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“La bioética en México, como afecta la pobreza la relación médico paciente,

la ética ante los cambios culturales”.

Los objetivos de la medicina, desde el punto de vista de la bioética, eran prevenir


la enfermedad y promover la salud, aliviar el dolor y el sufrimiento, curar y cuidar a
los enfermos, cuidar al que no se puede curar, confortar siempre, prevenir la
muerte prematura y, cuando llegue el momento, posibilitar una muerte en paz.
La bioética surge para dar respuesta a los requerimientos sociales de justicia y de
beneficencia y, sin desconocer que suele haber redundancia entre ambas
visiones, es indudable que representa la ventaja necesaria para preservar la vida,
en todas sus fases y su ethos se convierte en un criterio vital de responsabilidad,
frente al origen biológico y problemática humana psico-social de la ética
obligadamente presente en el ejercicio de la medicina cotidiana, en la
investigación y en las políticas de salud, para mejorar constantemente su calidad y
eficacia.
En México, la bioética tiene una historia que revela la visión y el compromiso
éticos de importantes personalidades, íconos en el ámbito de las ciencias de la
salud y las humanidades, que acertadamente dieron lugar a la creación de la
Comisión Nacional de Bioética, institución responsable de promover una cultura
bioética en el país desde la perspectiva del más alto humanismo para preservar la
salud, la vida y su entorno; sin dejar de lado, claro está, las bases éticas y
deontológicas que han cimentado, desde distintas ópticas, la práctica médica.
La bioética en México excepcionalmente se la citaba en el discurso de la Salud y
los Derechos Humanos antes de 1988, a pesar de que había surgido y pronto
aceptada en el mundo desde 1970.- Necesitaba que la Secretaría de Salud, como
la autoridad político-sanitaria del Gobierno de la República, constituyera una
instancia para el estudio, investigación y difusión de la bioética, incluyéndose en
el Movimiento de reflexión Intelectual y Moral que, yendo más allá de la Ética
Médica, sirviera para normar la conducta de quienes intervienen o interfieren con
la vida, con la salud y con la dignidad humanas.
La pobreza influye de manera determinante en la salud. Es evidente la relación
entre pobreza y los peores niveles de salud. El estado de salud de las personas y
de las poblaciones depende directamente de factores no médicos como son el
ingreso económico, educación, vivienda, alimentación, agua potable,
alcantarillado, transporte, condiciones laborales, etc. Estos elementos de
desarrollo socio-económico se suman a la disponibilidad y acceso a prestaciones
de salud, medicamentos, tecnología, inmunizaciones y otras medidas preventivas
y de fomento en salud. Por estas razones las comunidades más pobres tienen el
peor nivel de salud, tienen menor expectativa de vida y su deteriorado estado de
salud contribuye a su vez a perpetuar o a exacerbar la pobreza. Se genera un
círculo vicioso peor salud – pobreza – peor salud.
En México, para el tema de salud, lograr equidad significa la eliminación o
reducción de las disparidades asociadas a los niveles socioeconómicos más bajos
y a los marginados por razones de raza, ruralidad, educación, género, creencias y
otras. Ya hemos dicho que salud es uno de los derechos humanos fundamentales
y de ahí se deriva que la salud constituye un derecho de las personas y que el
estado tiene la obligación de asegurar el acceso a la asistencia sanitaria y de
proteger la salud de las personas. En la práctica alcanzar altos niveles de salud en
condiciones de equidad es difícil de lograr pero los sistemas de salud, para ser
justos, necesitan asumir este ideal y buscar soluciones concretas.

La práctica clínica en hospitales públicos, consultorios de atención primaria,


práctica rural, y también las experiencias de trabajos voluntarios, exponen a los
estudiantes a conocer de cerca la relación entre pobreza y salud. La sensibilidad
que estas experiencias deben despertar y desarrollar debería dejar en ellos muy
claro el concepto de la interrelación existente entre pobreza, salud y equidad. Ello
fortalece y amplía el sentido de las profesiones de la salud pero es insuficiente
como estrategia de formación. Para infundir en los estudiantes un sentido de la
profesión con plena responsabilidad social falta desarrollar en las universidades un
“clima” institucional que lo favorezca.
La pobreza interfiere demasiado en la relación médico paciente en la mayoría de
los casos; a las personas de escasos recursos se les trata peor los médicos dan a
los pacientes de baja clase social menos información sobre diagnóstico y
tratamiento, se contesta menos a sus preguntas y toman en cuenta su opinión de
una forma menos determinante a la hora de diseñar un plan de cuidados o
tratamiento, se da menos apoyo emocional y se realiza una entrevista clínica más
dirigida, en la que están más presentes aspectos biomédicos y se dejan a un lado
otros componentes más sociales (sí, por paradójico que parezca lo psicosocial de
las personas de clase más alta nos parece más importante... será nuestra forma
de ver en las historias clínicas una revista del corazón en potencia). En cambio, sí
que se dedique más tiempo a la exploración física de los pacientes de baja clase
social.

Otros factores además de la clase social que determinen el comportamiento


médico es que se muestra de esa forma en el encuentro con el paciente
principalmente por la forma que tiene el paciente de comunicarse con él. Se ha
visto que los pacientes de baja clase social tienden a hacer menos preguntas y a
mostrarse menos proactivos en su relación con el médico que los de alta clase
social. Eso determina, en gran medida, la actitud del médico, pero no justifica que
éste no sea consciente de esta situación y haga lo posible por solucionarla.

Los pacientes de baja clase social padecen más enfermedades crónicas y


presentan niveles más bajos de alfabetización sanitaria; estos dos aspectos,
conjuntamente con el hecho de que las personas de baja clase social tengan una
cierta percepción de falta de control sobre sus propias vidas favorece que la
relación médico-paciente quede desviada por completo hacia las decisiones del
médico, no introduciendo al paciente en el diseño de un plan de decisiones
compartidas propio de un enfoque de medicina centrada en el paciente.

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