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Pirámides de Jufu (Keops), Jafra (Kefrén) y Menkaura (Micerino), en Guiza.

Otros faraones de la dinastía IV iniciaron la construcción de sus pirámides,


como Dyedefra (Abu-Roash) y Nebkara (Zawyet el-Aryam), pero quedaron sin concluir. El
último faraón de la dinastía, Shepseskaf, eligió un monumento a modo de gran sarcófago
pétreo, la mastaba de Shepseskaf en Saqqara. La pirámide de Dyedefra (Abu-Roash) llegó a
ser 7 metros más alta que la de Keops al levantarla aprovechando una elevación natural, pero
durante la época romana fue desmantelada al convertirla en cantera para usar sus piedras en
otras construcciones.
Durante la dinastía V la mayoría de sus reyes levantaron sus complejos de pirámides en
Saqqara y Abusir, pero de menores dimensiones y técnicamente muy inferiores. Prosiguieron
eligiéndolas en Saqqara: Teti, Pepy I, Merenra I y Pepy II, durante la dinastía VI.
En el denominado primer período intermedio de Egipto algunos gobernantes continuaron la
tradición, como Neferkara Neby, Jui, Ity, o Merykara, pero apenas quedan restos.
Es en el Imperio Medio (dinastía XII, c. 1760 a. C.) cuando se levantan las últimas grandes
pirámides, pero con núcleos de adobe dentro del revestimiento pétreo, actualmente
desmoronados.
Los faraones del Imperio Nuevo prefirieron construir grandes templos funerarios e hipogeos en
la zona de Tebas.
Los dignatarios de la dinastía XXV de origen nubio (c. 747 a. C.), erigieron pirámides pétreas
menores y más estilizadas en Napata y Meroe (en su natal Kush) para ellos y sus familiares.
La pirámide era el centro del gran complejo funerario de cada soberano, erigida al fondo de
una calzada ritual que la comunicaba con un templo funerario donde se realizaban las
ofrendas y ceremonias cotidianas por el difunto, y rodeada por las mastabas donde se
enterraban los miembros de su familia y corte, así como varias pequeñas pirámides menores
anexas para las esposas reales.

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