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NARRATIVA DE TATIANA

07/2020

Mientras la pandemia del Covid-19; según dicen, arrecia en el mundo entero; aquí en este pequeño
pueblo “San Rafael” oculto entre montañas y lejos de la gran ciudad, Medellín; parece
extrañamente llegar e irse; “ojalá siga así”. Mas extraño aun, es en las múltiples montañas que
cobijan este territorio, a donde ocasionalmente llegan las noticias; allí donde los lugareños no
parecen sentir la amenaza de este enemigo invisible; más sí, rezan para que no llegue.
Decidida a salir de la monotonía y el encierro, al que nos tiene sometidos, este extraño vicho;
emprendí la caminata hacia la cumbre; de pronto ya no estaba en el pueblo, el oxígeno de las
montañas entraba a mis pulmones a borbotones; se respiraba un halito de libertad que se confundía
con el saludo siempre amable de los campesinos; llegaba a mi memoria que esa frase de amabilidad
de los antioqueños que tanto pulula en el mundo, realmente aquí, se vive.
Extasiada de esa sensación de libertad y de sosiego que da el campo, de esa naturaleza diversa y
colorida; llegué a la posada de mi tía Amparo; ella, una humilde campesina ofrece al caminante que
por allí pasa productos de una pequeña tienda que mantiene surtida con cerveza, gaseosas y
mecatos; es su medio de subsistencia que completa con un precioso cultivo de cebolla que con
orgullo enseña y ofrece; mi tía nunca pierde la fe, la esperanza y su buen humor; y como buena
rezandera, conserva una imagen del corazón de Jesús en una lata, rodeada de flores; ella nunca falta
a la misa del domingo, ni a velorio que se le presente.
Quisiera quedarme, mas rato con mi tía, pero mi destino esta en la cumbre; es una caminata en pura
pendiente de por lo menos diez kilómetros; los cuales caminé sin sentir el esfuerzo y el rigor del sol;
me sentía feliz; por fin, llegue a la cumbre; a la casa de mi abuelo; el me esperaba; dirigí mi mirada
a un espacio que conserva cachivaches de mis ancestros; solo para hacer una pequeña remembranza
de donde me encontraba.
No fue mucho lo que se esperó, inmediatamente salí con mi abuelo a hacer un recorrido por la
finca; a la cual mi abuelo esta indisolublemente ligado; no se tuvo que esperar mucho, pronto las
anécdotas, las historias y las experiencias empezaron a emanar, y literalmente parecía maná caído
del cielo.
Mi abuelo habla de su vida, con tal pasión; que rápidamente quede envuelta en esa magia de la cual
no quiero salir. Yo, mientras lo escuchaba, me preguntaba, como puede ser posible, que una persona
que no alcanzó a cursar el primero de escuela por falta de posibilidades y oportunidades, tenga tanta
lucidez en su lenguaje; y halla decidido desde muy joven, ser independiente “no alquilarse” como él
lo dice; y más bien procurarse su sustento; primero vendiendo leña; luego compra una finca, y en
poco tiempo se convierte en el mayor cultivador de café del municipio; luego estableció el cultivo
de la caña y se puso a producir panela; sembró fique y se puso a producir cabuya; de verdad que es
admirable y un buen ejemplo a seguir.
No quería despegarme de mi abuelo; y el, talvez anonadado ante tanta atención, continuo su relato;
esta vez cuenta que entre sus andanzas se sintió enormemente atraído por esa mona de ojos claros
que con grácil elegancia movía al viento un pañuelo; hoy su esposa, cumplen 55 años de casados.
Este relato termina aquí, dejando el sinsabor de ser solo un pequeño fragmento de una vida sana;
llena de retos, tragedias y éxitos que tal vez en otra ocasión será necesario, al menos es el deseo,
continuar.

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