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historia economica y politica

Historia
Universidad Complutense de Madrid (UCM)
41 pag.

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HISTORIA SOCIAL, ECONOMICA Y POLITICA DE
ESPAÑA.

INDICE
1. Construcción del estado liberal
2. El liberalismo español hasta la Restauración.
3. La Restauración
4. La Crisis de la Restauración
5. La Dictadura de Primo de Rivera
6. La II República
7. La Guerra Civil
8. Franquismo
9. La transición a la España democrática.

LA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII


Al iniciarse el siglo XVIII, en España pervivía una sociedad estamental, dividida en
privilegiados y no privilegiados, un sistema económico de base rural y señorial y un régimen
político de monarquía que tendía al absolutismo. Esta sociedad anterior a las revoluciones
liberales es denominada Antiguo Régimen, acuñado tras la Revolución Francesa de 1789.

La llegada de los Borbones al trono español significó la consolidación del absolutismo


monárquico de inspiración francesa. Los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III se
caracterizaron por la implantación de una serie de medida que pretendían, por un lado, la
centralización del Estado heredado de los Austrias y, por otro, la reorganización,
racionalización y reactivación de una administración y una estructura económica en
completa crisis desde la segunda mitad del siglo XVII.

El siglo XVIII fue también una época de transición entre el Antiguo Régimen y las
revoluciones liberales que, a partir de finales del siglo y durante gran parte de la siguiente,
transformaron Europa. El elemento esencial para este cambio fue el surgimiento y difusión
del pensamiento ilustrado, que nutrió de ideas y programas a los grupos sociales que se
enfrentaron al Antiguo Régimen.

Durante el reinado de Carlos III, los ilustrados encontraron en el monarca un convencido


defensor de reformas, pero sin poner nunca en duda el poder y la autoridad reales.
La experiencia de dicha colaboración dio lugar a lo que se conoce como reformismo
borbónico, que se enmarca en la corriente del despotismo ilustrado que se estaba extendiendo
por Europa.

La monarquía absoluta de los Borbones.


El absolutismo es la última formula del poder político del Antiguo Régimen. Apareció en
Francia durante el siglo XVII como resultado de la evolución de la monarquía autoritaria,
que en España estuvo encarnada por la dinastía de los Austrias. La llegada al trono español
de la dinastía francesa de los Borbones significó la implantación de dicha fórmula política en
nuestro país.

La Guerra de Sucesión
En 1700, el ultimo monarca de la casa Austria, Carlos II, murió sin descendencia directa. Los
principales candidatos a ocupar el trono, por sus vínculos familiares, eran Felipe de Anjou, nieto

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de Luis XIV de Francia y de la princesa española María Teresa de Austria, y el archiduque Carlos
de Habsburgo, hijo del emperador de Austria, y ligado también a la dinastía española.
El testamento de Carlos II designaba como sucesor al candidato Borbón, que fue proclamado rey
(1700) con el nombre de Felipe V, juro su cargo ante las Cortes en 1701. Este nombramiento
provoco un conflicto grave en el equilibrio de poder entre las potencias europeas. El acceso de
Felipe V al trono español fortalecía la influencia de los Borbones en Europa, y rápidamente Gran
Bretaña, Holanda y Portugal, contrarias a la situación, dieron su apoyo al candidato austriaco y
entraron en guerra contra Francia y España. De esta manera, la sucesión al trono español paso a ser
un conflicto internacional.
La cuestión sucesoria en España había dividido los territorios peninsulares. Castilla se mostró
fiel a Felipe V, a excepción de una parte de la gran nobleza, temerosa de perder poder e influencia
ante el absolutismo borbónico. En cambio, en la corona de Aragón, especialmente en Cataluña, las
instituciones (Generalitat) representativas de los diversos sectores sociales (nobleza, clero y
burguesía) y las clases populares respaldaron al candidato austriaco. Un motivo fue el temor a
perder su poder ante las tendencias centralizadoras y uniformadoras de la nueva monarquía y el
mal recuerdo de las tropas francesas en Cataluña durante el levantamiento de 1640. El
enfrentamiento derivo en una guerra civil que se desarrolló durante casi una década.
En el plano internacional, las fuerzas de ambos estaban bastante equilibradas y los Borbones se
mostraron incapaces de derrotar a los ejércitos aliados, que apoyaban a Carlos de Habsburgo.
En 1711, un hecho hizo cambiar el curso de los acontecimientos: en abril moría el emperador de
Austria, José I, y ocupaba el trono el trono el archiduque Carlos. Entonces, el peligro para el
equilibrio europeo lo constituía un Habsburgo en el trono de dos reinos tan importantes. Los
ingleses y los holandeses manifestaron su interés en acabar la guerra y reconocer a Felipe V como
monarca español.
La paz entre los contendientes se firmó en los Tratados de Utrecht y Rastadt (1713-1714), pero
a cambio de importantes concesiones a Austria, que se quedó con el Milanesado, Flandes, Nápoles
y Cerdeña, y a Gran Bretaña, que recibió Gibraltar y Menorca como compensación, junto con
privilegios comerciales con la América española.
En España, las tropas de Felipe V ejercieron una clara superioridad. Las resistencias de los reinos
de la Corona de Aragón fueron sofocadas 1706-1710. Cuando se firmó el tratado de Utrecht,
únicamente resistían Barcelona, algunas otras ciudades catalanas y las Baleares. El 1714 las tropas
de Felipe tomaron Barcelona y el 1715 Mallorca.

La imposición del absolutismo borbónico.


La monarquía autoritaria de los Austrias ya había iniciado, en el Siglo XVII, un proceso de
concentración de poder en Castilla. Sus cortes no se reunían desde 1665 y, desde el siglo XVI,
solo lo habían hecho para aprobar impuestos. En cambio, en la Corona de Aragón y también en
Navarra y el País Vasco, se habían conservado instituciones propias (Cortes) y un cierto grado de
soberanía respecto al poder central.
Al instalarse los borbones en el trono español, a principios del siglo XVIII, impusieron un modelo
de absolutismo implantado en Francia con Luis XVI durante el siglo XVII. En esta fórmula
política, el monarca absoluto constituía la encarnación misma del Estado: a él pertenecía el
territorio y de él emanaban las instituciones. Su poder era prácticamente ilimitado, pues era fuente
de ley, autoridad máxima del gobierno y cabeza de justicia.

Centralización y uniformidad.
Los primeros Borbones españoles, Felipe V (1700-1746) y Fernando VI (1746-1759), asumieron
la tarea de unificar y reorganizar los diferentes reinos peninsulares. Felipe V, mediante los llamados
Decretos de Nueva Planta (Valencia 1707, Aragón 1707-1711, Mallorca 1715 y Cataluña 1716),
impuso la organización político-administrativa de Castilla a los territorios de la Corona de Aragón,
que perdieron su soberanía y se integraron en un modelo uniformador y centralista. Así, con la
excepción de Navarra y País Vasco, los territorios de Castilla y Aragón constituyeron una única
estructura de carácter uniforme. La nueva planta abolió las Cortes de los diferentes reinos,
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integrándolas en las de Castilla, que de hecho se convirtieron en las Cortes de España. También se
suprimió el Consejo de Aragón, y el Consejo de Castilla asumió sus funciones. Aunque
legalmente conservaba sus facultades legislativas y judiciales y ejercía como tribunal supremo de
Justicia, el consejo de Castilla y el resto de consejos de la época de los Austrias pasaron a ser
meros órganos consultivos y perdieron peso en el gobierno.

Por encima de cualquier institución estaba el poder del monarca, que intervenía y decidía en todos
los asuntos de Estado. Su labor era auxiliada por las Secretarias, parecidas a los actuales
ministerios, a cuyo frente se situaban los secretarios de despacho. En 1714 se crearon las de
Estado, Asuntos extranjeros, Justicia y Guerra y Marina, y en 1754, la de Hacienda. Los secretarios
eran nombrados y destituidos por el rey, y solo rendían cuentas a él. Para realizar sus tareas eran
auxiliados por funcionarios, encargados de ejecutar las órdenes del rey y de controlar la
administración. Los borbones también reorganizaron el territorio: eliminaron los antiguos
virreinatos (menos el de navarra y los americanos) y crearon demarcaciones provinciales,
gobernadas por capitanes generales, con atribuciones militares, administrativas y judiciales, ya que
presidian las Reales Audiencias, que se implantaron en todos los territorios.

La aportación más relevante del nuevo modelo administrativo fue la introducción del cargo de
intendente, de inspiración francesa. Estos funcionarios dependían directamente del rey, gozaban
de amplios poderes y tenían como misión la recaudación de impuestos y la dinamización
económica del país: controlar a las autoridades locales, impulsar el desarrollo de la agricultura, la
ganadería y la industria, levantar mapas, realizar censos, etc.

La otra novedad se produjo en los intentos de reorganización de la Hacienda. La nueva


administración comprendía que para el saneamiento de la economía era imprescindible que todos
los habitantes pagasen en relación a su riqueza, incluyendo a los privilegiados (nobleza y clero).
Aprovechando el derecho de conquista, intentaron esa experiencia en los territorios de la Corona
de Aragón, donde se implantaron el equivalente y la talla en Valencia, la única contribución en
Aragón y el catastro en Cataluña. Se trataba, en todos los casos del establecimiento de una cuota
fijada por parte de la administración, a repartir proporcionalmente entre sus habitantes. El éxito
sobre el catastro en Cataluña, se evidenció en muy poco tiempo: se recaudaba más y el sistema era
más ágil y menos gravoso para el conjunto de la población. En los próximos años se intentó
extender por toda España (Catastro de Ensenada), pero las fuertes resistencias de los privilegiados
impidieron su aplicación.

Política Exterior.
El reinado de los Borbones se inició con una importante pérdida de poder e influencia de la
Corona española en el contexto internacional. (Tratado de Utrecht y Rastadt), que permitió liberar
a la monarquía de la pesada carga militar y financiera que había supuesto el mantenimiento de las
numerosas posesiones europeas en los siglos XVI y XVII. De este modo, los Borbones
concentraron sus energías en mejorar la situación en el interior del país.

El siglo XVIII fue una centuria de relativa paz, aunque España se vio implicada en algunos
acontecimientos bélicos. Los principales enfrentamientos se produjeron a causa del empeño de
Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, en defender el acceso al trono de Nápoles de su
hijo mayor, Carlos, y al trono de Parma y Módena, de su otro hijo, Felipe. Los intereses españoles
en Italia comportaron el enfrentamiento con algunas potencias europeas, esencialmente con
Austria. En busca de aliados, Felipe V y, posteriormente, Carlos III firmaron una serie de pactos
con Francia (Pactos de Familia).

La llegada al trono de Fernando VI inauguró una época de neutralidad en la política exterior


española. Sus esfuerzos se dirigieron a la reestructuración del ejército y la flota.

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En la segunda mitad del siglo en el reinado de Carlos III, España intervino en la guerra de los siete
años al lado de Francia (Tercer pacto de familia, 1761) y contra Inglaterra. La guerra terminó con
la Paz de Paris (1763), en la que España cedió Florida y territorios de México a Gran Bretaña,
mientras que Luisiana pasaba de manos francesas a españolas. En 1782, también recupero la isla de
Menorca que pertenecía a Gran Bretaña. Por último, España intervino junto a Francia en la guerra
de independencia de Estados Unidos (1776-1783), apoyando a las colonias americanas. Al final del
conflicto, con la derrota inglesa, España recuperó Florida y los territorios de México.

Sociedad y economía del Antiguo Régimen.


La España de comienzos del siglo XIII estaba definida en lo político por el absolutismo
monárquico, y en lo económico y social, por la pervivencia de la economía rural y señorial y
por la jerarquización en estamentos, con muy poca diferencia respecto a siglos anteriores.

Pervivencia de la sociedad estamental.


La sociedad del siglo XVIII continuaba manteniendo la división en estamentos y sus características
esenciales eran la desigualdad jurídica y el inmovilismo. Los grupos privilegiados (nobleza y
clero) eran dueños de la mayor parte de la propiedad territorial, no pagaban impuestos y
ostentaban cargos públicos. El clero constituía poco más del 2% de la población, pero controlaba
más del 40% de la propiedad territorial. La nobleza, a la que se pertenecía por nacimiento o por
nombramiento real, no sobrepasaba el 5% de la población, aunque poseía extensas propiedades y
detentaba numerosos señoríos, en los que administraba justicia y de los que extraía cuantiosas
rentas.

El tercer estamento, el más heterogéneo, estaba compuesto por el resto de los habitantes del reino
(campesinos, burguesía y sectores populares de la ciudad). Soportaba la mayor parte de las cargas
económicas del Estado y se hallaba marginado de las decisiones políticas. Los campesinos, la
inmensa mayoría de la población continuaban sometidos a un régimen señorial que les obligaba a
entregar la mayor parte de sus rentas agrarias, manteniéndoles así en el límite de la supervivencia,
cuando no del hambre crónica. El poder de la nobleza y el clero durante los siglos XVI y XVII
había impedido el desarrollo de la burguesía comercial e industrial. Pero la mejora de la actividad
económica, sobre todo el desarrollo del comercio, permitió su crecimiento lo largo del siglo XVIII,
aunque su peso e importancia no sobrepasaban el ámbito de algunas ciudades dedicadas al
comercio, especialmente colonial (Cádiz, Barcelona…)

Una economía agraria.


La agricultura todavía era la fuente esencial de riqueza, y a ella se dedicaba más del 80% de la
población. La mayor parte de la tierra estaba amortizada, es decir, no podía comprarse ni venderse
y debía transmitirse en herencia (tierras de manos muertas). Así sucedía con las tierras de la iglesia,
de los ayuntamientos o de la nobleza, en cuyos patrimonios era habitual la institución del
mayorazgo, que en el siglo XVIII se extendió a los plebeyos enriquecidos.
Asimismo, la propia Corona, la nobleza y la iglesia continuaban siendo los titulares de los
señoríos, extensas posesiones sobre las que ejercían jurisdicción y de las que recibían cuantiosas
rentas. En consecuencia, la mayor parte de la tierra cultivable estaba fuera del mercado y la
inmensa mayoría de la población no podía acceder a la propiedad.

Aunque existían agricultores propietarios de sus tierras, sobre todo en Cantabria, Asturias, el País
vasco y el norte de Castilla, la mayor parte del campesinado era arrendatario o jornalero.
La condición de estos campesinos variaba según las zonas y el tipo de contrato al que estaban
sujetos. En Cataluña, la mayoría de las tierras era de señorío laico o eclesiástico, de medianas
proporciones y cultivada por campesinos con contratos enfitéuticos (Sentencia Arbitral de
Guadalupe), es decir, estables y a perpetuidad. Por ello, no estaban sometidos a aumentos de renta
y se beneficiaban del crecimiento de los rendimientos agrarios. En Galicia y Asturias, los
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arrendamientos (foros) eran fijos durante tres generaciones, pero la falta de tierras originó la
subdivisión de estos foros (subforos) y un problema de minifundismo, con explotaciones
minúsculas incapaces de mantener una familia.
En gran parte del sur de Castilla, en Extremadura y en Andalucía existían enormes extensiones
(latifundios) en manos de la nobleza y el clero, trabajadas por campesinos en arriendos a corto
plazo o por jornaleros. Las condiciones para el campesinado eran muy duras, pues si se trataba de
arrendatarios, no podían nunca acumular un mínimo excedente, al serles constantemente
aumentadas las rentas; si eran jornaleros, dependían de un mísero salario. Además, en estas
regiones, la ganadería ovina extensiva todavía era muy fuerte que les proporcionaba grandes
beneficios, y en muchos casos primaban la tierra para pastos frente a su uso para el cultivo.

La debilidad de la industria y el comercio interior.


En el Antiguo Régimen, la artesanía y el comercio eran sectores económicos subsidiarios del
mundo agrario. La industria tradicional (talleres artesanos) continuaba organizada de forma
gremial, con un estricto control sobre la producción y la creación de nuevas industrias. La escasez
de la demanda y el poder de las jerarquías gremiales mantenían intacta esta forma proteccionista de
producción.

El reformismo borbónico: Carlos III.


A lo largo del siglo XVIII, el modelo económico, social y político del Antiguo Régimen fue
duramente criticado por una serie de pensadores que conocemos como ilustrados. En España,
durante el reinado de Carlos III, la aplicación de algunos principios ilustrados a la tarea del
gobierno dio origen a una experiencia de despotismo ilustrado.
♦ Despotismo ilustrado: forma de gobierno que tuvo lugar en países donde los ilustrados
aceptaron que la debilidad de la burguesía y la ignorancia de las clases populares hacían
imposible cualquier programa de cambio que no fuera asumido por un poder fuerte como el de
la monarquía.

Las nuevas ideas ilustradas.


La nueva corriente de pensamiento ilustrado, de origen francés se extendió rápidamente por Europa
y se le reconoce al siglo XVIII como Siglo de las Luces. La característica básica del pensamiento
ilustrado es una ilimitada confianza en la razón, todo aquello que la razón no pueda aceptar tiene
que ser rechazado como engaño o superstición. Eran firmes partidarios de la educación y el
progreso, es decir, del enriquecimiento del saber y de la progresiva mejora de las condiciones de la
vida de los seres humanos.
Con estos principios sometieron a crítica los principios de la sociedad estamental, negando la
transmisión hereditaria, y afirmando la igualdad y el derecho a la libertad de todos los seres
humanos. También criticaron la rígida organización económica. Asimismo, sin negar la existencia
de Dios, se opusieron al dominio ideológico de la iglesia, a sus privilegios y a la visión
conservadora e inmovilista transmitida por el clero. Por último, se opusieron al absolutismo
monárquico, defendiendo la necesidad de un contrato entre gobernantes y gobernados que
garantizase los derechos básicos del individuo.
Montesquieu planteó la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y Rousseau
defendió el principio de soberanía popular, afirmando que el poder emana del libre
consentimiento de los ciudadanos, expresado mediante el voto.

La ilustración española.
La introducción y difusión de las nuevas ideas ilustradas en España fue lenta y difícil. La ausencia
de amplios grupos burgueses, el anquilosamiento y conservadurismo de los medios intelectuales
universitarios y el enorme peso de la iglesia obstaculizaron la difusión de la nueva corriente de
pensamiento hasta la segunda mitad del siglo.

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A partir de 1750-1760 surgió una generación de pensadores entre los que destacaron Feijoo,
Campomanes, Caldaso, Jovellanos, Aranda, Floridablanca, Olavide y Capmany que empezaron a
criticar el modelo social imperante en la España del siglo XVIII. No formaban un grupo
homogéneo, pero coincidían en el interés por la ciencia, el espíritu crítico y la idea de progreso.
Todos los ilustrados estaban convencidos de que únicamente la mejora del nivel cultural de la
población podría sacar al país de su atraso.

Por ello hicieron de la educación un objetivo prioritario, el eje sobre el que debería sustentarse el
cambio social. Para conseguirlo se enfrentaron a órdenes religiosas y a los estamentos privilegiados
y defendieron la necesidad de imponer una enseñanza útil y práctica, obligatoria para todos en los
primeros niveles, común a los sexos.
La segunda preocupación básica de los ilustrados españoles era la cuestión económica. Todos ellos
eran conscientes de que el atraso del país provenía de la gran cantidad de tierras amortizadas en
manos de la nobleza y el clero, el excesivo control de las actividades económicas y del
desconocimiento de las nuevas técnicas e inventos.
Se esforzaron en estudiar la situación real del país y en proponer una serie de reformas, que
contribuyeran al crecimiento económico.

El despotismo ilustrado: Carlos III


Carlos III (1759-1788) accedió al trono al morir su hermanastro Fernando VI sin descendencia
directa. Gobernó anteriormente en Nápoles por lo que estuvo en contacto con las ideas ilustradas.
Se mostró partidario de seguir alunas ideas de progreso y racionalización ilustradas siempre que no
atentaran contra el poder de la monarquía absoluta. Se inició así la etapa del despotismo ilustrado.
El comienzo tuvo que enfrentarse a una fuerte oposición de los grupos privilegiados a su programa
de reformas. Así, en 1766 se produjo el motín de Esquilache, una revuelta compleja a la que se
unieron el malestar de la población por la escasez y el elevado precio de los alimentos, el rechazo
al excesivo poder de los altos cargos extranjeros (Grimaldi, Esquilache…) y el descontento de los
privilegiados puesto que las reformas ilustradas disminuían su poder e influencia. Todo confluyo en
una revuelta en Madrid contra las medidas de saneamiento y orden público tomadas por
Esquilache: limpieza urbana, alumbrado y prohibición de os juegos de azar, así como utilizar
sombreros chambergos y capas largas.
Carlos III atemorizado destituyo a Esquilache y paralizo las reformas y tomo medidas populares
para bajar los precios. Los motines cesaron y una vez controlada la situación el rey se mostró
decidido a continuar la política reformista.
Para llevar a adelante su programa Carlos III contó con una serie de ministros y colaboradores
españoles. Entre ellos cabe destacar Pedro Rodriguez Camponmanes, el conde de
Floridablanca y al conde de Aranda. Junto a ellos y desde otros puestos públicos, ilustrados
como Pablo de Olavide, Francisco Cabarrús y Gaspar Melchor de Jovellanos.

La legislación reformadora.
En el ámbito religioso se puso énfasis en reformar el papel, el poder y la influencia de la iglesia.
Los ilustrados eran decididamente regalistas, es decir, defensores de la autoridad y las
prerrogativas del rey frente a la Iglesia. Carlos III reclamó el derecho al nombramiento de los
cargos eclesiásticos, al control de la inquisición y a la fundación de monasterios y combatió
tenazmente el intento de la iglesia de construir un poder dentro del estado. En 1766 se expulsó a
los jesuitas.
En la cuestión social, en educación se inició una reforma de los estudios universitarios y de las
enseñanzas medias (estudios de San Isidro de Madrid), y se impulsó la obligatoriedad de la
educación pública. Además, se promovió la fundación de Academias dedicadas a las letras y las
ciencias.
En el terreno económico para intentar acabar con las trabas que inmovilizaban la propiedad,
entorpecían la libre circulación y amordazaban los mercados, se establecieron las siguientes
medidas:
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• Limitación de los privilegios de la Mesta, apoyo a la propuesta de Olavide de colonización
de nuevas tierras (Sierra Morena) e impulso de los proyectos de reforma agraria.
• Fomento de la libre circulación de mercancías en el interior de España, y la liberalización
progresiva del comercio colonial (fin del monopolio del puerto de Cádiz)
• Apoyo a la actividad industrial, liberalizando gradualmente el proceso de fabricación.
• Moderación en la política impositiva, con el objetivo de fomentar la producción y limitar el
gasto público.
Otra iniciativa importante fue la creación de las Sociedades Económicas de Amigos del País,
creada la primera por un noble vasco, el conde de Peñaflorida, cuyo objeto era fomentar la
agricultura, el comercio y la industria, traducir y publicar libros extranjeros e impulsar la difusión
de las ideas fisiócratas y liberales.

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LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN. (1788-1833)
En 1788 tras la muerte de Carlos III, accedió al trono su hijo Carlos IV. El modelo de
monarquía absoluta, aunque reformado por el despotismo ilustrado, permanecía intacto. Un
año después, la revolución francesa (1789) trastocó el viejo orden e inició un proceso que en
poco más de 40 años derrumbó el Antiguo régimen en Europa occidental y abrió paso al
liberalismo político, al capitalismo y a la sociedad de clases.
Las ideas revolucionarias francesas y los principios liberales que las impulsaron fueron
expandidos por Europa por los ejércitos de Napoleón, que desde 1799 había tomado el poder
en Francia, tras moderar los excesos revolucionarios e iniciar una expansión militar por el
continente que le comporto el dominio de Europa.
En 1808, España fue invadida por los ejércitos de Napoleón. La ocupación francesa hizo
irreversible la crisis del absolutismo borbónico, agravó las dificultades económicas y abocó en
una guerra contra el invasor, en la que se mezcló la defensa de la monarquía tradicional con
las ideas de libertad originadas por la revolución francesa. La constitución de 1812 fue un
reflejo de muchos de esos principios liberales.
La derrota de Napoleón por las potencias absolutistas europeas (1815) significó la vuelta al
viejo orden, pero los vientos de libertad ya no podrían ser amordazados y el reinado de
Fernando VII (1814-1833) en España, - y Europa entera- se debatió entre el absolutismo y el
liberalismo.

Crisis del reinado de Carlos IV.


El rey Carlos IV subió al trono español en 1788 e inmediatamente se vio desbordado por la
compleja situación creada por la revolución francesa (1789). El miedo a la expansión
revolucionaria congeló todas las reformas iniciadas por el despotismo ilustrado de Carlos III.

La monarquía de Carlos IV.


Carlos IV aparto del gobierno a los ministros ilustrados (Floridablanca, Jovellanos…) y en 1792
confió su poder a un joven militar, Manuel Godoy, de origen relativamente humilde, puesto que
mostraba absoluta desconfianza de los círculos nobiliarios de la corte.

La ejecución del monarca francés, Luis XVI, impulsó a Carlos IV a declarar la guerra a Francia,
en coalición con otras monarquías absolutas (1793-1795). La derrota de las tropas españolas fue
inapelable y la Paz de Basilea (1795) subordinó a España a los intereses franceses. A partir de ese
momento, la política española vacilo entre el temor a Francia y el intento de pactar con ella para
evitar enfrentamiento con el poderoso ejército napoleónico. Las alianzas con Francia derivaron en
conflicto con Gran Bretaña, celosa de su dominio marítimo. Las hostilidades se desarrollaron en
dos fases y la Batalla de Trafalgar (1805) constituyó el hito más relevante. La armada franco-
española fue destrozada, lo que supuso la pérdida de casi toda la flota de Carlos IV.
El desastre naval acentuó la crisis de Hacienda, se redujeron los ingreses por el descenso del
comercio colonial. Godoy recurrió al endeudamiento y al aumento de las contribuciones y planteó
reformas como la desamortización de tierras eclesiásticas, con el fin de conseguir recursos para el
Estado. Fueron medidas ineficaces que crearon una amplia oposición. La nobleza y la iglesia se
mostraron contrarias. Adema, su poder aumento el rechazo de su hijo, Fernando, que temía verse
desplazado por el rey.
Además, los impuestos sobre el campesinado, ya los señoriales, ya los del estado, provocaron
descontentos, acompañados de epidemias, hambrunas y muchas muertes. La incapacidad para
resolver esta situación alimento motines y revueltas, que responsabilizaban a Godoy de la grave
situación de crisis.

El motín de Aranjuez.

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En 1807 Godoy firmo con Napoleón (Tratado de Fontainebleau), que autorizaba a los ejércitos
napoleónicos a entrar en España para atacar a Portugal, aliada de Gran Bretaña. A cambio, se
pactaría un futuro reparto de Portugal entre Francia y España. Los franceses atravesaron los
Pirineos en febrero de 1808. Las tropas se situaron en puntos específicos como Barcelona, Madrid
y Vitoria.
El 18 de marzo de 1808 estalló un motín en Aranjuez, donde se encontraban los reyes, quienes
aconsejados por Godoy y temerosos de que la presencia francesa terminase en una invasión real del
país, se retiraba hacia el sur. El motín perseguía la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos
IV en su hijo Fernando.
Los amotinados consiguieron sus objetivos, pero los hechos evidenciaron una crisis profunda en
la monarquía española. Carlos IV escribió a Napoleón haciéndole saber los acontecimientos y
reclamando su ayuda para recuperar el trono que le había sido arrebatado por su hijo Fernando VII.
El emperador se reafirmó en su impresión sobre la debilidad, corrupción e incapacidad de la
monarquía española y se decidió definitivamente a invadir España, ocupar el trono y anexionar al
país al imperio.

La monarquía de José Bonaparte.


Carlos IV y Fernando VII fueron llamados por Napoleón a Bayona, donde acudieron y abdicaron
ambos en la persona de Napoleón Bonaparte. Legitimado oír las abdicaciones, napoleón nombro a
su hermano José rey de España y convocó Cortes a fin de aprobar una constitución que acabase con
el Antiguo Régimen y ratificase el nombramiento de José I. El nuevo código de Bayona reconocía
la igualdad de los españoles ante la ley, los impuestos y el acceso a los cargos públicos. José I lo
juró el 7 de julio de 1808 y devino nuevo monarca, ante la pasividad de la inmensa mayoría de la
administración borbónica, que pasó a su servicio.
José Bonaparte inició una experiencia reformista, que pretendía la liquidación del Antiguo
Régimen, y que se concretó, entre otras medidas, en la abolición del régimen señorial, la
desamortización de tierras de la Iglesia y la desvinculación de los mayorazgos y tierras de manos
muertas. Fue una reforma que contó con escasos apoyos y una total incomprensión. Para la
población española el nuevo gobierno era ilegítimo.

La Guerra de la Independencia (1808-1814)


Mientras se producían las abdicaciones de Bayona la sustitución de la monarquía borbónica
por la bonapartista, en España se inició un alzamiento popular contra la presencia francesa,
que fue el origen de una larga y compleja guerra.

El 2 de mayo de 1808 los españoles se levantaron contra los franceses dando inicio a la Guerra de
la Independencia Española.
La población se alzó contra la invasión francesa y surgieron Juntas de armamento y defensa ante el
vacío de poder creado por las abdicaciones de Bayona. Las juntas fueron primero locales y estaban
formadas, sobre todo, por personalidades partidarias de Fernando VII (clérigos, militares, nobles…
), que pretendían canalizar la agitación popular.

En septiembre de 1808 las juntas enviaron representantes a Aranjuez, aprovechando la retirada


momentánea de los franceses de Madrid. Tras la derrota Bailen, para formar una Junta Suprema
Central que coordinase la lucha y dirigiese el país, Jovellanos y Floridablanca eran los miembros
más ilustres de la Junta, que reconoció a Fernando VII como el rey legítimo de España y asumió la
autoridad hasta su retorno.
Ante el avanza francés la junta huyó a Sevilla y de allí a Cádiz (1810) la única ciudad que, ayudada
por los británicos, resistía del asedio francés.

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En 1812, el curso de la guerra quedo afectado por la campaña que Napoleón inició en Rusia y que
le obligó a retirar miles de efectivos de la Península. Ante ello, las tropas españolas apoyadas por la
guerrilla y por el ejército británico al mando del general Wellington, consiguieron la victoria de
Arapiles (Salamanca, julio 1812) que parco un punto de inflexión en el desarrollo militar de la
guerra. José I abandonó definitivamente Madrid, que fue tomada por Wellington el 12 de agosto.
Incapaz de mantener los dos frentes, Napoleón decidió pactar el fin del conflicto con los españoles,
y permitir el retorno de Fernando VII (Tratado de Valençay). Hacia finales de 1813, sus tropas
empezaron a abandonar la Península.
Después de seis años de guerra, el 17 de abril de 1814 Fernando VII volvió al trono de España.

Las cortes de Cádiz y la Constitución de 1812


La obra de los diputados reunidos en Cádiz, en pleno conflicto bélico, significó la liquidación
jurídica y política del antiguo régimen y la definición del primer sistema liberal español, el
más avanzado de Europa en aquellos momentos y ejemplo para otras constituciones europeas
y americanas.

La convocatoria de Cortes.
La Junta Suprema Central se había mostrado incapaz de dirigir la guerra y decidió disolverse en
1810, no sin antes iniciar un proceso de convocatoria de Cortes para que los representantes de la
nación decidieran sobre su organización y su destino. Mientras se reunían las Cortes se mantenía
una regencia formulada por cinco miembros y asimismo, se organizó una “consulta al país” a
través de las Juntas provinciales o de los ayuntamientos, sobre las reformas a realizar por las
Cortes.

Predominaba la idea de que la desastrosa acción de los gobiernos de Carlos IV había provocado la
ruina de España, por lo que se pedían garantías contra el poder absoluto del monarca.
El proceso de elección de diputados a Cortes y su reunión en Cádiz fueron difíciles dado el estado
de guerra, y en muchos casos se optó por elegir sustitutos entre las personas presentes en Cádiz. El
ambiente liberal de la ciudad influyó en que gran parte de los elegidos tuvieran simpatías por estas
ideas. Las Cortes de abrieron en septiembre de 1810 y el sector liberal consiguió su primer triunfo
al forzar la formación estamental. Asimismo, en su primera sesión aprobaron el principio de
soberanía nacional, es decir, el reconocimiento de que el poder reside en el conjunto de los
ciudadanos, representados en las cortes.

La Constitución de 1812.
Una comisión de las Cortes preparó el proyecto de Constitución desde marzo de 1811. Empezó a
debatirse en agosto y se promulgó el 19 de marzo de 1812, día de San José por los que se la
denominó popularmente “la Pepa”. Era un texto largo de 384 artículos, y su tramitación se vio
afectada por las vicisitudes bélicas y por las diferencias entre absolutistas y liberales.

La constitución contiene una declaración de derechos del ciudadano: la libertad de pensamiento


y opinión, la igualdad de los españoles ante la ley, el derecho de petición, la libertad civil, el
derecho de propiedad y el reconocimiento de todos los derechos legítimos de los individuos que
componen la nación española. La nación se definía como el conjunto de todos los ciudadanos de
ambos hemisferios: los territorios peninsulares y las colonias americanas.

La estructura del Estado correspondía a una monarquía limitada, basada en la división de poderes
y no en el derecho divino. El poder legislativo, las Cortes unicamerales, representaban la voluntad
nacional y poseían amplios poderes: elaboración de leyes, aprobación de los presupuestos y de los
tratados internacionales, mando sobre el ejército, etc. El mandato duraba dos años y eran
inviolables en el ejercicio de sus funciones. El sufragio era universal masculino e indirecto.

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El monarca era la cabeza del poder ejecutivo, por lo que poseía la dirección del gobierno e
intervenía en la elaboración de las leyes a través de la iniciativa y la sanción, poseyendo veto
suspensivo durante dos años. Las decisiones del monarca debían ser refrendadas por los ministros
quienes estaban sometidos a responsabilidad penal.

La administración de la justicia era competencia exclusiva de los tribunales y se establecían los


principios básicos de un Estado de derecho: códigos únicos en materia civil, criminal y comercial,
inamovilidad de los jueces, garantías de los procesos, etc.

Otros artículos de la constitución plantaban la reforma de los impuestos y hacienda, la creación de


un ejército nacional, el servicio militar obligatorio y la implantación de una enseñanza primaria,
publica y obligatoria. Asimismo, el territorio se dividía en provincias, para cuyo gobierno interior
se creaban las diputaciones provinciales, se establecía la formación de ayuntamientos con cargos
electivos para el gobierno de los pueblos y se creaba la Milicia Nacional, a nivel local y
provincial. El texto constitucional plasmaba también el compromiso existente entre los sectores de
la burguesía liberal y los absolutistas, al afirmar la confesionalidad católica del Estado.

La acción legislativa de las Cortes.


Además del texto constitucional, las cortes de Cádiz aprobaron una serie de leyes y decretos
destinados a eliminar el Antiguo Régimen y a ordenar el Estado como un régimen liberal. Así, se
suspendieron los señoríos jurisdiccionales, distinguiéndolos de los territoriales, que pasaron a ser
propiedad privada de los señores. Ello apuntaba hacia un tipo de reforma agraria que liquidaba el
régimen señorial pero que transformaba a los antiguos señores, y no a los campesinos, en
propietarios de las tierras. También se decretó la eliminación de los mayorazgos y la
desamortización de las tierras comunales, con el objetivo de recaudar capitales para amortizar
deuda pública.

Se votó la abolición de la Inquisición, con una fuerte oposición de los absolutistas y del clero, y la
libertad de imprenta. Finalmente, cabe señalar, la libertad de trabajo, la anulación de los gremios y
la unificación del mercado. Este primer liberalismo marcó las líneas básicas de lo que debía ser la
modernización de España.
La obra de Cádiz no tuvo una gran práctica. La situación de guerra impidió la efectiva aplicación
de lo legislado y, al final de la guerra, la vuelta de Fernando VII frustró la experiencia liberal y
condujo al retorno del absolutismo.

El reinado de Fernando VII (1814-1833)


El regreso del rey planteó, en marzo de 1814, un problema: integrar al monarca en el nuevo
modelo político definido por la Constitución de 1812. Fernando VII había abandonado el país
como un monarca absoluto y debía regresar como un monarca constitucional.

La restauración del absolutismo (1814-1820)


Los liberales desconfiaban de la predisposición del monarca para aceptar el nuevo orden
constitucional. Por ello dispusieron que viajara directamente a Madrid para jurar la constitución y
aceptar el nuevo marco político.
Fernando VII temió enfrentarse a quienes durante 6 años habían resistido al invasor y acató sus
condiciones. Pero lo absolutistas –nobleza y clero- sabían que la vuelta del monarca esa su mejor
oportunidad para deshacer toda la obra de Cádiz y volver al antiguo régimen.

Se organizaron rápidamente para demandar la restauración del absolutismo (Manifiesto de los


Persas) y movilizaron al pueblo para que mostrase su adhesión incondicional al monarca.
Fernando VII, seguro ya de la debilidad del sector liberal, traicionó sus promesas y, mediante el
Real Decreto de 4 de mayo de 1814, anuló la Constitución y las leyes de Cádiz y anunció la

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vuelta al absolutismo. Inmediatamente fueron detenidos o asesinados los principales dirigentes
liberales, mientras otros huyeron hacia el exilio.

La monarquía procedió a la restauración de todas las antiguas instituciones del régimen señorial y
de la Inquisición. Era una vuelta al Antiguo Régimen en un contexto internacional determinado
por la derrota de Napoleón y el restablecimiento del viejo orden en Europa, mediante el Congreso
de Viena y creación de la Santa Alianza, que garantizaba la defensa del absolutismo y el derecho de
intervención en cualquier país para frenar el avance del liberalismo.

A partir de 1815, Fernando VII y su gobierno intentaron un objetivo imposible: rehacer un país
destrozado por la guerra, con la agricultura deshecha, el comercio paralizado, las finanzas en
bancarrota y todas las colonias luchando por su independencia, y todo ello a partir de la
restauración del Antiguo Régimen. Sus gobiernos fracasaron uno tras otro. Por un lado, las
elevadas pérdidas humanas y materiales arruinaron al campesinado y significaron la paralización
del comercio y de la producción manufacturera. Por otro lado, la Hacienda real entro en bancarrota
por la falta de recursos económicos, muy especialmente debido a que la guerra en las colonias
americanas exigió enormes gestos militares y además impidió la llegada de nuevos ingresos
(impuestos, metales, productos…)

A estos problemas hay que añadir que los acontecimientos sucedidos entre 1808 y 1814 habían
cambiado la mentalidad de muchos grupos sociales. Los campesinos habían dejado de pagar las
rentas señoriales y las protestas se sucedían ante la pretensión de volver a imponer los viejos
tributos.

La integración de jefes de guerrillas en el ejército originó un sector liberal, partidario de reformas,


que protagonizaría en el fututo numerosos pronunciamientos. Los gobiernos de Fernando VII
fueron incapaces de dar respuesta a los problemas, de enderezar la hacienda o de hacer frente a los
movimientos independentistas en las colonias.
Pronunciamientos militares liberales (Mina, Lacy, Porlier, Vidal…), algaradas en las ciudades y
amotinamientos campesinos evidenciaron el descontento y la quiebra de la monarquía absoluta. La
represión fue la única respuesta de la monarquía a las demandas políticas y sociales.
El trienio liberal (1820-1823)
El 1 de enero de 1820, el coronel Rafael del Riego, al frente de una compañía de soldados
acantonados en Sevilla, se sublevo y recorrió Andalucía proclamando la constitución de 1812. La
pasividad del ejercito ¡, la acción de los liberales en las principales ciudades y la neutralidad de los
campesinos obligaron al rey Fernando VII a aceptar la constitución, el 10 de marzo.
Inmediatamente se formó un nuevo gobierno que proclamo una amnistía y convocó elecciones a
Cortes.
Los resultados electorales dieron la mayoría a los diputados liberales, que iniciaron rápidamente
una importante obra legislativa. Restauraron gran parte de las reformas de Cádiz, como libertad de
industria, la abolición de los gremios, la supresión de los señoríos jurisdiccionales y de los
mayorazgos y la venta de tierras de los monasterios. Estableciendo la disminución del diezmo y
reformas en el sistema fiscal, el código penal y el ejército. Asimismo, impulsaron la liberalización
de la industria y el comercio, con la eliminación de las trabas a la libre circulación de mercancías,
potenciando así el desarrollo de la burguesía. Iniciaron una modernización política y administrativa
del país, de acuerdo con el modelo de Cádiz. Se formaron ayuntamientos y diputaciones y se
reconstruyó la Milicia Nacional como cuerpo armado de voluntarios, formado por las clases
medias urbanas, con el fin de garantizar el orden y defender las reformas constitucionales.
Todas estas reformas suscitaron rápidamente la oposición de la monarquía. Fernando VII paralizo
cuantas leyes pudo, recurriendo al derecho de veto que le otorgaba la Constitución y conspiró
contra el gobierno, buscando recuperar su poder mediante la intervención de las potencias
absolutistas en España.

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Sin embargo, las nuevas medidas liberales del Trienio provocaron el descontento de los
campesinos, ya que se abolían los señoríos jurisdiccionales, pero no le facilitaban el acceso a la
tierra. Los antiguos señores se convirtieron en nuevos propietarios, y los campesinos, en
arrendatarios que podían ser expulsados de las tierras si no pagaban. De este modo los campesinos,
más pobres e indefensos ante la nueva legislación capitalista, se sumaron a la nueva agitación
antiliberal.
Por su parte, la nobleza tradicional y la Iglesia, perjudicadas por la supresión del diezmo y la venta
de bienes monacales, impulsaron la revuelta contra los gobernantes del Trienio. En 1822 se alzaron
partidas absolutistas. Los voluntarios realistas consiguieron dominar amplias zonas del territorio,
estableciendo una regencia absolutista en Seo de Urgel en 1823.
Las tensiones se produjeron también entre los propios liberales, que se dividieron en dos
tendencias: los moderados, partidarios de reformas limitadas que no perjudicasen a las elites
sociales (nobleza, burguesía propietaria) y los exaltados, que planteaban la necesidad de reformas
radicales, favorables a las clases medias y populares.

La Década Ominosa (1823-1833)


El fin del régimen liberal fue gracias a la Santa Alianza, que atendió las peticiones de Fernando
VII, encargó a Francia la intervención en España. En abril de 1823, unos 100.000 soldados (los
Cien Mil Hijos de San Luis), al mando del duque de Angulema, interrumpieron en territorio
español y repusieron a Fernando VII como monarca absoluto.
Ahora bien, alarmadas por la constante agitación en la que se encontraba España, las potencias
restauradoras consideraban necesarias algunas reformas moderadas, proclamar una amnistía para
superar la situación de violencia y organizar una administración eficaz con el fin de dotar de
estabilidad a la monarquía.

Fernando VII no se avino a estas peticiones y de nuevo se produjo como en 1814, una feroz
represión contra los liberales, muchos de los cueles marcharon hacia el exilio para escapar de la
muerte o de la cárcel. Durante toda la década se persiguió a los partidarios de las ideas liberales. El
ajusticiamiento de Mariana Pineda en 1831 por el delito de bordar una bandera liberal fue un caso
emblemático de la represión fernandina.

La otra gran preocupación de la monarquía fue, el problema económico. Las dificultades de la


Hacienda, agravadas por la pérdida definitiva de las colonias americanas, forzaron a un estricto
control del gasto público.
A partir de 1825, el rey, acuciado por los problemas económicos, buscó la colaboración del sector
moderado de la burguesía financiera e industrial en Madrid y Barcelona: concedió un arancel
proteccionista para las manufacturas catalanas y llamo a López Ballestero, cercano a los intereses
industriales, al ministerio de Hacienda.
Esta actitud incremento la desconfianza de los realistas y de los sectores ultramontanos de la corte,
ya muy descontentos con el monarca porque no había restablecido la Inquisición y no actuaba más
contundentemente contra los liberales. En Cataluña, en 1827, se levantaron partidas realistas (los
Malcontents) que reclamaban mayor poder para los ultraconservadores y defendían el retorno a las
costumbres y fueros tradicionales. Este sector se agrupo en torno a Carlos María Isidro, hermano
del rey Fernando VII y su previsible sucesor puesto que no tenía descendencia.

El conflicto dinástico.
En 1830, el nacimiento de una hija del rey, Isabel, pareció garantizar la continuidad borbónica.
Pero este hecho dio un grave conflicto en la sucesión al trono. La Ley Sálica, de origen francés e
implantada por Felipe V en España, impedía el acceso al trono a las mujeres, pero Fernando VII,
influido por su mujer María Cristina, derogó la ley mediante la Pragmática Sanción, que abrió el
camino al trono a su hija y heredera.
El sector más ultraconservador de los absolutistas, los llamados carlistas, se negaron a aceptar la
nueva situación.

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Estos enfrentamientos no solo constituían una disputa acerca de si el legítimo monarca era el tío o
la sobrina, sino que se trataba de la lucha por imponer un modelo u otro de sociedad. Alrededor de
don Carlos se agrupaban las fuerzas más partidarias del antiguo régimen y opuestas a cualquier
forma de liberalismo.
Por el contrario, María Cristina comprendió que, si quería salvar el trono para sí hija, debía buscar
apoyos en los sectores más cercanos al liberalismo. Nombrada regente durante la enfermedad del
rey, formó un nuevo gobierno de carácter reformista, decretó una amnistía que supuso la vuelta de
100.000 exiliados liberales y se preparó para enfrentarse a los carlistas.

En 1833, Fernando VII murió, reafirmando en su testamento a su hija, de 3 años, como heredera, y
nombrando gobernadora a la reina María Cristina hasta la mayoría de Isabel. El mismo día, don
Carlos se proclamó rey, iniciándose un levantamiento absolutista en el norte de España y, poco
después, en Cataluña. Comenzaba así la primera guerra carlista.

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LA CONSTRUCCION DEL ESTADO LIBERAL (1833-1868)
Durante el reinado de Isabel II se desarrolló en España el proceso de revolución liberal. Al
igual que gran parte de Europa occidental, en la primera mitad del siglo 19 se destruyeron
definitivamente las formas económicas las estructuras sociales y el poder absoluto que habían
caracterizado la antigua régimen.

El período empezó con una dilatada guerra civil entre carlistas (absolutistas) e isabelinos
(liberales) debido al conflicto dinástico sobre la sucesión al trono definitivo a la muerte de
Fernando VII.
El triunfo de los liberales hizo posible la transformación del antiguo monarquía absoluta en
una monarquía constitucional parlamentaria; la conversión de la propiedad señoría en
propiedad privada y el asentamiento de la libertad de contratación, de Industria y Comercio.
Una nueva clase dirigente, la burguesía agraria, surgido de la alianza entre la antigua
nobleza terrateniente y a la burguesía, cuanto el sistema político mediante sufragio censitario
Y estableció uno de jurídico y económico que permitió el desarrollo del capitalismo.

Pero una serie de problemas dificultaron la consolidación de un sistema político


parlamentario verdaderamente representativo. El favoritismo de la reina hacia los
moderados distorsionó la alternancia en el poder y a menudo el cambio de partido
gobernante no fue resultado de las elecciones sino de una revuelta popular. Además, el
sufragio censitario Y la manipulación de las elecciones dejaba el sistema político en manos de
una minoría de propietarios y distintas camarillas políticas

Primera guerra carlista (1833-1840)


En 1833 murió Fernando VII y comenzó la regencia de María Cristina, que debería durar
hasta que su hija Isabel alcanzara la mayoría de edad. Pero los partidarios de Carlos,
hermano del difunto rey, iniciaron una insurrección armada para impedir la consolidación
del trono isabelino.

Dos opciones enfrentadas.


Los insurrectos proclamaron rey al infante Carlos María Isidro, confiando en su persona la defensa
del absolutismo y de la sociedad tradicional. Se iniciaba así una larga guerra civil, que enfrentaría
a los defensores del Antiguo Régimen con los partidarios de iniciar un proceso reformista de
carácter liberal:
• El carlismo se presentaba como una ideología tradicionalista y antiliberal que recogía la
herencia de movimientos similares anteriores, como los malcontents (o agraviados) y los
apostólicos. Bajo el lema “Dios, Patria y Fueros” se agrupaban los defensores de la
legitimidad dinástica de don Carlos, de la monarquía absoluta, de la preeminencia social de
la Iglesia, del mantenimiento del Antiguo Régimen y de la conservación de un sistema foral
particularista.
Entre quienes apoyaban el carlismo figuraban numerosos miembros del clero y una buena
parte de la pequeña nobleza agraria. Los carlistas también contaron con una amplia base
social campesina y cobraron fuerza en las zonas rurales del País Vasco, Navarra y parte de
Cataluña, así como en Aragón y Valencia. Muchos de ellos están pequeños empresarios
empobrecidos, artesanos arruinados y arrendatarios enfitéuticos, que desconfiaban de la
reforma agraria defendida por los liberales, temían verse expulsados de sus tierras y
recelaban de los nuevos impuestos estatales. Además, los carlistas se identificaban con los
valores de la iglesia, a la que consideraban defensora de la sociedad tradicional.
• La causa isabelina contó, en sus inicios, con el apoyo de un parte de la alta nobleza y de los
funcionarios, asi como de un sector de la jerarquía eclesiástica. Pero ante la necesidad de
ampliar esta base social para hacer frente al carlismo, la regente se vio obligada a buscar la

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adhesión de los liberales. De este modo, y para comprometer a la burguesía y a los sectores
populares de las ciudades en defensa de la causa, la regente tuvo que acceder a las
demandas de los liberales que exigían el fin del absolutismo y del Antiguo Régimen.

El desarrollo del conflicto armado.


Los carlistas no pudieron contar inicialmente con un ejército regular y organizaron sus efectivos en
grupos armados que actuaban según el método de guerrillas. Las primeras partidas carlistas se
levantaron en 1833 por una amplia zona del territorio español, pero el foco más importante se situó
en las regiones montañosas de Navarra y País Vasco. Desde el punto de vista internacional, don
Carlos recibió el apoyo de potencias absolutistas como Rusia, Prusia y Austria, que le enviaron
dinero y armas, mientras Isabel II conto con el apoyo de Gran Bretaña, Francia y Portugal,
favorables a la implantación de un liberalismo moderado en España.
El conflicto armado pasó por dos fases bien diferenciadas:
• La primera etapa (1833-1835) se caracterizó por la estabilización de la guerra en el norte y
los triunfos carlistas, aunque estos nunca consiguieron conquistar una ciudad importante.
La insurrección tomo impulso en 1834 cuando el pretendiente abandonó Gran Bretaña para
instalarse en Navarra, donde creó una monarquía alternativa, con su corte, su gobierno y su
ejército. El general Zumalacarregui, que se hallaba al mando de las tropas norteñas, logró
entonces organizar un ejército con el que conquistó Tolosa, Durango, Vergara Y Eibar, pero
fracasó en la toma de Bilbao, donde encontró la muerte, quedando los carlistas privados de
su mejor estratega.
En la zona de levante, los carlistas estaban más desorganizados, operando con escasa
conexión entre las diferentes partidas. Las del norte de Cataluña tenían su actividad en las
montañas y los bosques prepirineo, aunque se moviesen en ocasiones por todo el territorio.
Las de las tierras del Ebro se unieron a las del Maestrazgo y el Bajo Aragón, conducidas
por el general Cabrera, que se convirtió en uno de los lideres carlistas más destacados.
• En la segunda fase (1836-1840), la guerra se decantó hacia el bando liberal a partir de la
victoria del general Espartero en Luchana (1836), que puso fin al sitio de Bilbao. Los
insurrectos, faltos de recursos para financiar la guerra y conscientes de que no podían
triunfar si no ampliaban el territorio ocupado, iniciaron una nueva estrategia caracterizada
por las expediciones a otras regiones. La más importante fue la expedición real de 1837,
que partió de Navarra, marcho hacia Cataluña y se dirigió a Madrid con la intención de
tomar la capital, pero las fuerzas carlistas fueron incapaces de ocupar la ciudad y se
replegaron hacia el norte.
La constatación de la debilidad del carlismo propició discrepancias entre los transaccionistas,
partidarios de alcanzar un acuerdo con los liberales, y los intransigentes, defensores de
continuar la guerra. Finalmente, el jefe de las transaccioncitas, el general Maroto, acordó la
firma del Convenio de Vergara (1839) con el general liberal Espartero. El acuerdo establecía el
mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y Navarra, así como la integración de la
oficialidad carlista en el ejército real. Solo las partidas de Cabrera continuaron resistiendo en la
zona del Maestrazgo hasta su derrota en 1840.

El proceso de la revolución liberal (1833-1843)


La guerra carlista aceleró de forma irreversible el proceso de revolución liberal en España.
Frente al absolutismo y al tradicionalismo de los insurrectos, el bando isabelino solo podía
establecer una base social sólida atrayendo a los liberales hacia su causa. Fue así como entre
1833 y 1843 se llevó a cabo el desmantelamiento jurídico del Antiguo Régimen, la
consolidación de la propiedad individual y la configuración de un Estado liberal.

Los primeros gobiernos de transición (1833-1836)


El testamento de Fernando VII establecía la creación de un Consejo de gobierno para asesorar a la
regente María Cristina, que estuvo presidido por Francisco Cea Bermúdez y compuesto en su
1

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mayoría por absolutistas moderados, con la pretensión de llegar a un acuerdo con los carlistas. El
nuevo gabinete se proclamó defensor del absolutismo al tiempo que proponía algunas tímidas
reformas administrativas que no modificaban la esencia del sistema político vigente.
Prácticamente la única reforma emprendida por este gobierno fue la nueva división provincial de
España, promovida por Javier de Burgos, que intentaba poner fin a la administración local del
Antiguo Régimen, caracterizada por su falta de uniformidad y solapamiento de poderes y avanzar
hacia la unidad administrativa, de este modo, en 1833, España quedó dividida en 49 provincias.
Pero ante la extensión de la insurrección carlista, el trono isabelino empezó a tambalearse por falta
de apoyos sólidos. El inmovilismo del gobierno de Cea chocó con las pretensiones de buena parte
de la población que reclamaba la reforma del estado absoluto. Entonces, algunos militares y
asesores reales convencieron a la regente de la necesidad de nombrar un nuevo gobierno capaz de
conseguir la adhesión de los liberales, que se habían convertido en aliados indispensables. Se
escogió para presidirlo a Francisco Martínez de la Rosa, liberal moderado, que llevó a cabo las
primeras reformas, aunque muy limitadas. Su propuesta fue la promulgación de un Estatuto Real,
que no era ni una constitución ni una carta otorgada, sino tan solo un conjunto de reglas para
convocar unas Cortes, que seguían siendo las mismas del Antiguo Régimen, pero ligeramente
adaptadas a los nuevos tiempos.

Pronto se hizo evidente que estas reformas eran insuficientes para buena parte del liberalismo. La
división entre los liberales doceañistas (moderados) y los exaltados (progresistas), que ya se habían
iniciado en el Trienio Liberal, formó las dos grandes tendencias que dominarían la vida política
española en los siguientes decenios.

La corona y los antiguos privilegiados apoyaron a los moderados y maniobraron para mantenerles
en el poder a pesar de los sucesivos cambios de gobierno (Toreno, Istúriz…). Pero la necesidad de
conseguir apoyos sociales firmes y recursos financieros contra el carlismo forzó a la monarquía a
vencer sus reticencias y aceptar un gobierno progresista que iniciase un profundo proceso de
reformas liberales.

Los progresistas en el poder.


Los progresistas descontentos con las tímidas reformas iniciadas tenían su fuerza en el dominio del
movimiento popular, en su fuerte influencia en la Milicia Nacional y en las Juntas revolucionarias.
En verano de 1835, y de nuevo en 1836, los progresistas protagonizaron una oleada de revueltas
urbanas por todo el país. Los motines se iniciaron con asaltos y quemas de conventos en diversas
ciudades y la mayoría de las Juntas redactaron proclamas expresando sus principales demandas:
reunión de Cortes, libertad de prensa, nueva ley electoral, extinción del clero regular,
reorganización de la Milicia Nacional y leva de 200.000 hombres para hacer frente a la guerra
carlista.
Ante la situación, en septiembre de 1835, María Cristina llamó a formar gobierno a un liberal
progresista, Mendizábal, que rápidamente inició la reforma del Estatuto Real y tomó medidas con
el fin de conseguir los recursos financieros necesarios para organizar y armar un ejército contra el
carlismo. Pero cuando decretó la desamortización de bienes del clero, los privilegiados apremiaron
a María Cristina para que lo destituyese en el verano de 1836.
Además, estallaron revueltas en muchas ciudades a favor del restablecimiento de la Constitución
de 1812 y se produjeron quemas de conventos. También tuvo lugar el levantamiento de los
sargentos de la guarnición de La Granja, la residencia real de verano donde se encontraba la
regente. Ante tantas presiones, en agosto de 1836, María Cristina accedió a reestablecer la
Constitución de Cádiz y entregó el poder al progresista Calatrava.

El desmantelamiento del Antiguo Régimen.


En el corto periodo de tiempo que transcurrió entre agosto de 1836 y finales de 1837 los
progresistas asumieron la tarea de desmantelar las instituciones del antiguo régimen e implantar un
sistema liberal constitucional y de monarquía parlamentaria. Una de sus primeras actuaciones fue

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la llamada reforma agraria liberal, que consagraba los principios de la propiedad privada y de la
libre disponibilidad de la tierra.
La reforma para liberar se llevó acabo en 1837 a partir de tres grandes medidas:
• La disolución del régimen señorial, de iniciar en las cortes de Cádiz, con la perdida de las
atribuciones jurisdiccionales de los señores, que mantuvieron una propiedad de las tierras
que los campesinos no pudieron acreditar como propias. Así, el antiguo señor se convierte
en el nuevo propietario y muchos campesinos pasará la condición arrendatarios o
jornaleros.
• La desvinculación (suspensión de mayorazgos, fideicomisos…) significó el fin de los
patrimonios unidos obligatoriamente y la perpetuidad de una familia constitución, Y sus
propietarios fueron libres para poder vendernos entradas en el mercado.
• La desamortización había sido un elemento recurrente desde gobierno de Manuel Godoy
(1798), para el estado con la venta de tierras propiedad de iglesia Y de los ayuntamientos.
En el año 1836, el presidente Mendizábal decretó la disolución de las órdenes religiosas
(excepto las dedicadas a la enseñanza de la asistencia hospitalaria) estableció la incautación
por parte del estado del patrimonio de las comunidades afectadas.
Los bienes amortizados fueron puestos a la venta mediante subasta pública podrían
escribirse en metálico o cambio de títulos de la deuda pública. Mendizábal pretendía así
conseguir los recursos necesarios para financiar el ejército liberal, recuperar padres de la
deuda y aminorar el grave déficit presupuestario del Estado.
Junto al abolición del régimen señorial de la transformación del régimen de propiedad, una serie de
medidas encaminadas a ver al libre funcionamiento del mercado completar una liberalización de la
economía: la maldición de los privilegios de la mesa, la libertad de arrendamientos agrarios y
también la de precios Y almacenamiento. Por último, la abolición de las de los privilegios
gremiales, el reconocimiento de la libertad de industria comercio, La eliminación de las aduanas
interiores, así como la abolición del diezmo eclesiástico.

La Constitución de 1837.
El gobierno progresista como con unas cortes extraordinarias para redactar un texto constitucional
que adaptarse es de 1812 a los nuevos tiempos. El documento, aprobado junio de 1837, era verde
y dejaban hacer una serie de cuestiones que se regularía posteriormente por leyes orgánicas con el
objetivo de fijar un texto estable que pudiera ser aceptado por progresistas moderados.
Te dije la Constitución de 1837 proclamada alguno de los principios básicos del progresismo: la
soberanía nacional, una declaración de derechos ciudadanos (libertad de prensa, de opinión, de
asociación…), la división de poderes y la aconfesionalidad del estado.
También recogía algunos elementos moderados: establecía dos Cámaras colegisladoras, el
Congreso y el Senado -esta última no electiva y designado directamente por el rey-, Y concedía
amplios poderes a la corona (veto de leyes, disolución del parlamento, facultad para nombrar y
destituir a los ministros…).
Cómo la desamortización y la supresión del diezmo habían dejado al clero sin su patrimonio y sin
sus fuentes de recursos tradicionales, la Constitución recogió el compromiso de financiación del
culto católico.
Otras leyes como: la ley de imprenta (1836) hizo desaparecer la censura previa y la ley electoral
(1837) fijo un sistema de sufragio censitario y extraordinariamente restringido, derecho al voto los
españoles varones mayores de 25 años que pagasen un mínimo de 200 reales de contribución
directa.

La alternancia de poder (1837-1843).


A partir de este momento queda configurado el primer sistema de partidos, sobre la base de los
partidos moderados y progresistas, que se alternaron el poder durante el reinado de Isabel II. Pero
el modelo político serio fuertemente mediatizado por la intromisión constante de los militares, te
habían aumentado su poder gracias a las guerras carlistas. Así, los generales Espartero, Narváez y

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O’Donnell desempeñaron un papel determinante en el funcionamiento de todos los gobiernos que
hubo en España entre los años 1837 y 1843.

• Los moderados en el gobierno (1837-1840).


Una vez aprobada la Constitución, se convocaron nuevas elecciones, 1837, que fueron
ganadas por los moderados. Esta etapa duro hasta 1840. Los moderados intentaron, sin
salirse del marco constitucional desvirtuar los elementos más progresistas de la
Constitución. En 1840, prepararon una ley electoral más restrictiva, militaron la libertad de
imprenta y una ley de ayuntamientos dio a la Corona la facultad de nombrar a los alcaldes
de las capitales de provincias.
La ley de ayuntamientos enfrento a progresistas y moderados, ya que los primeros
defendían la elección directa de los alcaldes. El apoyo de la regente a la propuesta de los
moderados causo la oposición progresista, que impulsó un amplio movimiento
insurreccional con la formación de Juntas revolucionarias en muchas ciudades. María
Cristina en 1840, antes de dar apoyo al nuevo gobierno progresista, dimitió de su cargo.
Entonces los sectores afines al progresismo dieron su apoyo al general Espartero, vencedor
de la guerra carlista y con gran soporte popular, que asumió el poder y se convirtió en
regente en 1840.

• La regencia de espartero (1840-1843)


Espartero disolvió las Juntas revolucionarias y convocó nuevas elecciones, que dieron la
mayoría parlamentaria a los progresistas. Durante su regencia actuó con un marcado
autoritarismo: fue incapaz de cooperar con las Cortes y gobernó sin más colaboradores que
su camarilla de militares afines, conocidos como los ayacuchos. De este modo, espartero se
aisló cada vez más del entorno progresista y perdió la popularidad que lo había llevado al
poder.
Una de sus actuaciones de mayor transcendencia fue la aprobación, en 1842, de un arancel
que abría el mercado español a los tejidos de algodón ingleses. La industria textil catalana
se sintió fuertemente amenazada y la medida provocó un levantamiento en Barcelona, en el
que estuvieron involucradas la burguesía y las clases populares, que veían peligrar sus
puestos de trabajo. Espartero mandó bombardear la ciudad hasta conseguir su sumisión,
colocando a Cataluña y buena parte de sus partidarios en contra.

Los moderados aprovecharon la división del progresismo y el aislamiento de espartero para


realizar una serie de conspiraciones encabezadas por los generales Narváez y O’Donnell.
En 1843 Espartero abandonó la regencia y las Cortes adelantaron la mayoría de edad de
Isabel II y la proclamaron reina a los 13 años.

Las diferentes opciones del liberalismo.

La década moderada (1844-1854)


Tras la caída de Espartero en 1843 y la proclamación de la mayoría de edad de Isabel II, los
moderados accedieron al poder con el apoyo de la Corona. Se inició así un periodo de
gobiernos moderados que duró diez años y que finalizo en 1854 mediante el pronunciamiento
militar conocido como la “Vicalvarada”.

La configuración del régimen moderado.


Las elecciones de 1844 dieron la mayoría a los moderados, que formaron un nuevo gobierno
presidido por el general Narváez, quien impulsó una política basada en los principios del
liberalismo moderado (o doctrinario). Su pretensión era clausurar la etapa revolucionaria y

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normalizar el funcionamiento de las instituciones liberales, creando una legislación básica para
estructurar el nuevo Estado. Los primeros gobiernos moderados llevaron a cabo una fuerte
represión contra los progresistas, cuyos principales líderes optaron por exiliarse.
El régimen se asentó sobre el predominio de la burguesía terrateniente, nacida de la fusión entre los
antiguos aristócratas que habían aceptado el liberalismo y la nueva burguesía de propietarios
rurales. Para esto grupos era necesario consolidar un nuevo orden social que los protegiese. La
Corona y gran parte del ejército se convirtieron en los garantes más fieles de un sistema que no
dudo en falsear los mecanismos del gobierno, dejando a los opositores sin otra alternativa que la
conspiración como único camino para alcanzar el poder.

• La Constitución de 1845.
El gobierno preparó una reforma de la Constitución progresista de 1837 y aprobó una nueva
Constitución de 1845, que recogió las ideas básicas del moderantismo.
La nueva constitución mantenía gran parte del articulado de la Constitución de 1837, sobre
todo en lo referente a la declaración de derechos, pero su regulación se remitía a las leyes
posteriores que fueron enormemente restrictivas con las libertades.
Un decreto en 1845 reguló la libertad de imprenta y suprimió el jurado que sancionaba los
delitos de opinión, lo que significaba el control gubernamental sobre la prensa y la restricción
de una de las libertades básicas de la revolución liberal. Al año siguiente, la Ley Electoral de
1846 planteó un sufragio censitario muy restringido que no superaba el 1% de la población.
Solo los mayores contribuyentes y personalidades destacadas.

• El concordato con la Santa Sede.


Los moderados intentaron mejorar sus relaciones con la Iglesia. En 1851 se firmó el
Concordato con la Santa Sede, en el que se establecía la suspensión de la venta de los bienes
eclesiásticos desamortizados y el retorno de los no vendidos.
A cambio, La Santa se reconocía a Isabel II y aceptaba la obra desamortizadora, mientras el
Estado se comprometía al sostenimiento de la Iglesia española (presupuesto de culto y clero),
concesión de amplias competencias en materia de educación…
Así, la Iglesia Católica respaldó el trono Isabel II frente a los que creían que la opción carlista
era la única garantía de recuperar los valores tradicionales.

La institucionalización del Estado Liberal.


En gigantismo pretendió consolidar la estructura del nuevo Estado liberal bajo los principios de
centralismo, la uniformidad y la jerarquización. Una serie de leyes y reformas administrativas
pusieron en marcha dicho proceso.
Se entendió la necesaria reforma fiscal para aumentar los ingresos de la hacienda pública. Se
aprobó el código penal (1848) Y se elaboran proyecto de código civil.
Por otro lado, se acordó la reforma de administración pública, reorganizando los cargos de estados
y creando una ley de funcionarios que regulaba su acceso.
Además, se puso especial atención el control del poder municipal. La ley de la administración
local de 1845 dispuso que los alcaldes de los municipios de más de 2000 habitantes y en las
capitales de las provincias serían nombrados por la corona.
Se estableció un sistema Nacional de instrucción pública, que regulaba los diferentes niveles de
enseñanza (educación elemental, secundaria y universitaria) Y lo volaba los planes de estudios.
Esta legislación se completó con la ley Moyano de 1857, que fue la primera gran ley de educación
del país.
También salto único sistema de pesos y medidas, el sistema métrico decimal. Siguiendo el
principio de uniformidad, se disolvió la antigua milicia nacional, ligan a las diferentes ciudades y
provincias, y se creó la Guardia Civil (1844)

La crisis del gobierno moderado.


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Los gobiernos moderados no consiguieron dar estabilidad política al Estado: en 1846 hubo 3
gobiernos, y al año siguiente cuatro.
Además, actuaron de forma arbitraria y excluyente, manipulando las elecciones y reduciendo la
importancia del poder legislativo. La vida política no se desarrollaba en las cortes, sino alrededor
de la corte y a partir de la influencia de las distintas camarillas que buscaban el favor real o
gubernamental, al margen de la vida parlamentaria.
El autoritarismo se agudizó durante el gobierno de Bravo Murillo de 1852, te propuso una reforma
constitucional que transformaba el estado en una dictadura tecnocrática, Ya que contemplaba la
posibilidad de gobernar por decreto y suspender indefinidamente las cortes, a la vez que restringía
a una certeza electoral. Esta reforma suponía en la práctica la desaparición del régimen
parlamentario y el estatuto real.
La propuesta fracasó por la posición de un sector del propio moderantismo, que consiguió
desplazar a Bravo Murillo del poder, pero agudizó la descomposición interna del partido ya
aumentó el descontento de amplias capas sociales, cada vez más marginadas de la participación
política. De este modo, una nueva revolución en 1854 permitió que los progresistas regresaran al
poder y puso fin a diez años de gobierno moderado.

El bienio progresista (1854-1856).


Levantamiento de 1854, la reina Isabel II llamó forma gobierno al general Espartero, tenga
buenos viene progresista. El nuevo régimen intenta impulsar reformas económicas y políticas,
pero otro pronunciamiento de 1856 devolviendo de los moderados.

La revuelta de 1854 y el nuevo gobierno progresista.


El autoritarismo del gobierno moderado comportó de la oposición y levantamiento de progresistas,
demócratas y algunos sectores moderados defraudados con atención gubernamental. Esta unión
desembocó, en junio de 1854, el pronunciamiento de Vicálvaro a cuyo frente se colocó un
moderado descontento, en general O’Donnell, que fundó nuevo partido, la unión liberal, con la
pretensión de cubrir un espacio de centro entre moderados y progresistas.
Los sublevados elaboraron el llamado manifiesto de Manzanares en demanda del cumplimiento de
la Constitución de 1845, de la reforma de la ley electoral, de la reducción de los impuestos y de la
restauración de la Milicia. Al llamamiento se unieron diversos jefes militares, así como grupos
civiles que protagonizaron levantamientos en diversas ciudades.

La presidencia recayó de nuevo en Espartero, y O’Donnell fue nombrado ministro de la vida. Las
elecciones fueron convocadas según la legislación de mil ochocientos treinta y siete que presentar
un censo electoral masa, lo que permite una mayoría progresista Y la aparición por primera vez en
el parlamento de algunos diputados demócratas. El nuevo gobierno intentó restaurar los principios
del progresismo inmediatamente restauró la Milicia y la Ley municipal que permitiera la elección
directa de los alcaldes.
También preparo una nueva constitución (1856), que no llego a ser promulgada, pero que
introducir importantes novedades como la libertad de culto y la elección del Senado, que adquiría
iguales poderes y responsabilidades que el congreso.

La actuación de mayor trascendencia para el futuro, emprendida por gobierno el bienio, fue un
ambicioso plan de reformas económicas en defensa de los intereses de la burguesía urbana Y de las
clases medias, con el objetivo de impulsar el desarrollo económico y la industrialización del país.

La legislación económica
Las líneas de acción más importantes del gobierno progresista fueron la reanudación de la obra
desamortizadora y la extensión de la red ferroviaria. La nueva ley desamortizadora de 1855, a
cargo del ministro Madoz, afectó a los bienes del Estado, de la Iglesia, de las órdenes militares, de
las instituciones benéficas y sobre todo de los ayuntamientos (bienes de propios y comunales).

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Igual que en 1837, con la eliminación de la propiedad vinculada se pretendía conseguir recursos
para la hacienda e impulsar la modernización económica España. Una buena parte de los ingresos
fueron invertidos en la red de ferrocarriles, considerada la pieza clave para fomentar los
intercambios y el crecimiento industrial del país.

La construcción de las líneas de ferrocarril se inició en 1855 con la ley General de ferrocarriles,
que regulaba su ejecución yo ofrecía antes incentivos a las empresas intervinieran en ella, de lo que
se beneficiaron especialmente los capitales extranjeros, que acudieron en abundancia el mercado
español. La preocupación de las cortes por fomentar el desarrollo económico de España se reflejó
también en una licitación para favorecer la reforestación, poner en marcha el sistema de telégrafo,
amplia la red de carreteras, fomentar el crecimiento de las sociedades por acciones y de la banca y
desarrollar la minería. Todo ello propició un marco legal que comportó una etapa de expansión
económica hasta 1866.

La crisis del bienio progresista


Las medidas reformistas del bienio no remediar la crisis de subsistencia es, que movilizó al pueblo
en las revueltas de 1854, generando un clima de grave conflictividad social. En Cataluña, la
delicada situación económica produjo huelgas obreras en 1855. Los trabajadores pedir la reducción
de los impuestos de consumo, la abolición de las cintas, la mejora de los salarios y la reducción de
la jornada laboral. El malestar social condujo también al importante levantamiento campesino de
las tierras castellanas Y a la extensión de motines populares muchas ciudades del país, con asaltos
incendios de fincas y fábricas.

El gobierno acabo presentando la ley de trabajo, que introducía algunas mejoras y permitía la
asociación de obreros, pero la situación había provocado una grave crisis. La creciente
conflictividad social, que significó la y reducción del movimiento obrero en la escena política del
país, retrajo y atemorizó a las clases conservadoras. Además, las discrepancias dentro de la
coalición gubernamental entre el progresismo más moderado, que acabaría en la unión liberal, y el
más radical, te daría el Partido Demócrata, se agudizaron. Espartero dimitió y la reina confío el
gobierno a O`Donnell, que reprimió duramente las protestas. Es significativo el hecho de que el
propio O`Donnell, en 1856, ayudase a derribar al gobierno laña colocada en el poder dos años
antes.

La descomposición del sistema isabelino (1856-1868)


El periodo que transcurre entre 1856 y 1868 estuvo dominado por la alternancia del poder de
unionistas y moderados. Pero el favoritismo de la Corona hacia estos últimos y la
marginación de progresistas y demócratas condujeron a la descomposición no sólo el
proyecto moderado, sino también el sistema político isabelino.

Los gobiernos unionistas (1856-1863)


El nuevo gobierno unionista liderado por O`Donnell intentó un equilibrio político combinando los
elementos fundamentales del proyecto moderado con algunas propuestas progresistas como la
limitación de los poderes de la Corona y la aceptación de la desamortización civil.

De este modo se consiguió una relativa estabilidad política interior, que estuvo acompañada por
una etapa de prosperidad económica debido a la fiebre especuladora de las acciones ferroviarias en
la bolsa. Se intentó revitalizar el parlamentarismo, aunque siempre bajo la antena del estado, y es
decir una política más tolerante con oposición. Aunque las elecciones en la mañana desde el
ministerio de la gobernación para asegurar la mayoría parlamentaria, también fijaban una minoría
opositora en el Congreso para evitar una marginación quieres avocarse hacia prácticas
insurreccionales.

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Una de las actuaciones más relevantes del gobierno fuese política exterior activa, te buscaba
recuperar el prestigio internacional, única los diferentes partidos en un fervor patriótico y contentan
importantes sectores del ejército. De este modo, se llevarán a cabo tres campañas de carácter
internacional:
• La expedición a Indocochina (1858-1863) en colaboración con Francia, motivada por el
destino de castigar una matanza de misioneros realizada en 1858. La expedición beneficios
sobre todo a los franceses, que me hicieron la penetración colonial en aquella zona.
• La intervención en México (1862), que se realizó junto franceses y británicos para exigir
al gobierno mexicano el cobro de las deudas atrasadas con ese país, pero los españoles
acabaran retirándose por desavenencias con la política francesa.
• Las campañas militares de Marruecos (1859-1860) estuvieron motivadas por disputas
fronterizas Y se saldaron con el triunfo en la batalla de Tetuán y Castillejos, donde adquirió
gran prestigio un militar progresista, el General Prim. La paz del Wad-Ras permitió a
España la incorporación del territorio de Ifni a la Corona y la ampliación de la plaza de
Ceuta.
Pegar él se evidencia la descomposición interna de la coalición gubernamental y estabilidad que
hubo en los años anteriores se tornó en una rápida sucesión de gobiernos inestables. El mismo fue
incapaz de afrontar la posición de los moderados y de la propia corona, que se negó a disolver las
cortes tal y como proponía el ejecutivo. O`Donnell presentó su dimisión y la Reina entregó el
poder a los moderados.

Los gobiernos moderados (1863-1868)


Los años que transcurrieron entre 1000 863.868 su pusieron el retorno de Narváez al poder y la
reposición de los antiguos principios del moderantismo. Sin embargo, las querellas internas, las
constantes conspiraciones, pactos e intentos de pronunciamientos evidenciaron la falta de apoyos
sociales y la debilidad de los gobiernos.

El moderantismo impuso de nuevo la forma autoritaria del gobierno, al margen de las cortes y de
todos los grupos políticos, y ejerció una fuerte represión sobre los opositores. Los progresistas
acusaron a la corona de entorpecer funcionamiento de las instituciones y promover formas de
gobiernos dictatoriales. De este modo, ante la insistente marginación política, los progresistas
pasaron de nuevo a la insurrección con el apoyo de los demócratas, cuya influencia entre las clases
populares aumentaba.

En 1866 tuvo lugar la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil, que tanto con la
adhesión progresista si demócratas y te comportó un levantamiento popular en Madrid. La
insurrección acabo con 66 fusilamientos y más de 1000 prisioneros. Una buena parte de la señorita
se pusieron en contra del gobierno y se acercaron a las posiciones de los progresistas, mientras el
propio O`Donnell se exiliaba a Gran Bretaña.

La situación del gobierno, pero a raíz de la crisis de subsistencia iniciada en 1866, te provocó el
aumento de los precios y el descontento popular. A partir de este momento, ante sectores de la
sociedad coincidieron en la necesidad de promover un pronunciamiento que dice un giro radical a
la situación.

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EL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868-1874).
La revolución de septiembre de 1868, esos protagonistas llamaron la “Gloriosa”, significo el
final de la monarquía de Isabel II. Si sucedieron después seis años de gran inestabilidad, En
las que hubo varios regímenes políticos. La característica con una todo el pedido fue la
búsqueda del nuevo orden político y social, en el que tuvo un protagonismo fundamental la
pequeña burguesía de las ciudades y el naciente movimiento obrero. Por ello, esta etapa se
denomina sexenio democrático sexenio revolucionario.

El sexenio democrático fue la última etapa de la revolución liberal en España y representa


un intento de ampliar el liberalismo restaurante la democracia. Pero tienes años estuvieron
llenos de conflictos de diversa índole: políticos, con la aparición del federalismo, el
levantamiento carlista y el estallido de la guerra en Cuba; sociales, con las reivindicaciones de
las clases populares y los primeros pasos del obrerismo social y anarquista; y económicos,
derivados de un contexto de crisis iré duchar entre proteccionistas y librecambistas.

La burguesía democrática no consigue estabilizar un régimen político definido. La decencia,


la monarquía democrática de Amadeo I de Saboya Y más adelante la República no pudieron
controlar los diversos conflictos que se presentaron. El Sexenio fracasó con su intento de
modernización política del país y se impuso de nuevo la solución monárquica, que condujo al
periodo de restauración de los Borbones, en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II.

Causas de la revolución.
En el último periodo del reinado de Isabel II, entre 1000 863.868, se produjeron una serie de
crisis económicas y políticas demostraban, por una parte, las deficiencias del sistema liberal
y, por otra, la debilidad de la economía capitalista España.

La crisis económica.
El último periodo de reinado de Isabel II (1843-1868) se caracterizó por una fase de expansión
económica que afectó a toda Europa. Pero a mediados de la década de 1860, la situación empezó a
cambiar, y en 1866 se hizo patente el inicio de una crisis económica. La reacción se manifestó a un
nivel financiero e industrial, y constituyo la primera gran crisis del sistema capitalista a nivel
internacional. Pero también coincidió con una crisis de subsistencias que afecto sobre todo a las
clases populares.

La crisis financiera provocada por la bajada del valor de las acciones en Bolsa, se originó a raíz de
la crisis de los ferrocarriles. Tras la construcción de estos, al empezar la explotación de las líneas,
su rendimiento económico fue menor del esperado.
La crisis industrial, sobre todo en Cataluña. La industria textil se abastecía en gran parte con
algodón de Estados Unidos, pero la Guerra de Secesión (1861-1865) encareció la importación y
provoco un periodo de “hambre de algodón”. Muchas pequeñas industrias del sector algodonero no
pudieron afrontar el alza de precios en un momento en el que descendía la demanda de productos
textiles por la crisis económica.
La crisis de subsistencia se inició en 1866 y la causó una serie de malas cosechas que dieron como
resultado una escasez de trigo, alimento básico de la población española. Inmediatamente, los
precios empezaron a subir, pasaron a ser más del doble.

La combinación de ambas crisis, a agrícola y la industrial, agravó la situación. En el campo, el


hambre condujo a un clima de fuerte violencia social. En las ciudades, la consecuencia fue una
oleada de paro que provocó un descenso del nivel de vida de las clases trabajadoras.

El deterioro político.
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A mediados de la década de 1860, gran parte de la población española tenía motivos de
descontento contra el sistema isabelino. Los grandes negociantes reclamaban un gobierno que
tomase medidas para salvar sus inversiones en Bolsa, los industriales exigían proteccionismo, y los
obreros y campesinos denunciaban su miseria. En 1866, después de la revuelta de sargentos del
cuartel de San Gil y de su dura represión, O`Donnell fue apartado del gobierno por la reina, pero
los siguientes gabinetes del Partido Moderado (Narváez y González Bravo) continuaron
gobernando por decreto, cerraron las Cortes e hicieron oídos sordos a los problemas del país.

Ante la imposibilidad de acceder al poder, el Partido Progresista, dirigido por Prim, practicó una
política de retraimiento: se negó a participar en las elecciones y defendió la conspiración como
único medio para poder gobernar. En la misma situación se encontraba el Partido Demócrata, de
modo que ambos partidos firmaron el pacto de Ostende en 1867 con la voluntad de unificar sus
actuaciones para acabar con el moderantismo en el poder. El compromiso proponía el fin de la
monarquía isabelina y la decisión de monarquía o república estaba en manos de unas Cortes
constituyentes, que serían elegidas por sufragio universal.

A dicho pacto se adhirieron los unionistas en noviembre de 1867, tras la muerte de O’Donnell. Esta
adhesión fue fundamental para el triunfo de la revolución y para definir su carácter. Por un lado,
los unionistas (Serrano) aportaron una buena cúspide del ejército, y por otro el carácter
conservador y opuesto a todo cambio social de los unionistas contrarrestó el peso de los
demócratas y redujo el levantamiento de 1868 a un simple pronunciamiento militar, por mucho que
las proclamas y los manifestantes hablaran de revolución y utilizaran las reivindicaciones de
libertad y justicia social.

La revolución de septiembre de 1868.


En el mes de septiembre de 1868 se consumó un levantamiento militar no sólo contra el
gobierno del partido moderado, sino contra la monarquía de Isabel II. El movimiento,
aclamado como revolución la “Gloriosa”, tuvo un inmenso apoyo popular en todo el país, por
lo que se impuso sin gran dificultad.

La revolución del 68 y el gobierno provisional.


El 19 de septiembre de 1868, la escuadra concentrada en la bahía de Cádiz, protagonizó un
alzamiento militar contra el gobierno de Isabel II. Prim, exiliado en Londres, y Serrano, desterrado
en Canarias, se reunieron con los sublevados y rápidamente consiguieron el apoyo de la población
gaditana, tras la publicación de un manifiesto en el que se pedía a los ciudadanos que acudiesen a
las armas para defender la libertad, el orden y la honradez, y que terminaba con el lema “¡viva
España con honra!”. En los días siguientes, con tres fragatas, Prim fue sublevando sucesivamente
a Málaga, Almería y Cartagena.

El gobierno de la reina Isabel II se apresto a defender el trono con las armas. Envió desde Madrid
un ejército para enfrentarse con los sublevados, que se reagrupaban en Andalucía al mando del
general Serrano. Ambas fuerzas se encontraron por Córdoba y se libró una batalla que dio victoria
a las fuerzas afines a la revolución. El gobierno no vio más salida que dimitir y la reina no tuvo
más remedio que exiliarse a Francia donde fue acogida por el emperador Napoleón III.

Tuvieron gran protagonismo las fuerzas populares, sobre todo urbanas, dirigidas por un sector de
los progresistas, los demócratas y los republicanos. En muchas ciudades españolas se constituyeron
Juntas revolucionarias, que organizaron el levantamiento y lanzaron llamamientos al pueblo.
Las consignas: libertas, soberanía, separación de la iglesia y el Estado, supresión de las quintas,
sufragio universal, abolición de impuestos de consumo…

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Tras entrar en Madrid, los sublevados propusieron a la Junta revolucionaria de la capital, que se
hallaba bajo su control, el nombramiento de un gobierno provisional de carácter centrista, sin
consultar a las juntas provinciales ni locales. El general Serrano fue proclamado regente, y el
general Prim presidente de un gobierno integrado por progresistas y unionistas, que marginaba al
resto de fuerzas políticas.
El nuevo jefe ordeno disolver las Juntas y desarmar a la Milicia Nacional.

La constitución de 1869 y la regencia.


El nuevo gobierno provisional promulgó una serie de decretos para dar satisfacción a algunas
demandas populares y convocó elecciones a Cortes constituyentes. Los comicios, enero 1869,
fueron los primeros en España que reconocieron el sufragio universal masculino. Dieron la victoria
a la coalición gubernamental (progresistas, unionistas, y un sector de los demócratas), partidarias
de la fórmula monárquica, pero también aparecieron en la Cámara dos importantes minorías:
carlistas y republicanos. Las Cortes se reunieron y crearon una comisión parlamentaria encargada
de redactar una nueva Constitución, que fue aprobada el 1 de junio de 1869.

La Constitución de 1869, la primera democrática de la historia de España, estableció un amplio


régimen de derechos y libertades: se reconocían los derechos de manifestación, reunión y
asociación, la libertad de enseñanza y la igualdad para obtener empleo.
La constitución también proclamaba la soberanía nacional, de la que emanaban tanto la legitimidad
de la monarquía como los tres poderes. El Estado se declaraba monárquico, pero la potestad de
hacer las leyes residía exclusivamente en las Cortes: el rey tan solo las promulgaba, no podía
vetarlas, y sus poderes quedaban bastante limitados. Las Cortes se componían de un Congreso y un
Senado. Las provincias de ultramar gozaban de los mismos derechos, mientras que Filipinas
quedaba gobernada por una ley especial.

Proclamada la Constitución y con el trono vacante, las Cortes establecieron una regencia, que
recayó en el general Serrano, mientras Prim era designado jefe de gobierno.
Los republicanos mostraban su descontento con la nueva situación, los carlistas volvían a la
actividad insurreccional, la situación económica era grave y, además, había que encontrar un
monarca para la Corona española. Sin embargo, el nuevo gobierno fue recibido con simpatía por
gran parte de los países europeos.

El intento de renovación económica.


Uno de los objetivos de la “Gloriosa” era reorientar la política económica. Se pretendía establecer
una legislación que protegiera los intereses económicos de la burguesía nacional y de los
inversores extranjeros. La política económica llevada a cabo se caracterizó por el librecambismo y
por la apertura del estado español a la entrada del capital extranjero.
Se suprimió la contribución de consumos, aunque volvió a establecerse en 1870, y se estableció la
peseta como unidad monetaria.

Pero el problema más grave era el caótico estado de la Hacienda española. La deuda pública era
altísima y con grandes intereses... además, la grave crisis de los ferrocarriles solo parecía tener
solución utilizando recursos públicos para subvencionar a las compañías ferroviarias. Todo ello se
pretendió solucionar mediante la Ley de Minas de 1871 (venta o concesión de yacimientos mineros
a distintas compañías, esencialmente extranjeras), medida coherente que ofrecía generosas
facilidades a la entrada de capitales exteriores. Son los ingresos obtenidos de la llamada
desamortización del subsuelo, se hizo frente a la devolución de los préstamos.

La última gran acción sobre la economía fue la liberalización de los intercambios exteriores,
aprobada en julio de 1869 mediante la Ley de Bases Arancelarias, que ponía fin a la secular

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tradición proteccionista de la economía española. Esta medida contó con la oposición de los
industriales algodoneros catalanes y con los cerealistas del interior.

La frustración de las aspiraciones populares.


La constitución de 1869 consolidó un régimen político basado en los principios liberal-
democráticos de la revolución de septiembre de 1868. Sin embargo, frustro algunas de las
aspiraciones de otros grupos políticos, especialmente muchas de las reivindicaciones de carácter
popular.

La forma de gobierno monárquica disgustó a los que aspiraban establecer un régimen republicano;
el mantenimiento del culto y del clero aprobado por la constitución desagradaba a amplios sectores
radicales; y la persistencia de las desigualdades sociales no gustaba a campesinos, jornaleros y
trabajadores de fábricas. Que no veían mejorar su situación.

Durante el periodo de la regencia (1869-1870) hubo una fuerte conflictividad social, que se
mantuvo a lo largo de todo el sexenio. El campesinado, demandaba un mejor reparto de las tierras;
mientras las revueltas urbanas protestaban contra los consumos, las quintas y el aumento de los
precios. De igual modo, el incipiente movimiento obrero sufrió un proceso de radicalización en
demanda de la mejora de las condiciones salariales y de trabajo.

En un primer momento los republicanos encarnaron gran parte de ese descontento, pero el fracaso
de sus insurrecciones (1869) y la imposibilidad de conseguir por la vía parlamentaria y política los
objetivos populares, condujeron a que la mayoría de estos sectores se inclinaran hacia posiciones
más radicales y apolíticas (Internacionalismo).

Estas ideas internacionalistas llegaron a España en 1868, gracias a la ampliación de las libertades
públicas otorgadas por el Gobierno provisional, como la apertura de fronteras, reconocimiento al
derecho de asociación y de libertad de imprenta. La expansión de las ideas vinculadas al
anarquismo y socialismo abrió una nueva etapa que condujo a la organización del proletariado y
del campesinado alrededor de las nuevas organizaciones de clase, alejadas de los partidos clásicos.

Las fuerzas políticas: el auge del republicanismo.


En la España del Sexenio Democrático, la opinión política quedó polarizada entre las dos
grandes opciones, monarquía o república. Los partidos de la época isabelina eran
mayoritariamente monárquicos, pero la tendencia republicana, especialmente su orientación
federal, creció de forma imparable después del destronamiento de los Borbones.

El reinado de Amadeo de Saboya (1871-1873).


La constitución de 1869 establecía, como forma de gobierno, una monarquía democrática;
por tanto, la principal tarea institucional consistió en encontrar un monarca que sustituyese
a los desacreditados Borbones. La solución no era nueva ni absurda, ya que gran parte de las
monarquías europeas no eran originarias del propio país, pero las especiales circunstancias
en las que tuvo que reinar el nuevo monarca convirtieron la experiencia en un fracaso.

Un monarca para un régimen democrático.


Prim fue el encargado de sondear a los embajadores extranjeros Y tras el rechazo de la dinastía
portuguesa Y la oposición de Francia al pretendiente alemán. Consiguió imponerse la candidatura
ante Amadeo de Saboya, un hombre con una concepción democrática de la monarquía y mi nombre
de una dinastía que gozaba de gran popularidad por haber sido el artificiso de la unificación de
Italia.

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El nuevo monarca fue elegido rey de España por las cortes en noviembre de 1870, Y llegó al país
por el puerto de Cartagena el 30 de diciembre punto tres días antes habían asesinado a general
Prim, con lo que tengo monarca se quedó sin su valido el consejero más fiel. El 2 de enero,
Amadeo de Saboya fue proclamado rey y, tras tomarle juramento, las cortes constituyentes se
disolvieron para iniciar una nueva etapa monarquía democrática.

Las dificultades de la nueva dinastía


La nueva dinastía contaba con escasos apoyos. Sólo satisfacía a progresistas y unionistas y, aun
así, no todos los sectores dichos partidos estaban de acuerdo. Además, el rey se esposa Victoria
contaron desde el principio con la clara posición de la aristocracia, el dinero y las camarillas con
personas de la época Isabel II.
Una parte del ejército no vinculada a progresistas y unionistas mostró su resistencia a expresar
fidelidad al nuevo monarca, lo que fue especialmente grave cuando se desencadena conflicto
carlista se inició la guerra en Cuba. Tampoco tuvo el favor popular, por causas quizá, del arraigo
del republicanismo, contrario la monarquía de cualquier signo.

Una vez establecido el sufragio universal y las libertades políticas, el nuevo monarca pretendió
consolidar un régimen plenamente democrático. Pero dos años del reinado de Amadeo de Saboya
se vieron marcados por dificultades constantes. Los problemas económicos del Estado siguen
siendo acuciantes y hubo que recurrir a la emisión de más deuda pública. Además, hubo una lucha
constante entre los poderes políticos Y así como una revitalización el conflicto carlista, la guerra en
Cuba y las insurrecciones republicanas.

Una permanente inestabilidad


Amadeo I contó desde principio con la posición de los moderados, Que consideraban ilegítima la
nueva dinastía y continuaban fígaro Borbones. Empezar a organizar la restauración borbónica en la
persona del príncipe Alfonso. Cánovas del Castillo, el principal dirigente de este grupo, fue
cantando a muchos disidentes unionistas y progresistas, les convenció para que la monarquía
borbónica era una garantía de orden estabilidad. Esta opción. Con los apoyos de la Iglesia,
contraria a la nueva situación, sobre todo después del decreto de Prim que obligaba al clero a jurar
la constitución de 1869. También apoyo a los moderados la elite del dinero, opuesta a un régimen
que legislaba en contra de sus intereses: abolición de la esclavitud en Cuba, regulación del trabajo
infantil…

Los carlistas, se habían reorganizado como fuerza política. La llegada de Amadeo dio argumentos
para una insurrección armada Y, en 1872 se sublevaron para sentar en el trono a Carlos VII. La
rebelión se empezó en el País vasco y se extendió a Navarra y zonas de Cataluña, aunque no
constituyó un verdadero peligro. Mientras otra facción del carlismo se fue consolidando como una
fuerza política de orientación ultracatólica y opuesta a la nueva monarquía.

Amadeo I tampoco contaba con el respaldo de los sectores republicanos ni de los grupos populares
que les daban apoyo y que aspiraban a un cambio de sistema social. En 1872 se produjeron nuevas
insurrecciones de carácter federalista, que combinaba la acción de los republicanos con las ideas
internacionalistas, especialmente de carácter anarquista.

Asimismo, en 1868, se inició, con el llamado el “grito de Yara”, un conflicto en la isla de Cuba
(Guerra de los 10 años). La insurrección de los criollos, conto con el apoyo popular al prometer el
fin de la esclavitud. Aunque el gobierno impulso este proyecto, los intereses de los sectores
económicos frustraron esta vía de solución pacífica y convirtió la guerra en un grave problema.

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La crisis final del reinado de Amadeo de Saboya fue el resultado de la desintegración de la
coalición gubernamental (unionistas, progresistas y demócratas). Así, en dos años se formaron seis
gobiernos y hubo que convocar elecciones 3 veces.
Finalmente, privado de todo apoyo, el 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya presentó su
renuncia al trono y abandonó España dejando una impresión de país ingobernable y contrario a una
monarquía democrática.

La Primera República Española (1873-1874)


La última etapa política del sexenio democrático fue la primera República. Su duración
alcanzó un año: se proclamó febrero de 1873 Y fue derrotada por un golpe de estado en enero
de 1874.

La proclamación de la República
La proclamación de la primera República española fue la salida más fácil ante la renuncia de
Amadeo de Saboya. Las cortes, depositarias de la soberanía nacional decidieron la proclamación
de una República, fue aprobada el 11 de febrero de 1873 de 1873 por una amplia mayoría para
decir al gobierno fue elegido el republicano federal Estanislao Figueras, que contó para gobernar
con los miembros de su partido y con algunos republicanos unitarios.
Estos datos no reflejan un apoyo real de la nueva forma de gobierno. Gran parte la cámara era
monárquica, y su voto republicano fue una estrategia para ganar tiempo y organizar el retorno de
los Borbones. La república nació con escasas posibilidades de éxito, lo que se evedenció en el
aislamiento internacional del nuevo sistema. Salvo Estados Unidos y Suiza, ninguna potencia
reconoció la República española, para quería como un régimen revolucionario que podría poner en
peligro la estabilidad en Europa mayoritariamente burgués y conservadora.
Fue recibida con entusiasmo por las clases populares, que creyeron que había llegado el momento
de cumplir sus aspiraciones de cambio social. Los federales constituyeron juntas revolucionarias
para desplazar de la administración a los antiguos cargos monárquicos. En Andalucía se produjo un
movimiento insurreccional por el reparto de tierras Y las protestas hicieron frecuentes. En las
ciudades también había antes movilizaciones populares; entre el movimiento obrero, se
generalizaron las reivindicaciones a favor de la reducción de la jornada laboral, del de aumento de
salarios y de la implantación inmediata del estado federal.

El interés de los dirigentes republicanos por respetar la legalidad se exteriorizó en la disolución de


las juntas Y en la represión de las revueltas populares. Pacificar el panorama, se convocaron
elecciones a Cortes constituyentes, que ganaron ampliamente los republicanos.

Los federales o tuvieron 1:30 pero esta victoria electoral de los republicanos era, sin embargo,
engañosa, ya que más del 60% electorado se abstuvo.

El intento de instaurar una República Federal.


Las cortes abrieron el 1 de junio de 1873 y el día 7 proclamaron la República democrática Federal.
La presidencia que duerman los de Estalisnao Figueras, pero dimitió al cabo dinastías y el gobierno
pasamanos de Francisco Pi i Margall. su propósito era emprender grandes reformas: la elaboración
de la Constitución Federal, la separación de bienes del Estado, la concesión de la independencia las
colonias, la restauración de la disciplina en el ejército y la elaboración de la serie de leyes sociales

Pero los pocos meses con una experiencia republicana no permitieron el desarrollo de esa
legislación reformista.

• El proyecto de constitución federal.

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En julio se presentó en las cortes del proyecto de la nueva constitución, pero prácticamente
no llego a ser debatido y tampoco probado.
La propuesta de la constitución republicana Federal de 1873 seguía la línea la Constitución
de 1869 en relación con implantación de la democracia y el reconocimiento de algunos
derechos y libertades. La República perdido presidente; en las cortes se mantendrían las dos
cámaras, el Senado el congreso. Asimismo, se declaraba la libertad de culto y la separación
de la iglesia del estado.

El aspecto más novedoso de esta estructura del Estado. Se establecía que la Nación
española estaba compuesta por 17 estados, entre ellos Cuba, el poder de mañana de tres
niveles: municipios, estados regionales y estado federal. Los estados regionales del dinero
para mí económica, administrativa y política, Y elaborar y a sus propios constituciones,
también compatibles con la del estado federal. El proyecto de constitución planteaba, por
primera vez en el liberalismo español, un estado no centralista, y recogía tradiciones
regionalistas está bien el origen de las futuras propuestas nacionalistas.

• Los conflictos armados.


La primera República tuvo que enfrentarse a graves problemas que paralizaron acción del
gobierno. Uno de ellos fue una insurrección carlista: el nacimiento de la República había
acelerado y animado conflicto armado, Paso hacer un enfrentamiento con un auténtico
ejército y con el dominio de diversos territorios. En el mes de julio se extendió por una
parte de Cataluña.
Las tropas gubernamentales impidieron la extensión del conflicto las ciudades, pero fueron
incapaces de acabar con el que se prolongó hasta 1876 también continuó la guerra en Cuba.
Al estallido de resurrección carlista y a la guerra en Cuba se añadió la obstrucción de los
partidos monárquicos Y las divisiones entre los propios republicanos. Todo ellos acabó un
régimen que tenía dificultades para dirigir un ejército escasa mente fiel al proyecto
republicano.

La sublevación cantonal
La sublevación cantonal fue el conflicto más grave que se produjo en el primer periodo
republicano llegue programas de situación de crisis para gobierno.
El cantonalismo era un fenómeno complejo en el que se mezclaban las aspiraciones autonomistas
propiciada por los republicanos federales intransigentes con las aspiraciones de revolución social
inspiradas en las nuevas ideas internacionalista.
La proclamación de cantones independientes, con sus gobiernos autónomos y su propia legislación,
fue la consecuencia de aplicar de forma radical y directa la estructura federal desde abajo,
impulsada, al mismo tiempo, por el precio de avanzar en la reforma sociales.

En las zonas con fuerte implantación republicana, la población, radicalizada por las aspiraciones
revolucionarias expandidas por los núcleos anarquistas del internacional, se alzaron en cantones
independientes. Los protagonistas de los levantamientos cantonalistas eran un conglomerado
compuesto por artesanos, pequeños comerciantes y asalariados, decepcionados por el rumbo de los
acontecimientos de la nueva República.
El presidente de Pi i Margall usa sofocar las revueltas por las armas y dimitió, siendo sustituido por
Nicolás Salmerón, que inició una acción militar contra el movimiento cantonal vista. Excepto en
Cartagena, la intervención militar acabó rápidamente con insurrección, pero dio un inmenso poder
a los generales que asumieron la represión y volvió a colocar al ejército en el papel de único
garante del orden y Barrera contra la revolución social
Salmerón dimitió a sentirse moralmente incapaz de firmar las penas de muerte impuestas por la
autoridad militar contra activistas cantonalistas. La residencia recayó entonces en Emilio
Castelar, dirigente del Repúblicanismo unitario, mucho más conservador. La República inició
partir de este momento un progresivo desplazamiento la derecha.
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El fin de la experiencia republicana.
Desde septiembre de 1873, la República de un claro vuelco conservador con el nuevo gobierno de
Castelar, que había ido abandonando las pretensiones federalistas y reformistas. Castelar no tenía
mayoría de las cortes y, temiendo ser destituido por la mayoría federa, había suspendido las
sesiones parlamentarias y gobernó autoritariamente, respaldando a los sectores más conservadores
y concediendo amplias atribuciones a los jefes militares para que mantuvieran el orden público.
Ante esta situación, en diciembre del mismo año, concepto importante los diputados (Figueras y Pi
y Salmerón) llegaron al acuerdo de plantear una moción de censura al gobierno que esperar para
forzar su dimisión.

El día 3 de enero de 1874 se abrieron las Cortes y el gobierno de Castelar fue derrotado por 120
votos contra 100. Era inminente la formación de un gobierno de izquierda, pero al conocer este
hecho, el capitán general de Castilla la Nueva, Manuel Pavía, exigió la disolución de las Cortes
republicanas. Los diputados se resistieron, pero, ante la invasión del hemiciclo por pavía con
fuerzas de la guardia civil, abandonaron la Cámara. Era el día 4 de enero de 1874. Apenas hubo
resistencia, ni política ni popular, lo que muestra la debilidad de la República.

El poder pasó en los meses siguientes a manos de una coalición Dianita sinopsis encabezada por el
General Serrano, que intentó estabilizar un régimen republicano de carácter conservador. Pero la
base social te podía apoyar un proyecto de este tipo ya había estado por la solución Alfonsina, esto
es, la vuelta del hijo Isabel II, Alfonso XII.

El 29 de diciembre de 1874, el pronunciamiento militar de Arsenio Martínez Campos en Sagunto


proclamó rey de España Alfonso XII. Anteriormente, Isabel II ya había abdicado en su hijo, Y
Cánovas del Castillo se había convertido en el dirigente e ideólogo de su causa. El 1 de diciembre
del mismo año, el príncipe Alfonso de Borbón había firmado el Manifiesto de Sandhurst,
redactado por Cánovas del Castillo, que sintetizaba el programa de la nueva monarquía Alfonsina:
un régimen de signo conservador y católico que garantizaba el funcionamiento del sistema político
liberal y restablecida la estabilidad política y el orden social.

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LA RESTAURACIÓN MONARQUICA (1875-1898)
Tras el fallido intento de instaurar un régimen democrático durante el Sexenio (1868-1874),
se restaura la monarquía borbónica y España volvió al liberalismo censitario. El nuevo
sistema político, creado por Cánovas del Castillo, se fundamentó de la alternancia en el poder
de los grandes partidos, el conservador y liberal.

La restauración duró más de 50 años, desde el pronunciamiento de Martínez Campos en 1874


hasta la proclamación de la Segunda República en 1931, con una importante inflexión en
1898. Durante este largo período, que abarca los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII, con
el interregno de la regencia de María Cristina, se consolidó un régimen constitucional
parlamentario. Pero, a pesar del establecimiento del sufragio universal masculino en 1890, el
régimen político de la restauración nunca llegó a ser plenamente democrático y estuvo
dominado por una burguesía oligárquica apoyada en un capitalismo de base agraria.

Con el paso del tiempo, los dos partidos hegemónicos se fueron descomponiendo y no fueron
capaces de dar entrada las nuevas fuerzas emergentes, como el obrerismo y el
republicanismo, para ensanchar la base social del régimen, y darle estabilidad. En 1898, la
pérdida de las últimas colonias españolas, Cuba y Filipinas, subía la restauración en una gran
crisis política y moral, conocida como el desastre, que resquebrajó los fundamentos del
sistema y planteó la necesidad de iniciar un proceso de reformas que modernizase en la vida
social y política del país (regeneracionismo)

El sistema político de la Restauración.


El pronunciamiento de Martínez Campos en diciembre de 1874, acogido favorablemente por
el ejército y las fuerzas políticas conservadoras, significo la restauración de la monarquía en
la persona de Alfonso XII, el único hijo varón de Isabel II. El político clave del momento fue
Antonio Cánovas, que asumió la regencia hasta el regreso del rey en enero de 1875.

Un nuevo sistema político.


Los grupos conservadores distracción la restauración de los buzones porque esperaban tenemos
monarquía devolviera la estabilidad política y pondría fin otro intento de revolución democrática y
social en España. Cánovas nos gustaría regresar los tiempos Isabel II, sino la declaración de un
nuevo modelo político que supera así algunos de los problemas endémicos del liberalismo
precedente.
Para conseguir su propósito, se propuso los objetivos: elaborar una constitución que vértebra si el
sistema político basado en el bipartidismo y pacificar el país poniendo fin a la guerra de Cuba ya
conflicto carlista.
La primera venida política de importancia fue la convocatoria elecciones para unas Cortes
constituyentes, pues la constitución de 1869, había quedado, sin efecto tras la programación de la
República. Peso a que Cánovas no era partidario de sufragio universal, las primeras elecciones se
hicieron por este sistema, aunque posteriormente se debería volver al sufragio censitario.

• La Constitución de 1876.
La constitución elaborada en 1876 es una clara muestra del liberalismo doctrinario,
caracterizado por el sufragio censitario y la soberanía compartida entre las cortes del rey.
La Constitución fue de carácter conservador inspirada en los valores históricos
tradicionales de la monarquía, la religión y la propiedad.
La constitución consideraba a la monarquía como institución superior, incuestionable,
permanente y al margen de cualquier decisión política. Constituida un poder moderador te
debía ejercer como árbitro en la vida política y garantizar el buen entendimiento y la
alternancia entre los partidos políticos. Se concedía amplios poderes al monarca: derecho
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de veto, nombramiento de ministros y contesta de convocar las cortes, suspenderlas o
disolverlas sin contar con el gobierno.
Las Cortes eran bicamerales es que están formados por el Senado y el Congreso de los
diputados, este último de carácter electivo. La constitución no pisaba el tipo de sufragio,
pero la ley de 1878 estableció el voto censitario, limitado los mayores contribuyentes. En
1890 cuando está en el poder el partido liberal, se aprobó sufragio universal masculino.
En el Senado, la mitad de los senadores no era por derecho propio o vitalicio, lo que dada
opción al rey y al gobierno nombra directamente a los senadores.
La constitución también proclamada la confesionalidad católica del Estado, aunque
toleraba otras creencias siempre que nos hiciste manifestaciones públicas de ellas.

• Bipartidismo y turno pacífico


Antonio Cánovas del Castillo introdujo sistema de gobierno basado en el bipartidismo y en
alternancia del poder de los dos grandes partidos dinásticos, el conservador y el liberal. Se
aceptaba, que habría un turno pacífico de partidos que aseguraría la estabilidad
institucional mediante la participación en el poder de las dos familias del liberalismo y
pondría fin a la intervención del ejército en la vida política.
El ejército, que constituya uno de los grandes pilares del régimen, queda subordinado al
poder civil.

El fin de los conflictos bélicos


La estabilidad del régimen seguí favorecida con el fin de las guerras carlistas y cubana.
La consecuencia inmediata de la derrota carlista fue la abolición definitiva del régimen foral.
El fin de la guerra carlista permite acabarnos fácilmente con la insurrección cubana, Guerra de los
10 años, 1868-1878. Como resultado de la actuación militar y de la negociación con los
insurrectos, en 1878 de firmo la Paz de Zanjón. Elías incluía una amplia amnistía, la abolición de
la esclavitud Y la promesa de reformas políticas y administrativas por las que Cuba tendría
representantes de las Cortes españolas. El retraso por incumplimiento de estas reformas provocaría
el inicio del nuevo conflicto en 1879, Guerra Chiquita, y la posterior insurrección de 1895.

La vida política y la alternancia en el poder.


El funcionamiento del sistema político diseñado por Cánovas requería la existencia de dos
grandes partidos dinásticos que se alternasen en el poder. Este turno de partidos he cumplido
escrupulosamente hasta finales del siglo XIX, cuando la crisis de 1898 usa jaque al sistema.

Los partidos dinásticos.


Cánovas había sido el principal dirigente de partido Alfonsino. Tras el regreso de Alfonso XII la
transformó en el partido liberal conservador, que Argentina va a los grupos políticos más
conservadores y que acabó llamándose Partido Conservador. El proyecto bipartidista de Cánovas
requería otro partido de carácter más progresista, la llamada izquierda dinástica, y el mismo
propuso a Sagasta su formación.
De un acuerdo entre progresistas, unionistas y algunos republicanos moderados nació el partido
liberal fusionista, más tarde conocido como Partido Liberal.
A ambos partidos les correspondían la tarea de aunar a los diferentes grupos y facciones, con el
único requisito de aceptar la monarquía Alfonsina y la alternancia en poder.

Conservadores y liberales coincidían ideológicamente en lo fundamental, pero diferían en algunos


aspectos y asumían de manera consensuada dos papeles complementarios. Ambos defendían la
monarquía, la constitución, la propiedad privada y la consolidación del Estado liberal, unitario y
centralista.

Encuentras acción política las diferencias serán escasas:

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• Los conservadores mostraban más proclives al inmovilismo político, proponía sufragio
censitario y la defensa de la iglesia y del orden social.
• Los liberales defendían el sufragio universal masculino y estaban más inclinados a un
reformismo social de carácter más progresista y laico.
Pero en la práctica, la actuación de ambos partidos en el poder no difería en lo esencial, al existir
un acuerdo tácito de no promulgar nunca una ley que forzase al otro partido a derogarla cuando
regresase al gobierno.

La alternancia regular en el poder entre estas dos grandes opciones dinásticas tenía como objetivo
asegurar la estabilidad institucional. De este modo, cuando el partido en el gobierno sufría un
proceso de desgaste político y perdía la confianza de las Cortes, el monarca llamaba al jefe del
partido de la oposición a formar gobierno.

Falseamiento electoral y caciquismo.


El sistema del turno pacífico puedo mantenerse durante más de 20 años gracias a la corrupción
electoral y a la utilización de influencias y poder económico de determinados individuos sobre la
sociedad (caciques). El caciquismo fue un fenómeno que se dio en toda España.

La adulteración del voto constituyó una práctica habitual en todas las elecciones, que se logró
mediante el restablecimiento de sufragios censitario. El tiempo del partido que convocaba las
elecciones porque había sido requerido para formar gobierno era convenido previamente, y se
conseguía gracias al falseamiento los resultados.
Los caciques eran personas notables, sobre todo del medio rural, a menudo ricos propietarios
quedaban trabajo jornaleros y que tenían gran influencia en la vida local. También podría ser
abogados, profesionales de prestigio o funcionario de la administración, que contrario a los
ayuntamientos, hacen informes y certificados personales…
Con su influencia, los caciques abierta banda dirección del voto, agradeciendo con sus “favores” de
fidelidad electoral y discriminando a los que no respetaban sus intereses.
Los caciques manipularon las lecciones continuamente de acuerdo con las autoridades,
especialmente los gobernadores civiles de las provincias. El conjunto de trampas electorales se
conoce como pucherazo. Para conseguir la elección del candidato cuerna mental, no se dudaban
falsificar el censo con incluyendo a personas muertas o impidiendo votar a vivas.

El desarrollo del turno de partidos.


A lo largo del periodo que transcurrió entre 1876 y 1898, el turno funcionó con regularidad: de
todas las elecciones realizadas, seis fueron ganadas por los conservadores y cuatro con los
liberales. La primera crisis del sistema sobrevino como consecuencia del impacto del desastre de
1898, que erosionó a los políticos y a los partidos dinásticos.

• 1875-1881: Partido Conservador


• 1881- 1884: Partido Liberal (Sagasta), introdujo el sufragio universal masculino para los
comicios municipales de 1882.
• 1884-1885: Partido Conservados (Cánovas)
El temor de una posible desestabilización del sistema político tras la muerte del rey Alfonso XII,
1885, impulsó un acuerdo entre conservadores y liberales, el llamado Pacto del Pardo. Su
finalidad era dar apoyo a la regencia de María Cristina y garantizar la continuidad de la monarquía
ante las fuertes presiones carlistas y republicanos.

Bajo la regencia, el Partido Liberal bueno más tiempo que el conservador. Durante el llamado
gobierno largo de Sagasta, que se extendió entre 1885 y 1890, los liberales impulsaron una

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importante obra reformista para incorporar al sistema algunos derechos asociados a los ideales de
la revolución del 68. De este modo
• Se aprobó la Ley de Asociaciones (1887), que elimino la distinción entre partidos legales e
ilegales y permitió la entrada en el juego político de las fuerzas opositoras.
• Se abolió la esclavitud (1888), se introdujo la celebración de juicios por jurado.
• Se impulsó un nuevo Código Civil (1889)
• Se llevaron a cabo reformas hacendísticas y militares.
Pero la reforma de mayor trascendencia fue sin duda la implantación del sufragio universal
masculino en las elecciones generales de 1890. Sin embargo, la universalización de sufragio quedó
desvirtuada por la continuidad de los viejos mecanismos de fraude corrupción electoral,
imposibilitado la verdadera democratización del sistema.

En la última década del siglo se mantuvo el turno pacífico de partidos: en 1990, los conservadores
volvieron al poder, y en 1892 regresaron los liberales, y en 1895, Cánovas asumió la presidencia
del gobierno hasta 1897, fecha de su asesinato. Sin embargo, el personalismo del sistema deterioro
a los partidos, que dependían excesivamente de la personalidad de sus líderes, Provocando
disidencias internas y la descomposición veamos partidos. En el Partido Liberal surgieron
personajes como Gema Gamazo y Antonio Maura, que provocaron la aparición de facciones y la
esta desorganización del partido. En cuánto los conservadores, destacó la disidencia de los
reformistas de Francisco Silvela, te consiguió aglutinar a las diferentes facciones tras la muerte de
Cánovas.

Anarquismo y socialismo (1874-1890)


Con el establecimiento del régimen de la Restauración en 1874, las organizaciones obreras
conocieron una dura represión y se vieron forzadas a la clandestinidad. El ascenso de los
liberales al gobierno, en 1881, trajo consigo una mayor permisividad y las asociaciones
obreras fueron de nuevo legalizadas.

El anarquismo apolítico.
En 1881, la sección española de la Internacional (FRE), de tendencia bakunista, cambió su nombre
por el de Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), debido a la necesidad de
adaptarse a la nueva legalidad, que prohibía las organizaciones de carácter internacional dirigidas
desde el extranjero. Tenía mayor implantación entre los jornaleros de Andalucía y los obreros de
Cataluña, aumento su número de afiliados y desarrollo una acción sindical de carácter
reivindicativo. Los desacuerdos dentro de la organización y la constante represión hicieron que el
movimiento optara por la acción directa y organizara grupos autónomos revolucionarios cuyo
objetivo era atentar contra los pilares del capitalismo: el Estado, la burguesía y la Iglesia.

Durante la etapa 1893-1897 se produjeron los actos más destacados de violencia social: atentados
contra personajes clave de la vida política (Cánovas y Martínez Campos): bombas en el Liceo de
Barcelona, entidad representativa de la sociedad burguesa, o contra la procesión del Corpus. El
anarquismo fue acusado de estar detrás de la Mano Negra, una asociación clandestina que actuó
en Andalucía a finales del siglo XIX y a la que se le atribuyeron asesinatos, incendios de cosechas
y edificios. Los atentados o las revueltas anarquistas fueron seguidos de una gran represión,
muchas veces indiscriminada, y provocaron una espiral de violencia basada en una dinámica de
acción/represión/acción. El momento clave de esta espiral fueron los procesos de Montjuït,
celebrados en 1897 en Barcelona, en los que resultaron condenados y asesinados 5 anarquistas.

La proliferación de atentados ahondó la división del anarquismo entre los partidarios de continuar
con la acción directa y los que propugnaban una acción de masas. Viejos anarquistas y amplios
grupos de obreros, especialmente en Cataluña, se mostraron contrarios al terrorismo. En

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consecuencia, plantearon la revolución social como un objetivo a medio plazo y propugnaron la
necesidad de fundar organizaciones de carácter sindical. Esta nueva tendencia, de clara
orientación anarcosindicalista, comenzó a dar sus frutos a principios del siglo XX con la creación
de Solidaridad Obrera (1907) y la CNT (1910).

El socialismo obrero.
La nueva federación madrileña de la AIT, creada por los obreros de tendencia marxista tuvo una
vida efímera. En 1976, tras la desaparición de la Internacional, sus miembros decidieron constituir
un partido político. Un grupo de obreros madrileños, entre los que se encontraba Pablo Iglesias,
fundaron el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1879.
El partido socialista se definía como marxista, era de orientación netamente obrerista y partidario
de la revolución social. Presentaba también un programa de reformas que incluían el derecho de
asociación, reunión u manifestación, el sufragio universal, la reducción de las horas de trabajo, la
prohibición del trabajo infantil y otras medidas de carácter social. El partido creció lentamente y a
finales de siglo ya existían agrupaciones socialistas en muchos ligares; tuvo difícil desarrollo en
lugares dominados por el anarcosindicalismo, como Cataluña, t tampoco penetro en el mundo
agrario hasta muy avanzado el siglo XX. En 1889, año de la fundación de la Segunda Internacional
(socialista), se afilió a esta organización y contribuyó a introducir en España la Fiesta del
Trabajo, instituida el 1 de mayo a partir de 1890.

En 1888, el partido celebro du primer congreso en Barcelona, y el mismo año se fundó la Unión
General de Trabajadores (UGT), que no se declaró marxista, sino que dejo libertad de militancia
política a sus afiliados. La coincidencia de sus líderes con el partido socialista hizo que se fuese
introduciendo cada vez más en el ámbito del marxismo. La UGT se organizó en sindicatos de
oficio en cada localidad y siempre practico una política muy prudente en sus reivindicaciones,
recurriendo a la huelga solo como última posibilidad, al contrario que el anarcosindicalismo.

El surgimiento de nacionalismos y regionalismos.


En el último cuarto del siglo XIX comenzó en España el ascenso de movimientos de carácter
regionalista o nacionalista. Grupos de intelectuales, políticos, periodistas y hombres de
negocios empezaron a proponer en ciertas regiones españolas, primero en Cataluña, el País
Vasco y Galicia, pero más adelante también en Valencia, Andalucía y Aragón, políticas
contrarias al uniformismo y al centralismo estatal propios del liberalismo español.

El nacionalismo catalán.
A lo largo del siglo XIX había tenido lugar un crecimiento económico superior al de cualquier otra
región española. La industrialización había hecho en Barcelona y en su entorno la primera zona
industrial de España y había propiciado el nacimiento de una influyente burguesía de empresarios
industriales. Este nuevo grupo social sentía que sus intereses económicos estaban poco
representados en los diferentes gobiernos e hizo de la defensa del proteccionismo un elemento
aglutinador.
El desarrollo socioeconómico de Cataluña coincidió con un notable renacimiento de la cultura
catalana y una expansión del uso de su lengua vernácula, el catalán. En este contexto, y a mediados
del siglo XIX, nació un movimiento conocido como la Renaixença, cuyo objetivo era la
recuperación de la lengua y de las señas de identidad catalanas. De este modo, el catalanismo
surgió de la conjunción del progreso económico y del renacimiento cultural, “la unión del arancel
y la poesía”.

Por otro lado, en la década de 1880 se desarrolló el catalanismo político, que tuvo varias
corrientes. Una de ellas estuvo basada en el tradicionalismo y tuvo en el obispo Torras y Bages su
máximo representante. Otra era de carácter progresista, base popular y principios federalistas y

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estuvo alentada por Valentí Almirall, considerado como el padre del catalanismo político. Almirall
fundó en 1882 el Centre Catalá, que empezó a defender la autonomía de Cataluña.

Un paso muy importante en la consolidación del catalanismo político fue la elaboración de las
Bases de Manresa en 1882, un documento producido por la Unió Catalanista, que proponía la
consecución de un poder catalán como resultado de un pacto con la corona y, la consideración de
Cataluña como una entidad autónoma dentro de España. El regionalismo paso entonces a
convertirse en verdadero nacionalismo.

La crisis del sistema político de la Restauración en 1998 acrecentó el interés de la burguesía


catalana por tener su propia representación política al margen de los partidos dinásticos. En 1901
se creó la Lliga Regionalista, fundada por el intelectual nacionalista Enric Prat de la Riba y el
joven abogado Francesc Cambó.
El éxito electoral convertía a la Liga en el principal partido de Cataluña durante el primer tercio del
siglo XX.

El nacionalismo vasco.
El nacionalismo vasco surgió en la década de 1890. En sus orígenes hay que considerar la reacción
ante la pérdida de una parte sustancial de los fueros tras la derrota del carlismo; pero también el
desarrollo de una corriente cultural en defensa de la lengua vasca, el euskera, que dio lugar a la
creación del movimiento de los euskaros, con importante componente religioso y de defensa de las
tradiciones.

Su gran propulsor fue Sabino Arana, que sentía una gran pasión por la cultura autóctona de
Euskalerria. Arana creyó ver un gran peligro para la subsistencia de la cultura vasca en la llegada
de inmigrantes procedentes de otras regiones de España a la zona minera e industrial de Bilbao.
Pensaba que esta población de maketos ponía en peligro el euskera, las tradiciones y la etnia
vasca.

Las propuestas de Arana prendieron en diversos sectores, sobre todo en la pequeña burguesía, y en
1895 se creó el Partido Nacionalista Vasco en Bilbao. Arana popularizó un nuevo nombre para su
patria, Euskadi, una bandera propia y propuso un lema para el partido “Dios y ley antigua”. El
movimiento estaba impregnado de un sentimiento católico y de defensa de la tradición, pretendía
impulsar la lengua y las costumbres vascas y defendía la pureza racial del pueblo vasco.

En un principio, el PNV se declaró de inmediato independentista con respecto a España, pero esta
posición fue evolucionando hacia el autonomismo. Aunque a la muerte de Arana aparecieron
disensiones dentro del nacionalismo vasco.

La guerra en Ultramar.
En 1895 estallo en Cuba una nueva insurrección, a la que se sumó más adelante la rebelión de
las islas Filipinas. Después de una corta guerra con Estados Unidos, en 1898, España perdió
sus últimos territorios coloniales y quedó inmersa en una grave crisis política y moral.

Cuba.
Tras la Paz de Zanjón (1878), los naturales de Cuba esperaban de la Administración española una
serie de reformas que les otorgasen los mismos derechos de representación política en las Cortes
que los españoles de la Península, la participación en el gobierno de la isla, la libertad de comercio
y la abolición de la esclavitud, que aún se practicaba con los negros que trabajaban en los ingenios
o fábricas de azúcar. Ninguna de estas peticiones había sido tomada en consideración por la

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administración colonial debido a la rotunda oposición de los grandes propietarios, de los negreros
y de los comerciantes peninsulares.
El Partido Liberal de Sagasta se mostró proclive introducir mejoras en la isla, Pero durante sus
sucesivos mandatos sólo llegó a concretar la abolición formal de la esclavitud, en 1888. En 1893
propuso las cortes la aprobación del proyecto de Reforma del estatuto colonial de Cuba, pero no
prosperó debido a la fuerte presión de los intereses económicos españoles.
La ineficiencia de la administración para introducir reformas en la colonia estimuló los deseos de
emancipación y el independentismo fue ganando posiciones frente al autonomismo. En 1893, un
intelectual, José Martí, fondo al Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la
consecución de independencia y de inmediato consiguió apoyo exterior, especialmente en Estados
Unidos.
En 1891, el gobierno español elevó las tarifas arancelarias para los productos importados a la isla
que no procediesen de la península (arancel Cánovas)

La gran insurrección.
En menos de 179 se produjo un nuevo conato de insurrección contra la presencia de los españoles
en la isla, que dio lugar a la llamada Guerra Chiquita. La subrevación de los mambises –nombre
con el que se conocía a los insurrectos cubanos- fue derrotada en el siguiente por la falta de
apoyos, la escasez de armamento y la superioridad del ejército español. Pocos años después, el
Grito de Baire del 24 de febrero de 1895 dio inicio a un levantamiento generalizado. La rebelión
se extendió rápidamente Y el jefe de gobierno español, Cánovas del Castillo, envió una cenita el
mando del General Martínez Campos. Martínez Campos, no consiguió controlar militarmente la
rebelión, por lo que fue sustituido por el General Valeriano Weyler, que propuso cambiar
completamente los métodos de lucha e iniciar una férrea represión.
Weyler trato duramente a los rebeldes, la guerra no era favorable para los españoles y el mal
aprovisionamiento, la falta de pertrechos y las enfermedades tropicales causaron gran mortandad
entre las tropas, haciendo de la victoria final un objetivo cada vez más difícil alcanzar.
En mi 897, tras el asesinato de Cánovas Y conscientes de la casa de la vida prevista propiciada por
Weyler, el nuevo gobierno liberal lo destituyo del cargo y encargo el mando al General Blanco.
Inicio una estrategia de conciliación, para ello decretó la autonomía de Cuba, el sufragio
universal masculino, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía
arancelaria. Pero las reformas llegaron demasiado tarde: los independentistas, te contaba con la
cuide estadounidense, se negaron a aceptar el fin de las hostilidades, que fue unilateralmente
declarado por gobierno español.
Paralelamente conflicto cubano, en 1896 se produjo la rebelión de las Islas Filipinas. La colonia
del pacífico haya recibido nuestras amigas españolas y contará con una débil presencia militar.

El desastre del 98.


La derrota y la consiguiente pérdida de las colonias fueron conocidas en España como el
“desastre del 98”. Aunque la crisis del sistema política y, en parte, de la sociedad de la cultura
española, ya estaba anunciada, el desastre se convirtió en el símbolo de la primera gran crisis
del sistema político de la Restauración.

Una crisis política y moral.


A pesar de la envergadura de la crisis de 1898 tienes un significado simbólico, sus repercusiones
inmediatas fueron menores de lo esperado. Aunque la guerra comportó notables pérdidas
materiales en la colonia, no fue así en la metrópoli, donde la crisis económica fue mucho menor. La
necesidad de hacer frente a las deudas contraídas por la guerra cubana promovió una reforma de la
Hacienda, llevada a cabo por el ministro Fernández Villaverde con la finalidad de incrementar la
recaudación a partir de un aumento de la presión fiscal.

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Tampoco aconteció la gran crisis política que se había vaticinado y el sistema de la Restauración
sobrevivió, asegurando la continuidad del turno dinástico. Sin embargo, algunos de los nuevos
gobernantes intentaron aplicar a la política las ideas del regeneracionismo, una corriente muy
crítica con el sistema político y la cultura española. La crisis política sino también del crecimiento
de los movimientos nacionalistas, sobre todo en el país vasco y Cataluña, donde se solucionen
capacidad de los partidos elásticos para desarrollar una política renovadora y descentralizadora.

De este modo, la crisis de 1898 fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica, que causó
un importante impacto psicológico la población. La derrota subir a la sociedad de la clase política
española amonestada desencante frustración porque significaba la destrucción de mito del imperio
español, en un momento en el que las potencias europeas estaban construyendo vastos imperios
coloniales en África y Asia.

El regeneracionismo.
El fracaso de la revolución de 1868 haya dejado una muy importante los intelectuales progresistas,
que consideraban que se había perdido gran ocasión para modernizar el país. Este era sentimiento
del grupo de intelectuales reunidos en el Instituto Libre de Enseñanza, creado en 1876, cuando
muchos catedráticos abandonaron la universidad al no permitírseles la libertad de cátedra. La
institución, que tenía en sus filas a intelectuales de la talla de Francisco Giner de los Ríos y estaba
profundamente influida por el krausismo, fue una gran impulsadora de la reforma de la educación
en España.
Algunos intelectuales formados en la Institución Libre Enseñanza consideraban que la sociedad y
la política española, en exceso influidas por la doctrina católica, no favoreciendo ni la
modernización de la cultura ni el desarrollo de la ciencia. Esta corriente, que hablaba con
insistencia de la regeneración de España, acabó conociéndose como regeneracionismo. Su
mayor exponente fue el aragonés Joaquín Costa.
La crisis de 1898 agudizó la crítica regeneracionista, muy negativa hacia la historia de España,
que denunciaba los defectos de la psicología colectiva española, sostenía que existía una especie de
“degeneración” de lo español y que era precisa la regeneración del país, enterrando las glorias
pasadas. Lo regeneracionistas defendían la necesidad de mejorar la situación del campo español y
de elevar el nivel educativo y cultural del país, como refleja el lema “escuela y despensa”. En la
década de 1890 comenzó a introducirse también una renovación de la ciencia española con la
introducción del positivismo, los adelantos de la medicina, la ciencia experimental y la sociología.

Asimismo, un grupo de literatos y pensadores, conocidos como la Generación del 98, intentaron
analizar el “problema de España” en un sentido muy crítico y en tono pesimista. Pensaban que tras
la pérdida de los últimos restos del Imperio español había llegado el momento de una regeneración
moral, social y cultural del país.

El fin de una época.


El desastre de 1898 significó el fin del sistema de la Restauración, tal como lo había diseñado
Cánovas, y la aparición de la nueva generación de políticos, intelectuales, científicos, activistas
sociales y empresarios, que empezaron actuar en el nuevo reinado de Alfonso XIII. Sin embargo, la
política reformista de tono regeneracionista que intentaron aplicar los nuevos gobiernos tras la
crisis del 98 no llevó acabo las profundas reformas anunciadas, sino que se limitó a dejarte sistema
siguiese funcionando con cambios mínimos.

Frente al antimilitarismo creciente en determinados sectores sociales, una parte de los militares
se inclinó hacia posturas más autoritarios e intransigentes, atribuyendo la derrota a la ineficiencia
corrupción los políticos. En el seno del ejercito fue tomando cuerpo sentimiento corporativo y de
convencimiento de que los militares debían tener una mayor presencia y protagonismo en la vida
política del país. Esta injerencia militar fue aumentando en las primeras décadas del siglo XX y
culminó en el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923, que inauguró una dictadura de 7 años.

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