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1.1 Marx, El-Capital - La Mercancía - 082-143. P. 43-76 PDF
1.1 Marx, El-Capital - La Mercancía - 082-143. P. 43-76 PDF
EL PROCESO DE PRODUCCIÓN
DEL CAPITAL
SECCIÓN PRIMERA
MERCANCIA Y DINERO
C A P ÍT U L O I
L A M E R C A N C IA
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cua i y con arreglo a su can tidad. C ada una de esas
osas es un conjunto de m uchas propiedades y p uede, por
e ’ , ser utl* en diversos aspectos. E l descubrim iento de
mnri lv ?rsos asPect° s y, en con secu en cia, de los m últiples
os e usar las cosas, constituye un h e c h o histórico.'1
>n!r ^ f tr° tanto COn e l hallazgo de m e d id a s sociales para
. , J^ar ca n tid a d de las cosas útiles. E n parte, la diver-
rt e° s mec^ a s ^e ¡as m ercancías se d eb e a la dife-
n e naturaleza de los objetos que h ay q ue m edir, y en
parte a la convención.
L a utilidad de una co sa hace de ella un valor de u so .4
ero esa utilidad no flota por los aires. E stá con d icion ad a
por as propiedades del cuerpo de la m ercancía, y no
is e a m argen de ellas. E l cu erp o m ism o d e la m er-
, . J lCla¡ , com o e * hierro, trigo, diam ante, etc., es pues
va o r d e u so o un bien. E ste carácter su yo n o depende
, a aPropiación de sus propiedades útiles cu este al
m re m ucho o p o co trabajo. A l considerar los valores
e uso, se presupone siem pre su carácter determ inado
cuan ítativo, tal com o do cen a de relojes, vara de lienzo,
o n e a d a de hierro, etc. L o s valores de u so de las mer-
ancias proporcionan la m ateria para una disciplina espe
cia ia m erceología.5 E l valor de uso se efectiviza única-
m en e en el uso o en el consum o. L o s valores de uso
con s ítuyen el con ten ido m aterial d e la riq u eza , sea cual
uere la form a social de ésta. En la form a de sociedad
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que hem os de exam inar, son a la v ez lo s portadores
m ateriales del valor d e cam bio.
En prim er lugar, el valor de ca m b io se presenta co m o
relación cu an tita tiva , proporción en que se intercam bian
valores de uso de una clase por valores de u so de otra
c la se ,9 una relación que se m odifica con sta n tem en te segú n
el tiem po y el lugar. E l valor de cam b io, p ues, parece ser
algo contingente y puram ente relativo, y un valor de cam b io
inm anente, intrínseco a la m ercan cía ( va leu r in trin sè q u e ),'
pues, sería una co n tra d ictio in a d ie c to [con tradicción entre
un térm ino y su atributo]. E xam in em os la co sa m ás de
cerca.
U na m ercancía individual, por ejem p lo un q u a r te r a de
trigo, se intercam bia por otros artículos en las p ro p o rc io
n es m ás diversas. N o obstante su valor de ca m b io se m an
tiene inalterado, ya sea que se exp rese en x betún, y seda,
z oro, etc. D eb e, por tanto, p oseer un con ten id o diferen-
ciable de estos d iversos m o d o s d e e x p r e sió n .b
T om em os otras dos m ercancías, por ejem p lo el trigo
y el hierro. S ea cu al fuere su relación de cam b io, ésta se
podrá representar siem pre por una ecu ació n en la que
determ inada cantidad de trigo se equipara a una cantidad
cualquiera de hierro, por ejem plo: 1 q u a rte r de trigo = a
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quintales de hierro. ¿Q ué denota esta ecuación? Q ue existe
algo com ún, de la m ism a magnitud, en dos cosas distintas,
tanto en 1 qu arter de trigo com o en a quintales de hierro.
A m bas, por consiguiente, son iguales a una tercera, que
en sí y para sí no es ni la una ni la otra. Cada una de ellas,
pues, en tanto es valor de cam bio, tiene que ser reducible
a esa tercera.
U n sencillo ejem plo geom étrico nos ilustrará el punto.
Para determinar y com parar la superficie de todos los
polígonos se los d escom pone en triángulos. Se reduce el
triángulo, a su vez, a una expresión totalm ente distinta
de su figura visible: el sem iproducto de la base por la
altura. D e igual suerte, es preciso reducir los valores de
cam bio de las m ercancías a algo que les sea com ún, con
respecto a lo cual representen un m ás o un m enos.
E se algo com ún no puede ser una propiedad natural
— geom étrica, física, quím ica o de otra índole— de las
m ercancías. Sus propiedades corpóreas entran en con si
deración, única y exclusivam ente, en la m edida en que ellas
hacen útiles a las m ercancías, en que las hacen ser, pues,
valores de uso. Pero, por otra parte, salta a la vista que
es precisam ente la abstracción de sus valores de uso lo
que caracteriza la relación de intercam bio entre las m er
cancías. D entro d e tal relación, un valor de u so vale exacta
m ente lo m ism o que cualquier otro, siem pre que esté
presente en la proporción que corresponda. O, com o dice
el viejo Barbón: “U na clase de m ercancías es tan buena
com o otra, si su valor de cam bio es igual. N o existe d ife
rencia o distinción entre cosas de igual valor de cam bio” .8
En cuanto valores de uso, las m ercancías son, ante todo,
diferentes en cuanto a la cualidad; com o valores de cam bio
sólo pueden diferir por su cantidad, y no contienen, por
consiguiente, ni un solo átom o de valor de uso.
A hora bien, si ponem os a un lado el valor de uso del
cuerpo d e las m ercancías, únicam ente les restará una pro
piedad: la de ser productos del trabajo. N o obstante, tam
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bién el producto del trabajo se nos ha transform ado entre
las m anos. Si hacem os abstracción d e su valor de uso, abs
traem os tam bién los com ponentes y form as corpóreas que
hacen de él un valor d e uso. E se producto ya no es una
m esa o casa o h ilo o cualquier otra cosa útil. T odas sus
propiedades sensibles se han esfum ado. Y a tam poco es
producto del trabajo del ebanista o del albañil o del hilan
dero o d e cualquier otro trabajo productivo determ inado.
C on el carácter útil de los productos del trabajo se desva
nece el carácter útil de los trabajos representados en ellos
y, por ende, se desvanecen también las diversas formas
concretas de esos trabajos; éstos dejan de distinguirse,
reduciéndose en su totalidad a trabajo hum ano indiferen-
ciado, a trabajo abstractam ente hum ano.
Exam inem os ahora el residuo de los productos del
trabajo. N ada ha quedado de ellos salvo una m ism a objeti
vidad espectral, una mera gelatina de trabajo hum ano
indiferenciado, esto es, _ de gasto de fuerza de trabajo
hum ana sin consideración a la forma en que se gastó la
m ism a. Esas cosas tan sólo nos hacen presente que en su
producción se em p leó fuerza hum ana de trabajo, se acu
m uló trabajo hum ano. En cuanto cristalizaciones de esa
sustancia social com ún a ellas, son valores.3
En la relación m ism a de intercam bio entre las m ercan
cías, su valor de cam bio se nos puso d e m anifiesto com o
algo por entero independiente de sus valores de uso. Si
lu ego se h ace efectivam ente abstracción del valor de uso que
tienen los productos del trabajo, se obtiene su valor, tal
com o acaba de determ inarse. E se algo com ún que se m ani
fiesta en la relación de intercam bio o en el valor de cam bio
de las m ercancías es, pues, su valor. E l desenvolvim iento
de la investigación volverá a conducirnos al valor de
cam bio com o m odo de expresión o form a de m anifes
tación necesaria del valor,b al que por de pronto, sin
em bargo, se ha de considerar independientem ente de
esa form a.
U n valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor
porque en él está o b je tiv a d o o m aterializado trabajo abs
tractam ente hum ano. ¿C óm o medir, entonces, la m agnitud
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de su valor? Por la ca n tid a d de “ sustancia generadora de
valor” — por la cantidad de trabajo— contenida en ese
valor de uso. L a cantidad de trabajo m ism a se m ide por
su duración, y el tie m p o d e trabajo, a su vez, reconoce
su patrón de m edida en determ in adas fracciones te m p o
rales, tales com o hora, día, etcétera.
Podría parecer que si el valor de una m ercancía se
determ ina por la cantidad de trabajo gastada en su pro
ducción, cuanto más perezoso o torpe fuera un hombre
tanto m ás valiosa sería su m ercancía, porque aquél necesi
taría tanto más tiem po para fabricarla. Sin em bargo, el
trabajo qiie genera la sustancia de los valores es trabajo
hum ano indiferenciado, gasto de la m ism a fuerza hum ana
de trabajo. E l conjunto de la fuerza de trabajo de la
sociedad, representado en los valores del m undo de las
m ercancías, hace las veces aquí de una y la m ism a fuerza
hum ana de trabajo, por más que se com ponga de innum e
rables fuerzas de trabajo individuales. C ada una de esas
fuerzas de trabajo individuales es la m ism a fuerza de tra
bajo hum ana que las dem ás, en cuanto p osee el carácter
de fuerza de trabajo social m edia y opera com o tal fuerza
de trabajo social m edia, es decir, en cuanto, en la produc
ción de una m ercancía, sólo utiliza el tiem po de trabajo
prom edialm ente necesario, o tie m p o d e tra b a jo socialm en te
necesario. E l tiem po de trabajo socialm ente necesario es
el requerido para producir un valor de uso cualquiera, en
las condiciones norm ales de producción vigentes en una
sociedad y con el grado social m ed io de destreza e inten
sidad de trabajo. Tras la adopción en Inglaterra del telar de
vapor, por ejem plo, bastó m ás o m enos la mitad de trabajo
que antes para convertir en tela determ inada cantidad de
hilo. Para efectuar esa conversión, el tejedor m anual inglés
necesitaba em plear ahora exactam ente el m ism o tiem po
de trabajo que antes, pero el producto de su hora indivi
dual de trabajo representaba únicam ente m ed ia hora de
trabajo social, y su valor dism inuyó, por consiguiente, a la
mitad d el que antes tenía.
Es sólo la can tid a d de trabajo so cia lm en te necesario,
pues, o el tie m p o d e trabajo so cia lm en te necesario para
la produ cción de un valor d e uso, lo que determ ina su
m agn itu d de valor." C ada m ercancía es considerada aquí,
9 N ota a la 2? edición. — “The valué of them (the necessaries
of life) when they are exchanged the one for another, is regulated
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en general, com o ejemplar m edio de su clase.10 Por tanto,
las m ercancías que contienen cantidades iguales de trabajo,
o que se pueden producir en el m ism o tiem po de trabajo,
tienen la m ism a m agn itu d d e valor. El valor de una mer
cancía es al valor de cualquier otra, com o el tiem po de
trabajo necesario para la producción de la una es al tiem po
de trabajo necesario para la producción de la otra. “En
cuanto valores, todas las m ercancías son, únicam ente, deter
m inada m edida de tie m p o d e trabajo so lid ifica d o .” 11
L a m agn itu d de valor de una m ercancía se mantendría
constante, por consiguiente, si también fuera constante el
tiem po de trabajo requerido para su producción. Pero éste
varía con todo cam bio en la fuerza p ro d u ctiva d el trabajo.
L a fuerza productiva del trabajo está determ inada por
m últiples circunstancias, entre otras por el nivel m edio de
destreza del obrero, el estadio de desarrollo en que se
hallan la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, la coordi
nación social del proceso de producción, la escala y la
eficacia de los m edios de producción, las con diciones natu
rales. L a m ism a cantidad de trabajo, por ejem plo, produce
8 b u sh e lsa de trigo en un buen año, 4 en un m al año. La
m ism a calidad de trabajo produce m ás m etal en las minas
ricas que en las pobres, etc. L os diam antes rara vez afloran
en la corteza terrestre, y de ahí que el hallarlos insuma,
térm in o m ed io , m ucho tiem po de trabajo. Por consiguiente,
en p oco volum en representan m ucho trabajo. Jacob pone
en duda que el oro haya saldado nunca su valor ín te g ro .1281
A un m ás cierto es esto en el caso de los diam antes. Según
E sc h w e g e ,1291 el total de lo extraído durante ochenta años
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de los yacim ientos diam antíferos brasileños todavía no
había alcanzado, en 1 823, a igualar el precio del producto
m ed io obtenido durante 18 m eses en las plantaciones bra
sileñas de caña o de café, aun cuando representaba m ucho
m ás trabajo y por consiguiente m ás valor. D isponiendo
de m inas m ás productivas, la m ism a cantidad de trabajo
se representaría en m ás diam antes, y el valor de los m is
m os disminuiría. Y si con p o co trabajo se lograra trans
formar carbón en diam antes, éstos podrían llegar a valer
m enos que ladrillos. En térm inos generales: cuanto mayor
sea la fuerza productiva del trabajo, tanto m enor será el
tiem po de trabajo requerido para la producción de un
artículo, tanto m enor la m asa de trabajo cristalizada en él,
tanto m enor su valor. A la inversa, cuanto m enor sea la
fuerza productiva del trabajo, tanto m ayor será el tiem po
de trabajo necesario para la producción de un artículo,
tanto m ayor su valor. Por ende, la m agnitud de valor de
una m ercancía varía en razón directa a la ca n tidad de
trabajo efectivizado en ella e inversa a la fuerza pro d u ctiva
de ese trabajo.
U n a cosa puede ser valor d e uso y no ser valor. Es
éste el caso cuando su utilidad para el hom bre n o ha sido
m ediada por el trabajo. Ocurre ello con el aire, la tierra
virgen, las praderas y bosques naturales, etc. U na cosa
puede ser útil, y adem ás producto del trabajo hum ano, y
n o ser m ercancía. Q uien, con su producto, satisface su
propia necesidad, indudablem ente crea un valor d e uso,
pero no una m ercancía. Para producir una m ercancía, no
sólo debe producir valor de uso, sino valores de uso para
otros, valores de uso sociales. {F. E. — Y no sólo, en
rigor, para otros. E l cam pesino m edieval producía para
el señor feudal el trigo del tributo, y para el cura el del
diezm o. P ero ni el trigo del tributo ni el del diezm o se
convertían en m ercancías por el hecho de ser producidos
para otros. Para transformarse en m ercancía, el producto
ha de transferirse a través del intercam bio a quien se sirve
de él com o valor de u s o .} 11bis Por últim o, ninguna cosa
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puede ser valor si no es un objeto para el uso. Si es inútil,
tam bién será inútil el trabajo con ten ido en ella; no se con
tará com o trabajo y n o constituirá valor alguno.
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A través del cúm ulo de los diversos valores de u so o
cuerpos de las m ercancías se pone de m anifiesto un con
junto de trabajos útiles igualm ente disím iles, diferenciados
por su tipo, género, fam ilia, especie, variedad: una d iv i
sión social del trabajo. Ésta constituye una condición para
la existencia m ism a de la producción de m ercancías, si
b ien la producción de m ercancías no es, a la inversa,
con d ición para la existencia m ism a de la división social
del trabajo. En la com unidad paleoíndica el trabajo está
dividido socialm ente, sin que por ello sus p ro d u cto s se
transform en en m ercancías. O bien, para poner un ejem plo
m ás cercano: en todas las fábricas el trabajo está dividido
sistem áticam ente, pero esa división n o se halla m ediada
por el hecho de que los obreros intercam bien sus p ro d u cto s
individuales. S ólo los productos de tra b a jo s p riva d o s autó
n om os, recíprocam en te independientes, se enfrentan entre
sí com o m ercancías.
Se ha visto, pues, que el valor de u so de toda m ercancía
encierra determ inada actividad productiva — o trabajo
útil— orientada a un fin. L o s valores de uso n o pueden
enfrentarse com o m ercancías si no encierran en sí trabajos
útiles cualitativam ente diferentes. En una sociedad cuyos
p roductos adoptan en general la form a de m ercancía, esto
es, en una sociedad de productores de m ercancías, esa
diferencia cualitativa entre los trabajos útiles — los cuales
se ejercen independientem ente unos de otros, com o ocupa
ciones privadas de productores autónom os— se desenvuel
ve hasta constituir un sistem a m ultim em bre, una división
social d el trabajo.
A la chaqueta, por lo dem ás, tanto le da que quien
la vista sea el sastre o su cliente. En am bos casos oficia de
valor de uso. L a relación entre la chaqueta y el trabajo
que la produce tam p oco se m odifica, en sí y para sí, por
el h ech o de que la ocupación sastreril se vuelva profesión
especial, m iem bro autónom o de la división social del
trabajo. El hom bre hizo su vestim enta durante m ilenios,
allí donde lo forzaba a ello la necesidad de vestirse, antes
de que nadie llegara a convertirse en sastre. Pero la
existencia de la chaqueta, del lienzo, de todo elem ento de
riqu eza m aterial que n o sea producto espontáneo de la
naturaleza, necesariam ente estará m ediada siem pre por
una actividad productiva especial, orientada a un fin, la
cual asim ila a necesidades particulares del hom bre m ate
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riales naturales particulares. C om o creador de valores de
uso, com o trabajo ú til, pues, el trabajo es, independien
tem ente de todas las form aciones sociales, con d ición de la
existencia hum ana, necesidad natural y eterna de m ediar
el m etabolism o que se da entre el hom bre y la naturaleza,
y, por consiguiente, de m ediar la vida hum ana.
L os valores de u so — chaqueta, lienzo, etc., en sum a,
los cuerpos de las m ercancías— son com binacion es de dos
elem en tos: m aterial natural y trabajo. Si se hace abstrac
ción, en su totalidad, de los diversos trabajos útiles incor
porados a la chaqueta, al lienzo, etc., quedará siem pre un
sustrato m aterial, cuya existencia se debe a la naturaleza
y no al concurso hum ano. E n su producción, el hombre
sólo puede proceder com o la naturaleza m ism a, vale decir,
cam biando, sim plem ente, la form a de los m ateria les .13 Y
es m ás: incluso en ese trabajo de transform ación se ve
constantem ente apoyado por fuerzas naturales. El trabajo,
por tanto, no es la fu en te única de los valores d e uso que
produ ce, de la riqu eza m aterial. El trabajo es el padre
de ésta, com o dice W illiam Petty, y la tierra, su m a d r e.1301
D e la m ercancía en cuanto objeto para el uso pasem os
ahora al valor de la m ercancía.
Supusim os que la chaqueta valía el doble que el lienzo.
Pero ésta no es m ás que una diferencia cu a n titativa, y
por el m om ento no nos interesa. R ecordem os, pues, que
si una chaqueta vale el d oble que 10 varas de lienzo, la
m agn itu d de valor de 2 0 varas de lienzo será igual a la de
una chaqueta. En su calidad de valores, la chaqueta y el
lienzo son cosas de igual sustancia, expresiones objetivas
del m ism o tipo d e trabajo. P ero el trabajo del sastre y el
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d el te jed o r difieren cualitativam ente. E xisten condiciones
sociales, no obstante, en que el m ism o h om bre trabaja
alternativam ente de sastre y de tejedor: en ellas estos dos
m odos diferentes de trabajo, pues, no son más que m o d i
ficacion es del traba jo q u e efectú a el m ism o individuo', no
han llegado a ser funciones especiales, fijas, de individuos
diferentes, del m ism o m odo, exactam ente, que la chaqueta
que nuestro sastre con feccion a h oy y los pantalones que
hará m añana só lo suponen variedades del m ism o trabajo
individual. U na sim ple mirada nos revela, adem ás, que en
nuestra sociedad capitalista, y con arreglo a la orientación
variable que m uestra la dem anda de trabajo, una porción
d a d a d e trabajo h u m an o se ofrece alternativam ente en
form a de trabajo de sastrería o com o trabajo textil. E ste
cam bio de form a del trabajo posiblem ente n o se efectúe
sin que se produzcan fricciones, pero se opera necesaria
m ente. Si se prescinde del carácter determ inado de la activi
dad productiva y por tanto del carácter útil del trabajo, lo
que subsiste de éste es el ser un g a sto d e fuerza d e tra
b a jo hum ana. A un qu e actividades productivas cualitativa
m ente diferentes, el trabajo del sastre y el del tejedor son
am bos gasto productivo del cerebro, m úsculo, nervio,
m ano, etc., hum anos, y en este sentido uno y otro son tra
ba jo hum ano. Son nada más que dos form as distintas de
gastar la fuerza hum ana de trabajo. Es preciso, por cierto,
que la fuerza de trabajo hum ana, para que se la gaste
de esta o aquella form a, haya alcanzado un m ayor o m e
nor desarrollo. Pero el valor de la m ercancía representa
trabajo hum ano puro y sim ple, gasto de trabajo hum ano
en general. A sí com o en la sociedad burguesa un general
o un banquero desem peñan un papel preem inente, y el
h o m bre sin más ni más un papel m uy deslu cido,14 otro
tanto ocurre aquí con el trabajo h um ano. Éste es gasto de
la fuerza de trabajo sim ple que, térm ino m edio, todo
hom bre com ún, sin necesidad de un desarrollo especial,
p osee en su organism o corporal. E l carácter del trabajo
medio simple varía, por cierto, según los diversos países y
épocas culturales, pero está dado para una sociedad deter
minada. Se considera que el trabajo m ás com plejo es igual
sólo a trabajo sim ple potenciado o más bien multiplicado,
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de suerte que una pequeña cantidad de trabajo com plejo
equivale a una cantidad m ayor de trabajo sim ple. L a exp e
riencia m uestra que constantem ente se opera esa reducción.
Por m ás que una m ercancía sea el producto del trabajo más
com plejo su valor la equipara al producto del trabajo sim
ple y, por consiguiente, n o representa más que determ inada
cantidad de trabajo sim p le.15 Las diversas proporciones en
que los distintos tipos de trabajo son reducidos al trabajo
sim ple com o a su u nidad d e m edida, se establecen a través
de un proceso social que se desenvuelve a espaldas de los
productores, y que por eso a éstos les parece resultado de
la tradición. Para sim plificar, en lo sucesivo considerare
m os directam ente toda clase de fuerza de trabajo com o
fuerza de trabajo sim ple, no ahorrándonos con ello más
que la m olestia de la reducción.
Por consiguiente, así com o en los valores chaqueta y
lienzo se hace abstracción de la diferencia entre sus valores
d e uso, otro tanto ocurre, en el caso de los trabajos que
están representados en esos valores, con la diferencia entre
las form as útiles de esos trabajos: el del sastre y el del
tejedor. A sí com o los valores d e u so chaqueta y lienzo son
com binacion es de actividades productivas orientadas a un
fin que se efectúan con paño e hilado, y en cam bio los va
lores chaqueta y lienzo sólo son mera gelatina h om ogénea
de trabajo, tam bién los trabajos contenidos en dichos va lo
res no tienen validez por su relación productiva con el
paño y el hilado sino sólo com o gastos d e fuerza hum ana de
trabajo. El trabajo sastreril y el textil son elem entos con s
titutivos de los valores de uso chaqueta y lienzo m erced
precisam ente a sus cualidades diferentes; son sustancia del
valor chaqueta y del valor lienzo sólo en tanto se hace
abstracción de su cualidad específica, en tanto am bos
poseen la m ism a cualidad, la de trabajo hum ano.
La chaqueta y el lienzo, em pero, no son sólo valores
en general, sino valores de una m agn itu d determ inada, y
con arreglo a nuestra hipótesis la chaqueta valía el doble
que 10 varas de lienzo. ¿A qué se debe tal disparidad
55
entre sus m agn itu des d e valor? A l h ech o de que el lienzo
sólo contiene la m itad de trabajo que la chaqueta, de tal
m anera que para la producción de la últim a será nece
sario gastar fuerza de trabajo durante el doble de tiem p o
que para la producción del primero.
Por ello, si en lo que se refiere al valor de uso el
trabajo contenido en la m ercancía sólo cuenta cu alitativa
m e n te , en lo que tiene que ver con la m agn itu d d e valor,
cuenta sólo cu an titativam en te, una vez que ese trabajo se
halla reducido a la condición de trabajo hum ano sin m ás
cualidad que ésa. A llí, se trataba del cóm o y del q u é del
trabajo; aquí del cuánto, de su duración. C om o la m agni
tud de valor de una m ercancía sólo representa la cantidad
del trabajo en ella contenida, las m ercancías, en cierta
proporción, serán siem pre, necesariam ente, valores iguales.
Si se m antiene inalterada la fuerza productiva de todos
los trabajos útiles requeridos para la producción, digam os,
de una chaqueta, la m agnitud de valor de las chaquetas
aumentará en razón de su cantidad. Si una chaqueta repre
senta x días de trabajo, 2 chaquetas representarán 2 x, etc.
Pero supongam os que el trabajo necesario para la produc
ción de una chaqueta se duplica, o bien que dism inuye a
la m itad. En el prim ero de los casos una chaqueta valdrá
tanto com o antes dos; en el segundo, dos de esas prendas
sólo valdrán lo que antes una, por m ás que en am bos casos
la chaqueta preste los m ism os servicios que antes y el
trabajo útil contenido en ella sea también ejecutado com o
siempre. Pero se ha alterado la ca n tidad de trabajo em
pleada para producirlo.
En sí y para sí, una cantidad m ayor de valor de uso
constituirá una riqueza m aterial m ayor; dos chaquetas,
m ás riqueza que una. C on dos chaquetas puede vestirse
a dos hom bres, m ientras que con una sólo a uno, etc. N o
obstante, a la m asa creciente de la riqueza m aterial puede
corresponder una reducción sim ultánea de su m agnitud
de valor. Este m ovim iento antitético deriva del carácter
bifacético d el trabajo. L a fuerza productiva, naturalmente,
es siempre fuerza productiva de trabajo útil, concre
to, y de hecho sólo determ ina, en un espacio dado de
tiem po, el grado de eficacia de una actividad productiva
orientada a un fin. Por consiguiente, es en razón directa
al aum ento o reducción de su fuerza productiva que el
trabajo útil deviene fuente productiva más abundante o
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exigua. Por el contrario, en sí y para sí, un cam bio en la
fuerza productiva del trabajo en nada afecta el trabajo
representado en el valor. C om o la fuerza productiva del
trabajo es algo que corresponde a la form a útil adoptada
concretam ente por el trabajo, es natural que, no bien h ace
m os abstracción de dicha form a útil concreta, aquélla ya
no pueda ejercer influjo alguno sobre el trabajo. E l m ism o
trabajo, pues, por m ás que cam bie la fuerza productiva,
rinde siempre la m ism a m agn itu d de valor en los m ism os
espacios de tiem po. Pero en el m ism o espacio d e tiem p o
sum inistra valores d e uso en diferentes ca n tid a d e s: más,
cuando aumenta la fuerza productiva, y m enos cuando
dism inuye. E s así com o el m ism o cam bio que tiene lugar
en la fuerza productiva y por obra del cual el trabajo se
vuelve más fecundo, haciendo que aum ente, por ende, la
m asa de los valores de uso proporcionados por éste, reduce
la m agn itu d de valor de esa m asa total acrecen tada, siempre
que abrevie la sum a del tie m p o d e trabajo necesario para
la producción de dicha m asa. Y viceversa.
T od o trabajo es, por un lado, gasto de fuerza hum ana
de trabajo en un sentido fisiológico, y es en esta condi
ción de trabajo hum ano igual, o de trabajo abstractam ente
hum ano, com o constituye el valor de la m ercancía. T odo
trabajo, por otra parte, es gasto de fuerza hum ana de tra
bajo en una form a particular y orientada a un fin, y en esta
condición de trabajo útil concreto produce valores de u so .18
57
3. La forma de valor o el valor de cambio
58
m enester, ahora, que volvam os a esa form a en que se
m anifiesta el valor.
N o hay quien no sepa, aunque su conocim iento se
reduzca a eso, que las m ercancías poseen una form a com ún
de valor que contrasta, de m anera superlativa, con las
abigarradas form as naturales propias de sus valores de u s o :
la form a de dinero. D e lo que aquí se trata, sin embargo,
es de llevar a cabo una tarea que la econom ía burguesa
ni siquiera intentó, a saber, la de dilucidar la génesis de esa
form a dinerada, siguiendo, para ello, el desarrollo de la
expresión del valor contenida en la relación de valor exis
tente entre las m ercancías: desde su form a m ás sim ple y
op aca hasta la deslum brante form a de dinero. C on lo cual,
al m ism o tiem po, el enigm a d el dinero se desvanece.
L a m ás sim ple relación de valor es, obviam ente, la que
existe entre una m ercancía y otra m ercancía determ inada
de especie diferente, sea cual fuere. L a relación d e valor
entre dos m ercancías, pues, proporciona la expresión m ás
sim ple del valor de una m ercancía.
59
dicha expresión del valor. A la primera m ercancía le co
rresponde un papel activo; a la segunda, uno pasivo. El
valor de la primera m ercancía queda representado com o
valor relativo, o sea, reviste una form a relativa de valor.
La segunda m ercancía funciona com o equ ivalen te, esto es,
adopta una form a d e equ ivalen te.
L a form a relativa d e valor y la form a de equivalente
son aspectos interconectados e inseparables, que se condi
cionan de m anera recíproca, pero constituyen a la vez
extrem os exclu yen tes o con trapu estos, esto es, p o lo s de la
m ism a expresión de valor; se reparten siem pre entre las
distintas m ercancías que la expresión del valor pone en in-
terrelación. N o m e es posible, por ejem plo, expresar en
lienzo el valor del lienzo. 2 0 varas d e lienzo — 2 0 varas
de lienzo no constituye expresión alguna de valor. L a igual
dad, por el contrario, dice más bien: 2 0 varas de lienzo no
son otra cosa que 2 0 varas de lienzo, que una cantidad
determ inada de ese o b je to para el uso que es el lienzo. E l
valor del lienzo, com o vem os, sólo se puede expresar
relativam en te, es decir, en otra m ercancía. L a fo rm a rela
tiva de va lo r d el lienzo supone, pues, que otra m ercancía
cualquiera se le contraponga bajo la form a de equ ivalen te.
Por lo dem ás, esa otra m ercancía que hace las veces de
equ ivalen te, no puede revestir al m ism o tiem p o la form a
relativa de valor. E lla no expresa su p ro p io valor. Se
reduce a proporcionar el m aterial para la expresión del
valor de otra m ercancía.
Sin duda, la expresión 2 0 varas d e lien zo = 1 ch aqu e
ta, o 2 0 varas de lienzo valen 1 chaqueta, im plica la
relación inversa: 1 chaqueta = 2 0 varas de lienzo, o
1 chaqueta vale 2 0 varas de lienzo. Pero lo cierto es que
para expresar en térm in os relativos el valor de la chaqueta
debo in vertir la ecuación, y al hacerlo es el lienzo, en vez
de la chaqueta, el que pasa a ser el equ ivalen te. Por tanto,
la m ism a m ercancía no pu ed e, en la m ism a expresión del
valor, presen tarse sim ultáneam en te bajo am bas form as.
Éstas, por el contrario, se excluyen entre sí de m anera polar.
El que una m ercancía adopte la form a relativa de
valor o la form a contrapuesta, la de equivalente, depende
de manera exclusiva de la posición que en ese m om en to
ocu pe en la expresión d el valor, esto es, de que sea la mer
cancía cuyo valor se expresa o bien, en cam bio, la
m ercancía en la que se expresa el valor.
60
2. LA form a r e l a t iv a de valor
61
equivalente o intercam biable por ella. E l ácido butírico,
por ejem plo, es un cuerpo diferente del form iato de pro
pilo. A m bos, sin em bargo, se com ponen de las m ism as sus
tancias quím icas: carbono ( C ) , hidrógeno ( H ) y oxígeno
( O ) , y justam ente en proporciones iguales, a saber:
C 4H 80 2. A hora bien, si se igualara el ácido butírico al
form iato de propilo, tendríam os lo siguiente: prim ero, que
en esa igualdad el form iato de propilo sólo contaría com o
form a de existencia de C 4H 80 2, y en segundo lugar, con la
igualdad diríam os que el ácido butírico se com pone de
C 4H 80 2. A l igualar el form iato de propilo con el ácido
butírico, pues, se expresaría la sustancia quím ica de am bos
por contraposición a su forma corpórea.
Si decim os que las m ercancías, en cuanto valores, no
son más que m era gelatina de trabajo hum ano, nuestro
análisis las reduce a la abstracción del valor, p ero no les
confiere forma alguna de valor que difiera de sus formas
naturales. Otra cosa ocurre en la relación de valor entre
una m ercancía y otra. L o que pone de relieve su carácter
de valor es su propia relación con la otra m ercancía.
Por ejem plo: al igualar la chaqueta, en cuanto cosa
que es valor, al lienzo se equipara el trabajo que se encierra
en la prim era al trabajo encerrado en el segundo. A hora
bien: el trabajo que confecciona la chaqueta, el del sastre,
es un trabajo concreto que difiere por su especie del tra
bajo que produce el lienzo, o sea, de tejer. Pero la equipa
ración con éste reduce el trabajo d el sastre, en realidad,
a lo que en am bos trabajos es efectivam ente igual, a su
carácter com ún de trabajo hum ano. D and o este rodeo,
pues, .lo que decim os es que tam poco el trabajo del tejedor,
en la m edida en que teje valor, p osee rasgo distintivo
alguno con respecto al trabajo del sastre; es, por ende,
trabajo abstractam ente hum ano. S ólo la expresión de equi
valencia de m ercancías heterogéneas saca a luz el carácter
específico del trabajo en cuanto form ador de valor, redu
cien do de hecho a lo que les es com ún, a trabajo hum ano
en general, los trabajos heterogéneos que se encierran en
las m ercancías heterogéneas.17bis
62
Sin em bargo, n o basta con enunciar el carácter especí
fico d el trabajo del cual se com pone el valor del lienzo.
La fuerza de trabajo hum ana en estado líquido, o el trabajo
hum ano, crea valor, pero no es valor. Se convierte en
valor al solidificarse, al pasar a la form a objetiva. Para
expresar el valor de la tela com o una gelatina de trabajo
hum ano, es m enester expresarlo en cuanto “objetividad”
que, com o cosa, sea distinta del lienzo m ism o, y a la vez
com ún a él y a otra m ercancía. El problem a ya está
resuelto.
Si en la relación de valor del lienzo se considera la
chaqueta com o algo que es cualitativam ente igual a él,
com o cosa de la m ism a naturaleza, ello se debe a que ésta
es un valor. Se la considera aquí, por tanto, com o cosa
en la que se m anifiesta el valor, o que en su form a natural
y tangible representa al valor. A hora bien: la chaqueta, el
cuerpo de la m ercancía chaqueta, es un sim ple valor de
uso. U na chaqueta expresa tan inadecuadam ente el valor
com o cualquier pieza de lienzo. E sto dem uestra, sim ple
m ente, que la chaqueta, puesta en el m arco de la relación de
valor con el lienzo, im porta más que fuera de tal relación,
así com o no p ocos hom bres importan más si están em bu
tidos en una chaqueta con galones que fuera de la misma.
En la producción de la chaqueta se ha em pleado, de
m anera efectiva, fuerza de trabajo hum ana bajo la form a
de trabajo sastreril. Se ha acum ulado en ella, pues, trabajo
hum ano. D esd e este punto de vista, la chaqueta es “porta
dora de valor”, aunque esa propiedad suya no se trasluzca
ni siquiera cuando de puro gastada se vuelve transparente.
Y en la relación de valor del lienzo, la chaqueta sólo
cuenta en ese aspecto, esto es, com o valor corporificado,
com o cuerpo que es valor. Su apariencia abotonada no es
ob stáculo para que el lienzo reconozca en ella un alma
gem ela, afín: el alm a del valor. Frente al lienzo, sin em -
63
bargo, la chaqueta no puede representar el valor sin
que el valor, sim ultáneam ente, adopte para él la form a
d e chaqueta. D e l m ism o m odo que el individuo A no
puede conducirse ante el individuo B com o ante el titular
de la m ajestad sin que para A , al m ism o tiem po, la
m ajestad adopte la figura corporal de B y, por con si
guiente, cam bie de fisonom ía, color del cabello y m uchos
otros rasgos m ás cada vez que accede al trono un nuevo
padre de la patria.
En la relación de valor, pues, en que la chaqueta
constituye el equivalente del lienzo, la form a de chaqueta
hace las veces de form a del valor. Por tanto, el valor
de la m ercancía lienzo queda expresado en el cuerpo de
la m ercancía chaqueta, el valor de una m ercancía en el
valor de uso de la otra. En cuanto valor de u so el lienzo es
una cosa sensorialm ente distinta de la chaqueta; en cuanto
valor es igual a la chaqueta, y, en consecuencia, tiene
el m ism o aspecto que ésta. A dopta así una form a de valor,
diferente de su form a natural. E n su igualdad con la
chaqueta se m anifiesta su carácter de ser valor, tal com o
el carácter ovejuno del cristiano se revela en su igualdad
con el cordero de D ios.
C om o vem os, todo lo que antes nos había dicho el
análisis del valor m ercantil nos lo dice ahora el propio
lienzo, n o bien entabla relación con otra m ercancía, la
chaqueta. Sólo que el lienzo revela sus pensam ientos en el
único idiom a que d om ina, el lenguaje de las m ercancías.
Para decir que su propio valor lo crea el trabajo, el trabajo
en su condición abstracta de trabajo hum ano, dice que la
chaqueta, en la m edida en que vale lo m ism o que él y,
por tanto, en cuanto es valor, está constituida por el
m ism o trabajo que el lienzo. Para decir que su sublim e
objetividad del valor difiere de su tieso cuerpo de lienzo,
dice que el valor posee el aspecto de una chaqueta y que
por tanto él m ism o, en cuanto cosa que es valor, se
parece a la chaqueta com o una gota de agua a otra. O bsér
vese, incidentalm ente, que el lenguaje de las m ercancías,
aparte del hebreo, d ispone de otros m uchos dialectos más
o m enos precisos. L a palabra alem ana “W ertsein”, a
m odo de ejem plo, expresa con m enos vigor que el verbo
rom ánico “valere”, “valer”, “valoir” , la circunstancia de
que la igualación de la m ercancía B con la m ercancía A
64
es la propia expresión d el valor de A . P arís va u t bien une
m esse! [¡París bien vale una m isa !][331
Por interm edio de la relación de valor, pues, la form a
natural d e la m ercancía B deviene la form a de valor de la
m ercancía A , o el cuerpo de la m ercancía B se convierte,
para la m ercancía A , en espejo de su valor.18 A l referirse
a la m ercancía B com o cuerpo del valor, com o concreción
m aterial del trabajo hum ano, la m ercancía A transforma al
valor de uso B en el m aterial de su propia expresión de va
lor. El valor de la m ercancía A , expresado así en el valor de
uso de la m ercancía B , adopta la form a del valor relativo.
65
1 chaqueta se encierra exactam ente tanta sustancia de
valor com o en 2 0 varas de lienzo; por ende, que ambas
cantidades de m ercancías insum en el m ism o trabajo o un
tiem po de trabajo igual. E l tiem po de trabajo necesario
para la producción de 2 0 varas de lienzo o de una cha
queta, em pero, varía cada vez que varía la fuerza produc
tiva en el trabajo textil o en el de los sastres. H em os
de investigar con m ás detenim iento, ahora, el influjo que
ese cam bio ejerce sobre la expresión relativa de la m agni
tud del valor.
I. E l valor d el lienzo varía,19 m anteniéndose constante
el valor de la chaqueta. Si se duplicara el tiem po de trabajo
necesario para la producción del lienzo, debido, por ejem
plo, a un progresivo agotam iento de los suelos destinados
a cultivar el lino, se duplicaría su valor. E n lugar de 20
varas de lienzo = 1 chaqueta, tendríam os 2 0 varas de
lienzo = 2 chaquetas, ya que ahora 1 chaqueta sólo con
tiene la mitad de tiem po de trabajo que 2 0 varas de lienzo.
Si, por el contrario, decreciera a la mitad el tiem po de
trabajo necesario para la producción del lienzo, digam os
que a causa de haberse perfeccionado los telares, el valor
del lienzo se reduciría a la mitad. En consecuencia, ahora,
2 0 varas de lienzo = V2 chaqueta. Si se m antiene invaria
ble el valor de la m ercancía B , pues, el valor relativo de la
m ercancía A , es decir, su valor expresado en la m ercancía
B , aum enta y dism inuye en razón directa al valor de la
m ercancía A.
II. E l valor del lienzo perm anece constante, pero
varía el de la chaqueta. En estas circunstancias, si el tiem
po de trabajo necesario para la producción de la chaqueta
se duplica, por ejem plo debido a una m ala zafra lanera,
en vez de 2 0 varas de lienzo = 1 chaqueta, tendrem os: 20
varas de lienzo = V i chaqueta. Si en cam bio el valor de
la chaqueta baja a la mitad, entonces 2 0 varas de lienzo —
= 2 ch aqu etas. Por consiguiente, m anteniéndose inaltera
do el valor de la m ercancía A , su valor relativo, expresado
en la m ercancía B, aum enta o dism inuye en razón inversa
al ca m b io de valor de B.
66
Si com param os los diversos casos com prendidos en
I y II, tendrem os que el m ism o cam bio de m agn itu d ex p e
rim en tado p or el valor relativo pu ede ob ed ecer a causas
a bsolu tam en te con trapu estas. A sí, de que 2 0 varas de lien
zo = 1 chaqueta, se pasa a: 1) la ecuación 2 0 varas de
lienzo — 2 chaquetas, o porque aum entó al doble el valor
del lienzo o porque el de la chaqueta se redujo a la m itad,
y 2 ) a la ecuación 2 0 varas de lienzo = V2 chaqueta, sea
porque el valor del lienzo dism inuyó a la m itad, sea porque
se duplicó el de la chaqueta.
III. L as cantidades de trabajo necesarias para producir
el lienzo y la chaqueta pueden variar al propio tiem po,
en el m ism o sentido y en idéntica proporción. En tal caso
2 0 varas de lienzo seguirán siendo = 1 chaqueta, por m u
cho que varíen sus valores. Se descubre el cam bio de sus
valores al compararlas con una tercera m ercancía cuyo
valor se haya m antenido constante. Si los valores de todas
las m ercancías aumentaran o dism inuyeran sim ultánea
m ente y en la m ism a proporción, sus valores relativos se
m antendrían inalterados. E l cam bio efectivo de sus valores
lo advertiríam os por el h ech o generalizado de que en el
m ism o tiem po de trabajo se suministraría ahora una canti
dad m ayor o m enor de m ercancías que antes.
IV . L os tiem pos de trabajo necesarios para la produc
ción del lienzo y la chaqueta, respectivam ente, y por ende
sus valores, podrían variar en el m ism o sentido, pero en
grado desigual, o en sentido opuesto, etc. L a influencia
que ejercen todas las com binaciones posibles de este tipo
sobre el valor relativo de una m ercancía se desprende,
sencillam ente, de la aplicación de los casos I, II y III.
L os cam bios efectivos en las m agnitudes de valor, pues,
no se reflejan de un m od o inequívoco ni exhaustivo en su
expresión relativa o en la m agnitud del valor relativo. E l
valor relativo de una m ercancía puede variar aunque su va
lor se m antenga constante. Su valor relativo puede m an
tenerse constante, aunque su valor varíe, y, por últim o, en
m od o alguno es inevitable que coincidan en volum en las
variaciones que se operan, sim ultáneam ente, en las m ag
nitudes del valor d e las m ercancías y en la expresión rela
tiva de esas m agnitudes del valor.20
20 N ota a la 2? edición. — Con su tradicional perspicacia, la
economía vulgar ha sacado partido de esa incongruencia entre
la m agnitud del valor y su expresión relativa. A modo de ejem-
67
3. LA FORMA DE E Q U I V A L E N T E
68
dependerá de la m agnitud del valor de la chaqueta. Y a
sea que la chaqueta se exprese com o equivalente y el lienzo
com o valor relativo o, a la inversa, el lienzo com o equiva
lente y la chaqueta com o valor relativo, la m agnitud del
valor de la chaqueta quedará determ inada, com o siempre,
por el tiem po de trabajo necesario para su producción,
independientem ente, pues, de la form a de valor que re
vista. Pero no bien la clase de m ercancías chaqueta ocu
pa, en la expresión del valor, el puesto de equivalente, su
magnitud de valor en m odo alguno se expresa en cuanto
tal. En la ecuación de valor dicha m agnitud sólo figura,
por el contrario, com o determ inada cantidad de una cosa.
Por ejem plo: 4 0 varas de lienzo “valen ” . . . ¿qué?
2 chaquetas. C om o la clase de m ercancías chaqueta d esem
peña aquí el papel de equivalente; com o el valor de uso
chaqueta frente al lienzo hace las veces de cuerpo del
valor, basta con determ inada cantidad de chaquetas para
expresar una cantidad determ inada de lienzo. D o s chaque
tas, por ende, pueden expresar la magnitud de valor de
4 0 varas de lienzo, pero nunca podrán expresar su propia
m agnitud de valor, la m agnitud del valor de las chaquetas.
L a concepción superficial de este hecho, o sea que en la
ecuación de valor el equivalente revista siem pre, única
m ente, la form a de una cantidad sim ple de una cosa, de
un valor de uso, ha inducido a Bailey, así com o a m uchos
de sus precursores y continuadores, a ver en la expresión
del valor una relación puram ente cuantitativa. L a form a
d e equ ivalen te d e una m ercancía, por el contrario, no
contiene ninguna determ in ación cu an titativa d el valor.
L a primera pecu liaridad que salta a la vista cuando
se analiza la form a d e equ ivalen te es que el valor d e uso
se con vierte en la form a en q u e se m anifiesta su contrario,
el valor.
L a form a natural de la m ercancía se convierte en form a
d e valor. Pero obsérvese que ese q u id p ro qu o [tomar una
cosa por otra] sólo ocurre, con respecto a una m ercancía
B (ch aqu eta o trigo o hierro, e t c .) , en el m arco d e la rela
ción d e valor que la enfrenta con otra m ercancía A cual
quiera (lien zo, e tc .); únicam ente den tro de los lím ites de
esa relación. C om o ninguna m ercancía p u ede referirse a sí
m ism a co m o equ ivalen te, y por tanto tam poco p u ed e con
vertir a su pro p ia co rteza natural en expresión d e su p ro p io
valor, tiene que referirse a o tra m ercancía co m o eq u iva
69
lente, o sea, hacer de la corteza natural d e otra m ercancía
su pro p ia form a de valor.
E l ejem plo de una m ed id a que se aplica a los cuerpos
de las m ercancías en cuanto tales cuerpos de m ercancías,
esto es, en cuanto valores d e uso, nos dará una idea clara
sobre el particular. Por ser un cuerpo, un pan d e azúcar
gravita y por tanto tiene determ inado p eso, pero no es
p osible ver o tocar el peso de ningún pan de azúcar.
T om em os diversos tro zo s d e h ierro cuyo p eso haya sido
previam ente determ inado. La form a corpórea del hierro,
considerada en sí, de ningún m odo es form a d e m an ifesta
ción de la p esa n tez, com o tam poco lo es la form a del pan
de azúcar. N o obstante, para expresar el pan de azúcar en
cu an to p eso, lo insertam os en una relación pon d era l con el
hierro. En esta relación el hierro cuenta com o cuerpo que
no representa nada m ás que peso. Las cantidades de hierro,
por consiguiente, sirven com o m edida ponderal del azúcar
y, en su contraposición con el cuerpo azúcar, repre
sentan una m era figura d e la pesan tez, una form a d e m an i
festación d e la p esa n tez. E l hierro desem peña ese papel
tan sólo dentro de esa relación en la cual se le enfrenta
el azúcar, o cualquier otro cuerpo cuyo p eso se trate de
hallar. Si esas dos cosas no tuvieran p eso , no podrían
entrar en dicha relación y una d e ellas, p o r ende, no estaría
en con diciones de servir co m o expresión pon deral d e la
otra. Si las echam os en la balanza, verem os que efectiva
m ente am bas en cuanto p eso s son lo m ism o , y por tanto
que, en determ inadas proporcion es, son tam bién eq u ipon
derantes. A sí com o el cu erp o férreo, al estar opuesto en
cuanto m edida ponderal al pan de azúcar, só lo representa
pesan tez, en nuestra expresión de valor el cuerpo d e la
ch aqu eta n o representa frente al lienzo m ás que valor.
N o obstante, la analogía se interrumpe aquí. En la ex
presión ponderal del pan de azúcar, el hierro asum e la
representación de una propiedad natural com ún a am bos
cuerpos: su pesantez, m ientras que la chaqueta, en la
expresión del valor del lienzo, sim boliza una propiedad
supranatural de am bas cosas: su valor, algo que es pura
m ente social.
C uando la form a relativa del valor de una m ercancía,
por ejem plo el lienzo, expresa su carácter de ser valor
com o algo absolutam ente distinto de su cuerpo y de las
propiedades de éste, por ejem plo com o su carácter de ser
70
igual a una chaqueta, esta expresión denota, por sí m ism a,
que en ella se oculta una relación social. Ocurre a la in
versa con la form a de equivalente. C onsiste ésta, precisa
m ente, en que el cuerpo de una m ercancía com o la cha
queta, tal cual es, exprese valor y p osea entonces por
naturaleza form a de valor. E sto, sin duda, sólo tiene vigen
cia dentro de la relación de valor en la cual la m ercancía
lienzo se refiere a la m ercancía chaqueta com o equiva
len te.21 Pero com o las propiedades de una cosa no surgen
de su relación con otras cosas sino que, antes bien, sim ple
m ente se activan en esa relación, la chaqueta parece poseer
tam bién por naturaleza su form a de equivalente, su calidad
de ser directam ente intercam biable, así com o p osee su
propiedad de tener p eso o de retener el calor. D e ahí lo
enigm ático de la form a de equivalente, que sólo hiere la
vista burguesam ente obtusa del econom ista cuando lo en
frenta, ya consum ada, en el dinero. Procura él, entonces,
encontrar la explicación que desvanezca el carácter m ístico
del oro y la plata, para lo cu al los sustituye por m ercan
cías no tan deslum brantes y recita, con regocijo siempre
renovado, el catálogo de todo el populacho de m ercancías
que otrora desem peñaron el p apel de equivalente m ercan
til. N o vislum bra siquiera que la m ás sim ple expresión del
valor, com o 2 0 varas de lienzo = 1 chaqueta, ya nos
plantea, para que le dem os solución, el enigm a de la
form a de equivalente.
E l cuerpo de la m ercancía que presta servicios de
equivalente, cuenta siem pre com o encarnación de trabajo
abstractam ente hum ano y en todos los casos es el produc
to de un trabajo determ inado útil, concreto. E ste trabajo
concreto, pues, se convierte en expresión de trabajo abs
tractam ente hum ano. Si a la chaqueta, por ejem plo, se la
considera com o sim ple efectivización, al trabajo de sastre
ría que de hecho se efectiviza en él se lo tiene por mera
form a de efectivización de trabajo abstractam ente hum ano.
D entro de la expresión del valor del lienzo, la utilidad del
trabajo sastreril no consiste en que produzca ropa, y por
tanto tam bién seres hum anos, sino en que con feccion e un
71
cuerpo que se advierte que es valor, y por consiguiente
una gelatina de trabajo hum ano, absolutam ente indistin
guible del trabajo objetivado en el valor del lienzo. Para
crear tal espejo del valor, el propio trabajo de los sastres
no debe reflejar nada m ás que su propiedad abstracta de
ser trabajo hum ano.
T anto bajo la form a del trabajo sastreril Como bajo
la del trabajo textil, se gasta fuerza de trabajo hum ana.
U n o y otro trabajo, pues, p oseen la propiedad general de
ser trabajo hum ano y por consiguiente, en casos determ i
nados com o por ejem plo el de la producción de valores,
sólo entran en consideración desde ese punto de vista.
N ad a de esto es m isterioso. Pero en la expresión de va
lor d e la m ercancía, la cosa se invierte. Por ejem plo, para
expresar que no es en su form a concreta com o tejer que
el tejer produce el valor del lienzo, sino en su condición
general de trabajo hum ano, se le contrapone el trabajo
sastreril, el trabajo concreto que produce el equivalente
del lienzo, com o la form a de efectivización tangible del
trabajo abstractam ente hum ano.
E s, pues, una segun da p ecu liaridad de la form a de
equ ivalen te, el hecho d e qu e el trabajo co n creto se con
vierta en la form a en qu e se m anifiesta su contrario, el
trabajo abstractam en te hum ano.
Pero en tanto ese trabajo con creto, el de los sastres,
oficia de sim ple expresión de trabajo hum ano indiferen-
ciado, p osee la form a de la igualdad con respecto a otro
trabajo, al que se encierra en el lienzo, y es por tanto,
aunque trabajo privado — com o todos aquellos que pro
ducen m ercancías— , trabajo en form a directam ente social.
Precisam ente por eso se representa en un producto directa
m ente intercam biable por otra m ercancía. Por ende, una
tercera pecu liaridad de la fo rm a de eq u iva len te es que el
tra b a jo priva d o a d o p ta la form a de su contrario, d el trabajo
bajo la form a d irecta m en te social.
Las dos peculiaridades de la fo rm a d e equ ivalen te
analizadas en últim o lugar se vuelven aun más inteligibles
si nos rem itim os al gran investigador que analizó por vez
primera la form a de valor, com o tantas otras form as del
pensar, de la sociedad y de la naturaleza. N o s referim os
a A ristóteles.
Por de pronto, A ristóteles enuncia con claridad que la
form a dineraria de la m ercancía no es más que la figura
72
u lteriorm en te desarrollada de. la form a sim p le d el valor,
esto es, de la expresión que adopta el valor de una m er
cancía en otra m ercancía cualquiera. D ice, en efecto:
“ 5 lech os = una casa”
(“K X ívai jtévTE m a l o lx ía g ” )
“ no difiere” de
“5 lechos = tanto o cuanto dinero”
(“K X tvai jtévTE á v tl. . . óaov ai jiévte xX ívai” ).
73
los trabajos por ser trabajo hum ano en general, y en la
m edida en que lo son, só lo podía ser descifrado cuando
el con cepto de la igualdad hum ana poseyera ya la firm eza
de un prejuicio popular. M as esto sólo es p osible en una so
ciedad donde la form a d e m ercancía es la form a general
que adopta el producto del trabajo, y donde, por consi
guiente, la relación entre unos y otros hom bres co m o p o
seedores de m ercancías se ha convertido, asim ism o, en la
relación social dom inante. E l genio de A ristóteles brilla
precisam ente por descu brir en la expresión d el valor de las
m ercancías una relación d e igualdad. S ólo la lim itación
histórica de la sociedad en que vivía le im pidió averiguar
en qué consistía, “en verdad”, esa relación d e igualdad.
74
sión en cuanto valor de cam bio. E s ésta, sin em bargo, la
ilusión no sólo de los m ercantilistas y de quienes en nues
tros días quieren revivirlos, co m o Ferrier, G anilh, etc.,22
sino tam bién de sus antípodas, los m odernos co m m is-vo ya -
geu rs [agentes viajeros] librecam bistas del tipo de Bastiat
y consortes. L o s m ercantilistas otorgan el p apel decisivo
al aspecto cualitativo de la expresión del valor, y por ende
a la form a de equivalente adoptada por la m ercancía, forma
que alcanza en el dinero su figura consum ada; lo s m odernos
buhoneros del librecam bio, obligados a desem barazarse
de su m ercancía al precio que fuere, subrayan por el co n
trario el aspecto cuantitativo de la form a relativa del valor.
Para ellos, por consiguiente, n o existe el valor ni la m ag
nitud del valor de la m ercancía si n o es en la expresión
que adopta en la relación de intercam bio, o sea: solam ente
en el b oletín diario de la lista de precios. E l escocés M ac-
leod , quien ha asum ido el p apel de engalanar con la m ayor
erudición p osible las caóticas ideas de Lom bard S tr ee t,[36)
constituye la lograda síntesis entre los supersticiosos m er
cantilistas y lo s ilustrados m rcachifles d el librecam bio.
A l exam inar más en detalle la expresión de valor de la
m ercancía A , expresión contenida en su relación de valor
con la m ercancía B, vim os que dentro de la m ism a la form a
natural de la m ercancía A sólo cuenta com o figura del
valor de u so, y la form a natural de la m ercancía B sólo
com o form a o figura del valor. L a antítesis interna entre
valor de u so y valor, oculta en la m ercancía, se m anifiesta
pues a través de una antítesis externa, es decir a través
de la relación entre dos m ercancías, en la cu ál una de
éstas, aquella cu yo valor ha de ser expresado, cuenta úni
ca y directam ente com o valor de u so, m ientras que la otra
m ercancía, aquella en la q u e se expresa valor., cuenta única
y directam ente com o valor d e cam bio. L a form a sim ple
de valor de una m ercancía es, pues, la form a sim ple en que
se m anifiesta la antítesis, contenida en ella, entre el valor
de u so y e l valor.
B ajo todas las con d icion es sociales el producto del
trabajo es ob jeto para el u so, pero sólo una ép oca de desa
rrollo históricam ente determ inada — aquella que presenta
22 N ota a la 2* 'edición. — F. L. A. F errier (sous-inspecteur
des douanes [subinspector de aduanas]), D u gouvernem ent considéré
dans ses rapports avec le com m erce, Paris, 1805, y C harles G anilh,
D es systèm es d'économ ie politique, 2* éd., Paris, 1821.
75
el trabajo gastado en la producción de un objeto útil com o
atributo “ob jetivo” de este últim o, o sea com o su valor—
transforma el producto d el trabajo en m ercancía. Se des
prende de esto que la form a sim ple de valor de la m ercancía
es a la vez la form a m ercantil sim ple adoptada por el pro
ducto del trabajo, y que, por tanto, el desarrollo de la
form a de m ercancía coincide tam bién con el desarrollo de
la form a de valor.
Se advierte a primera vista la insuficiencia de la forma
sim ple de valor, de esa form a em brionaria que tiene que
padecer una serie de m etam orfosis antes de llegar a su
m adurez en la form a de precio.
L a expresión del valor de la m ercancía A en una
m ercancía cualquiera B n o hace más que distinguir el
valor de esa m ercancía A de su propio valor de uso y,
por consiguiente, sólo la incluye en una relación de inter
cam bio con alguna clase singular de m ercancías diferentes
de ella m ism a, en vez de presentar su igualdad cualitativa
y su proporcionalidad cuantitativa con todas las dem ás
m ercancías. A la fo rm a rela tiva sim ple de valor adoptada
por una m ercancía, corresponde la fo rm a singular de
equ ivalen te de o tra m ercancía. La chaqueta, por ejem plo,
en la expresión relativa d el valor del lienzo, sólo posee
form a de equ ivalen te o form a d e in terca m b ia b ilid a d directa
con respecto a esa clase singular d e m ercancía, el lienzo.
L a form a singular de valor, no obstante, pasa por sí
sola a una form a m ás plena. E s cierto que por interm edio
de ésta, el valor d e una m ercancía A sólo puede ser expre
sado en una m ercancía de o tra clase. Sin em bargo, para
nada im porta la clase a que pertenezca esa segunda mer
cancía: chaqueta, hierro, trigo, etc. Por tanto, según aquella
m ercancía entre en una relación d e valor con esta o aquella
clase de m ercancías, surgirán diversas expresion es sim ples
del valor de una y la m ism a m ercancía.22bis E l núm ero de
sus posibles expresiones de valor no queda lim itado más
que por el núm ero de clases de m ercancías que difieren
de ella. Su expresión singular aislada del valor se trans
form a, por consiguiente, en la serie, siem pre prolongable,
de sus diversas expresiones sim ples de valor.
76
B. FO R M A T O TA L O DESPLEGA DA DE VALOR
77
M ediante su form a d el valor, ahora el lienzo ya no se
halla únicam ente en relación social con una clase singular
de m ercancías, sino con el m u ndo de las m ercancías. £ n
cuanto m ercancía, el lienzo es ciudadano de ese mundo.
A l propio tiem po, en la serie infinita de sus expresiones
está im plícito que el valor de las m ercancías sea indiferente
con respecto a la form a p articu lar del valor d e uso en que
se m anifiesta.
En la primera form a, 2 0 varas de lienzo — I ch aqu eta,
puede ser un hecho fortuito el que esas dos m ercancías
sean intercam biables en determ in ada p ro p o rció n cuanti
tativa. En la segunda form a, por el contrario, salta en se
guida a la vista un trasfondo esencialm ente diferente de
la m anifestación fortuita, a la que determ ina. El valor del
lienzo se m antiene invariable, ya se exprese en chaqueta
o café o hierro, etc., en innum erables y distintas m ercan
cías, pertenecientes a los poseedores más diversos. Caduca
la relación fortuita entre dos poseedores individuales de
m ercancías. Se vuelve ob vio que no es el intercam bio el
que regula la magnitud de valor de la m ercancía, sino a la
inversa la magnitud de valor de la m ercancía la que rige
sus relaciones de intercam bio.
2. LA FORMA PARTICULAR ME E Q U I V A L E N T E
78
ecuación de valor se eslabona con la siguiente, puede pro
longarse indefinidam ente m ediante la inserción de cualquier
n uevo tipo de m ercancías que proporcione la m ateria para
una nueva expresión de valor. En segundo lugar, constituye
un m osaico abigarrado de expresiones de valor divergentes
y heterogéneas. Y a la postre, si el valor rela tivo de
toda m ercancía se debe expresar en esa form a desplegada
— com o efectivam ente tiene que ocurrir— , tenem os que la
forma relativa de valor de toda m ercancía será una serie
infinita de expresiones de valor, diferente de la forma
relativa de valor que adopta cualquier otra m ercancía. Las
deficiencias de la form a relativa desplegada de valor se
reflejan en la form a de equ ivalen te que a ella corresponde.
C om o la form a natural de cada clase singular de m ercan
cías es aquí una form a particular de equ ivalen te al lado
de otras innumerables form as particulares de equivalente,
únicam ente existen form as restringidas de equ ivalen te, cada
una de las cuales exclu ye a las otras. D e igual manera, el
tip o de trabajo útil, con creto, determ in ado, contenido en
cada equivalente particular de m ercancías, no es más que
una form a particular, y por tanto no exhaustiva, de m ani
festación del trabajo hum ano. Éste posee su form a plena
o total de m anifestación, es cierto, en el con ju nto global
de esas form as particulares de m anifestarse. P ero carece,
así, de una form a unitaria de m anifestación.
La form a relativa desplegada del valor sólo se com pone,
sin em bargo, de una sum a de expresiones de valor relativas
sim ples o ecuaciones de la prim era form a, com o:
79
en lienzo. Si invertim os, pues, la serie: 2 0 varas de lien
zo = 1 chaqueta, o 10 libras d e té, o = etc., es decir, si
expresam os la relación inversa, que conform e a la natu
raleza de la cosa ya estaba contenida en la serie, tendrem os:
C. F O R M A G E N E R A L DE V A L O R
1 chaqueta —
lü libras de té r=
40 libras de café =
1 qu arter de trigo = \
- . b > 2 0 varas de lienzo
2 onzas de oro =
Vz tonelada de hierro =
x m ercancía A —
etc. m ercancía =
80
posibles: com o igual al lienzo, al hierro, al té, etc.; com o
igual a todas las otras, pero nunca la chaqueta m ism a.
Por otra parte, queda aquí directam ente excluida toda
expresión de valor com ún a las m ercancías, puesto que
en la expresión del valor de cada m ercancía todas las de
m ás sólo aparecen bajo la form a de equivalentes. L a forma
desplegada de valor ocurre de m anera efectiva, por pri
m era vez, cuando un producto del trabajo, por ejem plo
las reses, ya no se intercam bia excepcionalm ente, sino de
m odo habitual, por otras m ercancías diversas.
L a ú ltim a form a que se ha agregado expresa lo s valores
del m undo m ercantil en una y la m ism a especie de m er
cancías, separada de las dem ás, por ejem plo en el lienzo,
y representa así los valores de todas las m ercancías por
m edio de su igualdad con aquél. En cuanto igual al lienzo,
el valor de cada m ercancía no sólo difiere ahora de su
propio valor de uso, sino de todo valor de uso, y precisa
m ente por ello se lo expresa com o lo que es com ún a ella
y a todas las dem ás m ercancías. Tan sólo esta form a, pues,
relaciona efectivam ente las m ercancías entre sí en cuanto
valores, o hace que aparezcan recíprocam ente com o valores
de cam bio.
Las dos form as precedentes expresan el valor de cada
m ercancía, ora en una sola m ercancía de diferente clase
con respecto a aquélla, ora en una serie de m uchas m er
cancías que difieren de la primera. E n am bos casos es, por
así decirlo, un asunto privado de cada m ercancía singular
la tarea de darse una form a de valor, y cum ple ese com e
tido sin contar con el concurso de las dem ás m ercancías.
Éstas desem peñan, con respecto a ella, el papel m eram ente
pasivo de equivalentes. L a form a general d el valor, por el
contrario, surge tan sólo com o obra com ún del m undo
de las m ercancías. U na m ercancía sólo alcanza la expresión
general de valor porque, sim ultáneam ente, todas las dem ás
m ercancías expresan su valor en el m ism o equivalente,
y cada nueva clase de m ercancías que aparece en escena
debe hacer otro tanto. Se vuelve así visible que la objeti
vidad del valor de las m ercancías, por ser la m era “ exis
tencia social” de tales cosas, únicam ente puede quedar
expresada por la relación social om nilateral entre las m is
m as; la form a de valor de las m ercancías, por consiguiente,
tiene que ser una forma socialm ente vigente.
81
Bajo la form a de lo igual al lienzo, todas las m ercancías
se m anifiestan ahora no sólo com o cualitativam ente igua
les, com o valores en general, sino, a la vez, com o m agni
tudes de valor com parables cuantitativam ente. C om o aqué
llas ven reflejadas sus m agnitudes de valor en un único
m aterial, en lienzo, dichas m agnitudes de valor se reflejan
recíprocam ente, unas a otras. A m odo de ejem plo: 10 li
bras de té = 2 0 varas de lienzo, y 4 0 libras de café = 20
varas de lienzo. Por tanto, 10 libras de té =; 4 0 libras de
café. O sea: en 1 libra de café sólo está encerrado Vi
de la sustancia de valor, del trabajo, que en 1 libra de té.
L a form a de valor relativa general vigente en el m undo
de las m ercancías confiere a la m ercancía equivalente se
gregada por él, al lienzo, el carácter de equivalente general.
Su propia form a natural es la figura d e valor com ún a ese
m undo, o sea, el lienzo, intercam biable directam ente por
todas las dem ás m ercancías. Su form a corpórea cuenta
com o encarnación visible, com o crisálida social general
de tod o trabajo hum ano. Tejer, el trabajo particular que
produce la tela, reviste a la vez una form a social general,
la de la igualdad con todos los dem ás trabajos. L as ecua
ciones innum erables de las que se com p one la form a
general de valor, igualan sucesivam ente el trabajo efecti-
vizado en el lienzo al trabajo contenido en otra m ercancía,
convirtiendo así el tejer en form a general de m anifestación
del trabajo hum ano, sea cual fuere. D e esta suerte, el
trabajo objetivado en el valor de las m ercancías no sólo
se representa negativam ente, com o trabajo en el que se
hace abstracción de todas las form as concretas y propie
dades útiles de los trabajos reales: su propia naturaleza
positiva se pone expresam ente de relieve. Él es la reducción
de todos los trabajos reales al carácter, que les es com ún,
de trabajo hum ano; al de gasto de fuerza hum ana de
trabajo.
L a form a general de valor, la cual presenta a los
productos del trabajo com o sim ple gelatina de trabajo
hum ano indiferenciado, deja ver en su propia estructura
que es la expresión social del m undo de las m ercancías.
H ace visible, de este m odo, que dentro d e ese m undo
el carácter hum ano general del trabajo constituye su carác
ter específicam ente social.
82
2. R E L A C IÓ N DE DESA RRO LLO ENTRE LA FO RM A R E L A T IV A
DE V A LO R Y LA FO RM A DE E Q U IV A L E N T E
83
cluidas de la form a general d e equ ivalen te. U n a m ercancía,
el lienzo, reviste pues la form a de intercam biabilidad di
recta por todas las dem ás m ercancías, o la form a directa
m ente social, porque, y en cuanto, todas las dem ás no
revisten dicha form a.24
A la inversa, la m ercancía que figura com o equivalente
general queda excluida de la form a de valor relativa uni
taria, y por tanto general, p ro p ia del m u n d o d e las m er
cancías. Si el lienzo, esto es, cualquier m ercancía que se
encuentre en la form a general de equivalente, hubiera
de participar a la vez en la form a relativa general de
valor, tendría que servir ella m ism a d e equ ivalen te. T en
dríam os entonces que 2 0 varas de lienzo = 2 0 varas de
lienzo, una tautología que no expresa valor ni m agnitud
de valor. Para expresar el valor rela tivo d el equ ivalen te
general, antes bien, h em os de invertir la form a III. D ich o
equivalente general no com parte con las dem ás m ercancías
la form a relativa de valor, sino que su valor se expresa
relativam en te en la serie infinita de to d o s los d em ás cuerpos
d e m ercancías. D e este m odo, la form a rela tiva desplegada
de valor, o form a II, se presenta ahora com o la form a
rela tiva y específica de va lo r que es propia de la m ercancía
equ ivalen te.
84
3. T R A N S IC IÓ N D E LA F O R M A G E N E R A L D E V A LO R
A LA F O R M A D E D IN E R O
D . FORMA DE DINERO
20 varas de lienzo
1 chaqueta
10 libras de té
40 libras de café 2 onzas de oro
1 qu arter de trigo
Vi tonelada de hierro
x m ercancía A
85
form a de equivalente general. En la form a IV el oro es
lo que en la III era el lienzo: equ ivalen te general. El pro
greso consiste tan sólo en que ahora la form a de inter-
ca m biabilidad general directa, o la form a de equivalente
general, se ha so ldado de m odo definitivo, por la costum bre
social, con la específica form a natural de la m ercancía oro.
Si el oro se enfrenta a las otras m ercancías só lo com o
dinero, ello se debe a que anteriorm ente se contraponía a
ellas c o m o m ercancía. A l igual que todas las dem ás m er
cancías, el oro funcionó tam bién c o m o equ ivalen te, sea
com o equivalente singular en actos de intercam bio aisla
dos, sea com o equ ivalen te particular junto a otras m ercan
cías que tam bién desem peñaban ese papel. P o co a p oco,
en ám bitos más restringidos o más am plios, com enzó a
funcionar com o equ iva len te general. N o bien conquista el
m onop olio de este sitial en la expresión d el valor corres
pon d ien te al m u n d o de las m ercancías, se transforma en
m ercancía dineraria, y sólo a partir del m om ento en que
ya se ha co n ve rtid o en ta l m ercancía dineraria, la forma
IV se distingue de la III, o bien la fo rm a general d e valor
llega a convertirse en la form a d e dinero.
L a expresión relativa sim p le d el valor d e una m ercan
cía, por ejem plo del lienzo, en la m ercancía que ya funcio
na com o m ercancía dineraria, por ejem plo en el oro, es la
form a de precio. La “form a de precio”, en el caso del
lienzo será, por consiguiente:
86
4. El carácter fetichista de la mercancía y su secreto
87
dios del desarrollo.26 F inalm ente, tan pronto com o los
hom bres trabajan unos para otros, su trabajo adquiere
tam bién una form a social.
¿D e dónde brota, entonces, e l carácter enigm ático que
distingue al producto del trabajo no bien asum e la form a
de m ercancía? O bviam ente, de esa form a m ism a. L a igual
dad de los trabajos hum anos adopta la form a m aterial de
la igual objetividad de valor de los productos del trabajo;
la m edida d el gasto de fuerza de trabajo hum ano por su
duración, cobra la form a de la m agnitud del valor que
alcanzan los productos del trabajo; por últim o, las relacio
nes entre los productores, en las cuales se hacen efectivas
las determ inaciones sociales de sus trabajos, revisten la for
m a de una relación social entre los productos del trabajo.
L o m isterioso de la form a m ercantil consiste sencilla
m ente, pues, en que la m ism a refleja ante los hom bres el
carácter social de su propio trabajo co m o caracteres obje
tivos inherentes a los productos del trabajo, com o propie
dades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en
que tam bién refleja la relación social que m edia entre los
productores y el trabajo global, com o una relación social
entre los objetos, existente al m argen de los productores.
E s por m edio de este q u id p ro q u o [tomar una cosa por
otra] com o los productos del trabajo se convierten en
m ercancías, en cosas sensorialm ente suprasensibles o so
ciales. D e m odo análogo, la im presión lum inosa de una
cosa sobre el nervio óp tico no se presenta com o excitación
subjetiva de ese nervio, sino com o form a objetiva de una
cosa situada fuera del ojo. Pero en el acto de ver se pro
yecta efectivam ente luz desde una cosa, el objeto exterior,
en otra, el ojo. E s una relación física entre cosas físicas.
Por el contrario, la form a de m ercancía y la relación de
valor entre los productos del trabajo en que dicha form a
" De 25 a 30 áreas.
88
se representa, no tienen absolutam ente nada que ver con
la naturaleza física de los m ism os ni con las relaciones,
propias de cosas, que se derivan de tal naturaleza. L o que
aquí adopta, para los hom bres, la form a fantasm agórica
de una relación entre cosas, es sólo la relación social
determ inada existente entre aquéllos. D e ahí que para
hallar una analogía pertinente debam os buscar am paro en
las neblinosas com arcas del m undo religioso. E n éste los
productos de la m ente hum ana parecen figuras autónom as,
dotadas de vida propia, en relación unas con otras y con
lo s hom bres. O tro tanto ocurre en el m undo de las m er
cancías con los productos de la m ano hum ana. A esto
llam o el fetichism o que se adhiere a los productos del tra
bajo no b ien se los produce com o m ercancías, y que es
inseparable de la producción m ercantil.
E se carácter fetichista del m undo de las m ercancías
se origina, com o el análisis precedente lo ha dem ostra
do, en la peculiar índole social del trabajo que produce
m ercancías.
Si los objetos para el uso se convierten en m ercancías,
ello se debe únicam ente a que son p ro d u cto s d e trabajos
p rivados ejercidos in depen dien tem en te los unos d e los
o tros. E l com plejo de estos trabajos privados es lo que
constituye el trabajo social global. C om o los productores
n o entran en contacto social hasta que intercam bian los
productos de su trabajo, los atributos específicam ente so
ciales de esos trabajos privados no se m anifiestan sino en
el m arco de dicho intercam bio. O en otras palabras: de
h ech o, lo s trabajos privados no alcanzan realidad com o
partes del trabajo social en su conjunto, sino por m edio
de las relaciones que el intercam bio establece entre los pro
ductos d el trabajo y, a través de lo s m ism os, entre los
productores. A éstos, por ende, las relaciones sociales entre
sus trabajos privados se les p on en de m an ifiesto com o lo
que son, vale decir, no com o relaciones directam ente socia
les trabadas entre las personas m ism as, en sus trabajos, sino
por el contrario com o relaciones p ro p ia s de cosas entre las
personas y relaciones sociales entre las cosas.
E s só lo en su intercam bio donde los productos del
trabajo adquieren una objetividad de valor, socialm ente
uniform e, separada de su objetividad de u so, sensorial
m ente diversa. T al escisión del producto laboral en cosa
útil y cosa de valor sólo se efectiviza, en la práctica, cuando
89
el intercam bio ya ha alcanzado la extensión y relevancia
suficientes com o para que se produzcan cosas útiles desti
nadas al intercam bio, con lo cual, pues, ya en sn pro
d ucción m ism a se tiene en cuenta el carácter de valor de
las cosas. A partir de ese m om ento los trabajos privados
de los productores adoptan de m anera efectiva un doble
carácter social. P or una parte, en cuanto trabajos útiles
determ inados, tienen que satisfacer una necesidad social
determ inada y con ello probar su eficacia com o partes del
trabajo global, d el sistem a natural caracterizado por la
división social del trabajo. D e otra parte, sólo satisfacen
las variadas necesidades de sus propios productores, en la
m edida en que todo trabajo privado particular, d otado de
utilidad, es pasible de intercam bio por otra clase de trabajo
privado útil, y por tanto le es equivalente. L a igualdad d e
trabajos to to ccelo [totalm ente] diverso s sólo puede con
sistir en una abstracción d e su d esigu aldad real, en la re
ducción al carácter com ún que poseen en cuanto g a sto de
fuerza hum ana de trabajo, trabajo abstractam ente hum ano.
E l cerebro de los productores privados refleja ese doble
carácter social de sus trabajos privados solam ente en las
form as que se m anifiestan en el m ovim iento práctico, en
el intercam bio d e productos: el carácter socialm ente útil
de sus trabajos privados, pues, sólo lo refleja bajo la form a
de que el producto d el trabajo tien e que ser útil, y precisa
m ente serlo para otros; el carácter social de la igualdad
entre los diversos trabajos, sólo bajo la form a d el carácter
de valor que es com ún a esas cosas m aterialm ente diferen
tes, lo s productos del trabajo.
Por consiguiente, el que los hombres relacionen entre
sí com o valores los productos de su trabajo no se debe
al h ech o de que tales cosas cuenten para ellos com o m eras
en volturas m ateriales de trabajo hom ogéneam ente hum ano.
A la inversa. A l equiparar en tre s í en el cam bio co m o va
lores sus p ro d u cto s heterogéneos, equiparan recíprocam en
te sus diversos trabajos co m o trabajo hum ano. N o lo saben,
pero lo h acen .21 E l valor, en consecuencia, n o lleva escrito
90
en la frente lo que es. Por el contrario, transforma a todo
producto del trabajo en un jeroglífico social. M ás adelante
los hom bres procuran descifrar el sentido d el jeroglífico,
desentrañar el m isterio de su propio producto social, ya
que la determ inación de los objetos para el uso co m o
valores es producto social su yo a igual título que el lenguaje.
E l descubrim iento científico ulterior de que los productos
d el trabajo, en la m edida en que son valores, constitu
yen m eras expresiones, con el carácter de cosas, del tra
b ajo hum ano em pleado en su producción, inaugura una
época en la historia de la evolución hum ana, pero en m odo
alguno desvanece la apariencia de objetividad que envuel
ve a los atributos sociales d el trabajo. U n hech o que sólo
tiene vigencia para esa form a particular de producción,
para la producción de m ercancías — a saber, que el carác
ter específicam ente social de los trabajos privados in
dependientes consiste en su igualdad en cuanto trabajo
hum ano y asum e la form a del carácter de valor de los
productos d el trabajo— , tanto antes com o después de
aquel descubrim iento se presenta com o igualm ente defini
tivo ante quienes están inm ersos en las relaciones de la
producción de m ercancías, así com o la d escom p osición del
aire en sus elem entos, por parte de la ciencia, deja incam -
biada la form a del aire en cuanto form a de un cuerpo
físico.
L o que interesa ante todo, en la práctica, a quienes
intercam bian m ercancías es saber cuánto producto ajeno
obtendrán por el producto propio; en qué proporciones,
pues, se intercam biarán los productos. N o bien esas pro
porciones, al madurar, llegan a adquirir cierta fijeza consa
grada por el uso, parecen deber su origen a la naturaleza
de los productos d el trabajo, de m anera que por ejem plo
una tonelada de hierro y dos onzas de oro valen lo m ism o,
tal com o una libra de oro y una libra de hierro pesan
igual por m ás que difieran sus propiedades físicas y quí
m icas. E n realidad, el carácter de valor que presentan los
productos del trabajo, no se consolida sino por hacerse
efectivos en la práctica com o m agnitudes de valor. Estas
m agnitudes cam bian de m anera constante, independiente
m ente de la voluntad, las previsiones o los actos de los
sujetos d el intercam bio. Su propio m ovim iento social posee
para ellos la form a de un m ovim iento de cosas bajo cuyo
control se encuentran, en lugar de controlarlas. Se requiere
91
una producción de m ercancías desarrollada de manera
plena antes que brote, a partir de la experiencia misma,
la com prensión científica de que los trabajos privados
— ejercidos independientem ente los unos de los otros pero
sujetos a una interdependencia m ultilateral en cuanto ra
m as de la división social d el trabajo que se originan natu
ralm en te— son reducidos en todo m om ento a su m edida
de proporción social porque en las rela cio n es.d e intercam
b io en tre sus p rodu cto s, fortuitas y siem pre fluctuantes, el
tiem po de trabajo socialm ente necesario para la producción
de los m ism os se im pone de m odo irresistible com o ley
natural reguladora, tal com o por ejem plo se im pone la ley
de la gravedad cuando a uno se le cae la casa encim a.28
L a determ inación de las m agnitudes de valor por el
tiem po de trabajo, pues, es un m isterio ocu lto bajo los
m ovim ientos m anifiestos que afectan a los valores relativos
de las m ercancías. Su descifram iento borra la apariencia
de que la determ inación de las m agnitudes de valor alcan
zadas por los productos d el trabajo es m eram ente fortuita,
pero en m odo alguno elim ina su form a de cosa.
La reflexión en torno a las form as de la vida humana, y
por consiguiente el análisis científico de las m ism as, toma
un cam ino opuesto al seguido por el desarrollo real.
C om ienza p o st festu m [después de los acontecim ientos] y,
por ende, disponiendo ya de los resultados últim os del
p roceso de desarrollo. Las form as que ponen la impronta
de m ercancías a los productos del trabajo y por tanto están
presupuestas a la circulación de m ercancías, poseen ya la
fijeza propia de form as naturales rte la vida social, antes
de que los hom bres procuren dilucidar no el carácter his
tórico de esas form as — que, más bien, ya cuentan para
ellos com o algo inm utable— sino su contenido. D e esta
suerte, fue sólo el análisis de los precios de las mercancías
lo que llevó a la determ inación de las m agnitudes del valor;
sólo la expresión colectiva de las m ercancías en dinero,
lo que indujo a fijar su carácter de valor. Pero es precisa
m ente esa form a acabada del m undo de las m ercancías
92
— la form a de dinero—- la que vela de hecho, en vez de
revelar, el carácter social de lo s trabajos privados, y por
tanto las relaciones sociales entre lo s trabajadores indivi
duales. Si digo que la chaqueta, los botines, etc., se vincu
lan con el lien zo com o con la encarnación general de
trabajo hum ano abstracto, salta a la vista la insensatez
de tal m odo de expresarse. Pero cuando lo s productores de
chaquetas, botines, etc., refieren esas m ercancías al lienzo
— o al oro y la plata, lo que en nada m odifica la cosa—
com o equivalente general, la relación entre sus trabajos
privados y el trabajo social en su conjunto se les presenta
exactam ente bajo esa form a insensata.
Form as sem ejantes constituyen precisam ente las ca te
gorías de la econom ía burguesa. Se trata de form as del
pensar socialm ente válidas, y por tanto objetivas, para las
relaciones de producción que caracterizan ese m odo de
producción social h istóricam en te determ in ado: la produc
ción de m ercancías. T o d o el m isticism o del m undo de las
m ercancías, toda la m agia y la fantasm agoría que nimban
los productos del trabajo fundados en la producción de
m ercancías, se esfum a de inm ediato cuando em prendem os
cam ino hacia otras form as de producción.
C om o la econom ía política es afecta a las robinsona-
das,29 hagam os prim eramente que R obinsón com parezca
en su isla. Frugal, com o lo es ya de condición, tiene sin
em bargo que satisfacer diversas necesidades y, por tanto,
ejecutar trabajos útiles de variada índole: fabricar herra
m ientas, hacer m uebles, dom esticar llam as, pescar, cazar,
etcétera. D e rezos y otras cosas por el estilo no hablem os
aquí, porque a nuestro R obinsón esas actividades le causan
placer y las incluye en sus esparcim ientos. P ese a la diversi
dad de sus funciones productivas sabe que no son m ás que
distintas form as de actuación del m ism o R obinsón, es
93
decir, nada m ás que diferentes m odos del trabajo hum ano.
La necesidad m ism a lo fuerza a distribuir concienzuda
m ente su tiem po entre sus diversas funciones. Q ue una ecup e
m ás espacio de su actividad global y la otra m enos, depen
de de la mayor o m enor dificultad que haya que superar
para obtener el efecto útil propuesto. La éxperiencia se
lo inculca, y nuestro R obinsón, que del naufragio ha sal
vado el reloj, libro m ayor, tinta y plum a, se pone, com o
buen inglés, a llevar la contabilidad de sí m ism o. Su inven
tario incluye una nóm ina de los objetos útiles que él
posee, de las diversas operaciones requeridas para su pro
ducción y por último del tiem p o d e trabajo que, térm ino
m edio, le insum e elaborar determ inadas cantidades de esos
diversos productos. T odas las relaciones entre R obinsón y
las cosas que configuran su riqueza, creada por él, son tan
sencillas y transparentes que hasta el m ism o señor M ax
W irth ,1411 sin esforzar m ucho el magín, podría com prender
las. Y , sin em bargo, quedan contenidas en ellas todas las
determ inaciones esenciales del valor.
T rasladém onos ahora de la radiante ínsula de R obin
són a la tenebrosa Edad M edia europea. En lugar del
hom bre independiente nos encontram os con que aquí todos
están ligados por lazos de dependencia: siervos de la gleba
y terratenientes, vasallos y grandes señores, seglares y
clérigos. La dependencia personal caracteriza tanto las
relaciones sociales en que tiene lugar la producción m ate
rial com o las otras esferas de la vida estructuradas sobre
dicha producción. Pero precisam ente porque las relaciones
personales de dependencia constituyen la base social dada,
los trabajos y productos no tienen por qué asumir una
form a fantástica diferente de su realidad. Ingresan al m e
canism o social en calidad de servicios directos y presta
ciones en especie. La form a natural del trabajo, su parti
cularidad, y no, com o sobre la base de la producción de
m ercancías, su generalidad, es lo que aquí constituye la
form a directam ente social de aquél. La prestación perso
nal servil se mide por el tiem po, tal cual se hace con el
trabajo que produce m ercancías, pero ningún siervo ignora
que se trata de determ inada cantidad de su fuerza de
trabajo personal, gastada por él al servicio de su señor.
El diezm o que le entrega al cura es m ás diáfano que la
bendición del clérigo. Sea cual fuere el juicio que nos
m erezcan las m áscaras que aquí se ponen los hombres al
94
desem peñar sus respectivos papeles, el caso es que las
relaciones sociales existentes entre las personas en sus tra
bajos se ponen de m anifiesto com o sus propias relaciones
personales y no aparecen disfrazadas de relaciones sociales
entre las cosas, entre los productos del trabajo.
Para investigar el trabajo colectivo, vale decir, direc
tam ente socializado, no es necesario que nos rem ontem os
a esa form a natural y originaria del m ism o que se encuen
tra en los umbrales históricos de todos los pueblos civi
lizados.30 Un ejem plo más accesible nos lo ofrece la
industria patriarcal, rural, de una fam ilia cam pesina que
para su propia subsistencia produce cereales, ganado, hilo,
lienzo, prendas de vestir, etc. Estas cosas diversas se hacen
presentes enfrentándose a la fam ilia en cuanto productos
varios de su trabajo familiar, pero no enfrentándose recí
procam ente com o m ercancías. Los diversos trabajos en
que son generados esos productos — cultivar la tierra, criar
ganado, hilar, tejer, confeccionar prendas— en su forma
natural son funciones sociales, ya que son funciones de la
fam ilia y ésta practica su propia división natural del tra
bajo, al igual que se hace en la producción de m ercancías.
Las diferencias de sexo y edad, así com o las condiciones
naturales del trabajo, cam biante con la sucesión de las
estaciones, regulan la distribución de éste dentro de la fa
m ilia y el tiem po de trabajo de los diversos m iem bros
de la m ism a. Pero aquí el gasto de fuerzas individuales de
trabajo, m edido por la duración, se pone de m anifiesto
desde un primer m om ento com o determ inación social de
los trabajos m ism os, puesto que las fuerzas individuales
de trabajo sólo actúan, desde su origen, com o órganos de
la fuerza de trabajo colectiva de la familia.
95
Im aginém onos finalm ente, para variar, una asociación
de hom bres libres que trabajen con m edios de producción
colectivos y em pleen, conscientem ente, sus m uchas, fuerzas
de trabajo individuales com o una fuerza de trabajo social.
T od as las determ inaciones del trabajo de R obinsón se rei
teran aquí, sólo que de m anera social, en vez de individual.
T od os los productos de R obinsón constituían su producto
exclusivam ente personal y, por tanto, directam ente objetos
de u so para sí m ism o. El producto todo de la asociación es
un producto social. U na parte de éste presta servicios de
n uevo com o m edios de producción. N o deja de ser social.
Pero los m iem bros de la asociación consum en otra parte
en calidad de m edios de subsistencia. Es necesario, pues,
distribu irla entre los m ism os. El tip o de esa distribución
variará con el tipo particular del propio organism o social
de producción y según el correspondiente nivel histórico
de desarrollo de los productores. A los m eros efectos de
m antener el paralelo con la producción de m ercancías,
supongam os que la participación de cada productor en
los m edios de subsistencia esté determ inada por su tiem p o
d e trabajo. Por consiguiente, el tiem po de trabajo desem
peñaría un papel doble. Su distribución, socialm ente plani
ficada, regulará la proporción adecuada entre las varias
funciones laborales y las diversas necesidades. Por otra
parte, el tiem po de trabajo servirá a la vez com o medida
de la participación individual del productor en el tra
bajo com ún, y también, por ende, de la parte individual
m ente consum ible del producto com ún. Las relaciones
sociales de los hombres con sus trabajos y con los pro
ductos de éstos, siguen siendo aquí diáfanam ente sencillas,
tanto en lo que respecta a la producción com o en io que
atañe a la distribución.
Para una sociedad de productores de m ercancías, cuya
relación social general de producción consiste en com por
tarse frente a sus productos com o ante m ercancías, o sea
valores, y en relacionar entre sí sus trabajos privados, bajo
esta form a d e cosas, com o trabajo hum ano indiferenciado,
la form a de religión más adecuada es el cristian ism o, con
su cu lto del hombre abstracto, y sobre todo en su desen
volvim iento burgués, en el protestantism o, deísm o, etc. En
los m odos de producción p a le o a s iá tic o , antiguo, etc.,
la transform ación de los productos en m ercancía y por
tanto la existencia de los hom bres com o productores de
96
m ercancías, desem peña un papel subordinado, que em pero
se vuelve tanto más relevante cuanto más entran las enti
dades com unitarias en la fase d e su decadencia. V erdade
ros pueblos m ercantiles sólo existían en los interm undos
del orbe antiguo, cual los d ioses de E p ic u r o ,1421 o com o
los judíos en lo s poros de la sociedad polaca. E sos anti
guos organism os sociales de producción son m uchísim o más
sencillos y trasparentes que los burgueses, pero o se fun
dan en la inm adurez d el hom bre individual, aún n o liberado
del cordón um bilical d e su con exión natural con otros inte
grantes del género, o en relaciones directas de dom inación
y servidum bre. Están condicionados por un bajo nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo y por las
relaciones correspondientem ente restringidas de los hom
bres dentro del proceso m aterial de producción de su vida,
y por tanto entre sí y con la naturaleza. E sta restricción
real se refleja d e un m odo ideal en el culto a la naturaleza
y en las religiones populares d e la A ntigüedad. E l reflejo
religioso del m undo real únicam ente podrá desvanecerse
cuando las circunstancias de la vida práctica, cotidiana,
representen para los hom bres, día a día, relacipnes diáfa
nam ente racionales, entre ellos y con la naturaleza. La
figura d el proceso social de vida, esto es, d el p roceso m ate
rial de producción, só lo perderá su m ístico v elo n eblinoso
cuando, com o producto de hom bres librem ente asociados,
éstos la hayan som etido a su control planificado y con s
ciente. Para ello, sin em bargo, se requiere una base m ate
rial de la sociedad o una serie de condiciones materiales
de existencia, que son a su vez, ellas m ism as, el producto
natural de una prolongada y penosa historia evolutiva.
A hora bien, es indudable que la econom ía política ha
analizado, aunque de m anera incom pleta,31 el valor y
97
la m agnitud de valor y descubierto el contenido oculto en
esas form as. S ólo que nunca llegó siquiera a plantear
la pregunta de por qué ese contenido adopta dicha forma;
de por qué, pues, el trabajo se representa en e l valor, de a
qué se debe que la m edida del trabajo conform e a su dura
ción se represente en la m agn itu d d el valor alcanzada por
el producto del trabajo.32 A form as que llevan escrita en la
98
frente su pertenencia a una form ación social donde el pro
ceso de producción dom ina al hom bre, en vez de dom i
nar el hom bre a ese proceso, la conciencia burguesa de esa
econom ía las tiene por una necesidad natural tan m anifies
tam ente evidente com o el trabajo productivo m ism o. D e
ahí que, p o co m ás o m enos, trate a las form as preburgue-
sas del organism o social de producción com o los Padres
de la Iglesia a las religiones precristianas.33
99
H asta qué punto una parte d e los econom istas se deja
encandilar por el fetich ism o adherido al m undo d e las
m ercancías, o por la apariencia o b jetiva de las determ ina
ciones sociales del trabajo, nos lo m uestra, entre otras
cosas, la tediosa e insulsa controversia en torno al p a p el
q u e desem peñaría la naturaleza en la form ación del valor
de cam bio. C om o el valor d e cam bio es determ inada m ane
ra social de expresar el trabajo em pleado en una cosa, n o
puede contener m ás m ateria natural que, por ejem plo, el
curso cam biarlo.
m ente exista algo que robár, o que el objeto del robo se reproduz
ca de m anera continua. Parece, por consiguiente, que tam bién los
griegos y rom anos tendrían un proceso de producción, y por tanto
una econom ía que constituiría la base m aterial de su m undo,
exactam ente de la m ism a m anera en que la econom ía burguesa
es el fundam ento del m undo actual. ¿O acaso Bastiat quiere decir
que un modo de producción fundado en el trabajo esclavo consti
tuye un sistema basado en el robo"í En tal caso, pisa terreno pe
ligroso. Si un gigante del pensam iento com o Aristóteles se equi
vocaba en su apreciación del trabajo esclavo, ¿por qué había de
acertar un economista pigmeo como Bastiat al juzgar el trabajo
asalariadol
A provecho la oportunidad p ara responder brevem ente a una
objeción que, al aparecer m i obra Z ur K ritik der politischen Ö ko
nom ie (1859), me form uló un periódico germ ano-norteam ericano.
M i enfoque — sostuvo éste— según el cual el modo de produc
ción dado y las relaciones de producción correspondientes al mismo,
en suma, “la estructura económ ica de la sociedad es la base real
sobre la que se alza una superestructura jurídica y política, y a la
que corresponden determ inadas form as sociales de conciencia”,
ese enfoque p ara el cual “el modo de producción de la vida
m aterial condiciona en general el proceso de la vida social, política
y espiritual”, sería indudablem ente verdadero p ara el m undo actual,
en el que im peran los intereses m ateriales, pero no p a ra la Edad
Media, en la que prevalecía el catolicismo, ni para A tenas y Roma,
donde era la política la que dominaba. En prim er térm ino, es
sorprendente que haya quien guste suponer que alguna persona
ignora esos archiconocidos lugares comunes sobre la E dad M edia
y el m undo antiguo. Lo indiscutible es que ni la E dad M edía pudo
vivir de catolicism o ni el m undo antiguo de política. Es, a la
inversa, el modo y m anera en que la prim era y el segundo se
ganaban la vida, lo que explica p or qué en un caso la política y
en otro el catolicism o desem peñaron el papel protagónico. Por lo
demás, basta con conocer som eramente la historia de la república
rom ana, por ejemplo, p ara saber que la historia de la propiedad
de la tierra constituye su historia secreta. Y a D on Quijote, por
otra parte, hubo de expiar el error de im aginar que la caballería
andante era igualmente com patible con todas las form as econó
micas de la sociedad.
100
C om o la form a d e m ercancía es la m ás general y la
m enos evolucionada de la producción burguesa — a lo cual
se d eb e que aparezca tem pranam ente, aun cuando no de
la m ism a m anera dom inante y por tanto característica que
adopta en nuestros días— todavía parece relativam ente
fácil penetrarla revelando su carácter de fetiche. P ero en
las form as m ás concretas se desvan ece hasta esa apariencia
de sencillez. ¿D e dónde proceden, entonces, las ilusiones
del sistem a m onetarista? 1431 É ste n o veía al oro y la plata,
en cuanto dinero, com o representantes de una relación
social de producción, sino bajo la form a de ob jetos natu
rales adornados de insólitos atributos sociales. Y cuando
trata d el capital, ¿no se vuelve palpable el fetich ism o de la
econom ía m oderna, d e esa m ism a econom ía que, dándose
im portancia, mira con engreim iento y desdén al m ercanti
lism o? ¿H ace acaso m u ch o tiem po q ue se disipó la ilusión
fisiocrática de que la renta del su elo surgía de la tierra, no
de la sociedad?
Sin em bargo, para n o anticiparnos, baste aquí con un
ejem plo referente a la propia form a de m ercancía. Si las
m ercancías pudieran hablar, lo harían de esta manera:
P uede ser que a los hom bres les interese nuestro valor de
uso. N o nos incum be en cuanto cosas. L o que nos con
cierne en cu an to cosas es nuestro valor. N uestro propio
m ovim iento com o cosas m ercantiles lo dem uestra. Ú nica
m ente nos vinculam os entre nosotras en cuanto valores de
cam bio. O igam os ahora cóm o el econom ista habla desde el
alma de la m ercancía: “E l v a lo r” (valor d e ca m b io ) “es
un atributo de las cosas; las riquezas” (valor d e u s o ), “ un
atributo d el hom bre. E l valor, en este sentido, im plica
necesariam ente el intercam bio; la riqueza n o ”.34 “L a ri
queza” (valor de u so) “es un atributo d el h om bre, el valor
un a trib u to d e las m ercancías. U n hom bre o una com uni
dad son ricos; una perla o un diam ante son valiosos . . .
U na perla o un diam ante son valiosos en cu an to tales perla
o dia m a n te”.35 H asta el presente, todavía no hay quím ico
101
que haya descubierto en la perla o el diam ante el valor de
cam bio. L os descubridores económ icos de esa sustancia
quím ica, alardeando ante todo d e su profundidad crítica,
llegan a la conclusión d e que el valor de uso de las cosas
n o depende d e sus propiedades com o cosas, mientras que
por el contrario su valor les es inherente en cuanto cosas.
L o que los reafirm a en esta con cepción es la curiosa cir
cunstancia d e que el valor d e u so de las cosas se realiza
para el hom bre sin in terca m b io , o sea en la relación di
recta entre la cosa y el hom bre, m ientras que su valor,
por el contrario, sólo en el intercam bio, o sea en el proceso
social. C om o para no acordarse aquí del buen D ogberry,
cuando ilustra al sereno Seacoal: “Ser hom bre bien pareci
d o es un don de las circunstancias, pero saber leer y escri
bir lo es de la naturaleza” .3e [ii]
102