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oda buena historia necesita de las preguntas, las que hace el autor, y las que provoca la

narración en el lector. Preguntas que pesan como una losa, y que nunca deberíamos dejar
sin buscar su respuesta, las encontremos o no. A dónde irán esas preguntas que nunca
hicimos, por vergüenza o miedo, a quienes amamos o a quienes nos despreciaron, a
aquellos amigos que nos defraudaron o a los que defraudamos, a aquellos personajes
patéticos a los que nunca pudimos apreciar, a quienes nos apreciaron y no supimos
corresponder, a quienes se quedaron atrapados en las encrucijadas de nuestras vidas, o a
quienes nos atraparon en las suyas. Quizá haya un cementerio de las preguntas perdidas
que podamos visitar. Cuentos de nuestra vida emborronados con las incógnitas que nunca
aprendimos a despejar, cuyas páginas polvorientas se esconden en la trastienda de
nuestro subconsciente, más presentes en nuestro devenir de lo que nos gustaría, y quizá
menos de lo que hubiéramos querido. El sentido y la referencia de nuestro fracaso siempre
se esconde tras esas palabras nunca pronunciadas por unos labios atenazados por el
miedo, nunca escritas por unos dedos paralizados por el terror a que la comedia devenga
en tragedia.

Pero, ¿no es cada buena historia una mezcla de ambas? Puede ser que haya días en que
tu cuento entrelazado con los cuentos de los demás se desvanezca y te sientas como si
fueras una simple nota a pie de página en la historia de los demás, puede que algunos
pretendan tratarte como si fueras una vergonzosa cita de un mal libro, pero nunca dejes
que se eso te impida seguir siendo el autor de tus historias, porque si insistes, tarde o
temprano habrá ocasiones en las que brilles como si la gracia acompañara el ritmo de
cada palabra que escribes. Nunca permitas que nadie te trate como si fueras un libro en
blanco, y eso tan sólo depende de ti, de tu voluntad, de tu pasión, de tu sentido. Nunca
dejes de escribir sin parar, susurrando palabras, aunque resuenan sobre el vacío y nos
aterre ensordecedor silencio que nos devuelve el eco fantasma de esas palabras. Qué
más da mientras sigas teniendo la ilusión de escribir, de narrar cada amanecer una nueva
historia, un nuevo cuento que nos acune, a nosotros y aquellos a quienes amamos.

¿Y qué hacer con los cuentos de las vidas ajenas? El placer y el misterio de la lectura de
la ficción ajena,  se encuentra no en dejarnos arrastrar a los mundos y personajes creados
por otros autores, otras vidas, sino en atraerlos a nuestra propia vida, dejar que inunden
nuestra imaginación, que sus personajes encuentren su eco en nuestra conciencia, que
sus sentimientos iluminen los nuestros, y así aprender no sólo a conocernos mejor, sino
comprender a ese otro, siempre separado por el mundo real, que tan ajeno y difícil de
entender nos resulta. Y a veces, por qué no, como en esos relatos salvajes y extraños que
despiertan nuestra imaginación deberíamos perdernos en el estilo, dejarnos atrapar por la
calidad de los adverbios, por las propiedades de los adjetivos. E ir más allá, dejarnos
subyugar por la trama, seducir por sus personajes, entender el porqué de cada historia,
sentir con los personajes cada pulsión, cada deseo o pasión. Porque la lectura, de libros o
de personas, es un juego donde puedes quedarte en lo superficial, lo literal, lo que
aparentemente nos dice el texto o el sujeto, o bien puedes jugarte el "sentido", arriesgarte,
leer lo que está ausente, lo que tan solo se insinúa, pero como en todo juego, has de
apostar tu propio sentido, encontrarte a mitad del camino con el otro, fusionar significados,
dejar que la interpretación vague por el resbaladizo sendero de los signos, y abrirte a
nuevos mundos más allá de lo dado, caer una y otra vez en la maravillosa confusión, que
en realidad es, la comunicación humana.
Qué otra cosa nos queda por hacer en nuestros cuentos sino dudar bajo el signo de la
interrogación que dirige nuestros deseos, gozar bajo el signo de exclamación que subyace
a nuestras pasiones, sufrir bajo los puntos y aparte que marcan nuestras encrucijadas,
suspirar perdidos en los puntos suspensivos de los que se deriva nuestra incertidumbre,
avanzar a trompicones, enredados en las comas de nuestro diario quehacer, enfadarnos
entrecomillando nuestras frustraciones; intentando aprender a vivir, a soñar, a despertar,
desconcertados por la gramática de la vida que a veces parece no tener reglas, sentido,
ritmo ni razón.
Todo cuento tiene su principio y su final, como este relato. Pero todo final no deja de ser
tan sólo la oportunidad de otro principio, de otro cuento, de otro relato, de otro día lleno de
incógnitas que resolver, o que dejar al margen, no importa tanto el resultado como que
nunca deje de importarnos seguir tratando de resolverlas, como si las matemáticas y la
literatura fueran el motor y el corazón del cuento de nuestra vida. Escribamos para que nos
lean y disfrutemos leyendo a los demás como nos gustaría que disfrutaran con nosotros.

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