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TELEVICIÓN
TELEVICIÓN
Trabajaba tanto… todos los días tenía que mencionar que ella-trabajaba-mucho.
Su horario no tenía nada de sorprendente. Pero era tanto lo que trabajaba que
–al parecer- eso le confería la obligación de gastar todo su tiempo libre –
siempre que no tuviera una “cita”- frente al televisor; el televisor que yo la había
regalado a sus hermana.
Una vez que estaba ahí, no había manera de dejar de escuchar su voz hasta el
momento en que se quedaba dormida. Antes de que eso ocurriera, la licenciada
ponía una colcha sobre el piso –frente al televisor- y se sentaba encima, con las
piernas estiradas, la boca abierta, el frasco de barniz en una mano y el bote de
acetona en la otra. Entre toque y toque de barniz y acetona, cambiaba de un
canal a otro. Daba la impresión de estar viendo dos o tres programas al mismo
tiempo; cada vez que había un comercial se iba a otro canal. La hermana –si no
estaba entretenida con lo que la otra estaba mirando- se dedicaba caminar por
toda la habitación, como esforzándose en hacer todo el ruido posible, descalza.
No soportaba mucho mantener los pies dentro de ningún tipo de calzado. Yo
sabía que existía una oscura relación entre esa manía y su aversión a los
preservativos.
-¿Ya viste, mo? –preguntaba a su hermana, fingiendo voz de niña- ¡Es bons!