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Los ciudadanos tenemos el deber de seguir contribuyendo a salvar el clima de convivencia, único
cimiento de las libertades, sostuvo el Dr. Julio María Sanguinetti en una columna publicada por La
Nación de Buenos Aires y que aquí reiteramos.
Por ejemplo, estos días vuelve la Argentina a discutir el tema del aborto,
que ya había planteado el gobierno anterior. Por cierto, el aborto es
siempre un fracaso, como lo es el divorcio, cuando un matrimonio ha
perdido el afecto. Pero son hechos existentes en la sociedad, asumidos
como ingratos remedios para algo peor. Las democracias deben
encararlos desde el ángulo de la tolerancia, sin imponer una ética
particular y diferenciada. Quien considera que el matrimonio es
indisoluble no está obligado a recurrir el divorcio, aunque la ley lo
autorice. La maternidad no querida por una mujer, que por razones
emocionales, económicas o las que fuere, no está dispuesta a asumirla
¿merece que su inevitable angustia deba ser cargada, además, con una
penalización delictiva? No es casualidad que todos los países de
inspiración cristiana han ido progresivamente marchando hacia esa
despenalización. Somos conscientes de que el tema es complejo filosófica
y éticamente, pero lo importante es el respeto de unos y otros sobre el
tema. Caer en el dogmatismo, del lado que sea, no es un buen camino.
Los temas de bioética están a la orden del día y debemos asumirlos desde
ese espíritu abierto, que reconozca los límites que impone la dignidad
humana, pero que no pretenda la imposición de éticas excluyentes, que
no representan los valores universales establecidos en nuestras
Constituciones. Al mismo tiempo, se impone prevenirnos de
fundamentalismos científicos capaces de llevarnos hasta aberraciones
como la clonación humana.