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Semana 3

Técnicas de comunicación oral. Las habilidades del


comunicador eficaz. Primera parte

La relación entre el orador y su público es estrecha. Para que un evento de

comunicación en público sea de valor para el orador y su público, ambas partes

deben cumplir ciertas responsabilidades y también tienen derechos que exigir.

El orador adquiere el compromiso de preparar su discurso, así como presentar-

lo con entusiasmo y convicción. El público, por su parte, es responsable de es-

cuchar al orador con mentalidad abierta, olvidando sus prejuicios y suposicio-

nes, los cuales pudieran distorsionar su comprensión del mensaje. Asimismo,

el orador tiene derecho a esperar la atención educada y cortés del público, en

tanto que éste tiene derecho de esperar el mejor esfuerzo del orador para

aportarle ideas nuevas y valiosas.

Todos los que estudiamos y practicamos la comunicación efectiva debemos

conocer las habilidades y actitudes apropiadas para desempeñar el compromi-

so que tenemos con el público, así como asumir nuestra responsabilidad como

integrantes de un público reunido para escuchar con atención a uno o varios

oradores.

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1. Canalizar el nerviosismo

Las personas se quejan frecuentemente de ciertas reacciones físicas antes de

hablar en público: les tiemblan o sudan las manos, respiran más rápido, se

sienten débiles, mareadas o tensas. Por otra parte es común que se presente

dificultad con sus pensamientos o emociones, se sienten inseguras, tienen

miedo a equivocarse, sienten ganas de reír, etcétera. El nerviosismo que sen-

timos al pensar en hablar ante un grupo es una respuesta emocional y física

normal, la cual nos indica que estamos enfrentándonos a una situación impor-

tante que tal vez resulte peligrosa. Las reacciones físicas y psicológicas, a ve-

ces desagradables, que tenemos antes de hablar en público se manifiestan de-

bido a un incremento en la energía que nos proporciona la naturaleza para lo-

grar sobreponernos a determinadas situaciones. Existen ciertas situaciones de

comunicación en las que arriesgamos la aceptación social, por ejemplo una

entrevista, un examen final, un concurso de canto o simplemente nuestras cla-

ses.

El hombre es un ser social que, en el fondo, requiere ser aceptado y respetado.

Al exponerse para ser enjuiciado o evaluado por los demás se arriesga a no

lograr la aceptación social. Ante la situación de hablar en público, la naturaleza

le proporciona una energía de emergencia conocida como adrenalina para ayu-

dar a enfrentar eficazmente la situación comunicativa. Según Eileen McEntee,

comprendemos que nuestras reacciones físicas o psicológicas son normales.

Por lo tanto, no es malo sentirse nervioso antes de hablar en público. No so-

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mos anormales ni cobardes si ello ocurre. Por el contrario, somos normales

porque valoramos la aprobación social y nos esforzamos para alcanzarla. Es un

error pensar que debemos “aprender a evitar y quitarnos el nerviosismo al

momento de comunicarnos”. No es así, recordemos que el nerviosismo es un

recurso que nos da la naturaleza para enfrentar situaciones. Lo que hay que

hacer es controlar esa energía de manera correcta para lograr la aceptación del

público.

En ese sentido, McEntee nos recomienda canalizar la energía extra que repre-

senta el nerviosismo para ser un orador eficaz. Una buena ruta en ese sentido

implica comprometernos con las ideas, informarnos, practicar, cultivar una ac-

titud receptiva, prepararnos para las preguntas y relajarnos para comunicar

con fluidez.

2. La credibilidad

¿Cómo lograr que el público nos estime, nos crea, piense que tenemos la razón

y que la información que exponemos es correcta? ¿Cómo persuadirlos y qué

debemos hacer para que nos acepten? Estas son preguntas que inquietaban a

los antiguos griegos y romanos y que, a la fecha, nos siguen interesando.

La credibilidad se refiere a las cualidades que el público persigue en el orador

como la honestidad, el conocimiento y dinamismo. La credibilidad es un ele-

mento muy importante cuando hablamos de comunicación porque recordemos

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que “sólo la credibilidad genera confianza”. Brembeck y Howell realizaron in-

vestigaciones desde 1976 en donde quedó claro que un público percibe que un

orador posee credibilidad cuando hace efectivo el uso de la honestidad, el co-

nocimiento y el dinamismo.

La honestidad se refiere al ethos, el carácter del orador. Los griegos estaban

conscientes de la trascendencia de esta cualidad en el buen orador. Aristóteles

reconoció además la importancia de tener buena reputación para que el orador

alcance éxito con su mensaje. Esto no significa que se basará solo en su ima-

gen previa sino que se apoyará en ella para preparar su mensaje comunicati-

vo.

El orador debe ser honesto consigo mismo y con su público, debe desarrollar

una reputación de persona honesta si pretende que el público acepte su men-

saje. El conocimiento, por su parte, se refiere a la competencia y el nivel de

experiencia que el orador tiene sobre un tema. El orador que es reconocido

como experto en la materia puede esperar más aceptación de su mensaje que

otro que no goza de este reconocimiento.

El dinamismo del orador se refiere a la cualidad mediante la cual el orador es

percibido por el público como una persona activa, franca y valiosa. Las tres

cualidades determinan la credibilidad del orador ante su público, pero es im-

portante puntualizar que la credibilidad no reside en la persona, sino que de-

pende de las percepciones que el público tiene de esta persona.

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Una de las cualidades de la credibilidad de un orador es la honestidad que el

público le atribuye, la cual depende del comportamiento verbal de aquél y se

manifiesta en el respeto que demuestra hacia las personas, su responsabilidad

en el manejo del conocimiento y su consciencia de las consecuencias éticas del

mensaje.

El orador demuestra respeto hacia su público cuando reconoce y acepta que

sus opiniones, intereses, experiencias y motivaciones pueden diferir de las su-

yas. El orador ético se acerca a su público con la actitud de compartir ideas.

Evita ser intolerante, explica y expone con seguridad sus argumentos pero

admite diferencias y puntos de vista alternativos.

El orador ético no miente, selecciona y estudia siempre sus fuentes de infor-

mación. Es responsable en el manejo del conocimiento, aunque ello implique

invertir tiempo y esfuerzo para investigar los temas que va a comunicar. El

orador ético no se olvida de los autores que han concebido las ideas que

transmite al público y sabe que las palabras producen un efecto poderoso en

las personas.

Existen normas o estándares para evaluar el comportamiento ético del orador.

La lista desarrollada por Johannesen (1979) es muy representativa e ilustrativa

al respecto:

 Hay que evitar la evidencia falsa, distorsionada e irrelevante

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 Evitar la argumentación sin apoyo verbal

 Evitar presentase como experto cuando no se es

 Evitar las apelaciones a la emoción que no se sustentan en razones

 Evitar omitir o distorsionar los efectos negativos de una recomendación

 Evitar polarizar los asuntos o las situaciones

 Evitar fingir la certeza en situaciones de complejidad

 Evitar recomendar aquello en lo que no se cree con plena convicción.

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Referencias bibliográficas

McEntee, E. (2004). Comunicación oral. México: McGrawHill.

Verderber, R. (2006). ¡Comunícate! México: Thomson Editores.

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