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AusArt Journal for Research in Art. 6 (2) - 2018, pp.

233-243 ISSN 2340-8510


www.ehu.es/ojs/index.php/ausart e-ISSN 2340-9134
DOI: 10.1387/ausart.20378 UPV/EHU

NARCISISMO TECNOLÓGICO
ELECTROCUTADO

Raquel Meyers*
Investigadora independiente

Resumen
Las palabras están exhaustas. Han mutado. Pero su furia se parece más un ruido de
fondo que a un contingente de nuevos significados. Una crisis de sentido, un giro narrativo origi-
nado a mediados de los años noventa llamado storytelling. Una técnica de control y poder cuyos
relatos se cuelan incluso en los diccionarios. Esto explicaría la segunda acepción del término
hacker aparecida en la RAE. La ironía y el cinismo parecen habernos llevado a un estado de
precariedad, aceptación y resignación en el siglo XXI provocado por la lógica del mercado que
acaba fagocitando cualquier acto de rebelión. Las distopías tejieron el imaginario del siglo XX,
nos alertaban de lo que estaba por llegar, pero la responsabilidad sigue siendo nuestra. La
relación que establecemos con la tecnología se parece más bien a la de un parásito que genera
toneladas de basura electrónica gracias a la obsolescencia. Quizás, antes de poder hackear el
sistema, debamos hackearnos a nosotros mismos. Es hora de asumir el compromiso y acabar
con el positivismo radioactivo. No somos inocentes usuarios. Necesitamos autocrítica, no mani-
fiestos o manuales de supervivencia. Vivimos en la era digital y no hay nadie que se le libre de
las paradojas, pero el apocalipsis no está por llegar. Hay que dejar de promover la desbandada
y continuar con los innumerables actos de resistencia, por muy insignificantes que parezcan, ya
que no sabemos cuál será su trascendencia. La tiranía del ‘fácil de usar’y la satisfacción inme-
diata no son más que tácticas disuasorias que nos están llevando al vertedero y al aburrimiento.
Yo no soy hacker, en todo caso demoscener. La destreza manual (craft) y la imaginación son las
herramientas básicas en el diálogo con la tecnología y la batalla contra el narcisismo tecnológico
electrocutado que nos invade.

Palabras clave: DEMOSCENE; STORYTELLING; DISTOPÍA; OBSOLES-


CENCIA; NARCISISMO; TECNOLOGÍA

ELECTROSHOCKED TECHNO-NARCISSISM

Abstract
The words are exhausted. They have mutated. But their fury is closer to a background
noise than a contingent of new meanings. A crisis of sense, a plot twist arisen in the mid-nineties
known as storytelling. A control and power technique whose narratives sneak even into dictionar-
ies. This would explain the second entry for the term ‘hacker’ as it appears in the dictionary of the
Royal Spanish Academy. Irony and cynicism seem to have lead us to a state of precariousness,
acceptation and resignation in the 21st century, caused by the logic of the market that ends up
engulfing any act of rebellion. Dystopias wove the collective imagination of the 20th century,

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warned us about what was yet to come, but we are still responsible. The relationship we establish
with technology is more like that of a parasite that generates tonnes of electronic waste thanks to
obsolescence. Perhaps, before we are able to hack the system, we might have to hack ourselves.
It is time to honour the commitment and end radioactive positivism. We are not innocent users.
We need self-criticism, not manifestos or survival manuals. We live in the digital age and there
is nobody who can be free of paradoxes, but the apocalypse is not about to come. We must stop
encouraging everyone to disband and continue the innumerable acts of resistance, insignificant
as they may seem, for we do not know what their transcendence will be. The tyranny of the ‘easy
to use’ and immediate gratification are just dissuasive tactics that are taking us into the dump and
toward boredom. I am not a hacker—a demoscener, if anything. Manual skill (craft) and imagina-
tion are the basic tools in the dialogue with technology and the battle against the electroshocked
techno-narcissism that invades us.

Keywords: DEMOSCENE; STORYTELLING; DYSTOPIA; OBSOLESCENCE;


NARCISSISM; TECHNOLOGY

Pérez Madrigal, Raquel. 2018. “Narcisismo tecnológico electrocutado“.


AusArt 6(2): 233-243. DOI:10.1387/ausart.20378

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Narcisismo tecnológico electrocutado

INTRODUCCIÓN

Las palabras, como los rayos X, atraviesan cualquier cosa, si


uno las emplea bien.
Aldous Huxley, Brave new world [Un mundo feliz, 1936]

Las palabras están exhaustas. Han sido manoseadas, robadas, manipula-


das. Han mutado. Pero su furia se parece más un ruido de fondo que a un
contingente de nuevos significados. Una mutación conectiva producto de un
“entorno, acelerado por el poder de la tecnología, hoy en día excede cual-
quier posibilidad de medida humana”.Ya que, como bien sigue argumentando
Berardi (2017), “la razón humana se encuentra exhausta”. Una crisis de sen-
tido que ha dado lugar a un giro narrativo originado a mediados de los años
noventa. Una técnica de control y poder, el storytelling que “pega sobre la
realidad unos relatos artificiales, bloquea los intercambios, satura el espacio
simbólico con series y stories. No cuenta la experiencia pasada, traza conduc-
tas, orienta el flujo de emociones, sincroniza su circulación”, como argumenta
Salmon (2016).

Estos relatosse cuelan, actualmente, incluso hasta en los diccionarios. Esto


explicaría la segunda acepción del término hacker aparecida en la Real Aca-
demia Española (RAE): “Persona experta en el manejo de computadoras, que
se ocupa de la seguridad de los sistemas y de desarrollar técnicas de mejora”.
Suena muchísimo mejor que ‘pirata informático’. Emoji sonriente. El nuevo uni-
verso narrativo somete las palabras, embarga el relato y destruye el imagina-
rio.

Esta mutación de la narrativa no es nueva, una herramienta más que coincide


con la aparición de las Nuevas Tecnologías de la Información y las Comuni-
caciones (NTIC) y el auge de Internet. Ya no se trata solamente del control de
la tecnología, sino del lenguaje. Una transformación que ha sido interiorizada
y aceptada voluntariamente donde la catarsis no parece tener cabida. Quizás
es por eso Haraway (1995) optó por la blasfemia del cyborg. Pero la ironía y el
cinismo parecen habernos llevado a un estado de precariedad, aceptación y
resignación generado por una postmodernidad entregada al simulacro.

En el año 1936, Aldous Huxley nos hablaba de una sociedad distópica donde
se había alcanzado la felicidad tras erradicar la familia, la diversidad cultural,
el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía. Una mani-

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pulación total ejercida a través de Oficinas de Propaganda y la Escuela de


Ingeniería Emocional. A Brave new world [Un mundo feliz]. Las distopías tejie-
ron el imaginario del siglo XX, nos alertaban de lo que estaba por llegar, pero
la responsabilidad seguía siendo nuestra. A pesar de todo esto no debemos
engañarnos, el apocalipsis no está por llegar.

NARCISISMO TECNOLÓGICO ELECTROCUTADO

Vivimos en la era digital y, como anunciaba Virilio (1991), “lo más importante
en la electrónica informática será lo que se presenta en la pantalla y no lo que
se guarda en la memoria”. Parece que cada cambio tecnológico nos ha ido
electrocutando poco a poco hacia la descargafinal. Nuestra información está
siendo cada día almacenada a través de los numerosos servicios que recorren
nuestros dispositivos móviles y portátiles. Unas herramientas que configuran
nuestra manera de relacionarnos con el mundo, nos afectan y nos modifican.
Cayendo en evidencias como la advertencia de Fleischer (2009) sobre que “la
música no existe en un iPod” ya que solo nos ayuda a recordar. Actualmente
podríamos sustituir en la frase iPod por Spotify. La superabundancia no nece-
sita la memoria, es la cacofonía que nos bombardea día a día y nos lleva,
pasivamente, al ‘déficit de sentido’ argumentado por Svendsen (2008).

Siguiendo con los deshechos de la postmodernidad, lo que resulta irónico es


que aparezcan los hijos pródigos de Silicon Valley renegando de su legado y
la libertad ética. Si Ayn Rand levantará la cabeza… Altruismo, esa conspira-
ción de los débiles contra los poderosos. En el artículo de Millán (2018) sobre
Tristan Harris, el filósofo de Google, nos hablaba de su crítica a los modelos
de negocio de las plataformas tecnológicas y las redes sociales, una gue-
rra declarada por nuestra atención en la que “tenemos las de perder porque
la moneda de cambio es nuestro tiempo, y porque las plataformas cada vez
trabajan más por retenernos. Y lo peor de todo es que están diseñadas para
hacernos pensar que hemos tomado la decisión nosotros”. El parasitismo es
mutuo. Lo adivinamos antes de que sucediera. Los indicios, las señales esta-
ban ahí. Pero las aplacamos con una ‘domesticación del presentimiento’. Éste
término está sacado de la novela de Le Guin (1969), La mano izquierda de la
oscuridad. Una crisis de presencia nos delata. “Tanto es así que el must de la

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mercancía —típicamente el iPhone y la Hummer— consiste en un sofisticado


equipamiento de la ausencia”, argumenta el Comité Invisible (2015).

Son los ginoides (fembots) quienes han conquistado Internet, no el cyborg de


Haraway (1995). Lil Miquela, Poppy o Kylie Jenner son algunos de los ejem-
plos que aparecen en el video realizado por Hess y O’Neill (2018) para The
New York Times bajo el título Why sexy robots are taking over the Internet. El
“organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de
realidad social y también de ficción […] carente de nostalgia de la coherencia
dominante” ha caído en la dictadura de los seguidores. De una forma colec-
tiva, dictan su comportamiento administrando y denegando los ‘me gusta’. Una
mano invisible que cree controlar lo que tiene relevancia o no. Una actitud que
ha interiorizado la retirada sin asumir ninguna responsabilidad como conse-
cuencia de una construcción simplista del mundo. Una hypernormalización
evidenciada por Curtis (2016) en la cual “incluso aquellos que pensaban que
estaban atacando el sistema, los radicales, los artistas, los músicos y toda la
contracultura, en realidad se volvieron parte del engaño. Porque ellos también
se refugiaron en el mundo de lo ficticio, como consecuencia la oposición no
tiene ningún efecto y nada cambia”.

Lo realmente sangrante es que, gracias al giro narrativo del storytelling, las


grandes corporaciones son las que, actualmente, nos ayudan a vislumbrarlo.
No hay más que echarle un vistazo a campañas publicitarias como la de
AQUARIUS y su ‘Programados para ser libres’ de 2018. En el statement de
la campaña, disponible en la página web de Coca Cola, nos argumentan que
beberlo nos llenará de vitalidad y positivismo para poder ejercerla correcta-
mente porque “Vivimos tiempos extraños. Muy extraños, de hecho. Son tiem-
pos de algoritmos, bots, chatbots, big data […] Eso restringe los estímulos que
recibimos y, por tanto, coarta nuestra libertad, nuestra capacidad de improvi-
sación, de cambio. Nos limita”. La lógica del consumo seduce nuestras expec-
tativas y visiones de futuro para que nos sumerjamos en stories corporativos
más allá del estatus cosificado. Ya no compramos mercancía, la positivamos.

Según Lasch (1979) el narcisista contemporáneo está absorto en sí mismo y


en sus delirios de grandeza. Las nuevas tecnologías parecen, cada vez más,
estar destinadas a propagar la pandemia egocéntrica dejando al otro fuera del
espectro. Un yo difuso que expande por los muros a la espera de clics. Si la
tecnología se ha convertido en la excusa para el autorreconomiento y la lógica
corporativa, solo cabe pensar que el destino final será el vertedero.

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LA MENTIRA OBSOLESCENTE

La tecnología se vuelve obsoleta antes de que aprendamos a usarla. En la


época de la Gran Depresión, Bernard London publicó el ensayo Ending the
depression through planned obsolescence (1932) para acabar con la crisis
económica. Su plan era “trazar la obsolescencia del capital y los bienes de
consumo en el momento de su producción”, así la industria seguiría adelante
proporcionando empleo regularizado y asegurado a las masas.

Podemos afirmar que nuestra basura es, sobre todo, electrónica. Las actua-
lizaciones generan dispositivos de vida útil cada vez más corta, argumenta
Gabrys (2011). Lo obsoleto, de acuerdo con la RAE, es “algo anticuado o inade-
cuado a las circunstancias, modas o necesidades actuales”. Dicha motivación
no es producto de un mal funcionamiento, sino de la lógica del consumo. ‘¡Si
funciona, es obsoleto!’. Esta cita de Lord Mountbatten, durante la segunda
guerra mundial, recogida por Virilio (1989), lo resumiría perfectamente.

No es de extrañar que, ante esta perspectiva, proliferan propuestas como The


3D Additivist Manifesto de Morehshin Allahyari y Daniel Rourke (2015) en el
cual declaran la nueva belleza sublime del mundo es “la basura, los objetos
inútiles y los desechos” con su llamada a la “pixelización planetaria, usando
tecnologías aditivistas para corromper el inconsciente material” de la mano de
las impresoras 3D.

Los desperdicios electrónicos forman parte de nuestras vidas, resignados


recurrimos al coleccionismo / archivo, compra-venta por Ebay de filón nostál-
gico, incluso una arqueología de medios (Media archaeology) para entender el
pasado y los muertos vivientes de Bruce Sterling (Dead Media). Modificamos
la narrativa para que encaje mejor a nuestros propósitos. Una legitimación
de carácter parasitario porque nuestra ansia de dominación “nace del deseo
de rivalizar con la increíble e insondable creatividad del mundo” argumentan
Zerzan y Carnes (1988).

Ir en contra de las leyes de la obsolescencia programada no es fácil e incluso


puede concurrir en un delito, como lo ocurrido a Eric Lundgren. Su crimen,
hacer copias del software de restauración y reparación que Microsoft regala
de forma gratuita en la Red con la idea de extender la vida de los ordenado-
res, ayudando a promover su reciclaje a personas que desconocen este tipo
de procedimientos. Alvarez (2018) nos advierte que durante “el tiempo que le
tomará a Lundgren cumplir su sentencia de prisión, el mundo producirá alre-

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dedor de cincuenta millones de toneladas métricas de nuevos desechos elec-


trónicos”. Con más frecuencia vamos encontrando trabas al soporte técnico de
los electrónicos que consumimos provocando que algunas personas decidan
a aprender a repararlos o les invada el tedio solo de pensarlo.

HACKER / DEMOSCENER

Quizás antes de poder hackear el sistema, deberíamos hackearnos a nosotros


mismos. Yo no soy hacker, en todo caso demoscener, concretamente BBS
graphician. Borzyskowski (2000) define demoscene como “la subcultura que
sobrevive bajo las premisas de libertad y cooperación en ausencia de una
influencia estructural coercitiva o cohesiva”, e introduce una descripción gene-
ral del término del género demo en términos de función y sintaxis audiovisual.
Sobre los demos, Borzyskowski señala que “no se hacen sin un costo. La
cantidad de tiempo, paciencia, conocimiento y desarrollo de las habilidades
requeridas están lejos de ser triviales”.

AcidT* es mi nombre en la demoscene del Commodore 64. Mi primera demo-


party fue Datastorm, en febrero de 2011 en Gotemburgo, donde empecé a
trabajar con el set de caracteres PETSCII para crear gráficos estáticos o ani-
mados.

Una subcultura que usa la tecnología de una manera muy específica y en la


que no se copia. Las demos solamente son posibles mediante la colabora-
ción y la imaginación de programadores, músicos y grafistas. Aquí no vale el
remix postmoderno ni las palabras de lujo. Lo que importa es demostrar las
habilidades y crear algo nunca visto, o eres elite o eres lamer. Su honestidad
puede ser brutal pero no existen los postureos tan generalizados de la comu-
nidad artística. En el Digital Artisans Manifesto de 1997, escrito por Barbrook
y Schulz, se reivindicaba la figura del artesano digital como una figura autó-
noma e independiente más allá de las tendencias neoliberales. Se celebraba
el poder prometeíco del trabajo y la imaginación, sin considerarse víctimas
pasivas del mercado o cambios tecnológicos. La destreza manual (craft) y el
ordenador funcionan como empoderamiento para llevarlo a cabo; siendo el
software, como argumenta Manovich (2013), “el pegamento invisible que une
todo”.

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El comité invisible (2015) define la figura del hacker como la opuesta al inge-
niero. Donde el ingeniero consigue capturar todo lo que funciona para que
todo funcione mejor, para ponerlo al servicio del sistema, el hacker se pre-
gunta ‘¿cómo funciona?’ para encontrarle fallas, pero también para inventarle
otros usos, para experimentar. Experimentar significa entonces: vivir lo que
implica éticamente tal o cual técnica. El hacker consigue arrancar las técnicas
al sistema tecnológico para liberarlas de él. Si somos esclavos de la tecnolo-
gía, es precisamente porque hay todo un conjunto de artefactos de nuestra
existencia cotidiana que tenemos por específicamente ‘técnicos’ y que consi-
deramos eternamente como simples cajas negras de las cuales seríamos sus
inocentes usuarios.
Una filosofía del Do It Yourself que se expande más allá de las pantallas a
través de, por ejemplo, los hackerspaces. La cultura maker está más ligada
al mundo entrepreneur, un laboratorio de prototipos en busca de rentabilidad
y expansión empresarial. Una especie de atajo que nada tiene que ver con la
ética sino con la productividad. No debemos olvidarnos de la premisa del ‘yo
hago lo que yo quiero’ dentro del movimiento DIY, bastante cuestionable, que
evade cualquier tipo de responsabilidad. En la era tecnológica existen muchas
posturas y, es necesario incluir en la lista el parasitismo tecnológico. Según
Niebisch (2012) “no es simplemente un rechazo destructivo de los discursos
hegemónicos, sino una intervención creativa que explota, curva y muestra los
límites de las prácticas establecidas” pero su intención no es la de entablar un
diálogo o un intercambio equitativo.

El 14 de diciembre de 2017, EEUU puso fin a su neutralidad otorgando el poder


a los proveedores. En un futuro próximo, los usuarios deberán pagar packs de
acceso a los contenidos siendo éstos gestionados como un negocio. Tal deci-
sión, inevitablemente, será expandida hacia el resto del mundo. Las platafor-
mas de gestión de contenidos a demanda como Netflix nos están preparando
para ello. Poco parece importarnos que Tim Berners-Lee (2017), uno de los
padres de la World Wide Web, nos avisara que “la neutralidad de red separa
el mercado de la conectividad del mercado de contenido” y, nos pidiera actuar
para que los proveedores no pudieran discriminar el tráfico en línea. Las grie-
tas llevan mucho tiempo visibles y parece que estamos esperando a que se
rompa del todo. Seguro que a alguien se le ocurre producir un tecnothriller
para disfrutar de sofá y manta, puro entretenimiento al estilo de Mr. Robot.

La derrota parece aceptarse incluso antes de haber iniciado la batalla. Todo


irá bien mientras que el soma del momento fluya. La afirmación realizada por
Fontcuberta (2016) sobre que “la lógica del consumo termina fagocitando cual-

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quier filosofía, incluso aquellas que brotaron de las trincheras cavadas para
contener el capitalismo” parece volverse cada vez más indiscutible. Las para-
dojas no paran de sucederse.

En el documental Requiem for the American Dream (2016), Noam Chomsky


afirmaba que no somos lo bastante inteligentes como para diseñar una socie-
dad perfecta y libre, lo único que podemos hacer es dar una serie de direc-
trices y, lo que es más importante, preguntarnos cómo avanzar en esa direc-
ción. Aún queda mucho por hacer y aprender. Hay que dejar de promover la
desbandada y continuar con los innumerables actos de resistencia porque no
sabemos cuál será su trascendencia.

VIDA ÚTIL

La tecnología parece estar llevándonos al aburrimiento tras superar la ansie-


dad del primer encuentro ya que, según McLuhan (1964), “hemos atravesado
las tres etapas de alarma, resistencia y cansancio que se dan en todas las
enfermedades o tensiones de la vida, tanto individuales como colectivas”.
Ahora solo queremos que sea fácil de usar. No queremos complicarnos, satis-
facción inmediata y tecnología instantánea. Nuestra naturaleza está ligada al
uso de las herramientas y parece que se nos olvida que el saber “significa
descubrir, llevar hasta el final y solucionar. La teoría es sólo una de las herra-
mientas de la praxis, de la acción, en el marco de otros instrumentos, equipos
y aparatos. El grueso de nuestro saber está en los instrumentos que tenemos
a nuestra disposición”, como afirma Nyírik (2010).

En el día a día, el mensaje recibido (a velocidad de vértigo) no parece estar


destinado al conocimiento sino a deslizar los dedos, aceptar las condiciones
y dejar que otros hagan el trabajo por ti. No queremos complicaciones y esta-
mos dispuestos a tolerar lo que sea para no tener que leer aburridos textos
sobre privacidad y otros derechos. Tú dale a todo que sí, ya nos indignaremos
luego con un post en Facebook o Twitter. Nos estamos acobardando. Emoji
caca sonriente.

¿Qué podemos hacer? Responder categóricamente sería una arrogancia,


pero tampoco podemos cruzarnos de brazos ante la dificultad de la tarea.
La resignación no es una opción, no más tácticas disuasorias. Asumamos

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el riesgo de equivocarnos y fallar. Las constricciones de la tecnología son


posibilidades, nosotros somos los zombis, no las máquinas. No se trata de
volver al pasado, mudarse al bosque / campo / playa a vivir como ermitaños o
renegar de cualquier artilugio electrónico. Ya es tarde para eso. Nos guste o
no tenemos una relación dependiente. Si somos capaces de desarrollar una
especie de empatía tecnológica, conceptos como la obsolescencia tenderán a
desaparecer. Debemos aprender a utilizarla, saber cómo funciona, hablar su
lenguaje. Cualquiera que sea su vida útil, no significa que no tenga nada que
enseñarnos, puede incluso hasta retarnos. La destreza manual (craft) nos ayu-
dará en la ejecución y la imaginación se convertirá en el lenguaje universal, no
la narrativa corporativa. No es una cuestión estética sino ética. El consumismo
salvaje sólo se combate contrariando sus dictámenes, desde las trincheras.
En mi caso tecleando con un Commodore 64 sin hackear. Un juego de carac-
teres es suficiente, todo lo demás depende de la habilidad y el ingenio. Inútil,
pero crucial.

Referencias

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Berardi, Franco "Bifo". 2017. Fenomenología del fin: Sensibilidad y mutación conectiva. Traduc-
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var-internet-conocemos_6_718188178.html
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Philadelphia PA: New Society
* Raquel Pérez Madrigal

(Artículo recibido: 11-11-18; aceptado: 23-12-18)

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