

2. “REGIMIENTO DE INFANTERIA 4”
MONTE CASEROS – CORRIENTES

292
3.

4.

293
5.

6.

294
7. EN RECONOCIMIENTO DE LOS ACTUALES VETERANOS DE GUERRA
DEL RI 4.

POR DIOS TOMEN CONCIENCIA DE


LO QUE HAN HECHO.
USTEDES HAN ABIERTO LAS PUERTAS
DE LA HISTORIA, COMO LO HICIERON
HACE UN SIGLO Y MEDIO.
SAN MARTIN Y BOLIVAR.
¡NO TIENEN IDEA DE CUANTO LES
DEBE AMERICA LATINA!
HAN DADO UNA GRAN BATALLA
QUE TRIUNFO EN EL ESPIRITU DE LOS PUEBLOS.
NO SE DIVIDAN, NO LUCHEN
ENTRE USTEDES, NO SE PIDAN CUENTAS.
¡NO SABEN CUANTO LES DEBEMOS!

CHABUCA GRANDA
(POETISA PERUANA)

295
SI NUESTRA GENERACION NO PUDO MANTENER EN EL TIEMPO LA
SUERTE DE LAS ARMAS, NUESTROS HIJOS, NUESTROS NIETOS
O LOS QUE LE SUCEDAN LO HARAN.

RECUPERARLAS ES UN IMPERATIVO DEL HONOR Y DIGNIDAD NACIO-


NAL.

MONTE CASEROS (CORRIENTES) EN EL AÑO DEL BICENTENARIO DE LA


PATRIA.

296
INDICE

Prólogo....................................................................................................... 5
Dedicatoria................................................................................................ 8
Advertencias al lector................................................................................. 9
Introducción............................................................................................. 11
Pensamiento............................................................................................. 15

PARTE I
PRIMERAS VIVIENCIAS

Mil libras cerca nuestro............................................................................ 19


Increíble pero real.................................................................................... 24
Las condiciones meteorológicas y el terreno............................................. 28
Así entramos en situación......................................................................... 33
¡Alerta blanca!.......................................................................................... 37
Los problemas del transporte.................................................................... 39
Guerra electrónica.................................................................................... 45
Reflejos de la moral.................................................................................. 47
Emboscada frustrada................................................................................. 53
Un oasis de combustible en la soledad..................................................... 55
Sorpresa................................................................................................... 58
Muertos por hambre................................................................................. 60
El valor de una carta................................................................................. 65
Sobresaltos a diana................................................................................... 67
La posición renga..................................................................................... 69
Un día de descanso en Puerto Argentino.................................................. 73
Reflexión.................................................................................................. 83

297
PARTE II
LA RESISTENCIA

El repliegue.............................................................................................. 95
Noches para recordar............................................................................. 101
Un milagro más...................................................................................... 105
Mártires por la Patria.............................................................................. 108
Vivencias de un día cualquiera............................................................... 112
El placer de un baño caliente................................................................. 116
La artillería propia.................................................................................. 121
La importancia de un detalle.................................................................. 124
Poderosa artillería................................................................................... 127
El chasqui............................................................................................... 130
Momento crucial.................................................................................... 133
La cruz roja............................................................................................ 138
La sección morteros pesados por dentro................................................. 141
Camaradería........................................................................................... 144
El confort de las posiciones.................................................................... 146
¿Valor?.................................................................................................... 152
Yo, el incrédulo...................................................................................... 156
Folklore a prueba de tiros....................................................................... 161
La novia olvidada................................................................................... 163
Noche gris.............................................................................................. 165
¿Para qué sirve el casco?......................................................................... 170
Bautismo de fuego.................................................................................. 172
Radares humanos................................................................................... 178
Reencuentro filial................................................................................... 180
Un cambio en el empleo de la munición trazante.................................. 186
El recuerdo de mi padre......................................................................... 188
“Sapucay”.............................................................................................. 191

298
Ciego en combate.................................................................................. 194
Reflexión................................................................................................ 206

PARTE III
LA DERROTA

Así viví la derrota................................................................................... 212


La noche final......................................................................................... 217
Mi final................................................................................................... 223
Doble reconocimiento............................................................................ 229
En las puertas del cielo........................................................................... 235
No pudo dar más.................................................................................... 241
¿Usted la habría quemado?..................................................................... 247
Prisionero de guerra............................................................................... 247
Misceláneas de prisionero...................................................................... 258
Reflexión................................................................................................ 272
Pensamiento........................................................................................... 277
Jalones.................................................................................................... 278

ANEXOS

Anexo I –Porcientos comparativos de bajas del RI 4............................... 280


Anexo II –Personal del RI 4 muertos y desaparecidos............................. 281
Anexo III –Síntesis cronológica............................................................... 282
Anexo IV Gráficos.................................................................................. 288
Anexo V Reuniones de camaradería...................................................... 290

299
300
301
302

También podría gustarte