Está en la página 1de 3

APORTE AL GRUPO No.

TEMA:
PREVENCIÓN DEL CONSUMO DE ALCOHOL EN MENORES DE EDAD

Acudimos lastimosamente a una sumisa aceptación en cuanto al consumo


de alcohol en cantidades peligrosas y excesivas como un hábito ya tolerado
socialmente, mientras que por otro lado se mantiene un gran rechazo social frente
a otro tipo de drogas clasificadas como “ilegales”. Este hecho aunque desalentador
ha favorecido a que se dé un acrecentamiento de los niveles de consumo en las
fracciones más jóvenes de la población. Los menores de edad, quizá por motivos
de limitaciones económicas, han adoptado nuevos patrones de consumo (en
grandes cantidades en un corto periodo de tiempo, generalmente en los fines de
semana).

Surge como imperativo de salud pública el hacer que se tomen medidas


formativas, preventivas y efectivas para intentar reducir el consumo de alcohol al
mínimo nivel posible, como lo reza el lema de la OMS “respecto al alcohol, cuanto
menos, mejor”. Según la OMS “son alcohólicos aquellos que beben en exceso y
cuya dependencia ha alcanzado un grado tal, que determina la aparición de
visibles perturbaciones interpersonales, físicas y del inadecuado funcionamiento
social y económico.”

El alcohol, acompañado incluso con el uso desmedido de algunas drogas


terminan por favorecer también la implicación en conductas de riesgo, por una
parte alterando la capacidad del adolescente para evaluar los peligros potenciales
de una determinada conducta y centrarse en los beneficios inmediatos (Arnett,
1992). Y por otra, además, el alcohol es un depresor del sistema nervioso, por lo
que el adolescente que se encuentre bajo sus efectos va a necesitar asumir una
mayor riesgo para experimentar el mismo nivel de excitación (Apter, 1992).
Se ha indicado que el consumo de alcohol se halla directamente implicado
en uno de cada tres accidentes ya sean de: transito, domésticos y laborales. Los
estilos de vida desfavorables suelen estar asociados y se observa un mayor
consumo de tabaco u otras drogas entre las personas que abusan del alcohol,
agudizando aún más esta problemática.

La calidad de vida, el cuidado y la promoción de la salud, y la misma


prevención, emergen de forma necesaria y urgente dentro del complejo tejido
social en el que transcurre la historia personal de los individuos y se aúna con la
perspectiva comunitaria de la salud, que influye de manera positiva o negativa en
todo el contexto socio cultural en que se desenvuelve el sujeto y se entremezclan
con los agentes socializadores tanto primarios y secundarios de los que forma
parte y su posterior influencia en la construcción de creencias, valores y actitudes
que intervienen en las conductas de salud y enfermedad (Blanco, 1988).

La participación de los individuos inmersos en esta problemática y aquellos


que están cercanos a estos es especialmente relevante en las acciones comunitarias
de promoción de la salud, por cuanto el fomento de estilos de vida sanos, meta
prioritaria de los programas de educación para la salud, requiere la implicación de
los propios ciudadanos, así como que éstos realicen un cuidadoso estudio de sus
creencias de salud, de sus actitudes, del significado de sus ámbitos de relación y
apoyo, así como de las variables relacionadas con sus estados emocionales (Adams,
1989).

Los esfuerzos deben estar encaminados para prevenir el consumo de alcohol


y otras sustancias entre adolescentes planteando estrategias, las cuales estén
dirigidas a influir sobre algunas características y competencias de los potenciales
consumidores y las que pretenden modificar el contexto del adolescente y su
acceso al alcohol y a las drogas.

Entre las primeras hay que situar los programas escolares de prevención del
consumo, que tratan de informar a los adolescentes sobre los riesgos del consumo
temprano de alcohol y su posterior inicio en el mundo las drogas y de promover el
desarrollo de habilidades sociales y de toma de decisiones. Estos programas se
basan en el supuesto de que una mayor conciencia de los riesgos, y una mayor
competencia para la toma de decisiones, como, por ejemplo, para oponerse a la
presión que ejercen los jóvenes de su misma edad y su grupo más cercano,
conllevara posiblemente a una disminución del consumo. Sin embargo, la
evidencia empírica acerca de la eficacia de estos programas no es muy
esperanzadora ya que los datos procedentes de Estados Unidos indican que estos
programas no consiguen prevenir o reducir el consumo, probablemente porque la
educación por sí sola, ya sea a través de la información racional o de técnicas
emocionales que pretender asustar al consumidor, no resulta suficiente [CITATION
HER97 \l 9226 ]

BIBLIOGRAFÍA.
Adams, L. (1989). Healthy city, healthy participation. Health Education Journal, 48, 179-
182
Arnet, J.J. (1987). Adolescent storm on stress. Reconsidered. American Psycologist 54,
317-326
Apter, M.J. (1992) The dangerous edge. The physhology of excitement. Nueva York : The
free press
Blanco, A. (1988). La Psicología Comunitaria ¿una nueva utopía para el final del siglo XX?
En: A. Martín, F. Chacón y M.F. Martínez-García (Eds.), Psicología Comunitaria. Madrid:
Visor.
Hernández, Alonso J, Rosado Martín J, Ruiz-Morote Aragón R, Alonso Fernández J.
Consumo de alcohol y adolescencia: estudio epidemiológico descriptivo. Aten Primaria
1997; 19, 183-187.

También podría gustarte