Oswaldo Reynoso

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Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931 – Lima, 2016) sigue y seguirá viviendo en su obra
literaria, eternamente joven. Y no solo por la vitalidad perdurable de libros que se han
convertido en auténticos clásicos de la narrativa peruana, continuamente editados,
estudiados a nivel escolar y universitario: de modo privilegiado, los cuentos de Los
inocentes (1961) y la novela En octubre no hay milagros (1965). Sino por su actitud siempre
joven, en consecuencia con la abundancia en sus narraciones de personajes adolescentes y
en búsqueda formativa. Una actitud cuestionadora de las pautas reinantes, rebelde,
antiburguesa.

Desde los años 50 hasta su fructífera vitalidad octogenaria, Reynoso encarnó el espíritu de
la “nueva narrativa” de la generación del 50. Fue un innovador constante, ajeno a las
componendas del mercado literario: fustigó a los críticos y a los mandarines que medraron
al calor del espléndido “boom” hispanoamericano de los años 60 y cimientos de los años 70,
quienes lo marginaron de la consagración internacional.

Resaltemos que fue uno de los principales animadores de la revista Narración (1966-1974),

la cual congregó al grupo más admirable de narradores que haya tenido el Perú (marginado,
por cierto, por los titiriteros de la fama internacional): Miguel Gutiérrez, Antonio Gálvez
Ronceros, Gregorio Martínez, Juan Morillo Ganoza, Eleodoro Vargas Vicuña, Eduardo
González Viaña, Augusto Higa, Nilo Espinoza, Hildebrando Pérez Huarancca y Roberto
Reyes.

Un grupo que concilió dos elementos que tendían a darse separados en la generación del
50 (separó a los “poetas sociales” de los “poetas puros”): postura revolucionaria (Reynoso
fue fiel a sus convicciones marxistas, siempre) y esmero estilístico. Subrayemos el
esplendor verbal y el aliento poético de los escritos de Reynoso, el cual se acrecentó con la
utopía erótica (entrega homosexual a los muchachos en flor) que tejió a partir de En busca
de Aladino (1993).
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