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Evangelio en tiempos de pandemia

Ciclo A.

P. Nelson Chávez Díaz


Párroco san Juan Bautista – Curicó.

Mateo 10, 24-33.

1. En este evangelio de hoy siguen las recomendaciones del Señor Jesús a sus
discípulos; en primer lugar todo discípulo de Jesús está unido en una comunidad
de destino con su Maestro de tal suerte que lo que le pase al Maestro también lo
va a sufrir su discípulo; se trata de comprender que no se puede ser discípulo del
Señor Jesús sin cargar la cruz del rechazo y el insulto. Sin embargo, la primera
reacción ante la persecución y el rechazo será el miedo; ¿ante qué o quiénes se
sienten atemorizados los discípulos? Ante el escándalo que provoca la verdad
desnuda. Así como Jesús descubrió la hipocresía de los fariseos y los intereses
económicos de la clase sacerdotal y se ganó su odio y rechazo que lo llevó
finalmente a la muerte, los discípulos no han de temer decir la verdad porque, al
igual que su Maestro, deben actuar con la más soberana libertad interior; pero
tampoco han de temer a la misma muerte corporal ya que, finalmente, existe una
vida más allá de la muerte; el verdadero temor proviene entonces de perder la
vida eterna. En la parte final del evangelio Jesús plantea que Dios Padre es
providente, es decir, cuida y protege de toda la creación y, en especial, de los
hombres.
2. En estos tiempos de pandemia, ¿cuál es nuestro mayor temor? ¿Contagiarse
con el coronavirus y contagiar a nuestros familiares? ¿Contagiarse y morir?
¿Inseguridad y temor por la familia al quedar sin trabajo? Ciertamente son temores
reales pero, como puede apreciarse, son temores por aquello que “nos podría
sobrevenir” en un posible futuro; la trampa del temor es siempre la “expectación
anticipada y el presentimiento del peligro”. Ahora bien, en el ámbito de la
experiencia de seguimiento del Señor, Jesús es bastante realista ya que les
advierte a su discípulos de entrada que ante el anuncio del mensaje van a
encontrar rechazo y sufrimiento; es que la fe en Jesucristo no elimina el temor ni la
angustia; al contrario, Jesús nos invita a dar un paso de confianza y a no dejarnos
paralizar por el miedo. Se trata de acoger la invitación del Señor para asumir con
valentía nuestros miedos y así transformarlos en una fuerza que nos termine
liberando; las palabras del evangelio de hoy nos invitan a confiar en un Padre
providente que no nos deja solos ni nos abandona sino que nos cuida y se
preocupa de nosotros; tal vez la pregunta que hoy nos ronda como un grito de
protesta legítimo ante la adversidad y ante esta situación de peligro que estamos
viviendo sea interrogarnos diciendo y diciéndonos: ¿Dónde está Dios? ¿Qué hace
Dios por aliviar el sufrimiento de los que más sufren? Desde luego no somos Dios
para conocer sus pensamientos ni menos sus planes; lo que sí podemos afirmar
es que nuestro Dios ha enviado a su Hijo Jesucristo para colocarse del lado del
débil y para compartir, en carne propia, el sufrimiento y la muerte de todos los
hombres y mujeres. Nuestro Padre Dios se conmueve con nuestro sufrimiento y,
ante él, también actúa desde la impotencia activa del amor y de la misericordia.

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