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RezarconAlvarodelPortillo Cobel20150310-092908 PDF
RezarconAlvarodelPortillo Cobel20150310-092908 PDF
ÁLVARO
DEL PORTILLO
© Cobel
© Selección de textos by José Antonio Loarte
© Fundación Studium
ISBN:978-84-937525-8-3
cobel@cobel.es
www.cobelediciones.com
Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro,
ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya
sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo
y por escrito del editor.
rezar con Álvaro del Portillo
Índice
Nota editorial............................................................. 7
5
IV. SANTOS EN LA IGLESIA.................................. 83
Nota editorial
7
rezar con Álvaro del Portillo
I
Todos llamados a ser
santos
Vocación a la santidad
9
ten para el cristiano en medio de santificación
y de apostolado.
Una vida para Dios 46-47 (Discurso 12-VI-1976).
10
rezar con Álvaro del Portillo
11
Hijos de Dios en Cristo
12
rezar con Álvaro del Portillo
13
nos, a decirnos que Jesucristo ha consumado
la Redención de una vez para siempre, en el
Calvario, pero que es preciso aplicarla a las al-
mas y a las situaciones concretas del mundo,
en cada momento, en cada época histórica,
en cada año, en cada día, en cada instante; y
que nosotros, los cristianos, hemos de ser co-
rredentores: instrumentos de Cristo para di-
vinizar todas las actividades humanas y a los
hombres que trabajan en ellas, muy metidos en
Dios y muy metidos en las tareas de nuestro
trabajo ordinario.
Romana 3 [1986] 269-270 (Meditación 20-VII-1986).
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no se puede explicar— para hacerse igual a
nosotros en todo menos en el pecado (cfr. Flp
2, 7 y Hb 4, 15). Con la diferencia de que Él
decidió morir, ¡y con qué muerte!: la de cruz,
una muerte tremenda. Ese Niño que nace en
Belén, nace para morir por nosotros.
Romana 18 [1994] 109 (Homilía 19-III-1994).
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17
nos conceda la gracia de entrar más a fondo en
el dolor que cada uno ha causado a Jesucristo,
para adquirir el hábito de la contrición,
Como sal y como luz 284 (Carta pastoral 1-IV-1987).
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de Jesús, y que —como Tú, Madre— queramos
ser corredentores, ¡aunque nuestro cuerpo se
tronche y nuestra voluntad se resista!
Romana 4 [1987] 74 (Carta pastoral 31-V-1987, 19).
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calor en la casa, como el aire que respiramos
casi sin darnos cuenta. Acabo de citaros algu-
nos ejemplos que la Sagrada Escritura utiliza
para hablar de la acción del Paráclito, de este
Santificador que se manifestó a los Apóstoles
como viento impetuoso y bajo la forma de len-
guas de fuego (cfr. Hch 2, 4), y a quien el Señor
mismo comparaba con un manantial del que
nacerían —en el seno de los que creyeran en
Él— ríos de agua viva (cfr. Jn 7, 38).
Como sal y como luz 62 (Carta pastoral 1-V-1986).
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mi alma! Haz que desaparezca la ganga y den-
tro de mí quede solamente oro purísimo para
mi Dios. Decídselo de todo corazón, pero de
modo cabal, non verbo neque lingua, sed opere
et veritate (1 Jn 3, 18): con vuestra lucha cons-
tante, con el firme propósito de ser fieles a la
vocación y a todas las consecuencias de la lla-
mada divina.
Resolveos a escuchar con atención las clases
que el Paráclito imparte dentro del alma, para
recorrer después con paso firme los caminos
de la vida interior, para avanzar hacia la san-
tidad y prepararnos al encuentro con Dios,
mientras procuramos hacer el bien a todos los
que nos rodean. Sí, hijos míos, vamos a pedirle
al Señor —al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo:
a la Trinidad Beatísima— que este amor, que
nos ha comunicado, crezca impetuosamente:
veni, Sancte Spiritus, reple tuorum corda fide-
lium et tui amoris in eis ignem accende! (Misa
del Espíritu Santo); ven, Dios Espíritu Santo,
y llena nuestros corazones con el fuego de tu
amor, para que seamos fieles de verdad.
Romana 6 [1988] 105 (Homilía 22-V-1988).
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Trabajo y oración
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rrientes de vuestra existencia: cuando estudiáis
o trabajáis, cuando estáis con las personas que
tratáis, mientras prestáis un servicio, cuando
acompañáis al que sufre, o procuráis —con el
ejemplo y la palabra— que uno de vuestros
compañeros se acerque a Dios.
«¡No tengáis miedo!», exclamaba Juan Pablo
II al inicio de su pontificado. «¡No tengáis
miedo a ser santos!», nos repite ahora. No ten-
gáis miedo de embarcaros en esa espléndida
aventura de ser otros Cristos. No tengáis mie-
do de decir al Señor que sí, cuando notéis su
voz dentro de vosotros que os impulsa a una
mayor entrega, a una dedicación completa al
servicio de Dios y de los hombres. No tengáis
miedo a que, en medio de un ambiente obs-
tinado en alejarse de Dios, os señalen como
cristianos, como hombres y mujeres que creen,
que luchan para ajustar su conducta entera a
los mandatos de Dios.
Romana 13 [1991] 253 (Homilía 14-VIII-1991).
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pectáculo de la naturaleza, sino también en la
experiencia de nuestra propia labor, de nues-
tro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción
de gracias, porque nos sabemos colocados por
Dios en la tierra, amados por Él, herederos de
sus promesas» (Es Cristo que pasa 48).
Como sal y como luz 37 (Discurso 24-XI-1984).
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intimidad de un Dios que se prodiga en cui-
dados paternos para que todos los hombres se
salven y vengan al conocimiento de la verdad
(1 Tm 2, 4); nos señala esa ley escrita por Dios
mismo en los corazones (Gaudium et spes 16),
que empuja hacia el abrazo del Padre, hacia la
felicidad terrena y eterna.
Romana 3 [1986] 274 (Homilía 15-X-1986).
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Vamos, pues, a llenarnos de esperanza, de
confianza: a pesar de nuestras pequeñeces,
¡podemos ser santos!, si luchamos un día y
otro día, si purificamos nuestras almas en el
Sacramento de la Penitencia, si recibimos con
frecuencia el Pan vivo que ha bajado del Cielo
(cfr. Jn 6, 41), el Cuerpo y la Sangre, el Alma y
la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, real-
mente presente en la Sagrada Eucaristía.
Romana 9 [1989] 243 (Homilía 15-VIII-1989).
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1.33. Las obras de misericordia, además del
alivio que causan a los menesterosos, sirven
para mejorar nuestras propias almas y las de
quienes nos acompañan en esas actividades.
Todos hemos experimentado que el contacto
con los enfermos, con los pobres, con los ni-
ños y adultos hambrientos de verdad, consti-
tuye siempre un encuentro con Cristo en sus
miembros más débiles o desamparados y, por
eso mismo, un enriquecimiento espiritual: el
Señor se mete con más intensidad en el alma
de quien se aproxima a sus hermanos peque-
ños, movido no por un simple deseo altruista
—noble, pero ineficaz desde el punto de vis-
ta sobrenatural—, sino por los mismos senti-
mientos de Jesucristo, Buen Pastor y Médico
de las almas.
Romana 4 [1987] 79 (Carta pastoral 31-V-1987, 31).
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II
La lucha por la santidad
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porque de este modo seremos gratos a tu Hijo
y obtendremos la vida eterna!
Romana 9 [1989] 248 (Homilía 7-XII-1989).
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Lucha alegre y deportiva
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ción sobre un arco, que reza: Victores victuri,
los que vencen serán vencedores. Hijo mío,
hija mía: tú, a pesar de tus derrotas, si cada vez
reanudas la pelea, con la ayuda de Dios te lla-
marás vencedor, vencedora. Al Señor le basta
con esa buena voluntad nuestra, para darnos
graciosamente la corona.
Romana 7 [1988] 277-278 (Homilía 24-VII-1988).
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Job. No penséis, pues, que con el paso de los
años amainará la urgencia de la pelea interior.
Dios no quiere para sus hijos la falsa tranqui-
lidad de los comodones, ni de los egoístas, ni
de los cobardes. La vida humana se desarrolla
en la gran palestra del mundo y, como escribe
un antiguo Padre de la Iglesia, «estáis bajo la
mirada del público. Y no sólo del género hu-
mano; también la muchedumbre de los ánge-
les contempla vuestras luchas (...) y el Señor de
los ángeles es quien preside la pelea» (san Juan
Crisóstomo, Catequesis III, 8). Jesucristo se
complace en vuestro esfuerzo personal cuan-
do tratáis de seguirle a Él, cuando os esforzáis
por imitarle a pesar de la debilidad del ser hu-
mano.
Romana 1 [1985] 62 (Homilía 30-III-1985).
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43
condición humana, es ofrecida constantemen-
te al mundo, porque donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia (Rm 5, 20)» (Mensaje
para la jornada mundial de la paz, 8-XII-1985).
De ahí que no sea posible la paz del mundo,
mientras no haya paz con Dios en los corazo-
nes humanos.
Romana 3 [1986] 260 (Carta pastoral 11-X-1986).
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rezar con Álvaro del Portillo
III
Los medios para ser
santos
La Confesión
47
Sacramento de la Penitencia, donde el mismo
Cristo, por boca del sacerdote nos dice: Yo te
absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo. Así, debidamen-
te purificados, nos acercamos a la Eucaristía,
en la que recibimos al Señor como alimento,
para unirnos a Él, para transformarnos en Él.
Romana 13 [1991] 251-252 (Homilía 14-VIII-1991).
48
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Homilía 16-III-1980). ¡Agradezcamos al Señor
este sacramento del perdón y de la alegría!
Como sal y como luz 252 (Homilía 12-IV-1984).
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minando a fondo vuestra conciencia; sed sin-
ceros, fomentad la contrición del corazón, re-
novad los deseos de luchar más por hacer el
bien. Pocas alegrías tan grandes como la de
sentir, después de una confesión bien hecha, lo
mismo que sintió el hijo pródigo: ¡el abrazo de
nuestro Padre Dios que nos perdona!
Como sal y como luz 255 (Homilía 12-IV-1984).
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La Eucaristía
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te de amor. En aparente inactividad, se ofrece
constantemente al Padre, con todo su Cuerpo
místico —con las almas de los suyos—, en ado-
ración y acción de gracias, en reparación por
nuestros pecados y en impetración de dones,
en un holocausto perfecto e incesante. Jesús
Sacramentado nos da un impulso permanente
y gozoso a dedicar la entera existencia, con na-
turalidad, a la salvación de las almas.
Como sal y como luz 244 (Carta pastoral 1-IV-1986).
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rezar con Álvaro del Portillo
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¡Qué transformación, qué manera de quemar
lo que sobra, de hacer desaparecer la escoria,
de hacer que todo brille para gloria de Dios!
Dios mío, que no te eche yo nunca de mi alma
por el pecado, ni la ensucie por la indiferencia.
Que estés Tú contento dentro de mí, porque yo
no quiero vivir más que para ti. Díselo tú, hijo
mío, díselo. Dile que quieres ser fiel. Yo se lo
digo: te lo digo, Señor, en el nombre de todos.
Como sal y como luz 258 (Acción de gracias después
de la Comunión 20-VIII-1976).
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rezar con Álvaro del Portillo
Oración y mortificación
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los días sería poco, si se tienen presentes las
expectativas del Señor en relación a cada uno
de nosotros. El Evangelio afirma claramen-
te que es preciso rezar siempre y no desfallecer
(Lc 18, 1). Por su parte, san Pablo exhorta: sine
intermissione orate (1 Ts 5, 17), orad sin inte-
rrupción.
Toda la existencia del cristiano ha de conver-
tirse en oración; una plegaria ininterrumpida
como el latir del corazón, de día y de noche
(cfr. Lc 21, 36; 1 Tm 5, 5). Y esto Dios lo pide
a todos, porque todos están llamados a la san-
tidad. El Señor llama a la plenitud del amor
también a todos esos millones de fieles que ha
puesto en medio del mundo para compartir
las inquietudes, las aspiraciones, los problemas
del mundo en la familia, en la profesión, en las
relaciones sociales.
Rendere amabile la verità 647-648
(Discurso 24-XI-1984).
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tomar sobre sí la Cruz cada día (cfr. Lc 9, 23),
la voluntaria participación en el misterio de
la Cruz redentora (…). No se trata necesa-
riamente de seguir un determinado camino
de penitencia, pero es necesario afirmar que
la identificación con Cristo (…) requiere una
fuerte experiencia de la Cruz en la propia car-
ne y en el propio espíritu. Y esto, más aún en
nuestros días, más aún para la nueva evangeli-
zación de un mundo en gran parte sumergido
en el hedonismo. Sólo a la luz de la fe, tiene
todo esto sentido: a la luz de la fe en el miste-
rio de la Redención, en el misterio del Hijo de
Dios, hecho obediente hasta la muerte y muerte
de Cruz (Flp 2, 8).
Escritos sobre el sacerdocio 189-192
(Discurso 24-IV-1990).
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Virtudes cardinales
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parte, extirpar de nuestra alma los obstáculos
que paralizan la acción de la gracia; y por otra,
cultivar los elementos esenciales de la madurez
cristiana. Extirpar el orgullo, la pereza, la ira,
la sensualidad con todos los vicios y pecados;
cultivar las virtudes de Cristo: la humildad, el
trabajo, la fidelidad, la santa pureza y tantas
otras, informadas todas ellas por la caridad.
Pero el Espíritu Santo necesita nuestra colabo-
ración. El proceso de identificación con Cristo
se desarrolla a condición de que se recorran las
etapas obligadas, entre las que destacan, sobre
todo, la oración y los sacramentos.
Una vida para Dios 297 (Homilía 26-VI-1991).
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lluvia la hacen caer, ni los ríos desbordados la
derrumban, ni la fuerza de los vientos la sacu-
de» (san Agustín, Sermón 337, 1).
Romana 2 [1986] 90 (Homilía 2-V-1986).
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3.26. Vale la pena decir al Señor que sí. Vale
la pena comportarnos como san José, que en
cuanto recibía una indicación de Dios, por
medio de un ángel, en sueños, o como fuera,
inmediatamente la ponía en práctica sin du-
dar, aunque supusiese un desgarrón en su vida.
Ante la Anunciación del Ángel, la Santísima
Virgen contestó: he aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38). San
José actuó de igual modo: se puso inmediata-
mente en la presencia de Dios y decidió ir a
buscar a la Santísima Virgen para recibirla en
su casa, como correspondía, puesto que ya es-
taban desposados. Es una lección muy grande
—primero de la Santísima Virgen y después de
san José— de obediencia a la Voluntad divina.
Romana 18 [1994] 108 (Homilía 19-III-1994).
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3.29. El hedonismo se ha convertido en un
espejismo de nuestra cultura, que por este
motivo se manifiesta trágicamente incapaz de
descifrar el mandamiento de la caridad. A esta
cultura incluso le parece contradictorio que el
amor pueda ser objeto de un mandamiento;
querría separar el amor de la renuncia, del sa-
crificio, y rechaza la advertencia de Jesús: na-
die tiene un amor mayor que quien da su vida
por los amigos (Jn 15, 13).
En este contexto todos los cristianos, y entre
ellos las mujeres, están llamados a testimoniar
un amor modelado sobre el amor de Cristo:
un amor fiel y fecundo, acogedor y capaz de
perdonar; un amor que da sin cálculos, pa-
ciente, comprensivo, que se olvida de sí. Pero
a la vez un amor exigente, porque Dios pide
a cada persona todo lo que está en condicio-
nes de dar, precisamente porque nos ama y nos
quiere santos, y de este modo (…) todo se con-
vierte en algo grande: incluso las acciones más
normales, más insignificantes, con el Señor ad-
quieren un valor eterno.
Romana 15 [1992] 273 (Entrevista en M. Artigas,
“Ciencia y conciencia”, Madrid 1992).
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señando a quienes nos rodean a abandonar la
antigua costumbre del hombre viejo, que se co-
rrompe conforme a su concupiscencia seducto-
ra, y a revestirse, en cambio, del hombre nuevo,
que ha sido creado conforme a Dios en justicia y
en santidad verdadera (Ef 4, 22 y 24).
Como sal y como luz 361 (Carta pastoral 1-VII-1988).
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Santificar el trabajo
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un don de Dios, participación del conocimien-
to que Dios tiene de sí mismo, mientras que la
cultura es fruto de la reflexión y del quehacer
humanos.
La experiencia demuestra que la unidad en
la fe se ha sabido expresar en un real pluralis-
mo cultural, que no contradice la fe, sino que
testimonia su trascendencia. Basta pensar en
la riqueza y en la variedad del patrimonio cul-
tural que floreció, gracias al cristianismo, en
los diversos pueblos, a través de los siglos.
Romana 1 [1985] 87 (Entrevista julio-agosto 1985).
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responder decididamente que sí. De otra for-
ma, sería como admitir que la solemne procla-
mación de la llamada universal a la santidad,
por parte del Concilio Vaticano II (cfr. Lumen
gentium 39-42), no ha sido más que una afir-
mación de principio, un ideal teórico, una as-
piración incapaz de traducirse en la realidad
vivida de la inmensa mayoría de los cristianos.
Pero la santidad requiere una vida de oración
intensa y plena, capaz de abrazar la totalidad
de la existencia en sus aspectos singulares. Es
preciso, pues, concluir que resulta indispensa-
ble lograr transformar el trabajo en oración: el
trabajo manual o intelectual, que constituye el
tejido de la vida cotidiana de tantos millones
de hombres y de mujeres, con la ayuda de la
gracia, puede convertirse para cada uno en el
ámbito de esa conversación con Dios, que es
como la sed para cada alma contemplativa. Si
alguien tuviera el temor de ser radical en este
punto —el trabajo que se convierte en oración
mediante el empeño ascético de todos los fie-
les corrientes—, ese, repito, negaría de hecho
la llamada universal a la santidad. Y, lo que aún
es más grave, hasta tal punto se difuminaría el
horizonte teologal de la vida cristiana, que se
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Cristo, a fin de que rechacemos la tentación del
compromiso y amemos con todo el corazón,
con toda el alma y con toda las fuerzas al único
Dios verdadero, fuente de la auténtica felicidad
sobre la tierra y, después, en el Cielo.
Romana 12 [1991] 131 (Homilía 7-I-1991).
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3.43. La Virgen junto a la Cruz: otra lección
que nos viene de María. Cuando la misión de
Cristo parece consumarse en el fracaso más
absoluto, y los discípulos dejan solo al Maestro,
Nuestra Señora avanza con paso decidido en la
peregrinación de la fe y cree, contra toda espe-
ranza, que se cumplirá cuanto Dios le ha dicho
acerca de su Hijo, que obrará la redención del
género humano. Ecce filius tuus ... Ecce Mater
tua (cfr. Jn 19, 26-27): nos acepta como hijos, y
nosotros, en la persona de san Juan, la recibi-
mos como Madre nuestra.
La fe, la esperanza y la ardiente caridad de
la Virgen en la cima del Gólgota, que la hacen
Corredentora con Cristo de modo eminente,
son también una invitación a crecernos, a ser
fuertes sobrenatural y humanamente ante las
dificultades externas; a insistir, sin desanimar-
nos, en la acción apostólica, aunque en alguna
ocasión parezca que no hay frutos, o el hori-
zonte aparezca oscurecido por la potencia del
mal.
Romana 4 [1987] 74 (Carta pastoral 31-V-1987, 19).
78
rezar con Álvaro del Portillo
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y el Fin del universo: omnia per ipsum et in ip-
sum creata sunt (Col 1, 16), todo ha sido hecho
por Él y en orden a Él, tanto en el plano natural
como en el sobrenatural.
Con Cristo y bajo Cristo, la Virgen es y será
siempre la Madre de los hombres y, por hallar-
se particularmente asociada a la misión reden-
tora de su Hijo, «está presente en la misión y
en la obra de la Iglesia» (Redemptoris Mater
28), que —contando con la colaboración de
cada uno de los cristianos— «introduce en
el mundo el Reino de su Hijo» (ibid.). Y los
cristianos hemos de contar con su «presencia
activa» (ibid. 1) en la obra evangelizadora, al
planear y llevar a término cualquier iniciativa
apostólica.
Romana 4 [1987] 72 (Carta pastoral 31-V-1987, 15).
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costumbres. Invoquemos a María para que nos
ayude a combatir este buen combate (2 Tm 4, 7)
de la fe y a llevar a las almas los grandes dones
que Dios quiere darnos.
Hablo de la belleza y grandeza del matrimo-
nio y de la familia cristiana, del enorme valor
de las vidas humanas en el seno materno, des-
tinadas a gozar de la misma felicidad de Dios;
hablo de la vocación matrimonial, querida por
el Creador como compromiso primordial del
hombre y de la mujer para colaborar con Él
en la procreación y en la educación de los hi-
jos; hablo de la espléndida vocación al celibato
apostólico, que abrazan tantos hombres y mu-
jeres llamados por el Dueño de la mies, con el
deseo de cumplir un servicio total por el Reino
de Dios.
Romana 9 [1989] 249-250 (Homilía 7-XII-1989).
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rezar con Álvaro del Portillo
IV
Santos en la iglesia
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4.2. [En Pentecostés] conmemoramos la
manifestación de la Iglesia al mundo. Y no-
sotros, que somos y nos sentimos Iglesia,
damos gracias a Dios. Le agradecemos que
nos haya hecho miembros del Cuerpo místi-
co de Jesucristo, haciéndonos renacer por el
Bautismo. Más tarde, se asentó con más fuerza
en nuestra alma por la Confirmación, y cada
día se nos entrega de nuevo en el sacramento
de la Eucaristía. Considerad, hijos míos, que
al comulgar recibimos el Cuerpo y la Sangre,
el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo; y con el Hijo inhabitan en nuestra
alma el Padre y el Espíritu Santo, que estable-
cen en nosotros su morada.
Romana 6 [1988] 103 (Homilía 22-V-1988).
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rezar con Álvaro del Portillo
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por el mundo en las más diversas situaciones
y circunstancias, es, a fin de cuentas, hablar de
la Iglesia entera, pues si el laicado no puede ser
entendido sino a partir de la Iglesia, la Iglesia a
su vez no es comprendida a fondo sino cuando
se comprende y valora la vocación y misión de
los laicos.
Toda reflexión sobre el laicado obliga a ir al
núcleo de la verdad cristiana. Es decir, a la rea-
lidad de Cristo Jesús, que, siendo Dios de Dios
y Luz de Luz, se hizo hombre para, asumiendo
la condición humana, realizar la obra divina
de la Redención; y a la realidad de la Iglesia,
Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, a través
de la cual Jesús se hace presente a lo largo de
la historia, atrayendo todas las cosas hacia Sí.
Es, en efecto, desde ese núcleo central, desde
donde hay que recordar a todos los cristianos
— cualquiera que sea su condición, su pro-
fesión o su oficio— que son Iglesia, es decir,
que son Cristo: que en ellos actúa Cristo, que
a través de ellos quiere darse a conocer al resto
de los hombres y ordenar hacia Sí la creación
entera.
Romana 4 [1987] 94 (Mensaje 22-IV-1987).
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rezar con Álvaro del Portillo
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generosos? Todo esto son las obras de la fe, que
actúa por la caridad. Una fe sin obras es una fe
muerta (cfr. Gal 5, 6; St 2, 17).
Como sal y como luz 46 (Homilía 4-II-1990).
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rezar con Álvaro del Portillo
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el Romano Pontífice. Bien se nota cómo nue-
stro queridísimo Fundador gobierna y bendi-
ce desde el Cielo esta organización apostólica
suscitada por el Espíritu Santo en el seno de
la Iglesia Santa, constituida tanto por clérigos
como por laicos, que la Sede Apostólica ha
puesto bajo la jurisdicción del Prelado (Ut sit,
art. III).
Romana 2 (1986) 90 (Homilía 2-V-1986).
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rezar con Álvaro del Portillo
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4.12. Hoy hacemos el propósito de reno-
var nuestra lealtad, de ser siempre muy fieles
al Romano Pontífice. Así, Nuestro Señor se
servirá de nosotros, como piedras vivas, para
construir día tras día su Iglesia en medio de
la sociedad de los hombres, que hoy especial-
mente parece alejarse de Él. A pesar de nue-
stra pequeñez, por bondad de Dios, seremos
fortaleza para los demás, apoyándonos siem-
pre en la piedra angular, que es Cristo Jesús, y
en la piedra fuerte también —cimiento para la
Iglesia—, que es Pedro, el Romano Pontífice.
Romana 2 [1986] 91 (Homilía 2-V-1986).
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V
Santos para santificar
Hacer apostolado
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Menos de trescientos años después, una gran
parte del mundo romano se había convertido
al cristianismo. La doctrina del crucificado ha-
bía vencido las persecuciones del poder, el des-
precio de los sabios, la resistencia a unas exi-
gencias morales que contrariaban las pasiones.
Y, a pesar de los vaivenes de la historia, todavía
hoy el cristianismo sigue siendo la mayor fuer-
za espiritual de la humanidad. Sólo la gracia
de Dios puede explicar esto. Pero la gracia ha
actuado a través de hombres que se sabían in-
vestidos de una misión y la cumplieron.
“Catholic Familyland”, Issue XXVII, 1998
(Meditación 1989).
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constituye no sólo una posibilidad entre otras,
sino un auténtico deber: «Les ha sido impues-
ta, por tanto, a todos los fieles la gloriosa tarea
de esforzarse para que el mensaje divino de la
salvación sea conocido y aceptado por todos
los hombres de cualquier lugar de la tierra»
(Apostolicam actuositatem 3).
“Catholic Familyland”, Issue XXVII, 1998
(Meditación 1989).
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ante esta afirmación, que desgraciadamente
es real. Hijos: no miremos jamás como desde
arriba a ninguno: porque, aparte de que en esas
o parecidas circunstancias nos encontraríamos
también nosotros, si el Señor no nos hubiera
buscado, resulta evidente que cada uno puede
y debe ahondar en las riquezas de Dios. Por
eso es especialmente urgente que cuidemos
nuestra personal formación y que nos lance-
mos a una siembra abundante de doctrina en
todos los ambientes.
Romana 9 [1989] 236-237
(Carta pastoral 1-VII-1989).
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mos de ser instrumentos de Cristo para que
muchos le conozcan y le amen. Debemos lla-
marles e insistir con el ejemplo, con la palabra,
con la amistad sincera: ¡no podemos abando-
narles! «Si os encamináis hacia Dios, tratad
de no ir solos hacia Él», escribe san Gregorio
(Homilías sobre los Evangelios, 6, 6). Todos he-
mos recibido una misión divina: id, pues, a los
cruces de los caminos. Todos los cristianos son,
deben ser, apóstoles.
Romana 12 [1991] 132 (Homilía 7-I-1991).
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gados, enfermos o sanos—, son personas por
las que el Señor ha derramado su Sangre. Cada
uno vale toda la Sangre de Cristo (cfr. 1 Pe 1,
18-19). Los has de mirar como a hermanos tu-
yos, porque son hermanos de Jesucristo e hijos
de la misma Madre. Cuando estaba a punto de
morir, Jesús nos hizo el regalo de su Madre;
desde entonces todos los hombres somos más
íntimamente hermanos de Cristo y hermanos
entre nosotros.
Algunos conciben la amistad de manera bien
distinta. Y no es así. La amistad supone entre-
ga, sacrificio por la persona a quien amamos.
Es un cariño vivido y práctico que nos impul-
sa a mortificarnos, a procurar hacer el camino
fácil a los demás, a comprender, a disculpar, a
perdonar.
La verdadera amistad es consecuente y llega
hasta el final. Si tú no buscas que esa persona
se salve, no eres amigo suyo. Sentirás en todo
caso una simpatía humana, que quizá esté te-
ñida de egoísmo o de sensualidad. Si eres ami-
go de verdad, desearás que se santifique, que
se haga santo. Y para eso has de poner los me-
dios. Así que no se instrumentaliza la amistad
al hacer apostolado; por el contrario, se están
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mundo otros animalillos. Son hijas e hijos de
Dios que traen al mundo nuevas criaturas para
que sean y se comporten como hijos de Dios.
Ésa es la misión excelsa, maravillosa, de un pa-
dre o de una madre de familia cristiana.
Cada hijo que nace es una prueba de la con-
fianza de Dios con los padres. Y es preciso
corresponder con esfuerzo, porque es muy
cómodo decir: que os eduquen en el colegio,
o que el Estado se encargue de vosotros. No
obstante, también es verdad que los padres no
pueden llegar a todo y, por consiguiente, son
necesarios medios subsidiarios para instruir a
los hijos en todas las ramas del saber humano.
Con esa finalidad, muchos católicos promue-
ven colegios donde los hijos pueden estudiar
todas las disciplinas impregnadas por un cri-
terio católico, de tal forma que se acerquen a
Dios.
Romana 15 [1992] 272 (Entrevista en M. Artigas,
“Ciencia y conciencia”, Madrid 1992).
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do en la oración cum Maria, Matre Iesu (cfr.
Hch 1, 14). Si no dejamos de poner los medios
sobrenaturales con fe inconmovible, si perse-
veramos en la oración y en el sacrificio, si se-
cundamos el consejo que nos sugiere la Virgen
—haced lo que Él os dirá (Jn 2, 5)—, obedecien-
do a la voz del Magisterio como hasta ahora,
el Espíritu Santo volverá eficaces nuestros tra-
bajos en servicio de la Iglesia Santa, y nuestras
redes —redes divinas— estarán siempre llenas
de almas, que pondremos a los pies de Cristo,
para gloria de Dios Padre.
Romana 4 [1987] 74-75
(Carta pastoral 31-V-1987, 20).
Tarea de todos
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hubiera sucedido a ti y a mí, sin el auxilio de la
vocación— llenos del barro de las cosas mun-
danas. ¡Qué alegría la suya —conocéis todos
esa experiencia, como la conozco yo— cuando
por fin descubren al Señor, precisamente en
medio de esos mismos afanes que antes les im-
pedían contemplarlo!
Romana 2 [1986] 82 (Carta pastoral 25-XII-1985, 7).
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los corazones de los primeros fieles e inflama
sus voluntades. Ciertamente, como recuerda
el Papa (Juan Pablo II), la Virgen «no se en-
contraba entre los que Jesús envió por todo
el mundo para enseñar a todas las gentes (cfr.
Mt 28, 19), cuando les confirió esta misión»
(Redemptoris Mater 26); pero colabora en su
calidad de Madre y de principal Corredentora
a que la predicación recia y vibrante de los
Apóstoles resuene primero en las calles y pla-
zas de Jerusalén, y luego en toda Palestina y en
el mundo entero, haciendo realidad el manda-
to de Cristo.
Desde entonces, la Virgen María está presen-
te en el quehacer de la Iglesia peregrina en la
tierra. Más aún, «precede constantemente a la
Iglesia en este camino suyo a través de la histo-
ria de la humanidad. María es también la que,
precisamente como Esclava del Señor, coopera
sin cesar en la obra de la salvación llevada a
cabo por Cristo, su Hijo» (ibid. 49). Por esto,
me decido a añadiros a cada uno, para los mo-
mentos duros: si la tarea se nos hace pesada,
si el cansancio nos puede, si las pruebas nos
desalientan, con toda seguridad falla el recurso
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