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ARTUROSCHOPENHAUER Selección de textos

1. De El mundo como voluntad y representación

1. El mundo como representación "El mundo es mi representación; esta verdad es aplicable


a todo ser que vive y conoce, aunque sólo al hombre le sea dado tener conciencia de ella;
llegar a conocerla es poseer el sentido filosófico. Cuando el hombre conoce esta verdad
estará para él claramente demostrado que no conoce un sol ni una tierra. v sí únicamente un
oio Que.
ve el sol v una mano Que siente el contacto de la tierra; Que el mundo Que le rodea no
existe más Que como representación, esto es. en relación con otro ser: aquel Que le percibe,
o sea él mismo. Si hay alguna verdad que pueda enunciarse a priori es ésta, pues es la
expresión de aquella forma de toda experiencia posible y concebible, más general que todas
las demás, tales como las del tiempo, el espacio y la causalidad, puesto que éstas la
presuponen. Si cada una de estas formas [n.] es aplicable a una clase diferente de
representaciones, no pasa lo mismo con la división de sujeto y objeto, que es la forma
común a todas aquellas clases, la forma única bajo la cual es posible y concebible una
representación de cualquier especie que sea, abstracta o intuitiva, pura o empírica. No hay
verdad alguna que sea más cierta, más independiente de cualquier otra y que necesite
menos pruebas que esta: todo lo que existe para el conocimiento, es decir, el mundo entero,
no es objeto más que en relación al sujeto, no es más que percepción de quien percibe; en
una palabra: una representación. Esto es naturalmente verdadero respecto de lo presente,
como respecto de todo lo pasado y de todo lo porvenir, de lo lejano como de lo próximo,
puesto que es verdad respecto del tiempo y del espacio, en los cuales únicamente está
separado todo. Cuanto forma o puede formar parte del mundo está ineludiblemente
sometido a tener por condición al sujeto, ya no existir más que para el sujeto. El mundo es
representación".( Libro primero, & 1)

2. La voluntad y el cuerpo "Sería imposible, en efecto, descubrir la significación de este


mundo, que es nuestra representación, y comprender su transformación de representación
pura del sujeto que conoce en otra cosa diferente, si el hombre no fuera más que un mero
sujeto de conocimiento (una cabeza de ángel alada y sin cuerpo). Pero él también tiene su
raíz en el mundo, del cual forma parte como individuo, es decir, que su conocimiento,
condición y sostén del conjunto del mundo como representación, tiene a su vez como
condición al cuerpo con sus impresiones, que como hemos demostrado, forman para el
entendimiento el punto de partida de su intuición del mundo. Para el sujeto puramente
conocedor, su propio cuerpo es una representación como todas las demás, un objeto entre
los objetos: las acciones y los movimientos de su cuerpo no le son conocidos de otra
manera que los cambios de todos los demás objetos de intuición, y permanecerían para él
tan extraños y tan incomprensibles, si su significación no le fuera revelada de otro modo
muy diferente. Vería sus actos seguir los motivos que se presentan, con la constancia de
una ley natural, exactamente como los cambios de los demás objetos se producen a
consecuencia de causas, de excitaciones y de motivos. Pero no podría comprender la
influencia de los motivos, como no comprende el encadenamiento de los demás efectos con
sus causas. A la esencia íntima y desconocida de estas manifestaciones y de estos actos del
cuerpo la llamaría también una fuerza, una cualidad o un carácter; según le convenga, pero
sin comprenderla mejor por esto.
Pero no sucede así, sino todo lo contrario: el individuo, el sujeto que conoce, posee la
palabra que da la clave del enigma, y esta palabra es voluntad.
Sólo esta palabra le da la clave para conocerse a sí mismo como fenómeno; es lo que le
revela su significación y le descubre el mecanismo íntimo de su ser, de sus acciones, de sus
movimientos. El sujeto cognoscente, cuya individuación resulta se su identificación con el
cuerpo, este cuerpo lo conoce de dos maneras distintas: primero, como representación
intuitiva en su entendimiento, como objeto entre los objetos, sometido a sus leyes; y luego,
como algo conocido directamente de cada uno y designado con el nombre de voluntad.
Todo acto real de su voluntad es al mismo e infaliblemente un movimiento de su cuerpo; no
puede querer efectivamente un acto sin verle producirse en seguida como movimiento del
cuerpo.
El acto de volición y la acción del cuerpo, no son dos estados diferentes, conocidos
objetivamente y enlazados por el principio de causalidad; no están entre sí en la relación de
causa a efecto; son la misma cosa, que no es dada de dos maneras distintas, una vez
inmediatamente y otra vez en la intuición y por el entendimiento.
La acción del cuerpo no es más que el acto de la voluntad objetivado, es decir, el acto de
manera perceptible para la intuición. Más adelante quedará demostrado que esto se aplica a
todo movimiento del cuerpo, no sólo a aquellos que son provocados por motivos, sino
también a los que se producen involuntariamente a consecuencia de excitaciones; veremos
que el cuerpo entero no es más que voluntad objetivada, es decir, convertida en
representación. ( Libro Segundo, La objetivación de la voluntad, &18)

3. Profesión de nihilismo "La única perspectiva que puede consolamos lentamente, cuando
nos hallamos convencidos de que el inexorable dolor y la infinita miseria son la esencia de
este fenómeno de la voluntad que llamamos mundo, es ver al mundo desvanecerse,
quedando sólo ante nosotros la nada, cuando la voluntad ha llegado a suprimirse a sí
misma". (Libro Cuarto, & 71)
Si por medio d,e éstas consideraciones hemos conseguido elevar a conocimiento abstracto
y, por tanto, claro y seguro el conocimiento que cada uno de nosotros tiene in concreto, esto
es, posee como sentimiento, a saber:
que la .esencia en sí de su propio fen6meno que en cuanto fenóllÍeno se le representa, tanto
por sus actos como por el substrato permanllnt~ de éstos, su cuerpo, es su voluntad que
constituye el elemento más i.nmediato de su conciencia, pero que como tal no se traduce en
representa.ción, en la cual el objeto y el sujeto se oponen entre sí, sino que s,e revela de una
manera inmediata, en la cual sujeto y ohjeto se ,confunden y qUie, sin embargo, no se
manifiesta al individuo en su totalidad, sino sólo en sus actos particulares; si, como digo, el
lector h~ llegado conmigo a esta convicción, tendrá ya clave para el conocimiento de la
esencia interior de la naturaleza entera, aunque ésta no se le presente sino unilateralmente,
es decir, como fenómeno, como representación. Y no sólo reconocerá esta propia esencia,
la voluntad, en los fenómenos semejantes al suyo, como los d,emás hombres y los
animales, sino que una reflexión sostenida le convencerá de que la fuerza que palpita ,en las
plantas y los vegetales y aun la que da cohesión al cristal, la que hace girar a la aguja
magnética hacia el polo Norte, aquella que brota al contacto de metales heterogéneos, la
que se revela el1 las afinidades de los átomos corno fuerza de atracción y repulsión, de
unión y separación y hasta, 'en último término, la pesantez que tan poderosa se manifiesta
en toda clase de materia y que atrae la piedra hada la tierra y la tierra hada el sol,todas estas
cosas que sólo son diferentes en cuanto tenómenos pero que esencialmente son lo mismo,
son aquello mismo que él conoce inmediatamente de modo tan íntimo y superior <!- todo
10 demás por muy claro que aparezca, y se llama voluntad. Este empleo de la reflexión es
únicament'e 10 que nos hace penetrar en el fenómeno y llegar a la cOSa en si. El fenómeno
es representación y nada más; toda representación, de cualquier género que sea, todo objeto
es fenómeno. Sólo la volun~ tad es cosa en 'sí; y en cuanto tal no es representación $IDO
algo diferente de ella, toto genere. Es aquello de lo cual toda representación, todo objeto, la
apariencia, la visibilidad, es objetivación. Es 10 más, íntimo, el núcleo de todo lo
in~lividudl, como también del universo; aparece en cada una de las fuerzas ciegas de la
naturaleza, en la conducta reflexiva del hombre, que en toda su diversidad sólo se
diferencia en el grado de sus manifestaciones mas no por la esencia del fenómello.

§ 22

Esta cosa e1t sí (queremos conservar la expresión kan tiana como fórmula definitiva) que
como tal nunca es objeto, precisamente porque todo objeto es un mero fenómeno y no ella
misma, necesita, si queremos pensarla objetivamente, albergarse dentro de un nombre y d'e'
un concepto, de algo dado objetivamente en alguna parte, por consiguiente, de uno de sus
fenómenos; pero este punto de partida, para servir de tal no podría ser atto <\ue la volunta,d
dlel hombre, que es el más perfecto de todbs ellos, el

más evidente, el más desarrollado e iluminado inmediatamente por el conocimiento. Pero


será bueno advertir que aquí sólo buscamos una denominatio a posteriori, y por esto el
concepto de voluntad recibe una mayor extensión de la que tiene naturalmente. .El
conocimiento de lo que los diversos fenómenos tienen de idéntico y de lo diferente en los
semejantes es, como Platón hacía notar tan reiteradamente, la condición de la filosofía. Pero
hasta hoy no se ha reconocido la identidad de esencia de cada una de las fuerzas que obran
en la naturaleza con la volunrad, por lo cual no se ha visto que la inmensa variedad de sus
fenómenos sólo ~on especies del mismo genus,' sino que han sido considerados como
heterogéneOSj por esto no disponemos de una palabra para la designación del concepto de
este género. Por esto yo designo el género con el nombre de la más excelente de sus
especies, la que dtá rnás próxirna a nosotros y que por ser conocida inmediatamente nos
lleva al conocimiento mediato de todas las denlás. Por esto caería cautivo en un perpetuo
error el que no fuese capaz de dar al concepto de voluntad esta mayor extensión que aquí le
asignamos y al pronunciar esra palabra se atuviera exclusivamente a la única 'especie
designada hasta el día por ella, es decir, a la voluntad, que va acompañada de conocimiento
y se manifiesta exclusivamente por motivos y por motivos abstractos, por consiguiente,
bajo la dirección de la razón, siendo ésta, como hemos dicho, la manifestación más clara de
la volulltad. Nosotros debemos ahora aislar en pensamiento la esencia íntima,
inmediatamenteconocida de este fenómeno, y trasladada luego a otros fenómenos más
débiles, más indistintos, realizando de este modo la ampliación que pretendemos del
concepto de voluntad. Se equivocarían, pero en el selltido opuesto, sobre lo que yo quiero
decir, los que creyeran que se puede designar indiferentemente por la palabra voluntad o
por cualquier otra palabra, esta esencia en si de todo fenómeno. Y tal sería el caso si nos
limitásemos a inferir la existencia de esta cosa en si y si no la conociésemos sino
inmediatamente y en abstracto: entonces podríamos dade el nombre que quisiésemos. El
nombre no sería entonces más que el signo de una incógnita. Ahora bien:
la palabra voluntad, que como un mágico sésamo nos ha de revelar la esencia de todas las
cosas de la naturaleza, no es una cos·a desconocida O la conclusión indeterminada de un
silogismo. Se trata de algo inmediatamente conocido y conocido de tal suerte que sabemos
y comprendemos lo que es la voluntad mejor que cualquiera otra cosa. Hasta aquí hemos
hecho entrar el concepto de voluntad bajó el concepto de fuerza; lo que yo voy a hacer es
todo 10 contrario, voy a considerar toda fuerza de la naturaleza como una voluntad. Y no se
crea que esto es una cuestión de palabra5, una discusión ociosa; es, por 10 contrario, de la
más alta significación y de la más alta importancia. Pues, en último análisis, lo que
constilllye la base del concepto de fuerza es el conocimiento intuitivo del mundo objeti,o,
es decir, el fenómeno, la representación; de ahí está sacado. Procede de be dominio en
donde reina,n la, causa y el efecto, es decir, de la representación intuitiva, y significa la
esencia del motivo, en el punto en que la explicación etiológica no es ya posible, pero
donde se encuentra el dato previo a toda explicación etiológica. Por 10 contrario, el
concepto de voluntad es el único entre todos los conceptos posibles que 110 trae su origeh
del fenómeno de una simple representación illtuitiva, sino que viet:¡e del fondo mismo, de
la conciencia inmediati\ del individuo, en la cual s~ reCOnoce él
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mismo en su esencia inmediatamente, sin forma alguna, ni siquiera la de sujeto y objeto,


puesto que aquí el que conoce y lo conocido c,oinciden. R.,eduzcamos ahora el concepto de
fuerza al de voluntad; en realidad esto será reducir lo desconocido a algo infinitamente más
conocido, ¡qué digo!, a la única cosa que conocemos inmediata y absolutanlente, lo que
equivale a ensanchar considerablemente nuestro conocin1Íento. Si, por 10 contrario,
hacemos entrar -como hasta aquí se ha hecho--:- el concepto de voluntad bajo el concepto
de fuerza, nos despojamos del único conocimiento inmediato q1le tenemos de la esencia del
mundo, ahogándola en un concepto abstracto sacado de la experiencia y que, por
consiguiente, jamás nos permitirá rebasarla. .

§ 23

La voluntad, como cosa en sí, es completamente distinta del fenómeno así como también de
todas sus formas. Sólo entra en las lindes del fenómeno cuando se manifiesta; por tanto, las
formas del fenómeno sólo afectan asu objetividad, a él mismo le son extrañas. Ya 1.i forma
más general de la representación; la de ser objeto para un sujeto, no le afecta a él; aún
menos esas otras subordinadas que Úenen su expresión común en el principio de razón y a
las cuales, como es sabido, corresponden también el tiempo y el espacio y
consiguientemente la pluralidad, que sólo se da en estas últimas. El1 este último respecto
designaré el tiempo y el espacio empleando una al1tigua expresión tomada de la
escolástica, como el principiuJn indi1liduationis, 10 que hago notar para que se tenga en
cuenta de a):¡ora en adelante. Pues el tiempo y el espacio es aquello en virtud de 10 cual lo
que en S11 es·encia y según el concepto es uno y lo mismo, aparece como vario, como
múltiple, bien en la sucesión, bien en la simultaneidad; son, por consiguiente, el
príncipiu1rl ituli1liduationis, el objeto de tan largas disquisiciones y disputas entr,e los
escolásticos, las cuales se pueden encontrar reunidas en Suárez (Disp. 5, seco 3). Por
consiguiente, con arreglo a 10 dicho está Juera del dominio del principio de razón en todas
sus formas y carece por completo de causa, si bien cada una de sus maIúfestaciones está
subordinada al principio de razón; además, está libre de toda multiplicidad, si bien S11S
n1anifestaciones en d tiempo y el espacio son innumerables; por sí es uno, pero no como es
uno cualquier objeto del cual cOIlocemos la unidad por oposición a una posible
multiplicidad; ni tampoco como es uno el concepto que sólo por abstracción nace de 10
múltiple, sino que es uno como aquello que .está fuera del tiempo y del espacio, o sea del
princiPlwm j11di1lidllatiD1tis, esto es, de la posibilidad de la pluralidad. Sólo cuando
hayamos comprendido todo ~sto por la siguiente consideración de los fenómenos y las
distintas manifestaciones de la voluntad comprenderemos también plenamente el sentido de
la doctrina kantiana según la cual tiempo, espacio y causalidad no convienen a la cosa en sí,
sino que sól(> son formas del conocer.
La irracionalidad de la voluntad se ha reconocido también en S11 manifestación
más-elevada, es decir, como voluntad del {1ombre al decir que ésta :~ es libre,
independiente. Pero se ha olvidado la necesidad a que los fenómenos de la 'volunt\lJd
c51tán siempre sujetos y se han considerado libres los
actos dd hombre no siéndolo en realidad, pues cada una de sus resoluciones Z. 3 se sigue
necesariamente de su propio carácter bajo el influjo de los motivos.
Toda necesidad, como hemos dicho, es una relación de consecuente a antecedente, y nada
más. El principio de (¡¡,zón es la forma general de todo fenómeno y el hombre en sus actos,
como cualquier 01'1'0 f.enómeno, tiene que estar sometido a él. Pero como en la conciencia
de nosotros mismos la voluntad es conocida inmediatamente y en sí, también en esta
conciencia está la de la libertad. Se olvida, sin embargo, que el individuo, la persona, no es
la voluntad en cuanto cosa en sí, sino manifestación de la voluntad, y como manifestación,
es decir, como fenómeno, está sometido a la forma del" fenómeno, o sea al principio de
raZÓn suficiente. De aquí que se dé el hecho extraño de que cada uno de nosotros se tiene a
priori por libre en su conducta y piensa que en cad,l momento podría empezar otro nuevo
género de vida, o 10 que es 10 mismo, a ser otro de lo que es.
Solamente a posteriori, por la experiencia echa de ver con asombro (¡ue no es libre, sino
que está sometido a la necesidad y que, a pesar de todos sus propósitos y reflexiones, no
cambia, y desde el principio de su vida hasta la muert·e es esclavo de su carácter y, por
decido así, tiene que desempeñar hasta el fin su papel. No puedo deteÍlerme a desarrollar
aquí esta observación, que por su carácter ético corresponde a otro lugar de esta obra.
Mientras tanto, sólo quiero hacer notar que el fenómeno de la voluntad, irracional en sí, está
como tal fenómeno sometido a la ley de la necesidad, esto es, al principio de razón; <insisto
sobre este punto, para que la necesidad con que los fenómenos de la naturaleza se suceden
no sea un obstáculo en nosotros a reconocer en ellos' las manifestaciones oe la vúluntad.
. !Iasta aquí n~ se ha visto en las manifestaciones más que aquellas vanaCIones que no
tienen otra causa que el motivo, es decir, la representación;
de aquí que en la naturaleza no se atribuya voluntad más que al hombre y~n todo caso a los
animales, porqu-e el conocimiento, la representaciÓn, es Indudablemente, como ya he
dicho en otra parte, carácter exclusivo de la animalidad. Pero que la voluntad también
existe allí donde no se encuentra conoci~iento que la dirija nos 10 demuestra el instinto y la
destreza .de. los alllmales 1. El hecho de que éstos tengan repres,entaciones y
conOCImIento no es de tener aquí en cuenta, pues el fin a que tiel.den como si fuera un
motivo conocido es completamente desconocido de eIJos· de
,d'
aquI que s,~ con ucta se produzca sjn 'motivos, no SlI:ndo dirigida por la representaclOn, la
cual nos prueba de la manera más evidente que la voluntad ~bra aú~ en ausencia de toda
el,ase de conocimiento. El pájaro de un allO no tiene la menor representaCIón de los
huevos para los cuales construye el nido, ni la araña de la presa para la cual hace la red n¡"
el hormigaleón d~ las hormigas para las cuales cava su hoyo por prilneI~a vez;
la larva del CIervo volante socava su agujero en el bosqlle donde ha de hacer su
transformación, agujero de doble dimensión cuando es macho 'lue cuando es hembra, en el
primer caso para hacer espacio a sus cuernos, de los cuales todavía no tiene la menor idea.
Es indudable que en esta faena, c.orn.o en todos sus demás actos, la voluntad obra'; pero es
una actividad que, SI bIen va acompaña?a de conocimiento, no está dirigida por éste.
Una vez convenCIdos de que la representación como motivo no.,es.'u~'."'"""!":

1 De esto trat~ especialmente el cap. 27 del seg~ndo tomo, ri;~:~:~ ile) ~r E


\
AR 'fURO SCHOPENHAUER

NI

condición necesaria y es,encial de la actividad de la voluntad, reconoceremos fácilmente la


acción de la voluntad aun en casos en que es poco ostensible, y así, por ejemplo, la casa del
caracol no nos parecerá obra de una voluntad extraña a la suya y dirigida pnr el
conocimiento, como no nos 1 lo parece la casa que nosotros mismos editicamos, sino que
en ambos casos reconoceremos las dos obras como producto de la actividad objetivada, la
cual se decide en nosotros por motivos y en el caracol ciegamente, como un instinto creador
que se exterioriza. También en. nosotros esta misma voluntad trabaja ciegamente en todas
la·g funciones de nuestro cuerpo que no s-on dirigidas por la conciencia, en todos sus
prooesos biológicos y vegeta~ tivos como digestión, circulación de la sangre, secreciones,
crecimiento, reproducción. No sólo los actos del cuerpo, sino este mismo es, como ya
hemos demostrado, manifestación de la voluntad, voluntad objetivada, voluntad concreta;
todo lo que el1 él sucede, sucede pOor obra de la voluntad si bien no va acompañada de
conocimiento, no se determina por motivos: sino que obra ciegamente por causas que en
este caso se llaman exdtaciones.
Llamo causa, en el· sentido estricto de la palabra, a aquel estado de la materia que
produciendo otro estado necesariamente sufre una variación de la misma cuantía que la que
él mismo ocasiona, lo que se expresa por la fórmula "la acción es igual a la l'eacción".
Además, en la, causación ropiament·e dicha, el efecto crece en proporción a la causa y la
reacción o mismo, de modo que una vez conOocido el efecto se puede medir el grado de
intensidad de la causa por el grado de intensidad del efecto, y a la inversa. Estas causas
propiamente dichas obran en todos los fenómenos del mecanismo, quimismo, etc.; en una
palabra: en todas las variaciones de los cuerpos orgánicos. Llamo, por el contrario,
e,stímulO' a aquella causa que no produce una reacción adecclacla a su efecto y cuya
intensidad, por consiguiente, no es paralela a la intensidad del efecto, el cual por lo mismo
no puede se.r medido por ella; antes al contrario, un pequeñO' aumentO' d~l estímulO'
puede ocasionar un crecimiento muy grande ·en el efecto, O' inversamente, puede suprimir
el efecto, etc. De esta cla&eson todos los efectos producidos sobre los cuerpos orgánicos en
cuanto tales; por consiguiente, a estímulos y nO' a causas hay que atribuir todas las
variaciones orgánicas y vegetativas propiamente dichas en .el cuerpo animal. Pero el
estÍmulo y en general toda causa, y lo mismO' el motivo, nunca determina más que el punto
de aparición de cada fuerza en el tiempo y el espaciO', no la esencia Íntima de la fuerza qne
se manifiesta, y que nosotros, conforme a nuestra investigación anterior, conocemos camo
voluntad y a la cual atribuimos tanto las variaciones inconscientes como las conscientes del
cuerpo. El estímulo ocupa .el punto medio y marca el paso del motivo que es la causa que
informa el conocer a la causa propiamente dicha. En los casos particulares se acerca. unas
veces al motiva y otras a la causa, pero se distingue siempre de éstos; así, por ejemplo; la
ascensión de la savia en las plantas que nO' se pued·e explicar par las leyes, de la hidráulica
ni por los tubos comunicantes; sin embargo, está basada en éstos' y se aproxima mucho a la
pura variación causal. Por el contrariO', los mO'vimientas del Hedysllnt1n gYfllns y de la
Mimosa pudica, si ~ien se producen por meros estímulos, sin embargo, se asemejan mucho
al motivo y parecen indicar la transición al mismo. La contracción de la pupila ante una"
viva luz pro-

.''1

viene de una excitación, pero entra ya en la clase de los mO'vimientos motivados, pues se
produce porque la luz demasiado intensa afectaría dolotosamente a la retina, y para evitado
contraem.os la pupila. La erección es debida a un motivo porque la ocasión que la produce
es una l'epresentación; pero este motivo obra con la necesidad de una excitación no es
posible resistirle y el único ~edio de paralizarle es alejarle. Lo misl~O' sucede con ciertos
O'bjetos repugnantes que provocan náuseas.
El instinto de los anill1ales nO's ha suministradO' ejemplos intermedios entre el
movimiento causado por una excitación y el acta debidO' a un motivo consciente. Creo que
la respiración es un fenómeno intermedio de la misma especie; en efecto, se ha discutido si
se produce un motivo o por una excitación y yo creo que participa de am.bas cosas.
Marshall Hall (OlJ tbe diseases of the llerVOllS system, párr. 293 Y siguient.es) afirma que
es una función mixta, puesto que en parte depende de los nervios cereLrales (loc01110oión
voluntaria) y en parte de los espinales (movimientos inconscient'es). Sin embargo, parece
que en definitiva debemos incluida entre los mO'vimientos voluntarios motivados, pues hay
otros motivos, es decir, puras representaciones, que pueden determinar a la voluntad a que
retarde o acelere la respiración, y Se~l1l1 todas las apariencias podríamos suprimirla por
completo, com.o cualquler otro acto voluntario, para producir la asfixia intencionadamente.
Y, en efecto, tal podríamos ha.cer si huLiera un motivo 10 s~ficientemente poderoso para
sobreponerse a la necesidad urgente de reSpl1'ar.
.~e ha dicho que Diógenes puso fin a su vida por este procedimiento (I?1?~. Laert, VI, 7 ~).
Es fama que los negros recurren a este género de:
sutcI.dio. (T. B. Onander, Del Sl/icidio, 1813, págs. 170 a 180). EjemplO' admIrable son
estos hechos de la influencia de los motivos absHactos es decir, de la preponderancia de la
voluntad racional propiamente dicha s~hre la voluntad puramente animaL En corroboración
de que la respiración' es, por lo menos en pane, efecto d·e una actividad cerebral, citaremos
el hecho de que la muene producida por el ácido cianhídrico se debe a la paralización ~e
todo el cerebro, ql~e .iI:dir.ectamente hace que la respiración cese; pero si esta se
sostuvIese artlÍ1Clalmente hasta que pasase la narcosis cerebral la muerte s~ ~vitaría. . Al
mismO' Úempo la l'espiración, digámoslo de pas~da.
nos sumInIstra el ejemplo más elocuente de que los motivO's obran tan nec~sariamente
como las excitaciones o las s.jmples causas (en la acepción estncta) y no pueden ser
reducido-s a la impotencia más que por motivos opuestos, com.O la presión se anula can
otra presión en sentido contrario p:1e~ en. el movimiento. re.spiratorio el poder inhibitorio
parece muchO' má;
debIl que en otros mOVll111entos determinados por motivos, porque el motivo es allí muy
apremiante, muy próximo y su satisfacción muy fácil, a causa de que los mÚscul.os que
entran en juego son infatigables, por 10' regular nada ·se opone a ellos, y,' ,en fin, la función
en su totalidad está ' favorec~da por un hábito i~veterado e? el ju9ividuo. Y, sin embargo,
tod~ í l?s motlvos ~bran con la mIsma .ne.cesIdadn El cO~locimiento de que la neée~
sldad es comun, tanto a los movmuentos pet' motIVOS que a los movimientos por
,e~tímulos, nos hará con:pr~nder que aquello rnismO' que en el cuerpo orga.lllco se
produce p~r ~xcItaclOn~s o estÍmulos y con entera regularidad, es, S111 embarg~, en S:1
InUma ~senCla ~oluntad, la cual nunca en sí, pero en todas sus malllfestacIones, esta
someuda al principio de razón, es decir, iÍ

1'
AR 1'URO SCHOI'ENHAUl!R.

la necesidad 1, Por consiguiente, no hemos de limitamos a afirmar que los animales,tanto


en sus actos, como en. su vida toda, en sucorporización y organización son f.enómenos de
voluntad, sino que este conocimiento que nos es dado inmediatamente ,de la esencia en sí
de las cosas, 10 t,enemos que extender a las plantas, cuyos movimientos todos obedecen a
estímulos, ya que la ausencia del conocimiento y del movimiento por motivos
condicionados por él es la {mica diferencia esencial enwe el animal- y la planta.
Por tanto, 10 que para la representación aparece como planta, corno mera vegetación, como
fuerza ciega, tendremos que considerado, en cuanto a su esencia, como voluntad y como
aquello precisamente que constituye la base de nuestto. propio fenómeno, tal como éste se
produce en nuestra conducta y en la vida total de nue~tlO cuerpo.
Quédanos ahora por dar el último paso, extender nuestra consideración a todas aquellas
fuerzas que ·en la naturaleza obran según leyes generales e inmutables, con arreglo a las
cuales se producen todos los movimientos de todos los cuerpos que, .careciendo en
absoluto de órganos, no tienen sensibilidad para el estímulo ni conocimiento para el
motivo. Por consiguiente, la llave para el conocimiento de la ,esencia de la cosa en sí, único
que puede damos la noción inmediata de nuestra plOpia esen.cia, está también en estos
fenómenos del mundo inorgánico, los n1.ás alejados de nosotros. Si consideramos luego,
con mirada investigadora, el impulso poderoso e incontenible con el cual se precipitan las
corrientes de agua en los abismos, lapersisten da con que el imán se vuelve siempre al polo
norte, el afán con que el hierros-igue siempre al im.án, y la viveza COIl que los polos de la
electricidad tratan de reunirse y que 10 mismo que los deseos humanos se acrecienta Con
los obstáculos; cuando vemos formarse e! cristal rápida y repentinamente, con tal
regularidad de formación, que nos indica que se trata de un decidido movimiento de
expansión en todas direcciones perfectamente determinado, paralizado por el
endurecimiento; cuando advertimos las afinidades con que los cuerpos puestos en libertad
por el estado de fluidez y sustrayéndose a los lazos de la solidez se buscan o se huyen, se
reúnen o se separan; si, por último, sentimos inmediatamente como un fardo cuyo peso nos
ata a la masa terrestre apretándonos constantemente contra ella, la fuerza de }¡t gravedad
que obra conforme a su naturaleza, no nos cos'tará un gran esfuerzod,e imaginación
recono.cer aún a tan gran distancia de nuestro propio ser que aquello mismo que en
nosotros persigue, a la luz del conocimiento, sus propios fines, si bien aquí, en el más
atenuado de sus fenómenos, obra de una manera ciega, opaca, parcial e invariable; sin
embargo, por ser una y la misma cosa en todas partes -así como las primeras luces del alba
llevan el mismo nombre que los intensos rayos del mediodía- también aquí debe llevar el
nomb¡;e de voluntad, el cual designa 10 que constituye el ser en sí de todas las COSas del
universo y el núcleo exclusivo de todo fenómeno.
Sin embargo, la distancia y aun la apariencia de diversidad entre los fenómenos de la
naturaleza inorgánica y la voluntad que no~otros percibimos como nuestra es,encia interior,
nace, ante todo, de! ,contraste entre.

1 Este conocimiento está demostrado en mi memoria premiada "Sobre la libertad de la


voluntad". Allí también (p, 30-44 del "Problema fundamental de la ética") .e en" contrará
una detallada explicaci6n de la relaci6n entre causa, estímulo y ;notivo.

<..- .

la re~ular~dad plenamente determinada de aquéllos y e! aparente albeddo y arbitranedad de


ésta. Pues en el hombre la individualidad surge podero~amente; ,cada uno de nOSotros
tiene su propio carácter, por lo que el mismo motivo no obra con igual fuerza en todos y las
mil circunstancias concomitantes que entran en la esfera del conocimiento del individuo,
pero permanecen d,esconocidas de los demás, modifican su efecto, por lo que el acto no se
determina solamente por el motivo, pues falta el otro factor; el conocimiento exacto del
carácter individual y del conocimiento que a éste acompaña. Por el contrario, las
manifestaciones de las ciencias naturales constituyen el extrerno opnesto: obran según leyes
gener.des, sin desviaciones, sin individualidad, con arreglo a circuIlStancias manifiestas, y
se pueden prever con toda exactitud, pues una misma especie de fuerza se revela en
millones de fenómenos. Para aclarar este punto, para demostrar I~ identidad de una e
indivisible voluntad en todos los fenómenos, por dIvergentes que sean, en los más tenues,
como en los más poderosos, debe11.1.0S, ante todo, estudiar la relación en que la voluntad
com() cosa en sí, está con su fenómeno, esto es, la relación. en que el m.undo como
voluntad está con el mundo como representación, por donde se nos franqueará la mejor vía
para una ,investigación del segundo objeto a que J ,consasramos este libro 1. ~

§ 24

~l gran ~i¡ósofo Kant nos enseña que tiernpo, espacio y causalidad, por 10 qu se reÍ1ere a
su ley y a la posibilidad de todas sus formas existen en nuestra onciencia ~on entera
indepe.ndencia de los objetos que e'n ellos aparece? y q constituyen su contel11do, o en
otras palabras; que tanto si partllTlOS del ¡jeto como si partimos del objeto hemos de
encontrados' de aquí .9ue se ~es ueda llamar, con razón, formas intuitivas del sujet~, o
tambl~n plOPledac del ~_~jeto. ~n tanto es. objeto (en Kant fenómeno), es deCir,
representacI 1. 1 amblen SOn conSideradas estas formas como el lími~e indivisible entre
objeto y el sujeto; de aquí que todo objeto deba m~ntfest~rse en ellas, pero ambién qr1e el
sujeto, independientemente del o.b)eto que aparece, las posea domine en toda su extensión.
Ahora bien, SI no hemos de cor;-siderar los o . tos que en estas formas aparecen como
lneros fantasmas, silla que han de 1.er una significación, deben referirse a algo, deb~~ ser
la expresión de alg~ q ?o sea a su vez también objeto, represe:1.t:clOn,. esto es: una cosa
relativa e tente sólo para un sujeto, sino que eXistiera Slll tal dependencia de otro ser uesto
a él como condición es,encial suya, esto es, que no fuese representaciór sino cosa en sí.
Según est? podemos, por lo menos, preguntar: aquellas reI esentaciones, aquellos objetos,
¿son algo má,s que representaciones y objetos pa el sujeto? ¿Qué es aquel otro lado,
diferente toto genel'e de la repres,entac' n? ¿Qué es la casa en sí? ¡La voJuntad!, ha sido
nuestra respuesta, que, 'n embargo, por ahora voy a dejar a un lado.

1 V. cap. 22 del 29 tomo y en mi obra "So,bte la Voluntad el1 la Naturalez " el capít~l?
HFisiología. de las plotnta.sH y el de. UAstronomí~ física" tan ilnport;.tnte para mO metaf
lSlca.
ideas, sino COIl la manera como son conocidas por los individuos, ellos mismos
perecederos, es decir, con los fenómenos. De. aquí que para nuestra r presente
consideración sobre la manera de distribuirse la objetivación de a voluntad en las ideas, la
serie temporal no tiene ninguna importancia y as ideas, cuyas manilestaciones aparecen
antes en el tiempo con arreglo la ley de causaJidad, a la cual como fenómenos están
subordinadas, no por ello de ningún privilegio sobre aquellas cuyas manifestaciones so
posteriores, antes. bien, éstas son justamente las objetivaciones más p ·fectas de la voluntad,
a las cuales las primeras han debido adaptar tanto como éstas a aquéllas. Así el curso de los
planetas, la inclinac' n de la eclíptica, la rotación de la tierra, la distribución de los continent
s y de los maTes, la atmósfera, la luz, -el calor y todos los demás fen' nenas, que son en la
naturaleza lo que en la armonía e! bajo fundament ,se acomodan a la fuerza a las
generaciones venideras de los seres vivo, de las cuales deben ser port¡¡dores y sostenes. Del
mismo modo la ti ra se resigna a servir de alimento a las plantas, éstas a los animales, éstos
a su vez, a otros, así como a la inversa todos éstos otra vez a aquélla. / odas las partes de la
naturaleza tienden unas hacia las otras, porque lo q.áe en todas ellas aparece es una sola
voluntad j pero la serie temporal -eS completamente ajena a su primitiva y Únicamente
adecuada objetividad/( expresión que se explicará en el siguiente libro), las idea.s. Aun
ahoralq~e las especies no tienen que formarse, sino solamente conservars.e, ve1l}~ en la
naturaleza llna preocupaciÓn por lo venidero, propiamente ind17P'endiente del tiempo, un
afanarse de lo que ya es por lo que ha de ve{~ir. Y así el pájaro construye el nido para sus
crías que aÚn no conoc,e;A;l castor levanta un edificio cuya finalidad ignora; la hormiga, el
turón~Aa abeja reÚnen. provisiones para el invierno desconocido de ellos; la arana, la
hormiga-león arman, como si estuviesen dotadas de rdlexión y ¡/stucia, trampas para una
presa futura que nunca han visto; los insect9' ponen sus huevos allí donde la futura larva
encontrará su alimento. ' ando llega la época de su floración la fIar hembra de la Vallisneria
Spi ulis desarrolla los espirales dé su tallo, que hasta entonces la sirvieron ara rnanteners-e
sumergida en el agua, y llega a la superficie, instantán mente la flor macho se desprende de
su exiguo tallo -en cuya punta cre a en el fondo del estanque, y haciendo el sacrificia de la
propia vida sub a la superficie y nada alrededar de la hembra hasta que la encuentra. 'sta,
una vez terminada la fecundación, se vuelve al fonda por la contr Cción de sus espirales, en
donde se desarrolla el fruto 1.
También aquí de o repetir lo dicho respecto de la larva del ciervo volante macho, que all
gar su metamorfosis abre un agujero dos veces más ancha que el de la ~-kmbra, a fin de
que quede lugar para los cuernos futuros.
_ En general, e1 instinto de los animales nos da la mejor explicación de la .
teleología eti el resto de la naturaleza. Pues así como el instinto es un acto igual/~l que se
realiza con arreglo a un concepto de fin, aunque carece de finalid~d, toda obra de la
naturaleza parece hecha también con arreglo a un pl~n al cual es totalmente ajena. Pues
tanto en la teleología exterior como./interiorde la naturaleza, lo que concebimos como
IYledio y fin na es nLis que la manifestación en el tiempo y en el espacio, apropiada a
nues-

1 Chatin, sur la Valisneria 'piralis, en las eompCes rendus de.l'Aead. de Se., Nr. 13, liH.
61 tra manera de conocer, de la unidad de la voluntad, de acuerdo, dentro ~, de -estos
límites, consigo misma.
Pero esta acomodación o adaptación recíproca de los fenómenos qu·e procede de aquella
unidad, no siempre logra borrar el desacu::rdo a que antes nos referimos, manifestado en la
lucha general que se obs,crva en la naturaleza y que pertenece a la esencia de la voluntad.
Aquella armonía no va más allá de lo indispensable para la existencia del ll1111ll10 y de
sus criaturas, que sin ella habrían perecido hace mucho tiempo. Por esto no se preocupa
más que de asegurar la conservación de la especie, garanlizándole las condiciones generales
de existencia y no la de los individuos.
Si segÚn esto, en virtud de aquella armonía y acomodación, las especies en el mundo
orgánico y las fuerzas elementales en el inorgánico coexisten y hasta se ayudan, en cambio,
el conflicto interno de la voluntad que se / objetiva en todas estas Ideas, se expresa en la
eterna guerra sin cuartel que se hacen los individuos de aqÚellas mismas especies y en la
lucha perpetua y redproca de los fenómenos de la naturaleza de que antes hemos 1 hablada.
El escenario y el objeto de este combate es la materia, cuya \ posesión se disputan los
combatientes, como también el tiempo y el eS5Jacio, cuya reunión en forma de causalidad
es 10 que constituye realmente la materia, como hemos visto en el librO' primero.

§ 29

I Cierro aquí la segunda parte de mi exposición, con la esperanza de que en Cuanto es


PQsible tratándose del desarrollo de un pensamiento hasta hoy nunca expuesto y que, por
tanto, no puede estar campletamente depurado de los rasgos de la individualidad que ID
han engendrado, he 10'grado llevar al lector e! cO'nvencimientO' de que este munda en que
vivimos y somQS es esencialmente en todo y por todo voluntad, y en todo y por todo
representación; de que esta representaÓón por el hecho de serio implica ya una forma, la de
objeto'y sujetO' y, por consiguiente, es relativa, y de que una vez suprimida esta forma con
todos sus anejos, si preguntamos qué es lo que queda, esa que queda, esencialment,e
distinto de la representación, no puede s-el' más que voluntad o sea la cosa en sí. Cada uno
de nosotros encuentra en sí mismo esta voluntad, esencia interior del mundo, y nos
reconocemos también como sujetos conscientes cuya representación es el mundo en su
totalidad, el cual por esto mismo tiene existencia en relación con el conocimientO' comO'
su base necesaria. Cada uno de nosotros, por consiguiente, es el conjunto de! mundo, el
microcosmo, cuyos dos aspectas están contenidos por entero en cada individuo. Y aquello
que él reconoce coma su propia esencia, agota también la del mundo entero, el
macrocosmo, que 10 mismo que cada individuo es fundamentalmente voluntad y
representación, y nada más. Vemos aquí coincidir la filosofía de Tales, que estudiaba el
macrocosmo, con la de Sócrates que consideraba el microcosmo, en cuanto e! objeto de
ambas se nos revela como idéntico. 1.as ideas expuestas en estos dos primeros libros se
ampliarán, recibiendo de este modo nueva certeza en los dos que siguen, en los cuale's·
espera hallará el lector respuesta cutnplida a muchas preguntas que

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~I

hasta aquí se habrán form~llado en su espíritu con más o menos claridad.


Mientras tanto, quiero aclarar aquí una de esas dudas que no puede formularse sino en el
caso de no haber comprendido bien 10 anteriormente expuesto. Esta adaración nos servirá
para facilitar su comprensión. Es la siguiente: toda voluntad es voluntad de algo, tiene un
objeto, un fin de su querer; si esto es así, ¿qué querrá, pues, en último término, o a qué
aspirará esa voluntad que constituye la esencia en sí del mundo'? Esta pregunta, como otras
muchas, tiene su causa en que se confunde la cosa en sí con el fenómeno. A éste y no a
aquélla se refiere únicamente el principio de razón cuya forma es también la ley de
motivación. . Sólo se puede dar la razón de los fenómenos, la causa de las cosas
particulares, pero no de la voluntad ni de la Idea, en la cual tiene su objetivación adecuada.
Así, se puede preguntar por la causa de un movimiento aislado o, en general, de un cambio
en la naturaleza; es decir, se puede inquirir el estado que constituye el antecedente
necesario del que se consid·era como efecto, pero no podemos atribuir una causa a la
misma fuerza natural que se manifiesta en aquel fenómeno y otros muchos fenómenos
semejantes; preguntar la causa de la gravedad, de la electricidad, etc., es un contrasentido
que nace de la falta de reflexión. Sólo en el supuesto de que la gravedad y la electricidad no
fuesen realmente fuerzas originariales o elementales, sino modos de manifestarse alguna
otra fuérza natural ya conocida, podría preguntarse por la causa qLle hace que dicha fuerza
'natural produzca en un caso dado el fenómeno de la pesantez o de la electricidad. Pues
todo esto ha sido ya objeto de consideraciones anteriores. Igualmente, todo acto aislado de
voluntad de un individuo consciente (el cual sólo es manifestación de la voluntad como
cosa en sí) acusa necesariamente un motivo sin el cual el acto no se produciría; pero, así
como la causa material no contiene más que la determinación de que en tal momento, en tal
lugar y en tal materia debe aparecer una manifestación de esta o aquella fuerza natural, el
motivo no determina tampoco más que el acto voluntario de un sujeto que conoce en un
momento, lugar o circunstancia determinados y para cada acto en particular, pero no la
volición de este individuo en general ni siquiera de un modo determinado, esto es, la
manifestación de su carácter inteligible, el cual, como la voluntad misma, la cosa en sí,
carece de causa por estar situada fuera del dominio del principio d'e razón. De aquí que
también obedezca constantemente en su conducta a fines y motivos, y sepa dar en cualquier
momento cuenta de sus acciones; pero si se le preguntase por qué quiere en general o por
qué quiere existir, no sabría qué contestar y hasta juzgaría absurda la pregunta; y así
expr,esaría propiamente la conciencia de que no es más que voluntad y que el querer se
comprend.e por sí solo, no necesitándose el motivo sino para un acto concreto y para cada
caso particuJar. En efecto, la esencia de la voluntad en sí implica la ausencia de todo fin, de
todo límite, porque es una aspiración .sin término. Ya tocamos este punto al estudiar la
fuerza centrífuga; 'y también se manifiesta de la manera más sencilla y elemental en el
grado más bajo de la objetividad de la voluntad, a saber: en la pesantez, cuya comtante
tendencia, a pesar de la· ausencia total de un fin último, es evidimte. Pues aunque toda la
materia existente, por su voluntad, se refundiera en un solo bloque, en el interior de esta
masa la pesantez tendería
siempre hacia el centro, luchando con la impenetrabilidad que se defiencte como la rigidez
o la elasticidad. Por consiguiente, el esfuerzo de la materia puede ser siempre
contrarrestado, pero nunca se ve cumplido o satisfecho. Igual sucede con todas las
aspiraciones que constituyen la expresión de la voluntad. Cada fin realizado es el punto de
partida de un nuevo deseo, y así indefinidamente. La planta desarrolla ascensionalmente su
fenómeno a partir de la semilla, por el tallo y las hojas, hasta la flor y el fruto, que a su vez
es el germen de un nuevo individuo que vuelve a recorrer el mismo proceso, y al cual
seguirá otro, y así indefinidamente.
Lo mismo sucede en el curso de la vida de los animales; la procreación es el punto
culminante de la misma, y, una vez conseguido este fin, la vida del individuo decae más o
menos rápidamente, mientras que un nuevo individuo garantiza a la naturaleza la
conservación de la especie y repite el mismo fenómeno. La misma renovación que cada
individuo experimenta en la materia de su organismo, debe ser considerada como
manifestación de esos esfuerzos y cambios constantes. Los fisiólogos ya no ven en ella la
sustitución necesaria de la substancia producida por los movimiento., puesto que -el
desgaste posible de l~ máquina no es equivalente al :lUI11.ento constante de la nutrición.
La manifestación de la esencia de la voluntad es un perpetuo fluir, un eterno devenir. Lo
mismo encontramos en los esfuerzos y lo:s deseos del hombre que le presentan la
realización de los fines que persigue como el Último fin de la voluntad; pero, una vez
alcanzados, no parecen ya lo que antes; pronto 10 olvidamos, dejándolos a un lado como
ilusiones desvanecidas, aunque nos cueste rubor confesado asÍ. Todavía nos debemos
considerar felices cuando nos queda algo que des·ear y que pretender, porque con ello este
juego que consist·e en el perpetuo paso del de&eo a su realización y de ésta a un nuevo
deseo, paso que cuando es rápido se llama felicidad y cuando es lento desdicha, podrá
continuarse, y no caigamos en aquel estancamiento, fuente de inacabable hastío paralizante,
de melancolías vagas sin objeto determinado, de mortal lang'llor.
De todo 10 expuesto se deduce que la. voluntad sabe siempre, cuando el entendimiento la
asiste, 10 que quiere en un momento y en un lugar determinado, pero nunca lo que quiere
en general. Cada acto concrero tiene su fin, pero la voluntad en general no tiene ninguno,
dd mismo modo que cada fenómeno natural es determinado a aparecer en un cierto
momento o en un cierto lugar por una causa suficiente; pero la fuerza que en el fenómeno
se manifiesta no la tiene porque es un grado de objetivación de la voluntad, o sea de la cosa
en sí que carece d·e causa. El único conocimiento de la voluntad en general es la
representación en su conjunto, la totalidad del mundo real. Ésta es su objetivación, su
manifestación, su espejo. Lo que esta propiedad suya significa &erá el objeto de nuestras
ulteriores consideraciones 1.

1 V. ea p. 2 g del .egund<> tOn1(}.

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