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Las pantallas de la cantera rosa, o

de paseo por el FICM

Capítulo 1:
En la ciudad rosa.

Por las noches, las calles del centro del pueblo que vio nacer a Morelos, hablan con una elocuencia
que en horarios diurnos el tránsito interminable de jóvenes y familias en ropa de clima templado
aplaca con el barullo de la vida diaria. A la distancia, la música nocturna decora el aire. Sus ecos,
son llevados por el armazón acústico formado por la sólida construcción de los muros coloniales y
el anacrónico pavimento por el que otrora discurrieran carretas en un bullicio que alguna
semejanza tendrá con la versión actual de la ciudad.

Desde cualquier calle ubicada en el corazón de Morelia, una noche de fin de semana, es habitual
escuchar el murmullo lejano y cercano de las campanas de alguna de decenas de iglesias que
brotan en el panorama cuando visto sobre la terraza. Se le suma a intervalos inconstantes el feroz
aullido del tren que atraviesa una vía que el horizonte no alcanza a mostrar. Los centros nocturnos
arrojan a la atmósfera sonidos de electro, pop, y rock a intensidades discordantes. El brillo rojizo
de las luces de noche pigmenta los muros de edificios que a veces aún conservan las antiguas
señalizaciones de sus nombres coloniales. Las patrullas se deslizan silenciosas a intervalos y poco a
poco los adoquines de las banquetas, tan meticulosamente ordenados y señalizados, reposan del
peso que asistirá caminante apenas despunte el día a tantos sitios de interés que recorrer,
mientras el sol permite una calidez que durante las noches puede extrañar el que no salga
abrigado.

Es el día 21 de octubre de 2016 y la antigua Valladolid se ha comenzado a vestir en preparación


para el desfile de festivales que acontecerán uno tras otro o tal vez de manera simultánea. La
épica catedral que se levanta con sus cúpulas gemelas, relevante entre toda otra edificación local;
es un faro por la noche y una referencia primordial durante el día. Como dentro de un laberinto
de pistas escondidas, el visitante que se encuentre ajeno a la cartografía tan geométricamente
trazada del centro histórico, donde las calles cambian de nombre como si se trataran de los
humores de una persona, podría divertirse coleccionando los mensajes que aguardan por todas
partes. Estos incluyen, pero no se limitan a una bien esparcida cultura del grafiti, carteles de
protesta en edificios, vehículos públicos y negocios, letreros añejos de vacantes para empleados,
decoraciones festivas, banners publicitarios que promocionan fuertemente la viva voz de una rica
actividad cultural, personajes vestidos de maneras insólitas, diálogos despreocupados que
describen el modus vivendi mientras recorren sus rutas diarias.

Para este autor, es natural desviar la mirada hacia las publicidades de la feria del libro que visten la
fachada de tantas paredes, al tremendo cartelón que indica el 50 aniversario del FIOM (Festival
Internacional de Órgano de Morelia) o hacia los laberintos internos de tantas instituciones que hoy
son escuelas, bibliotecas, centros universitarios, pero en su juventud conocieron las plegarias de
monjes o los armarios de aristócratas. El FICM o Festival Internacional de cine de Morelia tiene
lugar en algunos de dichos sitios y es ahí donde probablemente radica el interés de cualquier
cinéfilo que pise la capital de Michoacán.

Este año, las festividades dan inicio puntualmente, con el orgullo jovial que un aniversario en su
adolescencia puede demostrar. Las salas de proyección de complejos cinematográficos en diversos
puntos de la ciudad se engalanan y la concurrencia se desborda en ocasiones hasta las banquetas.
Uno de los actores mexicanos con mayor preponderancia en medios nacional e internacionales y
uno de los directores latinoamericanos más formidables de las últimas décadas llenan en obra y
presencia la función inaugural de esta iteración. La película: Neruda de Pablo Larraín, la presencia:
Gael García Bernal y Luis Gnecco, protagonista de la cinta.

Capítulo 2:
Neruda, proyección y conferencia.
Aunque en su mayor parte la audiencia del festival de cine de Morelia, compuesta
primordialmente por rostros jóvenes ataviados en aquella moda y aire distintivos que caracterizan
a los estudiantes de universidad, debe aguardar a los horarios vespertinos para asistir a la función
inaugural, la prensa, siempre dotada de beneficios que pueden ser muchos o muy pocos según se
mire, hace lo posible por darle el mejor uso a sus privilegios. Somos acreedores en este caso de
funciones privadas, amén de estar informados antes de sentarnos frente a los talentos que
entrevistaremos. Nos presentamos temprano en el cine, inventariamos posibles temas de
entrevista mentalmente mientras vemos la proyección, y al encenderse las luces retozamos
inquietos en los asientos que ocupamos mientras las preguntas nos escaldan la lengua, todo el
tiempo hasta el momento en que los invitados que esperamos han terminado de acomodarse
frente a nuestras cámaras.

Pero primero, la película.

Pablo Larraín, es un hombre cuyo honor su propio trabajo hace bastante por defender, pues lo
demarca como una de las narrativas latinoamericanas más lúcidas y contundentes de las últimas
décadas. Recomendación inmediata el ver cuanto se pueda de su cine, especialmente cuando se
es latinoamericano, y para colmo (probablemente) cinéfilo. Si gustan dar crédito al autor de este
texto, él les apuntará hacia NO, historia ficcionada que interpreta los hechos que llevaron al
triunfo de la campaña del NO al final del plebiscito mediante el cual la República de Chile optó por
la destitución del dictador Augusto Pinochet, también estelarizada por Gael García Bernal; o hacia
El Club, exhumación simbólica de los crímenes que en la vida real la iglesia católica ha intentado
sepultar, escondiendo a sus miembros más problemáticos en haciendas de la provincia.
Su cine se ha caracterizado siempre por una delicada línea entre la ficción realista y el documental
incómodo. Su fotografía es sobria y su banda sonora minimalista es pero elocuente. Este año, la
prodigalidad de Larraín da un salto que desconocíamos se encontrara entre su potencial y nos
presenta dos cintas que se estrenarán con una diferencia de meses entre sí, a diferencia del par de
años que le solía tomar pasar de un proyecto a otro. Neruda y Jackie (Natalie Portman interpreta a
la viuda de John F. Kennedy), nos brindarán un contraste sobre la manera en que este autor se
expresa dentro de dos muy diferentes culturas cinematográficas.

Neruda es, desde la perspectiva de este autor, ya de por si una muestra de los deseos del cineasta
chileno por explorar los límites de su propio estilo, hacer tributo a sus influencias cinematográficas
y al mismo tiempo darse a la brava tarea de personificar a un hombre al cuál el pasar de los años
ha convertido en leyenda.

Abordamos el cuento de Neruda cuando este es ya senador y acérrimo enemigo del régimen de
Gabriel González Videla, conocemos su carácter, su virtuosismo, a las personas que le rodean
como amigos y al rival auto-designado que habrá de enfrentar. Acompañamos el duelo entre el
oficial Peluchoneau (Un simpatiquísimo Gael García) y el cantor chileno hasta sus últimas
consecuencias.

Dotado con un poder para sugerir, o tal vez sublimar la introspección de sus personajes, a fin de
volver el mundo interno de sus consciencias en una atmósfera que abraza a la audiencia (Don que
Wim Wenders, director alemán citado por Larraín como influencia, también tiene), el director
esculpe una versión del poeta legendario en colaboración con Luis Gnecco que es a la vez arcilla y
colega. Su interpretación es un hombre carnal, apasionado, genio de caprichos, humanidad y
talento.

Conforme el metraje avanza, el mundo alrededor de los personajes, que hasta el momento parecía
tan afirmado sobre la crudeza de la realidad, va cobrando un carácter más romántico, más
sublime. La fotografía poco a poco se endulza por el contraste entre los destellos que gravitan
alrededor del poeta y las sombras que envuelven al policía de sangre caliente. Hay aquí un tributo
bastante paladeable al film noir y sus formas tradicionales.

El director chileno que se ha caracterizado como uno de los más críticos cineastas de la América
Latina, parece contener un poco el filo de su mirada y bañarla de un estilo visual que intentará
aproximarse tal vez no a la lírica de la poesía del personaje, sino al carácter atribulado y
maravilloso que fue su persona. Ausente cualquier cita completa de su poesía, limitada a algunas
breves frases o menciones de títulos.

Durante la conferencia, los talentos protagónicos nos hablan un poco sobre la experiencia de
trabajar con Pablo Larraín, resulta bastante notorio que tanto Gael como Luis respetan
profundamente a su director, además de estar agradecidos por la calidad del trabajo que extrajo
de sus capacidades. Los cuestionamientos de la prensa giran alrededor del cine latinoamericano,
recordando la forma en que las dictaduras han intervenido en la capacidad de ciertos países para
producir un discurso cinematográfico en libertad de tocar a profundidad los temas más sensibles
de la sociedad.

Llama la atención la acertada opinión de Luis Gnecco al respecto del estado de salud en el que se
encuentra la cinematografía latinoamericana, pues a su parecer esta se encuentra en un punto
alto. Nos recuerda que países como Chile vivieron una porción significativa del siglo pasado bajo
regímenes dictatoriales que con su desvanecimiento han dado libertad al cine de explorar nuevos
límites. Su opinión parece orientarse hacia la perspectiva de que son los públicos quienes aún no
han terminado de llenar la cuota necesaria para dar salud plena al cine de nuestro continente. Es
aquí donde surge una problemática que hará ecos durante el resto del festival, pues es una
dificultad que se manifiesta de hace mucho tiempo en el medio de la cinematografía: Las
audiencias.

En acuerdo con Gnecco y con una perspectiva que Permanencia Voluntaria ha sostenido hace
tiempo ya, Gael García Bernal interviene lleno de lucidez: “¿Cuál es el problema, qué es lo que
hace falta? (…) El cine de cada país se está viendo cada vez más en su propio territorio, en algunos
lugares más, en otros menos, pero sigue haciendo falta que veamos nuestras películas entre nos,
Son muy pocas las películas Mexicanas que se ven en Chile, muy pocas las chilenas vistas en
Argentina (…) Hace falta un impacto común.”

La voluntad del público de acercarse a ver cine de territorios ajenos al propio es probablemente
uno de los procesos más importantes que puede desarrollar el cine como fenómeno humano; así
lo reflejan el ojo de Pablo Larraín, y los corazones de Luis Gnecco y Gael García, quienes
actualmente han dado a luz a un trabajo que, al igual que su personaje central, trasciende las
fronteras de países cuyas culturas son hermanas. Sus opiniones y energías parecen enfocadas a
provocar esta empatía entre los pueblos por medio de las pantallas.
Hoy la poesía, que en palabras de Gael García “Nos permite vivir muchas vidas”, hace de estos
actores y cineastas símbolos de la unión que tienen las culturas hispánicas del continente
americano, representados por una vida gigante, que capturó tantos de los lamentos y pasiones de
nuestros pueblos, que elogió nuestra naturaleza, y amó nuestro espíritu común en un Canto
General: Pablo Neruda.

Nos retiramos por hoy de las actividades centrales, asistimos a otra proyección, mañana el paseo
continúa.

Capítulo 3

La MPAA y los derechos de autor


Los días en un festival avanzan y se mezclan unos con los otros. A la llegada a la ciudad, el
corresponsal foráneo debe sumergirse en un universo del que no es originario. A diferencia del
resto de la prensa local o de los asistentes cuya ciudad natal es la sede para el evento, quienes
venimos de fuera no pisamos calles conocidas ni consumimos alimentos que nos sean del todo
familiares. No regresamos a la comodidad de nuestras camas ni a la privacidad de nuestras
habitaciones, o a la confianza de nuestras familias. Al salir al exterior por todos lados escuchamos
palabras y modismos a los que nuestros oídos no están acostumbrados, y especialmente cuando
eres un individuo con el hábito de observar a tu alrededor, los pequeños detalles de
particularidades y diferencias comienzan a acumularse uno tras otro.

Además de la desorientación natural de encontrarte fuera de tu ciudad, el ritmo al que se mueve


tu vida sufre también un desfase. Cuando tus periodos de actividad se dividen en películas y
conferencias, todas con un mínimo de 1 hora de duración, los minutos y otras fracciones dejan de
existir, salvo para recordarte si vas temprano o tarde al siguiente evento. Las 24 horas de un día se
apelmazan y parecieran 36, 48, 60… y así seguir, como si la continuidad del tiempo fuera tan
hermética como los muros de cantera de la ciudad, parece imposible encontrar una abertura en
ellos para comer o dormir o cualquier otra actividad en la que el cine no sea el tema central de tu
existencia.

Es por este fenómeno de abducción temporal tan fascinante, que se vuelve un poco ocioso
intentar segmentar las actividades de manera cronológica. Tal vez ocurrió antier, tal vez hace 2
horas, tal vez fue cosa del primer día o del quinto. No hace diferencia, porque en el marco del
festival todo está entregado al mismo.
Tantos individuos, organizadores, talentos, académicos, reporteros y cineastas mezclamos energía
para distorsionar una realidad en la que la noche y el día no son las guías para medir el tiempo,
sino decoraciones para la vida ficticia que el cine pone frente a nuestros ojos. Es el FICM
probablemente uno de los cultos al cine más grandes en México y al igual que cada alma se pinta
de sus propios colores, cada persona que asiste, que interviene, que pregunta o que disfruta, lleva
consigo un amor único y personal por las pantallas.

Sin embargo, tener una fe en común no impedirá nunca las discrepancias en nuestras doctrinas.
¿Quién puede saber cuál es la mejor manera de profesar devoción al Cine? ¿Quién puede decirnos
por qué camino yace la salvación que otorga nuestro dios de imágenes y sonidos, y qué acciones
provocan por lo contrario, su cólera y su enfermedad? La única respuesta para el que interpreta la
voluntad de un dios, es (pese a lo que algunos profetas dirían) que nadie sabe. Ni siquiera Chris
Dodd, presidente de la MPAA (Motion Picture Association of America). Durante su conferencia
“Honoring FICM and the growing role of Mexican filmmaking in the global Marketplace” Elaboró
un discurso que muy seguramente desde su perspectiva era inasediable, pero para otros creyentes
nos resultó en suma algo incompleto.

Se trata de un hombre bastante entrado en años, con el cabello cano y la piel de ese tono colorado
que adquieren los caucásicos cuando se enfrentan a las temperaturas cálidas países como México.
Su voz y lenguaje corporal delatan su trayectoria en la política norteamericana. Entendemos pues
que el cine, en su faceta más industrial, se ve sometida a la visión financiera del gobierno que
sostiene o regula los medios de producción, distribución, o cualquier otra etapa en el tren de
realización.

Si bien, es la estadounidense una de las formas de hacer cine que mejor se conocen a lo largo del
mundo y definitivamente una de las más respetadas por su prodigalidad, son sus vicios también
algunos de los más deleznables y justo atados al modelo de negocios que este vecino del norte ha
intentado generalizar a todo lo largo del mercado internacional.

Desde la perspectiva de que la única manera de hacer cine es según el modelo estadounidense: Se
emplean fuerzas laborales de centenares o tal vez miles de individuos en el crew de una sola
película, de la que solo se habla en términos mercantiles, sujeta a aduanas, tasaciones e
impuestos. El productor o distribuidor de una cinta se convierte en cazador de propiedades
intelectuales, muchas veces negando el valor artístico y cultural que existe en suma a su capacidad
de entretenimiento; y lo peor de todo: Imposibilitando el acceso a quienes no pueden solventar
su costo mercantil. Donde quienes se apoderan de las propiedades de una obra, fraguan guerras
de derechos de autor internacionales en cacerías que llegan a países como Polonia y Australia que
no restringen el acceso a este tipo de contenidos. Y se da lugar a empresas de distribución y
exhibición, las cuales prefieren ante todo aquello que vende y no aquello que nutre. Peor aún,
estas son a veces las únicas con derecho legal a compartir contenido cinematográfico, poniendo
restricciones de acceso a un acervo que constituye una aportación vital a la documentación de la
cultura.

En fin. A pesar de que cada uno de estos planteamientos (que tienen que presentarse como
contexto para siquiera aproximarse a la interpretación de la cinematografía que la MPAA como
institución y ciertos sectores de Hollywood como industria plantan sobre su estandarte) podrían
debatirse largamente uno por uno, el resumen de la charla nos llevaba a una conclusión más o
menos sencilla y bastante más breve.

“El mercado global para el cine ha crecido, gracias a la tecnología y a las nuevas libertades que los
creadores tienen para hacer cine donde quieran y cuando quieran. Los cineastas que logren
romper la superficie del anonimato y llegar a algún productor internacional, tienen cada vez
mayores infraestructuras comerciales para distribución. La distribución de cine mexicano llega
cada vez más lejos. Ustedes como mexicanos deben aprender a respetar los derechos de autor
para que la salud de ese mercado siga creciendo.”

En el interior del Teatro Rubén Romero, al lado de la sala de prensa y frente al conservatorio de las
rosas, la arquitectura es, como en tantos lugares de Morelia, hermosa. La prensa nos encontramos
un poco inquietos sentados en nuestras butacas rojas, tal vez con la prisa de confrontar nuestras
realidades con la versión de los hechos que Chris Dodd predica con el tono de oratoria que
cualquier congresista norteamericano sabe adoptar, cual si se encontrara en algún mitin de su
partido.

Una por una nuestras preguntas evidencian que hay gran cantidad de inexactitudes e
incertidumbres las cuales no se alivian con el contenido de su discurso.

¿Qué hay de los nuevos talentos que hacen hermoso cine, pero no tienen distribución porque la
burocracia de la industria no ve en ellos contenido rentable? ¿De ese 17% de incremento global de
exhibición de cine mexicano, cuántas de ellas son producidas por Televisa, aportando talentos
como Eugenio Derbez o Martha Higareda, y cuántas de ellas han salido del FICG, del FICM, del GIFF
o cualquier otro espacio para el cine independiente? ¿Cómo puede decirnos que el estado de
salud del cine mexicano es cada vez mayor, si al mismo tiempo Amat Escalante y Bárbara Ochoa
Castañeda, autores en exhibición este año, comparten en sus conferencias una preocupación que
compartimos por la reducción al presupuesto de apoyo al cine en el país y al porcentaje de
exhibición de productos mexicanos? ¿Cuál es la garantía de que el Trans-Pacific Partnership o TPP
(Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica o cualquier tratado semejante que pudiera
reemplazarle en verdad potencializará la distribución de cine mexicano al exterior y no hará por lo
contrario, una saturación en nuestras pantallas con productos extranjeros?

Naturalmente estos cuestionamientos no son respondidos ni confrontados, más bien dirimidos


mediante la repetición de datos numéricos previamente mencionados. “Lo queramos o no, el cine
es una industria (…) No respetar los derechos de autor es dejar sin trabajo a miles de personas”
que es otra forma de decir que los que hacen uso de los torrent (como kickass torrent,
mencionado directamente por Dodd) y otros servicios para compartir el cine sin costo, están
robando. (Como estarían robando los que comparten fotos de obras de arte que se exhiben
dentro de museos con costo o los que regalaran un poema transcrito de un tomo de librería, si se
diera crédito a este modo de ver las cosas).

Para no sucumbir a la innecesaria tentación de dedicar un extenso discurso a la contravención de


las opiniones escuchadas, el autor de este texto ha decidido dejar la palabra a la cineasta
mexicana Claudia Sainte Luce, quien unas 72 horas más tarde, pero en el marco del mismo festival,
respondiera a esta situación con una sentencia breve y concreta. “Usar internet, torrent o lo que
sea para ver cine, no es robar, es ver cine”.

Capítulo 4

El México de hoy
En el hostal San Franciskuni, ubicado a una cuadra de la plaza de San Francisco, y a tres de la
catedral de Morelia, todos los humanos que trasnochamos variamos de raza y estirpe. El casón
estilo colonial de su interior recibe a sus huéspedes con una escultura del quijote y un doble
portón que deja ver un patio central abovedado, con dos niveles de habitación. Todo inmobiliario
es de madera y algunos cuartos llenos de piezas en proceso delatan su manufactura casera. En un
rincón del recibidor descansa un libro de visitas sobre cuyas páginas abiertas descansan las firmas
de tres diferentes nacionalidades que agradecen la estadía. Durante la extensión de nuestro
hospedaje, nos cruzaremos con personas de Hungría, Alemania, Argentina y diversas partes de
México, incluyendo Chihuahua, San Luis y Veracruz (nosotros, naturalmente).
Aunque alguno u otro de los mencionados resultaron de paso por ese lugar en un momento que el
azar escogió que coincidiera con la temporada de festivales de la ciudad, la mayoría de los que nos
cruzamos en ese mismo tiempo y espacio en unísono lo hicimos por el mismo propósito, el FICM.
Algunos como prensa, otros como cinéfilos, ciertos más como turistas. Las mieles de la
cinematografía atraen todo tipo de intereses.

Cualquier cinéfilo versado tendrá tema de conversación con otro, sin importar el país del que
provenga. Mientras más versado sea el cinéfilo, mayor el rango de alcance que su facultad para
identificarse con culturas ajenas consigue. Esto es natural, pues un plano medio, un plano entero o
un close-up, son elementos fundamentales en la construcción de un lenguaje que es más universal
que cualquier alfabeto.

“Me gusta el cine de tu país” es probablemente uno de los cumplidos más grandes que un amante
de la cinematografía puede hacerle a un extranjero. Cumplido simbólico que el FICM parece hacer
a nombre de la república mexicana a tantas naciones y sedes de otros festivales de cine en el
mundo que envían mucho de lo más hermoso que sus culturas ponen sobre las pantallas a placer
de exhibición para las audiencias mexicanas.

Como nos comentó hace 2 años el director Alfonso Cuarón en la presentación de Ida de Pawel
Pawlikowski, para los directores extranjeros asistir al festival michoacano es un disfrute porque la
audiencia asiste únicamente a disfrutar buen cine; ausente el peso que un trofeo deposita sobre
las consciencias de los que antes de Morelia asistieron a Cannes, Venecia, Berlín o semejantes.

El vigor con el que tantas voces extranjeras presentan su discurso ante la audiencia mexicana, se
vuelve en fin, algo semejante a una suma condensada de las realidades, sueños memorias y
pesares que sufre el pueblo que nos envía cada una de las cintas de la selección. Hay por supuesto
una curaduría a cargo de un grupo de personas que se encargarán de llenar un programa que
desde el momento inicial se ve limitado por el natural plazo finito que tiene un festival, número de
salas, horas en un día y demás. Pero nada de eso afecta al Cine.

Lo que dicen las pantallas

A veces, una sola película basta para transmitir un mensaje portentoso que nos arroja
incontestablemente dentro del imaginario de una sociedad. A este fenómeno se adscriben
películas de este año, como I, Daniel Blake (Ken Loach, Reino Unido) y La Región Salvaje (Amat
Escalante, México), o de años pasados como El Cementerio del Esplendor (Apichatpong
Weerasethakul, Tailandia) y 2 días, 1 noche (Jean Pierre y Luc Dardenne, Bélgica).

Esta cualidad arrobadora de las películas para expresar en la suma de algunos minutos de metraje
imágenes tan poderosas que pueden hacer reir, llorar, sentir, vivir las existencias de personajes
construidos con pensamientos en otros idiomas, ponernos detrás de ojos que son ajenos y a la vez
semejantes y develar nuevos territorios en la cartografía de nuestras almas es, de cabo a rabo,
digna de un artefacto de expresión masiva.

En una sola película, incluso después de dejar a un lado el aspecto cinematográfico (ejercicio
complicado para el cinéfilo, que ha contener un poco la rienda de sus pasiones), la profusión de
información que podemos extraer es formidable. Desde la escala de valores y virtudes celebrados
por un pueblo, sus instituciones, la salud y naturaleza de su sociedad, los funcionamientos de su
psicología, su mirada hacia la legalidad, la construcción de su humor y de su tragedia, estereotipos
sociales, tendencias estéticas, y tantas otras categorías dignas de antología académica.

Pasado por alto el hecho de que el autor de este texto no se encuentra de momento acreditado
para ejercer con un respaldo formal cualquier interpretación especializada de los subtextos que el
cine de esta temporada en el FICM pudieran haber contenido, queda sin embargo libre el ejercicio
de la interpretación subjetiva del crítico cinematográfico, periodista y autor de crónica cinéfila.

Se puede decir por ejemplo de la situación en la unión europea con La Fille Inconnue y I, Daniel
Blake, que uno de los retos más grandes enfrentados actualmente en el primer mundo occidental
es la harto fragmentada identidad social que tienen pueblos heterogéneos donde muy diversas
etnias, nacionalidades, religiones y demás idiosincrasias coexisten diariamente, además de la
dificultad de esta heterogeneidad para adaptarse a sistemas de un Estado que administra a la
población como si de mercancía o ganado se tratara. E.g. El sistema británico (Ver: BREXIT) de
salud.

Daniel Blake es un hombre sencillo, conoce el valor del trabajo duro y bien hecho, es un carpintero
talentoso que trata a todos a su alrededor con respeto y dignidad, es viudo y recientemente tuvo
un ataque cardiaco. Acompañamos a este hombre, admirable y carismático, en una odisea que
debe travesar para restablecerse en los mecanismos de empleo y desempleo de su país, reino
incontestado de la burocracia miope. En esta comunidad, los humanos tan diversos entre sí
parecen tratarse con alguna medida de dignidad, totalmente ausente cuando cualquiera de ellos
confronta a alguien detrás de un escritorio. Este drama humano nos cuenta con toda sensibilidad y
sutileza una aproximación bastante verosímil a una de las principales causas para el desahucio de
ciudadanos que pasan de la vida cotidiana al desahucio, epidemia del capitalismo y problemática
central en Europa a la que se suman las migraciones masivas.

Los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne, por su parte, han dedicado sus últimas dos películas a
personajes femeninos que deben encontrar algún vigor interno para enfrentarse al mundo y peor
aún, a sí mismas. Donde 2 días, 1 noche hace una radiografía de la clase media trabajadora
francesa, a lo largo de una excursión que nuestra protagonista (Marion Cotillard) debe hacer para
convencer a sus colegas de votar por permitirle recuperar su trabajo, La Chica Desconocida nos
lleva de lo doméstico y laboral a una confrontación con la legalidad, a conocer las vulnerabilidades
del género femenino ante la sociedad y denunciar la violencia hacia la mujer (estos directores
belgas son muy lúcidamente feministas).

Y ¿En cuanto a México? Pocos países actualmente saben tanto sobre la violencia hacia la mujer
como México, país capital en números de feminicidio y trata de blancas. Nuestra sociedad,
construye una escala de valores llena de contradicciones, donde por un lado nos sentimos
justificados de juzgar con superioridad la opresión a la mujer islámica o india, como si sus
realidades fueran peores que en esta sociedad nuestra donde la violencia sexual se encuentra
dentro de casa, a la vuelta de cada esquina. Tan lejana de la cultura musulmana en su transgresión
de los derechos humanos y el trato digno no debe estar la nuestra, que hace espectáculo de la
homosexualidad de figuras de prominencia, pero por el otro lado organiza marchas monumentales
en manifestación contra el matrimonio y la adopción de personas con sexualidad diversa.

La lista de insatisfacciones que el pueblo mexicano tiene con su realidad es bastante larga.
Hablamos sobre corrupción administrativa, machismo, mísera gestión cultural, alertargado
sistema educativo. De que la violencia social, sexual, criminal, religiosa, familiar o de cualquier
especie es parte de nuestras noticias de cada día. Sin embargo, ya sea por costumbre o
conductismo, la oposición a estas situaciones en nuestro país, lejos de ser el clamor generalizado
que sería necesario para la corrección o mejor dicho sanación, se ha vuelto más bien un discurso
del que la población inconsciente hace mofa.

Es tan crítico el punto de represión sexual e hipocresía social al que llega nuestro país, que uno
tras otro, directores de cine mexicano, este año en competencia, abordan el tema desde sus
respectivos estilos, en una voz compartida que nadie pudo haber orquestado. Es que más bien,
son los cineastas el pararrayos donde la psique mexicana culmina el ímpetu de sus pecados y su
violencia.

Amat Escalante, Bárbara Ochoa Castañeda, Carlos Enderle, Emiliano Rocha Minter y Claudia Sainte
Luce, todos ellos directores mexicanos cuyo cine este autor tuvo la oportunidad de apreciar en el
marco del FICM 2016, tuvieron la coincidencia de abordar más o menos las mismas temáticas, eso
sí, cada quién desde su muy particular óptica creativa.

La Región Salvaje de Amat Escalante, rindiendo un poco de tributo a directores como Darío
Argento y Andrzej Żuławski, presenta un planteamiento sustentado levemente sobre la ciencia
ficción, pero hace todo lo posible por vibrar verosimilitud al retratar los prejuicios del machismo y
el dogma católico hacia la sexualidad, la transmisión del odio de padres a hijos, la cancerígena
escala de valores sostenida por algunos miembros de la generación de nuestros abuelos, y la
naturaleza monstruosa que nuestras bajas pasiones dadas rienda suelta pueden tomar.

También en el lado estridente del espectro cinematográfico, se encuentra la cinta Tenemos la


Carne de Emiliano Rocha Minter. Creada desde la perspectiva del artista que se obsesiona con la
forma hasta el punto de fingir demencia cuando se le cuestiona al respecto del fondo.

Tenemos la Carne parece decir más de lo que el mismo cuerpo creativo que la produjo está
dispuesto a admitir, o tal vez simplemente las dimensiones de su mensaje superan la capacidad de
abstracción de un director que describe su cinta sobre incesto y sexo explícito como “parecida a
Cantinflas”.

Sea cual sea el propósito de la cinta, el contenido parece ser, la experiencia compartida de tres
individuos sin hogar, los cuales construyen una cueva dentro de un edificio en ruinas, la cuál
después habrán de habitar llenando a diario su espacio con orgias, juegos sexuales bañados en
sangre y carne en descomposición.

Si las sensibilidades del espectador son capaces de soportar la estética de lo grotesco en la


sexualidad mexicana, que incluye planos de detalle sobre genitales masculinos y femeninos; más
importante aún, si sus capacidades de abstracción de mensaje no se dejan engañar por el
fraudulento “Esta película no es para entenderse” del cineasta que al decirlo probablemente solo
busca controversia, saltará a la vista un reflejo de la retorcida atmósfera que nuestra sociedad tan
sexualmente reprimida construye en su subconsciente. También es posible por supuesto que
algún nivel de iluminación creativo hayan alcanzado en su inmersión colectiva al mundo del
surrealismo cinematográfico los miembros de esta cinta tan abierta a la libre interpretación.

Finalmente, desde una perspectiva menos incisiva, menos flagrante en su uso del estilo visual, las
directoras mexicanas Bárbara Ochoa y Claudia Sainte-luce demuestran que la visión femenina en
el cine, dotada de una sensibilidad distinta a la de sus contrapartes masculinos, no por eso deja de
ser igual de lúcida en su entendimiento de las problemáticas de la sociedad en México.

Mientras que Tiempo sin Pulso de Ochoa gira alrededor de la tensión sexual de un joven y las
cicatrices que comparten él y su familia tras la pérdida de un ser querido, Sainte-Luce decide
contarnos un cuento más personal sobre una mujer que se verá forzada a reconectar con su padre
después de años de distancia, tras enterarse de un diagnóstico de enfermedad degenerativa. El
protagonista de Bárbara huye de su propia sexualidad como síntoma de su depresión post
traumática mientras que la mujer principal de La Caja Vacía (interpretada por la misma Claudia) se
ve imposibilitada por sus propias barreras para conectar con hombres interesados realmente en su
persona y no solo en un encuentro sexual. (Aparecen aquí referentes como Ida y los Hermanos
Dardenne, citados por Ochoa como influencias).

Las realidades que México, o a fin de cuentas cualquier país tiene que confrontar en su búsqueda
del desarrollo como sociedad, son infinitamente complejas, diversas como la topografía de su
pueblo y cambiantes como la vida misma. Sin embargo, hoy, este año, aquella que parece producir
la mayor inquietud en los cineastas que se alimentan de lo real para construir sus ficciones parece
estar plantada en un tema compartido, hasta el punto en que el cine mexicano de esta selección
de festival (por lo menos en tanto este autor tuvo la oportunidad de escucharlo) alza una voz
multitudinaria que voltea a ver los abusos sexuales, la normalización del machismo, la
prolongación de escalas de valores que juzgan los hábitos románticos de los individuos y dice con
claridad y cierta premura: “Aquí hay un problema. Basta, por favor.”

Capítulo 5

La ciudad más allá de la festividad.


Una noche, en un momento más cercano a nuestra fecha de regreso que al inicio del festival,
tuvimos la oportunidad accidental de ver y escuchar más de nuestra sede de festival que lo que su
centro histórico puede decir, incluso después de haberle sumado a su discurso la trabajadora
belleza que la buena gestión cultural/turística pueden aportar.
Durante el día, el sol flota sobre el aire, suspendido en una temperatura que sólo se vuelve
demasiado cuando llevas mucha prisa. El camino dentro de la zona más antigua de la ciudad está
decorado a todos sus alrededores por sinnúmeros de tiendas y locales, todos ellos cuidadosos, no
importa si venden ropa, bisutería, electrónica, alimentos, mezcal, de respetar el color original de la
fachada del edificio, al igual que su diseño interior. Los paseantes locales, discurren por las sólidas
calles, haciendo poco ruido y conversando frecuentemente en voz privada. Y el ruido del trajín del
día, aunque nutrido por los ires y venires de la gente, se mantiene dentro de un rango más bien
discreto, estando ausentes los pesados motores de los camiones urbanos y siendo mal vista la
contaminación auditiva que algunos negocios rebeldes arrojan a la calle con bocinas a su máximo
volumen.

Pasada la mayor parte del día, acercándose el reloj a la hora en que la oscuridad comienza a reptar
desde el horizonte lejano, poco a poco el tumulto se libera y los transeúntes se retiran a sus
hogares, dejando lugar a otros andantes con atuendos de noche, que acudirán probablemente a
los portales, bares o demás instituciones de espíritus nocturnos que se asoman a intervalos
irregulares pero frecuentes por la red de callejuelas.

Es en esta hora, aproximadamente a las 7 PM cuando comienza nuestra excursión. El trayecto


hasta la central de autobuses desde la Plaza de Armas, donde se alza imponente el volumen de la
catedral, hace necesario el traslado en rutas de combi de pasajeros.

La oportunidad nos entrega a un recorrido por las calles externas de Morelia. Diferentes
transbordos nos llevan a circunscribir un segmento del contorno de la ciudad, dejamos atrás las
canteras rosas y comenzamos a observar una cartografía uniforme, donde los caseríos y negocios
de menor interés turístico parecen ser la única presencia arquitectónica. Las avenidas se vuelven
de concreto y el color gris retoma su papel predominante en la paleta de colores del panorama
urbano. Entre el flujo continuo del tránsito, las camionetas patrulleras de cuerpos policiales se
hacen ver casi en cada esquina, y los marchantes, que tanto abundaban alrededor del centro se
vuelven cada vez más escasos.

A cada ruta que abordamos, cuyos colores van desde los primarios hasta el guinda, coral y otros
tonos de mucha menos popularidad, ascienden y descienden decenas de personas que parecen
ajenas a toda actividad más allá del interior de sus propias mentes. Al igual que en las calles,
donde la costumbre de la privacidad en las conversaciones parece mantener a todos en el
volumen más discreto, los vehículos públicos se sienten como espacios antes para la silenciosa
contemplación de la existencia que para la amenidad de la charla. Tan irrelevantes como parecen
estos detalles, este cronista no puede más que hacer mención de ellos, pues si el México de hoy,
tan asolado por la violencia y la desigualdad social puede tener entre sus entidades alguna cuyo
nombre cargue el peso de representar estas situaciones, será Michoacán uno de los primeros
nombres que cualquier lector de prensa atinará a mencionar.

Si bien la cultura del narco está viva y presente en cada selección musical de todos los transportes
públicos que abordamos durante nuestra estancia, por no mencionar las teleseries realizadas por
múltiples productoras que tienen harta publicidad callejera, es en las personas (habitantes de la
realidad que las pantallas mexicanas sueñan con retratar, o interpretar desde la infinita libertad de
la creatividad) y en sus conductas dentro del papel de humanos que dan población a este
territorio, en donde estos ojos y oídos foráneos intentaron detectar la forma adoptada por los
habitantes para relacionarse con el lado más salvaje de su tierra.

Se nota la puntualidad con la que las viviendas comienzan a cerrarse y las visitas a retirarse
moderadamente antes de bajar la luz del sol, la presencia ubicua de oficiales de seguridad
armados, y la manera cortante, comprimida con que las personas responden a quienes
desconocen. Las señales en donde este observador imagina reconocer el reflejo de las
circunstancias que operan en esta ciudad aparecen una tras otra.

“(…) Pero ahora tú te ves mucho mejor. Cuando yo te conocí te veías mucho más ruco, fue hasta
que te dejaste de juntar con ellos y meterte todas esas cosas que te empezaste a componer”

Él mide aproximadamente 1 metro y 90 centímetros, a juzgar por la manera en que sus piernas se
extendían dentro del vehículo después de haberse sentado. Su brazo izquierdo rodea los hombros
de su pareja, una mujer más bien corta en estatura, ambos tienen la piel cobriza y atuendos sin
manga que denotaban en ella, una apariencia casual y en él, un deber corporal que todos los que
visten la historia de sus vidas en la forma de una acumulación de tatuajes sobre la piel podrán
entender. Que la tinta es para mostrarse, vaya, y diversas figuras de santos y cruces con nombres
se asomaban sobre el cuerpo del varón.

Esta pareja guarda entre si un diálogo insoluto, sostenido sin discreciones hacia quién pudiera
estar (como este autor) prestando atención a un tema que pareciera estar involucrado en algún
nivel con el lado oscuro de las sustancias en el país. Sin embargo el temperamento de ambos
expresa resignación empática. Él, desde su forma resignada de abrazar a su acompañante con
extremidades gruesas y trabajadas con ejercicios de pesas, breves comentarios humorísticos, ella,
elogiando su naturaleza pacífica y la fortuna de que su cambio de hábitos le permitan estar ahora
sano.
“(..) Sí, me dijeron que ya el otro día se murió, lo encontraron en su casa” – “Sí pues es lo que pasa
porque se meten todas esas cosas, yo a él siempre lo veía con el perico, todos esos que están ahí
se la pasan con eso, y todavía que fuera mota o algo pero no”

Sus voces son moderadamente elevadas, lo suficiente para escucharse a la perfección dentro del
vehículo incluso por encima de los narcocorridos que pregona la bocina del conductor. Nadie más
habla y ninguna mirada se cruza dentro del transporte salvo la de ellos. Esta pareja conversa con
toda familiaridad sobre las muertes de varios conocidos los cuales parecen pertenecer a una
misma agrupación de alguna especie, varios de ellos por sustancias aunque hay mención de un
individuo del que simplemente hace tiempo que no oían nada.

Cuando las calles que transita la Ruta Roja 1 nos conducen de vuelta hacia las calles del centro, la
atmósfera comienza a percibirse mejor iluminada y la vida nocturna regresa un poco de volumen a
las voces de la gente que por tanto tiempo habían parecido tan silenciosas. En esta entidad donde
los medios han empleado el término “estado fallido” para describir las circunstancias sanguinarias
en que se estima que no hubo un solo ayuntamiento sin nexos con el crimen organizado durante
el sexenio pasado, la vida sigue. Como ha de seguir probablemente. Mientras, las conductas
diarias y las situaciones cotidianas antojan una cicatriz sobre cuyo relieve el día a día continúa.

“No puedo creer que haya llegado a esto, me duele en el alma y me siento muy ofendida (…)”
comparte su dolor al teléfono una mujer madura en uno de los pocos diálogos que cruzamos
donde el tema no es la inmediatez o la vida cotidiana a lo largo de este recorrido.

Resulta irresistible para este testigo el preguntarse pues, cuántas de estas caras que se siguen
unas a otras ante nosotros durante este trayecto, habrán de disfrutar el pisar una sala de cine, si
tomarán parte de los hábitos artísticos/culturales de su ciudad, si sentarse frente a una ficción
proyectada en 2 dimensiones tendrá en estas vidas únicas algún papel, o si pudieran de ella
extraer algún placer, algún alivio, algún crecimiento, alguna dicha.

Recuerda la opinión repetida y cotidiana, dentro y fuera del FICM, entre artistas y cinéfilos y
gestores y lectores y teatreros y promotores de la creatividad como beneficio universal: Es
necesario formar público, pero ¿quién dará a estos habitantes del anonimato social las habilidades
críticas y la información que constituye al público que deseamos? Silencio incómodo. Problemática
equiparable a tantas otras averías sistémicas del organismo mexicano.
Los bares y negocios nocturnos alumbran la sección más transitada de la avenida Madero, que
atraviesa diametralmente la ciudad. Alrededor, tantos más responden desde los tejados mediante
bocinas y sus propulsiones sónicas, sirven mezcal y pulque a los paseantes en una variedad
deliciosa de combinaciones que cada carta nombra a su placer. El día de mañana asistiremos a
más funciones internacionales de la selección del festival.

Desde el centro de La Ciudad de las Rosas, vemos que estas flores no denotan mucho su
presencia, sin embargo igual o mayor belleza tendrá la flor del agave. Semejante a la ciudad sede
de nuestro festival, ofrecedora de una flor nutrida de arte y cultura que discurre en la sangre del
antiguo imperio purépecha, sostenida por las tradiciones de sus pueblos y su abrazo firme a las
artes, aunque parezca inhóspitamente rodeada de espinas, como planta de desierto y despida ese
intoxicante aroma de aguamiel.

Capítulo 6

Un último recuento, y despedida.


¿Y usted a qué viene, es de fuera, no?

– Sí, vine a ver cine. Bueno, el cine que se presenta en el festival.

Ah ey, sí había oído de que hacían eso el de que ponen las películas, ¿no?

-Exacto, estamos haciendo trabajo de prensa.

Oh ya, ya… yo la verdad, nunca he ido a ver algo de eso, pero pues es que a una qué le va a decir
eso, si ni lo entendemos.

María Hortensia y Martha Inés atienden desde hace años en esta pequeña fonda de comida
corrida ubicada a 3 cuadras del Cinépolis Morelia Centro, donde tienen lugar una buena parte de
los eventos de alfombra roja, galas y proyecciones especiales del Festival Internacional de Cine de
Morelia. Mismo que en estos años de vecindad ha sido tan relevante en sus vidas como lo sería
saber el número de minutos de programación televisiva que son emitidos mientras duermen.
-Bueno, yo le recomiendo que si quiere darse la oportunidad, lo tome como un juego de azar.
Escoja una función a la que pueda ir y la suerte dirá si le toca algo a su gusto o no. Mínimo le
garantizo que será algo interesante.

Ire usted… puede ser.

El autor se despide de estas mujeres que regresan a su charla cotidiana 10 minutos antes de iniciar
la siguiente función del itinerario.

Todavía meditando la conversación anterior, repasamos los títulos de las funciones


internacionales, selección de interés prioritario para el espectador que busca la oportunidad a
veces única de ver muchas de estas cintas en la pantalla grande. La mayor parte de la cartelera
invitada desde Cannes, Berlín, Venecia o cualquier país ajeno al modelo de distribución
norteamericano tendrán una presencia casi nula en las salas de proyección ordinarias, que rara vez
se llenan cuando las hay.

Sin embargo aquí las funciones se encuentran siempre abarrotadas, las filas de espera detrás de
los estrenos más esperados del programa serpentean ensortijadas para acomodar a las multitudes
que se comienzan a regar hacia las escalinatas exteriores de la sala. Las líneas trazadas con
alfombras y postes de unifilas reducen el espacio para circular y los gritos exorbitados de mujeres
impacientes por ver a los talentos-objeto de su admiración inundan el aire. Las voces a todo
derredor emplean una bolsa de vocabulario común, donde “película” “director” y las frases “ya vi”
o “has visto” se granjean los puestos más solicitados.

Durante la proyección la sala entera guarda silencio. A excepción de los llantos sincronizados
detonados por algunas de las escenas más conmovedoras, las voces de la audiencia reservan su
exaltación hasta el final del metraje. Al terminar la función y ser la sala de nuevo inundada por la
luz que desparraman los focos alrededor es que las diferencias entre una función cotidiana y una
de festival comienzan realmente a notarse. Resuenan aplausos, y decenas de cámaras descienden
al pie de las escaleras. El personal del festival comienza entonces a ensamblar el podio, preparar el
equipo, y la audiencia aguarda (la carga emotiva con que esto ocurre varía dependiendo de la
proyección recién apreciada).
Es este a grandes rasgos el procedimiento habitual para una función que contará con la presencia
de un talento invitado. Y si bien los invitados presentes no son siempre los que más ansiamos
conocer (especialmente si asistes a las funciones de cine extranjero) lo cierto es que nunca deja de
ser interesante tener la oportunidad de escuchar las ideas de un creador de su viva voz. Este año
el rompecabezas de nuestro itinerario nos lleva a estar presentes ante varios creadores tras la
proyección de sus trabajos o en discusión sobre los mismo, y se complementa de este modo tan
valioso para el crítico la experiencia de apreciar una película, pues es privilegio del profesional de
cine el tener como referencia las palabras empleadas por el autor del cine que se ha de criticar.

Cada cineasta se desenvuelve ante la audiencia y la prensa con tanta soltura como su personalidad
les permite. Desde el lenguaje corporal hasta la forma de responder los cuestionamientos, así
como las vestimentas y la compañía con quien suben al podio, cada autor dice con su carne y sus
palabras tanto sobre sí mismos como el cine que han filmado.

Es así que Demián Bichir, quien desde hace años forma parte de la lista de actores mexicanos con
relevancia internacional, presenta su primer trabajo como director en la forma de la cinta Un
Cuento de Circo & a Love Song. Su postura abierta, de pie frente al público, y forma sencilla de
expresar sus ideas le hacen resaltar como un hombre inteligente y su compromiso social se hace
evidente más tarde cuando donara los $200mil pesos del Premio Cuervo a los padres de los 43 de
Ayotzinapa.

Durante el evento de premiación en el teatro, una mujer de vestimenta humilde se cuela en la sala
y suplica a los que se sientan hasta el frente el arrojar unas flores que ella trae consigo a los pies
del actor, a quien no parece poder mencionar por su nombre.

Bichir no deja pasar aquí la oportunidad de mencionar alguna de sus inspiraciones cinéfilas como
director, y deja con esto una impresión digna de respeto, pues demuestra una cualidad que tantos
otros cineastas carecen (incluso en este mismo festival): La capacidad para reconocer a sus
influencias, en este caso, Luchino Visconti.

Desde su asiento al frente de la sala de proyección, Amat Escalante, acompañado por 6 o 7


miembros de su reparto y producción, se ve en contraste con la calma afable de Bichir
demostrando el nerviosismo del autor que no domina aún las arañas que reptan en su estómago
cuando se encuentra frente a prensa. Sus acompañantes escuchan mientras Escalante debe
justificar la crudeza de sus imágenes ante un público cuya falta de referencias cinematográficas ha
dejado vulnerable a una densa incertidumbre, posterior a la apreciación de su película. “Sí, Andrzej
Zulawski, quien murió este año, tiene incluso un agradecimiento al final de la película” Responde a
quien identificó correctamente a la criatura de Possession, que tiene aparición en La Región
Salvaje.

“Es que sí está muy chido todo, pero ¿por qué? ¿Por qué mete esas cosas a la historia? No
entiendo” expresa una chica a quien la experiencia de la película dejó por demás insatisfecha,
mientras múltiples voces entre la audiencia se preguntan una y otra vez sus interpretaciones de lo
que acaban de ver.

“Esta película no es para que la entiendas” Dice Noé Hernández, actor principal de Tenemos la
Carne de Emiliano Rocha Minter. “Esta película es el sueño de un priísta (…) Es una comedia, es
para que te rías, yo la compararía con Cantinflas” Apunta el mismo Minter cuando se le pregunta
sobre las referencias estéticas o cinematográficas de su película. Queda aquí aclarado el contraste
entre el autor que acepta sus influencias y respeta la crítica en su labor indispensable de
interpretar al artista, y aquel para quien la negativa al díalogo refleja alguna especie de falsa
superioridad intelectual.

No es Minter, ni de lejos, el único cineasta en negarse a la discusión de sus influencias o las


premisas de su trabajo. El mismo Xavier Dolan, ganador más de 4 veces consecutivas de
galardones en Cannes a sus 27 años, ha tenido dificultades en el pasado para admitir que de hecho
hay nombres de directores quienes sirvieron a su inspiración (Michael Haneke por ejemplo). Este
mismo director canadiense trae a nuestras pantallas este año su cinta Solo el Fin del Mundo, un
trabajo irregular que devela los límites del talento nato, y las carencias de un director que no se ha
dado la oportunidad de madurar emocionalmente.

Contraste evidente con la cinta de Asghar Farhadi, director iraní que también formó parte de
nuestra selección internacional de este festival. Su película El Vendedor marca una culminación
entre la identidad cultural de su país y el estilo de un autor que ha pulido sus habilidades con cada
nueva cinta bajo su dirección.

SI bien, es Irán un territorio cuyo cine no tiene amplias redes de distribución, ni cuenta con una
popularidad significativa en países como el nuestro o cualquier otro probablemente, su
cinematografía sin embargo no deja de ser buscada y admirada por cinéfilos de todas partes del
mundo. Así como cada director refleja las inquietudes de su espíritu en el cine que realiza o las
inseguridades de su corazón cuando se sientan frente a la prensa, cada país hace de su cine un
discurso con el que se presenta ante el resto del mundo.

Sería entonces la de Irán una voz escueta, digna y llena de un sufrimiento sumiso, tal vez teñido de
cálida fé. Si pintamos de esta manera a las ideologías de los países a partir de su cine, sus
festivales, su gestión, tendríamos que mencionar el encuentro entre organizadores de Francia
(Quincena de realizadores de Cannes), Canadá (Festival Internacional de Cine de Toronto) y
Alemania (Berlinale).

La observación es más sencilla de lo que parece: Todos los representantes hablan español, pero
solo la española (correspondiente a Berlin) logra comunicar significados completos. Cannes parece
tener tan poco entusiasmo por estar presente que sus respuestas suelen quedar incompletas,
Toronto, atenta y amena, intenta inteligir algunas frases del habla latinoamericana, pero es
ignorada por el moderador salvo para hacer algún chiste a costa suya, Berlin expresa con una
claridad mecánica cada punto que aborda. Ninguno de ellos cita cine Mexicano (si acaso algunos
cineastas cuya labor hace tiempo que realizan en el extranjero, originarios de México). Ninguno
dice nada que no pueda averiguarse leyendo en Wikipedia sobre su festival.

Se vuelve entonces evidente un detalle que estuvo presente desde el inicio de este y no solo de
este sino de cualquier festival de cine del mundo. Nada imposible de adivinar, de hecho
finalmente bastante deducible: Cada festival adquiere la identidad e ideología del territorio y la
cultura en que se construyen, más aún, el Cine, ese que se escribe con C mayúscula, está aún en
una esquina aparte de la población general, diferente de los grupos semi-especializados que se
suelen congregar en los encuentros especiales.

A gran escala, pareciera que varios de estos festivales internacionales no se dan abasto para
apreciar toda la diversidad cinematográfica existente. A menor escala, el buen Cine nacional, o
internacional, es por demás invisible para la mayoría de los mexicanos. Dicho esto, vale la pena
mencionar que un buen festival de cine nunca estará de más, si acaso, será indispensable que
estos sigan creciendo en sus alcances y capacidades de integración.

Cuando preguntamos a la directora Claudia Sainte-Luce su opinión al respecto de estas


desventajas para los cineastas nacionales deseosos llevar un discurso con contenido en sus
películas. Se mostró de acuerdo en que la labor de formación de públicos se encuentra por mucho
desatendida, la cual deberá cobrar importancia social; sin embargo su negativa fue clara: “Yo hago
cine en México, y no tengo ninguna intención de irme a trabajar a otro país”.

Horas antes, la directora veracruzana ascendía al frente de la sala en compañía de nadie. Su


presencia más que suficiente para llenar la mesa, a diferencia de todas los demás talentos
invitados de este FICM 2016, quienes se hacían acompañar de reparto, guionista y hasta
productores en sus respectivas sesiones de prensa. Menciona a Lucrecia Martel como influencia y
sincera con sus entrevistadores algunos detalles acerca de su crecimiento personal en la filmación
de La Caja Vacía, su cinta actual del festival.

Hacia el final de nuestro tiempo de asistencia en este evento, los nombres que se nos escapan y
los que alcanzamos a presenciar se van sumando. Perdemos la oportunidad de escuchar a Audrey
Tatou y a Willem Dafoe quienes arriban más tarde que lo que podemos permitirnos restar aquí,
pero nos divertimos con las declaraciones de Casey Affleck, quien promete nunca volver a trabajar
con su hermano.

Poco a poco, las más de 10 películas que conforman nuestra selección FICM 2016, llegan a su final
y nos debemos despedir de la habitación Aranza, que nos alojó durante una semana en este
hostal, clavado en el corazón de La Ciudad de las Rosas.

Un último vistazo a las arterias viales de esta urbe nos muestra, como cada día, un flujo continuo
de caminantes que recorren su territorio una de tantas veces más. La mente humana, dada su
naturaleza infinita, hace imposible imaginar la cantidad de historias que existen dentro de tan
distintas cabezas, que habitan como nosotros un país de alegrías y tragedias. Las antiguas calles
tatuadas con modernos aerosoles cuentan una historia más profunda, violenta y humana que
cualquiera que pudiera llenar las pantallas de un cine.

La realidad, como mecanismo de reloj, da rienda suelta a sus engranes, indiferente a cuantas de
nuestras vidas exprima en el rotar de su maquinaria. El repiqueteo del tiempo continúa diciendo
“tic toc” y nos invita a encontrar la respuesta de tantas preguntas inconclusas que el amor al cine
deja en nuestro interior. Llegará tal vez el día en que todo individuo sea realmente libre, y
entonces cada verdad será única e indisputable. Mientras tanto, el cine seguirá siendo un espejo,
que refleje lo más horrible de nuestros pecados, lo más hermoso de nuestras fantasías.

León Schwartz
https://www.artdinarymag.com/cine

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