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TELEVICIÓN

Mi cuñadita estaba trabajando. Trabajaba tanto… Alrededor de las nueve de la


noche se oía el ruido de su llavero junto a la puerta, el clic-clic-clic en la
cerradura.

-¡Papiiiiitu! Ya llegó tu malle…

Su papito rara vez la tomaba en cuenta. A papito sólo le interesaba comer y


tener un lecho caliente para las horas del sueño.

-Tu malle viene de tabajall…

Nunca se tomaba la molestia de saludarnos. Entraba mirando hacia el suelo,


jorobada con el peso del mochilón que llevaba en la espalda. La ejecutiva
parecía más una chamaquita de primaria –con un cierto aire rural—;
prácticamente cargaba más peso que el suyo… Una especie de tameme.

Trabajaba tanto… todos los días tenía que mencionar que ella-trabajaba-mucho.
Su horario no tenía nada de sorprendente. Pero era tanto lo que trabajaba que
–al parecer- eso le confería la obligación de gastar todo su tiempo libre –
siempre que no tuviera una “cita”- frente al televisor; el televisor que yo la había
regalado a sus hermana.

-¡Papito! Mi vida, mi amor, mi cielo…

Una vez que estaba ahí, no había manera de dejar de escuchar su voz hasta el
momento en que se quedaba dormida. Antes de que eso ocurriera, la licenciada
ponía una colcha sobre el piso –frente al televisor- y se sentaba encima, con las
piernas estiradas, la boca abierta, el frasco de barniz en una mano y el bote de
acetona en la otra. Entre toque y toque de barniz y acetona, cambiaba de un
canal a otro. Daba la impresión de estar viendo dos o tres programas al mismo
tiempo; cada vez que había un comercial se iba a otro canal. La hermana –si no
estaba entretenida con lo que la otra estaba mirando- se dedicaba caminar por
toda la habitación, como esforzándose en hacer todo el ruido posible, descalza.
No soportaba mucho mantener los pies dentro de ningún tipo de calzado. Yo
sabía que existía una oscura relación entre esa manía y su aversión a los
preservativos.

-¿Ya viste, mo? –preguntaba a su hermana, fingiendo voz de niña- ¡Es bons!

-Sí, Laica, ya vi –le respondía la otra, furiosa.

Nunca llegué a saber el motivo real de ese odio que se dispensaban


mutuamente la mayor parte del tiempo y que se manifestaba de la nada. Podían
estar como buenas amiguitas, riéndose de alguna bobada televisiva o de los
religiosos pero, de pronto, a causa de cualquier comentario o palabra,
empezaban con su drama. CONEXIÓN Supongo que “mo” tenía algún
significado en su secreto dialecto.

Entonces la licenciada, noche a noche hacía ese tremendo despliegue de


inteligencia pintándose las uñas, agasajando a papito, disfrutando de bons, la
reina del sur, no te lo pongas, alguna película de vampiros o una mexicana de
charros… y mientras hacía todo eso, podía mantener la boca abierta, y mover (al
parecer involuntariamente) músculos de diversas partes del cuerpo. Me refiero a
que, una vez frente al tata-tele, empezaba a sacudirse como las vacas y los
caballos lo hacen cuando beben agua. CONEXIÓN

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