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Con esta gaita del confinamiento, apenas camino. Todo el día metido en casa y
trabajando en lo que me gusta frente al ordenador. Además, con mis lesiones de
edad, quizá es lo mejor para mí.
Pero una de estas noches, al irme a acostar, me he visto los pies hinchados y me he
asustado. He tirado de enciclopedia mental y he recordado que el propio apoyo de
los pies, la propiocepción, regula la sangre y los líquidos del cuerpo que son
reenviados hacia arriba.
Así que me he propuesto una rutina. Como vivo en zona rural, en lo que llaman una
vivienda unifamiliar, y tengo escaleras en casa, he decidido subir y bajar
escaleras, que de paso tonifico la musculatura inferior, incluidas las nalgas.
Me he propuesto subir doce veces los escalones, que son treinta y dos. Pero como se
me hacían pocos apoyos, he pensado que estaría bien llegar a los mil apoyos. La
cuenta ha sido sencilla. Si hago tres series de doce subidas, estaré haciendo
treinta y dos escaleras por doce repeticiones y por tres series, un total de más de
mil cien apoyos.
Así que hago tres tandas espaciadas, digamos seis horas entre serie y serie, para
que esos apoyos propioceptivos acaben por deshincharme los pies.
Y lo hago. Subo las escaleras de una en una, y las bajo de igual modo. Pero…
Mientras subo y bajo como rutina doméstica, la mente me baila aquí y allí, y se
queda enganchada en ciertas ideas que quiero plasmar, y en la primera serie que
hice ya perdí la cuenta. Bueno, hacer una subida o dos más me beneficiará, pero se
me queda cara de tontolaba no siendo capaz de recordar el numerito por el que iba.