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¡Muchas gracias, Señor! ¡Gracias, Pedro!

La vida es una caja de sorpresas. Nos enseña sin parar. En 2020 lo ha demostrado
quizá más que otras veces. Todos surcamos el mar de la vida en la misma barca.
Nadie navega solo. Todos debemos mucho a los demás. Miles de cristianos no
hemos tratado con Pedro o nos hemos cruzado con él algunas cartas y mensajes.
Éramos muy jóvenes cuando dejó esta Europa a la que nunca regresó. Pero
tenemos la sensación de haber vivido siempre con él: sus palabras, sus poesías, su
ejemplo, nos acompañan desde que tenemos uso de razón (¡y ya ha pasado
tiempo!). De lejos, pero muy de cerca, su caminar de bautizado ha acompañado el
nuestro.
Pedro se reiría hoy con nosotros. Quizá lo haga ya desde la vida eterna. Por
segunda vez en pocos años nos había tocado desmentir su defunción. El cariño
hecho preocupación llevó a que estos años su muerte se anunciara varias veces.
Hoy su paso a la casa del Padre es una realidad; esta parte de su caminhada ha
terminado.
Quienes compartimos el espíritu de San Antonio María Claret, mujeres y varones,
laicos y consagrados, tenemos mil razones para bendecir al Señor y cientos de
hermanos de los que hablar con orgullo. En julio y agosto recordamos a muchos.
Pedro es una de ellas. Su vida habla sola. No es la vida de alguien sin pecado ni
errores (eso sólo se dio en el Jesús para el que quiso vivir); sí la de un discípulo
que dejó que el amor de Cristo y la pasión por el Reino y sus causas fueran el
centro de su vida.
Hace años celebramos con gozo los ochenta años de Pedro; en febrero de 2018
los noventa; en septiembre habríamos brindado a los setenta y cinco de su
profesión religiosa, y lo haremos. Una vida tan larga ha dado mucho de sí; Pedro
podría haber pasado a la historia (como vive en la memoria de muchos) como el
formador de seminaristas, el director de la revista Iris de Paz, el animador de
Cursillos, el amigo de tantos obreros y guardias civiles. Se ganó merecida y
sobrada fama como poeta, cantor de María y valiente denunciador de toda clase
de injusticia. Cielo y tierra nunca se separaron en él. Pocos gritaron y defendieron
la dignidad de todo humano marginado o agredido como él; pocos recordaron la
centralidad de la oración o la eucaristía haciéndose tan pan partido en el camino
como él.
Hoy tenemos prisa. Es muy fácil quedarse con ‘algo’ de Pedro. Pero como toda
gran obra (de la Gracia, de su respuesta), Pedro da mucho de sí. Lo primero, lo que
él nos diría: no me miréis; mirad a Jesús. Y miradlo mucho, pero de inmediato, sin
perder tiempo, mirad a los hermanos. ¡El Reino, el Reino, el Reino todo lo hace
pequeño: territorios, credos, facciones!
Como María, la madre de Jesús de Nazaret, Pedro siempre señaló a Jesús.
Como a María a Pedro le sobraron todos los premios y honores.
Como para María, pobres y pequeños fueron para él los primeros.
¡Muchas gracias, Señor! ¡Muchas gracias, Pedro! Que sean nuestras vidas, no sólo
nuestras palabras, las que honren tu memoria. ¡Hasta pronto!
Pedro Belderrain, CMF
Misioneros Claretianos de Santiago. Superior provincial.

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