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Introduccion a las técnicas de trabajo universitario 137 Finalmente, las CoNCLUSIONES del trabajo, si es que son pertinen- tes y necesarias, no deberian tomar la forma de un resumen de todo el desarrollo argumentativo previo. Mas bien tendrian que ser una se- tie de consideraciones generales que se deduzcan del trabajo. Pudie- ra ser que volvieran a retomar el «estado de la cuestién» planteado inicialmente y lo resituara a la luz de la investigacion bibliografica (0, en su caso, documental) realizada. Tras las conclusiones, cabe incluir las notas presentes a lo largo del texto (si es que no van a pie de pagina), la bibliografia consultada y los apéndices documentales que puedan considerarse pertinentes para dar mayor apoyatura al trabajo. En el plano puramente pragmatico de la edicién, cabe recordar que un trabajo debe presentarse de forma esmerada. Ello requiere, entre otras cosas: un mecanografiado cuidado y legible, una prime- ta pagina en la que figure el titulo del trabajo y el nombre del autor o autores, que los folios estén escritos por una sola cara a do- ble espacio, y que se dejen amplios margenes, sobre todo a la iz- quierda. EJEMPLO DE TRABAJO DE CURSO EL DESASTRE COLONIAL ESPANOL DE 1898 INDICE Introduccion 1. La historiograffa sobre el Desastre 2. La crisis del sistema colonial espafiol 3. Politica espajiola y guerras coloniales 4, Los intereses y gestiones de Estados Unidos 5, La guerra hispano-norteamericana 6. Epilogo NOTAS SIBLIOGRAFIA CONSULTADA 138 Enrique Moradiellos Introduccién En el breve plazo de dos meses, entre mayo y julio de 1898, Espafia per- dié la totalidad de sus vetustas posesiones coloniales en Las Antillas (Cuba y Puerto Rico) y el Pacifico (Filipinas e islas Marianas, Carolinas, Palaos y Guam) tras sufrir una fulminante y abrumadora derrota naval y militar frente a los Estados Unidos de América. Esta derrota espectacular Pas6 a conocerse en la opinién piiblica contemporanea y en la historio- grafia posterior como E/ Desastre, con mayuisculas y escuetamente, que- dando grabado a fuego en la conciencia histérica de los espafioles. Dicho descalabro militar y colonial provocé una honda sacudida del cuerpo poll- tico y del universo ideolégico espafiol, y abrié la via al lento proceso de desintegracién del sistema de poder oligrquico que habia sido inaugura~ do por la Restauracién borbénica de 1875; un proceso espasmédico que se prolongaria en sus rasgos y caracteres esenciales hasta la implanta- cién de una Repuiblica democratica en 1931. 1. Lahistoriografia sobre el Desastre La historiografia tradicional espafola, representada a titulo de ejemplo por los estudios de Gabriel Maura, Jerénimo Bécker, Melchor Fernandez Al- magro y Pablo de Azcarate (1), ha contemplado el Desastre del 98 como un caso singular y especifico de la historia finisecular de Espafia; como una especie de orgulloso «suicidio numantino» derivado del peculiar ca- racter nacional e idiosincrasia de los espafioles. A tenor de este discurso clasico sobre el 98, los términos del proble- ma habrian sido los siguientes: una Espafia marginada del concierto euro- Peo por su politica de aislamiento diplomético y comprometida en una doble guerra colonial en Cuba y Filipinas, hubo de enfrentarse sola a la intervencién de Estados Unidos en el contflicto y fue empujada a la guerra hispano-norteamericana que culminé en la liquidacion de su disminuido imperio ultramarino. Los gobernantes espafioles, con el pleno apoyo de su opinién publica, habrian decidido no claudicar y enfrentarse al coloso Norteamericano en virtud de una combinacién de los siguientes motivos: su ceguera politica y militar ante la desproporcion de fuerzas respective su ilusoria esperanza de lograr la victoria y preservar las colonias; y su al- to sentido del honor y deber nacional, que impedia y vedaba cualquier Posibilidad de retirada o cesién frente a las iniciativas, presiones y ame- nazas norteamericanas. Esa interpretacién de la historiografia tradicional sobre el origen y na- turaleza de! 98 hace tiempo que ha sido severamente cuestionada en di- Versos aspectos por las investigaciones de autores como Jesus Pabén, Introduccién a las thenicas de trabajo universitario 29 José Maria Jover Zamora, José Varela Ortega, Joaquin Romero Maura y Carlos Serrano (2). A juicio de esta creciente pléyade de historiadores fue el colapso de la vida econémica cubana, la miseria y aguda mortandad de los civiles concentrados y el paso masivo de los cubanos al bando insurrecto. Y aun asi, Weyler sdlo pudo asegurar el dominio espanol sobre las ciudades y fue incapaz de conseguir el control permanente 144 Enrique Moradiellos de los campos y la manigua, donde la insurreccién campaba por sus fueros. Para agravar més la critica situacién, desde el verano de 1896 Filip has era escenario de una violenta insurreccién tagala (indigenas filipinos) Que elimin6 la autoridad espariola de amplias zonas del archipiélago. En esas circunstancias, a mediados de 1897 parecia evidente que la res- Puesta militar represiva habia fracasado en su intento de suprimir la crisis Colonial. El asesinato de Cénovas por un anarquista en agosto de 1897 Solo vino a subrayar ese fracaso y abrié la via al ultimo intento espafiol Para resolver la crisis colonial. Desde octubre de 1897 a abril de 1898, e! nuevo gobierno liberal de Sagasta puso en practica una politica de concesiones autonémicas en materia politica y econémica que trataba tan solo de preservar la sobe- rania general espafiola sobre las colonias, Por supuesto, Weyler fue ce- Sado atendiendo a las riticas internacionales contra su enérgica actua- cién y sustituido por el mas flexible general Blanco. Y aunque se mantuvo la campafia militar, ésta fue combinada con ofertas de negocia- ion, sobre la base de que «todos los esfuerzos del mundo no son bas- {antes para mantener la paz con el solo empleo de las bayonetas» (12). Sin embargo, las iniciativas autonomistas liberales llegaban tarde. La in- Surreccién habia progresado hasta un punto en que efa imposible el fetomo. Vista y comprobada la incapacidad espafiola, los. rebeldes Cubanos no estaban dispuestos a obtener nada menos que la indepen- dencia. Por otra parte, el partido «espafiolista» en la isla era rotundamente hostil al proyecto autonomista, que también encontraba fuerte oposicion en los circulos productores catalanes y en los Ambitos militares ultrana- Cionalistas, favorables a la prosecucién de la estrategia de Weyler. De he- cho, la introduccién de las reformas en enero de 1898 provocé serios motines de la oficialidad en Cuba bajo el grito: «jMuera Blanco, viva Wey- ler! jAutonomia nol». Ademés, para entonces, un nuevo elemento clave habia entrado decididamente en el escenario de {a crisis colonial espafio. la: Estados Unidos. 4. Los intereses y gestiones de Estados Unidos El gobierno norteamericano habia observado el conflicto con preocupa- cién desde el principio, en virtud de sus grandes intereses econémicos y geopoliticos en el Caribe y el Pacifico. No en vano, Cuba absorbia una Cuarta parte de la exportacién estadounidense a América Latina, el capital invertido en la isla sumaba casi 50 millones de délares, y el area tenia un creciente interés estratégico debido a la construccién del canal de Pana- ma. Después de tres afios de guerra, la patente incapacidad espafiola Introduccion a las técnicas de trabajo untversitario 145 para imponer la paz y salvaguardar los mermados intereses americanos habfan ido escalonando Ia intervencién diplomatica de Estados Unidos en el contlicto. En consonancia con las doctrinas del Destino Manifiesto im- perantes en la prensa y los circulos oficiales norteamericanos, el propio presidente Cleveland habia advertido sin reservas desde el primer mo- mento: «Cuando la impotencia de Espafia sea evidente, los Estados Uni- dos sabrén cumplir con su deber», A la vez, todas las grandes potencias mundiales habfan dejado claro su intencién de no involucrarse en el con- tencioso hispano-norteamericano que se iba fraguando (13). En abril de 1896, el gobierno de Estados Unidos habia ofrecido a Es- pafia su mediacién para poner fin negociado a las hostilidades. Cénovas rechaz6 la oferta porque abrigaba la tenue esperanza de que la nueva es- trategia de Weyler fuera capaz de sofocar la rebelidn. Pero, fundamental- mente, también la rechaz6 por temor a la reaccién contraria de la opinién publica y de los militares espafioles, cuyo estado de exaltacién naciona- lista les predisponia a escuchar las denuncias carlistas y republicanas contra un régimen que pareciese minimamente proclive a ceder a las pre- slones extranjeras y a abandonar la plena soberania sobre las colonias. En septiembre de 1897, el nuevo presidente Mackinley volvié a repetir la oferta de mediacién a la vez que sugeria secretamente la venta de Cuba a cambio de una suma sustanciosa. Y esta vez fue Sagasta quien tuvo que rechazar ambas iniciativas por los mismos motivos inconfesables en publico, a pesar de que personalmente era favorable a la venta o la me- diacién (al igual que la reina regente). Desde finales de 1897, cuando se hizo evidente que la oferta liberal de autonomia tampoco conseguia la pacificacién de Cuba, los gober- nantes espafioles comprendieron que se hallaban ante un dilema irreso- luble cuyos términos eran los siguientes: por una parte, la incapacidad econémica y militar para sofocar la rebelién y para seguir librando inde- finidamente una guerra agotadora; por otra, la paralela imposibilidad de ceder ante los rebeldes o Estados Unidos sin grandes riesgos para la estabilidad y supervivencia del régimen de la Restauracion, habida cuenta del sentir militar y de la presién republicana y carlista. En otras palabras, los gobernantes espafioles se encontraban en un callején sin salida: eran incapaces de vencer en las colonias pero también les era imposible ceder porque ello pondria en peligro la dinastia y el régimen en la metropoli. En esas condiciones dilematicas, fue cobrando forma una solucién drastica que parecia un mal menor. A saber: entablar una guerra suicida contra Estados Unidos que acabara con el dilema de modo digno, honro- So y, sobre todo, con pocos riesgos para la continuidad det régimen, que podria obtener el apoyo de la nacién para un acto quijotesco y sélo se veria obligado a ceder ante una abrumadora demostracién de fuerza su- Perior. Es decir: la pérdida de las colonias seria mas aceptable para la 146 Enrique Moradiellos opinén publica y los militares y menos peligrosa para el régimen restaura- cionista si era consecuencia de una derrota militar espectacular y fulmi- nante. Esta interpretacién de que la guerra con Estados Unidos fue una op- cién politica meditada, una consclente huida hacia adelante, aparece con- firmada por los testimonios contemporaneos. Desde luego, en los medios oficiales hubo plena conciencia de la grave inferioridad militar y estratégi- ca y no hubo falsas ilusiones de victoria en los circulos dirigentes. El jefe de la escuadra espafiola ya habia advertide en 1897, al examinar la es- cuadra norteamericana: «Uno solo de esos barcos basta para deshacer toda la Marina militar espafiola». Por su parte, el ministro de la Guerra de- claraba poco antes de iniciarse el conflicto: No soy de los que alardean de seguridades en el éxito, acaso de romperse las hostilidades; pero soy de los que creen que, de dos males, éste es el mejor. El peor seria el conflicto que surgiria en ed nuestro honor y nuestros derechos fuesen atropella- dos (14). De un modo atin mas revelador, el conde de Romanones, prohom- bre del partido liberal, confesaria posteriormente que, en visperas de la guerra, los lideres politicos y militares de la Restauracién habian con- cluido: [..] que para salvar la paz interior y para satisfacer las exigencias del elemento militar habia que rendirse a la inexorable fuerza de os acontecimientos y acudir a la guerra como Unico medio honro- so de que Espajia pudiera perder lo que atin le restaba de su in- menso imperio colonial (15). 5. La guerra hispano-norteamericana Asi pues, la explosin del acorazado Maine en el puerto de La Habana en febrero de 1898 (preparada por los rebeldes cubanos para forzar la intervencién estadounidense) slo precipitd un desenlace pre- visto desde tiempo atrés. El 25 de abril Estados Unidos declaré la gue- rra a Espafia y orden a su flota del Pacifico y del Atlantico que ataca- sen de inmediato a las respectivas flotas espafiolas, que se estaban concentrando en la bahia filipina de Cavite y en el puerto de Santiago de Cuba. EI 1 de mayo la escuadra norteamericana, compuesta por 7 acoraza- dos con 134 cafiones de largo alcance, se enfrenté en Cavite a la es- Introduccién a las ténicas de trabajo universitario 147 pafiola, compuesta por 6 cruceros de casco de madera y 60 cafiones de corto y medio alcance. No hubo combate; fue una cruenta inmolaci6n. Los cafiones norteamericanos destruyeron casi sin resistencia a los buques espafioles en unas breves horas, con un descanso en el intermedio para que la tripulacién norteamericana pudiera almorzar. Al término del comba- te, el almirante Montojo formulé su famosa sentencia: «Mas vale honra sin barcos que barcos sin honra» (16). La flota espafiola anclada en Santiago de Cuba sufrié un destino simi- lar, si bien aqui se revelé aun més la voluntad del gobierno espafiol de ir a un desastre controlado y rapido, para poder llegar cuanto antes a la paz. El almirante Cervera informé a Madrid a fines de junio que, dada la superioridad de la escuadra norteamericana que le estaba bloqueando en la bahia de Santiago, «consideraba la escuadra perdida» y creia preferible perderia resistiendo en el puerto antes de salir a combatir en alta mar. El gobierno le ordend salir de la bahia y presentar batalla frontal. El 3 de ju- lio Cervera y sus oficiales acataron la orden no sin antes consignar por escrito lo siguiente: [J que en honor y conciencia tenian el convencimiento de que el gobierno de Madrid tenia el determinado propésito de que la es Cuadra fuera destruida lo antes posible para hallar un medio de le- gar rdpidamente a la paz (17). Como Cervera habia previsto, la salida significé el sacrificio de su es- cuadra. La flota de! almirante Sampson hundié todos sus barcos en un combate de menos de cuatro horas. Los espafioles sufrieron 350 muer- tos, 160 heridos y 1 600 prisioneros, incluyendo al propio almirante Cer- vera. Los norteamericanos tuvieron un muerto y dos heridos. Cervera pu- do entonces emular a Montojo y afirmar: «Todo se ha perdido menos el honor». La pérdida de ambas escuadras hizo imposible la continuaci6n de la guerra en escenarios tan lejanos de la metrépoli y tan cercanos a territo- rio enemigo. Al mismo tiempo, el caracter fulminante y total de ta derrota impuso la necesidad de pedir la paz en todos los dmbitos militares y poli- ticos. Aun asi, Sagasta tuvo que neutralizar a los militares mas recalcitran- tes enfrentandolos con una alternativa draconiana: si querian proseguir ta guerra, que tomaran en sus manos el gobierno (18). En esas condiciones, practicamente nadie se opuso a que el gobierno liberal pidiese el 18 de julio un armisticio al gobierno norteamericano y a que, el 10 de diciembre de 1898, firmase el Tratado de Paris por el que Espafia renunciaba a la soberania de todas sus ex colonias. Tampoco se opuso una opinién 148 Enrique Moradiellos publica que recibi6 el final de la guerra con sorpresa y alivio, mas que ‘con amargura 0 voluntad revolucionaria e insurreccional. 6. Epilogo El pronéstico de los gobernantes de la Restauracion habia resultado acer- tado: Cavite y Santiago de Cuba no fueron para el régimen y la dinastia espajiola lo que habia sido la derrota de Sedan en 1870 para el segundo imperio francés. El régimen no fue derribado por un golpe militar de su propio Ejército ni por una revolucién inspirada por sus enemigos carlistas © republicanos. Ello no obstante, los efectos del Desastre fueron sustan- ciales y de largo alcance. A partir de 1898 el régimen no pudo seguir fun- cionando como antafio y hubo de hacer frente a distintos y poderosos desatios politicos, sociales e intelectuales que persistirian, y en realidad definirian, el proceso de desintegracién del sistema de dominaci6n res- tauracionista. NOTAS (1) G. Maura, Historia critica del reinado de don Alfonso Xill, Barcelona, Monta- ner y Simén, 1919-1925, 2 vols; J. Bécker, Historia de las relaciones exteriores de Espafia durante e! siglo xx, Madrid, Voluntad, 1924, vol, 3; M. Fernandez Almagro, Historia politica de la Espaita contempordnea, Madrid, Alianza, 1968, vols. 2 y 3; P. de Azcérate, La guerra del 98, Madrid, Alianza, 1968. (2) J. Pabén, «El 98, acontecimiento internacional» en Dias de ayer, Barcelo- na, Alpha, 1963, pp. 139-195; JM. Jover Zamora, 1898. Teorla y practica de la re~ distribucién colonial, Madrid, Fundacién Universitaria Espafiola, 1979; J. Varela Or- tega, Los amigos politicos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauraci Madrid, Alianza, 1977; J. Romero Maura, La rosa de fuego, Republicanos y anar- quistas, Barcelona, Grijalbo, 1975; C. Serrano, Final del imperio. Espafia, 1895- 1898, Madrid, Siglo XXI, 1984. (3) Véase una completa exposicién de la historia coonial de Cuba en la obra de Hugh Thomas, Cuba. La lucha por la libertad, Barcelona, Grijalbo, 1973. (4) Sobre el desarrollo econémico de Cuba, resulta esencial ta obra de Ma- nue! Moreno Fraginals, E! ingenio (complejo econémico social cubano del azuicar), La Habana, Ciencia Social, 1978, 3 vols. (6) Jordi Maluquer de Motes, «EI mercado colonial antillano en el siglo xx», en J. Nadal y G. Tortella (comps), Agricultura, comercio colonial y crecimiento eco- némico en la Esparia contempordnea, Barcelona, Ariel, 1974, pp. 322-357. (6) J. Maluquer de Motes, ob. cit, p. 351 (7) Sobre el papel militar en ta crisis, veanse los capitulos correspondientes en Rafael Nufiez Florencio, Mifitarismo y antimilitarismo en Espana, 1888-1906, Madrid, csic, 1990; y Stanley Payne, Los militares y la polltica en la Espafia con- tempordnea, Paris, Ruedo Ibérico, 1968.

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