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Pastel en picada

Vicente, un oficinista, está parado al borde de un edificio. Viste un traje negro. Se balancea,
pero no cae.

Caer. Rápido, lo más rápido posible desde la azotea del edificio. Caer. Tomar impulso,
correr, mirar al sol y saltar. Caer. Hacia una muerte segura, como un pastel de chocolate de
tres pisos cubierto con fresas y cerezas. Caer. Como una colilla de cigarro, que terminará
de arder en cuanto llegue al suelo.

Ahora está en la oficina

Otro día oculto a plena luz del sol. En la oficina todo normal. Pablo no re-agendó la junta
con la gente de la tabacalera. La campaña ya está lista, sólo falta que aprueben los diseños
de arte y se imprime. Maldito imbécil, siempre ha querido mi puesto pero no es capaz ni de
amarrarse las agujetas sin que alguien le diga cómo hacerlo cada maldita vez. Si yo me voy,
¿qué va a suceder con todas las cuentas y las campañas pendientes? Él no es capaz de
resolver nada.

Maldita sea. El pastel, el pastel de la niña. A la 4:00 es la fiesta. Tengo una junta con el
departamento de arte a las 2:30 para revisar la propuesta de la compañía de jugos: Jugos
Gómez: ¡del árbol a tu corazón! A las 3:15 tengo que maldita sea ir con Javier para revisar
el contrato. Sí, un aumento es bueno, pero ya tengo más dinero del que podría desear.
Luego de la campaña de Coca-Cola quedamos FORRADOS de dinero. Marta siempre
quiere más pero a quién carajo le importa lo que quiere Marta. Tengo que estar por el pastel
a las 3:30 pero seguro a esa hora voy a seguir en la junta y a las 4:00 tengo que volver a
estar en la oficina porque es el cumpleaños de Paty y si no estoy ahí se va a ofender porque
siempre se me olvida su cumpleaños pero si no voy por el pastel a las 3:30 y me voy
directamente a la casa Marta se va a enojar porque siempre llego tarde a las fiestas de
cumpleaños de los niños y lo que más me emputa es que siempre se me olvida el
cumpleaños de mi secretaria a pesar que cumple años el mismo día que el de mi hija y por
esa razón termino saliendo más tarde de la oficina para llegar aún más tarde a la estúpida
fiesta de cumpleaños de la niña.

No es que no las quiera. Es que no las quiero lo suficiente; no me importa lo suficiente.

Decide dirigirse a su auto

A la chingada, no voy a la junta de las 3:15 y me largo por el maldito pastel porque si no
estoy ahí a tiempo Marta se va a enojar y me va a tocar dormir en el sofá, el cual sí, yo
pagué, lo mismo que MI cama y MI casa y todo lo demás que hay en esa maldita casa.

Está en la pastelería

Puta madre. Puta, puta, PUTA madre. Hay una fila enorme para recoger los estúpidos
pedidos. Si hubiera faltado a la junta de 2:30 hubiera estado aquí desde antes y ya iría en
camino a la estúpida casa para la estúpida fiesta pero ah, no, tengo compromisos, tengo
responsabilidades. Y eso no es todo. No, señor, eso no es todo. A medio camino de la
pastelería a mi casa, un maldito imbécil se pasa el alto y me tengo que frenar en seco para
no estamparme de frente con él. El frenón es tan repentino que el pendejo de atrás no
alcanza a frenar a sana distancia y ahora la puta cajuela parece un maldito acordeon de
mierda y… Y ahí estaba el pastel.

En la calle, junto al auto

Contesta. Contesta. Contesta, maldita sea. Hola. Sí, mira, no voy a llegar. No no no no no.
Cállate, cállate y escúchame. En primer lugar, no me levantes la voz, ya tuve un dia de
mierda lo suficientemente malo como para lidiar con tu maldita voz aguda como la chingada.
En segunda, el auto está hecho mierda. Probablemente sea pérdida total, y adivina qué, el
pastel valió madres. Un imbécil me hizo frenar de repente y el de atrás no alcanzó a frenar y
en la cajuela estaba el maldito pastel. En tercera, ya me tienes hasta la madre, Marta. Eres
una completa inútil. Lo único que haces es estar en casa todo el puto día viendo la tele y
hablando por teléfono y no mientas, no haces absolutamente nada porque no te bastó con
que te comprara esa maldita aspiradora carísima porque además de inútil eres estúpida y
no sabes usarla, y entonces tuve que contratar a alguien para que hiciera tooooooda la
limpieza de la casa, y ahora Graciela también hace de comer, lleva a los niños a la escuela
y hace todo, todo, ¡todo! Es como si fueras otra niña más, y una niña malcriada. Y, y ¿sabes
qué? Sé que me engañas con… ya, no importa. No voy a llegar.

Afuera de la oficina

Regreso a la oficina. a través de la puerta de cristal veo que todos se divierten. Pasé a
comprar otro pastel, uno de esos que ya tienen hechos, para llevárselo a Paty. Todo el
mundo y su madre tuvieron la misma idea, porque ya hay como cinco pasteles y dos
gelatinas ahí.

En la azotea

Subo a la azotea, para fumarme un cigarro. El primer momento de auténtica calidad del día.
Se me doblan las rodillas, pero al mismo tiempo floto. El humo me calma.

¿Un pastel podrá matar a alguien lanzado desde esta altura? Ojalá que no, porque la
pregunta me la hago cuando el pastel ya va a medio camino entre la azotea y el suelo.

Miro la trayectoria del pastel que cae. El vértigo se confunde con la duda.

¿Y si lo hago?

¿Qué tan rápido hay que caer para que tener éxito?

Arrojo la colilla del cigarro. que también cae.

Parado al borde, sé que cualquier movimiento en falso me condenaría. Pero si yo decido


hacer el movimiento, ¿también sería una condena?
Dos pasos hacia atrás. El sol en mi cara. Tres pasos más. Bueno, uno más. Abajo todos
divirtiéndose. En casa… no tengo idea de qué pase en casa. Otro paso y hacia atrás y
prendo un cigarro. No quiero caer en la banqueta. Me gustaría caer sobre un auto,
arruinarle el día a alguien. El humo ya no me calma, ahora me da ánimos.

Corro, corro hacia adelante. Corro sin frenar, acelerando. Frente a mí el vacío que es un
escape. Atrás ya no queda nada.

Salto.

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