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¿Qué es lo contemporáneo?

Giorgio Agamben

1. La pregunta que desearía inscribir en el umbral de este cia; más exactamente, es esa relación con el tiempo que adhiere
seminario es: “¿De quién y de qué somos contemporáneos?”. a este a través de un desfase y un anacronismo. Quienes coinci-
Y sobre todo, “¿Qué significa ser contemporáneos?”. En el den de una manera demasiado plena con la época, quienes
transcurso del seminario leeremos textos cuyos autores están concuerdan perfectamente con ella, no son contemporáneos
a muchos siglos de nosotros y otros más recientes o recientí- ya que, por esa precisa razón, no consiguen verla, no pueden
simos: pero, en todo caso, lo esencial es que tendremos que mantener su mirada fija en ella.
llegar a ser, de alguna manera, contemporáneos de esos tex-
tos. El “tiempo” de nuestro seminario es la contemporanei- 2. En 1923, Ósip Mandelshtam escribe un poema titulado
dad; esto exige que seamos contemporáneos de los textos y “El siglo” (pero la palabra rusa viek significa también “época”).
los autores que el seminario analiza. Tanto el nivel como el Contiene, no una reflexión sobre el siglo, sino sobre la rela-
resultado se medirán por su –por nuestra– capacidad de es- ción entre el poeta y su tiempo, vale decir, sobre la contem-
tar a la altura de esa exigencia. poraneidad. No el “siglo”, sino, según las palabras que abren
De Nietzsche nos viene una indicación primera, provisoria, el primer verso, “mi siglo” (viek moi):
para orientar nuestra búsqueda de una respuesta. En un apun-
te de sus cursos en el Collège de France, Roland Barthes la Siglo mío, bestia mía, ¿hay alguien que pueda
resume así: “Lo contemporáneo es lo intempestivo”. En 1874, escudriñar en tus ojos
Friedrich Nietzsche, un joven filólogo que había trabajado y soldar con su sangre
hasta entonces en textos griegos y dos años antes había al- las vértebras de dos siglos?
canzado una celebridad imprevista con El nacimiento de la tra-
gedia, publica Unzeitgemässe Betrachtungen, las Consideraciones in- El poeta, que debió pagar su contemporaneidad con la vi-
tempestivas, con las cuales quiere ajustar cuentas con su tiempo, da, es quien debe mantener fija la mirada en los ojos de su
tomar posición respecto del presente. “Intempestiva es esta siglo-bestia, soldar con su sangre la espalda quebrada del
consideración –se lee al comienzo de la segunda Consideración– tiempo. Los dos siglos, los dos tiempos, no sólo son, como se
porque intenta entender como un mal, un inconveniente y un ha sugerido, el siglo XIX y el XX, sino también y sobre todo el
defecto, algo de lo cual la época, con justicia, se siente orgu- tiempo de la vida del individuo (recuerden que el saeculum la-
llosa, esto es, su cultura histórica, porque pienso que todos tino significa originalmente el tiempo de la vida) y el tiempo
somos devorados por la fiebre de la historia y deberíamos, al histórico colectivo, que en este caso llamamos el siglo XX, cu-
menos, darnos cuenta de ello.” Nietzsche sitúa, por lo tanto, ya espalda –descubrimos en la última estrofa del poema–
su pretensión de “actualidad”, su “contemporaneidad” res- está quebrada. El poeta, en tanto contemporáneo, es esa frac-
pecto del presente, en una desconexión y en un desfase. tura, es lo que impide que el tiempo se componga y, al mis-
Pertenece realmente a su tiempo, es de veras contemporá- mo tiempo, la sangre que debe repararla. El paralelismo en-
neo, aquel que no coincide a la perfección con este ni se ade- tre el tiempo –y las vértebras– de la criatura y el tiempo –y las
cua a sus pretensiones, y es por ende, en ese sentido, inac- vértebras– del siglo constituye uno de los temas esenciales
tual; pero, justamente por eso, a partir de ese alejamiento y ese del poema:
anacronismo, es más capaz que los otros de percibir y apre-
hender su tiempo. Mientras viva la criatura
Esta no-coincidencia, esta discronía, no significa, natural- debe cargar sus vértebras,
mente, que es contemporáneo aquel que vive en otro tiem- las ondas juegan
po, un nostálgico que se siente más cómodo en la Atenas de con la invisible columna vertebral.
Pericles o en el París de Robespierre y del Marqués de Sade Cual tierno, infantil cartílago
que en la ciudad y el tiempo que le tocó vivir. Un hombre in- es el siglo neonato de la tierra.
teligente puede odiar su tiempo, pero sabe de todos modos
que pertenece irrevocablemente a él, sabe que no puede huir El otro gran tema –también, como el anterior, una imagen de
de su tiempo. la contemporaneidad– es el de las vértebras quebradas del
La contemporaneidad es, pues, una relación singular con el siglo y su soldadura, que es obra del individuo (en este caso,
propio tiempo, que adhiere a este y, a la vez, toma su distan- el poeta):

OTRA PARTE 77
Cuaderno

Para liberar al siglo encadenado Sólo puede llamarse contemporáneo aquel que no se deja
para dar comienzo al nuevo mundo cegar por las luces del siglo y es capaz de distinguir en ellas la
con la flauta se deben reunir parte de la sombra, su íntima oscuridad. Con esto, sin embar-
las rodillas nudosas de los días. go, aún no hemos respondido a nuestra pregunta. ¿Por qué
debería interesarnos poder percibir las tinieblas que provie-
Que se trata de un deber imposible de cumplir –o, en todo
nen de la época? ¿Acaso la oscuridad no es una experiencia
caso, paradójico– lo prueba la estrofa siguiente, que concluye
anónima y por definición impenetrable, algo que no está di-
el poema. No sólo la época-bestia tiene las vértebras quebra-
rigido a nosotros y no puede, por lo tanto, incumbirnos? Por
das, sino que viek, el siglo recién nacido, con un gesto imposi-
el contrario, contemporáneo es aquel que percibe la oscuri-
ble para quien tiene la espalda rota, quiere volverse atrás, con-
dad de su tiempo como algo que le incumbe y no cesa de in-
templar sus huellas y, de ese modo, muestra su rostro demente:
terpelarlo, algo que, más que cualquier luz, se refiere directa
Pero tienes quebrada la espalda y singularmente a él. Contemporáneo es quien recibe en ple-
mi estupendo, pobre siglo. no rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo.
Con una sonrisa insensata
como una bestia otrora ágil 4. En el firmamento que miramos de noche, las estrellas res-
te vuelves hacia atrás, débil y cruel, plandecen rodeadas de una espesa tiniebla. Puesto que en el
para contemplar tus huellas. universo hay un número infinito de galaxias y de cuerpos lu-
minosos, la oscuridad que vemos en el cielo es algo que, se-
3. El poeta –el contemporáneo– debe tener fija la mirada gún los científicos, requiere una explicación. Justamente de la
en su tiempo. Pero ¿qué ve quien ve su tiempo, la sonrisa de- explicación que la astrofísica contemporánea da para esa os-
mente de su siglo? Aquí me gustaría proponerles una segun- curidad me gustaría hablarles ahora. En el universo en ex-
da definición de la contemporaneidad: contemporáneo es pansión las galaxias más remotas se alejan de nosotros a una
aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir, velocidad tan alta que su luz no puede llegarnos. Lo que per-
no sus luces, sino su oscuridad. Todos los tiempos son, para cibimos como la oscuridad del cielo es esa luz que viaja ve-
quien experimenta su contemporaneidad, oscuros. Contem- locísima hacia nosotros y que no obstante no puede alcan-
poráneo es, justamente, quien sabe ver esa oscuridad, quien zarnos, porque las galaxias de las que proviene se alejan a una
está en condiciones de escribir humedeciendo la pluma en la velocidad superior a la de la luz.
tiniebla del presente. Mas ¿qué significa “ver una tiniebla”, Percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de
“percibir lo oscuro”? alcanzarnos y no puede: eso significa ser contemporáneos.
Una primera respuesta nos es sugerida por la neurofisiolo- Por eso los contemporáneos son raros; y por eso ser contem-
gía de la visión. ¿Qué sucede cuando nos encontramos en un poráneos es, ante todo, una cuestión de coraje: porque sig-
ambiente sin luz o cuando cerramos los ojos? ¿Qué es la os- nifica ser capaces, no sólo de mantener la mirada fija en la
curidad que vemos en ese momento? Los neurofisiólogos nos oscuridad de la época, sino también de percibir en esa oscu-
dicen que la ausencia de luz desinhibe una serie de células ridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se nos aleja infini-
periféricas de la retina llamadas, precisamente, off-cells, que tamente. Es decir, una vez más: llegar puntuales a una cita a
entran en actividad y producen esa particular especie de vi- la que sólo es posible faltar.
sión que llamamos oscuridad. La oscuridad no es, por ende, un Por eso el presente que la contemporaneidad percibe tie-
concepto privativo, la simple ausencia de luz, algo como una ne las vértebras rotas. Nuestro tiempo, el presente, no es só-
no-visión, sino el resultado de la actividad de las off-cells, un lo lo más distante: no puede alcanzarnos de ninguna mane-
producto de nuestra retina. Esto significa, si volvemos ahora a ra. Tiene la columna quebrada y nosotros nos hallamos
nuestra tesis sobre la oscuridad de la contemporaneidad, que exactamente en el punto de la fractura. Por eso somos, a pe-
percibir esa oscuridad no es una forma de inercia o de pasi- sar de todo, sus contemporáneos. Entiendan bien que la cita
vidad sino que implica una actividad y una habilidad particu- que está en cuestión en la contemporaneidad no tiene lu-
lares que, en nuestro caso, equivalen a neutralizar las luces gar simplemente en el tiempo cronológico: es, en el tiempo
provenientes de la época para descubrir su tiniebla, su especial cronológico, algo que urge dentro de este y lo transforma. Esa
oscuridad, que no es, sin embargo, separable de esas luces. urgencia es lo intempestivo, el anacronismo que nos permite

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aprehender nuestro tiempo en la forma de un “demasiado tante estoy a la moda” es contradictoria, porque en el instan-
temprano” que es, también, un “demasiado tarde”; de un “ya” te en que el sujeto la pronuncia, ya está fuera de moda. Por eso,
que es también un “no todavía”. Y, además, reconocer en la el estar a la moda, como la contemporaneidad, comporta cier-
tiniebla del presente la luz que, sin poder alcanzarnos jamás, ta “soltura”, cierto desfase, en el que su actualidad incluye
está permanentemente en viaje hacia nosotros. dentro de sí una pequeña parte de su afuera, un dejo de dé-
modé. De una señora elegante se decía en París en el siglo XIX,
5. Un buen ejemplo de esta especial experiencia del tiem- en ese sentido: “Elle est contemporaine de tout le monde”.
po que llamamos la contemporaneidad es la moda. Lo que Pero la temporalidad de la moda tiene otro carácter que la
define la moda es que introduce en el tiempo una peculiar emparienta con la contemporaneidad. En el gesto mismo en
discontinuidad, que lo divide según su actualidad o falta de que su presente divide el tiempo según un “ya no” y un “no to-
actualidad, su estar y su no-estar-más-a-la-moda (a la moda davía”, esta instituye con esos “otros tiempos” –ciertamente con
y no simplemente de moda, que se refiere sólo a las cosas). el pasado y quizá, también con el futuro– una relación parti-
Pese a ser sutil, esta cesura es clara, en el sentido de que quie- cular. Es decir, puede “citar” y, de esa manera, reactualizar
nes deben percibirla la perciben infaliblemente y de esa pre- cualquier momento del pasado (los años veinte, los años setenta,
cisa manera certifican su estar a la moda; pero si tratamos de pero también la moda imperio o neoclásica). Puede, por lo
objetivarla y fijarla en el tiempo cronológico, esta se revela tanto, poner en relación lo que dividió inexorablemente, re-
inasible. Sobre todo el “ahora” de la moda, el instante en que mitir, re-evocar y revitalizar lo que había declarado muerto.
comienza a ser, no es identificable a través de ningún cronó-
metro. ¿Ese “ahora” es acaso el momento en que el estilista 6. Esta especial relación con el pasado tiene asimismo otro
concibe el rasgo, el matiz que definirá la nueva forma de la aspecto. La contemporaneidad se inscribe, en efecto, en el
prenda? ¿O aquel en que la confía al diseñador y luego a la presente, signándolo sobre todo como arcaico, y sólo quien
sastrería que confecciona el prototipo? ¿O, más bien, el mo- percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las sig-
mento del desfile, cuando la prenda es llevada por las únicas naturas de lo arcaico puede ser su contemporáneo. Arcaico
personas que están siempre y sólo a la moda, las mannequins, significa: próximo a la arché, o sea, al origen. Pero el origen
que, no obstante, justamente por eso, nunca lo están real- no se sitúa solamente en un pasado cronológico: es contem-
mente? Porque, en última instancia, el estar a la moda del “es- poráneo al devenir histórico y no cesa de funcionar en este,
tilo” o la “manera” dependerá de que las personas de carne y como el embrión continúa actuando en los tejidos del orga-
hueso, distintas de las mannequins –esas víctimas sacrificiales nismo maduro y el niño en la vida psíquica del adulto. La dis-
de un dios sin rostro– lo reconozcan como tal y lo conviertan tancia y, a la vez, la cercanía que definen la contemporanei-
en su vestimenta. dad tienen su fundamento en esa proximidad con el origen,
El tiempo de la moda está, por ende, constitutivamente ade- que en ningún punto late con tanta fuerza como en el pre-
lantado a sí mismo, y, justamente por eso, también siempre sente. Quien, llegando por mar en la madrugada, vio por pri-
retrasado, siempre tiene la forma de un umbral inasible entre mera vez los rascacielos de Nueva York, percibió de inme-
un “no todavía” y un “ya no”. Es probable que, como sugieren diato esa facies arcaica del presente, esa contigüidad con la
los teólogos, eso dependa de que la moda, al menos en nues- ruina que las imágenes atemporales del 11 de septiembre hi-
tra cultura, es una signatura teológica del vestido que deriva cieron evidente para todos.
de la circunstancia de que la primera prenda de vestir fue con- Los historiadores de la literatura y del arte saben que entre
feccionada por Adán y Eva después del pecado original, en la lo arcaico y lo moderno hay una cita secreta, y no tanto por-
forma de un paño entrelazado con hojas de higuera (para ma- que las formas más arcaicas parecen ejercer en el presente
yor precisión, las prendas que llevamos hoy derivan, no de una fascinación particular, sino porque la clave de lo moder-
ese paño vegetal, sino de las tunicae pelliceae, de los vestidos no está oculta en lo inmemorial y lo prehistórico. Así, el mun-
hechos con pieles de animales que Dios, según Gén. 3:21, ha- do antiguo en su final se vuelve, para reencontrarse, hacia los
ce vestir, como símbolo tangible del pecado y de la muerte, a orígenes: la vanguardia, que se extravió en el tiempo, sigue a
nuestros progenitores en el momento en que los expulsa del lo primitivo y lo arcaico. En ese sentido, justamente, puede de-
paraíso). En cualquier caso, más allá de cuál sea la razón, el cirse que la vía de acceso al presente necesariamente tiene la
“ahora”, el kairos de la moda, es inasible: la frase “en este ins- forma de una arqueología. Que no retrocede sin embargo a

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un pasado remoto, sino a lo que en el presente no podemos en ningún caso vivir


y, al permanecer no vivido, es reabsorbido sin cesar hacia el origen, sin poder al-
canzarlo jamás. Porque el presente no es otra cosa que la parte de no-vivido en
cada vivido, y lo que impide el acceso al presente es precisamente la masa de lo que,
por alguna razón (su carácter traumático, su cercanía excesiva) no hemos logrado
vivir en él. La atención a ese no-vivido es la vida del contemporáneo. Y ser con-
temporáneos significa, en ese sentido, volver a un presente en el que nunca estu-
vimos.

7. Quienes han tratado de pensar la contemporaneidad, pudieron hacerlo sólo a


costa de escindirla en varios tiempos, de introducir en el tiempo una des-homo-
geneidad esencial. El que puede decir “mi tiempo” divide el tiempo, inscribe en él
una cesura y una discontinuidad; y, sin embargo, justamente a través de esa cesu-
ra, esa interpolación del presente en la homogeneidad inerte del tiempo lineal, el
contemporáneo instala una relación especial entre los tiempos. Si bien, como he-
mos visto, el contemporáneo es quien quebró las vértebras de su tiempo (o en to-
do caso percibió su falla o su punto de ruptura), él hace de esa fractura el lugar de
cita y de encuentro entre los tiempos y las generaciones. Nada más ejemplar, en
ese sentido, que el gesto de Pablo, en el punto en que experimenta y anuncia a
sus hermanos esa contemporaneidad por excelencia que es el tiempo mesiánico,
el ser contemporáneos del mesías, que él llama como tal el “tiempo-de-ahora” (ho
nyn kairos). No sólo ese tiempo es cronológicamente indeterminado (la parusía, el
retorno de Cristo que marca su fin, es cierta y cercana, pero incalculable), sino que
tiene la singular capacidad de relacionar consigo mismo cada instante del pasado,
de hacer de cada momento o episodio del relato bíblico una profecía o una prefi-
guración (typos, “figura”, es el término preferido por Pablo) del presente (así Adán,
a través de quien la humanidad recibió la muerte y el pecado, es “tipo” o figura del
mesías, que trae a los hombres la redención y la vida).
Este ensayo retoma la lección inaugural del Esto significa que el contemporáneo no es solamente el que, percibiendo la os-
curso de Filosofía Teórica 2006-2007 en la curidad del presente, capta esa luz que no llega a alcanzarnos; es también aquel
Facultad de Artes y Diseño del IUAV de Venecia. que, dividiendo e interpolando el tiempo, está en condiciones de transformarlo y
Integra el libro de Agamben Desnudez, que
ponerlo en relación con los otros tiempos, de leer en él de manera inédita la his-
Adriana Hidalgo Editora publicará en el trans-
curso de 2010 con traducción de María Teresa
toria, de “citarla” según una necesidad que no proviene en modo alguno de su ar-
D’Meza y Mercedes Ruvituso y revisión general bitrio sino de una exigencia a la que él no puede dejar de responder. Es como si esa
de Flavia Costa. luz invisible que es la oscuridad del presente proyectase su sombra sobre el pasa-
do y este, tocado por ese haz de sombra, adquiriese la capacidad de responder a
Giorgio Agamben (Roma, 1942) se graduó en las tinieblas del ahora. Algo similar debía de tener en mente Michel Foucault cuan-
la Universidad de Roma. Entre 1966 y 1968 do escribía que sus indagaciones históricas sobre el pasado son sólo la sombra pro-
estudió con Martin Heidegger. Fue profesor del yectada por su interrogación teórica del presente. Y Walter Benjamin, cuando es-
Collège International de Philosophie en París y cribía que el signo histórico contenido en las imágenes del pasado muestra que
de las universidades de Verona y Macerata.
estas alcanzarán la legibilidad sólo en un determinado momento de su historia. De
Enseña Estética en la Universidad IUAV de
Venecia. Sus últimos libros publicados en
nuestra capacidad de prestar oídos a esa exigencia y a esa sombra, de ser con-
español son La potencia del pensamiento temporáneos no sólo de nuestro siglo y del “ahora”, sino también de sus figuras en
(Barcelona, Anagrama, 2008) y Signatura rerum: los textos y en los documentos del pasado, dependerán el éxito o el fracaso de
sobre el método (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, nuestro seminario.
2009). Traducción de Cristina Sardoy

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