Hay jornada cultural en el instituto y alguien ha tenido la idea de organizar un
concurso de tartas, que ha ganado la hija del director. Las tartas se exhiben justo debajo de donde estoy; llevo aquí tanto tiempo que nadie repara en mí, y puedo oír las conversaciones de todos cuantos están en este amplio pasillo. La niña del director ha presentado una tarta redonda de bizcocho de dos capas, mientras que la tarta que ha traído el hijo de un operario municipal tiene forma de perro, está completamente bañada de chocolate, y en su interior los alumnos descubren hasta seis sabores, entre ellos mazapán y turrón. Las porciones de las tartas presentadas a concurso se venden a un euro a fin de ayudar a sufragar parte del viaje de estudios. La tarta del chaval se ha terminado a las primeras de cambio y a la de la hija del director apenas le han comido un cuarto. La hija pubescente del director no conoce términos como pucherazo o tongo, y mucho menos clientelismo. La niña está protegida contra toda influencia que la aparte de un camino trillado e inmaculado, y el padre amantísimo procura su felicidad… aunque sea a costa de los hijos de los demás.