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NOMBRE: Vivian Acevedo, Daniela camelo, Eliana Alvarez

ALMAS SIN OLVIDO

Por el norte con rio sucio, por el este con el departamento de Antioquia, por el oeste

con bahía Solano, puertas y ventanas estallaron, dejando a su paso cristales afilados, las

tejas del templo cayeron sin compasión, la madera de las bancas salió disparada en astillas,

niños desesperados gritando por encontrar a su mama, madres desahuciadas llorando a sus

hijos, cuerpos infames por donde se caminaba, charcos de sangre inmensos corrían por

Bojaya en ese momento, y yo, yo solo cerraba y abría mis ojos esperando que en cada

pestañeo lo que estaba escuchando fuese solo una terrible pesadilla de las miles que por

años vivimos, el silencio era pavoroso, mutilados y sobrevivientes corriendo de un lado

para otro entre una cortina de polvo escalofriante ¡Dios mio! ¿Qué hemos hecho? Exclame

frente al altar destruido con lágrimas en mis mejillas, mi cara cubierta de barro y mis manos

llenas de sangre, sosteniendo a los dos seres que guardaban mis esperanzas en ese lugar y

que ya no respiraban.

La tragedia se produjo en Bellavista, la cabecera municipal de Bojaya, lugar de alta

presencia guerrillera desde 1997, donde se quebrantaban todas las normas de protección

para los civiles, exponiéndolos a peligros precedentes de la guerrilla de las FARC y

paramilitares que habitaban la zona, aun así el gobierno ignoro las alarmas sobre el peligro

en el que nos encontrábamos; los dos bandos de las FARC y paramilitares estaban en

enfrentamiento, buscaban obtener territorio para guardar sus armas y buscar la victoria, por

esta razón decidimos resguardarnos en la iglesia, éramos casi 400 personas refugiándose en

este lugar, en donde un sacerdote daba de comer a varios niños desprotegidos, entre ellos

mi hermano menor de 6 años, quien me repetía una y otra vez al oído que no entendía que
ocurría allí afuera, yo solo lo abrigaba con su manta y mantenía la calma para no alármalo,

mientras los balazos no paraban de sonar, los pasos fuertes y gritos de mandato cada vez

eran más frecuentes, los latidos de mi corazón acelaraban sin control, sentía que el corazón

se me salía de solo pensar que se acercaban cada vez más, mientras mi padre nos protegía

con sus brazos y suplicaba piedad por nuestro pueblo, a mi lado una anciana con su

escapulario en las dos manos, de rodillas hacia el cristo del templo, imploraba a su padre

celestial, que parara el fuego y que cada persona que se encontraba en ese momento pudiese

abrazar a su ser más querido después del enfrentamiento, dentro de mí y mi corazón solo

quedaba un voto de esperanza al cielo por todos. El día paso bajo mucha presión, toda la

gente estaba preocupada por sus allegados, siguió transcurriendo la noche y la madrugada,

sin conciliar el sueño de la angustia.

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia atravesaron el cielo, ese voto

se perdió cuando murmullos se escucharon detrás de la iglesia, 10:00 am, 02 de mayo de

2002, una pipeta de gas fue lanzada por el bloque 58 de las FARC, puertas y ventanas

estallaron, dejando a su paso cristales afilados, las tejas del templo cayeron sin compasión,

la madera de las bancas salió disparada en astillas, niños desesperados gritando por

encontrar a su mamá, madres desahuciadas llorando a sus hijos, cuerpos infames por donde

se caminaba, charcos de sangre inmensos corrían por Bojaya en ese momento, si, perdí a mi

hermano y a mi padre los tenía en mis brazos, uno a cada lado, no habrían sus ojos, la

manta destrozada a su lado solo daba señal de olvido, sucia, aun así permanecí a su lado,

sujetando su camisa del pecho rogando al cristo que estaba en frente que abriera sus ojos,

mientras sobrevivientes huían del lugar, dejando a su paso una ola de desolación de 117

personas muertas, entre ellos 47 niños en una población de 1.100 personas,  solo pasaban
por mi mente recuerdos de cuando nuestra tierra era tranquila, nos dedicábamos a la pesca y

a la agricultura, de eso vivamos, , nos iba bien, cortábamos madera y la vendíamos, hasta

que empezaron las guerras, nací en un pueblo donde nos criábamos y moríamos de viejos o

por alguna enfermedad, no por conflictos ni pensamientos diversos; me levante con temor,

dolor en la columna y múltiples heridas, el desconsuelo no paraba y el fuego era insaciable,

empezaron a cruzar varias lanchas, con bastante gente, guiados por un sacerdote, la gente

cantaba pidiendo respeto por la vida, mientras al otro lado del rio nos esperaba un batallón

completo de paramilitares, fue en ese momento cuando se desplego un sin fin de camisas y

pañuelos blancos, gritábamos ¡somos civiles, respeten la vida”, pero volví a sentir que la

perdía.

Evacuaron a toda la gente del pueblo poco a poco, no quedo absolutamente nadie, el

pueblo era un sin mar de dolor y recuerdos, con una iglesia destruida y centenares de

cuerpos por donde se viera, estábamos solos, desahuciados, la ayuda humanitaria no

llegaba, el gobierno se olvidó de nosotros y después de tantos años hoy pido perdón a Dios

por pensar que él nos había abandonó aquel día, llegaron luego de un par de días cuando ya

todo estaba hecho, la explosión, los robos, los saqueos, los desplazamientos a Quibdó,

nuestra gente, nuestra vida y esta confrontación que desde las alturas de Colombia, dejo a

Bojayá convertida en memoria.

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