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la Iglesia viva”
Pablo VI
Paz y Bien
INTRODUCCIÓN
Enfermos:
• Jesús y la salud
• La Iglesia y la salud
• Acciones de la parroquia
• Jesús y la muerte
• El cristiano y la muerte
• Acciones de la parroquia
• Acercarse al enfermo
• Acompañarlo en su camino
• Escuchar al enfermo
• Comprender y acoger
• Fomentar en él actitudes y comportamientos sanos
• Pedagogía para asumir el dolor
• Encontrar sentido
• Ayudar a purificar la relación con Dios
• Implicar a la comunidad
a) Los Sacramentos
• La Reconciliación
• Unción de los Enfermos
• Comunidad fraterna
a) Todos responsables
b) Misión de los Miembros
• El obispo
• El presbítero
• El religioso/a
• El profesional sanitario cristiano
• El voluntario: domiciliario y hospitalitario
• El enfermo
G. in D.
Paz y Bien
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Introducción:
Pastoral de conjunto
Es una expresión del “espíritu de comunión” del que nos hablo Juan Pablo II (N. M. I
43; Rom. 15,4-9).
Más que hablar de estructuras debemos hablar de la naturaleza y misión de la
Iglesia; porque las estructuras no valen, sino tan sólo como servidoras de la acción; pero
no sirven sino dan respuesta auténtica a la acción.
Debemos buscar los caminos de una presencia más real, más eficaz y a la vez más
fiel de la Iglesia en este momento que nos toca responder a los que sufren.
Pío XII les decía a los párrocos de Roma (10-III-1955): “Cuando se observa por una
parte, el entusiasmo de muchas iniciativas en las que tantos trabajan (...); y por otra se
constata la pequeñez de los resultados obtenidos en comparación con lo que se
esperaba con el empleo de tanta energía y sacrificios, uno se llega a preguntar si tal vez
no estaríamos combatiendo solos, aislados y desunidos.
Tal vez, carísimos hijos, seria bueno realizar un examen de nuestro trabajo
apostólico, sirviéndonos de los principios que rigen toda justa colaboración.
Según nuestro modo de ser, de aquí debe surgir una de las exigencias más
importantes para la actividad apostólica del clero y de los laicos.
El individualismo apostólico más que una falta de docilidad o un error táctico es un
error doctrinal”.
La Pastoral de conjunto exige una gran renovación del individuo y de la comunidad
(cf. L. G. II, 12).
La Pastoral de conjunto supone una profunda reforma pastoral, lo que expresa el
Concilio Vaticano II, y que no mira en primera instancia las reformas de las estructuras
sino del cambio de mentalidad y del corazón; así ya lo afirmaba Santa Catalina de Siena:
“Dejemos en paz las estructuras; son importantes, sin duda, pero esta hora es la de la
reforma interior, lo de las lágrimas que acompañan al crecimiento”.
Es claro que la problemática a la que debemos responder, no es de cosas
individuales; se trata de un estilo de trabajo que no sirve para encarar una evangelización
nueva en sus métodos, expresión y ardor.
En definitiva y resumiendo, entendemos por Pastoral de Conjunto, la acción
pastoral de una comunidad eclesial madura que actúa precisamente como comunidad.
Nuestra realidad pastoral se presenta muchas veces como piezas desarticuladas, y
una creciente atomización de las instituciones y de las parroquias.
El remedio para este problema es trabajar para lograr una sabia ordenación de las
fuerzas, evitando sobre todo el individualismo.
“...cuanto más urgen los peligros, tanto más alta y ardua es la meta hacia lo que
conviene tender -decía Juan XXIII-, tanto más necesario es ajustar solidariamente las filas
para alcanzar el común y difícil fin. Toca entonces a quienes tienen la responsabilidad del
éxito de la empresa -pastoral- procurar la cohesión y coordinación de las fuerzas, a fin de
evitar toda pérdida y sea posible obtener, unidas las fuerzas, los resultados que la
voluntariosa pero disgregada generosidad de los individuos jamás lograrían conseguir”.
La médula de nuestro problema es la no recepción del Concilio Vaticano II, que nos
invita a asumir la reforma pastoral de la Iglesia, y esto implica emprender un camino de
conversión del corazón y de la mente ya que el espíritu del Concilio es un nuevo fervor
infundido en el pueblo de Dios que nos ha dado una nueva mentalidad. “En esta línea
-dice Pablo VI- se debe desarrollar la nueva sicología de la Iglesia” (18-XI-1965).
Este es un objetivo de todo el pueblo de Dios, pues “la calidad de la comunidad depende
de todos” (S. Juan Crisóstomo). “Clero y fieles tendrán que desarrollar una magnífica labor
espiritual para la renovación de la vida y de las acciones según Cristo el Señor; y a esta
labor invitamos a nuestros hermanos y a nuestros hijos: aquellos que aman a Cristo y a la
Iglesia…” (id).
Retomando y aplicando lo dicho a nuestro tema, nuestra hora que debe ser una
“hora nueva” (Montini -Milán- 1955), nos exige creatividad, pues “esta es la hora -nos decía
Juan Pablo II- de una nueva imaginación de la caridad”, para que los pobres se sientan en
su casa en cada comunidad cristiana (N. M. I 50), ya que “la Iglesia quiere ser de todos,
especialmente de los pobres” (Juan XXIII).
Hoy más que nunca la Pastoral de la salud y de la vida debe ser prioritaria pues “la
organización y promoción continua de la Pastoral de la salud merece prioridad en el
corazón y la vida de un obispo” (PG 71).
Sólo “a partir de esta comunión intra-eclesial, la caridad se abre por su naturaleza
al servicio universal, proyectándonos hacia la práctica de un amor activo y concreto con
cada ser humano” (N. M. I 49).
Hace un tiempo nos propusimos un lema: “Que nadie sufra solo”; es exigente y
comprometedor, por eso se nos pide, a todos los que se sienten convocados por el
Espíritu de Dios a esta tarea, dedicación y entrega a los hermanos que, en su
enfermedad, con su sufrimiento y su dolor, hacen presente a Cristo Jesús, el Hermano
Mayor, “Varón de dolores”, entre nosotros y en el mundo.
Como hemos dicho, si nos movemos en comunidad y vivimos juntos la
preocupación, la entrega y el servicio, nuestras parroquias evangelizan y son
evangelizadas. Hasta respirar en ellas la civilización del amor que, paso a paso, ha de
envolvernos a todos.
c) Acciones de la Parroquia
El sufrimiento y la enfermedad han constituido uno de los más grandes problemas que
perturban el espíritu humano.
El sufrimiento humano es una presencia permanente en la historia de la humanidad.
“Lo que expresamos como sufrimiento parece ser particularmente esencial a la
naturaleza humana (…). De una o de otra forma el sufrimiento parece ser, y lo es,
casi inseparable de la existencia terrena del hombre” (S D 2-3).
Si tal es la condición humana y concientes que es la que el Hijo de Dios asumió
haciéndose solidario con todos los humanos; la Iglesia continúa esta solidaridad por lo
que el Concilio Vaticano II afirmó:
“Los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de la época
actual, sobre todo de los pobres y afligidos de toda clase, son también los gozos y
las esperanzas, las tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (G. S. 1).
También asume que para la Iglesia “nada hay auténticamente humano que no halle
eco en su corazón (…). Por esto la Iglesia se siente en verdad íntimamente unida con la
humanidad y con su historia” (id).
Si esta es la misión que Jesús dio a Su Iglesia, es nuestro compromiso y deber
cuidar la presencia evangelizadora de la parroquia junto a los enfermos para ser solidarios
con ellos y ayudarles a afrontar la enfermedad con realismo y a asumirla con paz.
La parroquia ha de ofrecerles atención, cercanía, presencia, escucha, participación
y ayuda concreta para con el hombre en los momentos de la enfermedad y el sufrimiento.
La parroquia ha de acercarse también a los enfermos alejados y a los no creyentes.
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• Celebrar los Sacramentos de los Enfermos
Los sacramentos son los gestos en los que la parroquia ofrece al enfermo, de
manera culminante, la gracia salvadora y sanadora de Cristo. De ahí la necesidad de
renovar la celebración digna de los “Sacramentos de los enfermos” buscando el momento
adecuado, suscitando la participación activa del enfermo, la familia y la parroquia,
cuidando la riqueza expresiva de cada sacramento, fomentando en lo posible la
celebración comunitaria.
- Un momento crítico en la vida humana, como es la enfermedad, puede ser ocasión
propicia para oír la llamada de Dios a la conversión y al perdón y celebrarlo en el
sacramento de la reconciliación.
- Una manera de hacer palpable la fraterna solidaridad de la parroquia con los enfermos
es llevarles la comunión de modo que puedan participar de la Eucaristía.
- La unción de los Enfermos es el sacramento de la enfermedad y no de la muerte. Es la
celebración del encuentro con Cristo, que también hoy -y de muchas maneras- pasa
curando.
Trabajar para que la parroquia sea una comunidad sana y fuerte de salud para los
enfermos, ofreciéndoles la Palabra de Dios que sana, haciéndoles experimentar que son
aceptados y queridos por Dios como tales y liberándolos de las consecuencias más
dolorosas de la enfermedad, como son el verse solos y aislados, inútiles y un estorbo para
los demás.