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Conjuntamente con esos problemas se acentuó cada día la importancia del fomento
de la agricultura. La desamortización de la propiedad rural. y el régimen agrario de la
República se inspiró en las ideas liberales de la Revolución Francesa.
El decreto de 8 de abril de 1824, en el que Bolívar dictó esa medida, se funda en que
«la decadencia de la agricultura peruana depende en mucha parte del desaliento con
que se labran las tierras, por hallarse las más de ellas, en posesión precaria o en
arrendamiento». El decreto citado contiene también disposiciones referentes a las
tierras públicas. Fundándose, entre otras cosas, en «que por la constitución política de
la República radica el progreso de la hacienda en el fomento de ramos productivos a
fin de disminuir las imposiciones personales», dispone que se vendan de cuenta del
Estado todas las tierras de su pertenencia por una tercera parte menos de su tasación
legítima. Para hacer efectiva la venta de las tierras públicas y el reparto de las tierras
de comunidades indígenas, debían nombrarse visitadores en todas las provincias.
Bolívar creía que el progreso de la cultura del país daría a los indios el año 50 la
capacidad e independencia de que carecían, y que, mientras tanto, la prohibición de
enajenar sus tierras los libraría de los engaños y abusos de que se les hacía víctimas
por los hacendados y caciques de provincia. La ley de 23 de marzo de 1828, dictada
por el Congreso Constituyente, ratificó en lo substancial los decretos de Bolívar, pero
declaró que las tierras de indígenas podían enajenarse libremente, siempre que sus
dueños supieran leer y escribir. Según esta ley, las Juntas Departamentales debían
formar la estadística de sus respectivos territorios para hacer, luego, la asignación de
las tierras a sus respectivos poseedores. Las disposiciones citadas son las más
importantes que se dictaron en materia agraria durante las primeras décadas de la
República.
Las reformas jurídicas implantadas por el Código Civil han sido desarrolladas por
algunas leyes posteriores. Las constituciones últimas han reconocido a los extranjeros
el derecho de adquirir bienes inmuebles en la República, que solo las leyes especiales
de colonización de la Montaña les habían reconocido expresamente. La ley de
Registro de la Propiedad Inmueble, en 1888, y la ley de Bancos Hipotecarios de 1889
han establecido las bases del crédito territorial. La ley de 1901, declarando que las
congregaciones religiosas tienen pleno dominio y administración de sus bienes, y la
ley de 1911 sobre redención de enfiteusis han completado las primeras disposiciones
constitucionales que tendían a la desvinculación de la propiedad.
Hay muchos latifundios que abarcan terrenos en las tres zonas. El trabajo lo realizan
los peones, esto es los pobladores indígenas que viven en ella y los indios de las
comunidades vecinas, sujetas de hecho a la tutela del hacendado. Generalmente los
indios poseen las tierras desde tiempo inmemorial a título de arrendatarios con la
obligación de trabajar ciertos días en servicio del hacendado. El problema de la
inmigración para la Costa.
En ese proyecto se autorizaba al Poder Ejecutivo a celebrar contratos por diez años
con los capitalistas y propietarios que quisieran introducir colonos
extranjeros, gratificándolos con cuatro toneladas de guano por cada colono. Los
colonos quedarían exceptuados de toda pensión y del servicio militar y, concluidos sus
contratos, los que prefiriesen quedarse en el país recibirían en propiedad cinco
fanegadas de terrenos baldíos y 20 a 25 pesos cada uno, según fueran con o sin
familia. El año siguiente, 1848, el Gobierno intentó reunir datos sobre los recursos de
los diferentes departamentos para preparar un plan de inmigración. El Gobierno envió
un cuestionario a los prefectos, así como a la Sociedad de Agricultura de Lima.
La respuesta de esta última es digna de conocerse porque refleja con mucha claridad
la situación y las ideas de la época respecto de la cuestión agraria nacional. La ley
general de inmigración, de 17 de noviembre de 1849, respondió al clamor de los
agricultores de la Costa y particularmente a la influencia de un personaje de esa
época, don Domingo Elías. Su objeto principal era el de favorecer la inmigración china
y por eso D. Conforme a ella se concedía «a todo introductor de colonos extranjeros
de cualquier sexo, cuyo número no baje de 50, y cuyas edades sean de 10 a 40 años»
una prima de 30 pesos por persona, y se reconocían a los primeros introductores de
colonos, Dn. Los irlandeses y alemanes fueron llevados a la montaña.
Martín, en el que se obligaba éste a traer 5,000 colonos alemanes. Al año siguiente
llegaron 315 colonos que fueron enviados al Pozuzo. De éstos, el año 1891, ocho
colonos más o menos, descontentos con las condiciones de vida de la colonia del
Pozuzo, resolvieron abrirse una trocha para llegar a mejores tierras y, después de
algunos meses de trabajo, llegaron a Oxapampa. Entre las tentativas posteriores de
colonización de la Montaña, podemos citar la de 1874 en Chanchamayo, que fracasó y
la de 1892 en las orillas del Perené, cuyo éxito ha sido también muy relativo.
Fué necesaria la catástrofe del 79, que nos arrebató la fuente principal de la riqueza
privada y pública del país, para que los hombres de trabajo y de iniciativa se dieran
cuenta de las perspectivas que ofrecía el Oriente peruano para desarrollar sus
esfuerzos. Las leyes de 4 de noviembre de 1887 y de 26 de noviembre de 1888
modificaron las disposiciones anteriores sobre adquisición de terrenos de
montaña. Según estas leyes, se podían hacer adjudicaciones gratuitas de terrenos de
montaña a los pobladores nacionales o extranjeros que tuvieran elementos de trabajo
proporcionados a la extensión del suelo que pretendieran adquirir, y bajo la condición
para conservar el título de propiedad de cultivar la quinta parte, cuando menos, en el
plazo de dos años. pidió la adjudicación de 50,000 hectáreas de terrenos cultivables o
irrigables de libre disposición, ofreciendo colonizarlos con europeos.
Conforme a ellos, el valor de los terrenos adjudicados quedaría compensado con los
beneficios de la colonización con familias europeas que los concesionarios quedaban
obligados a introducir y a establecer en esos terrenos a su costa y sin gravamen del
fisco. Los concesionarios no adquirirían la propiedad de los terrenos, sino a medida
que los colonizaran, estableciendo una familia de agricultores compuesta por lo menos
de dos adultos por cada quince hectáreas. Pero el contrato no llegó a perfeccionarse
porque, según parece, el Gobierno de Italia recibió informes desfavorables de sus
agentes en el Perú, respecto a las condiciones del país para recibir esa inmigración. El
sistema de la donación condicional que prevaleció en nuestras primeras leyes de
colonización fué modificado en la ley de 21 de diciembre de 1898.
De otro lado, el sistema del «enganche» para llevar a esas lejanas regiones colonos
indígenas y mestizos dio lugar a inhumanos abusos al amparo de la impunidad de las
selvas.
Fuera de las leyes generales inspiradas en el ideal de democratización de la propiedad
rural y fuera de las tentativas y estudios de colonización de la Costa y de la Montaña
que hemos enumerado en los párrafos anteriores, apenas hay, en toda la historia de la
política agraria de la República, algunas medidas legislativas o gubernativas que
merezcan mención especial. La ley de Instrucción contempla un vasto plan de
educación agrícola. Agrícola en las oficinas del Registro de la Propiedad Inmueble.
El lapso de más de 60 años que constituye este período es una simple prolongación
de la época colonial. Ni el régimen legal, ni la técnica, ni el sistema de trabajo se
modifican sustancialmente. El diezmo colonial fué, a su vez, sustituído por una serie
de gabelas, modificadas, suprimidas y restablecidas sucesivamente. Los minerales
que principalmente se explotaron en este período fueron el oro y la plata.
Los ramos de la minería que tienen verdadera importancia en este período son las
industrias del guano y del salitre. En la historia financiera nos ocuparemos del
desarrollo de estas industrias desde que fueron monopolizadas por el Estado. Ahora
debemos referirnos sólo a las primeras etapas de la industria del salitre. Hasta 1868 la
explotación del salitre no tuvo gran importancia en la vida económica nacional.
Comparando estas cifras con las de 1820, que hemos citado, aun tomando en cuenta
la reducción correspondiente al menor valor de la moneda boliviana, que según Luis
Benjamín Cisneros puede estimarse en una tercera parte, resulta una notable
diferencia, que marca aproximadamente el progreso comercial durante los 45 primeros
años de la República. La invasión de moneda boliviana y de moneda de baja ley
producían inestabilidad y confusión en nuestro sistema monetario. Varias veces se
había intentado realizar la conversión y unificación de nuestra moneda, pero las leyes
pertinentes quedaron sin efecto por falta de fondos. Dispone además la acuñación de
moneda de cobre de dos y de un centavo hasta por el valor de 300 mil soles.
Este la absolvió declarando por decreto de 26 de abril que no había ley que prohibiese
a los bancos la emisión de billetes, que su circulación era convencional y sujeta a la
confianza inspirada por la sociedad emisora y que por lo tanto al público correspondía
decidir su aceptación o rechazo. El artículo 1 dispone que los administradores o
recaudadores de rentas públicas, fiscales, municipales, de beneficencia o de
instrucción no admitan otros billetes que los emitidos por los bancos expresamente
autorizados por el Gobierno conforme a las disposiciones del mismo decreto. El
artículo 2 prohibe la constitución de bancos de emisión con capital inferior a 100 mil
soles, del cual la mitad debía de ser erogado en dinero, no pudiendo emitirse billetes al
portador por suma superior al capital erogado ni de un tipo inferior a cuatro soles. Los
billetes debían de ser garantizados en un 70% por bonos de Tesorería o de la Deuda
interna cotizados en su valor nominal, disposición que vinculaba la garantía del billete
al crédito del Estado.
El decreto supremo de 20 de marzo del mismo año señaló como la nueva unidad
monetaria el «inca», moneda de oro de valor de un quinto de libra esterlina, y como
monedas fraccionarias la peseta y el real, con valor respectivamente de un quinto y un
décimo de inca. Fracasado un proyecto de emisión de «bonos del Tesoro», propuesto
el 14 de agosto de 1880 por un comité nombrado al efecto, el Jefe Supremo, por
decreto de 25 de setiembre, autorizó la emisión de cinco millones de incas papel, al
portador, con el nombre de «obligaciones del Estado», pagaderas en moneda metálica
a los seis meses de su emisión, quedando afectos a ese pago los valores
especificados en el art. Otro decreto de 13 de noviembre estableció la relación de
cambio entre los billetes «incas» y los billetes «soles» a razón de ocho de los últimos
por cada inca. La emisión efectiva de incas papel fué sólo de 3,601,516.
Después de la ocupación de Lima por las fuerzas chilenas, el gobierno provisorio de
García Calderón decretó que los billetes incas fueran aceptados en las oficinas
públicas al tipo de ocho soles de papel por cada inca con que fueron emitidos y
que, para unificar la emisión, fueran reemplazados por billetes de los mismos tipos de
la emisión antigua. Según la memoria de la Junta Fiscal, presentada al Congreso de
Chorrillos sobre el estado de sus operaciones referentes a la emisión del papel
moneda, el 11 de agosto de 1881, el monto total de la circulación era en esa fecha de
108,506,083 soles, calculando los incas a 8 soles cada uno e incluyendo 7,271,933
soles billetes capturados en Chimbote por la escuadra chilena y puestos en circulación
por los ocupantes. – Celebrada la paz y consolidado el gobierno de Iglesias, se
adoptaron diversas medidas para la amortización de los billetes fiscales, siendo la más
importante la aplicación a ese objeto del 10% de los derechos de importación
percibidos en la aduana del Callao y del 20% de los percibidos en la aduana de
Mollendo. La única solución posible fué entonces ver la manera de que el Estado
pagara en alguna forma a los tenedores de billetes.
En 1889 se resolvió este problema incluyendo el billete fiscal entre los títulos
convertidos a la nueva emisión de bonos de la deuda interna. Así terminó la historia
del papel moneda en el Perú. Los partidarios de la nueva ley creían indispensable el
patrón de oro para dar fijeza a la moneda y base segura al desarrollo industrial y
comercial, evitando las fluctuaciones del valor de la plata, que sin bien
accidentalmente podían resultar favorables a algunas industrias, normalmente
significaban un perjuicio para la economía nacional. Alegaban los opositores de la
reforma que sancionada ésta nos encontraríamos sin moneda de oro, pues no la había
entonces y la que entrara después volvería a salir por las necesidades del comercio
nacional.
Atraídos los indios con promesas ilusorias se alejaban de sus campos para entregarse
a patrones o enganchadores tiránicos que los retenían indefinidamente en el
trabajo, pagándoles salarios miserables, por medio de adelantos maliciosos que nunca
se acababan de pagar. Leyes y disposiciones administrativas han confirmado en
muchas ocasiones la prohibición del trabajo forzoso de los indios, pero nunca han
tenido verdadera eficacia. Más que prohibiciones legales hacían falta medidas para
mejorar la condición social del indio y ampararlo contra los innumerables abusos de
que constantemente ha sido víctima. Leyes especiales han establecido formas
obligatorias de trabajo que, aunque aplicables en teoría a todos los habitantes, nunca
se han hecho efectivas sino con los indios.
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