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Nuestro Dios celoso

Mart De Haan
En 2014, una investigadora usó un perro de
peluche para demostrar que los animales
pueden sentir celos. Pidió a varios dueños de
perros que mostraran afecto hacia el animal
irreal delante de sus mascotas. Así descubrió
que tres de cada cuatro perros reaccionaban
con una supuesta envidia. Algunos intentaron
llamar la atención tocando suavemente a sus
amos. Otros trataron de interponerse entre su
dueño y el juguete. Y hubo algunos que
llegaron a destrozar a sus rivales de peluche.
En un perro, los celos parecen conmovedores,
pero, en las personas, pueden generar
resultados deplorables. Sin embargo, hay otro
tipo de celo: el que refleja maravillosamente el
corazón de Dios.
Cuando Pablo les escribió a los corintios,
declaró: «os celo con celo de Dios» (2 Corintios
11:2). No quería que fueran «de alguna manera
extraviados de la sincera fidelidad a Cristo» (v.
3). Esta clase de celo refleja el corazón del
Señor, quien le dijo a Moisés al darle los Diez
Mandamientos: «Yo soy el Señor tu Dios,
fuerte, celoso» (Éxodo 20:5).
El celo de Dios no es como nuestro amor
egoísta, sino que protege a los que son suyos
por creación y redención. El Señor nos hizo
para que lo conozcamos y disfrutemos de Él
para siempre. ¿Qué más podemos pedir para
ser felices?

Brazos abiertos
David C. McCasland
En el funeral de la exprimera dama de los
Estados Unidos Betty Ford, su hijo Steven
declaró: «Ella era la que brindaba amor y
consuelo, la primera en abrazarte. Hace 19
años, cuando yo luchaba contra el alcohol, mi
madre […] me hizo uno de los regalos más
grandiosos: me mostró cómo entregarme a
Dios y aceptar su gracia en mi vida. Y rodeado
por sus brazos, me sentí como el hijo pródigo
que regresaba al hogar, con el amor de Dios
que fluía a través de ella. ¡Ese sí que fue un
buen regalo!».
La parábola de Jesús sobre un joven que
reclamó su herencia y la malgastó, y que
después volvió a su casa humillado nos
asombra al ver la reacción del padre: «Y
cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue
movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre
su cuello, y le besó» (Lucas 15:20). En lugar de
sermonearlo o castigarlo, le expresó su amor y
perdón organizando una fiesta. ¿Por qué?
Porque «este mi hijo muerto era, y ha revivido;
se había perdido, y es hallado» (v. 24).
Steven Ford concluyó su tributo con estas
palabras: «Gracias, mamá, por amarnos, amar
a tu esposo, amar a los niños y amar al país
con el corazón de Dios».
Que el Señor nos capacite para abrir nuestros
brazos a los demás, tal como los suyos se
extienden para recibir a todos los que acuden a
Él.

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