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CapfruLo 12 EL MARXISMO EN EL SIGLO XX. I: DESNATURALIZACION Y DOGMATISMO La evolucién del materialismo histérico —y de la prdctica histo- riogrdfica nacida de él— entre la muerte de Engels (1895) y nues- tros dias puede considerarse enmarcada en un doble proceso de desnaturalizacién y de recuperacién. Aunque ambos aspectos son en buena medida simulténeos, ha parecido que convenfa aqui sepa- rarlos y comenzar por el que se inicié primero: la progresiva desna- turalizacién del pensamiento histérico marxista de la Segunda Inter- nacional y la fosilizacién dogmdtica del de la Tercera, culminada en el estalinismo y prolongada por las corrientes contemporineas del estructutalismo marxista. Para comprender la primera etapa de este proceso, lo que hemos calificado de desnaturalizacién, es preciso partir de un conjunto de cambios histéricos que tuvieron una fuerte influencia en la Mamada actisis del marxismo» de los afios de fines del siglo xux. El primero fue Ja situacién objetiva del capitalismo europeo, que vivid enton- ces un momento de auge, superando la crisis de las décadas prece- dentes, con lo que parecia que su previsto colapso se retrasaba indefinidamente, a la par que se vefan surgir nuevos rasgos que expli- caban esta supervivencia, como el desarrollo del capitalismo finan- ciero y la expansién imperialista. Por otra parte, el sistema parecfa estar aprendiendo a conyivir con un movimiento obrero cada vez més inclinado al economicismo sindicalista —a la obtencién inme- diata de beneficios por la via de la negociacién— y ello parecta alejar la inminencia de un choque abierto entre burguesfa y prole- tariado. El caso mds impresionante de esta desmovilizacién fue, sin EL MARXISMO EN EL SIGLO XX, I 215 oda, el de Ja Inglaterra de la segunda mitad del siglo xrx, donde desaparecié toda perspectiva de amenaza revolucionaria. Una actua- cién que combinaba sabiamente las medidas de represién con las de fntegracién —culminada con la politica de reformas del partido libe- ral a comienzos del siglo xx— permitié lograr que el movimiento sindical ms poderoso del mundo entrase decididamente por una via negociadora, con lo que las esperanzas socialistas se desvanecieron, « partit de 1895, y el terreno quedé libre para el llamado socialismo fabiano, que propugnaba una visién evolutiva de la historia —con- tra Ja de la lucha de clases de] marxismo— como base racionaliza- dora de una prictica reformista que habfa de hacer posible que el socialismo se alcanzase de manera gradual y pactfica.! Estos cambios se presentaron con caracteres singulares en Ale- mania, donde al crecimiento econémico se sumaba la modificacién de las relaciones entre gobierno y movimiento obrero, al abolirse las leyes dg Bismarck contra los socialistas ¢ iniciarse el ascenso en afiliacién y votos de la socialdemocracia. En este contexto, con un partido socialista que habfa optado por la lucha parlamentaria en lugar de por la revolucién, se produjo la discusién acerca del revi- sionismo, iniciada por Eduard Bernstein (1850-1932) con la publi- cacién, desde 1896, de una serie de artfculos sobre «Problemas del socialismo», reunidos en su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, en 1899. Bernstein defendfa la idea de un socialismo evolucionista que tomase el estado por la via parla- mentaria, «para utilizarlo como palanca de la reforma social hasta que alcance finalmente un cardcter completamente socialista», y planteaba la necesidad de revisar o abandonar determinados concep- tos fundamentales del marxismo, desde su teorfa del valor hasta la interpretacién materialista de la historia. El escdndalo que produjo el libro de Bernstein, contra el cual se alinearon la mayor parte de Jas grandes figuras de la Segunda Internacional, oculté entonces que lo tinico que habfa hecho era denunciar la necesidad de revisar la doctrina revolucionaria del marxismo para poder ajustarla coheren- temente a una préctica polftica reformista. Porque el carécter refor- mista y evolutivo del socialismo europeo en estos afios no ofrece duda alguna. Contra todas Jas indignaciones que suscité, hay que Teconocer que Bernstein tenfa razén. La concepcién de la historia de y su andlisis del capitalismo correspondfan a un proyecto social de carécter revolucionario. A un proyecto reformista, como el que 216 HISTORIA: ANALISIS DEL PASADO Y PROYECTO SOCIAL ahora se habfa adoptado, le correspond{fan una visién evolutiva de] pasado —a la manera de Ia de los fabianos, que habfan ejercido fuerte influencia sobre Bernstein— y un andlisis del capitalismo con. tempordneo que permitiese slbergar esperanzas de su transforma. cién. Y tampoco se le puede negar razén cuando pretendfa apoyarse en algunos de los textos del Engels maduro, y en especial en sus cartas acerca de la historia, que estaban destinadas, en principio, a atacar ciertas visiones esqueméticas, pero en las que podia advertirse un neto retroceso respecto de la insistencia en el papel de Ja lucha de clases? Bernstein podfa tener raz6n, pero la socialdemocracia alemana, y los partidos de Ia Segunda Internacional en su conjunto, deseaban seguir conservando los aspectos revolucionarios del marxismo como un elemento de legitimacién.* A una concepcién de Ia historia que no se discutfa, pero que tampoco se empleaba, se Je afiadfa ahora ‘una visién renovada de la critica del capitalismo, adaptada a los cam- bios que se habfan registrado en éste —capitalismo financiero y ex- pansién imperialista—, y a estas dos piezas se agregaba una practica reformista —una accién real y cotidiana, no teorizada claramente, como habfan pedido Bernstein o los fabianos, porque resultaba incom- patible con las otras piezas del sistema socialdemécrata— y una visién del socialismo como algo que habfa de alcanzarse en el porve- nir, como fruto de una evolucién en que el peso de las transforma- ciones econémicas y del avance de la conciencia de clase del prole- tariado habfan de conducir fatalmente a la liquidacién del capita- lismo. No es diffcil advertir estos rasgos en el caso de la socialde- * Gaetano Arfé nos explica que una de las razones fundamentales que decidieron a los socialistas italianos a oponerse al revisionismo de Bernstein —pese a que en estos momentos su préctica polftica no podfa ser més reformista y menos revolucionaria— fue la de evitar el descon- cierto de los afiliados. «Una cierta ortodoxia formal tiene sus razones de ser en un partido todavia joven e ideolégicamente muy diverso.», Una cosa era it actualizando y adaptando el marxismo a las circunstancias contemporfneas —y, entre ellas, a la polftica de un Turati, coherente con sus postulados de «una lenta y gradual transformacién» de la sociedad— «pero proclamar de improviso la crisis, aceptar oficialmente la superacién del marxismo, equivaldrfa a abrir en el F tido un vacto peligroso y des- truirfa aquel vinculo fidefstico que ayuda, més que ningiin otro, a man- tener unida la armazén organizativa» (Gaetano Arfé, Storia del socialismo italiano, 1892-1926, Einaudi, Turin, 19657, pp. 98-99). EL MARXISMO EN EL SIGLO Xx, I 217 mocracia alemana, donde Kautsky (1854-1938), después de haberse etigido en defensor de la ortodoxia marxista frente al revisionismo, acabé publicando un gran estudio sobre el materialismo histérico en que sostenfa que Ja concepcién materialista de Ja historia «como doctrina puramente cientifica, no esté en absoluto ligada al prole- tariado», y que, si resultaba «simpatica» a la clase obrera, ello se debfa unicamente a que en aquellos momentos servfa a sus intereses. El fruto real de Ja practica politica de la socialdemocracia va a set el de desmovilizar a las masas trabajadoras alemanas —una vez supe- radas las amenazas revolucionarias de los afios que siguieron al tér- mino de Ja primera guerra mundial—, para conducirlas a Ja tranquila colaboracién con el capitalismo, que era el Iégico corolario de sus planteamientos teéricos.* Cuando la socialdemocracia alemana aban- done el marxismo, después de la segunda guerra mundial, no habré hecho otra cosa que completar el proceso iniciado a fines del siglo xrx, dando la\zaz6n a Bernstein y liquidando lo que se habfa convertido en una mera liturgia. El programa de Bad Godesberg, de 1959. omite toda referencia a la evolucién social, para hablar unicamente de los «valores fundamentales del socialismo», que son libertad y justicia. «De ellos se deduce Ja polftica socialista en sus diversas esferas de actividad, y no del discernimiento de leyes del desarrollo histérico supuestamente inevitables.» ? Son también estos afios de trénsito de un siglo a otro aquéllos en que, por primera vez, se hace un esfuerzo para difundir a escala del movimiento obrero un pensamiento marxista que hasta entonces s6lo era conocido por muy pocos —si exceptuamos el Manifiesto comunista y algunas afirmaciones, usadas a modo de jaculatorias—. La necesidad de fijar la ortodoxia frente a la herejia revisionista reforzard aun esta tendencia a la codificacién en compendios de facil * El conformismo, que desde el principio ha hallado su comodidad n la socialdemocracia, no se refiere sélo a sus técticas politicas, sino tam- bién a sus ideas econémicas. Esta es una de las razones de su ulterior fracaso, Nada ha corrompido tanto a la clase trabajadora alemana como la idea de nadar a favor de la corriente. El desarrollo técnico era el sentido de la corriente con el cual crefa estar nadando. A partir de ello no habla més que dar un paso para caer en Ja ilusin de que el trabajo en las fbri- cas, por hallarse en la direccién del progreso técnico, constitufa por sf una accién polftica» (Walter Benjamin, «Tesis de filosoffa de la historia», en Para una critica de la violencia, Premit, México, 1978, p. 126). 218 HISTORIA: ANALISIS DEL PASADO Y PROYECTO SOCIAL asimilacién. Tal es, en tltima instancia, el objetivo de trabajos como Jos de Labriola (1843-1904) o Plejénov (1856-1918), para citar dos ‘inicos ejemplos, que han contribuido, sin duda, a difundir el cono- cimiento de los elementos mds rudimentarios del pensamiento mar- xista, pero que, al propio tiempo, han iniciado el proceso que iba a reducirlo a un esquema muerto, del que diffcilmente podfa surgir ningun enriquecimiento, a la vez que han Ilevado a su fragmentacién, desgajando la interpretacién de Ja historia de Ja critica del presente y del proyecto politico. En efecto, Labriola y Plejénov han sido los primeros que han intentado algo que Marx y Engels habfan rehusado siempre hacer: ofrecernos una interpretacién separada de la concep- cién materialista de la historia“ El caso de Plejénov y de su Ensayo sobre el desarrollo de la concepcién monista de la historia (1895) —un extraiio titulo desti- nado a burlar Ja vigilancia de la censura zarista— resulta especial- mente claro. La exposicién que en estas paginas se hace de las rafces histéricas del pensamiento de Marx (materialismo francés del si- glo xvmt, historiadores de la restauracién, socialistas utdpicos y filo- soffa idealista alemana) y de su concepcién materialista puede consi- derarse harto correcta para su tiempo —quiero decir, en Ja medida en que era posible con el conocimiento que de los escritos de Marx y de Engels se tenfa en aquellos momentos, cuando tantas paginas fundamentales estaban por publicar—, pero el resultado final tiene un aspecto catequ{stico y muerto. Lo que en Marx ha sido concebido como un método abierto, indisolublemente ligado a un proyecto polf- tico a largo plazo, se nos presenta aqu{ cerrado y simplificado, trans- formado en doctrina, pero en doctrina tan elemental, que resulta dificil ver qué clase de investigacién concreta hubiera podido susten- tarse en ella. El esquematismo de estas codificaciones puede ayudar- nos a entender tanto la incomprensién de Jaurés, a la que nos refe- riremos seguidamente, como Ja pobreza de la investigacién marxista, algo que Hilferding pretendié justificar, sin raz6n, por la descone- xién de los marxistas respecto del mundo académico,* olvidando que * «La teorfa econémica nacional pertenece con toda seguridad a las tareas cientificas mds diffciles, dada la infinita complejidad de sus mani- festaciones. Ahora bien: el marxista se encuentra en una situacién muy singular. Excluido de las universidades, que permiten el tiempo necess- rio para las investigaciones cientificas, se ve obligado a no poder realizar EL MARXISMO EN EL SIGLO XX, I 219 era asf como habfa nacido y se habia deserrollado el marxismo’ Sin embargo, el problema de las simplificaciones dogméticas no jba a hacer més que agravarse con el triunfo de Ja revolucién bol- chevique de 1917. La necesidad de difundir los principios que cons- titufan la base ideolégica de las nuevas formas de organizacién de Ja sociedad, y que justificaban el estado creado para defenderlas, obli- gaba a preparar exposiciones pedagégicas del marzismo, que ya no ha- bfan de ser tan sélo criticas del orden capitalist, sino legitimadoras del nuevo sistema aparecido como consecuencia de Ia revolucién. Si nos fijamos en El ABC del comunismo, de Bujarin (1888-1937) y Preo- brazhenski (1886-1937), y en La teoria del materialismo bistérico: Manual popular de sociologia marxista, de Bujatin —dos libros que constituyeron, para la generacién inmediatamente posterior a 1917, «el saber bésico del joven comunista», por el que se pasaba antes de en- trar en Marx y en Lenin— comprenderemos los rasgos peculiares de tales intengos. El primero de ellos es, evidentemente, un empobreci- miento tedrico que conduce a la fosilizacién dogmatica. Es lo que Gramsci ha denunciado respecto del Manual bujariniano: «La reduc- cién de Ia filosoffa de la praxis a una sociologfa ha representado la cristalizacién de Ja dafiina tendencia a (...) reducir una concepcién del mundo a un formulario mecénico, que da la impresién de tener toda la historia en el bolsillo». Pero habfa algo més. Una sociologia es, fundamentalmente, un andlisis de las leyes de equilibrio de una socie- dad y psesupone la admisién de ésta como marco en que tiene lugar el desarrollo histérico. El anélisis critico se seguiré reservando para la sociedad anterior —como hab{an hecho los cientificos sociales bur- gueses, al destacar la historicidad del feudalismo y analizar, en cam- bio, las formas de Ia sociedad capitalista como racionales, «natura- les» y estables: permanentes— mientras que se dard por supuesto que el juego ineluctable de las leyes del desarrollo econémico acabard configurando en el seno de Ia sociedad soviética el socialismo. Asif Teaparece, curiosamente, ese misrao economicismo de la Segunda In- su trabajo cientifico sino en los ratos de descanso que le dejan sus horas de lucha politica. Sera injusto exigir de los combatientes que su trabajo en el edificio de la ciencia avance con la misma rapidez que el de los tranquilos albafiiles, si ello no revelara Ja confianza que se tiene en su capacidad de rendimiento» (Rudolf Hilferding, E/ capital financiero, Tec- nos, Madrid, 1963, pp. 10-11). 220 HISTORIA: ANALISIS DEL PASADO ¥ PROYECTO SOCIAL ternacional, que allé servfa de justificacién del reformismo; asi se prepara, también, uno de los pilares del andlisis social del estalinismg con su concepcién «cientffico-naturalista» de Ia historia y su fe en el juego inevitable de las leyes econémicas.* Estos dos rasgos —simplificacién catequistica y funcién conser. vadora al servicio del orden establecido— se reflejarén especialmente en Ia historia, donde van a cobrar especial relieve después de |g crisis de 1927 a 1929, de la que surge el fenémeno que acostum. bramos a llamar estalinismo. Un fenémeno que no debe interpre. tarse, como se hace habitualmente, en términos de psicologfa perso. nal o de mezquina lucha por el poder, sino como crisis social. Recien. temente, Michal Reiman ha propuesto una explicacién centrada en el fracaso —evidente hacia 1927, a los diez afios de la revolucién— en lograr el crecimiento industrial ambicionado y que se suponfa una condicién para la victoria del socialismo. La propia revolucién, al satisfacer una serie de aspiraciones populares, habfa roto los meca- nismos de acumulacién de capital existentes con anterioridad, y las destrucciones de la guerra mundial y de la guerra civil habfan agra- vado considerablemente la situacién. A fines de 1927 resultaba evi- dente que no se podfa satisfacer las demandas de productos indus- triales de la poblacién rusa, lo que invalidaba las posibilidades de alcanzar el desarrollo industrial por la via de la NEP. Y se escogié el salto hacia adelante: la movilizaci6n general de los recursos, aun a costa de sacrificar muchas de las conquistas populares obtenidas de Ia revolucién. La funcién del terror no era tanto la de liquidar la oposicién polftica como Ia de facilitar este cambio de rumbo; era, en palabras de Reiman, «un medio de transformacién violenta de las condiciones de vida y trabajo de millones de personas», que refor- zarfa las peores formas de opresién social. En este contexto se puede entender el uso que habfa de hacerse de la versién codificada del materialismo histérico —esa extrafia cosa llamada «marxismo-leni- nismo»— como forma de legitimacién, y el grado de distorsién que introducitfa su subordinacién a las necesidades polfticas coyuntura- Tes: a Jas directrices «de partido».’ Tras el triunfo de la revolucién, los bolcheviques se encontraron con que disponfan de un solo historiador con prestigio académico reconocido, Mijail Pokrovski (1868-1932), que puso al servicio de Ja Rusia soviética su valfa intelectual y sus capacidades de organi- zador polftico. Ello le indujo a mezclar la tarea del historiador con EL MARXISMO EN EL SIGLO Xx, I 221 des coyunturales del dirigente de partido, e hizo de él, de 1920, uno de los primeros acusadores de los historiadores bur- desde 170ya activided se habia tolerado hasta entonces. Los grandes eepates internos de los historiadores marxistas en estos afios fueron debates onados con el modo de produccién asidtico, con el dese reSilo del capitalismo en Rusia y con el papel de los bolcheviques en Ia Segunda Internacional. Dejando para més adelante el primero, el de mayor trascendencia tedrica, los otros dos pueden ilustrarnos acerca de la subordinacién progresiva de la investigacién histérica t las Iuchas internas del partido. Pokrovski habia apoyado la idea de un temprano desarrollo capitalista, que servfa de apoyo a la teorfa del socialismo en un solo pafs; pero una vez ganada esta batalla, las necesidades de los afios del primer plan quinquenal exi- gian modificar la éptica, para destacar el atraso de la Rusia prerrevo- Jucionaria, en contraste con las conquistas de la planificacién, lo que exigié arrumbar el temprano capitalismo comercial ruso. Peor fue lo sucedido en la disputa sobre la actuacién de los bolcheviques en Ja Segunda Internacional. Aqu{ los propios historiadores se descali- ficaban, acuséndose de mencheviques y de poco marxistas, y acaba- ron pidiendo el arbitraje de los politicos. Cuando éste legé, con la carta de Stalin «Algunas cuestiones de historia del bolchevismo», publicada en octubre de 1931, fue para ver como se acusaba de «antipartido y semitrotskistas» a quienes se atrevian a poner en duda que Lenin hubiese luchado contra el centrismo socialdemécrata antes de 1914,* fulminando a las «ratas de archivo» que pretendian argu- las necesida * Un aiio antes, un amigo de la revolucién, Panait Istrati, sedialaba el tremendo avance del dogmatismo, partiendo de la anécdota vivida cuando una nifia de siete afios, interrumpiendo la conversacién que man- tenfa Istrati con su padre, le habla amonestado: «Lenin no se ha equi- vocado jamds», «Os cito estas palabras de una nifia sélo para indicar el peligro que presenta, desde el punto de vista de la formacién de la joven generacién soviética, la canonizacién de un Lenin genial, infalible, aplas- tante, que ha hecho solo la revolucién de octubre (nada es més falso), ninguna de cuyas palabras puede ser puesta en duda, que basta con citar bien para tener razén, y cuya interpretacién, ademés, esté rigurosamente reservada a los dirigentes del partido. Toda fa ensefianza del estado, toda Ja propaganda del partido, toda la doctrina difundida por la prensa se fun- dan en esta doctrina oficial, cuyas deformaciones utilitarias, con frecuencia sorprendentes, han podido seguirse en el curso de los dltimos afios. Las tevistas de cine, de deportes, de ferroviarios, de jugadores de ajedrez, de 222 HISTORIA: ANALISIS DEL PASADO Y PROYECTO SOCIAL mentar su tesis con la falta de documentos que demostrasen la pos. tura polfticamente correcta. La misién del historiador quedaba redy. cida a apoyar las necesidades polfticas coyunturales, aunque fuese a costa de desmentir hoy lo que habfa afirmado ayer. Pokrovski my. 1i6 a tiempo de ahorrarse ver cémo, en 1938, sus interpretaciones de Ja historia rusa eran descalificadas oficialmente —acusdndole de «distorsi6n antimarxista» y de «vulgarizaci6n»—, en momentos en que interesaba recuperar una visién més patridtica® El problema del «modo de produccién asidtico», aunque nacido de coordenadas polfticas semejantes, iba a tener més trascendencia, puesto que implicaba cuestiones fundamentales en la comprensién del marxismo. En el prefacio a la Contribucidn a la critica de la economia politica, Marx habia escrito: «Esbozados a grandes rasgos, Jos modos de produccién asidtico, antiguo, feudal y burgués moderno pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formacién social econémica». Si a eso se le afiade, por un extremo, el comunismo primitivo, y el socialismo, por el otro, tenemos un conjunto de seis etapas; pero mientras cinco de ellas pueden enla- zarse en una secuencia (y pueden convertirse en pauta interpretativa de la historia universal), la sexta, el modo de produccién asiatico, queda descolgada, sin que se vea cémo encajar, por ejemplo, en la historia europea una fase que se ha construido sobre el modelo de las sociedades hidrfulicas de Asia. El problema tomé naturaleza politica con motivo de las discusiones acerca de la polftica a seguir en China. Quienes interpretaban que la sociedad china se encontraba en una fase feudal, propugnaban la alianza de los comunistas con Ja burguesia nacional; si se suponia que lo que dominaba en China eran ya las relaciones capitalistas, como pensaba Trotski, habia que buscar la hegemonfa del proletariado. Pensar en algo asi como que se estaba en la transicién del modo de produccidn asiftico al capi- talismo, en cambio, dejaba a los fabricantes de recetas tedricas sin argumentos para plantear una linea politica. El resultado, como es bien sabido, es que la polftica china resulté un tremendo desastre, las j6venes madres o de los tribunales publican muchas veces al afio retra- tos de Lenin acompaiiados de artfculos ad boc. Hay ahi una forma de eliminar a los vivos para dejar todo el espacio al muerto que conviene a una burocracia mds experta en el arte de comentar los textos que en la biisqueda intelectual» (Panait Istrati, Soviets 1929, Rieder, Paris, 1929, pp. 168-170). EL MARXISMO EN EL SIGLO XX, I 223 suchas vidas humanas. En las reuniones cele- saldedo * Os oe Teningredo, en 1930 y 1931, los historiadores bradas ¢” oro desembarazarse del modo de produccién asidtico,* eae ferado por algunos como una forma peculiar del feudalismo en Oriente, con lo que se despejé el camino para construir un esquema ‘errado de cinco etapas, que fue consagrado por Stalin en 1938: «La historia conoce cinco tipos fundamentales de relaciones de produc- cién: 1a comunidad primitiva, Ja esclavitud, el régimen feudal, el régimen capitalista y el régimen socialista>. Con ello tenemos un «esquema tnico y necesario por el cual han de pasar todas las socie- dades»: un armazén que el historiador ha de rellenar con hechos.** El camino para convertir el materialismo histérico en una filosofia de la historia —algo contra lo que Marx habla luchado explicita- mente— habia Uegado casi a su término? * Una victima de este debate fue, en cierto modo, Karl A. Wittfo- gel, experto en asuntos asidticos de la Internacional comunista, defensor de una interpretacién sobre la base de suponer la existencia de un modo de produccién asidtico en China, que acabé rompiendo con el comunismo ‘metamorfoseando su tesis en El despotisma oriental, libro aparecido en Estados Unidos en 1957, donde el andlisis de las sociedades asidticas antiguas le servia, ahora, para hacer un paralelo entre el despotismo oriental de las sociedades hidrdulicas y el del socialismo actual (caracterizado como un sistema esclavista de base industrial). Wittfogel no se contenté con esta sorprendente utilizacién de sus viejos andlisis marxistas, sino que colaboré entusidsticamente en la «caza de brujas» del maccartismo, hasta extremos que sus propios colegas académicos consideraron excesivos. ** Un ejemplo divertido de las consecuencias a que puede Ilevar Ia universalizacién forzosa del esquema nos lo da Manuel Moreno Fraginals: . 295.338; J. R. Hay, The Origins of the Liberal Weljare Niaalion, Lent cian, Londres, 1975, con una amplia referencia a Ia biblio Reforms 0rer tema; E, P. Thompson, William Morris. Romantic to Revolutionary, aii “press, Londres, 19773; E. J. Hobsbawm, Trabajadores. Estudios de bistoria Met? jase obrera, Ctica, Barcelons, 1979 (en especial los ensapos sobre los fabia- oe ey. 244-268--, sobre la atistocracia obrera —pp. 269-316— y sobre las tendencias a vimiento, obrero beiténico desde 1850 —pp. 317-351); Stanley Pierson, Yersism end tbe Origins of British Socialism. The Struggle for « New Consciousness, Gerocll University Press, Ithaca, 1973, pp. 246-271; A. M. McBriar, Fabian Socialism ind English Politics, 1884-1918, Cambridge University Press, Cambridge, 1966 (en fp, 60-72 se encontrarin interesantes noticias acerca de la concepcién evolucionista de Ir histori) © las breves ¢ inteligentes paginas que dedica al tema George Rudé en Reouelta popular 9 conciencia de clase, Critica, Barcelona, 1981, pp. 214224. Un tema como el de 1a catistocracia obrera», por cjemplo, ba dado lugar a toda una literatura dificil de tesumir aquf. Como ejemplo pueden ‘servir los articulos publicados en la revista Social History por Musson (I, 1976, n° 3, pp. 335-356, y replica de J. Foster, en pp. 357-366), Reid (III, 1978, n° 3, pp. 347-361), Moothouse (IIT, 1978, n° 1, pp. 61-82; IV, 1979, n° 3, pp. 481-490, respuesta de Reid en 491-493, y VI, 1981, n° 2, pp. 229-233), y McLennan (VI, 1981, n° 1, pp. 71-81, con lista. bibliogréfica). O la visién de conjunto de John Field, «British Historians and the Concept of Labor Aristocracye, en Radical History Review, 19 (1978-1979), pp. 61-85. 2, Sobre la evolucién politica eo Alemania y el crecimiento de la soclaldemocrs- cia: Franz Mchring, Storia della socialdemocrazia tedesca, Riuniti, Roma, 1974, If, pp. 1.381-1.399; Michael Balfour, Guillermo II, Cid, Madrid, 1968, pp. 361-371. Sobre Bernstein se ha emplesdo fundamentalmente: Bo Gustafson, Merxismo 9 revi- sionismo, Grijalbo, Barcelona, 1975, complementado con Pierre Angel, «Estado y sociedad burguesa en el pensamiento de Bernsteins, y Vernon L, Lidtke, . Por lo que se refiere a las historias ofcjigg t® revolucién, su cardcter positivises es tan visible en la vieja Historia de ig ren, rusa, preparada bajo la direccién de M. Gorki, V. Molotaf, K. Vorochilot, Mile A. Chdanaf (sic) y J. Sulin (tomo I, Europa-América, Barcelona, 1938), com, , en Past and Present, n* 5 (mayo 1954), pp. 3353, ¥ n2 6 (noviembre 1954), pp. 4465. Trevor Aston, ed, Critis in Europe, 1560-1660, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1965. Los iatentos de plantear una crisis mundial —y, en consecuencia, con origenes no socitles, sino césni- cos— en Geoffrey Patker y Lealey M. Smith, eds., The General Crisis of the Seventeenth Century, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1978, en especial en la introduccién de los compiladores, pp. 45. 12, A. D. Lublinekaya, La crisis del siglo XVII y le sociedad del absolution, Critica, Barcelona, 1979. Niels Steensgaard, The Economic and Political Crisis of the Seventeenth Century, Nauka, Moscé, 1970, y «The Seventeenth Century Crisis», en Parker y Smith, eds., The General Crisis, pp. 26-56. Une resefia del debate, desde vn punto de vista marxista, David Parker, Europe's Seventeenth Century Crisis: @ Marxist Reappraisal, Out History (patnphlet 56), Londres, 1973; desde un punto de vista scadémico: "Theodore K. Rabb, The Strussle for Stability in Early Modern Europe, Orford University Press, Nueva York, 1975; desde un punto de vista ecléctico: Imma- uel Wallerstein, The’ Modern World-System, II, Academic Press, Noeva York, 1980, pp. 29. 13, Es poco menos que imposible sintetizar aqul las referencias bibliogréfces en que se base este Iago pirrafo. Reduciéndome a las fundamentales: M. M. Posten, Essays on Medieval Agriculture and General Problems of the Medieval Economy, Cam- bridge Universisy Press, Cambridge, 1973; E. Le Roy Ladutie, Les paysans de Len- tuedoc, Sevpen, Parts, 1966; Harry A. Miskimin, La economia de Europa en el alto Renacinsiento, 1300 a 1460, Cétedra, Madrid, 1980; Wilhelm Abel, Crises agraires en Europe, XTU+XX* sidcle, Flammarion, Pacis, 1973; 8, D. 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